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Dichos textos del teólogo alemán fueron publicados en español no hace mucho por BAC,
en el Volumen II de las Obras Completas (Ratzinger, 2013).
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Filósofo, Magíster en Filosofía y Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia Bolivariana.
Postdoctorado de Investigación en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud. Programa ofertado por el Centro de
Estudios Avanzados en Niñez y Juventud de Fundación Centro Internacional de Educación y Desarrollo
Humano [CINDE], la Universidad de Manizales, la Pontifícia Universidade Católica de São Paulo [PUCSP],
El Colegio de la Frontera Norte de México, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales [FLACSO] y la
Red de Posgrados del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales [CLACSO]. Profesor de la Universidad
de San Buenaventura de Medellín y de la Universidad Pontificia Bolivariana en la misma ciudad. Investigador
de los grupos GIPAD y Epimeleia. Correo electrónico: andresfelipe.lopez@upb.edu.co.
Este trabajo presenta un resultado de la investigación Teoría de la verdad en filósofos y teólogos franciscanos
del siglo XIII: Buenaventura de Bagnoregio, Juan Duns Escoto, Roger Bacon y Guillermo de Ockham.
Aportaciones a la praxis paidética de la razón y la voluntad.
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Principalmente. También lo haré con el Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo (Opera omnia I-
IV), con Breviloquium (Opera omnia V), con el Itinerarium mentis in Deum (Opera omnia V) y más.
La revisión de los estudios aludidos permite ensanchar más lo que hay de Teoría de la
verdad, y del conocimiento en Buenaventura. Por el momento basta con decir que ambos
autores se encuadran dentro de un fuerte teocentrismo.
Como de la primera obra mencionada de Ratzinger hay dos versiones en alemán, aclaro que
echaré mano de la publicada en 1959, traducida en efecto en el Volumen anotado. La otra
versión es la presentada por él en 1955, tenía 28 años, con el título Revelación e historia de
la salvación en Buenaventura que corresponde a su tesis de habilitación como profesor.
Ésta, no sobra mencionarlo, le fue devuelta para reelaboración. Según versión propia (1997,
pp. 97-110), Ratzinger decidió presentar a la Facultad la parte menos impugnada, a la cual
sin embargo sometió a revisión y reelaboración. Esta nueva redacción entregada en 1956 y
la correspondiente lección profesoral aprobada el 21 de febrero de 1957, le valió la
habilitación como catedrático por parte de la Facultad de Teología Católica de la
Universidad Ludovico-Maximiliana de Múnich. La publicación de la versión corregida es
la que corresponde a Die Geschichtstheologie des heiligen Bonaventura en Verlag Schnell
& Steiner en Múnich y Zúrich, puesta en español en el Volumen II de BAC en la Sección
Segunda. De estas últimas es de las que voy tratar en mayor rango.
3
Ratzinger, Joseph. (1960a). Licht und Erleuchtung. Erwägungen zu Stellung und Entwicklung des Themas in
der abendländischen Geistesgeschichte. Studium Generale, 17, 368-378.
2. El uso del término ‘natura’…4 fue publicado en 1963 en las actas del II Congreso
Internacional de Filosofía Medieval del 31 de agosto al 6 septiembre de 1961, de
Colonia. El título original fue Die Metaphysik im Mittelalter. Ihr Ursprung und ihre
Bedeutung. En él son retomados con integridad trozos del § 8 de la tesis de 1955
(2013, pp. 200-257).
Se encuentra advertido en el Prólogo a las Obras completas aludidas, de puño del mismo
autor, que la ocupación temática estuvo concentrada en el segundo de los círculos
problemáticos de la Teología fundamental, que es la revelación, teniendo en cuenta que a la
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Ratzinger, Joseph. (1963). Der Wortgebrauch von ‘natura’ und die beginnende Verselbständigung der
Metaphysik bei Bonaventura. En P. Wilpert (Ed.), Die Metaphysik im Mittelalter. Ihr Ursprung und ihre
Bedeutung. Vorträge II. Internationalen Kongresses für Mittelalterliche Philosophie (Köln, 31. August bis 6.
September 1961) (pp. 483-498). Berlin: Internationalen Kongresses für Mittelalterliche Philosophie (Köln, 31.
August bis 6. September 1961).
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Ratzinger, Joseph. (1960b). Der Mensch und die Zeit im Denken des hl. Bonaventura. En L’homme et son
destin d’après les penseurs du moyen âge (Actes du premier congrès international de philosophie médiévale,
Louvaine-Bruxelles, 28-8/4-9-1958) (pp. 473-483). Lovaina-París: Actes du premier congrès international de
philosophie médiévale, Louvaine-Bruxelles.
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Publicada en español como Pueblo y casa de Dios en la doctrina de san Agustín sobre la Iglesia (2012).
Edad Media no se le puede atribuir la comprensión del significado de esa palabra tal como
se la tiene hoy. Así, dicho significado se variopinta —si se me deja verbalizar el adjetivo—
en revelatio, manifestatio, doctrina, fides, y más (Ratzinger, 2013, p. XXIII). En
Buenaventura se encuentra figurada en doble vía desde el punto de vista de la exégesis
bíblica, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento; lo que plantea el problema de la unidad de
la verdad en contraste con su diversidad de comunicación histórica. Historia y verdad
entonces se encuentran problematizadas dentro del término teológico de revelación.
