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ciencia

Sociales ciencia
Sociales 131

Alessandro Roncaglia

d. alegre · m. alonso · j. rodrigo (coords.)


Economistas que se equivocan.
Las raíces culturales de la crisis
Laura Sancho Rocher (coord.) dav id a legr e · miguel a lonso · jav ier rodr igo ( coor ds .)
La Antigüedad como paradigma.
Espejismos, mitos y silencios en el uso de la H ace algunos años , John K eegan se pl ante aba D av i d A l e g r e L o r e n z
historia del mundo clásico por los modernos es Doctor Europeo por la UAB.
si acaso los historiadores no debíamos tomarnos «la
George L. Mosse

Europa
Autor de numerosos estudios sobre
Soldados caídos. La transformación de molestia de reflexionar sobre qué es lo que hace que
la memoria de las guerras mundiales guerra y contrarrevolución en perspectiva
Domingo Gallego Martínez,
los hombres se maten entre sí». Este libro analiza las comparada y transnacional, es coeditor
Luis Germán Zubero y Vicente Pinilla (eds.)
Estudios sobre el desarrollo económico español
formas de la guerra y la violencia bélica en la Europa de la Revista Universitaria de Historia
de la primera mitad del siglo xx, desde miradas com- Militar.

desgarrada
Maurice Agulhon
Política, imágenes, sociabilidades
De 1789 a 1989 paradas y trasnacionales y a partir de la renovación
M i g u e l A lo n s o I b a r r a
M.ª José Estarán Tolosa metodológica que han supuesto los war studies y la
Epigrafía bilingüe del Occidente romano. es investigador en la UAB.
El latín y las lenguas locales en nueva historia militar. Es, pues, un acercamiento a Ha publicado en diversas revistas
las inscripciones bilingües y mixtas
ese gigantesco teatro de lo bélico que fue Europa en científicas sobre la Guerra Civil Española
Raanan Rein y Joan Maria Thomàs (eds.)

Guerra, ocupación
la era de las guerras mundiales y civiles, de las ocu-

PUZ
Guerra Civil y franquismo: y la construcción del régimen franquista,
una perspectiva internacional
Eugenio García Gascón
paciones, las resistencias, los desplazamientos forzo- y es coeditor de la Revista Universitaria
de Historia Militar.

y violencia
Sayyid Qutb. Nostalgia del islam sos y los genocidios. Un viaje al interior de la Europa
Bernardo Bayona Aznar y
José Antônio de C. R. de Souza (eds.) desgarrada.

1900-1950
J av i e r R o d r i g o S á n c h e z

Europa desgarrada
Guerra, ocupación y violencia, 1900-1950
Iglesia y Estado. Teorías políticas y
relaciones de poder en tiempo enseña historia contemporánea en la
de Bonifacio VIII y Juan XXII
UAB. Doctor por el European University
Alexandre Coello de la Rosa
Josep Lluís Mateo Dieste Institute, es autor o editor de trece libros
Elogio de la antropología histórica.
Enfoques, métodos y aplicaciones
sobre violencias colectivas, guerras civiles
al estudio del poder y del colonialismo comparadas, fascismos, historiografías y
Stéphane Michonneau relatos sobre el terror en Europa.
«Fue ayer». Belchite: un pueblo frente
a la cuestión del pasado
Alessandro Roncaglia
Breve historia del pensamiento económico
Cristina Monge Lasierra
15M. Un movimiento político
para democratizar la sociedad
F. Rosario Espinoza Rodríguez
El agua para la producción de energía
en Centroamérica. Régimen jurídico
Manuel Chust (ed.)
De revoluciones, Guerra Fría
Prensas de la Universidad
y muros historiográficos.
Acerca de la obra de Manfred Kossok PRENSAS DE L A UNIVERSIDAD DE ZAR AGOZA
ÍNDICE

Introducción. Ciclos bélicos largos, guerra total y violencia de ­


ma­sas
Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz ............................... 9
Guerra absoluta y guerra total, guerra civil y guerrilla. Genealogías
de las guerras del siglo xx
Luca Baldissara .......................................................................... 49
Sobre las ruinas del mundo. Guerra civil y guerra total en Europa
(1918-1949)
Javier Rodrigo ............................................................................ 81
La Gran Guerra: cómo 1914-18 transformó la relación entre guerra
y civiles
Heather Jones ............................................................................. 115
Los combates por la neutralidad en la Gran Guerra: una propuesta
desde el caso español
Carolina García Sanz y Maximiliano Fuentes Codera ................. 137
Un largo conflicto. ¿Quiénes eran los paramilitares en los Balcanes
tras la Gran Guerra?
Dmitar Tasić ............................................................................. 163
Combatir, ocupar, fusilar. La evolución de la violencia bélica de los
sublevados en la guerra civil española (1936-1939)
Miguel Alonso Ibarra .................................................................. 195
444 Índice

Los «soldados de Franco»: experiencias, memorias e identidades


complejas
Francisco J. Leira Castiñeira ..................................................... 245
Luchar, matar y morir: consideraciones sobre la identidad de los
combatientes en la Segunda Guerra Mundial
Sönke Neitzel ........................................................................... 281
Los soldados alemanes y la guerra total en el Frente Oriental, 1943
Jeff Rutherford ........................................................................ 307
Voluntariado de guerra en la Europa bajo la ocupación alemana:
reclutamiento, motivaciones, ethos y experiencias (1941-1945)
David Alegre Lorenz ............................................................... 339
De colonia italiana a vasallo de Alemania. Violencia en Albania
durante la Segunda Guerra Mundial
Franziska Anna Zaugg ............................................................. 389
La guerra en la paz: Notas sobre olvidos, recuerdos y traumas
Xosé M. Núñez Seixas .............................................................. 417
Introducción
CICLOS BÉLICOS LARGOS, GUERRA TOTAL
Y VIOLENCIA DE MASAS
Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

¡Y cuánto más complejo es el juego de la guerra, que tiene lugar en


condiciones de tiempo determinadas y donde no es una sola voluntad la que
guía máquinas inanimadas, sino donde todo deriva de innumerables conflic-
tos de diversas voluntades!
Lev Tolstoi1
Si yo tuviera tiempo [...] para estudiar la guerra creo que debería cen-
trarme casi enteramente en las «realidades del conflicto», los efectos del can-
sancio, el hambre, el miedo, la falta de sueño, la climatología [...] Los princi-
pios de la estrategia y la táctica [...] son ridículamente simples: son las
[mencionadas] realidades las que hacen la guerra tan complicada y tan difícil
y las que normalmente son olvidadas por los historiadores.

Mariscal de Campo Archibald Wavell2

Los estudios de la guerra: orígenes, propósitos y futuro


No hay ningún factor que por sí solo explique las causas de las guerras
y los procesos asociados a estas. Ni lo económico, ni lo institucional, ni
tampoco lo social, lo cultural o lo político bastan individualmente para
dar con las respuestas complejas que buscamos y que necesitamos cuando
nuestro objetivo es comprender los conflictos armados y las violencias de
masas. Sin embargo, todo cambia cuando hacemos confluir todas estas
dimensiones de la realidad humana en nuestro intento por plantear las
preguntas adecuadas y obtener conclusiones. Precisamente, los estudios
sobre la guerra se han encargado de recalcar la necesidad de esta fórmula
multifactorial desde hace décadas, por supuesto con enfoques cambian-
tes y dependiendo siempre de la coyuntura desde la que miran atrás los
humanistas y científicos sociales. Esta nueva línea de análisis se destacó

1 Lev Tolstoi, Guerra y paz, Barcelona, Mondadori, 2007 [1869], p. 1041.


2 Cit. en Richard Holmes, Firing Line, Londres, Pimlico, 1985.
10 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

por ser la primera en ver los conflictos armados (y la violencia asociada a


ellos) como un fenómeno esencialmente social, al tiempo que analizaba al
militar como un poder social más con sus propias particularidades e inte-
reses. Como no podía ser de otro modo, esto no solo supuso una ruptura
respecto a planteamientos anteriores mucho menos ambiciosos desde el
punto de vista científico, sino que además abrió un inmenso abanico de
posibilidades para un conocimiento mucho más amplio, profundo y com-
plejo de las guerras.
Conocidos en el ámbito internacional como war studies, polemología
[en francés, polémologie] o sociología de la guerra [en alemán, Soziologie des
Krieges o Kriegssoziologie], los estudios de la guerra nacieron en el ámbito
de la sociología recién acabada la Segunda Guerra Mundial. Fue un demó-
grafo francés de origen tunecino, Gaston Bouthoul (1896-1980), quien
acuñó el concepto de polemología e impulsó su desarrollo bajo la divisa
«Si tu veux la paix, connais la guerre» [Si quieres la paz, conoce la guerra].
No por casualidad, la nueva disciplina surgió de la necesidad de conocer
cuáles eran las causas últimas de la guerra y de dotarse de los instrumentos
necesarios para evitarla, un cambio más que plausible respecto a la historia
militar tradicional cultivada hasta entonces en las academias castrenses, la
educación obligatoria y las universidades. Sus principales plataformas para
lanzar aquella pionera empresa fueron el Institut Français de Polémologie
pour l’étude scientifique des causes des guerres (IFP), fundado en 1945,
y la plasmación de los presupuestos metodológicos de la polemología en
un ensayo titulado Les guerres. Éléments de polémologie, publicado seis años
después. Esta iniciativa vino motivada en buena medida por la crítica al
pacifismo de posguerra, que a ojos de Bouthoul y otros contemporáneos
era superficial, muy centrado en manifestarse y escribir proclamas contra
la guerra pero siempre con un discurso poco elaborado y un escaso conte-
nido teórico detrás. Dicha crítica apuntaba precisamente la necesidad de
analizar las guerras desde un punto de vista científico, ahondando en las
supuestas funciones sociales que cumplirían o que irían asociadas a ellas,
y que las identificarían como formas de aliviar problemas estructurales y,
también, de canalizar de forma periódica tensiones sociales internas.
Los planteamientos de Bouthoul eran un tanto esquemáticos y me-
canicistas, muy en línea con los presupuestos de la sociología de la época,
centrada en dar con las leyes que explicarían el funcionamiento de las so-
ciedades humanas y los ciclos históricos que regirían la realidad. En este
Introducción 11

sentido, el objetivo del trabajo desarrollado por el sociólogo francés era


hacer la guerra aprehensible desde el punto de vista científico para antici-
parse a ella y aportar respuestas, siempre con la idea de contener sus efectos
negativos sobre las sociedades humanas. Sin embargo, la obra e intereses
del francés no dejaron de evolucionar y ampliarse hasta plantear una visión
de los enfrentamientos armados caracterizada por la confluencia de multi-
tud de causas e impulsos estructurales (lógicas demográficas, económicas,
geográficas, históricas o psicológicas), coyunturales (colisión de intereses
entre élites, Estados y sociedades) y accidentales (asesinatos, violaciones
fronterizas). Finalmente, estas tesis se dieron a conocer en su Traité de
polémologie de 1970, una revisión y ampliación de su obra de 1951. Di-
cho estudio entendía los conflictos bélicos de la contemporaneidad como
fenómenos radicalmente modernos que tenían mucho que ver en primera
instancia con la necesidad de poner fin a desequilibrios de tipo demográfi-
co (excedente demográfico) y social (paro, depauperación, conflictividad,
etc.) propios del sistema capitalista, que a su vez tendrían consecuencias en
el ámbito de las percepciones y lo emocional.3 En este sentido, el cambio
radical que comportó el enfoque de Bouthoul en lo que a la comprensión
de los fenómenos bélicos se refiere queda muy claro cuando critica que,
siendo las menos importantes, eran precisamente las causas accidentales las
que habían primado sobre aquellas de tipo estructural, para el sociólogo
francés las más importantes a la hora de explicar las guerras.4

3 Según el propio Bouthoul, esos desequilibrios favorecen «la aparición de unas ideas
preferentes a otras. Impulsan al desorden y a la intransigencia, obnubilan el sentido crítico
y el instinto de conservación”. Cit. en Francisco Javier Franco Suanzes, «Gaston Bouthoul.
La guerra como función social», Cuadernos de Estrategia, n.º 111, 2000, p. 73.
4 Esto no debe extrañarnos, menos si pensamos que en la época del ascenso de las
masas y el nacimiento de la opinión pública estos eran los pretextos para hacer la guerra
promovidos por activa y por pasiva desde las maquinarias propagandísticas de los Estados
y para-Estados, que además eran vendidos como afrentas contra el conjunto de la comu-
nidad a la que iban dirigidos los discursos legitimatorios. Buena prueba de su éxito es la
persistencia o el influjo que todavía tendrían sobre el imaginario colectivo los asesinatos
como el del archiduque Francisco Fernando o el del político español Calvo Sotelo como
detonantes de la Gran Guerra o la guerra civil española. Efectivamente, se trata de figuras de
relieve en su época y contexto, pero este tipo de análisis simplista y anecdótico no deja
de abonar, casualmente, visiones heroicas de la guerra, es decir, que defienden o justifican
una respuesta contundente e irreversible en respuesta a una situación tenida por «insoste-
nible» que alcanzaría el paroxismo con el asesinato de uno de los «nuestros» a manos de
los «otros».
12 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

