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L a E s p e r a . y L a E s p e r a n z a . 2.a edición.
L a C t jb a c ió n p o r l a P a l a b r a e n la A n t ig ü e d a d C l á s ic a .
PEDRO LA IN E N T R A LG O
OCI O Y T R A B A J O
Págs.
NOTAS
NOTAS
NOTAS
NOTAS
NOTAS
1. “homo h u m a n u s”
2. EL ESCRITOR, EL HOMBRE
3. EL MEDICO
III
Orientada hacia la curación del enfermo, la
suma armoniosa de ciencia, técnica, antidogma
tismo y amor hace del hombre un auténtico mé
dico: vir bonus medendi peritus, según la sen
tencia clásica. Operante sobre el menester espi
ritual de cualquier persona, sana o enferma, jo
ven o adulta, esa benéfica mixtura de inteligen
cia y corazón trueca a quien la dispensa en au
téntico maestro, o “varón bueno, perito en el en
señar”. En todos los órdenes de su existencia
quiso Marañón ser maestro, y en todos supo ser
lo de modo bien eminente. La “vocación de
maestro” era en él, según confesión propia, pro
funda, fundam ental; y de su excelencia en la
empresa de cumplirla podemos y debemos ha
blar con gratitud todos cuantos leemos castella
no, hayamos sido o no sus discípulos inme
diatos.
Marañón, maestro de Medicina : he aquí el
tema de otra sugestiva y fructuosa indagación.
No profesor de Medicina, sino maestro en ella
y de ella. “El profesor —dijo él más de una
vez— sabe y enseña. El maestro sabe, enseña
y ama.” Y sabe además “que el amor está por
encima del saber, y que sólo se aprende de ver
dad lo que se enseña con amor” . Lo cual es tan
cierto y eficaz, incluso para la perfección inte
lectual del que enseña, que, como el gran es
critor afirma en otra de sus páginas, “el hom
bre de ciencia no lo es por entero si no es un
maestro integral” .
¿ Cómo Marañón fue maestro de Medicina ?
Sus discípulos directos habrán de decírnoslo
con todo el amor y todo el rigor que él hubiese
deseado. Yo, que sólo a través de sus libros y
del coloquio no docente he podido ser su discí
pulo, debo limitarme, como antes frente a su
idea del arte de curar, a la apresurada e incom
pleta selección de algunas de las notas más ge
néricas de ese eminente magisterio suyo. Su
prontitud para el regalo del tiempo propio,
cuando quien lo solicitaba no procedía por sim
pleza o por vanidad. La delicada llaneza con
que sabía situarse en el nivel y en el terreno
del oyente ; porque si sólo es buen torero quien
sabe pisar con arrogancia los terrenos del toro,
sólo quien sea capaz de pisar con humildad los
terrenos del discípulo llegará a ser verdadero
maestro. Lo diré con sus palabras insupera
bles : “Servir al prójimo es querer ser como el
mismo prójimo, hermano suyo, con natural
sencillez, sin que el prójimo sepa que se ha que
rido serlo ; y en este no parecer que se ha que
rido, está el quid de la caridad verdadera.” Su
constante y soberana sed de claridad : “Vale
más la claridad que cabe en el hueco de la mano
—decía—, que un río de turbia erudición no
criticada”. Y no en último término, su disposi
ción tan lúcida y entregada para el trabajo en
equipo ; porque el equipo de trabajo, que nun
ca debe ser hueste o séquito, sino comunidad
de hombres libres unidos entre sí por el mutuo
afecto que engendra la búsqueda coordinada de
la verdad, sólo en torno a los genuinos maestros
puede constiuirse. No contando a Cajal —y,
ya fuera de la Medicina, a don Ramón Menén-
dez Pidal—, acaso sea Marañón el primero que
entre nosotros ha querido y sabido trabajar en
equipo ; y, desde luego, nadie le ha igualado en
la alabanza de ese ya inexcusable modo de ha
cer y enseñar la ciencia. “La ventaja del grupo
de profesores sobre el profesor único —léese en
un escrito suyo de 1928—■se desprende, desde
luego, de la mayor aportación de conocimientos
a la tarea didáctica... Pero, además, de esta ma
nera se evita uno de los grandes peligros de la
enseñanza médica, que es el imprimirla un ca
rácter excesivamente personal... Claro que el
grado ínfimo de la eficacia pedagógica es no de
jar ninguna huella en el discípulo ; pero crear
discípulos amanerados es también una labor me
dio estéril.” Y por esto el resultado óptimo sólo
podrá lograrse “cuando el maestro no sea una
persona, modesta o procer, sino un grupo de
maestros que, aunque actúen engranados en una
disciplina única, pongan cada uno su propio
matiz en la obra pedagógica” . Los vicios tradi
cionales de nuestra organización docente y las
taras de nuestra psicología colectiva, tan aficio
nada a proclamar y reclamar la singularidad
del librillo de cada maestrillo, aunque sea ma
lo, ¿ permitirán alguna vez la realización nacio
nal de estas áureas ideas del gran maestro
muerto ?