Según la prologuista crítica Marianne Schlosser, del Tomo II del que trato, a la pregunta de
cómo se puede avenir el carácter histórico de la revelación con la manifestación de Dios a
cada hombre, Buenaventura contestaría que por mor de la gracia y su iluminación
subsecuente, “recibir la revelación significa volverse capaz de ver el misterio de Cristo”
(Ratzinger, 2013, p. XXXII), o mejor, del Verbo encarnado. Debe tenerse por claro
también, según como proclama la misma Schlosser, que la concepción de la Teología en
Buenaventura de Bagnoregio es ciertamente la de ciencia, pero ésta entendida como
conocimiento que lleva a cabo el intellectus fidei, es decir, es el que se apoya en la Palabra
de Dios. Las siguientes expresiones que son de 30 años después de haber entregado en 1955
su tesis de habilitación, en primera instancia bastante objetada, dejan ver un atributo
importante de la unión entre Filosofía y Teología en el autor medieval, según comprensión
de Ratzinger como respuesta a la pregunta: ¿es correcto asimilar el mensaje bíblico con los
métodos de la Filosofía? Dice pues el teólogo bávaro:
En Buenaventura encuentro dos respuestas principales (…) La primera respuesta se
apoya en una frase de 1 Pe 3,15 que en la Edad Media era el tópos clásico para la
fundamentación de la teología sistemática (…) A quien pregunta por el lógos de la
esperanza, los creyentes deben ofrecerle una apo-logia al respecto. Han de haberse
apropiado el lógos en tal medida, que pueda convertirse en apo-lo-gia; la palabra se
convierte por medio de los cristianos en respuesta al preguntar humano (…) esto no es
baladí. La fe no es puro decisionismo, pues entonces, en realidad, no le concerniría al
otro. La fe quiere y puede dar razón de sí misma. Quiere hacerse comprensible para el
otro. Aspira a ser un lógos (…) en Buenaventura se puede encontrar todavía otra
fundamentación (…) concede que hay una violencia de la razón que no puede avenirse
con la fe. Pero añade que hay también un preguntar por otro motivo: puede ser que la
fe quiera entender por amor aquello a lo que ha prestado su asentimiento 7. El amor
busca la comprensión (…) Amar es querer conocer, y de este modo la búsqueda de
lucidez puede ser precisamente una exigencia interna del amor (2009, p. 36).
Conferencias sobre la obra de los seis días de 1273 se constituyeron como discursos
pronunciados en la Universidad de París entre abril y junio del año mentado, esto según
7
Aquí Ratzinger cita el Libro I del Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo en q.2 ad6., de
Buenaventura.
información de los editores de Quaracchi. Vale aclarar que sobre estas hay dos versiones.
Una es la que publican los editores de Quaracchi que es Opera omnia V, páginas 327 a 454.
Y la otra, reportada por BAC (Buenaventura, 2010, p. 49), es la que publica el padre
Ferdinand Marie Delorme (Buenaventura, 1934) y que se encuentra dentro del conjunto de
las obras halladas después de la edición de Quaracchi de 1882 a 1902. Esta última difiere
de la primera en “dicción, división de partes y (…) brevedad de las Collationes, más
acentuada en la edición que nos ocupa que en la de Quaracchi” (Buenaventura, 2010, p.
57). Ratzinger usa ambas redacciones, basándose en la primera y la segunda utilizada con
ocasión de comparaciones, pruebas y confirmaciones.
Las Conferencias vienen a ser, desde el plano biográfico, el cumplimiento de una tarea
académica que se había quedado inconclusa desde febrero de 1257, año en el que el doctor
medieval fue alejado de las cátedras y puesto como Ministro General de la Orden,
reemplazando a Juan de Parma. Figura esta que también hace parte de la controversia que
lleva el nombre Joaquín de Fiore, en tanto que su adhesión a las tesis joaquinitas fue
apologética. Estancia catedrática en la Universidad de París de la que resulta su
franciscanismo condimentado de escolástica. Las Conferencias entonces reúnen los
problemas temáticos que años antes, 16 años antes, habían hundido a Juan de Parma. Alois
Dempf (1930, p. 119) las califica como el proyecto más amplio de una Summa en el
Medioevo y también como el más importante esfuerzo de construcción de una Filosofía de
la historia y de la sociedad, en la misma Edad Media (Ratzinger, 2013, p. 371). Cosa que
ciertamente se contrapone a la idea más difundida según la cual, es la Summa de Tomás de
Aquino (2001) la más amplia e importante. No es trivial decir también que la obra, como se
dijo, corresponde a unas Conferencias y hay un motivo histórico por el cual aparenta ser un
trabajo “cerrado”: no se tiene de ellas el manuscrito leído por el orador sino las notas de los
que las escucharon. “Esto significa una cierta inseguridad en las formulaciones concretas
como ya se ve en la diferente asignación del título, pues la obra aparece, a veces, con el
título de ‘Illuminationes (ecclesiae)’, otras con el de ‘Collationes in Hexaëmeron’”
(Ratzinger, 2013, p. 372).
Para conocedores de la obra de Buenaventura es clásico su apego por el número seis, esta
no va ser la excepción. Ciertamente no es un capricho mental, sino el ajuste estructural que
intenta dar a toda su teoría. Ajuste entre términos teológicos fundantes y términos
filosóficos fundamentales. Distingue pues seis grados de conocimiento que se encuentran
referenciados alegóricamente en cada uno de los días de la Creación, en los que a su vez se
representan las seis edades de la historia de la salvación —hay también una séptima y una
octava: la una corre con la sexta y la otra resulta de la sexta y la siete, respectivamente—,
pero de esto último no escribiré tanto por razones de objetivos y fines, de lo primero sí. Que
ambas cosas se encuentren unidas es porque para el autor la realidad se encuentra
caracterizada por un aumento histórico y gradual del conocimiento (Opera omnia
V/Hexaëmeron [Col. II, 17; XIV, 5-6; XXII, 3]). Como en el § 4 del Prólogo del
Breviloquium (2010, pp. 171-172), en el no. 5 de De reductione artium ad theologiam
(Opera omnia V/De reductione…), sostiene en Hexaëmeron la alegoría, tropología y
anagogía que hay en la Sagrada Escritura (Opera omnia V/Hexaëmeron, pp. 338, 388-
389s.8) a lo que nombra como spiritualis intelligentia y que es el primer nivel de
significación. Un segundo, que pone al lado del sentido espiritual, es el de figurae
sacramentales que es el que consiste en la significatividad de Cristo y la del adversario,
hallable, según dice Buenaventura (Opera omnia V/Hexaëmeron [Col. XIII, 2; XIV-XV]),
en todos los textos que componen la Sagrada Escritura. Y un tercero, en la Colación XIII
no. 2, que es el multiformes theoriae a través del cual, con imagen lírica, asigna a la
Sagrada Escritura el nombre de mar y de planta, en tanto que una teoría particularizada es
al mar una gota y a la planta una semilla. Ratzinger (2013, p. 376) dice en este punto que
teoría ha de concebirse como el reflejo de los tiempos futuros en la Escritura. El apuntar
hacia el futuro propio de la Escritura solo puede ser captado por quien encuentre la unidad
de sentido de la historia, esto es, que pueda advertir lo que viene, viendo desde el pasado.
Esta anticipación del porvenir está cargada con la potencia de los entes de ir hacia la causa
final. De esta afirmación filosófica se puede pasar a la siguiente que es teológica,
parafraseando la Colación II no. 17 y la XV: las múltiples teorías internas a la Sagrada
8
[Col. II, 13-17; XIII, 2. 11-13].