Así pues, la esencia que caracteriza a esta subdisciplina ha ido sur-


giendo fruto también de la apertura de la historia militar tradicional a
tendencias historiográficas de tipo social y cultural, pero sobre todo del
interés por la guerra de expertos procedentes de diversos campos, po-
niendo de manifiesto la efectividad de sus instrumentos de trabajo en el
análisis de esta.5 Efectivamente, antropólogos, sociólogos, economistas,
científicos, políticos o filósofos han situado la guerra en el centro de sus
trabajos por su importancia clave en el devenir de las sociedades, contri-
buyendo a un diálogo extremadamente fluido y fructífero entre latitudes,
escuelas y tradiciones intelectuales de lo más diverso. La fundación del
Departamento de Estudios de la Guerra del King’s College London en
1962, con diversos precedentes a sus espaldas y el impulso decisivo del
historiador y veterano de la Segunda Guerra Mundial Michael Howard,
fue una muestra muy clara de este espíritu dinámico, multidisciplinar y
abierto. No obstante, eso que algunos siguen llamando historia militar
—aunque ahora con el apelativo de «nueva»— y otros denominamos
estudios de la guerra, marginada durante décadas por los círculos acadé-
micos como algo anticuado, aún tenía mucho camino por recorrer antes
de alcanzar cierto grado de respetabilidad en el seno de la comunidad
investigadora.
En última instancia, la aparición de nuevos estudiosos y la entrada
en escena de factores ignorados durante largo tiempo fue el resultado de
la tremenda complejidad del objeto de estudio. No menos importante
ha resultado el protagonismo cada vez mayor de una «cultura de la paz»
en las sociedades occidentales o la exportación de la guerra lejos de ellas,
haciendo de esta un hecho que tiene que ver con regresiones atávicas y

5 Un recorrido muy interesante en la evolución de la historia militar y los estudios


de la guerra en Thomas Kühne y Benjamin Ziemann, «La renovación de la historia mili-
tar. Coyunturas, interpretaciones, conceptos», SEMATA. Ciencias Sociales y Humanida-
des, n.º 19, 2007 [2000], pp. 307-347. Merece la pena acercarse al conjunto de la obra
colectiva de donde procede la traducción anterior, que aborda casos de estudio y aspectos
muy variados e interesantes como el papel de la historia política, económica o social en la
renovación de los estudios de la guerra, así como las relaciones entre lo militar y el desarro-
llo técnico. Véase Thomas Kühne y Benjamin Ziemann (eds.), Was ist Militärgeschichte?,
Paderborn, Ferdinand Schöningh, 2000.
Introducción 13

que pasa a considerarse síntoma de atraso político-cultural.6 A la hora de


entender las luchas armadas han tenido y tienen gran importancia la con-
descendencia, los tópicos y los prejuicios, sobre todo para una parte im-
portante del imaginario popular y los medios de comunicación, liderados
por determinados creadores de opinión. En nuestras sociedades actuales, la
guerra y el terrorismo son objeto de extrañeza y fascinación, hasta el pun-
to de ser contemplados con la misma autocomplacencia y supremacismo
cultural con que eran vistos y representados en las metrópolis los pobla-
dores originales de las colonias en la época del imperialismo.7 Basta con
encender la televisión y ver la frivolidad con que son abordados el llamado
terrorismo islámico o las actuales luchas en la zona de Oriente Próximo
y Asia Central, fenómenos que por sí mismos merecen mucha más aten-
ción e inteligencia de la que se suele poner en liza a la hora de analizarlos
y acercarlos al gran público. También ha sido decisivo el estallido de un

6 Se trata de una tendencia muy propia de nuestra cultura, que desde su cima
tiende a jerarquizar todo lo que ocurre en el mundo que nos rodea. La reconocida ope-
ra prima de Danis Tanovic´, Ničija zemlja [En tierra de nadie] (2001), ambientada en los
enfrentamientos de la guerra de Bosnia entre serbobosnios y bosnios musulmanes, recogía
esa paradoja que se da cuando los protagonistas de un conflicto armado pueden llegar a
ver otros enfrentamientos armados o episodios de violencia con extrañeza o con condes-
cendencia. Así ocurre cuando en la trinchera del bando bosnio musulmán uno de los
combatientes, que está leyendo la prensa, exclama «Joder… la que se ha liado en Ruanda».
Sobre estas cuestiones ha escrito Jonathan E. Gumz, «Wehrmacht Perceptions of Mass
Violence in Croatia, 1941-1942», The Historical Journal, n.º 4, 2001, pp. 1015-1038. Este
muestra cómo los alemanes verían su modelo de guerra contrainsurgente como algo fun-
dado en un método científico basado en su limpieza y eficiencia, al tiempo que serían
capaces de despreciar y percibir de forma totalmente diferente las prácticas similares de
sus aliados croatas.
7 Aunque no podemos detenernos en esta cuestión tan interesante, las formas de
explicar la guerra y la violencia (o la conflictividad político-social) en las sociedades occi-
dentales, así como también el papel que juegan los medios de comunicación en todo ello,
forman parte de un proceso mucho más complejo y sutil. Entre otras muchas cosas, los
discursos hegemónicos contribuyen decisivamente a ocultar la desigualdad imperante en
dichas sociedades, desactivar el descontento que anida en ellas («otros lo pasan peor»)
mediante el descrédito de toda forma abierta de agresividad y vehemencia y, por último,
a generar un paternalismo indulgente («pobres gentes», «qué locos», basado en la ufanía
que nace de la conciencia de creerse parte de una cultura superior («vaya salvajes», «qué
incivilizados»). Evidentemente, con esto no pretendemos afirmar que la guerra y la violen-
cia sean algo positivo, sino evidenciar las visiones ridículas y simplistas dominantes en
nuestra comprensión de dichos fenómenos, así como también los intereses que existen
detrás de estas.
14 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

número cada vez mayor de conflictos «secundarios» y de tipo no conven-


cional, como los que mencionábamos ahora, algo que ha ido aparejado
a su disparidad y aparente enmarañamiento.8 Todo ello ha hecho y sigue
haciendo que cada vez más investigadores e investigadoras se interesen por
las múltiples ramificaciones y dimensiones de la guerra y la violencia de
masas, conscientes por su conocimiento de la naturaleza humana y los
procesos sociales en otros casos de estudio de que no hay respuesta sencilla
que valga.
Más allá del análisis de obras o autores concretos, lo que más nos inte-
resa destacar aquí es que los estudios de la guerra nacieron del sufrimiento,
las ruinas y cadáveres causados por la Segunda Guerra Mundial, y que
se desarrollaron al calor de la amenaza de un posible holocausto nuclear
durante las sucesivas crisis de la Guerra Fría. No resulta nada extraño que
se antojara esencial para los contemporáneos tratar de comprender cómo
podía llegarse a un escenario de este tipo y, por tanto, cómo podía evitarse
un apocalipsis irreversible. Esa es la razón por la cual este nuevo modo de
entender la guerra se situó desde el primer momento muy lejos de los pre-
supuestos y objetivos de una historia militar tradicional, que por lo gene-
ral tenía otros propósitos: comprender, analizar y mejorar las operaciones
militares del pasado de cara a obtener una ventaja en futuros conflictos;
educar a la sociedad en unos determinados valores de sacrificio y virilidad
identificados con el ideal de héroe y ciudadano; y, en definitiva, legitimar

8 Quizás, en esta percepción tienen mucho más peso cierta barrera cultural y, desde
luego, el total desconocimiento de los escenarios en que tienen lugar los conflictos actua-
les, que nos llegan sesgados a través de la televisión, los tabloides, los periódicos, los blogs
y los foros en la red. A pesar de que en el siglo xx han aparecido formas de hacer la guerra
relativamente nuevas, como la guerrilla y el terrorismo, resulta muy importante la simpli-
ficación interesada que se ha llevado a cabo de las guerras y las violencias acontecidas en
el mundo occidental, muy presentes como mínimo hasta mediados de la centuria pasada.
Esto es así hasta el punto de que se ha construido una suerte de tipo ideal de enfrenta-
miento armado entre potencias que suele ignorar de forma sistemática las múltiples pro-
blemáticas e intereses que confluyen en cualquier conflicto. Con ello queremos decir que
cualquier guerra se torna compleja cuando se rasca un poco en la superficie y se amplía el
zoom. Sobre el problema de la esterilización e incluso glorificación de los conflictos, en
este caso la Gran Guerra, a través de la musealización y las políticas conmemorativas y los
problemas asociados a ello véase Andrew Whitmarsh, «We Will Remember Them»:
Memory and Commemoration in War Museums», Journal of Conservation and Museum
Studies, n.º 7, pp. 11-15.
Introducción 15

la guerra como algo noble y valioso por sí mismo.9 Tal y como proponía
el mismo Bouthoul, prever y detener los conflictos bélicos pasaba necesa-
riamente por desmitificar o desacralizar la guerra, que había sido sistemá-
ticamente idealizada por esa vieja historia militar, a la par que promovida
por buena parte de las instituciones del Estado durante muchas décadas.
Por eso mismo, carecía de interés y utilidad seguir negando la complejidad
de un fenómeno histórico como la guerra priorizando unas causas sobre
otras, excluyendo factores que podrían contribuir a una mejor compresión
de esta o basando nuestro conocimiento de esta en mitos y leyendas. Era
necesario dar con la verdadera realidad de los conflictos, desentrañar su
tuétano y atender todos los escenarios, conexiones, factores, dimensiones
y actores que tomaran parte y fueran determinantes en su desarrollo.10
Por esta vía se llegó al planteamiento de los análisis multicausales de los
fenómenos bélicos y los escenarios poliédricos en que estos se desarrollan,
fundando toda una tradición muy centrada en lo social y lo económico de
la que se siguen nutriendo en la actualidad los estudios de la guerra, y de la
cual surgieron también los estudios de la violencia.
En cualquier caso, este ámbito de estudio no ha apuntado únicamente
en una sola dirección, caracterizándose por su extrema diversidad y permea-
bilidad desde el primer momento. Precisamente, los estudios de la guerra
han seguido muy enfocados en cuestiones más relacionadas con el análisis
del presente, la seguridad nacional interna, los equilibrios internacionales
y los conflictos del momento, muy en línea con las preocupaciones que
motivaron su aparición recién acabada la Segunda Guerra Mundial. No
obstante, un número cada vez mayor de investigadores e investigadoras se
ha centrado de forma específica en el estudio de los conflictos y la impor-

9 No es casual que este tipo de historia siga contando con toda una cohorte de se-
guidores formados en regímenes y sistemas educativos que glorificaban la guerra o gene-
raciones más jóvenes faltas de estímulos o empresas colectivas sugerentes, hasta el punto
que goza de buena salud, dados los intereses que existen detrás de su promoción y la
atracción morbosa que ejercen estos fenómenos.
10 Jerónimo Molina, «Gaston Bouthoul. En conmemoración de un pionero de la
polemología», Reis, vol. 119, n.º 7, 2014, pp. 117-128 y, sobre todo, Francisco Javier
Franco Suanzes, «Gaston Bouthoul. La guerra como función social», cit., pp. 57-91.
Existen ediciones descatalogadas en castellano de algunas de las obras fundamentales
de Bouthoul.
16 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

tancia de las cuestiones militares en un pasado más distante y, en definitiva,


sin buscar una aplicación práctica explícita en el presente. El alcance y los
propósitos de esta última línea, que es la que inspira esta obra colectiva y
la que buscamos promover y asentar en el mundo hispanohablante, fueron
bien definidos por Gary Sheffield. En síntesis, los estudios de la guerra
combinarían temas propios de lo que podíamos llamar historia militar tra-
dicional, «como el mando; las batallas; la estrategia; pero también cuestio-
nes como la organización de las fuerzas armadas; los «frentes domésticos»;
el impacto de la guerra en la política y la sociedad; la literatura de la guerra;
la ley y la ética», junto a muchos otros.11 Por tanto, esta corriente plantea
un modo de analizar y comprender los conflictos armados que apuesta
por subrayar la complejidad inherente a estos, destacando sus múltiples
implicaciones y su carácter fundamental para entender a las sociedades que
toman parte en ellos. En definitiva, la mejor contribución que podemos
hacer como estudiosos de la guerra es mostrar que los conflictos actuales
mantienen muchos de los patrones sociales y políticos presentes en los
del pasado, y por tanto debemos exigirnos una amplitud de miras y una
profundidad inquisitiva similares a la hora de entender tanto los escenarios
bélicos de hoy como los que estén por venir.
En este sentido, es necesario comenzar con una crítica que ponga en
evidencia lo poco desarrollados y considerados que han estado hasta ahora
los estudios de la guerra en España, ello a pesar del interés manifiesto de un
público potencial y real que excede con mucho el ámbito académico y de
un pasado tan rico en experiencias bélicas. Esta carencia se acentúa cuan-
do observamos que cuentan con una larga tradición a sus espaldas en los
países anglosajones, así como también en Francia, Alemania o Italia. No
por nada, casi todos estos países cuentan con numerosos departamentos
y centros de estudios específicos dedicados a los estudios de la guerra, tan
activos como innovadores y bien financiados; cátedras y masters; revistas
científicas especializadas; secciones editoriales propias con líneas metodo-
lógicas bien desarrolladas, tanto en casas de corte académico como en otras
de carácter más divulgativo; congresos y seminarios internacionales de tipo
periódico; proyección pública en medios de comunicación y publicaciones

