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16/2/2018 EnTA | Que se vayan todos: Buenos Aires 2017

En torno a la anarquía
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18 de diciembre de 2017

Que se vayan todos: Buenos Aires 2017

Desde el estallido social de diciembre de 2001, atravesando un proceso excepcional


durante 2002 y 2003, con muy diversas experiencias que pusieron en evidencia el quiebre
que en el pensamiento político inauguró el nuevo siglo, algunos hemos intentado recoger
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16/2/2018 EnTA | Que se vayan todos: Buenos Aires 2017

aquél exceso que desbordó por completo las expectativas y previsiones de aquél
diciembre.

Ese exceso es la marca más importante de un nuevo horizonte para el pensamiento


político y, por lo tanto, para las nuevas condiciones de organización de los espacios
emancipativos, de aquellos espacios que no se resignen a un menosmalismo sino que
apuesten por un cambio radical de los lazos sociales que en la actualidad regulan un
mundo miserable, desigual y, especialmente, insostenible.

Hace ya 16 años que se instaló el grito fundacional de la nueva época: “Que se vayan
todos”. Ese grito no tuvo aquella vez forma ni sentido colectivo sobre el que apoyarse.
Como nombre de un exceso, no tenía detrás un sentido común. Como ya he puesto en
otros textos, algunos signi caron esa consigna como un “que se vayan estos”, otros como
un “que vengan otros”, pero otros, algunos de nosotros, lo gritamos muy literalmente:
“Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, como una revocación en acto de la frase
constitucional que reza que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus
representantes, frase evocada en la cámara de diputados por Elisa Carrió precisamente
esta tarde, 18 de diciembre de 2017.

Más allá de las interpretaciones, no había en 2001 un pensamiento medianamente


extendido y consistente que soportara el grito, ni había organizaciones capaces de ponerle
el cuerpo sin retrotraer la novedad a lógicas tradicionales según las cuales ninguna forma
de cohesión social era viable por fuera del Estado.

Muchas experiencias hemos tenido en todos estos años, más o menos consecuentes con
el grito fundacional, con diversa suerte y con distintas características. Son el signo de un
proceso largo en el que avanzamos a tanteos, investigando acciones y estrategias que nos
permitan avanzar. A prueba y error: no puede ser de otra manera. No es posible ni
esperable hallar en un proceso así una hegemonía ideológica y operativa que pueda
establecer un rumbo claro y una agrupabilidad totalizante, como se pretendía en otros
tiempos. No se puede meter la pasta adentro del pomo: cuando un sentido se rompe, no
es posible recomponerlo nuevamente. La política representativa ha sido herida de muerte,
y las consecuencias de esa herida son indescifrables de antemano, están por completo
ligadas a lo que construyamos después. Los tiempos, no obstante, son largos y también
indeterminados.

Esta lectura de 2001 como marca de un acontecimiento que a rmó, con el grito Que se
vayan todos, la muerte de la política de representación, el acontecimiento inaugural de un
nuevo pensamiento político, no nos dice nada acerca de cómo avanzar, sino apenas (y ya
es mucho) nos dice algo acerca de ciertas condiciones que son propias de un pensamiento
emancipativo actual, situado en este presente, capaz de interpelar radicalmente las
condiciones de este mundo desigual, de este ahora, de este aquí: no en abstracto. Sin
embargo, en ocasiones esta mirada se confunde con el elogio de una época, como si se
estuvieran evocando hechos memorables que añoramos con cierto romanticismo,
apelando a la heroicidad de quienes han puesto el cuerpo, como si evocáramos alguna
esta en la que todo fuera prometedor, desatendiendo el hambre y los muertos, la
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16/2/2018
q p ,
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y ,
precariedad, la devastación social para la concentración económica.

Es imprescindible distinguir el exceso ante una operación de la operación en sí misma, es


imprescindible distinguir la excepción respecto de los hechos concretos en cuyo seno se
advierte.