Escritura son alusiones al futuro de la historia, entonces se hace necesario el conocimiento
de la historia de la salvación narrada para la correcta comprensión de lo que está por venir.
Ratzinger (2013, p. 377) citando la Colación XV no. 10, explica que transponiendo la teoría
de las razones seminales a la Sagrada Escritura se puede ver, además de la coincidencia con
Joaquín de Fiore en el punto que sigue, el significado espiritual en la purificación de las
aguas al tercer día de la Creación, las figurae sacramentales en la producción de la tierra
por mandato de Dios de hierba verde, y las teorías, por último, como trasfondo al hablarse
de los frutos y de los árboles que producen semilla. Aquí lanza un afirmación importante el
teólogo bávaro, y es que así como en el mundo físico hay semillas de las que crecen
bosques enteros, también en la Escritura las hay de las que pueden levantarse bosques
enteros de significado. Esto le va permitir decir que la intelección de la Escritura se
convierte en Teología de la historia, y la iluminación del pasado a su vez sirve como
profecía del futuro. Aquí se deja ver a las claras que la intención de Buenaventura es la de
seguir en buen contenido a Agustín en su De civitate Dei, en lo que hace a mi trabajo
concretamente, en la dialéctica existente en Civitas Dei y Civitas terrena, de cuyo progreso
que es el que corresponde a la historia humana, debería aparecer la refundición de la misma
historia de la humanidad en dirección hacia su causa final, cosa bien expresada en el
método del primero en Itinerarium (Opera omnia V/Itinerarium, pp. 295-313). Pero a
diferencia de Agustín atribuye al conocimiento de la historia, más cercano en esto que
continúa a Joaquín de Fiore, una forma de oposición entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento, de manera que además de la enseñanza del de Hipona sobre la semejanza entre
los siete días de la Creación y las siete edades desde Adán hasta Cristo, hay también una
correspondencia veterotestamentaria/neotestamentaria, bajo la analogía de que el árbol nace
del árbol, la semilla de la semilla, la letra de la letra (Opera omnia V/Hexaëmeron [Col. XV,
22]).
Desde el punto de vista ético y moral hay un elemento de poderosa semántica, y es que la
captación del sentido de las teorías internas en la Sagrada Escritura, que determinan la
anticipación del futuro, y que está a su vez determinada por la correspondencia necesaria
entre la dos secciones aludidas, pone de manifiesto la llegada de la plenitud de los tiempos,
el cual se fenomeniza cuando se cumpla la profecía de Isaías según la cual “No alzará la
espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra” (Isaías 2:4, Biblia de
Jerusalén) (Opera omnia V/Hexaëmeron [Col. XV, 24]). ¿Estará Buenaventura aquí
discutiendo acerca de que con Cristo se alcanza el grado más alto de plenitud en la historia
y de que la esperanza escatológica solo se apoya en el después de toda la historia?
Ratzinger (2013, p. 383) dice que sí, en efecto, puesto que el teólogo y filósofo franciscano
cree en una salvación nueva en la historia y dentro de los límites del tiempo en el mundo.
Cosa a la que juzga como el punto central de las Conferencias sobre la obra de los seis
días. ¿Desde un punto de vista no eclesiológico, sino filosófico, estaría pensando
Buenaventura en una noción ya puesta en su Breviloquium (Opera omnia V [Part. II, Cap.
6, no. 3]), la deiformidad, esto es, vivir los hombres siendo verdaderos y buenos? Creo que
sí. También aquí, desde el punto de vista bíblico ¿estará el autor aludiendo a la séptima
edad? En efecto. Luego, debe subrayarse, y lo mismo hace Ratzinger (2013, p. 385), que
para el autor no hay diferencia entre el esquema senario y septenario de intelección del
tiempo histórico. La fórmula es Septima aetas currit cum sexta. De este modo, así como
Dios concluyó la obra de la Creación del mundo en el sexto día y reposó en el séptimo,
análogamente, la séptima edad se da en aquellos que estando en una parte adelantada de la
sexta, esto es, entre la resurrección de Cristo con la devenida apertura del cielo y la plenitud
del mundo en la resurrección universal, avanzan hacia la gloria. La unión de estos días da
como resultado el octavo, la eternidad (Opera omnia V/Hexaëmeron [Col. XV, 12. 18; XVI,
2]). Definiendo la longitud de la Escritura Sagrada en el § 2 del Prólogo del Breviloquium
se describe lo anterior también así:
(…) longitud, la cual consiste en la descripción tanto de los tiempos como de las
edades desde el principio del mundo hasta el día del juicio. Describe, pues, al mundo
transcurriendo por tres tiempos, que son el tiempo de la ley de la naturaleza, de la ley
escrita y de la ley de la gracia, distinguiendo en estos tres tiempos siete edades. La
primera de éstas corre de Adán hasta Noé; la segunda, de Noé hasta a Abrahán; la
tercera, de Abrahán hasta David; la cuarta, de David hasta la trasmigración de
Babilonia; la quinta, desde la transmigración de Babilonia hasta Cristo; la sexta, desde
Cristo hasta el fin del mundo; la séptima corre con la sexta, que comienza con el
reposo de Cristo en el sepulcro hasta la resurrección universal, y entonces comenzará
la octava edad de la resurrección (2010, p. 163) 9.
Sin embargo, esto es tan solo una parte de la Teología de la historia de Buenaventura, en
tanto que se inclina más por la división en dos partes, las cuales además contienen las ocho
anotadas, que son, como se dijo arriba, el Vetus y el Novum testamentum. Mientras que en
Agustín, Cristo es el fin del tiempo, en el fraile es el centro —en lo que se deja ver
manifiesta una fuerte influencia venida de Joaquín de Fiore—.