11 Gary Sheffield, War Studies Reader: from the Seventeenth Century to the Present
Day and Beyond, Londres, Bloomsbury, 2010, p. 2.
Introducción 17

de ámbito cultural; implicación en el asesoramiento de agencias estatales


e instituciones turísticas y culturales, muy especialmente en temas de me-
moria y musealización; etc.12
La diferencia con el caso de España es plausible y puede llegar a re-
sultar incluso desalentadora, por mucho que a día de hoy existan algu-
nas iniciativas interesantes en marcha. Desde nuestra experiencia como
investigadores, divulgadores y editores observamos varios problemas que
impiden un mayor y mejor desarrollo o continuidad de los estudios de
la guerra en nuestra historiografía: el carácter extremadamente descripti-
vo e insustancial de cierta historiografía militar que fía su relato única y
exclusiva­mente a la documentación objeto de estudio; consecuencia directa
de esto último, la ausencia manifiesta de interpretación, de instrumentos de
análisis claros y el escaso interés de muchos investigadores e investigado-
ras por el debate; el planteamiento constante de estudios extremadamente
parcelarios y encerrados en sí mismos, ignorantes de los contextos mucho
más amplios en que se enmarcan los casos investigados (o directamente
incapaces de conectar con la decisiva dimensión nacional, internacional y
transnacional del objeto de análisis); el excesivo protagonismo de las inves-
tigaciones basadas en parámetros culturales, olvidando dimensiones tanto
o más importantes del pasado y de fenómenos tan complejos como la gue-
rra y la violencia; y, finalmente, el escaso conocimiento que hay en torno
a la existencia de una subdisciplina específica y bien consolidada a nivel
internacional que se dedica a los estudios de la guerra, ello a pesar de que
hace tiempo que se están realizando trabajos interesantes en España que, a
veces sin saberlo o ponerlo de manifiesto, se enmarcan de uno u otro modo
en dicha línea interpretativa.
Este último punto nos parece especialmente importante, porque el
impulso decidido de cualquier corriente solo es posible a través de la ads-
cripción consciente de un número relevante de investigadores e investiga-

12 Los ejemplos son innumerables, pudiendo destacar el Departament of War


Studies del King’s College London o el Centre for War Studies de la Universidad de
Birmingham. Entre las revistas destacaríamos War in History o la Journal of War & Culture
Studies, amén de muchas otras que publican asiduamente temas y casos de estudio
enmarcados en los estudios de la guerra como la Journal of Genocide Research o Holocaust
and Genocide Studies entre muchas otras.
18 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

doras a sus preocupaciones, principios y métodos. A partir de ahí aparece


el escenario donde es posible generar las redes académicas, los espacios y
las sinergias necesarias para debatir, generar nuevos instrumentos de tra-
bajo, progresar y promover ese modo particular de acercarse a los pasados
bélicos. Evidentemente, existen más que notables excepciones que esca-
pan de estas problemáticas, y cada vez son más numerosas en países his-
panohablantes como España o Argentina. Aspiramos a revertir esta situa-
ción porque entendemos que por sus múltiples ramificaciones e intereses
los estudios de la guerra son una palanca esencial para promover una agenda
historiográfica innovadora y dinámica, capaz al mismo tiempo de redescu-
brir el pasado a través de los planteamientos e instrumentos de análisis que
propone; de recuperar y reivindicar desde nuevas perspectivas tradiciones
historiográficas como la historia social y política; y, en definitiva, de atraer
financiación y talento por la importancia del objeto de estudio, proponer
casos de estudio atractivos para nuevos investigadores e investigadoras y
alcanzar visiones mucho más integradoras del pasado.
Pero ocurre que, quizás, muchas veces no estamos sabiendo enfocar
nuestros trabajos del modo adecuado, ni seguramente tampoco plasmar-
los de forma atractiva para el conjunto de nuestros colegas y de la so-
ciedad interesada por estos temas. Si esto fuera así, y todo apunta a que
sí —dejando a un lado las grandes dificultades que enfrentamos como
historiadores—, debería ser una prioridad central para nosotros resolver
este problema. Al mismo tiempo, los estudios sobre la guerra no solo son
extremadamente desconocidos como tal, por no hablar ya de su tremendo
alcance y potencial, sino que además han tendido a ser marginados y des-
preciados por una parte importante de la historiografía, que juzga los aná-
lisis que tienen lo bélico o lo militar en el centro de sus relatos con la vieja
y desacreditada historia militar como única referencia. Por eso merece la
pena insistir en la necesidad e importancia de estos estudios tal y como se
vienen realizando en Europa desde hace al menos cuarenta años: por su
capacidad para plantear preguntas, pero también para obtener respuestas,
y no menos por sus enormes posibilidades a la hora de plantear relatos
mucho más complejos, inclusivos y, si se quiere, reales de los conflictos
armados y la violencia de masas, que no dejan de ser al mismo tiempo
realidades omnipresentes y determinantes de cualquier tiempo y lugar de
la historia.
Introducción 19

La definitiva consolidación de los estudios de la guerra en el ámbito


internacional tuvo lugar al calor del final de la Guerra Fría y los múltiples
conflictos «menores» que salpicaron el globo durante los años 90, con las
guerras de los Balcanes en un lugar preferente por el impacto que cau-
só su cercanía a los países de la Unión Europea. Más recientemente, las
intervenciones armadas de potencias militares (por lo general occidentales)
en distintos lugares del globo, como Afganistán, Iraq, Mali, Ucrania o Siria;
la amenaza del terrorismo islámico y los intentos por combatirlo; o la llegada
de una enorme masa de refugiados que huyen aterrorizados de la miseria
y de la guerra en Oriente Próximo y Oriente Medio han propiciado un
interés creciente por los estudios de la guerra y la violencia de masas, ya
sea central o tangencialmente. Hasta tal punto es así que cada vez resulta
más difícil hacer historia al margen de lo militar, lo bélico y lo violento,
dimensiones con una presencia a veces vaga pero casi continuada en la
existencia de las sociedades contemporáneas. Aquí han tenido mucho que
ver las sucesivas conmemoraciones de los conflictos bélicos «mayores» en
Europa, que siempre son una buena excusa para revisitar acontecimientos
de gran calado desde nuevas perspectivas, impulsar investigaciones y co-
nectar con un mayor interés público. Así ocurrió con el quincuagésimo
aniversario de la Segunda Guerra Mundial durante los 90 o, actualmente,
con el centenario de la Gran Guerra, que ha dado lugar a un sinfín de
ambiciosas iniciativas desde el ámbito de la investigación o la divulgación
al de la musealización, acompañadas por la publicación de trabajos cada
vez más sugerentes, completos y accesibles. En el caso de España o Lati-
noamérica, y para lo que se refiere al siglo xix, tuvo un efecto similar el
bicentenario de las llamadas guerras de la independencia. Es de suponer
que el octogésimo aniversario de la guerra civil española y su posguerra
contribuirá a poner sobre la palestra nuevos intereses e investigaciones re-
lacionados con las formas de entender los conflictos armados que están en
boga a nivel internacional.13A buen seguro, el hecho de contar con mejores
instrumentos de análisis y espacios de expresión propios redundará en una
mayor presencia de los estudios de la guerra en España.

13 Recientemente, expresaba sus deseos y expectativas en esta misma línea Fernando


Puell de la Villa, «Nuevos enfoques y aportaciones al estudio de la historia militar de la
Guerra Civil», en Studia Storica. Historia Militar, n.º 32, 2014, pp. 95-110.
20 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

Los ciclos bélicos largos:


un análisis transnacional de la guerra total
Hace ya muchos años que vienen cuestionándose los marcos crono-
lógicos dominantes en las visiones convencionales de las guerras del siglo
xx, los cuales se han mostrado claramente insuficientes para comprender las
complejas dinámicas, continuidades y rupturas que generan los conflictos
armados. En este sentido, fue decisivo el pionero trabajo de síntesis de Aviel
Roshwald, que abordaba toda la extensa franja territorial que se extiende
desde el Golfo de Finlandia hasta Oriente Próximo como un inmenso es-
pacio de conflicto multidireccional fruto de la desintegración de los grandes
imperios continentales.14 Desde entonces, son muchos los que han abordado
la larga posguerra europea como un periodo que poco tendría de posbélico
salvo por el cese de las hostilidades de tipo convencional entre la Entente y
las potencias centrales. La realidad es que apenas mediada la Gran Guerra ya
comenzaban a perfilarse las tensiones y los factores que, aun cuando no lo su-
pieran los contemporáneos, iban a acabar dando lugar a los graves conflictos
territoriales, étnicos, políticos e internacionales del periodo subsiguiente. Las
investigaciones impulsadas desde el Center for War Studies del University
College y el Trinity College de Dublín nos han permitido ver con claridad
hasta qué punto resulta difícil hablar de un fin real de las hostilidades en
1918, al mismo tiempo que han puesto de manifiesto que existen muchos
más puentes entre ambos periodos de lo que muchas veces hemos querido
ver.15 También han contribuido a ello los trabajos de Jonathan Smele sobre
las guerras civiles rusas, de los cuales tenemos una buena muestra en este
libro colectivo.16

14 Aviel Roshwald, Ethnic Nationalism and the Fall of the Empires: Central Europe,
Russia, and the Middle East, 1914-1923, Nueva York, Routledge, 2001.
15 Robert Gerwarth y John Horne (eds.), War in Peace: Paramilitary Violence in
Europe After the Great War, Nueva York, Oxford University Press, 2012. En la misma
línea Annemarie H. Sammartino, The Impossible Border: Germany and the East, 1914-
1922, Ithaca, Cornell University Press, 2010.
16 Jonathan Smele, The, Russian, Civil Wars, 1917-1926: Ten Years That Shook the
World, Nueva York, Oxford University Press 2016. Para el caso de la Segunda Guerra
Mundial y su posguerra véase la obra colectiva de Bernd-A. Rusinek (ed.), Kriegsende
1945. Verbrechen, Katastrophen, Befreiungen in nationaler und internationaler Perspektive,
Gotinga, Wallstein, 2004. También para el espacio de Europa oriental y el periodo de
Introducción 21

Estas investigaciones deben ser un estímulo para reconsiderar to-


dos los conflictos de la contemporaneidad a través de este mismo enfo-
que. Todo esto pasa por analizarlos de forma mucho más interconecta-
da, compleja y amplia, pero también por atender a la porosidad entre
momentos supuestamente distintos (guerras y posguerras) y por pensar
más en ciclos bélicos largos que en conflictos más o menos breves con-
catenados entre dos hitos cronológicos. Aquí puede ser de gran ayuda
recuperar las visiones de largo alcance, que bien podría corresponderse
con lo que Fernand Braudel llamaba longue durée por la aceleración
de los procesos históricos asociada a la modernidad y, también, por
la capacidad de la guerra total para transformar las estructuras y las
identidades, perturbar los equilibrios socio-políticos y las percepciones.
Efectivamente, nos interesa la naturaleza variada de los conflictos béli-
cos modernos y las violencias que albergan bajo su paraguas, pero sobre
todo necesitamos conocer las múltiples conexiones entre enfrentamien-
tos armados contiguos o sucesivos, así como entre los repertorios de
violencia aplicados, pero también sus efectos y consecuencias a corto,
medio y largo plazo.17 Por ejemplo, impulsar los estudios en torno al
colonialismo, el imperialismo, la descolonización y el poscolonialismo
en marcos mucho más comparativos y transnacionales puede ser de
gran ayuda para acceder a visiones más complejas de la violencia y la
guerra total, ya que al fin y al cabo se trata de fenómenos y momentos
que en muchos casos van desde los albores de la contemporaneidad

redefinición e inestabilidad bélica abierto por la Gran Guerra, Nick Baron y Peter Gatrell
(eds.), Homelands: War, Population and Statehood in Eastern Europe and Russia, 1918-
1924, Londres, Anthem Press, 2004.
17 Un ejemplo paradigmático sería la particular guerra impulsada por los partisanos
soviéticos en la retaguardia del Ostheer durante la Segunda Guerra Mundial. Véase el es-
tudio clásico de Alexander Hill, The War Behind the Eastern Front: The Soviet Partisan
Movement in North-West Russia 1941-1944, Nueva York, Frank Cass, 2005. Hill fue uno
de los primeros en caracterizar la lucha de los guerrilleros contra las fuerzas de seguridad
alemanas y sus auxiliares (a veces también con el concurso de fuerzas regulares) como un
conflicto que enmarcaría varios enfrentamientos de diversa naturaleza e intensidad cam-
biante: contrainsurgencia, sabotaje, guerra de liberación y guerra civil. Más recientemen-
te, Leonid Rein, The Kings and the Pawns: Collaboration in Byelorussia during World War
II, Nueva York, Berghahn Books, 2011, que aborda precisamente la posición de la socie-
dad bielorrusa frente a la ocupación alemana y las acciones de los partisanos soviéticos.
22 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

hasta hoy.18 También puede ser útil analizar la construcción, evolución


y (en ciertas latitudes) desaparición de los ejércitos nacionales y sus cuerpos
de oficiales desde el siglo xix, algo que nos puede acercar a la naturaleza de
los Estados que los impulsan, a las cambiantes actitudes de las sociedades
frente a lo bélico y lo militar o, también, al tipo de cultura militar incul-
cada por dichas instituciones y los fines a los que serviría. De este modo,
podríamos analizar las diferentes formas de hacer la guerra, las variaciones
en las formas de representarla y justificarla, las maneras diversas en que
sería vista por diferentes sectores de la población, las experiencias de gue-
rra y su codificación por parte de los protagonistas, los encuentros y las
transferencias entre culturas, etc. A nuestro parecer, este debe ser el marco
interpretativo para la comprensión de la guerra total en toda su extensión
y complejidad y, como vamos a ver, los ejemplos pueden ser tan variados
como polémicos.
Aquí tendrían cabida perspectivas y casos de estudio enfocados desde
el punto de vista de un fenómeno concreto como el colonialismo, de una
institución determinada como la Legión Extranjera, de un Estado como
España, de un individuo como Philippe Pétain o un colectivo de personas,
de una comunidad o, también, tomando como escenario una cronología
o espacio territorial dados. Precisamente, la larga duración aplicada a con-
textos distintos serviría también como apoyo para una mejor comprensión
de los modos cambiantes y variados de hacer y entender la guerra, y a su
vez de eso que Gerlach llamó sociedades extremadamente violentas. Dicho
de otro modo, esta aproximación que tendría a la guerra como nexo de
unión y marco en la transmisión de experiencias, discursos y prácticas nos
daría una vía más pertinente para el estudio y conocimiento de los propios
conflictos y las políticas de la violencia, sobre todo en tanto que proce-
sos acumulativos dentro de sociedades capitalistas o en fase de desarrollo
donde confluirían múltiples causas, factores, verdugos, víctimas y modos

