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Aspectos filosóficos sobre el alma

El alma es la gran motor de la Historia, ha puesto en marcha a las Civilizaciones y ha


hecho posible todas las formas de contacto entre sociedades y culturas

Hablar del alma es hablar del ser humano, tanto para los que piensan que existe como
para los que le niegan un asiento metafísico. El tema del alma es el gran motor de la
Historia, puesto que la percepción que se ha tenido de su existencia y los planteamientos
de vida que ha originado (desde el espiritualismo más ferviente hasta el materialismo
más encendido) son los que han puesto en marcha las Civilizaciones, los que han hecho
posible todas las formas de contacto entre sociedades y culturas. A lo largo de la
historia del pensamiento, el alma se ha abordado de múltiples maneras, que podrían
reunirse en dos principales: el alma como principio de vida y el alma como principio de
racionalidad. Ambas posturas no son radicalmente excluyentes entre sí, pero llevan a
consecuencias que pueden derivar en antagonismos.

El alma y la vida se han encontrado unidas desde la antigüedad. Se consideraba que un


ser estaba vivo en virtud de su "ánima", de su alma. De hecho, cuando ésta abandonaba
el cuerpo, era el momento de la muerte. Se deja de vivir porque el principio vital (el
alma) deja de estar unido al organismo. Esta concepción del alma trae varias
consecuencias: resulta un tanto incomprensible que el alma sea inmortal ¿qué sentido
tiene un alma fuera del cuerpo, si es un principio vital? Además, siendo así, el alma no
sería una cualidad exclusivamente humana, sino extensiva al resto de los seres vivos y
deberíamos hablar del alma de los animales, las plantas. Por otro lado, el alma y la
razón también se han imbricado firmemente en toda la historia de la filosofía. El alma
sería el asiento del conjunto de funciones de la mente. El alma aporta el conocimiento,
es el principio de racionalidad. Esta concepción del alma también trae consigo otras
consecuencias: el tema de la inmortalidad no solamente es posible, sino que además es
necesario para explicar el alma como principio de conocimiento inteligible. Todo ello
en detrimento de vincularla al cuerpo. Así, puesto que el principio de racionalidad es
exclusivamente humano, se le niega la posibilidad de tener alma al resto de los seres
vivos.

La consideración del alma como principio vital, es la concepción aristotélica, y como


principio racional, la concepción platónica, aunque ni Aristóteles ni Platón fueron tan
excluyentes. Como suele suceder, son los seguidores de sus ideas los que radicalizan
cada postura. Platón afirmaba que el cuerpo es una cárcel para el alma, pero a su vez
admitía que ella albergaba, además de la parte racional, inmortal, otras dos partes,
mortales, más en relación con el desarrollo de la vida en el cuerpo, la parte irascible y la
concupiscible, siendo el estado ideal del hombre, aquel en el que se conseguía la
armonización de las partes a través de las virtudes que les son propias. Aristóteles, por
su parte, no sólo no negó que el alma sostuviera el principio de racionalidad, sino que
llegó a argumentar que el estado de felicidad en el hombre se alcanza cuando predomina
la función que en el alma humana es más propia, la razón, mantenida igualmente, a
través de la virtud. Al igual que su maestro, consideraba que en el alma humana
quedaban reflejadas otras funciones propias del hombre, y que éste posee en común con
el resto de los seres vivos, pero sólo la razón le otorga la característica humana. A lo
largo de la historia de Occidente se han ido sucediendo en el paradigma del
pensamiento, momentos platónicos frente a momentos aristotélicos, dejando cada uno
su impronta en la filosofía moral, el arte y la concepción del hombre, la sociedad y el
mundo. Hasta llegar al racionalismo de Descartes, y el mundo de la física mecánica y el
desarrollo matemático. A partir de aquí, sólo se admite lo que puede demostrarse
matemáticamente. El principio de vitalidad y la concepción aristotélica en general, son
reducidas a los principios biológicos. El materialismo, la negación del alma como ente
metafísico, espiritual, más allá de lo tangible, ha nacido con fuerza. Desde este
momento, el alma es sinónimo de vida biológica y psicológica. Punto.

El pensamiento filosófico (que no debemos confundir, en esto del alma, con la fe


religiosa) ofrece dos posturas: que el alma existe como ente metafísico, donde radica la
identidad humana, o que no existe como ente metafísico, estando la identidad humana
en el conjunto de funciones biológicas y psicológicas. Si niego la existencia del alma y
ciertamente el alma no existe, estoy actuando de forma natural. Pero si niego la
existencia del alma y ésta si existe, la consecuencia es que estoy cercenando una parte
de mi ser, y viviré una vida incompleta, no completamente natural.

Si admito la existencia del alma, y ésta efectivamente existe, actúo acorde con mi
naturaleza. Y si admito la existencia del alma y es una falacia, no existe, las
consecuencias también son naturales, puesto que no he negado la existencia de lo único
que supuestamente existiría, que sería el cuerpo. De este razonamiento surgen dos
consecuencias: primera, que la postura más coherente, con la que uno no aborda una
existencia alejada de la propia esencia humana (sea cual sea en realidad), es la de vivir
suponiendo la existencia del alma. Y segunda, que este argumento es válido si se aborda
la cuestión del alma en términos de armonización de los principios vitales y racionales,
como no sólo plantearon los maestros griegos, sino otros muchos grandes pensadores de
otras civilizaciones y tradiciones.

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