Sunteți pe pagina 1din 2

Es probable que conozcan la parábola del payaso.

La escribió el filósofo danés Soren Kierkegaard,


para reflejar la dificultad de transmitir mensajes trascendentes.

Trata de un circo ambulante que sufre un incendio. El director, en pánico, ordena a su empleado
más veloz que vaya a pedir auxilio. El empleado resulta ser un payaso, vestido para salir a escena.
El payaso llega al pueblo más cercano y grita, ruega, implora: solo consigue carcajadas. Los vecinos
ven a un payaso, no a un hombre desesperado. Nadie consigue superar la incongruencia entre el
mensaje y el emisor. Y el circo arde por completo.

Algo así ocurre en el fútbol cuando irrumpen en él la verdad y la vida. Somos humanos, por
supuesto, y estamos diseñados para sobreponernos a cualquier circunstancia que descoyunte
nuestra escala de valores, o de prejuicios. A pesar de ello, percibimos por un instante el destello
de lo absurdo. ¿Cómo adjetivar en estas páginas la muerte de Tito Vilanova? ¿Hablamos de
tragedia? Podemos hacerlo, pero tal vez en otro texto cercano, o incluso en este, se use el mismo
término, tragedia, para referirse al descenso del Betis. La incongruencia resulta demasiado
abrumadora.

La muerte de Vilanova permanecerá intacta e inalterable en la memoria de su familia y sus amigos.


El fútbol, en cambio, la asimilará y la integrará en su realidad (o irrealidad) paralela. Dentro de
unos años, esta muerte figurará como un factor más en la lista de infortunios padecidos este año
por el Barça, al mismo nivel que los líos fiscales, los problemas con la FIFA, la lesión de Puyol o el
apagón de Messi. Se escribirán artículos sobre eso. Utilizo el futuro por pudor, porque ya se está
haciendo: hay quien lamenta que el cáncer apartara del banquillo a Vilanova y lamenta a renglón
seguido que la plantilla quedara huérfana y que luego pasara lo que ha pasado, y cuesta dilucidar
si lo que se lamenta en realidad es lo ocurrido al hombre o lo ocurrido al equipo. No critico, es la
parábola del payaso: si hablamos de fútbol, solo podemos hablar de la muerte como metáfora. El
fútbol, el gran fenómeno sincrético del mundo contemporáneo, transporta cuanto toca al universo
de la intrascendencia.

Me refiero a la intrascendencia en oposición a lo trascendente: lo que supera un ámbito, lo que no


se identifica con nuestra percepción, lo que va más allá. En el fútbol nada va más allá, nada escapa
del agujero negro que contiene (en modo de simulación) todas las historias y todas las
experiencias. Si el Atlético es campeón, y espero que lo sea, su gente gozará de una alegría que
podrá compararse al nacimiento de un hijo. Si además ganara la Liga de Campeones, no habría
comparación familiar posible. En el otro extremo, la trepidación que esta campaña ha deparado a
los béticos (la ruptura con Pepe Mel, la euforia del triunfo europeo en terreno sevillista, el
posterior fiasco en la vuelta y la tremenda decepción final) ha castigado los corazones como un
desastre personal. No lo es, no es una pérdida irremediable, pero se llora como si lo fuera.
Es la rareza y la gracia del asunto. Por eso, porque el espejismo parece tan real, tienen tanto
mérito los profesionales que se parten el corazón en el juego. Simeone y los suyos lo hacen.
Merecen la máxima admiración, aunque la vida sea otra cosa. La vida es lo que ha perdido
Vilanova.

S-ar putea să vă placă și