18 Véase por ejemplo la obra colectiva de Thoralf Klein y Frank Schumacher (eds.),
Kolonialkriege. Militärische Gewalt im Zeichen des Imperialismus, Hamburgo, Hamburger
Edition, 2006. Otro ejemplo muy interesante de esta manera de abordar los estudios de
la guerra es la colaboración entre expertos franceses y alemanes coordinada por Alain
Chatriot y Dieter Gosewinkel (eds.), Koloniale Politik und Praktiken Deutschlands und
Frankreichs 1880-1962, Stuttgart, Franz Steiner Verlag, 2010.
Introducción 23

de proceder.19 En este sentido podríamos referirnos al extenso ciclo bélico


del fascismo italiano, abierto en 1935 con la invasión de Etiopía y cerrado
con el final de la República de Saló y la derrota de Alemania diez años
después, guerra civil española y Segunda Guerra Mundial mediante.20 Pero
también podemos referirnos al caso español, abierto en 1936 por el golpe
de Estado en España, el cual tendría continuidad con las guerrillas y la
guerra contrainsurgente en determinados territorios del país ibérico hasta
entrada la década de los 50. Esto nos ayudará a resolver un déficit presente
en la investigación española, que es la escasez de estudios sobre la posgue-
rra y, sobre todo, conectados a las dinámicas de la guerra civil del 36-39,
que es donde tienen sentido. A su vez, ambos periodos se enmarcan den-
tro del ciclo bélico más amplio de entreguerras, que excedería con mucho
las coordenadas del espacio europeo, dada la existencia de diversos teatros

19 Merece la pena poner algunos ejemplos que permitan ilustrar este modelo de
hacer historia de la guerra tomando como referencia diferentes sujetos y escenarios. Por
un lado, tomando como escenario una ciudad de Europa oriental tenemos a John E. Fa-
hey, «Przemyśl, Galicia: A Garrison Town Before, During, Between and After War
(1873-1953)», Revista Universitaria de Historia Militar, vol. 5, n.º 9, 2016, pp. 212-229.
En este caso, el autor analiza los profundos cambios y transformaciones sufridos por la
comunidad de Przemyśl (hoy Polonia) al calor de la guerra total, la ocupación y las nece-
sidad militares de las diferentes potencias y Estados que la tuvieron en su poder durante
el periodo abordado. Esto sirve como pretexto para analizar los cambios en el modo de
hacer la guerra, los discursos sobre la violencia y las dramáticas variaciones en las relacio-
nes y equilibrios intercomunitarios. Otro ejemplo interesante, en este caso tomando
como objeto de estudio y escenario a la Legión Extranjera y el colonialismo franceses, lo
encontramos en Christian Koller, Die Fremdenlegion. Kolonialismus, Söldnertum, Gewalt,
1831-1962, Paderborn, Ferdinand Schöningh, 2013. Este trabajo, lejos de ser una historia
militar al uso, se enmarca en los estudios socio-culturales de la guerra para aportarnos
una visión de largo alcance sobre la vida interna y las variadas mentalidades de los com-
batientes dentro de una institución transnacional implicada en los episodios clave del
expansionismo y los conflictos coloniales franceses, pero también en las grandes guerras
europeas. Finalmente, otro buen ejemplo es la ambiciosa y sugerente obra de Niklaus
Meier, Warum Krieg? Die Sinndeutung des Krieges in der deutschen Militärelite, 1871-1945,
Paderborn, Ferdinand Schöningh, 2012, que toma como caso de estudio la cultura mili-
tar alemana desde la guerra franco-prusiana hasta la capitulación alemana en la Segunda
Guerra Mundial. Concretamente, el autor analiza las diversas interpretaciones, funda-
mentos y motivaciones para explicar y dar sentido a la guerra, constatando sorprendentes
continuidades a lo largo de todo el periodo a pesar de los cambios.
20 Javier Rodrigo, La guerra fascista. Italia en la guerra civil española, 1936-1939,
Madrid, Alianza, 2016. Algunas propuestas interpretativas amplían más atrás en el tiempo
el ciclo bélico italiano, recientemente por ejemplo la sugerente propuesta de Simone Neri
Serneri (ed.), 1914-1945. L’Italia nella guerra europea dei trent’anni, Roma, Viella, 2016.
24 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

con sus propias particularidades. Así, por ejemplo, cabe recordar escenarios
como el de Asia oriental, el interior de Latinoamérica durante la guerra
del Chaco (1932-1935) o la lucha de los europeos por imponerse en sus
nuevos protectorados coloniales como Marruecos o Siria en los años 20 y
30. Aunque no hayamos dado cuenta de ello en los contenidos de esta obra
no podíamos dejar de señalarlo.
Son muchos los investigadores que han señalado la necesidad de ob-
servar el periodo que va de principios de los años 10 a finales de los 40 del
siglo xx como partes de un todo bien interconectado, que es precisamente
la propuesta que traemos aquí. A pesar de los problemas que se han de-
tectado en muchos de estos análisis e interpretaciones, que han apuntado
sobre todo al peligro de construir teleologías y simplificaciones sobre el pa-
sado violento del siglo pasado, debemos seguir insistiendo en el sentido y
la necesidad de este tipo de propuestas.21 Lo que proponemos con esta idea
de los ciclos bélicos largos es precisamente un instrumento para compren-
der el pasado violento de las sociedades contemporáneas de la forma más
abierta y descentralizada posible y, por tanto, atendiendo a las múltiples
conexiones que dan forma a dicho pasado. Precisamente, este punto de
vista, en combinación con los principios de los estudios de la guerra, nos
permite reivindicar la complejidad como condición sine qua non para el
estudio y la comprensión de la guerra total durante la contemporaneidad.
Además, nos obliga a enmarcar nuestros trabajos en marcos de estudio
mucho más omnicomprensivos y acordes con la realidad del momento y
los fenómenos objeto de estudio, que se vivieron a través de la dimensión
local, regional y nacional, claro está, pero que a ojos de muchos contem-
poráneos tenían un claro alcance internacional. Y por si esto fuera poco
nos ofrece un escenario inmejorable para desarrollar análisis comparados y
transnacionales, que son la clave para seguir avanzando en nuestro conoci-
miento de los pasados de violencia de masas y guerra total. Ante la tenden-
cia cada vez mayor a parcelar los análisis historiográficos, los estudios de la

21 Se ha criticado mucho la propuesta analítica de Enzo Traverso, A sangre y fuego. De


la guerra civil europea (1914-1945), Valencia, Publicacions de la Universitat de València,
2009, porque de algún modo parece trazar un camino perfecto e inevitable desde la Gran
Guerra hasta Auschwitz; no obstante, el marco interpretativo amplio que nos propone es
extremadamente útil para comprender el periodo de forma comparada y transnacional.
Introducción 25

guerra proponen una superación del bloqueo que puedan llegar a generar
las disputas entre diferentes escuelas o paradigmas, abogando por una for-
ma integral de acercarse al pasado donde lo cultural no excluya a lo social,
lo político a lo económico, o lo coyuntural a lo estructural (o a la inversa).
En esta misma línea apunta la idea de los ciclos bélicos largos, que lejos
de proponer un único camino posible o establecer inevitabilidades abre la
puerta al planteamiento de vías muy diversas, al tiempo que propone un
sinfín de posibilidades de trabajo y casos de estudio sumamente atractivos.
Frente a la simplificación de los relatos y la primacía del positivismo en
unos casos y el método en otros, abogamos por las respuestas complejas y
multifactoriales capaces de integrar voces y factores diversos.
Yendo más lejos en el tiempo, un ejemplo que ilustra a la perfección
lo que señalamos sería el largo arco temporal de guerras entrelazadas
entre sí que asolaron los territorios de la antigua Indochina en el sudeste
asiático, desde la invasión japonesa en 1941 hasta la derrota y destruc-
ción de la Kampuchea Democrática de Pol Pot a manos de las fuerzas
militares vietnamitas a principios de 1979. Cuarenta años de guerras
casi ininterrumpidas, con diferentes focos territoriales, actores, momen-
tos, intensidades y conflictos de muy diversa naturaleza, entre ellas las
iniciativas puestas en marcha por los franceses para intentar recobrar el
control sobre la colonia hasta su definitiva debacle en 1954; la guerra
de guerrillas desde 1955 y, finalmente, la guerra civil que estalló en el
Vietnam meridional en 1959 fruto de la impopular dictadura del general
Ngo Dinh Diem y la influencia e intervención del Vietnam comunista
tras la frustrada reunificación del país. Una guerra civil que se volvería
más cruenta si cabe, al tiempo que se complejizaría y extendería en el
tiempo durante la desastrosa intervención estadounidense entre 1964 y
1973 —ya implicado a fondo en cuestiones de inteligencia y diplomá-
ticas desde hacía tiempo—, acabando definitivamente en 1976 con el
desmoronamiento definitivo de las fuerzas del Vietnam meridional. Por
el camino, también Laos y Camboya se vieron afectadas por las opera-
ciones de guerra en la región y los intentos de los estadounidenses y sus
aliados survietnamitas por estrangular al Vietnam comunista y acabar
así con el conflicto. Estas maniobras comportaron una desestabilización
irreversible en el territorio de un Estado prooccidental como Camboya,
que ya de por sí se encontraba sometido a un alto grado de tensión por la
26 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

capacidad de los comunistas camboyanos o jemeres rojos para organizar


y canalizar el descontento social imperante en determinadas zonas del país
contra el Gobierno en forma de guerrillas ya desde el año 1967-68, todo
ello en medio de graves tensiones étnicas instrumentalizadas de forma
consciente por parte de las autoridades. En este sentido, la invasión del
país no hizo sino crear el marco propiciatorio para el estallido de una
guerra civil a gran escala desde 1970, la cual acabaría con la toma del
poder por parte de los jemeres rojos en 1975 y su sangrienta dictadura
de casi cuatro años.
Un escenario muy parecido se observa en el caso de Afganistán y
las regiones adyacentes a este país, si bien, claro está, con sus propios
tempos y particularidades. En definitiva, una compleja guerra civil que
dura desde 1978 hasta la actualidad y que ha conocido tres invasiones
con sendas ocupaciones, primero por parte del Ejército Rojo, después
por parte de Pakistán, Irán y Uzbekistán en diferentes momentos, y más
tarde por parte del ejército estadounidense y las fuerzas de ocupación
con mandato de las Naciones Unidas. Observar los conflictos modernos
en su verdadera extensión temporal nos da la verdadera naturaleza y di-
mensión de la guerra total, que sin duda alguna no acabó con la Segunda
Guerra Mundial, sino que mutó o varió en función de los sujetos implica-
dos en cada momento, sus intereses y los recursos a su alcance, sobre todo
en un tiempo en que los modos de hacer la guerra han evolucionado a
gran velocidad y donde el progreso de la tecnología y la ciencia aplicada
a la industria bélica y a la inteligencia militar parece incesante. Solo así
podemos ver la auténtica amplitud, la complejidad y las terribles conse-
cuencias de guerras más actuales y, en apariencia, más inocuas que con-
flictos precedentes como las guerras mundiales, al tiempo que podemos
compararlas con estas observando sus múltiples implicaciones, ramifica-
ciones, rupturas y continuidades. Vemos pues que algo que caracteriza
a la guerra total es la multitud de proyectos políticos y enfrentamientos
de tipo nacional, internacional, étnico, religioso, social, laboral, econó-
mico o político que pueden llegar a solaparse en ella, intensificando así
los enfrentamientos. Por tanto, nuestra apuesta pasa por ver las guerras
regionales o civiles en el marco de ciclos bélicos más amplios y conflictos
internacionales, pero también a la inversa, porque es en la sinergia entre
diversos escenarios y en las conexiones transnacionales donde podemos
Introducción 27

entender la multiplicidad de factores que alimentan y dan forma a las


guerras y a la violencia de masas en la contemporaneidad.22
Hay otras cuestiones que a menudo han quedado al margen de las
preocupaciones historiográficas mayoritarias, y entre ellas se encuentran
los intereses de las diferentes industrias bélicas, estatales o de iniciativa
privada, la necesidad de colocar exceso de stocks, maximizar beneficios,
promover la investigación en el ámbito de la tecnología y la ciencia militar.
Se trata de una cuestión que tiene una gran incidencia en el marco del
capitalismo y en conflictos tan dependientes ya del armamento moderno,
algo que no ocurre de forma tan acusada hasta al menos mediados del
siglo xix. ¿Qué intereses operan aquí?, ¿qué conexiones existen entre las
sociedades, la iniciativa privada y los Estados?, ¿quién y cómo se beneficia?,
¿cuáles son los circuitos comerciales y diplomáticos que mueven la mortí-
fera mercancía a nivel internacional?, ¿qué clase de códigos operan en este
comercio? Y aquí no solo debemos referirnos al comercio de armas ilegal
que nutre conflictos de diversa intensidad en el Tercer Mundo, sino tam-
bién a la importancia del mercado armamentístico legal en sociedades que
no se encuentran en estado de guerra, como pueda ser la estadounidense.
Lo señalaba de forma muy pertinente Christian Gerlach al afirmar que
el hecho de que «muchos ciudadanos de los Estados Unidos de América
todavía consideren la Segunda Enmienda de su Constitución, el derecho
a portar armas, como un derecho civil básico» es la mejor muestra de «la
conexión entre la violencia y la participación política» y, al mismo tiempo,
pone de manifiesto los «efectos colaterales de largo alcance de las fases de
violencia extrema sobre una sociedad».23
En este punto, volviendo al argumento de la guerra y la violencia de
masas dentro de los largos ciclos bélicos, el caso de las Trece Colonias y los
Estados Unidos durante los siglos xviii y xix es ciertamente paradigmáti-
co. Los territorios norteamericanos se convirtieron en un enorme teatro

