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El golpe de Estado

El 24 de marzo de 1976 no fue un día más en la historia argentina. En esa fecha las Fuerzas Armadas de
nuestro país usurparon el gobierno y derrocaron a la entonces presidenta constitucional María Estela
Martínez de Perón. Del mismo modo destituyeron a los gobernadores de las provincias, disolvieron el
Congreso Nacional y las Legislaturas Provinciales, removieron a los miembros de la Corte Suprema de
Justicia y anularon las actividades gremiales como así también la de los partidos políticos. En suma
clausuraron las instituciones fundamentales de la vida democrática.

La Constitución Nacional –es decir, la ley de leyes de la República Argentina–, dejó de regir la vida política
del país y los ciudadanos quedaron subordinados a las normas establecidas por los militares. Se inició
entonces una dictadura que se instaló en el gobierno por la fuerza, por medio de lo que se denomina golpe
de Estado. El gobierno de facto estuvo integrado por una Junta Militar que reunía a los máximos jefes de las
tres Fuerzas Armadas: el ex general Jorge Rafael Videla por el Ejército, el ex almirante Emilio Eduardo
Massera por la Marina y el ex brigadier Orlando Ramón Agosti por la Aeronáutica.

El golpe de 1976 fue el último pero no el único. Desde 1930 nuestro país había sufrido sucesivas
interrupciones del orden democrático. La supresión de los gobiernos elegidos por el pueblo, la represión de
los conflictos que surgían entre distintos sectores sociales y la apelación a la violencia habían sido,
lamentablemente, bastante frecuentes desde esa fecha. Sin embargo, la dictadura que se inició en 1976
tuvo características inéditas, recibiendo el nombre de terrorismo de Estado.

Algunos ciudadanos e investigadores prefieren hablar de golpe cívico-militar. ¿Por qué? Porque entienden
que los militares no actuaron solos ni por su cuenta. La decisión de tomar el gobierno contaba con la
adhesión de diversos grupos de la sociedad (sectores con gran poder económico, grupos conservadores,
algunos medios de comunicación aines) que entendían que una dictadura era necesaria para organizar el
país.

De este modo, a la vez que se desarrollaban acciones de control, disciplina y violencia nunca vistas sobre la
sociedad, se tomaban decisiones económicas que privilegiaban el ingreso de bienes y mercancías desde el
exterior por sobre la producción de nuestro país. Así miles de trabajadores de nuestras fábricas perdieron
su trabajo debido a que la industria nacional no podía producir productos a un precio similar o menor a los
importados. Este proceso fue acompañado por una campaña publicitaria que intentaba convencer a la
población de que la industria argentina era mala, de baja calidad y asociaba a lo venido de afuera con lo
bueno, lo interesante, lo deseado, ocultando que en esa decisión miles de argentinos quedaban sin trabajo
y muchas familias perdían su salario y pasaban entonces a ser pobres.

A la vez, los sucesivos miembros de la Junta Militar y diversas empresas asociadas solicitaron grandes
sumas de dinero al exterior en carácter de préstamos. Ese dinero incrementó la deuda externa del país de
una manera inédita: de 8 mil a 43 mil millones de dólares que se convirtió por decisión de la misma
dictadura, en deuda pública, es decir en deuda que debieron pagar todos los argentinos.

Por otra parte se tomaron distintas medidas financieras y administrativas que hicieron que el Estado
iniciara un período de desinversión en salud, educación y vivienda con efectos muy importantes en el
empeoramiento de las condiciones de vida de la gente: aumento de la pobreza e inicio de lo que hoy
denominamos exclusión social. Es decir, se inició el proceso por el cual muchos hombres y mujeres no
encontraban trabajo porque no había fábricas ni instituciones que necesitaran trabajadores y por lo tanto
no podían cubrir sus necesidades básicas.
Terrorismo de Estado
Si bien los golpistas llamaron a su gobierno Proceso de Reorganización Nacional, lo que se impuso fue una
dictadura que ejerció el terrorismo de Estado. Es decir: fue un gobierno que implementó una forma de
violencia política que, usando los recursos del Estado, buscó eliminar a los adversarios políticos –a quienes
llamó “subversivos”– y amedrentar a la población a través del terror.