Desde el mes de diciembre de 2001, y durante más de un año, una operación política
destinada a voltear un gobierno fue desbordada por la reacción general que una
población, considerablemente adormecida hasta el momento, sostuvo de manera masiva
y abierta. El signo más claro fue la desobediencia colectiva al estado de sitio establecido
por el gobierno el día 19. Inmediatamente después, las calles se inundaron de gente de
una manera no solamente imprevista, sino claramente desbordante de las capacidades
que las organizaciones activas de la época podían controlar.

Durante los dos años de gobierno de De La Rúa, es decir, de la Alianza, una férrea
oposición presionó al gobierno para que hiciera aquello que estaba llamado a hacer: salir
de la convertibilidad, devaluar, y habilitar un proceso de reconstrucción económica y
política. Durante los dos años de gobierno, hubo una presión creciente de sectores
industriales y de corporaciones mediáticas que, conforme el gobierno de De La Rúa
profundizó las políticas anteriores en vez de modi car el rumbo, lanzaron una campaña
persistente de desestabilización que se coronó con los saqueos del verano, a imagen y
semejanza de lo ocurrido en 1989.

Nunca los saqueos han sido acciones populares de rebelión. Por el contrario, han sido
operaciones montadas sobre la rebelión popular, el hambre y la desesperación,
operaciones políticas gestionadas por el control territorial de las fuerzas de represión del
Estado y de los punteros partidarios. En 2001, la juntura de punteros y patotas futboleras
al comando de políticos, accionando sobre zonas liberadas por la policía, lanzaron la
operación “saqueos”, pretendiendo abrir y cerrar una canilla de pueblo en acto como
ocurrió en 1989. Lo propio de 2001, lo que marca la novedad y la potencia emancipativa
de aquél acontecimiento, es que no pudieron cerrar la canilla sino mucho tiempo después,
matando gente y recomponiendo la situación desde la perspectiva del Estado. Una vez
activada la operación, la población excedió por completo lo esperado, y transformó la
destitución en una crisis institucional histórica.

Es importante tener una lectura amplia de aquella experiencia para no confundir una cosa
con otra. Lo que estamos viviendo ahora es un proceso destituyente, otra vez. Siempre
esta clase de procesos se realizan a partir de situaciones concretas y legítimas: el gobierno
está pegando un manotazo salvaje sobre el salario y las asignaciones, está robando
abiertamente a los pobres para garantizar el clima de negocios de los sectores
concentrados de la economía nacional e internacional. Es lógico, y en cierto punto
deseable, que se prenda fuego todo en una sociedad que profundiza la expoliación de las
clases subalternas en un proceso de reconversión de la matriz productiva al servicio de la
concentración de riqueza en las clases dominantes. El problema está en que la rebelión no
está soportada sobre ninguna capacidad popular de organizar la economía y la vida social
sin caer nuevamente en otra estructura de gobierno que venga a liquidar la movilización
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sin caer nuevamente en otra estructura de gobierno que venga a liquidar la movilización,
como lo hizo Duhalde, para habilitar otra estructura que venga a gestionar la pobreza y la
concentración capitalista, como hicieron los Kirchner.

Esta clase de procesos la hemos vivido ya varias veces. Sabemos que mientras nosotros,
las clases subalternas, los pobres, los trabajadores, los que tenemos ideas contrarias a la
pura continuidad de la devastación capitalista, ponemos los muertos, ellos, los
descansados, los propietarios, los acumuladores, negocian gentilezas y conservan su
privilegio. No es lo mismo jugarse la cabeza en una confrontación con perspectivas reales
que hacerlo como piezas de tablero de una confrontación política de sectores privilegiados
que, para medirse entre ellos, nos usan a nosotros.

En este sentido, repetir 2001 es una idea equivocada. Lo único repetible de 2001 es
aquello que 2001 tuvo de nefasto. Lo propiamente nuevo de 2001, aquello que
reivindicamos desde aquella vez,  es precisamente lo que excede la cuestión y es, por lo
tanto y en tanto exceso, irrepetible. Aquello que fue un exceso, y el exceso en sí mismo, es
precisamente lo que debemos a anzar en las nuevas concepciones políticas y en las
nuevas perspectivas de organización. No se trata de repetir el acto, sino de a anzar
aquellas novedades.