22 A este respecto véase Mark Mazower, «Violencia y Estado en el siglo xx», Historia
Social, n.º 51, 2005, pp. 157-160. También Christian Gerlach, «Extremely Violent
Societies: Mass Violence in the Twentieth-Century World», Journal of Genocide Research,
vol. 8, n.º 4, 2006, pp. 456-457 («el largamente anhelado y buscado factor prioritario deja
de ser necesario e, incluso, pasa a ser contraproductivo»).
23 Ibid., p. 463.
28 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

bélico casi permanente desde 1775 hasta el final de la propia guerra civil
estadounidense en 1865, casi un siglo después. Este ciclo de guerras —de
emancipación, conquista, asentamiento y definición del Estado— entre-
lazadas entre sí estuvo muy marcado por diversos factores que abonan la
tesis de Gerlach: una sociedad de frontera en expansión permanente hacia
el oeste; un crecimiento demográfico extraordinario por la arribada de in-
migrantes europeos o el aumento de la natalidad; un complejo proceso de
construcción político-territorial muy marcado por la participación política
de la ciudadanía; y, además, el levantamiento del Estado-nación estadouni-
dense en la misma época en que se forjaron sus mitos fundacionales. Todo
esto ha hecho que la posesión de armas se haya convertido para muchos
ciudadanos estadounidenses en parte del tuétano del ser nacional, algo
que es objeto de disputas político-sociales cada vez mayores y que es con-
venientemente explotado a nivel económico y discursivo por la industria
armamentística del país. Los relatos legitimadores de la tenencia de armas
han cambiado con el paso de los años, pero en esencia siguen planteando el
hilo de continuidad que une al americano independiente, viril, orgulloso y
hecho a sí mismo de ayer con el de hoy, siempre alerta frente a las múltiples
amenazas internas y externas que acechan a cada momento. Estos discursos
identitarios interclasistas —por tanto integradores— forman parte de la
vida de la sociedad estadounidense, garantizando la vigencia y aceptabili-
dad de ciertos modelos de masculinidad y ciudadanía muy concretos con
consecuencias de largo alcance en la convivencia.
Otro tema muy importante es el de la violencia preexistente en las
sociedades en tiempos de paz. Aquí no solo nos referimos a la violencia
derivada de la miseria estructural a la que se ven sometidas determinadas
clases sociales reducidas a la impotencia, sino también el desprecio de clase
y político —o, incluso, la deshumanización— inculcado a las fuerzas poli-
ciales y militares frente a conflictos socio-laborales o políticos organizados
de distinto signo, algo que se lograría a través del adiestramiento y los
protocolos de actuación. Evidentemente, se trata de marcos de referencia
operantes que son fundamentales a la hora de entender las complejas rela-
ciones entre los Estados, con sus élites socio-económicas y políticas y sus
intereses privativos, y las fuerzas represivas a su cargo, que por supuesto
no se reducen al ámbito de lo económico. Esto nos obliga a explorar las
afinidades en términos discursivos y de mentalidad, pero también el pro-
fesionalismo o la identidad corporativa inducida por el Estado y cultivada
Introducción 29

en el seno de cada unidad, los códigos internos y el sentido del deber, por
mucho que los encargados de ejecutar las políticas de la violencia puedan
compartir cotidianeidad y condiciones de vida con aquellos a los que re-
primen. Entre otros muchos factores, puede ser interesante explorar este
tipo de cosmovisiones de cara a entender la facilidad con que puede llegar a
desatarse la violencia de masas en las guerras civiles, por ejemplo, haciendo
que un lapso de veinticuatro horas pueda cambiarlo todo.
Muy clara por lo que respecta a los Estados postcoloniales y las guerras
civiles en el Tercer Mundo, sigue sin estar cerrada la cuestión de los posibles
vínculos entre el imperialismo europeo y la violencia desatada en sus gue-
rras de expansión colonial y los grandes conflictos o la violencia de masas
que tuvieron lugar en el continente europeo. A día de hoy siguen faltan-
do muchas investigaciones solventes y concienzudas al respecto, en buena
parte por lo extremadamente complejo del objeto de estudio. ¿Cómo se
producen las transferencias culturales entre ambos escenarios?, ¿cómo es
codificada la experiencia de guerra colonial por los ejércitos?, ¿cómo afecta
en definitiva a su cultura militar?, ¿qué efectos tiene el paso por la guerra
colonial para los conscriptos, a menudo población procedente de las cla-
ses populares, y cuáles son sus implicaciones durante la reintegración a la
vida civil tras cumplir el servicio militar? Son algunas cuestiones que van
contestándose poco a poco y que todavía tienen mucho que aportarnos,
y aquí necesitamos conocer mucho mejor las trayectorias personales, la
evolución de los manuales y las culturas militares, sus discursos y el modo
en que cobran forma sobre el terreno, etc. Sin ir más lejos, Andreas Stucki
ha demostrado que en el periodo finisecular y en los inicios del siglo xx se
fue forjando eso que él denomina caja de herramientas imperial, es decir,
la aparición de un repertorio de recursos táctico-estratégicos, violencias e
instrumentos represivos a disposición de las potencias y los ejércitos. He
aquí el resultado de los intensos intercambios entre experiencias coloniales
y de guerra en ultramar a través de publicaciones y contactos personales
y, no menos importante, del interés de las élites militares por los éxitos y
fracasos de sus colegas de otros países.24

24 Recientemente traducido al castellano, véase Andreas Stucki, Las guerras de Cuba.


Violencia y campos de concentración (1868-1898), Madrid, La Esfera de los Libros, 2017
[2013]. Encontramos algunas respuestas y posibilidades interesantes en la obra colectiva
30 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

Al mismo tiempo, los espacios coloniales pudieron constituir válvulas


de escape frente a la creciente tensión social, la ruptura de los equilibrios y
mecanismos de protección de las comunidades tradicionales y la aguda es-
tratificación de las sociedades europeas fruto de la industrialización. Exis-
ten motivos para pensar que las colonias sirvieron en ciertos casos como
un espacio de conquista y nuevas oportunidades para los más osados y
para aquellos con los recursos necesarios para lanzarse a nuevas aventuras,
pero también como realidades inabarcables, casi míticas, donde podía dar-
se rienda suelta a la imaginación. No debe sorprendernos que en su labor
civilizadora y ordenadora, tanto en el hogar como en los nuevos dominios,
las élites de la metrópoli se esforzaran en dar a conocer su labor en aquellos
territorios, al tiempo que exponían la realidad de estos, lo que se hacía por
diversos medios y de acuerdo a visiones muy pautadas. De este modo, apa-
recieron nuevas jerarquías sociales y raciales en las que el hombre blanco
pobre podía consolarse al verse a sí mismo con cierto orgullo como miem-
bro de las naciones civilizadas, a pesar de su miseria, algo que tiene con-
tinuidad en los regímenes fascistas del periodo de entreguerras. Nuestros
conocimientos actuales y la perspectiva globalizada desde la que miramos
el pasado nos permiten intuir que todo estuvo mucho más interconectado
de lo que hasta ahora hemos creído; por tanto, tiene sentido pensar que
existen lazos firmes entre lo que ocurrió en los dominios coloniales y las
metrópolis a niveles que van mucho más allá de la propia guerra y la vio-
lencia.25 No obstante, falta ver cómo operaron y entender que no son ni la

de Santanu Das (ed.), Race, Empire and First World War Writing, Cambridge, Cambridge
University Press, 2011, que justamente aborda la contribución de los naturales de las co-
lonias al esfuerzo bélico de sus metrópolis en la Gran Guerra, unas veces como mano de
obra y otras como soldados enviados expresamente al continente. También analiza el
choque cultural y las percepciones derivadas del encuentro de los europeos con estos co-
lectivos, y la importancia de la memoria de la guerra en algunos territorios poscoloniales.
25 Para el caso italiano véase Gianluca Bascherini y Giovanni Ruocco (eds.), Lontano
vicino. Metropoli e colonie nella construzione dello Stato nazionale italiano, Nápoles, Jovene
Editore, 2016, especialmente pp. 137-224. En lo que respecta a España, ha tratado de dar
respuesta recientemente a algunas de estas cuestiones Alfonso Iglesias Amorín, «La
cultura africanista en el Ejército español (1909-1975)», Pasado y Memoria, n.º 15, 2016,
pp. 99-122. En lo que respecta al caso francés, merece la pena adentrarse en la obra de
Elizabeth Ezra, The Colonial Unconscious: Race and Culture in Interwar Period, Ithaca,
Cornell University Press, 2000. En lo referido a Alemania, resultan muy sugerentes las
visiones de largo alcance de Pascal Grosse, «What Does German Colonialism Have to Do
Introducción 31

única ni desde luego la más importante explicación para lo que ocurrió en


la Europa de la primera mitad del siglo xx.
El conflicto actual de las potencias occidentales y sus aliados contra
el terrorismo islámico sigue estando enmarcado en los parámetros de la
guerra total, si bien con muchos refinamientos. Este se fundamenta has-
ta cierto punto, como todas las guerras, en una percepción distorsionada
de la realidad, pero también en una lectura de costes exagerada de forma
consciente y una respuesta desproporcionada frente a la amenaza real re-
presentada por los terroristas.26 Lo decía Mark Mazower al señalar que en
Afganistán (o en Iraq) habían muerto más civiles a manos de las fuerzas
occidentales que ciudadanos occidentales a manos de los terroristas cobija-
dos en dicho país, algo extensible al caso de Israel y su actual guerra contra
el pueblo palestino, que extiende sus raíces al momento de la fundación
del nuevo Estado en 1948.27 Una vez más, seguramente pueden rastrearse
las continuidades en el modo de hacer la guerra a lo largo de la contem-
poraneidad hasta la actualidad, a pesar de la tecnificación creciente de los
enfrentamientos armados. Las maneras de entender la realidad en situacio-

with National Socialism? A Conceptual Framework», en Eric Ames, Marcia Klotz y Lora
Wildenthal (eds.), Germany’s Colonial Pasts, Lincoln y Londres, University of Nebraska
Press, 2005, e Isabel V. Hull, Absolute Destruction: Military Culture and the Practices of War
in Imperial Germany, Ithaca, Cornell University Press, 2006, que se remonta a la guerra
franco-prusiana y a las políticas de conquista, control y exterminio seguidas en el África
Suroccidental alemana. La autora se sirve del concepto legal de necesidad militar (actuar
con pragmatismo y adaptabilidad, de acuerdo con las necesidades y prioridades de cada
momento, aunque dentro de los límites de la cultura militar en cuestión) como principio
rector de la cultura militar y las prácticas puestas en liza por el país centroeuropeo en el
marco de la Gran Guerra. Se trata de un concepto reivindicado por Jeff Rutherford en su
análisis de la experiencia de combate y las políticas de ocupación alemanas en la Unión
Soviética. En estas visiones de largo alcance merece la pena recuperar el estudio clásico de
John Gooch, Army, State and Society in Italy, 1870-1915, Basignstoke, Macmillan, 1989.
El autor propone que los retos enfrentados por el ejército italiano en el interior y en el
exterior, incluyendo una primera desastrosa campaña colonial en Etiopía y el colofón de
una Gran Guerra —para las cuales no se encontraba en absoluto preparado—, crearon las
condiciones para que posteriormente pudiera entenderse con el fascismo.
26 Así lo entendía Eric Hobsbawm, Guerra y paz en el siglo xxi, Barcelona, Crítica,
2007.
27 Mark Mazower, «Violencia y Estado en el siglo xx», cit., p. 160. Tony Judt, «El
país que no quería crecer», en Sobre el olvidado siglo xx, Madrid, Taurus, 2008, pp. 277-
285.
32 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