¿Y cuáles fueron las características específicas del terrorismo de Estado en la Argentina? Para terminar con
las experiencias políticas que anhelaban la transformación social en nuestro país, la dictadura implementó
una nueva metodología represiva: la desaparición sistemática de personas y el funcionamiento de centros
clandestinos de detención (lugares donde mantenían cautivos a los secuestrados fuera de todo marco
legal).

Existió un plan sistemático que consistió en secuestrar, torturar y asesinar de forma clandestina a miles de
personas. Los “grupos de tareas” (comandos integrados mayoritariamente por militares y policías de baja
graduación) se dedicaban a los secuestros y luego trasladaban a los secuestrados a centros clandestinos de
detención que podían estar en un cuartel, una fábrica o una comisaría, entre otros lugares.

A partir de ese momento pasaban a ser desaparecidos porque nadie sabía dónde estaban. No se daba
información a las familias y el gobierno decía que no sabía que había pasado con esas personas. Los
familiares y amigos los buscaban en comisarías, hospitales, pero nadie les daba información. El horror fue
tal que hoy sabemos, a través de numerosos testimonios brindados en procesos judiciales, que el destino
de quienes estuvieron detenidos en centros clandestinos de detención fue la muerte. Aún se los continúa
denominando desaparecidos pues hasta el día del hoy sus familiares no han podido recuperar sus restos.

Una prueba más de la violencia de la época fue la apropiación de niños y niñas, hijos de las personas
detenidas. Algunos de esos chicos fueron secuestrados junto a sus padres y otros nacieron durante el
cautiverio de sus madres. Fueron entregados en muchos casos a familias que ocultaron su origen a los
chicos. Uno de los objetivos era que los niños “no sintieran ni pensaran como sus padres, sino como sus
enemigos”. Muchos de esos niños, hoy ya adultos, continúan sin conocer su verdadera historia.
Censura
El proyecto de la dictadura de disciplinamiento y control de la población no se limitó a la persecución,
represión y desaparición de personas. También abarcó a la cultura en todas sus formas.

Uno de los modos en que los militares buscaban controlar las maneras de pensar y sentir de los ciudadanos
era la censura. Aparecieron las famosas “listas negras”1 donde se prohibieron libros, canciones, películas,
revistas, etc. y se persiguió a escritores, artistas, educadores, poetas, periodistas e intelectuales en general.
Cuentos para chicos traviesos, de Jacques Prevert, y Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann,
fueron algunos de los libros prohibidos y sacados de circulación.

Diversas investigaciones han dado cuenta que la dictadura tuvo una política cultural de alcance nacional:
una verdadera estrategia de control, censura, represión y producción cultural, educativa y comunicacional,
cuidadosamente planificada. La cultura y la educación eran consideradas por los dictadores como un
“campo de batalla” contra la subversión2

Muy ilustrativa es, en este sentido, la resolución del rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, Eduardo
Aníbal Rómulo Maniglia, tendiente a detener “la indumentaria desalineada, el aspecto hirsuto, la palabra y
el gesto procaz”. En la misma se establecía, por ejemplo, la vestimenta y el largo del cabello que debían
mantener los estudiantes durante su permanencia en el establecimiento escolar: pollera gris hasta la
rodilla, saco azul liso y blusa blanca para ellas; pantalón gris, saco azul, camisa blanca, corbata oscura y
cabello corto a dos dedos por encima del cuello de la camisa, para ellos.

Frente a esta política represiva en el plano cultural muchas personas tuvieron que exiliarse y muchas otras
se escondieron. También, en el ámbito privado, fueron quemadas aquellas obras de la cultura (libros,
revistas, afiches) que pudieran parecer sospechosas o ser calificadas como “subversivas” por los militares.
Otros resistieron como pudieron desde sus espacios de trabajo o juntándose con aquellos que no se
resignaban a dejar de compartir sus ideas y sueños. Muchos optaron por recluirse y exiliarse internamente
(sin irse del país dejaron de hacer las actividades que hacían cotidianamente por temor).

1 Se trata de una lista de personas, instituciones u objetos que deben ser discriminados en alguna forma
con respecto a los que no están en la lista. La discriminación puede ser social, técnica o de alguna otra
forma. Durante la dictadura se confeccionaba este tipo de listas para perseguir ilegalmente a las personas.

2 Para mayor información puede consultarse el documento “Subversión en el ámbito educativo


(conozcamos a nuestro enemigo)” editado por el Ministerio de Educación de la dictadura en el año 1977.

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