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ÉTICA PROFESIONAL
I. Contenido
Estos términos que para algunos resultan inconciliables, no sólo en la práctica sino
también conceptualmente. Señalaré siquiera algunas vías de análisis sobre la cuestión,
indicando ya desde ahora que, al igual que todos.
Definición de términos:
Ética. Como es bien sabido, este vocablo procede del griegoêthos (o, según
Aristóteles, también éthos): carácter, hábito, costumbre... Pero además puede decirse
que es el lugar en el que se habita y el modo de vivir en ese ámbito, valorada la
persona de forma global, en todos sus sentidos, no fragmentariamente.
cuando destaca de manera muy particular la figura del líder, es decir, de quien tiene
algo que decir, que aportar.
Pues bien, el estar del que hablamos ahora, es decir, el estar del ethos, hace
referencia, al estar en plenitud, al estar feliz, que acaba por confundirse con el ser
feliz. La ética apunta en muy buena medida a ese arte de la vida que, adecuadamente
ejercida, proporciona las condiciones de posibilidad de una existencia honorable, de
una biografía dichosa.
Otros autores -Spinoza, Ortega y Gasset, etc.- se refieren a este mismo tema,
afirmando que el hombre es causa sui. Sin duda, no desde un punto de vista
ontológico, pero sí operativamente. No ontológicamente, insisto, ya que la persona no
puede darse el ser a sí misma, por tanto del no-ser-persona no procede el serlo, por
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Mañana seremos en cierto modo lo que hoy estemos procurando. Los hábitos
van encuadrando nuestro camino y aunque no actúan de un modo determinista, sí
hacen más fácil o más difícil la marcha hacia adelante. Sucede así que determinados
hábitos, como la pereza o la diligencia, marcan la capacidad de enfrentarse o no a los
sucesivos retos que la existencia va planteando. Cervantes resume lúcidamente esta
realidad en los comienzos de El Quijote: somos hijos de nuestras obras.
La búsqueda de la felicidad
Hay, al menos, una realidad en la que las personas de todos
los tiempos y de cualquier latitud estamos esencialmente
de acuerdo: anhelamos la felicidad. La pretendemos de
forma más o menos explícita, en manera más o menos
ansiosa, pero siempre la perseguimos, tanto en lo
profesional, como en lo familiar y, principalmente, en lo vital: la necesitamos en el
acontecer diario.
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Por eso, cuando se logra, las otras dos brotan sin particulares dificultades. Quien
se acepta a sí mismo, no espera más de lo que es razonable anhelar, ni columbra
expectativas desproporcionadas: su ilusión no se ve defraudada porque procura
apuntar a realidades que no escamotean las promesas realizadas.
La felicidad poco o nada tiene que ver con la mera posesión de bienes o de
reconocimiento externo, y tampoco con su contrario. Afirmar que la felicidad está en
la pobreza material, supondría olvidar que las posesiones, en sentido estricto, son
buenas: por eso son denominadas bienes. Tampoco procede del pasar totalmente
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inadvertido, porque una persona no llega a ser plenamente persona hasta que no se
establece un reconocimiento dialógico, en el que alguien reconoce y explicita la bondad
de la existencia del otro.
Por decirlo con palabras de Julián Marías, la felicidad es una realidad planeada:
A eso precisamente corresponde la felicidad como imposible necesario. Nuestra vida
consiste en el esfuerzo por lograr parcelas, islas de felicidad, anticipaciones de la
felicidad plena. Y ese intento de buscar la felicidad se nutre de ilusión, la cual, a su
vez, es ya una forma de felicidad.
Sin embargo, para muchos, la felicidad del hombre se encontraría -de forma
semejante a lo que sucede en los animales- en la mera placidez. De ese modo, nada
habría más preciado que una vida placentera. Frente a esas consideraciones, fruto de
una sociedad anestesiada por una mala o incompleta asimilación de la información
percibida por los sentidos (el hombre-animal es el que permanece a nivel epidérmico,
en los placeres sensibles, sin situar éstos en su lugar adecuado y aspirar a otros más
acordes con su naturaleza), coincido con los clásicos en la afirmación de que ideales
por los que no merezca la pena morir tampoco justifican el vivir. O, dicho de otro
modo, la felicidad no se encuentra en una existencia sin inquietudes, sino en un
corazón enamorado...
los que es posible felicidad. A decir de Bernanos, tantos que se juzgan prácticos,
materialistas, conquistadores de los bienes terrenos, en realidad padecen una desazón
profunda. Como señala con aguda precisión no exenta de ironía: dan la impresión de
correr en pos de la fortuna, pe ro lo que hacen no es correr en pos de la fortuna, sino
huir de sí mismos.