nes de conflicto, los excesos que acompañan a toda invasión armada y con-
tacto traumático entre dos realidades distintas, la forma de identificar al
enemigo, los discursos legitimadores de la lucha, incluso la forma de hacer
la guerra o la disolución de la diferencia entre combatiente y civil siguen
estando ahí como ya lo estaban desde el siglo xix. Aún no hemos entrado
en una nueva fase, si bien hay cosas que han cambiado; ya no hablamos de
ejércitos de masas, pero siguen existiendo los ejércitos de ocupación, ne-
cesarios para imponer el orden y los intereses de las potencias vencedoras.
Por eso creemos que el concepto de guerra total, por no ser un tipo ideal
stricto sensu, por su misma complejidad y amplitud, por su propia capaci-
dad integradora y adaptabilidad, contiene el potencial explicativo y sirve
de marco interpretativo para analizar buena parte de los conflictos bélicos
y políticas de la violencia de la contemporaneidad. De este modo, puede
ser otra respuesta para resolver el problema de la falta de adecuación de (y
la ausencia de reflexión en torno a) nuestros instrumentos para el análisis
de este tipo de fenómenos cruciales, que era exactamente lo que reclamaba
Christian Gerlach hace ahora poco más de una década.28
Lo que está claro es que estamos obligados a ser mucho más ambi-
ciosos si queremos entender la guerra y las políticas de la violencia en la
contemporaneidad, y ello pasa por no establecer tipos ideales y buscar el
efectismo, sino por conocer y analizar cada caso de estudio con sus par-
ticularidades, dándole la importancia que le es propia. Así pues, hay que
volver a los relatos de larga duración, al menos como marco interpretati-
vo, hay que recurrir a las trayectorias personales, y hay que combinar los
factores y condicionantes sistémicos o estructurales con lo coyuntural o lo
que es propiamente local. El peligro que comporta un marco interpreta-
tivo basado en la existencia de largos ciclos bélicos es que nos centremos
de forma exclusiva o demos una importancia excesiva a la violencia de
masas, a la conflictividad y a la guerra como elementos constitutivos de las
sociedades y las realidades del pasado, por mucho que ciertamente fueron,
son y seguirán siendo acontecimientos centrales en tanto que irreversibles,
traumáticos y totales. No obstante, uno de los posibles problemas puede
darse al tratar de encajar en esta tipología casos que por sus características

28 Christian Gerlach, op. cit., p. 455.


Introducción 33

no tendrían cabida, construyendo relatos esencialistas que poco o nada


tienen de históricos. Desde luego, se trata de un escenario interesante para
la reflexión que no debería renunciar al mismo intento de complejizar el
pasado del que nace. Esto pasa inevitablemente por atender a los múlti-
ples aspectos de una sociedad en conflicto o con pequeños interregnos
donde la guerra propiamente dicha se encuentra ausente: la cooperación,
el asociacionismo, la vida cultural, la solidaridad intercomunitaria, el pa-
cifismo, las formas de resistencia pasiva y activa frente a la conscripción y
la guerra, etc.29
Evidentemente, también existe el peligro de que los ciclos bélicos lar-
gos puedan convertirse en instrumentos para la explicación simplista y la
justificación interesada de ciertas violencias de masas o de determinados
experimentos políticos. Pienso por ejemplo en la posibilidad de establecer
uno de estos ciclos bélicos para el periodo que va desde la llamada guerra
de la Independencia española de 1808-1814 hasta la guerra civil del 36-39,
pasando por las guerras civiles derivadas de las insurrecciones carlistas, de
los conflictos cantonalistas de la Primera República y los conflictos colo-
niales del último tercio del siglo xix y el primer tercio del xx, algo que ya
se ha sugerido o planteado alguna vez.30 Se trata de lecturas simplistas que
abundan en el manido mito del carácter sanguinario y fratricida de los

29 Véase por ejemplo la obra de Norman Ingrao, The Politics of Dissent: Pacifism in
France, 1919-1939, Oxford, Clarendon Press, 1991, el trabajo de Benjamin Ziemann,
Contested Commemorations: Republican War Veterans and Weimar Political Culture,
Cambridge, Cambridge University Press, 2012, o la obra colectiva de Julia Eichenberg y
John Paul Newman (eds.), The Great War and Veterans’ Internationalism,Basingstoke,
Palgrave Macmillan, 2013. Estas obras muestran la importancia del pacifismo organizado
dentro de la sociedad civil, impulsado e integrado en buena medida por veteranos de
guerra de la primera conflagración mundial, pero también su capacidad para tener un
discurso público propio y presentar propuestas concretas. También es muy sugerente la
obra colectiva de Lothar Kettenacker y Torsten Riotte (eds.), The Legacies of Two World
Wars: European Societies in the Twentieth Century, Londres, Berghaghn Books, 2011. En
línea con la historia de las emociones, habla precisamente de las ilusiones frustradas por el
curso que adoptaron las cosas en la posguerra o cuestiona mitos como el supuesto
entusiasmo belicista de la sociedad alemana del 14, la resignación y el rechazo frente a la
guerra en la Francia del 39. En este sentido véase Robert Dale, «Ratas y resentimiento: la
desmovilización del Ejército Rojo en Leningrado durante la posguerra, 1945-1950»,
Revista Universitaria de Historia Militar, vol. 3, n.º 6, 2015, pp. 219-238.
30 Ronald Fraser, La maldita guerra de España. Historia social de la Guerra de la In-
dependencia, Barcelona, Crítica, 2006.
34 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

españoles, que actuarían movidos por los odios ancestrales y el atavismo.


Este relato sigue estando muy extendido entre la sociedad española y de
forma indirecta —cuando no directamente— da sentido y justifica aconte-
cimientos como la dictadura de Primo de Rivera, el golpe de Estado del 36,
la dictadura del propio Franco y sus políticas de la violencia, que en este
discurso no serían sino respuestas inevitables frente a la ingobernabilidad y
el carácter voluble de los españoles.31 Siempre existen problemas inherentes
a cualquier marco interpretativo, pero su utilidad y validez pasa en último
término por no ser excesivamente normativos y rígidos a la hora de añadir
nuevas dimensiones al análisis de la realidad, así como también por su ca-
pacidad para integrar voces diversas. En este sentido, creemos que la idea
de los ciclos bélicos largos reúne las condiciones adecuadas para compren-
der y explicar de forma compleja la guerra total y la violencia de masas, y
que por tanto contribuye a la renovación metodológica y al planteamiento
de nuevos objetos de estudio.

***
En su capítulo, Luca Baldissara nos brinda un sugerente y exhaustivo
análisis de lo que ha supuesto (y supone) la penetración de la guerra total
en la vida de los seres y las comunidades humanas, un nuevo tipo de con-
flicto propiciado por los profundos cambios cualitativos y cuantitativos
que comportó la irrupción de la modernidad a todos los niveles. Para ello
propone una mirada de largo alcance capaz de abarcar y poner en relación
las continuidades y rupturas que tienen lugar entre el ocaso del siglo xviii
y el pasado siglo xx, llevando a cabo un muestreo de algunos de los con-
flictos acontecidos en diferentes latitudes y momentos. Y eso es lo que a
sus ojos nos permite hablar del ciclo bélico revolucionario y napoleónico
como el espacio donde se produce la génesis de dicho fenómeno en todas
sus dimensiones y con todo su potencial. Sin embargo, sería el impacto de
la industrialización y la sociedad de masas el que permitiría llevar la guerra
total hasta sus últimas consecuencias. En este sentido, Baldissara señala
la Gran Guerra como el parteaguas definitivo entre dos épocas y modos
de entender la guerra, siendo la última del siglo xix en su planteamien-

31 El principal representante de estas visiones a nivel público es el famoso escritor y


académico Arturo Pérez Reverte.
Introducción 35

to y objetivos y la primera del siglo xx en su desarrollo y en los medios


empleados. Finalmente, el autor concluye el capítulo reflexionando sobre
otras dos manifestaciones fundamentales del periodo. Por un lado la guerra
fascista, cuya especificidad reside en el hecho de ser una síntesis depurada
de todas las formas de hacer la guerra surgidas a lo largo de los siglos xix y
xx, convertida así en el paradigma de la guerra total. En el centro de esta
concepción está el ascenso de las masas y su irrupción como agente históri-
co movilizado, ya sea de forma regular o irregular, algo que acaba transfor-
mando de forma definitiva la percepción de la guerra y el proceder de los
contendientes en el curso de esta. De hecho, el protagonismo de ese nuevo
sujeto no hará sino crecer conforme busque la subversión del orden esta-
blecido, que es donde hace su irrupción un fenómeno como el de la guerra
partisana, el cual ha caracterizado buena parte de los conflictos posteriores
a la Segunda Guerra Mundial. Esta se caracterizaría por la inexistencia de
cualquier acuerdo en torno a las definiciones y límites del conflicto, porque
en su propia forma de hacer y concebir la guerra al margen del Estado,
así como en los objetivos por los que se lleva a cabo, plantea una disputa
abierta de la hegemonía cultural y política y, por tanto, pone en discusión
el orden liberal burgués.
Parece más necesario que nunca reivindicar las guerras civiles euro-
peas como objeto de estudio de la historiografía, sobre todo porque cons-
tituyen un fenómeno particularmente sensible a tenor de las pasiones que
aún despierta entre la opinión pública. Tal es la importancia histórica que
Javier Rodrigo confiere al fenómeno en cuestión que incluso propone ha-
blar de una era de la guerra civil en Europa, dada la sucesión continua de
este tipo de enfrentamientos a lo largo del periodo comprendido entre la
Gran Guerra y el final de la década de los 40. En este sentido, la guerra
civil se caracterizaría por situar a la población civil como objetivo central
y por poner en marcha procesos de identificación y limpieza del enemigo
orientados a la regeneración y construcción de la comunidad nacional. Sin
embargo, la utilización del concepto no está exenta de polémicas, entre
otras cosas porque suele asociarse más con juicios valorativos que analíticos
y, también, porque el fenómeno en sí ha quedado muy vinculado a los su-
puestos atavismos que anidarían en la sociedad enfrentada. Por supuesto,
esto implica ignorar por completo la radical modernidad que caracterizaría
a este tipo de conflictos en el siglo xx. Así pues, Rodrigo critica las compa-
raciones estáticas, rígidas y simplistas planteadas desde las ciencias sociales
36 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

y políticas, aunque reconoce que en el ámbito conceptual la historiografía


no ha ofrecido alternativas. Es ahí precisamente donde el autor pretende
hacer hincapié, y para ello reivindica una visión mucho más compleja y
dinámica del fenómeno en cuestión, entendiendo que se trata de con-
flictos cuyas especificidades están muy ligadas a la propia evolución de la
guerra durante la contemporaneidad. Por eso mismo, señala que todas las
guerras civiles del siglo xx están condicionadas por el umbral que marca la
Gran Guerra en lo referido a las prácticas bélicas, una cuestión que debe
ser investigada con más detenimiento. Además, subraya que los procesos
eliminacionistas y los experimentos revolucionarios no pueden desvincu-
larse del contexto bélico que los hace posibles, y en los cuales la violencia
aparece por primera vez como un instrumento político para la resolución
de conflictos. De ahí que Rodrigo defienda el papel de la historia social,
por su capacidad para comprender esas guerras civiles a ras de suelo, en
su contingencia, a través de su complejidad y dinamismo, y no de las
representaciones y los relatos, como se ha querido desde cierta historia
cultural. Por tanto, no queda más remedio que estudiarla a partir de sus
agentes y contextos específicos, donde confluyen multitud de violencias y
conflictos diferentes.
Entrando ya en la secuencia cronológica del siglo xx que estructura el
grueso de las contribuciones de este volumen, el capítulo de Heather Jones
aborda el cambio en la relación existente entre los civiles y el hecho bélico
a partir de la experiencia de la Gran Guerra. Tomando un marco interpre-
tativo que abarca referencias cronológicas desde el último tercio del siglo
xix a la Segunda Guerra Mundial, Jones aborda esa transformación desde
múltiples ámbitos. En primer lugar, cuestionando los relatos construidos
en el espacio del frente, y la idea bien extendida por otra parte, de que la
Gran Guerra fue una contienda en la que los soldados acarrearon el peso
principal, y casi exclusivo, del sufrimiento. Incidiendo en los diversos y
variados episodios en los que los civiles fueron el objetivo específico de las
distintas fuerzas militares, la autora ahonda también en las percepciones
construidas acerca de los conflictos armados en la Europa del momento.
Unas percepciones que erigían una visión romántica de la guerra en los
escenarios «civilizados» —por supuesto no en los coloniales— merced a
esa propia dicotomía entre civilización y barbarie y a la proliferación, aún
incipiente, de tratados y convenciones que buscaban normativizar los con-
flictos armados; pero que, sin embargo, se derrumbaron ante la realidad
Introducción 37

