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Instituto de Expansión de la Consciencia Humana

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El Movimiento “New Age”:


virtudes y bemoles
(artículo publicado en revista Uno Mismo Nº139, Santiago de Chile, Julio 2001)

Alejandro Celis H.

Siempre que nace un movimiento social o espiritual determinado, están –por un lado- los
pioneros, los que inician el movimiento y que de verdad resuenan con ese mensaje original, y
luego –por otro lado- están aquellos que repiten las palabras sin entenderlas de verdad o que
siguen la filosofía como una moda u otra forma de seguir la corriente. Compare usted, en el
ámbito que sea, a pioneros y seguidores: muy rara vez estos últimos de veras aportan algo
valioso al impulso original. Generalmente desvirtúan el mensaje, el espíritu o la intención
inicial. Cada una de las religiones establecidas es un buen ejemplo. El espíritu radical,
revolucionario, de Jesús, Mahoma, Buda o Bodhidharma no se mantiene en las tradiciones
que generaron, salvo quizás en algunos representantes de la tradición Zen -originada por
Bodhidharma-, disciplina que se ve favorecida en este aspecto por la falta casi total de
discurso intelectual, lo que evita, claro, las múltiples interpretaciones.

Otro ejemplo es la actual “moda” existente respecto al ecologismo: por un lado, están
aquellos que dieron las primeras voces de alarma decenios atrás, los que de veras se interesan
por el estado de planeta y además hacen algo concreto al respecto, y luego están aquellos que
aprovechan esta “moda” para promocionar agua mineral... pero en botellas de plástico, por
naturaleza no reciclable. El mismo entusiasmo con que los supermercados publicitan los
productos “naturales” (al doble del precio de los que supuestamente no lo son) es el que
muestra el empaquetador en la caja para envolver nuestras compras con una generosa
cantidad de bolsas plásticas –tremendamente contaminantes y no reciclables-. Los ejemplos
aquí son realmente abundantes y patéticos, ilustrando la poca seriedad con la que el tema se
aborda.

En EEUU se recicla el 27 % de los desechos caseros: en Chile se ha dado nulo incentivo a esta
iniciativa, mientras se discute acaloradamente dónde se instalará el próximo basurero en cada
ciudad... Y, ¿cuántos desastres ecológicos más necesitamos para darle alguna seriedad a la
legislación que regula la contaminación industrial? ¿No bastará con lo ocurrido con el aire de
la capital, con el valle de Puchuncaví, con el río Loa y la contaminación que aún sigue en
Copiapó -todo esto con generosa contribución de empresas estatales por todos conocidas-?
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El movimiento “New Age”

Éste es un engendro multifacético que proviene de los años 60, época en que sabemos que
estalló la olla social de múltiples maneras: nuevos inventos –como la píldora anticonceptiva-,
nuevas tendencias en la educación, en la política, en los sistemas sociales, en las artes, en la
psicología, en lo que llamamos “espiritualidad” y en otra variedad de ámbitos. Hubo un
importante y profundo cuestionamiento del modo de vida que llevábamos hasta entonces –en
términos de producir, producir, producir- y la búsqueda de una relación más armónica con la
naturaleza, entre nosotros y de cada uno consigo mismo. También incluyó la búsqueda de
horizontes más lejanos, tanto en el mundo interno como respecto al interés por otras culturas,
la búsqueda de vida en otros planetas, etcétera.

Si pensamos que la educación centrada en la persona, el interés por productos no


contaminantes, el cuidado de las diferentes especies, el interés por la meditación, por los
derechos humanos, por el reciclaje de los desechos, por los Ovnis, por las filosofías orientales,
la terapia guestáltica, las terapias corporales, la alimentación vegetariana, la igualdad de
derechos entre hombres y mujeres, la astrología, el Tarot, las vidas anteriores, los productos
orgánicos, el cine alternativo... son todas expresiones que pueden incluirse dentro de la
filosofía New Age, es fácil perder la perspectiva o hilo central. A continuación analizaré
algunas de esas ideas centrales.

El concepto de una auspiciosa Nueva Era

Esta es una idea que, lamentablemente, nos lleva fácilmente a una espera pasiva e
irresponsable. Basándose en datos astrológicos, se supone -y en esto hay infinidad de
perspectivas diferentes- que vamos a entrar, estamos entrando o ya entramos en la Era de
Acuario, en que básica y automáticamente todos seremos felices porque las estrellas así lo
han decidido. Ni siquiera hay unanimidad al respecto, porque según los Hindúes estamos
inmersos en la era de Kaliyuga, “la edad de las peleas e hipocresía”, que comenzó hace 5000
años y durará un total de 432.000 años. Es ilustrativo examinar algunas de las características
de dicha era: (a) todas las virtudes de los hombres disminuirán y los defectos se harán más
ostensibles, (b) los reyes tendrán las características de verdaderos asaltantes de caminos, (c) la
mente se verá saturada de ira, envidia y todo tipo de pequeñeces, (d) la riqueza será el único
requisito para ser considerado de buena crianza, conducta intachable y poseedor de las
mayores virtudes, (e) la ley y la justicia se aplicarán según el poder de que se disponga, y (f)
llenarse la panza será el objetivo de la vida. ¿Qué tal? Para ser predicciones de 5000 años
atrás, se acercan bastante al cuadro actual.

