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Supremacía Constitucional y el derecho a la educación.

2019

Supremacía Constitucional y el derecho a la educación:


frente a una colisión de derechos, ¿cuál debería prevalecer?
 Índice
I. Breve comentario introductorio.

II. Bloque de constitucionalidad.


A. ¿Derechos absolutos?
B. Fallos que establecen la relatividad de los derechos.

III. La Constitución Nacional y el derecho a la educación.


A. ¿Qué hablamos cuando hablamos de educación?
B. Las políticas públicas y leyes como afectación y reglamentación del derecho.
C. Las políticas sociales que lo afectan.

IV. Derecho a enseñar.


A. Su afectación por parte de políticas públicas.
B. Su afectación por parte de los principales actores sociales.

V. Derecho a aprender.

VI. Reflexiones personales de cara al futuro.


A. Sobre la necesaria reglamentación del derecho a la huelga.
B. Sobre la educación en el futuro.

VII. Bibliografía.

I. Breve comentario introductorio.


A diario nos topamos con este gran problema. “¡Tus derechos terminan donde
comienzan los míos!”, vocifera constantemente una mayoría de la población. Pero, frente a
una colisión de derechos que poseen la misma jerarquía en el orden normativo y que, por
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obvias circunstancias fácticas, es necesaria la ponderación de uno/s sobre otro/s, la pregunta


que nos debemos hacer es: ¿Cuál derecho debería prevalecer y por qué?
En la presente, me presto a sintetizar y definir criterios que considero necesarios
tenerlos presente a la hora de analizar, armonizar, y/o ponderar derechos sobre otros,
siempre tomando como punto de partida el modelo de una constitución “realista”,
“viviente”, no alejado de un contexto sociocultural que, en cierto modo, nos condiciona a la
hora de actuar en el día a día.
Todo esto haciendo hincapié sobre la suscitada discusión entre: paros de
trabajadores, huelga de estudiantes, toma de facultades, frente al derecho a la educación, el
de enseñar y aprender, todos consagrados constitucionalmente y ciertamente rechazados en
la realidad.

II. Bloque de constitucionalidad.

A. ¿Derechos absolutos?
Cuando nos referimos a derechos absolutos es pertinente, para abordar el tema,
definir qué entendemos por “derechos”.
Etchichury define a los derechos como “facultades para hacer o no hacer algo, o bien
para exigir que el Estado u otras personas particulares actúen de cierta forma o se abstengan
de hacerlo”1.
Partiendo desde esta concepción, de los derechos como “facultades” reconocidas por
la Constitución, podemos –o debemos- decir que ninguna facultad debe ser absoluta, en
tanto es necesaria una ley que reglamente su ejercicio, y una voluntad política necesaria
para efectivizarla (dicho de otro modo, traer a la realidad y volver pragmática una
atribución “ideal” y, en cierta medida, “abstracta”). Desde la otra cara de la moneda, no
podemos obviar el hecho de que dicha ley que “operativice” el derecho, de ningún modo
puede alterar su naturaleza2.
A través de la reglamentación legal del derecho, en cierta medida dicha facultad se ve
“relativizada”, en tanto y en cuanto la aplicación indiscriminada –y no reglamentada- del
derecho, nos llevaría indefectiblemente a un desequilibrio mismo del ordenamiento
jurídico.
La consideración sobre derechos absolutos (como el de la vida, defendida por parte
de la doctrina, hoy en día puesta en jaque debido a la disputa y lucha por la ley de
interrupción voluntaria del embarazo) en un contexto actual, frente al reconocimiento de

1
ETCHICHURY, HORACIO JAVIER y PICCARDO, IVANA, “Declaraciones, derechos y garantías”, en:
Hernández, Antonio María (ed.), “Derecho Constitucional”, La ley, Buenos Aires, 2012, p. 585.
2
“Los principios, garantías y derechos reconocidos en los anteriores artículos, no podrán ser alterados
por las leyes que reglamenten su ejercicio.”, Constitución Nacional, artículo 28.
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una “sobre abundancia” de otros derechos (que también podrían considerarse, de un modo u
otro, absolutos) es materia de fuerte disputa entre los operadores y de cualquier sujeto
ligado a la cuestión jurídica –y no ligado- también.