Hacer asambleas públicas en los barrios, habilitar el encuentro entre comunes para
abordar los asuntos comunes, desobedecer un estado de sitio, rechazar de plano
cualquier forma de representación política y rechazar de plano la gestión del Estado,
apelar a la solidaridad e indagar la inventiva popular para generar condiciones diferentes
de sociabilidad, ligadas a una descomposición de la estructura social vigente, no pueden
ser ya parte de un exceso sino que solamente pueden ser parte de las nuevas condiciones
de organización popular. Suponer que una rebelión ahora, confrontando con gomeras la
represión del Estado, traerá consigo alguna clase de consolidación de estos elementos no
tiene asiento en ninguna perspectiva sensata, y la apuesta por un exceso impredecible no
debería pagarse con la exposición de quienes le ponen el cuerpo a la resistencia.

Una mirada igualitaria que active hacia invenciones situadas que descompongan los lazos
vigentes, es propia ahora no de la rebelión, sino de la organización social. Una activación
de estas características, tomando cuerpo progresivamente en la sociedad, traerá
seguramente una rebelión, inevitablemente, pero ligada a una capacidad colectiva
inmediatamente posterior a la rebelión. La rebelión es esencial, como lo es resistir la
represión y confrontar cuando nos toque, pero esto es distinto a buscar la confrontación
como si trajera automáticamente las capacidades que no tenemos.

Dicho de otra manera: ¿Qué esperamos que ocurra si vencemos? Si confrontamos las
fuerzas policiales y volteamos su conducción política, si impedimos que avance el plan de
exacción económica del gobierno de Macri Gato y arruinamos sus anhelos de
gobernabilidad: ¿Qué esperamos que ocurra?

No debemos dejarnos arrastrar por el hartazgo y la bronca. La mejor forma de arruinar un


proceso es apurarlo, y eso lo saben bien quienes controlan o pretenden controlar las
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iniciativas populares.

Actualmente las únicas estructuras capaces de obtener algún bene cio ante la caída del
gobierno de Macri Gato, es decir, de Cambiemos, es cierto sector del peronismo ligado al
kirchnerismo y al frente renovador. Ni siquiera los envalentonados trotskistas que han
ganado más en la legislatura que en la calle tienen alguna chance que no sea meter algún
diputado más.

En este contexto, lo nuestro es tomar la calle, frenar iniciativas criminales de exacción


popular, detener los procesos de exibilización y robo, pero por sobre todas las cosas
avanzar en la organización obrera y en las organizaciones territoriales que puedan dar
alguna vez respuesta a las crisis institucionales, respuestas distintas al recambio
dirigencial y a la recomposición política de los mismos personajes y sectores. Lo nuestro es
crear las condiciones ideológicas y materiales para que podamos sobrevivir a una ruptura
sistémica que resulta indispensable.

Pensar a 2001 como un acontecimiento, y consolidar sus consecuencias, implica algo


mucho más complejo y exigente que retomar los mecanismos que le dieron lugar. Si no
queremos servir de carne de cañón para avanzadas dirigenciales, tenemos que crear los
espacios y conformarlos con perspectivas a una efectividad que en este momento no
existe. No podemos con ar en estructuras políticas clásicas que desde las alturas de los
mecanismos representativos ofrecen distintas alternativas de un mismo veneno. No habrá
gabinete ni legislatura que pueda resolver las condiciones de la miseria y la desigualdad.
No hay, de hecho, mayores alternativas dentro del capitalismo que puedan hacer algo más
que pan para hoy, hambre para mañana. No podemos jugarnos la vida en semejante
menosmalismo.