Que ésta es una época especial, no cabe duda. Que sea tan buena... ahí la cosa no está nada de
clara. Una época difícil, con innumerables guerras, muchísima violencia y agitación... ahí sí
estamos de acuerdo. Que después de esto venga una época maravillosa... sinceramente, no
veo que la Humanidad se esté afanando mucho por eso. Hay mucha gente bienintencionada,
sí; que sea suficiente para cambiar las cosas globalmente, tengo mis serias dudas. Y creo que
es un error grave sentarse a esperar que los extraterrestres vengan a salvarnos, que el Mesías
vuelva o finalmente aparezca –según la perspectiva- o que algún tipo de milagro cósmico
ocurra para que finalmente dejemos de actuar de modo estúpido y nos volvamos sabios y
razonables. Si algo ocurre en un ámbito global o al nivel que sea, cada uno de los interesados
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en el asunto debe al menos hacer algo consigo mismo para generar esa consciencia o
sabiduría.
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Lo inmaterial

Uno de los méritos del movimiento New Age es haber cuestionado –no en forma muy seria,
lamentablemente- el mito de la “realidad objetiva”, la idea de que hay un mundo material
sólido e inmutable “allá afuera” que es cualitativamente diferente de nosotros y de lo
“vivo”en general. El mundo viene de un materialismo exacerbado en que lo único real solía
ser lo que se puede ver, oír o palpar. A pesar de toda el agua que ha corrido bajo los puentes,
esta idea aún se halla muy extendida. Aún reconociendo que no es nada de fácil probar las
verdades del mundo inmaterial, creo que ese loable propósito se ve bastante perjudicado por
toda aquella gruesa charlatanería en que se habla y habla con mucha soltura de cuerpo y con
absoluta certeza de cosas que se desconocen. Me explico: no siento legítimo validar la
existencia de absolutamente nada de lo cual no tengamos experiencia directa.

Son muchos los que hablan de “energías”, “chakras”, “vidas anteriores” y un montón de otras
cosas sin tener idea de lo que hablan, sin haberlo comprobado en su experiencia. Puede que
estas ideas nos gusten y nos parezcan plausibles: sugiero que en ese caso las tengamos como
hipótesis a verificar, y no hablemos de ellas con una certeza que sólo debieran exhibir quienes
saben. De no hacerlo así, creo que seguiremos contribuyendo al circo que actualmente existe
en este ámbito, y que sólo hace las delicias de los que desean seguir amparándose en su
cinismo y escepticismo.

La Jerga y el Sensacionalismo

La expresión más negativa de lo anterior se da, a mi juicio, de dos modos. La primera es una
jerga especial que ya se halla tan manoseada que queda poco del sentido original que quizás
alguna vez tuvo. El bla bla psicológico es, en este sentido, abismante: se ha hablado tanto de
que cada uno de nosotros tiene una “parte femenina” o una “parte masculina” que el sentido
original –que en nosotros existen polaridades psicológicas- se ha perdido casi por completo.
En medio de la confusión, cada uno ha entendido lo que ha podido y quizás ha creído que
todos somos homosexuales o travestis en potencia o que la mitad de nuestro cuerpo es
cualitativamente diferente de la otra –y que quizás debiéramos llamar “Tarzán” a nuestro
brazo derecho y “Jane” al izquierdo-.

Otro concepto nefasto es, a mi juicio, el del “niño(a) interno”. ¿Qué puede imaginarse cada
uno con eso? Quizás una entidad con vida propia existente en nuestro interior, que requiere
de cuidados especiales, mamaderas y una serie de otros requerimientos. Ni siquiera tengo
claro a qué se quiso aludir originalmente con esta idea. Si se quiso hacer referencia a los
residuos emocionales que nos quedan de nuestro condicionamiento infantil, creo que es hora
de buscar una expresión que implique que podemos tomar las riendas de nuestra vida adulta
de un modo responsable, y no hallarnos sometidos a la perspectiva de un niño(a) de tres
años. Podemos atender a la sensibilidad e intuición que teníamos más a flor de piel a esa
edad, desde donde estamos parados hoy, sin requerir de una regresión al egocentrismo y
muy limitada perspectiva que teníamos a esa edad.