Recuérdese que según las ideas de Hexaëmeron, seis grados de conocimiento son
referenciados alegóricamente en cada uno de los días de la Creación, en los que a su vez se
representan las edades de la historia de la salvación, con una séptima y una octava
derivadas. En el artículo Luz e iluminación. Consideraciones sobre el puesto y el desarrollo
del tema en la historia de las ideas de Occidente (Ratzinger, 1960a), conectado con lo
anterior, se dice que la primera palabra pronunciada por Dios en la producción del mundo
fue: “Exista la luz” (Gen 1,3). Ya aquí, según confiesa Ratzinger (1960a, p. 368), se está
adjudicando a la luz una realidad de la que el hombre depende, y que la vida y la luz son
una unidad. El significado que tiene, o mejor, que debería tener según la concepción
bíblica, es que, más allá del fenómeno perceptible de ser partícula o ser onda según la
discusión actual en el campo de la Física, es un fenómeno primordial que se encuentra a la
base de todo ente, un poder que precede toda entidad incluyendo la propia vida humana, y
la sostiene. Si es esto cierto ¿Cuál sería entonces el lugar que ocupa ese concepto en el
pensamiento? El teólogo alemán responde que si bien la conocida doctrina de la
iluminación remite a la Teoría del conocimiento, no lo hace con exclusividad a ello, sino
también a la noética y a la Ontología de la luz, puesto que, y nótese la lucidez, la Teoría del
conocimiento se intelectualiza a partir de la pregunta por el ser. Tal y como dice también, la
dilucidación del ser desde la luz resuena desde antaño, desde Heráclito que ve en el fuego
el principio primordial del mundo: humo ardiente, razón universal, Dios y ley universal.
Tópico también dialogado por Platón (1872b) en la República analogizando el significado
de la idea de bien para el mundo inteligible con lo que es el sol para el mundo sensible.
También aludido por el amigo de Sócrates cuando habla del fenómeno, que, de manera
literal, significa aquello que ha sido puesto a la luz. Sin obviar su narración de la condición
humana según la alegoría de la caverna, en el Libro VII de la obra antes anotada, en la que
se encuentra: los hombres son definidos comparativamente con unos prisioneros que no han
vivido otra cosa sino el horizonte estrecho del fondo de una cueva, tan estrecho que solo
miran hacia la pared en la que termina. Valiéndose de un fuego que no ven los presos,
mentirosos les proyectan sombras de cosas haciéndolos desgraciados porque las sombras
son tomadas por ellos como realidades en sí mismas. Puede haber un día, según cuenta
Platón, en el que uno de los esclavos sea forzado a abandonar la cueva en camino hacia la
claridad del sol. Miguel García-Baró (2009, pp. 55-57) dice en esta línea que hay un día en
el que por el ansía de libertad uno logra liberarse; sea por la fuerza o por la
autodeterminación, el caso es que el que emprende el paso hacia la salida descubre el
mecanismo con el que los mentirosos proyectan las sombras y, guiado por la luz que
percibe en la entrada, termina por salir al aire libre, mejor decir, a la libertad. Una vez
estando afuera la claridad lo deslumbra y necesita un tiempo de habitualidad a la nueva
realidad, que sí es real. Se va acostumbrando a ver directamente las cosas. Intenta dirigir la
mirada a la fuente de la luz, el sol. Recuerda con compasión a los compañeros cautivos en
la mentira y piensa en regresar al interior de la cueva para liberarlos. Empero, éstos con los
ojos llenos de tinieblas se burlarían diciendo que es él precisamente el que tiene los ojos
llenos de oscuridad; lo tildarían de loco y hasta muerte le darían. “Y eso que el prisionero
libre no ha visto aún las realidades suprasensibles y el sol de todas ellas, la idea de lo bueno
mismo” (García-Baró, 2009, p. 56).
A esto Plotino añade que la luz es algo incorpóreo, dice que es el Logos. Agustín de Hipona
continúa la senda afirmando que la luz no es una mera metáfora que designa por otra cosa
la realidad de lo inteligible, sino que es la designación precisa de lo inteligible. En sentido
real las realidades inteligibles son luz, y no en sentido figurado (Ratzinger, 1960a, p. 368).
El mundus intelligibillis, según el pensamiento de Agustín, se creó con el “Exista la luz”,
teniendo en cuenta que el fuego empírico como luz sensible se distancia de la luz espiritual
por un abismo. Un paso más en esta tradición es el que atestigua Ratzinger en las vertientes
físico-matemática y la teológico-metafísica. A la primera pone como representante histórico
al teólogo de Oxford, Roberto Grosseteste, que se inserta en la línea que Aristóteles había
continuado en cierta medida de Platón, en la que se fija la materia y la forma como los
principios de los que está compuesto todo ser corpóreo. El cual, dentro del conjunto de la
corporeidad, surge porque la materia prima que es la pura posibilidad es tomada por la
fuerza activa de la forma. La materia prima se caracteriza entonces como la frontera
inferior del ser, de ahí que sea posibilidad, pero al mismo tiempo y por esto mismo, la base
que se encuentra subyacente a todo ente corpóreo. La polaridad de esta materia en mención
según la versión de Aristóteles se da en la multiplicidad de las formas, en lo que
Grosseteste más bien hace la oposición pero desde la forma prima, que es pura actividad,
principio de todo movimiento, de toda acción posible y de toda forma viva. El de Oxford
dice que tal cosa es la luz, la prima forma corporalis, la ipsa corporeitas. Como
consecuencia se sigue que solo hay un único principio activo del que emerge todo efecto, el
cual es el movimiento, pero a la vez el movimiento proviene de la luz. Ratzinger anota que:
Encadenado con lo anterior de la teoría del pensador de Oxford se deriva que Dios es
Creador de dos realidades fundamentales, a saber, forma prima y materia prima. Inextensas
e incorpóreas las dos. La luz, por otro lado, como Vis activa se multiplica de manera
infinita, de igual modo se reengendra y difunde. Lo que sigue en la explicación es que dicha
Vis activa al compenetrarse en la materia primordial pasiva produce que la primera arrastre
a la materia y la extiende convirtiéndola en materia tridimensional. Aunque avanza, no
alcanza con esto a una total mecanización de la imagen del mundo como la menciona
Ratzinger, no tocaba todavía la perfección de la explicación matemático-científica en la que
hoy por hoy se sabe que la magnitud mensurable que permite describir mejor el universo es
el movimiento. Para los conocedores del tema a partir de este punto en la historia
retumbarán para siempre las palabras de Roger Bacon, lector de Grosseteste, en las que se
afirma que el experimento es el único criterio de verdad. Para no dar lugar a malos
entendidos, las anteriores posiciones descritas están ostensiblemente distantes de las tesis
del Panteísmo monista, que en efecto frente al tema tiene su posición, la cual es, de manera
sucinta, que la luz, el movimiento, el conocimiento y Dios, se reúnen en un único concepto
de Dios.