B. Fallos que niegan el absolutismo en materia de derechos.


Sobre este asunto, encontramos en la jurisprudencia de nuestra Corte Suprema de
Justicia de la Nación3 una gran cantidad de sentencias que afirman la relatividad –frente al
absolutismo- de los derechos.
En “Bahamondez”4 podemos ver cómo el derecho a la intimidad y privacidad (más
específicamente, libertad de autodeterminación, libertad religiosa y autonomía individual)
son considerados –en este caso y en otros5- como superiores, incluso sobre el propio
derecho a la vida (¿qué sería una vida si no fuera libre?). Puede verse como (a pesar de
haber resultado inoficioso el recurso interpuesto por tornarse abstracto el derecho
reclamado) la propia CSJN se expide al respecto:
“Vida y libertad forman la infraestructura sobre la que se fundamenta la
prerrogativa constitucional que consagra el art. 19 de la Constitución Nacional”6;
“Aún un enfermo en peligro de muerte puede tener razones adecuadas y valederas,
tanto desde un punto de vista humano como ético para rechazar una operación, aunque
sólo por medio de ella fuera posible liberarse de su dolencia”7
Por otra parte, en “Bazterrica”8 se puede observar claramente cómo se pone en duda
la injerencia estatal en el ámbito de reserva y de privacidad (al igual que en “Bahamondez”)
aún frente al “potencial perjuicio” que podría causar en la sociedad toda el simple hecho de
“no incriminar la tenencia de estupefacientes para consumo personal”. En referencia a esto:
“No se debe presumir que en todos los casos de tenencia de drogas para uso
personal existan consecuencias negativas para la ética colectiva, pues, cabe
distinguir la ética privada de las personas, cuya transgresión está reservada por la
Constitución al juicio de Dios, y la ética colectiva en la que aparecen custodiados
bienes o intereses de terceros.”9

3
A partir de aquí “CSJN”.
4
CSJN, “Bahamondez, Marcelo s/ medida cautelar”, sentencia del 06/04/1993, La Ley T. 1993-I, p.
479-507.
5
CSJN, “Albarracini Nieves, Jorge Washington s/medidas precautorias”.
6
Votos de los Dres. Rodolfo C. Barra y Carlos S. Fayt, considerando N° 13.
7
Disidencia de los Dres. Augusto César Belluscio y Enrique Santiago Petracchi, considerando N° 9.
8
CSJN, “Bazterrica, Gustavo Mario s/medida cautelar”, Fallos: 308:1392, 06/04/1993.
9
Considerando N° 8 de la Corte.
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“El art.19 de la Constitución Nacional establece el deber del Estado de garantizar, y


por esta vía promover, el derecho de los particulares a programar y proyectar su vida
según sus propios ideales de existencia, protegiendo al mismo tiempo, mediante la
consagración del orden y la moral públicos, igual derecho de los demás.”10
Para terminar con este apartado, la Corte en “Portillo”11, se expide al respecto sobre
la “objeción de conciencia” como derecho protegido constitucionalmente, frente a la
obligatoriedad de los ciudadanos de armarse en defensa de la Patria y la Constitución12. A
través de Mariano Godachevich podemos decir13:
“En este sentido creemos que los arts. 14, 19 y 33 nos otorgan el marco necesario
para admitirla –al derecho de objeción de conciencia–. La conjugación de estas normas
nos permite afirmar que nuestra Constitución establece entre sus derechos la libertad de
conciencia, que como todos los derechos debe ser ejercido conforme las leyes que
razonablemente reglamenten su ejercicio (arts. 14 y 28, Const. Nacional), sin que esa
reglamentación pueda alterar la esencia del derecho imposibilitando su ejercicio.”
Godachevich resume críticas realizadas al fallo, lo que se puede destacar, a la luz de
nuestros fines:
 “Los derechos que emanan de una de las cláusulas constitucionales han de
conciliarse con los deberes que imponen otras, de manera de no poner en pugna
tales disposiciones sino, por el contrario, darles aquel sentido que las deja a
todas con igual valor y efecto.”
 “No estamos ante las acciones privadas que la Constitución Nacional sustrae de
la autoridad de los magistrados, sino que se trata de actividades del fuero
externo que chocan con el bien común, el orden público.”14