Es buen médico el que ayuda al enfermo con
técnica y amor. Es buen maestro quien sabe,
enseña y ama. A través de las dos determina
ciones más personales de su vocación, Mara-
ñón, médico y maestro, en la tierra paniega del
amor quiso que arraigasen las raíces de su al
ma. “Nací para el amor, no para el odio”, hu
biese podido decir, como la Antígona sofoclea.
Jamás vi en él una actitud directa o veladamen-
te rencorosa ; y en ello no tuvo parte principal
el redondo triunfo que fue su vida, porque hay
personas en las que el triunfo no mata el ren
cor, sino la índole clara y candeal de su espí-
ritu. Hubo en su conducta irritaciones y apar
tamiento, nunca odios. En fin de cuentas, que
rellas de amor. Porque el amor, que nunca de
be ser mero deliquio sentimental, sino divina
arquitectura del mundo, como Platón quería,
exigía en los senos de su alma empresas e ins
tituciones en que todo lo que para ellas fuese
de veras digno y valioso —hombres o ideas—,
tuviese activa, honrosa y honrada presencia.
Hace pocas semanas descubría luminosamen
te Rof Carballo la significación “paternal” de
Marañón en la historia contemporánea de la
Medicina española. La poseyó, dice Rof, por
haberse unido en él estos cuatro aspectos cardi
nales del arquetipo paterno : “dar un más dig
no status, una mayor categoría social e intelec
tual, al oficio de médico ; ordenar, clasificar y
exponer, en su doble papel de autor de libros
médicos y de profesor de Endocrinología, la
realidad de la clínica ; servir de norte moral a
varias generaciones de profesionales, luchando
contra la falsedad y la desmesura, y, por últi
mo, integrar la profesión médica dentro de lo
más vivo y hondo de la vida nacional” . Es ver
dad ; y porque lo es, todos los médicos españo
les más jóvenes que él, hasta los que nos halla
mos muy lejos de la práctica terapéutica, he
mos sentido en nuestro interior, con su muerte,
una rara y honda sensación de orfandad. Pero
esta orfandad no sería fiel a la memoria y a la
condición del hombre que los españoles todos
hemos perdido, si no cumpliésemos fielmente
la consigna que él mismo nos dejó : “En la
ciencia, que es ascensión perpetua, lo importan
te es... lo que nuestra obra y, aún más, nuestra
conducta, tienen de antecedente para lo que los
demás puedan hacer mañana. No debemos que
rer, pues, que nuestra obra sea continuada,
porque esto equivaldría a estar satisfechos de
ella, sino que las generaciones próximas la me
joren y superen.” Quienes integramos estas ge
neraciones, ¿tendremos inteligencia y coraje
suficientes para cumplir tan noble deseo? Tal
es, tanto como el problema de nuestras vidas, el
problema de la vida de España.
La orfandad es la vez deber y dolor: el deber
de que perviva en nosotros y en nuestros hijos
lo mejor del padre muerto, el dolor de haber per
dido a quien con su autoridad y su compañía
nos ayudaba a ser. Pero algo mitiga la pena el
creer que no habrá quedado sin premio un em
pleo de los talentos recibidos tan empeñado y
generoso como el que de los suyos, múltiples y
descollantes, hizo diariamente Gregorio Mara-
ñón. “A la tarde nos examinarán de amor” , so
lía decir San Juan de la Cruz. Al término de
su peregrinación por la vida española, en la
cual, bajo la vehemencia de la fe y la esperan
za, tantas veces falta o es escaso el amor, es se
guro que nuestro grán médico habrá salido vic
torioso de la prueba.
NOTAS
“ e s p e c ia l is t a s ” y “ t o t a l is t a s ”
NOTAS
NOTA S