de una guerra cruel en la que la dimensión total de la movilización situó a


los civiles como un objetivo militar más. De este modo, la guerra no solo
afectó físicamente a los civiles, sino que modificó muchos esquemas socia-
les y cívicos, como la consideración social de ciudadano merced a la parti-
cipación en la guerra o la mayor imbricación entre ejército y sociedad, al
calor del esfuerzo conjunto. Con su capítulo, Heather Jones incide en una
cuestión clave de los conflictos bélicos como son sus implicaciones más allá
del plano puramente experiencial, es decir, las profundas transformaciones
que, merced a la propia guerra, se operaron en el modo de entender la
violencia, la sociedad, o el papel de los individuos en ella.
Por su parte, el texto de Maxi Fuentes y Carolina García busca repen-
sar el concepto de neutralidad y participación a través del estudio de los
países que no intervinieron en la Gran Guerra, y especialmente a través
del caso de España. La reconsideración de este concepto parte de la pon-
deración de su influencia más allá de lo que respecta al propio conflicto
en sí, y se centra en las transformaciones internas sufridas por España en
el periodo de 1914-1918, y en los años sucesivos, debido al impacto que
las dinámicas generadas por la guerra tuvieron en la estructura política,
social, económica y cultural del país. De este modo, ambos autores subra-
yan que es esencial atender no solo a la dimensión internacional y diplo-
mática de la neutralidad, sino igualmente a esos efectos que tuvo sobre las
distintas sociedades de los países neutrales. A ojos de Fuentes y García,
los conflictos armados, y más uno de carácter total como lo fue la Primera
Guerra Mundial, deben ser estudiados mediante una ecuación que inclu-
ya, también y en un papel relevante, a los países neutrales. No es posible
entender la primera sin integrar a los segundos y resulta incompleto un
estudio de estos de forma aislada, sin tener en cuenta el devenir del con-
flicto armado que marcaba el contexto internacional del momento. No
por nada, para el caso de España, que se aborda en este capítulo, el perio-
do de 1914-1918 trajo consigo una profunda crisis del sistema del turno
político, que a la postre marcaría el fin del mismo con la implantación
de la dictadura de Miguel Primo de Rivera en 1923. Y, del mismo modo,
comportó fuertes contestaciones políticas y sociales, como la huelga gene-
ral revolucionaria de agosto de 1917 convocada por la UGT, el PSOE y
apoyada parcialmente por la CNT. Por ende, lo que proponen los autores
es una reconsideración global del concepto de neutralidad y del modo en
que lo integramos en los estudios sobre los conflictos armados, algo que,
38 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

como ellos mismos apuntan, es aún una incipiente línea de trabajo por la
que seguir transitando.32
Avanzando hacia la primera posguerra europea, Dmitar Tasić analiza
la evolución del paramilitarismo en los Balcanes en la larga duración. Si
bien su principal marco cronológico se centra en los años que siguieron
a la Gran Guerra y en las diversas luchas internas acaecidas en los países
balcánicos, el objetivo subyacente de su trabajo es sintetizar una serie de
elementos definitorios comunes a todos los fenómenos de paramilitarismo
que se han dado en los Balcanes desde su dominio por el Imperio otomano
hasta las guerras de Yugoslavia de finales del siglo xx. De este modo, se
observa cómo los patrones de conducta se repiten de forma recurrente a
lo largo de siglos, lo que añadido a la variada casuística política, étnica y
social de la región conforma un escenario de estudio muy rico a la hora de
valorar las dinámicas y las motivaciones de las que se nutría el paramili-
tarismo. El trabajo de Tasić permite ofrecer un ejemplo de cómo, incluso
en contextos tan polarizados étnicamente —por situar una característica
de fuerte arraigo identitario— como el balcánico, las alianzas forjadas al
calor de los conflictos bélicos rompían los esquemas establecidos, lo que
nos permite ponderar hasta qué punto esto era, y es, aún más acusado
cuando la ideología configura el trasfondo explicativo de las guerras. Y, de
la misma forma, la síntesis de ese paramilitarismo balcánico latente y de
larga duración conecta con una cuestión abordada por el texto de Heather
Jones, como el hecho de que los grandes conflictos tienden a sublimarse en
patrones de violencia específicos dependientes de los distintos escenarios.
Para el caso de los Balcanes, las diferentes guerras no han hecho sino ve-
hicularse a través de un fenómeno que siempre ha permanecido vivo en la
región, como es el del paramilitarismo.
Con la guerra civil española como telón de fondo, Miguel Alonso
Ibarra realiza un recorrido por tres dimensiones esenciales de la experiencia
bélica de los soldados sublevados: el combate, la ocupación y la violencia

32 Algunos frutos de esa línea de trabajo, en Maximiliano Fuentes Codera, España


en la Primera Guerra Mundial. Una movilización cultural, Madrid, Akal, 2014; o en Ca-
rolina García Sanz, «Repensar la neutralidad en la Gran Guerra. Una lectura en clave
europea», en Pedro Ruiz Torres (ed.), Volver a pensar el mundo de la Gran Guerra, Zara-
goza, Institución Fernando el Católico, 2015, pp. 183-208.
Introducción 39

vehiculada a través de los fusilamientos. Más que una disección de dicha


experiencia, el objetivo de su capítulo es analizar la evolución de la vio-
lencia bélica desplegada por los rebeldes, cuestión que no ha tenido un
tratamiento historiográfico exhaustivo y global hasta la fecha.33 En pri-
mer término, se indaga en el marco puramente militar en que tuvo lugar
la experiencia bélica, algo que se pone en relación con la brutalización
—o radicalización, para alejarlo del sentido mosseano del concepto— de
los combatientes y la canalización de esa brutalidad a través de la violen-
cia contra los civiles. Posteriormente, Alonso estudia la evolución de las
políticas de ocupación desplegadas por el bando sublevado y cómo es-
tas respondían sí, al plan de estos de purgar España pero, igualmente, al
propio desarrollo del conflicto y a lo que este demandaba en términos de
aterrorizar o intentar ganar ciertos apoyos entre la población. Por último,
se incide en una manifestación específica de esa violencia como son los
fusilamientos de combatientes y civiles en el propio frente, lo que saca a re-
lucir los mecanismos de cohesión y mantenimiento de la moral de las uni-
dades y, en última instancia, la existencia en el seno del ejército sublevado
de un problema, de carácter endémico e irresoluble, con la violencia. El
capítulo de Alonso permite, así, adentrarnos en una cuestión muy rele-
vante para la comprensión de las dinámicas que definieron la guerra civil
española, como es la de la evolución de la violencia bélica abordada en la
globalidad del conflicto, al tiempo que cuestiona una serie de ideas asenta-
das sobre cómo se desarrolló este.
De nuevo con la guerra de 1936-1939 como marco, el capítulo de
Francisco J. Leira aborda la construcción de diferentes identidades por
parte de los soldados sublevados, a los que denomina como «soldados de
Franco», que combatieron en las trincheras de la guerra civil española. Su
tesis gira en torno a la comprensión de estos individuos desde un punto de
vista multifocal, atendiendo a las diversas identidades que mostraban en
función del escenario en que se encontraban o el público al que se dirigían.

33 Dos trabajos recientes sobre la cuestión de las ocupaciones, en Gutmaro Gómez


Bravo, Geografía humana de la represión franquista. Del Golpe a la Guerra de Ocupación
(1936-1941), Madrid, Cátedra, 2017; y Peter Anderson, ¿Amigo o enemigo? Ocupación,
colaboración y violencia selectiva en la Guerra Civil Española, Granada, Comares, 2017
[2016].
40 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

Con ello, busca incidir en una idea clave: que pese a que en apariencia
muchos combatientes compartían los preceptos ideológicos del bando su-
blevado, en realidad no pocos lo hacían únicamente en público, utilizando
otros lenguajes, por ejemplo, en el ámbito familiar. Leira adapta las teorías
de James C. Scott acerca de la multiplicidad de «yoes» lingüísticos que
pueden existir en un individuo, y pone el foco sobre los combatientes cu-
yas verdaderas motivaciones para luchar estaban alejadas de la creencia en
los ideales contrarrevolucionarios que inspiraban la guerra de los rebeldes.
Izquierdistas que no lo confesaban por miedo, militares cuya lealtad era
única y exclusivamente a la institución castrense o desertores son algunos
de los perfiles a través de los cuales el autor intenta ampliar el abanico de
posibles identidades existentes en el seno del ejército sublevado, de cara a
complejizar el relato acerca de los contornos de socialización ideológica
de la experiencia bélica de 1936-1939. De este modo, Leira transita una
senda muy prolífica en los últimos años, como es la que gira en torno a los
combatientes y la guerra civil española, que va posibilitando una mayor y
más precisa comprensión de lo que a la sazón fue el escenario formativo
de la posterior dictadura franquista, cuyos cimientos y duración en parte
se explican a partir de las trincheras en las que combatieron centenares de
miles de españoles.
Adentrándonos ya cronológicamente en la Segunda Guerra Mundial,
el texto de Sönke Neitzel analiza la experiencia de los soldados de la
Wehrmacht a lo largo y ancho de los diferentes frentes y teatros bélicos
en los que combatieron. Siguiendo la línea de sus últimos trabajos, cuyo
principal exponente es el libro Soldaten escrito junto a Harald Welzer, el
historiador germano ahonda nuevamente en la relación existente entre
guerra e ideología y, más específicamente, en qué elementos definitorios
utilizaban los soldados alemanes para configurar su identidad en tanto
que combatientes, pero también en tanto que «servidores» de un régimen
como el Tercer Reich. Articulando un análisis de complejización de la
realidad combatiente similar al que pretende Francisco J. Leira, Neitzel
sostiene como teoría fundamental de su trabajo que los soldados alema-
nes no desplegaban un repertorio de percepciones de la realidad en el que
el nacionalsocialismo fuese un elemento nuclear. A través del estudio de
miles de conversaciones secretas grabadas a combatientes de la Wehrma-
cht internados en campos de prisioneros en Inglaterra y Estados Unidos,
Neitzel concluye que en dichas conversaciones la ideología no tenía apenas
Introducción 41

espacio y que eran otras cuestiones —como la recreación en la violencia,


las relaciones con los civiles o las alabanzas a la propia institución militar,
entre otras— las que dominaban el relato. Por tanto, más que una guerra
de exterminio, lo que los combatientes germanos sentían que realizaban
era un mero oficio en el cual el combate hasta las últimas consecuencias
se explicaba más por un sentido del deber hacia la propia institución del
ejército que por lealtad ideológica hacia el nacionalsocialismo. Mediante
este planteamiento de «la guerra como trabajo», que otros autores han su-
gerido para contextos bélicos diferentes,34 Neitzel resta valor a la ideología
como un elemento importante dentro del universo mental del soldado y,
por ende, matiza el potencial ideologizador de los conflictos bélicos. Esto
contribuye al intenso debate existente sobre la cuestión y discute plantea-
mientos contrarios como la clásica visión de Omer Bartov o la que aportan
trabajos más recientes como los de Felix Römer.35
Sin abandonar la Wehmacht ni la Segunda Guerra Mundial, el texto
de Jeff Rutherford se centra en un frente concreto, el Oriental, para estu-
diar la violencia y las políticas de ocupación desplegadas por los alema-
nes en 1943, en un contexto muy diferente al del rápido avance germano
y las derrotas del Ejército Rojo que habían caracterizado a la Operación
Barbarroja. El historiador estadounidense aborda esta cuestión desde un
punto de vista similar al de Neitzel, esto es, desde la óptica de los propios
combatientes y sus vivencias contenidas en las cartas y diarios que escri-
bían. Uno de los conceptos que estructura el texto de Rutherford es el de
necesidad militar, entendido de la forma que ya lo plantease, entre otros,
Isabel Hull.36 En este sentido, la Wehrmacht habría adaptado sus políticas
al desarrollo de la propia contienda, algo similar a lo que veíamos que se
planteaba en el capítulo de Miguel Alonso Ibarra. Mientras que en 1941
se estaba llevando una auténtica guerra de exterminio sobre el terreno, los
posteriores reveses del invierno de 1941-42 y la retirada de 1943 obligaron
a adoptar una actitud distinta hacia los civiles, la cual según Rutherford

