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Algo le pasa a nuestro siglo que está tan obsesionado con que seamos felices,
incansablemente felices, felices maníacos con los músculos de la cara
hipertrofiados de tanto sonreírle a la vida, de ver el lado bueno del yugo que sea, de
celebrar con amplias sonrisas la falta de tiempo si es por culpa de un
emprendedurismo muy estartapiano. La revolución de las sonrisas en Catalunya,
visca! El poder tiembla con tanta sonrisa, ¡va a hincar la rodilla de alegría! Las
librerías están llenas a rebosar de autoayuda en un país que se define como la fiesta
de Europa, la autoayuda es bestseller en las ferias pero aquí todos nos apañamos
con unas cervezas porque sabemos encontrar la felicidad en las pequeñas cosas -
algo no cuadra-. Los gurús dicen que ser feliz es una cuestión de perspectiva, que
todo está en nuestra mente, en la forma con que miramos el mundo. Lo que das,
recibes. Haz de tu pasión tu trabajo y no tendrás que trabajar más en tu vida. Y así
podríamos seguir párrafos y párrafos llenando de contenido agendas, libretas, tazas
color pastel, tatuajes, descripciones clónicas de perfiles en redes sociales, pies de
fotos con poca ropa y posturas forzadas o conversaciones vacías de flirteo de
reality. Pero no, mejor detengámonos y centrémonos en lo tangible, en un libro, en
Cómo ser feliz a martillazos. Un manual de antiayuda (Melusina, 2018) obra de Iñaki
Domínguez, filósofo, doctor en Antropología Cultural y escritor prolífico donde los
haya a quien ya hemos visto en un lugar como este en un par de ocasiones, una
fue Sociología del moderneo y otra, más reciente, Signo de los tiempos. Iñaki
Domínguez no solo escribe fantásticamente bien, además escribe mucho. Y escoge
con buen gusto.
Hasta ahora se ha atrevido con eso a lo que en València llamamos la modernor, con
el zeitgeist criminal del siglo XX, y ahora con algo tan resbaladizo como la felicidad
y la legítima búsqueda de la misma. Por supuesto, Domínguez lo hace a su manera,
aproximándose a la cuestión paso a paso, con disciplina, negando la posibilidad de
autoayudarse, negando el libre albedrío, negando las falacias de los sofistas de hoy
día como esa gran mentira de la mentalidad de la abundancia -neurorriqueza, se
han atrevido a llamar al engendro-. Identificando con pelos y señales a los parásitos
de la frustración ajena, a los mercaderes de la solución falsa: a esos entrenadores,
motivadores, influencers, charlatantes, vaya, que pueblan citas y eventos con
nombre a base de siglas escuetas que remiten a un supuesto foro minimalista del
conocimiento de vanguardia, un ágora de las revelaciones donde la verdad se
muestra a quemarropa en giros sorprendentes del discurso: Yo era así, hasta que
me di cuenta de / Mi vida era esta, pero un día / Di y un paso adelante, y entonces
/ Lo único que hice fue dejar de / Como no sabía que era imposible, lo hice. Y todo
eso de la zona de confort. Es difícil dar con ideas genuinas en el maremoto de
tópicos de la autoayuda y la superación. Al narcisismo rampante también le dedica
unas palabras muy precisas Domínguez: “Por su parte la literatura de autoayuda ha
promocionado la idea de que la imagen es más importante a la hora de lograr el
éxito que la misma capacidad de acción de cada cual; de su eficiencia en el mundo.
Esto es lo que en inglés llamaríamos «winning images» o «imágenes ganadoras».
En la era de internet dichas imágenes, siempre públicamente expuestas, han
pasado a ser la «cosa en sí» o el núcleo de la identidad individual”.
¿Consumo o compromiso?
Otro méritos del ensayo es proponer recursos. Por ejemplo, nos anima a aceptar
que nuestras vidas necesitan malos ratos. “A primera vista, una existencia sin
frustraciones puede parecer muy deseable; sin embargo, sin la frustración no hay
cambio, ni progreso, ni siquiera felicidad. La felicidad es algo transitorio que solo
existe al ser contrastada con periodos de dolor y sufrimiento. Se nos vende la
fantasía de que el consumo nos hará libres, cuando ocurre exactamente lo
contrario. El consumo no sacia, las relaciones personales sí. Incluso cuando
acaban mal, son saciantes; además, nos ofrecen enseñanzas que nunca
olvidaremos. Suponen experiencias que sirven para esculpir nuestro ser desde su
base”, señala. La prueba de que algo no funciona son los datos de aumento de las
enfermedades psicológicas en nuestro país. “A la altura de 2017, el 25% de los
ciudadanos españoles ha sufrido o sufre alguna enfermedad mental, algo que
según la Sociedad Española de Psiquiatría va unido a la crisis económica que inició
su andadura en 2008”, recuerda el libro.
La mejor terapia psicológica consiste en cumplir nuestras obligaciones con
los demás
Domínguez defiende que la mejor terapia psicológica consiste en cumplir nuestras
obligaciones con los demás. “Esto crea una sensación de bienestar y
felicidad que nos hace conducirnos moralmente de modo espontáneo, algo que
solo puede repercutir en nuestro favor, tanto en términos psicológicos como
sociales. Si cualquiera de nosotros se inhibe de cumplir sus obligaciones, surge una
decepción con uno mismo que genera malestar. De ahí brota generalmente la
maldad. La acción significativa es una herramienta para la purificación psicológica
y el robustecimiento personal”, subraya. Su texto también destaca por una sólida
bibliografía, que incluye a autores como Terry Eagleton, William Davies y Alberto
Santamaría.
Besar la serpiente
Como aficionado a la música, utiliza un concepto de sus admirados The Doors para
describir la actitud vital más recomendable. Hablamos de las apelaciones de Jim
Morrison o “besar la serpiente” o “cabalgar la serpiente”. ¿En qué se traduce este
enfoque? “Es una idea tomada de Carl Jung, de su recomendación de afrontar los
miedos. La acción exige ser valiente, confrontar el terror al monstruo interior, que
es el miedo. Jung establece que un enfrentamiento con nuestros temores hace que
estos se disipen. Al inicio de su carrera, Jim Morrison estaba obsesionado con la
idea de ser libre, algo que solo puede lograrse besando a la serpiente, venciendo a
nuestros miedos. De algún modo, Morrison se decantó finalmente por transformar
su consciencia a través del consumo de sustancias estimulantes".
Bajar a la tierra
Por último, ‘Cómo ser feliz a martillazos’ nos pone en guardia contra las ficciones
contemporáneas. “La vida ha de ser vivida en el mundo real, no en internet. Las
personas se protegen de la experiencia, del mundo objetivo, porque no están
dispuestas a confrontar su propia verdad. En mi libro es muy importante la idea de
humildad. El término proviene etimológicamente del latín ‘humus’, que hace
referencia a la tierra. Tener los pies en el suelo es la única manera de lograr las
metas que nos proponemos. El ‘humus’ es compacto y hostil, opone resistencia ante
nuestros esfuerzos. Ese ‘humus’ ha de ser nuestro terreno de juego, ese ámbito en
el que nos movemos con la mayor soltura, algo que solo podremos lograr a través
de sólidas acciones. La tierra nos humilla, y así nos permite construir nuestra
identidad y destino sobre bases sólidas, permanentes. Muchas personas prefieren
vivir en un mundo imaginario antes que verse humillados al confrontar los
hechos”, concluye.