Desde un punto de vista más teológico que filosófico, sin dejar de ser en parte esto último
también, Buenaventura de Bagnoregio en los Libros I y II de su Comentario a las
Sentencias de Pedro Lombardo (Opera omnia I, II), haciendo recepción de algunas de las
tesis de Grosseteste, dice que hay entes en los que esse y factum esse se constituyen en
identidades mientras que esse y fieri no. En el proceso de devenir todavía no son; son
cuando el devenir ha concluido. Son todas aquellas substancias que tienen propiedad de ser
más los accidentes que pertenecen a las formas en que se dice o manifiesta la esencia. Hay
otro grupo de realidades, inversas a las anteriores. Esto es, en las que esse y fieri son
idénticos, pero esse y factum no. Por lo tanto, si son inversas a las anteriores tienen su
existencia arraigada en el devenir, en el movimiento hacia el ser, y cuando éste llega a su
telos estas realidades ya no son. ¿De qué está hablando el fraile franciscano aquí? De los
procesos de movimiento y las modificaciones de las cosas. Su ser mismo es el puro devenir,
cosa muy distinta a la naturaleza del anterior grupo. Es la tendencia, la tensión entre una
substancia y otra sin ser una u otra ubicada en los polos que al devenir atañen, el punto de
partida y el de llegada. Hay todavía un tercer grupo de realidades, son las que fieri, esse y
factum se identifican en cuyo caso se da un ser en devenir sin que su esencia sea una
substancia quieta, sino un devenir que no necesita telos para ser pleno, por tanto carece de
insuficiencia porque permanece como devenir en su ser mismo. Buenaventura está aquí
hablando de la luz que tiene, tanto en la fuente de luz como en la irradiación, un ser actual
en el que ser perenne y nacer siempre, es la misma cosa: la luz siempre nace, y mientras
nace es (Opera omnia I, p. 186b). Luego, siguiendo a Agustín, la gracia se define como luz
espiritual procedente de la Luz primordial. De hecho en esta esfera o este ámbito, Agustín y
Buenaventura coinciden en atribuir a la luz espiritual más realidad que la luz empírica, y
como su forma de ser es el ser en devenir, tanto luz empírica como espiritual son
influencias. Buenaventura está apuntando en el sentido del movimiento constitutivo, que es
idéntico con el ser y lo habita. Ratzinger dice (1960a, p. 371) que no con mucha justicia se
afirma que la imagen del mundo moderno difiere de la del antiguo y medieval, porque si se
incorporara al debate la Metafísica de la luz expuesta, se comprendería que desde Agustín y
Buenaventura por ejemplo, se está hablando de un movimiento constitutivo. Sin estar con
esto diciendo que la precisión de la descripción de la luz y el movimiento contemporánea
sea reemplazada, pero sí diciendo que en los aludidos autores hubo ya una anticipación.
Habiendo llegado a este punto cabe recordar que el contacto de la Filosofía árabe y el
aristotelismo comentado con la tradición de la iluminación produjo, en el siglo XIII,
revuelo. En el cual se vieron encontradas, no siempre de la manera más decente sino
violenta, la teoría de la iluminación y la de la abstracción. Correspondiéndole a esta última
posición la descripción y defensa de la autonomía del intelecto y su no dependencia de la
luz extra sujeto, más bien la dependencia a la luz intra sujeto, no puesta sino producida por
él mismo que actúa como fuerza creadora. Juan de la Rochela emprendió la tarea de
defender la determinación del intelecto agente en correspondencia con clases de objetos.
Dios es el mismo intellectus agens que alumbra los objetos que se encuentran por sobre el
intelecto, esto es, Dios mismo. Dominique Salman (1947-1948) explica que, según Juan de
la Rochela, para las realidades que están intra o infra intellectum el sujeto humano dispone
de un poder de iluminación propio, el intellectus agens precisamente. Entre una y otra cosa
hay, según renglón del mismo Salman, un intelecto angélico que también es intelecto
agente que sirve para el conocimiento de los objetos del mundus intelligibillis, es decir,
para lo que se encuentra iuxta intellectum. Alejandro de Hales dejaría de lado el tema del
intelecto angélico y con ello, como maestro de Buenaventura, permeará en algún grado a
éste en lo que toca a decir que la iluminación consiste, por un lado, en la influencia de la
luz para el conocimiento de realidades superiores, pero por el otro, no se trata de la
comunicación de contenidos sino de la certeza de conocer, del habitus. Tomás de Aquino
será quien renuncie definitivamente a la tradición de la iluminación atribuyendo al intelecto
agente todo conocimiento posible. Haciendo una relectura de la misma tradición,
concretamente la de Agustín, el Aquinate dice que se puede hablar de iluminación solo en el
sentido en el que la razón por ser obra de Dios, está hecha por la luz pero en una modalidad
de forma que queda hecha con luz propia.
Ratzinger (1960a, p. 375) dice, citando a Jakob Fellermeier (1950, pp. 303ss.), que hay un
parentesco estructural entre el iluminacionismo agustiniano y el trascendentalismo
apriorístico kantiano, sin renunciar a aceptar la innegable diferencia de forma y de fondo de
ambos esfuerzos. Por ejemplo una coincidencia es la de afirmar que la certeza y validación
universal del conocimiento no puede derivarse de una instancia a posteriori, sino que se
fundamenta en una a priori. Lo que para el primero es conciencia trascendente es para el
segundo una conciencia trascendental. Para Ratzinger la iluminación reaparece, de forma
modificada ciertamente, en el idealismo trascendental de Kant. También hay un tema
preciso en el que se encuentra la analogía o la relación establecida, sorprendente podría ser
para muchos, que es el de la citada exigencia de Roger Bacon de elevar el criterio de verdad
a su dependencia del experimento. Iluminación y experimento como criterio de verdad no
constituyen, afirma Ratzinger (1960a, p. 375), una yuxtaposición desnivelada, sino una
interrelación, pues si el conocimiento implica experiencia exige a su vez luz. Luego, la
religión y la fe, cree Bacon, tienen que demostrarse por la experiencia, no la empírica o
externa, sino la interna. Llama poderosamente la atención que como Bacon, Buenaventura
que no es tan experimental como el inglés, insista que además de la razón, la experiencia
externa y la interna son también criterio del juicio 10. Ratzinger no se encuentra de acuerdo
con Étienne Gilson (1948, p. 844) en las siguientes palabras: “(…) hemos procurado
mostrar que el tomismo prepara la investigación de la naturaleza en sentido moderno,
mientras que el agustinismo, por su postura mística, se preocupa de las cosas sólo en la
medida en que son símbolos religiosos”. Acierta al ponerle duda pero también exagera, el
teólogo alemán, en decir que “[por] el contrario, se puede constatar el sorprendente hecho
de que justamente la actitud mística del franciscanismo desató una nueva apertura al
mundo, mientras que el aristotelismo, con la exacta consistencia de su sistemática, se
convirtió en el adversario principal del avance de las ciencias naturales” (2013, p. 659). No
se equivoca en lo que respecta a la apertura al mundo, pero sí en culpar al aristotelismo
como adversario del avance de la ciencia natural. ¿Cómo se puede decir tal cosa si en
efecto es Aristóteles quien vence y corrige a Platón volviendo a unir el conocimiento con la
experiencia y así fundamentarlo? A no ser que Ratzinger se esté refiriendo a las
desviaciones que tuvieron lugar con ocasión del aristotelismo comentado, sus palabras las
pongo en duda11. A favor de Ratzinger, pero ya en otro tema, diré que tiene razón en pensar
10
Acerca de la experiencia externa o exterior d.18 a.2 q.1 c del Libro II del Comentario a las Sentencias de
Pedro Lombardo. También d.3 a.1 q.1 c del Libro III del mismo Comentario. Sobre la experiencia interna o
interior d.35 q.1 c del mismo Libro III. Además del Prólogo al Libro I y de este mismo d.17 p.1 q.4 c. En no
menor medida el capítulo IV no. 3 de Itinerarium.