34 Un ejemplo, en Stefanie Schüler-Springorum, La guerra como aventura. La Legión


Cóndor en la Guerra Civil Española, Madrid, Alianza, 2014.
35 Omer Bartov, The Eastern Front, 1941-45: German Troops and the Barbarisation
of Warfare, Nueva York, Palgrave, 2001 [1985]. Felix Römer, Kameraden. Die Wehrmacht
von innen, Múnich, Piper-Verlag, 2012.
36 Isabel V. Hull, op. cit.
42 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

contravendría una lectura nacionalsocialista del conflicto. Igualmente, la


brutalidad de las prácticas y su incidencia directa y masiva sobre los civiles
llevaron a la mayoría de los combatientes a percibir el conflicto como una
guerra total, algo en lo que también tuvieron un papel esencial los bombar-
deos sufridos por las ciudades alemanas. En esencia, el texto de Rutherford
pivota en torno a un debate similar al de otros trabajos de este libro, a
saber, la relación entre ideología y experiencia bélica, y se adentra también
en una cuestión clave como es la de la relación entre frente y retaguardia.
De este modo, el grave impacto que tuvieron las noticias llegadas desde
el hogar en los soldados alemanes subraya la necesidad de entender dicha
experiencia de guerra como un todo en el que frente y retaguardia consti-
tuyen, sí, dos espacios separados, pero que debido a su constante influencia
mutua y retroalimentación han de entenderse en global, como uno solo.37
Siguiendo en el marco del conflicto de 1939-1945, el capítulo de Da-
vid Alegre se adentra en algunos de los aspectos esenciales de la historia de
los voluntarios europeos occidentales de las Waffen-SS, algo que le sirve
como pretexto para analizar el gran número de agentes, conflictos y pro-
blemáticas que confluyeron en el conflicto, así como los resultados de su
interacción. Más allá del protagonismo de los idealistas y los voluntarios
políticos —que los hubo, especialmente en los primeros contingentes—,
lo que observamos es la historia de la miseria bajo la ocupación; de la huida
frente a la explotación y el trabajo forzado; de la fascinación de los jóvenes
por la guerra moderna y, más tarde, del miedo y el arrepentimiento; del
espionaje y el sabotaje, es decir, de la resistencia; del papel clave de los
prejuicios raciales en los marcos de referencia del nacionalsocialismo; de
las exigencias y estrecheces de la vida castrense al final de la guerra; etc. En
este sentido, las motivaciones para alistarse como voluntario en las legio-
nes extranjeras de las Waffen-SS podían ser casi tantas como individuos, y
desde luego no eran unidireccionales ni excluyentes entre sí. En cualquier
caso, la historia del voluntariado de guerra también es la de las maniobras de
los diferentes fascismos autóctonos por hacerse con el poder al amparo de los
ocupantes alemanes, dueños y señores del continente europeo. Tal y como
nos muestra Alegre, la experiencia de los combatientes y sus unidades no

37 Esa idea, para el caso de la guerra civil española, en Javier Rodrigo, «Retaguardia:
un espacio de transformación», Ayer, n.º 76, 2009, pp. 13-36.
Introducción 43

solo fue capitalizada por el colaboracionismo político como prueba de su


compromiso con la causa común del Eje, sino que los mismos voluntarios
y veteranos fueron ejecutores de las políticas de intimidación y terror se-
lectivo impulsadas por las organizaciones colaboracionistas. Convertidos
en objetivos preferentes de la resistencia, en tanto que representantes su-
perlativos del colaboracionismo, y reducidos a la impotencia y la margi-
nalidad por la indiferencia y el desprecio de sus conciudadanos, acabarían
recurriendo a la violencia. Así fue como contribuyeron a crear un estado de
excepción permanente y una fragmentación del poder armado que, hacia
el final de la ocupación, adoptó los tintes de una guerra civil en diferentes
escenarios de Europa occidental.
Constituyendo el último caso de estudio dentro del marco de la Se-
gunda Guerra Mundial, el capítulo de Franziska Zaugg pone el foco en el
intrincado caso albanés. El escenario balcánico, tal y como hemos visto en
este mismo volumen con el texto de Dmitar Tasic´, ofrecía, y ofrece, un
panorama muy complejo por la constante interconexión de dinámicas de
tipo étnico, político, religioso o cultural, y el ejemplo abordado por Zaugg
no es diferente. La historiadora suiza analiza la evolución de las ocupacio-
nes italiana y alemana sufridas por Albania en el periodo 1939-1944, aten-
diendo a cómo estas ocupaciones fueron implementadas, cuál fue el de-
venir de los acontecimientos, y cuáles las reacciones de la población local.
De su lectura se desprende una cuestión fundamental: al igual que en el
resto del espacio europeo oriental, la ocupación de Albania por parte de las
potencias fascistas resultó en una espiral de represión, insurgencia y nue-
vamente represión que convirtió la zona en un polvorín consumidor de
no pocos recursos militares, algo que veíamos para el caso del Noroeste
de Rusia en el texto de Jeff Rutherford en este mismo volumen.38 Aunque
inicialmente la estrategia italiana pasó por intentar construir lealtades en
la zona, el uso de una violencia brutal contra la resistencia, que a la postre
acababa por derivarse hacia la población civil, terminó por quebrar esos

38 Dos estudios similares que también tienen como escenario los Balcanes, y como
objeto de estudio a Italia y Alemania respectivamente, en Amedeo Osti,The Italian Army
in Slovenia. Strategies of Antipartisan Repression, 1941-1943, Basingstoke, Palgrave
Macmillan, 2013; y Ben Shepherd, Terror in the Balkans. German Armies and Partisan
Warfare, Harvard, Harvard University Press, 2012.
44 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

esfuerzos, generando un espacio hostil difícil de controlar, algo similar a lo


que les sucedió a los alemanes. De hecho, respecto a estos últimos resulta
interesante la creación de una división local de las SS, la Skanderberg, que
buscaba explotar las tensiones interétnicas de la región con el objetivo de
dividir a la resistencia y poder ejercer un mayor control en la zona; ini-
ciativa fracasada debido al elevado número de deserciones de los indivi-
duos reclutados en sus filas. Sea como fuere, el capítulo de Zaugg permite
constatar la ineficacia de los modelos de ocupación de las potencias del
Eje. Estos, al estar movidos por una violencia fascista de carácter genocida
en no pocas situaciones, no resultaban funcionales al encontrar una feroz
resistencia local, lo que terminó por generar un inmenso espacio partisano
que, visto en global, abarcaba casi toda la Europa Oriental.
Como corolario a este volumen se encuentra el capítulo de Xosé Ma-
noel Núñez Seixas, que nos ofrece una reflexión de conjunto acerca del
fin de los procesos bélicos y la influencia de los mismos una vez que las
armas han callado, al menos oficialmente. Su texto sitúa varias cuestiones
esenciales a la hora de abordar las guerras y los conflictos armados. Por un
lado, reflexiona en torno al límite cronológico del hecho bélico, ya que
aunque las armas, como decíamos, callen «oficialmente», toda una serie
de procesos violentos tanto bélicos como no bélicos ejercen de continua-
dores de las dinámicas del tiempo de guerra.39 Para el caso de la Segunda
Guerra Mundial, guerrillas, depuraciones y contiendas coloniales, por citar
tres ejemplos, siguieron afectando a las sociedades europeas hasta mucho
tiempo después del fin de las grandes hostilidades. Así, en este contexto,
Núñez Seixas se propone abordar cinco cuestiones clave de esa compleja
transición entre las sociedades en guerra y las sociedades en paz: el siempre
difícil retorno de los veteranos; la organización y configuración del culto
a los muertos; el recuerdo del hecho bélico en sociedades construidas por
y para la paz; la necesidad de reconsiderar el rol jugado por los ejércitos
en el conjunto de las sociedades y, por ende, la desmilitarización de estas,
provenientes además de conflictos de movilización total como la Segunda

39 Para una reconsideración de los límites cronológicos de ambas guerras mundiales


véase, respectivamente, Robert Gerwarth y John Horne, op. cit.; y Keith Lowe, Continen-
te salvaje. Europa después de la Segunda Guerra Mundial, Barcelona, Galaxia Gutenberg,
2012.
Introducción 45

Guerra Mundial; y, por último, el impacto social que la guerra tuvo en las
distintas comunidades, tanto en el corto plazo como respecto a las profun-
das cicatrices que aún hoy en día exhiben diversas naciones. En definitiva,
el capítulo de Núñez Seixas apuesta por una reconsideración de las, hasta
ahora, rígidas fronteras que separan las sociedades en guerra y las socie-
dades en paz, apuntando para ello la necesidad de llevar a cabo análisis
transnacionales que permitan analizar la cuestión en su conjunto con la
incorporación simultánea de múltiples casos de estudio.

***
Esta obra colectiva es el feliz resultado de muchas horas de trabajo
marcadas por las lecturas, las relecturas, la escritura, las traducciones y la
omnipresencia del correo electrónico, pero sobre todo es el fruto de la des-
interesada contribución de los autores y autoras que le han dado forma con
sus reflexiones. A todos y todas ellas, maestros y amigos, amigas y maestras,
nuestro agradecimiento más sentido, por su voluntad de participar en este
proyecto desde el primer día y por confiar en nuestra capacidad para llevar-
lo a buen puerto. No podemos dejar de mencionar a los compañeros de la
Revista Universitaria de Historia Militar, Francisco J. Leira y Félix Gil, con
quienes compartimos debates y proyectos a diario, pero también penas y
alegrías, un fruto inevitable de la amistad que nos une y que hace la vida
mucho más llevadera. Tampoco sería justo dejar de recordar a compañeros
y compañeras muy queridos que optaron por otros caminos vitales sin
dejar de tener un ojo puesto en la historia. Su camaradería, sus inquietudes
y sus conocimientos nos nutrieron y nos ayudaron a crecer humana e inte-
lectualmente. Por tanto nuestro agradecimiento a Pablo Herrera, Rodolfo
Ballarín, Samuel Calvera, Daniel Canales y José Manuel Lafoz. Es necesa-
rio nombrar a quienes siguen día a día a nuestro lado, y aquí hacemos una
mención especial a Assumpta Castillo, ejemplar e inspiradora compañera
de fatigas que muy a nuestro pesar no se encuentra entre las autoras de este
libro, pero que tenía un sitio reservado en él. Aprovechamos estas líneas
para celebrar que la vida haya hecho justicia con sus esfuerzos y su fantás-
tico trabajo.
Ahora nos vienen a la memoria las horas pasadas en Antígona, un pe-
queño templo del saber por donde han desfilado una parte importante de
los libros que nos han servido de alimento e inspiración. Azotara el cierzo o
46 Miguel Alonso Ibarra y David Alegre Lorenz

abrasara el calor todo momento era bueno para refugiarse entre sus cuatro
paredes bajo el amparo de Pepito. Pero sobre todo, recordamos de forma
muy especial los días en que éramos estudiantes de máster en Barcelona
y bajábamos a la Librería Taifa del Carrer Verdi o a la Central del Raval
a contemplar, leer y casi soñar los libros como este, que muchas veces no
podíamos comprar por las estrecheces que nos imponía la vida de enton-
ces. Después venían las charlas interminables ante la mesa de un bar, en el
comedor de nuestro piso compartido o en los viajes puntuales de vuelta a
Aragón, comentando este o aquel trabajo nuevo e intercambiando nuestras
primeras reflexiones escritas. Por aquel entonces fantaseábamos con la po-
sibilidad de llegar a coordinar un libro así, y ahora que por fin lo tenemos
en nuestras manos no deja de ser increíble. Al fin y al cabo, no quedan tan
lejos los breves e intensos días de aquel fantástico año 2012-2013. Sirvan
estas páginas como homenaje a nuestros sueños y esperanzas de entonces
y sean estas la promesa de muchas futuras empresas compartidas, porque
ese será el mejor premio.
Sin duda alguna, fue la influencia intelectual de Javier Rodrigo la que
hizo que nos reuniéramos en la Ciudad Condal, espacio de referencia y
punto de encuentro de varias generaciones de aragoneses. En nuestro caso
nos empujaba el deseo de seguir explorando los caminos de la guerra y la
violencia, aquellos que se abrieron ante nosotros en las aulas de la vetusta y
desvencijada Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza.
Quien por aquel entonces fue un precoz maestro hoy es además un amigo.
En este sentido, es grato que la afinidad, confianza y camaradería creadas
en torno al trabajo y las inquietudes compartidas cobre forma en este li-
bro, siquiera como anticipo de las iniciativas que nos seguirán uniendo
en el futuro. Así pues, como decían unos paisanos nuestros, «que lo que
el hombre unió no lo separe ni dios». En este caso puede decirse con toda
justicia que este libro nunca habría sido posible sin su concurso, tanto por
su condición de editor del mismo como por el hecho de que fue él quien
abrió el escenario mental en que concebimos iniciativas como el congreso
internacional Teatros de lo bélico, del cual nacen las páginas que tiene el
lector o la lectora entre sus manos. Tampoco habría visto la luz sin el apoyo y
la infinita paciencia de nuestro editor, Pedro Rújula, que tanto nos ha ense-
ñado sobre la guerra con su magisterio experto en el siglo xix y que ha creído
en la importancia y pertinencia de este proyecto.
Introducción 47

Por último, queremos agradecer especialmente a quien ha hecho po-


sible una parte esencial de todo el proyecto que desde noviembre de 2015,
momento en que se celebró el congreso Teatros de lo bélico, ha acabado
por confluir en este volumen. En todo ese tiempo, el trabajo invertido
no solo aquí, sino en el campo de la investigación que a los editores del
libro nos ocupa, ha sido posible gracias al constante sostén brindado por
el Grup d’Esudis República i Democràcia, cuyo combustible actual viene
provisto mediante el proyecto de investigación Culturas políticas, moviliza-
ción y violencia en España. 1930-1950 (HAR2014-53498-P), otorgado por
el MINECO. Esa labor de coordinación de las siempre ingratas cuestiones
técnicas y administrativas, pero también el sincero apoyo en los ámbitos de
lo profesional y lo personal, ha pasado y pasa por la inestimable figura
de nuestro incansable director Francisco Morente, sin el cual esta empresa
no solo no habría podido llegar a buen puerto, sino que ni siquiera habría
podido zarpar de él. Por ello le agradecemos la fe y confianza que puso y
sigue poniendo en esta pequeña trinidad que conformamos los editores de
Europa desgarrada.
Por el camino que nos ha llevado hasta aquí han cambiado muchas
cosas, muchos nombres, muchas expectativas. Quizás hemos perdido la
inocencia de los días primigenios, pero no el entusiasmo y las ganas de
aprender que ya nos caracterizaban en aquel entonces.

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