III. La Constitución Nacional y el derecho a la educación.

A. ¿Qué hablamos cuando hablamos de educación?


Habiendo ya establecido criterios mínimos para abordar con menor complejidad el
asunto principal, voy a empezar estableciendo lo que se entiende por educación.

10
Voto del Dr. Enrique Santiago Petracchi, considerando N° 12.
11
CSJN, “Portillo, Alfredo s/infr, art. 44 ley 17.531”, Fallos: 312:496, 18/04/1989.
12
Constitución Nacional, artículo 21.
13
GODACHEVICH, MARIANO GABRIEL, “Nota al fallo “Portillo, Alfredo”, CSJN, 18/4/89”, p. 217.
14
Ibíd., p. 219.
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Se podría decir que es “la facultad que tiene el hombre, por el hecho de ser tal, de
satisfacer el alto fin de su formación plena.”15
A partir de tal definición de carácter categórica y –para nuestra suerte- amplia,
podemos afirmar que incluye no solo a lo conocido como “educación” (o su faz restringida:
educación formal primaria, secundaria, terciaria, universitaria, etc.) sino también a otro
campo en el que podríamos incluir perfectamente la cultura, la música, el deporte, la
ciencia, la tecnología, como así también lo atinente a educación sexual o educación vial.
Por otro lado, en cuanto a la importancia de este considerado “derecho humano”,
debemos “concebir a la educación como el vector más eficaz para la construcción de una
sociedad moderna y con movilidad social ascendente y como el mejor garante del
cumplimiento de fines planteados por el Preámbulo constitucional, como el de bienestar
general”.16

B. Las políticas públicas y leyes como afectación y reglamentación del derecho.


Como he advertido más arriba al referirme a la “relatividad” de los derechos, cada
uno de estos requiere –de manera necesaria aunque no suficiente (por entrar en juego la
ejecución efectiva de cada uno de los derechos)- una ley que los reglamente, y “los baje a la
tierra”.
Si bien estas leyes, de una manera razonable, prudente y “legal”, han reglamentado
conforme a derecho la educación en nuestro país17, es sabido que la educación ha ido,
conforme pasan los años y los distintos gobiernos, reduciendo su calidad, como
consecuencia de una fuerte reducción presupuestaria que ha sufrido éste y otros aspectos
que para el crecimiento y sostenimiento de un Estado, considero de carácter importantes,
necesarios y obligatorios.
La causa de esta debacle educacional se encuentra fuertemente ligada a distintas
políticas públicas que han convertido a la educación en un elemento necesario para el
crecimiento del capital, y no como un aspecto fundamental propio de la riqueza humana.
A partir de la sanción de la Ley de Educación Nacional (N° 26.206), se reconoce a la
educación y al conocimiento como un bien público y un derecho personal y social,
garantizados por el Estado18.