Una última e importante precisión: la felicidad guía las acciones de las personas,
pero no tiene, en sí misma, capacidad normativa. O, por decirlo de otra manera: el
ansia de felicidad no es, por sí solo, criterio de actuación. Las coordenadas para la vida
no se encuentran en la búsqueda de la dicha, sino que son ajenas por más que se
encuentren anexas a ella.
Valga como excusa para esta larga -y sólo aparente- digresión, el hecho de que
todo en la vida del hombre acaba por orientarse hacia la búsqueda de la felicidad: la
profesión por supuesto, pero también el modo en que se perciben la ética y las
virtudes. (Pelaz, 1997)
FELICIDAD Y ÉTICA
Para muchas personas, los términos felicidad y ética
aparecen como opuestos. Esto se produce porque,
desafortunadamente, el concepto al que nos referimos
resulta ser en ocasiones un pseudo, ya que padece del mal
de la des-armonía.
Por eso, su sublimación acaba en uno de estos dos callejones sin salida:
a) Una rigidez tremenda, inhumana, que forja gente sin corazón, envarada, tiesa,
acorchada y, por tanto, nada atractiva. Se convierte así la ética en una larga
enumeración de obligaciones, muchas veces pesadas e incomprensibles, que es
preciso seguir para no encontrarse condenado por los condicionantes de un ambiente
en el que no se respira vida, y en el que la libertad no encuentra acomodo. b) El paso
inmediatamente siguiente tiende a ser el rechazo de esa normativa agarrotada y su
sustitución por unos preceptos cuyo objetivo último suele ser el comportamiento
no agresivo con los cercanos, pero de carácter subjetivo. Las coordenadas espacio-
temporales pasan a convertirse en radicalmente importantes para definir la normativa.
Y como sin reglas no es posible vivir, se definen unas en las que la convivencia
sea el empeño deseable y preponderante. El control y dominio de la ira acaba por
ser, en la práctica, el único fundamento sólido.
hizo que toda la experiencia ética de la persona surgiese del sentimiento de respeto a
la ley moral por él mismo propuesta (sorprendentemente, y tal como ha apuntado con
agudeza el pensador polaco Karol Wojtyla, es este sentimiento de respeto por la ley el
único que, para Kant, no tiene contacto con la realidad empírica, sino sólo con la razón
y con una forma a priori de la ley moral).
3.- El amor es el tercer factor consistente de la vida ética. El amor del que aquí
hablamos lo es en sentido pleno. No nos referimos a una mera apreciación afectiva,
sino que incluye en sí elementos de razón y de voluntad.
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La importancia del amor es básica, pues no es posible crear sin amar, y si esto
sirve para todas las artes, de manera más plena para esa gran catarsis en la que
consiste precisamente el desarrollo de la persona, es decir, su crecimiento ético.
El amor necesita contar con las normas, y también con las virtudes, para dar
consistencia a la vida: ¿desearía alguien, incluso quien pone como mayor aspiración
una existencia placentera, ser conectado a una máquina y vivir disfrutando un
arrobamiento sensual sin límites, y morir sin conciencia y sin sufrimiento?
sin infracciones: Eccepatres, quitollunt peccata mundi! He aquí a los padres que quitan
el pecado del mundo.
Motivos éticos:
1.- Uno tiene un estricto carácter económico: si consigo que las personas incorporen
determinadas virtudes -lealtad, sinceridad, puntualidad, laboriosidad, etc.-, será
razonable, piensa el empresario, ganar más. Es mejor contar con gente que viva la
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2.- Puede apuntarse en segundo término un motivo que cabe calificar de puritano. En
toda civilización se han establecido determinados límites para algún comportamiento.
Por ejemplo, hoy en día, en muchas de las civilizaciones más desarrolladas se permite
cualquier tipo de conducta sexual, sea homo o hetero, pero no se admite que sea con
niños, o se exige que se realice mediante pago de una cantidad acordada, etc.
Un trabajo sin coordenadas éticas será, con toda seguridad, una labor
desmotivadora a largo y medio plazo. Porque, a corto, en ocasiones, lo material -un
buen sueldo, la parafernalia propia de muchos ámbitos profesionales, los desmedidos
afanes de autoafirmación...- acalla necesidades más profundas.
(Pelaz, 1997)