Pensar que el afano deliberado que el gobierno despliega sobre las clases subalternas es
responsabilidad única del gobierno, suponer que estamos gobernados por un rejunte de
chorros sin más, es no ver que hay un sistema económico soportado en una tenaza
simbólico-social con sus propias condiciones políticas. Es como suponer que el
kirchnerismo fue solamente un rejunte de corruptos. No es la corrupción, no es el
liberalismo, no es ni Keynes, ni Hayek, ni Lavagna ni Cavallo, ni Kicillof ni Dujovne: es
capitalismo.

Mientras escribo estas líneas, los diputados hacen su ritual con discursos heroicos que no
habrán de frenar ni la ley que se resiste, ni las leyes que la complementan. La sesión del
jueves pasado no fue detenida por la resistencia popular: fue boicoteada por un manojo
de diputados haciendo un acting payasesco montado sobre la resistencia popular, de la
misma manera que a De La Rúa no lo volteó la rebelión sino una maniobra política
haciendo uso de la rebelión, de un estallido tan legítimo como el que podría venir ahora y
que han fogoneado abiertamente, como lo están haciendo ahora. ¿Acaso no insisten con
el helicóptero desde hace ya dos años?

Por supuesto que el gobierno, como todo gobierno, anuncia destituciones para ponerse
í ti j ti h d h
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en víctima, para justi car su hacer o deshacer, para consolidar la idea de que sin ellos hay
caos, que son ellos o el horror, etc. Y es que la destitución es peligrosa para quien abona la
institucionalidad. Para nosotros, en cambio, el problema no es la destitución, sino la
restitución. El problema de la caída de los gobiernos consiste en que no tenemos aún
manera de evitar que luego vengan otros. Y, además, que se caen arriba nuestro.

Hubo unos 80 detenidos, aproximadamente, entre el jueves y hoy. Ellos, los


representantes, siguen con su camisa planchada y sus jubilaciones garantizadas,
obscenamente superiores a las que gestionan. Ellos festejaron el jueves su victoria en el
parlamento abrazándose unos con otros en una estampa escatológica, mientras que los
gases y las balas cargaron sobre quienes le pusieron el cuerpo a su despliegue.

Por eso es que nuestro desafío está en encontrar las estrategias efectivas para horadar y
combatir el sistema democrático-capitalista, y no tal o cual gobierno en particular. En esa
diferencia se nos juega muchísimo. Cuando no hallamos los mecanismos propios que
puedan resistir al tiempo que construir aquello que nos sostenga en la caída, quedamos
entregados a un juego perverso que juega con nosotros.

Cabe preguntarnos si una huelga general y sostenida hubiera sido más efectiva que una
confrontación abierta coordinada con los diputados, pero no hemos podido todavía
generar la organización que la lleve a cabo. Cabe preguntarnos si una reacción contra los
gobiernos provinciales, coordinada en los distintos territorios y antes de llegar el proyecto
a comisión, hubiera podido impactar más notoriamente en los puntos sensibles de la
estructura que enfrentamos. Pero no hemos podido todavía generar la organización que
la ponga en marcha. La confrontación, mientras tanto, es un recurso que cuando se
desconecta de la efectividad que le da sentido se diluye en una gestualidad ine caz, en el
mejor de los casos. Y, siempre, el hilo se corta por lo más delgado.

Quizás me apresure en suponer lo que vendrá, quizás me exceda en un análisis


anticipando, pero es imprescindible arriesgar errores distintos, y esta es una situación que
huele a repetido. Que se vayan todos implica que las lecturas de contexto y las
perspectivas estratégicas dejen de estar en manos de conducciones políticas que miran
siempre desde la colina distante. Implica, también, estar dispuestos a sostener nuestra
propia vida colectiva cuando no haya Estado a quien reclamarle nada. Es hora de que
nosotros asumamos el desafío de ser efectivos en las transformaciones radicales. No hay
pureza ni heroísmo en el camino: hay la urgencia de los plazos largos.

Etiquetas: política movilización social 2001 emancipación historia análisis movimiento obrero sociedad
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