15
BRAVO, HÉCTOR FÉLIX, “Una confrontación de relevancia: derecho de huelga vs. derecho de
aprender”, Academia Nacional de Educación, Buenos Aires, 1996, p. 23.
16
BERNAL, MARCELO, “Derechos humanos (tercera parte)”, en: Hernández, Antonio María, “Derecho
Constitucional”, La ley, Buenos Aires, 2012, p. 678.
17
A modo de ejemplo: Ley 1.420; Ley 26.075; Ley 26.150.
18
Ley N°. 26.206 de Educación Nacional, B.O. del 27/12/2006, Art. 2.
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De tal artículo se puede inferir fácilmente que el Estado, prima facie, es el encargado
de garantizar y controlar (en el sentido de constatar su correcta y razonada aplicación) el
derecho a la educación en su sentido más amplio (incluyendo al “conocimiento” como
tal)19. Mal podría derivarse esta responsabilidad a institución u organización privada alguna
que haga las veces del Estado, sea nacional, sea provincial o de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires20.
Por otra parte, y muy necesario advertir en una sociedad muy ligada a lo comercial en
tiempos contemporáneos, el Estado nacional establece la no concepción de la educación
como servicio lucrativo, o que se aliente su mercantilización21.

C. Las políticas sociales que lo afectan.


Como contrapartida, pero a partir de un análisis crítico de la realidad, tenemos las
distintas políticas sociales que lo afectan.
Nos encontramos así con el derecho a la protesta social, ampliamente reconocido en
nuestro ordenamiento jurídico, más defendido a nivel jurisprudencial, considerada por el
doctor Andrés Rossetti como “una acción, una conducta (acto u omisión) que manifiesta
una contrariedad con respecto a algo”22. Agrega: “En particular dentro del campo jurídico
se vincula principalmente con decisiones (por acción u omisión) del gobierno. Al ser
“social”, la protesta necesita “externación”, es decir que la misma se manifieste en un
contexto social y que tienda, por tanto, a influir en el mismo, con lo que se excluye la mera
crítica privada o los pensamientos críticos individuales”.
Frente a este marco reconocido al derecho a la protesta social, podríamos decir que el
derecho a la educación se afecta cuando distintos docentes, profesores, maestros abandonan
sus tareas para reclamar sus derechos (que, en muchos casos, son los mismos derechos que
reclama el estudiantado en su conjunto, o incluso la sociedad toda, en propia defensa de la
educación como derecho humano).
Es una tarea pendiente, por parte de la comunidad jurídica en su totalidad, la revisión
y futura reglamentación (siempre razonadamente conforme al ordenamiento jurídico
constitucional) del derecho a la protesta social, para armonizar y evitar conflictos que se
susciten entre los distintos actores principales (docentes, estudiantes, funcionarios políticos,
etc.), y entre éstos y los que podríamos caracterizar como secundarios o “pasivos” (el
conjunto social que no incide directamente en la educación, pero que sí tiene algún interés
en él).

19
Ibíd., Art. 5.
20
Ibíd., Art. 4.
21
Ibíd., Art. 10.
22
ROSETTI, ANDRÉS, “El derecho frente a la protesta social”, p. 353.
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IV. Derecho a enseñar.


Como corolario a lo expresado anteriormente, voy a intentar desentrañar, en la
medida de lo posible, el sentido y significación del derecho a la “educación”.
Por una parte de lo que podríamos denominar “lado A”, nos encontramos con el
derecho a enseñar.
Definido el concepto de enseñar como “presentar y hacer adquirir a los alumnos
conocimientos que ellos no poseen”. Distinguiéndose, de cualquier otro tipo de
informaciones, por poseer “un valor utilitario y cultural”.23
Habiéndose ya determinado la definición de lo que se concibe como “enseñar”, me
presto a continuar con el índice ut supra establecido, para abordar luego su “lado B”.