11
Recuerdo aquí una nota de historia que hace patente que hasta accidentes de tipo bibliotecario tuvieron que
ver en la transmisión de un Aristóteles con no poco revestimiento neoplatónico: “(…) las obras de Aristóteles
constituían, evidentemente, la parte más importante y más fecunda en filosofía [se refiere a Oriente]. Pero, en
el catálogo de las obras aristotélicas que los sirios transmitían a los árabes, figuraban escritos de inspiración
muy distinta, que el filósofo griego hubiera desautorizado seguramente, y que, sin embargo, tuvieron una
influencia decisiva gracias a la autoridad que les daba el nombre de Aristóteles. Dos tratados esencialmente
neoplatónicos, la Teología de Aristóteles y el Liber de Causis, pasaban por originales del maestro y
determinaron profundamente la interpretación que se daba a su pensamiento. El contenido del primero está
que desde el lado de Buenaventura el resaltado en la experiencia exterior e interior está en
auxilio de la estructuración de una Teología no solo conceptual sino experiencial, como se
la deja ver clara en Itinerarium, en los últimos tres capítulos sobre todo, o en todo el De
triplici via (Opera omnia VIII, pp. 3-18).
En un juicio más contemporáneo desde el punto de vista histórico como hice ver en otro
trabajo de mi autoría, y más cercano a la posición que enuncié de Aristóteles, de Tomás de
Aquino y la de Bacon, en la forma lírica Albert Camus explica el esfuerzo de la
Fenomenología de Husserl en donde resalta la referencia a la luz:
Camus (1967) en El mito de Sísifo. Ensayo sobre el absurdo, cita varias veces a
Husserl, en las páginas 37, 40, 41, 42, 43, 45 y 46 (…) No es una obviedad que Camus
en el radio de comprensión del absurdo escriba que todo comienza por la conciencia y
nada vale sino por ella (cf. 1967 20), es decir que toda realidad tiene ligada su
justificación a la estructura intencional de ella, que ilumina, como linterna mágica en
palabras del escritor, no el mundo, sino lo vivido (cf. Id. 40-41). Operar la donación de
sentido es en lo que consta el haz de luz, y el incendio interno de la energía que lo
tomado de las Enéadas de Plotino (libros IV-VI); el del segundo —ya lo hemos visto citado por Alano de Lila
—, de la Elementatio theologica de Proclo. La consecuencia más importante de este hecho fue que, en su
conjunto, el pensamiento árabe puso bajo el nombre de Aristóteles una síntesis del aristotelismo y del
platonismo; sobre ella tuvo que ejercerse necesariamente, a continuación, la reflexión y la crítica de los
teólogos del siglo XIII” (1976, p. 322).
causa, la energía radiante, la fuente de luz que emite las hondas es el estado vigílico y
perenne de la conciencia. Es para las navegaciones de la ciencia por un océano de
aguas furiosas el faro que guía el arribo al descanso, la lámpara que sostiene la
Filosofía para las noches oscuras, la linterna que al hombre guía indicándole como
están las cosas (…) La misión de la Filosofía, y de la educación en general, según
como se puede entender en Edmund Husserl, es entonces, convertir al hombre en
sujeto fenomenologizante, en sacarlo del estado de i-reflexión, en despertar en él el
grado máximo de penetración de su luz propia, monadológica, que no solo hace
aparecer las cosas, sino que corrige y endereza su propia vida, las vivencias que son de
su posesión. Así como los físicos hablan de cantidades de luz, la Filosofía, los filósofos
propiamente dichos, tienen que, es su sagrada responsabilidad, dedicar sus vidas a
aumentar esa cantidad en las tomas de postura de los hombres, aumentar, expandir la
conciencia hacia el infinito (López, 2015a, p. 287-289).
Luego, ya desde el plano teológico y bíblico es muy atinado que Ratzinger en lógica a una
cita de Viktor Warnach (1954), admita que en Agustín de Hipona se puede equiparar la
construcción teorética de la iluminación con la de la inspiración en tanto que al campo de
significado luz-iluminación corresponde palabra-inspiración. ¿Por qué esto apunta en la
dirección bíblica? Porque si bien en el anuncio de la Sagrada Escritura no se manifiesta
tanto la luz divina, al menos no en primer lugar, sino la Palabra, la visión mística inherente
al concepto de luz que parecería reñir con las nociones de fe y obediencia, no lo hacen en la
medida en que la Palabra es en sí misma luz. O en un modo de pensar más subversivo,
porque la Palabra es fenómeno de la luz. Aunque no tan subversivo si se recuerdan las
palabras que siguen a renglón del Evangelio de Juan, de las cuales tendría que decir a modo
de confesión personal que las encuentro entre las más afortunadas y maravillosas de toda la
Escritura —pongo cursiva a las oraciones que estarían probando lo que acabo de mentar
acerca de la relación fenoménica entre luz y Palabra—:
En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.
Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de
cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla
en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por Dios: se
llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que
todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La
Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el
mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su
casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de
hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de
deseo de hombre, sino que nació de Dios (Juan 1, 1-13).
Según el texto joánico no hay discordia alguna entre una y otra por lo que Viktor Warnach
mucha razón tiene en el texto de él citado: Erleuchtung und Einsprechung bei Augustin.
Además el mismo hiponense equipara verbum, veritas y lux tanto en De vera Religione
(1948 [Cap. 36, no. 66]) como en De Trinitate (1956 [L. XV, Cap. 11, no. 20]) cuando
alude por ejemplo a la palabra que brilla dentro —verbum quod intus lucet—. De nuevo
sobre la teoría de la iluminación hay que decir, en lo que coincide Buenaventura, que se ha
de entender, bajo la figura de Agustín, como irradiación que estructura la naturaleza
humana incluso sobrepasando el carácter volitivo de la misma naturaleza, es decir, sea lo
que sea que haga el sujeto cognoscente, desarrolle o no todas sus potencias, la vida del
alma consiste en conocer. Luego, siguiendo al mimo hiponense, la luz, a la inversa de lo
que sucede en el sujeto, se irradia voluntariamente. A esto es a lo que se alude cuando se
habla de Dios como Dios personal, esto es, que quiere. La equiparación entre palabra,
verdad y luz es juzgada por Ratzinger (1960a, p. 376) como uno de los triunfos filosóficos
más importantes de Agustín, el de haber hecho aparecer el elemento bíblico junto al
elemento griego de la tradición hasta su momento asumido por él. Cosa que no sería
controvertida, al menos desde el campo de la Teología, hasta la aparición de Lutero y la
pasión por la Palabra pura a través de la cual se allanó el camino para la construcción de
una nueva Teología, la Teología de la Palabra, no porque antes de Lutero no se hiciera
exégesis, sino porque a partir de Lutero y después de él se hizo mejor.
12
En los números 8 a 28 de la citada Colación II.
13
No se debe dejar de anotar que el texto de Opera omnia V donde se encuentra Hexaëmeron adolece de las
citas a Aristóteles que en cambio sí aparecen en la versión de Ferdinand Delorme (Buenaventura, 1934, pp.
23ss.).
pp. 337ss.). Esta sabiduría en este momento comentada es la que pertenece a la razón. De
forma explícita se dice que Moisés es el tipo de este conocimiento (Opera omnia V, p.
339b). Con esto está siguiendo sin dudas a Agustín puesto que en el Libro VII capítulo V
no. 10 de De Trinitate el hiponense escribió que hay mucha razón para decir que sólo Dios
es essentia, porque solo Él es verdaderamente, porque es inmutable, tal como por su propia
locución salió expresar a Moisés: Yo soy el que soy (Éxodo 3,14). Étienne Gilson (1976)
con el objeto de exponer las ideas de Gregorio Nacianceno dice:
Los atributos que más nos acercan a un conocimiento positivo de Dios son,
exclusivamente, aquellos que le determinan como ser: la infinitud y la eternidad. Como
Él mismo dijo a Moisés, Dios es el Ser. Gregorio Nacianceno tuvo el gran mérito de
dar a esta noción toda la positividad que le había de reconocer el pensamiento cristiano
del medievo (p. 61).
(…) todas las vías agustinianas hacia Dios siguen análogos itinerarios, de lo exterior a
lo interior y de lo interior a lo superior.
Encontrado por este método, el Dios de San Agustín se ofrece como una realidad a la
vez íntima al pensamiento y trascendente al pensamiento. Su presencia es atestiguada
por cada juicio verdadero, ya sea científico, estético o moral; pero su naturaleza se nos
escapa. Mientras entendemos, aún no se trata de Dios, porque Él es inefable, y nosotros
decimos más fácilmente lo que no es que lo que es. Entre todos los nombres que se le
pueden dar, hay uno que lo designa mejor que los demás, aquel bajo el cual Él mismo
quiso darse a conocer a los hombres, cuando dijo a Moisés: Ego sum qui sum (Éxod.,
III, 14). Es el ser mismo (ipsum esse), la realidad plena y total (essentia), hasta el punto
de que, estrictamente hablando, esa denominación de essentia sólo le conviene a Él (p.
122).
A partir de lo anterior se hace posible pensar por qué el resaltado que hace en el Prólogo del
Breviloquium a la identificación de la Teología con la Escritura Sagrada. Es porque la
práctica teológica tal como la exige Buenaventura de Bagnoregio lleva a la fecundidad de la
revelación que se da en comprender las Palabras. Con atino, según este sistema de
presentación, en el Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, en el Prólogo, define
al teólogo como revelator absconditorum y a la Teología como revelatio absconditorum
(Opera omnia I, pp. 4-5). Hay un elemento que más que eclesiástico, tal como lo hace
Ratzinger, me gustaría llamarlo o me parece mejor nombrarlo como intersubjetivo, que es
necesario para la construcción profunda de sentido exigida. Me hago entender por qué
prefiero la categoría intersubjetividad, estoy teniendo en mente la Quinta de las
Meditaciones Cartesianas de Edmund Husserl y sus trabajos sobre la intersubjetividad
(1973a, b, c): si las categorías de objetividad y evidencia son correlatos, tal y como lo dice
en su Lógica formal y trascendental (1962a, p. 169), y a toda especie fundamental de
objetividades que se mantienen en una síntesis intencional y son unidades de una
‘experiencia’ posible, corresponde una especie fundamental de ‘experiencia’, se necesitan
como yo —es decir cualquiera que piense, juzgue, valore—, otros —que también piensen,
juzguen y valoren—. Se necesita una correlación de unos y otros para que unos y otros sean
mutuamente referencia de las experiencias en orden a esclarecerlas como adecuadas o
como alucinaciones, puesto que yo soy para los otros el polo de evaluación sobre el cual se
puede saber si no están fantaseando, y esto recíprocamente (López, 2015a, p. 122).
