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quiebra la palabra
virginia moratiel / 1 noviembre, 2018
Tal vez Celan creyó que de esa manera lograría purificarse a sí mismo
expurgando su propia culpa por no haber conseguido evitar el terrible final de
sus progenitores. Por eso comenzó la ardua tarea con su propio nombre y
adoptó el anagrama de su apellido Antschel o Ancel. Como provenía de una
familia políglota, donde se hablaba rumano, alemán, hebreo e yiddish, a lo
cual sumó el aprendizaje de otros idiomas en la calle o el colegio, tuvo la
suerte de poder elegir lengua literaria. Hizo sus primeras publicaciones en
rumano y fue traductor en varios idiomas, tanto de origen como de destino.
Su desarraigo lingüístico inicial y el deambular a lo largo de su vida por
distintas ciudades europeas le permitió la alternancia, como, por ejemplo,
sucede en su poema “In Eins“, donde entremezcla cuatro lenguas y despliega
a partir de una fecha, en sí misma ilegible, una serie de claves sólo
significativas para un determinado grupo lingüístico, al que abren acceso.
Pero ya desde su poemario Amapola y memoria, escrito en 1952, optó
precisamente por el idioma de sus verdugos, llegándose a convertir en el
poeta de lengua alemana más importante de la segunda mitad del siglo XX.
A la ceguera per-
suadidos ojos.
Su -«un
enigma es
manantía pureza»- su
recuerdo de
flotantes hölderlinianas torres en
un vuelo circular de gaviotas.
Viniera,
viniera un hombre,
viniera un hombre al mundo, hoy, llevando
la luminosa barba de los
patriarcas: debería,
si de este tiempo
hablase, de-
bería
tan sólo balbucir y balbucir
continua, continua-
mente.
(«Pallaksch, Pallaksch.»)
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