A. Su afectación por parte de políticas públicas.


Fácilmente podemos decir que, desde el propio Estado, y a través de su –en frecuente
oportunidad- mal utilizado poder de policía24, se afecta a diario, de forma cotidiana, y de
manera abrumadora, el derecho a enseñar.
Basta con observar recientemente un decreto de necesidad y urgencia sancionado por
el gobierno nacional25, publicado en el Boletín Oficial de la República Argentina el día 17
de enero del año 2018. En la misma, se modifica vehementemente la tan defendida paritaria
nacional docente, y la representación de los mismos en una mesa paritaria frente al poder
público, librando a quienes tienen a su cargo el derecho de enseñar (y consecuentemente
derecho a aprender) a la suerte de negociaciones individuales con gobiernos de provincia,
los cuales cabe advertir, desfinanciados gracias al nuevo traslado presupuestario,
sancionado en la reciente “ley de leyes”26.
Frente a este marco fáctico, podemos prever un año muy caldeado y con un
amplísimo y marcado ajuste con respecto al arte de enseñar. Mal podríamos quedarnos de
brazos cruzados, puesto que la educación nace con la necesidad de personas dispuestas a
transmitir conocimientos, y para ello, es sumamente necesario no solo acompañarlos, si no
brindarles todas las herramientas necesarias para que, lo que se considera como “vocación”
(que, en gran medida, puede que lo sea), no sea solo eso, si no que sea efectivamente
estimado como lo es, como un trabajo, común y corriente; pero con la potencialidad de ser,
además, la conductora del futuro de la población, de la sociedad, de la ciencia y del
progreso, con carácter humano y racional.

23
COUSINET, ROGER, “¿Qué es enseñar?”, archivos de Ciencias de la Educación, 2014, vol. 8, n° 8,
p. 1 - 5.
24
Facultad constitucional de reglamentar derechos que posee el Estado.
25
Decreto Nacional N° 52/2018.
26
“Presupuesto de gastos y recursos de la Administración Nacional 2019” (LEY N° 27.467).
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B. Su afectación por parte de los principales actores sociales.


Este derecho puede no solo ser afectado a través de políticas públicas, sino además
puede ser afectado por los propios actores protagónicos del mismo.
Recientemente, se han suscitado distintos hechos que pusieron en vilo a todo el
sistema universitario del país, como lo fue el conflicto salarial docente y presupuestario, a
raíz del fuerte recorte del presupuesto estatal destinado a todos los sectores de la educación
(entre ellos, la ciencia, tecnología, investigación, etc.).
Frente a este cuadro generalizado, estudiantes organizados en asambleas 27 (órgano
democrático representativo destinado a tomar decisiones políticas) decidieron distintos
métodos de lucha, entre ellos acciones directas como la toma del Pabellón Argentina,
protagonizada por estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba, entre otras tomas
efectuadas a distintas facultades y edificios de gran importancia a lo largo y a lo ancho de
todo el territorio nacional.
Al respecto, otros estudiantes y sectores más reacios a los métodos planteados por las
distintas asambleas, reclamaban la “no intervención” de las distintas autoridades electas en
tales decisiones.
En consecuencia de ello, surgieron distintos focos de conflictos, ahora entre los
propios actores sociales (y no de la casta gobernante): estudiantes organizados en defensa
de la educación pública enfrentados a estudiantes organizados que buscaban solucionar el
conflicto mediante la vía pacífica e institucional; estudiantes pocos preocupados por el
presente pesar económico y las distintas medidas tomadas por el gobierno nacional.
En medio de esta puja de poder no institucional (que no significa, necesariamente,
anti-democrático, cabe aclarar), los docentes de todo el país decidieron “poner fin” al
conflicto salarial, adhiriendo al aumento otorgado por el gobierno.
Ahora, el eje se corrió a la cuestión presupuestaria del destinado a las universidades
nacionales públicas de todo el país. Como era de esperarse, habiendo ya los docentes
cerrado un acuerdo salarial, lo que se estaba violentando era el derecho constitucional de
enseñar del que son titulares, en contrapartida con el derecho a la protesta social que
estaban ejerciendo los estudiantes.
Una vez más, es sumamente necesario limitar objetiva y razonadamente lo que es el
derecho a la protesta social para que, una vez suscitado un conflicto de tal envergadura,
poder armonizar los distintos derechos en conflicto, y no vulnerar los de unos, so pretexto
de la defensa de otro, sin algún claro límite objetivo, sin que recaiga tal limitación a la libre
discrecionalidad y arbitrio de un juez, que en muchos casos es absolutamente ajeno a la
cuestión planteada.