Del concepto de “energía”, “energía cósmica”, y sus variantes, ni hablar. Quizás deberíamos
excluir enteramente esos términos de nuestro léxico hasta que nos pongamos de acuerdo
respecto a lo que nos referimos.
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La segunda forma de expresión negativa es la adicción al sensacionalismo. Los medios de


comunicación aquí han jugado un rol importante, favoreciendo la sensiblería, lo
extravagante, lo llamativo, lo espectacular, pasando por alto lo auténticamente profundo o
aquello que simplemente revele otras posibilidades en nuestro interior o en el mundo que nos
rodea sin necesariamente ser bizarro o morboso. La palabra “esotérico” se ha vuelto sinónimo
de oculto, extraño y retorcido, siendo que su significado es, simplemente, “lo interno”. “Lo
interno” no es necesariamente espectacular ni va acompañado de trompetas celestiales.
Nuestro mundo subjetivo existe, es real y claramente vale la pena familiarizarse con él, pero
para ello nuestra actitud debe ser otra.

Reflejo de esto es el desmesurado interés por los fenómenos psíquicos –clarividencia,


telequinesia, salidas del cuerpo, vidas anteriores, etc-. El mérito de estos fenómenos es que
nos demuestran claramente –al menos para quienes los experimentan- que nuestra definición
materialista y simplista de la vida, del mundo y de nosotros mismos es estrecha e
insuficiente. Nos desafían a explorar ámbitos desconocidos, a plantearnos interrogantes en
las que quizás nunca habíamos pensado... pero quiero sugerir de modo tajante que los
fenómenos psíquicos no son lo esencial a lo que debemos atender si deseamos sinceramente
vivir una vida más consciente y responsable.

Lo forzado versus lo natural

Producto de nuestra desconexión con nuestra propia naturaleza -producto tanto de la cultura
occidental como de nuestro condicionamiento más directo- creemos que, para acceder a “lo
espiritual” o nuestra naturaleza más íntima debemos practicar extraños ritos, usar
instrumentos “mágicos” o vestimenta especial. He visto occidentales vestidos de hindúes en
Santiago de Chile, como si las túnicas y turbantes tuviesen el poder de transformarnos en
personas religiosas; he visto la utilización de todo tipo de instrumental, talismanes, adornos,
música exótica, olores, colores, figuras, posturas físicas, sonidos... es posible que algunas de
estas cosas de hecho faciliten algún tipo de estado interno, pero está claro que se extravían en
medio de este bazar de rarezas.

En nuestra ignorancia, le hemos dado poder a ideologías y a personas que no tienen nada que
darnos -y en esto incluyo tanto a cultos exóticos como a la mayoría de las religiones
establecidas, al menos en su forma actual-. De veras creemos que asistir a misa -o a cualquier
otro rito- tiene algún tipo de poder, en sí. No es así: lo importante no es lo que está
ocurriendo allí -ni la vestimenta o los gestos de quien oficie la ceremonia- sino la actitud en la
que estamos. Esa actitud, dicho sea de paso, podemos asumirla en nuestra casa, caminando
por la calle o mientras trabajamos. De veras creemos que realizar un ejercicio grupal para el
que debemos forzarnos puede ser “bueno para nosotros”: a veces es así, pero eso nos lo dirán
nuestras propias señales.

Si el lector me acepta una sugerencia, aléjese de lo que le resulta artificial o forzado. Caben
dos posibilidades: o bien lo que le proponen es correcto y legítimo -pero no es el momento
para usted, de allí la sensación de “forzado”-, o bien lo sugerido no tiene nada que ver con
usted ni con nadie. No importa lo extraviados que estemos: igual debemos confiar en
nuestras señales internas, aunque corramos el riesgo de equivocarnos. Es cierto que tenemos
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defensas producto de nuestro condicionamiento, pero no soy partidario de forzarlas. Prefiero


esperar que la persona se halle dispuesta a examinarlas y a explorar formas más expandidas
de vivir.

Quisiera cerrar este comentario clamando -ojalá no en el desierto- por más seriedad y
sinceridad a quienes trabajamos en el ámbito del crecimiento personal. Si nos hemos
propuesto ayudar y guiar a las personas, seamos doblemente impecables y auto exigentes a la
hora de transmitir ideas, conceptos o recomendar la utilización de alguna herramienta: si algo
no es nuestra experiencia, no lo transmitamos como si lo fuera. Por ejemplo, podemos decir,
“Algunas personas piensan que... pero no tengo experiencia directa al respecto”. Pareceremos menos
sabios y experimentados, pero creo más en el valor de la honestidad cuando trabajamos en
este ámbito... y nuestra credibilidad puede beneficiarse.

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