27
Tal y como lo fue la “Ekklesía”, principal asamblea de la democracia ateniense en la Grecia clásica.
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V. Derecho a aprender.
En relación a lo expresado en el punto “III”, de este lado, como contraposición
necesaria al derecho a enseñar, nos encontramos con el derecho a aprender, concebido este
último como “adquirir el conocimiento de algo por medio del estudio o de la
experiencia”28.
A partir de esta definición, se puede advertir fácilmente la necesidad de que ésta se
encuentre desde los primeros años de nuestras vidas.
También, podemos aclarar que no solo es necesario un “adquirir conocimientos” por
el hecho en sí mismo, si no siempre desde una postura lo más científica y menos lejana con
la propia realidad, poniendo un mayor énfasis en la calidad del conocimiento transmitido.
Desde un informe elaborado por “Entreculturas”29: “[…] Según los últimos datos de
UNESCO, 57 millones de niños y niñas están aún sin escolarizar y más de 770 millones de
personas adultas –dos tercios de ellas, mujeres– no saben leer ni escribir”.
Frente a esta cara de la moneda del derecho a la educación, podemos decir que su
afectación no es muy distinta, tanto por parte de actores políticos como sociales; en cuanto,
por ejemplo, un paro educativo por parte de docentes, o una falta de responsabilidad por
parte de la casta gobernante a la hora de negociar salarios o dedicar un mayor caudal del
presupuesto a la categoría que estamos analizando, incluyendo ello también el apartado
ciencia e investigación.

VI. Reflexiones personales de cara al futuro.


Para concluir, siempre es necesario señalar aquello que la propia investigación y
realización del presente, ha logrado en mi propio pensar cotidiano.
A. Sobre la necesaria reglamentación del derecho a la huelga.
Es dable destacar que, en cuanto a un cumplimiento lo más fidedigno de la normativa
constitucional, y para lograr una mayor armonización de los derechos que aparentan
contradecirse30 (en este caso, el derecho a la protesta social y el derecho a la educación), en
cuanto ambos se encuentran amparados por el bloque de constitucionalidad, logrando así
una jerarquía suprema normativa, la reglamentación razonada de un derecho tan
fundamental como lo es el derecho a la protesta social, es sumamente necesaria.
Necesaria porque, a la hora de suscitarse este “choque de derechos”, lo primordial
(como primera medida) es lograr una armonización entre éstos, y que, si esta no puede ser
posible bajo ningún punto de vista razonado, necesariamente uno de ellos debe prevalecer

28
Definición tomada de la RAE (Real Academia Española).
29
Entreculturas, “Derecho a aprender: educación de calidad, educación transformadora”, disponible
en https://www.entreculturas.org/sites/default/files/derechoaaprender.pdf.
30
HERNÁNDEZ, ANTONIO MARÍA, “Derecho Constitucional”, La ley, Buenos Aires, 2012, p. 592.
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sobre el resto, ya que de imposible aplicación lógica y coherente sería una máxima que
predique una solución tal como “dar todo lo que aquél solicita”.
Además, la reglamentación de este derecho otorgaría una mayor seguridad jurídica y
confianza en el orden normativo todo, en cuanto cada quien sabría, de antemano, los
derechos y las obligaciones que le tocan al respecto; y en este último punto muy importante
es aclarar algo.
El poder ejecutivo, en su función de gobernación y administración; el poder
legislativo, elaborando leyes, reglamentaciones y controlando a los demás poderes; y el
poder judicial, coadyuvando a “hacer cumplir la ley de leyes”, en perfecta sintonía, esta
trinidad jurídica debiera confluir en la imposición de un presupuesto, unas bases educativas,
científicas e investigativas, un control razonado en las leyes que afectan a la educación, y
una ejecución de todo ello acorde a los distintos avances tecnológicos y de enseñanza, para
que el saber no se convierta en un mero derecho común y corriente, dejando su arbitrio a lo
que grandes compañías financieras puedan y quieran hacer con la educación misma.

B. Sobre la educación en el futuro.


La educación en su totalidad, no debe ser entendida como un mero instrumento
mercantil, donde los educados sean “soldaditos” al servicio del sistema económico-
financiero y los educadores “comandantes” que, como tales, guían a sus soldados a la
consecución de un fin determinado.
Si no más bien, este derecho humano debe comprenderse como lo que es. Un derecho
humano. Y como tal, no estar a la merced de ningún sistema absoluto y totalitario.
El derecho a la educación es el pilar fundamental para una sociedad que aspire al
progreso en todas sus perspectivas posibles, y para ello, considero que su reglamentación
debe acaparar todo el campo educacional, sin dejar que, ni educadores ni educados,
choquen en sus intereses por un afán de individualidad y egoísmo.
Por todo lo esbozado, me permito explicitar los criterios que, en un supuesto de
necesaria reforma educativa, deban observarse.
La educación, desde mi humilde punto de vista, debe perseguir las siguientes
perspectivas:
1. Interdisciplinariedad: la educación debe ser entendida como un derecho humano, que
persiga fines pedagógicos, sociales, culturales y científicos. Tal y como de la esencia
del presente se advierte, ninguna disciplina debería de anular a la otra; si no que todas
deberían confluirse en una misma coyuntura, proseguirse a un mismo fin.

2. Cientificidad: a través de la misma ciencia (no entendida ésta como un dogma, claro
está), aplicarse con todos sus avances constantes, logrando así una reforma en el
contenido educativo, aspirando siempre al progreso y nunca al retroceso u
oscurantismo. La aplicación de ella coadyuvaría a, por un lado, lograr una “base
inmutable” de contenidos fundamentales (por ejemplo, leyes físicas o lógicas); y por el
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otro, una perspectiva “dinámica” que permita la actualización constante del contenido
pedagógico (en este caso, contenidos más bien pertenecientes al campo de las ciencias
sociales, por citar un ejemplo conciso y sumamente asimilable).

3. Control estricto de cumplimiento jurídico: el derecho a la educación debe ser


sumamente controlado por los operadores jurídicos, en el sentido de dar soluciones
urgentes a problemáticas urgentes. Por ejemplo en un supuesto de conflicto en la
relación gobierno-educadores (v. gr. lucha salarial), éste no puede –ni debe- afectar ni
tomar de rehenes a los educados, ni a la sociedad misma. Para ello, la justicia debe
actuar de manera inmediata a los distintos planteos de las partes, sin obviar la relación
laboral que, necesariamente, hay entre ellos (estando así, en un plano imaginario, los
educadores en situación de inferioridad respecto a los gobernantes).

VII. Bibliografía.
 BRAVO, HÉCTOR FÉLIX, “Una confrontación de relevancia: derecho de huelga vs. derecho
de aprender”, Academia Nacional de Educación, Buenos Aires, 1996, p. 23.
 COUSINET, Roger, “Qué es enseñar”, Archivos de Ciencias de la Educación, 8 (8), 1-5, en
Memoria Académica, disponible en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.6598/pr.6598.pdf.
 HERNÁNDEZ, Antonio María, “Derecho Constitucional”, Buenos Aires, La Ley, 1ª ed., 2012.
 ROSSETTI, Andrés, “El derecho frente a la protesta social”, Andrés Rossetti y Magdalena
Álvarez (coord.), “Derecho de huelga y derecho a la protesta social: un análisis desde el
método de casos”, Córdoba, Advocatus, 2013, p. 353

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