El doctor medieval avanza más: así como hay grados de sabiduría además existen formas
de comprensión de la Escritura Sagrada. Otra expresión con la que se puede significar qué
esboza el autor con comprensión es: inteligencia espiritual o captación del sentido de la
Escritura. Y es que tanto para la Orden de los Franciscanos como para la de los Dominicos,
revelación y explicación científica especulativa del Texto Sagrado no se contraponen. Esto
se patentiza en que la “(…) la ‘speculatio’ es, en sí misma, verdadera ‘gratia’” (Ratzinger,
2013, p. 456). ¿De qué clase de especulación hablan Buenaventura y Ratzinger? De la que
produce que lo credible se vuelva inteligible. Y esto porque el uso de la acción puramente
intelectual aclara el sentido. Sin embargo, no se puede juzgar esto en contravía de lo que en
Buenaventura de Bagnoregio ha sido más defendido: que el pensamiento discursivo, por
ejemplo el de la exégesis bíblica apegada solo al verso, es menos importante que la
aprehensión interior del sentido auténtico de la Palabra que debe estar acompañada a la par
por humildad, que se entiende como la aceptación de la gradación en la percepción de la
revelación. A este respecto dice el teólogo alemán que
Hay que volver en este punto a la teoría de la iluminación para poder hacer explícito como
es que se transmite la revelación. Se sabe, como se ha dicho, que Buenaventura mantiene
con firmeza la iluminación divina inmediata, esto es, la relación del arte eterno con el
espíritu humano, relación que es estructural porque determina los actos del sujeto, o mejor,
hace que precisamente el sujeto lleve a cabo actos de gnosis en virtud de poseer vida
volitiva, judicativa, estimativa. No con justicia se suele decir que en este punto el doctor
medieval está rechazando a Aristóteles. Más bien Buenaventura de Bagnoregio estaba
yéndose en impugnación contra la recepción de Avicena por parte de doctrinarios
cristianos. Es más, el pensador franciscano en tema, como Tomás de Aquino, elabora una
síntesis de Aristóteles y Agustín. Acerca del primero hay que decir que para el campo del
conocimiento de las realidades corporales y materiales, Buenaventura acepta o asume la
teoría de la abstracción aristotélica. De hecho, incluso refutando al que fuera uno de sus
maestros más directos, por no decir el más, Alejandro de Hales, dice que Dios no puede ser
representado como intellectus agens (Opera omnia II/Commentarii…, pp. 568-57014). El
problema está, o una distancia con el estagirita está, en el ámbito del conocimiento
revelado. Se le planteó al autor aquí el problema de las múltiples mediaciones cósmicas tan
en boga del averroísmo, de si entre Dios y el hombre hay una jerarquía distributiva de la
revelación y en habida cuenta de esto, si la revelación la recibe el hombre directamente o
mediada por los ángeles, cosa en la que resuena el influjo no necesariamente objetivo del
Pseudo-Dionisio cuyo postulado, muy autorizado en el siglo XIII, defendía la necesidad de
los ángeles en el proceso de la manifestación. Buenaventura lo resuelve así en Hexaëmeron
en la Colación III no. 32, y esta es una cuestión para los oídos teológicos contemporáneos
que suena a angelología, y para la cual no tengo más que decir que tanto el fraile como
Agustín que de acuerdan en lo siguiente, tienen aquí uno de sus grandes errores —si es que
por ángel se entiende en sentido estricto—:
14
También en d.39 a.1 q.2 del Libro III del Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, así como d.5 a.3
q.1 ad 3 del Libro IV. Sobre esto volveré más adelante.
(…) asume la opinión según la cual los ángeles participan como intermediarios en
todas las revelaciones, pero nunca se convierten en autores de la revelación, ya que el
único autor de la revelación es el rayo mismo de luz divina; la luz que nos ilumina es la
luz directa de Dios y lo ángeles obran de esta manera solo ‘occasionaliter’, como quien
abre la ventana y con ello permite el paso de la luz de la que él no es ni fuente ni causa
(Ratzinger, 2013, p. 464).
Y juzgo error esto porque cuál es la necesidad de tal argumentación si se dijo que la
captación del sentido profundo de la Escritura es ya revelación; para qué hacer tal alusión si
como se entiende en el Itinerarium la estructura del alma es la del arte eterno en el que
resplandece el Primer Principio como imagen.
Alcanzado este punto, me dirijo ahora al trabajo de Ratzinger con título El uso del término
‘natura’ y la incipiente independización de la metafísica en Buenaventura (1963). Desde el
punto de vista de la epistemología, los términos antitéticos natura y supernaturalis
permiten seguir la independización de la Filosofía respecto de la Teología. No son pocas las
remisiones de Buenaventura a la ciencia natural, por ejemplo en Reducción de las ciencias
a la teología y en Itinerarium15, sin dejar de mencionar que en el Libro I y en el III de su
Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo habla específicamente de scientia
naturalis y no de philosophie naturalis (Opera omnia I, p. 6b/ Opera omnia III, pp. 525b-
526a). En esta última obra, biográficamente temprana, aparecen opuestos los conceptos de
sententia naturalis y sermocinalis. Así, la ciencia natural se ordena a la res (cosa), mientras
que la sermocinalis a los signos. Los objetos de la realidad son los que atañen al conjunto
de la primera mientras que los que se producen por el espíritu humano a la segunda
(Ratzinger, 1963, p. 483). Naturalis es lo opuesto así a artificialis. Ahora bien, el primero y
supernaturalis, según la concepción bonaventuriana, no necesariamente están en un juego
de oposición puesto que si bien el objeto de conocimiento de la ciencia natural es el cursus
naturalis, a éste le puede acontecer un cursus supernaturalis en virtud del poder del
Creador, que además de ser el productor, también puede, por lo mismo, cambiar las cosas,
15
No. 4 en el primero y Cap. 3 no. 6 en el segundo.
por ejemplo con los milagros a los que no en vano Buenaventura de Bagnoregio llama
contra natura (Opera omnia I, p. 813a). Por esto mismo el poder atribuido a Dios, como
está por encima de la naturaleza, es sobrenatural.
16
También en Breviloquium (Opera omnia V, p. 230b): res in anima –in proprio genere- in arte.
absorbe en la primera, pero tampoco en la segunda. En otras palabras: un espíritu
puramente natural es impensable y un bios humano puramente espiritual es inconcebible,
no sería por tanto humano. Esta es una razón poderosa por la cual Buenaventura se resistió
siempre a la independencia de la Filosofía respecto de la Teología, porque la esfera de la
naturaleza no está cerrada en sí misma, necesita de lo sobrenatural. Así como de inconclusa
es la anterior idea, en lo que está de acuerdo también el teólogo alemán (Ratzinger, 1963, p.
491), la que tiene que ver con el derecho natural también. Sin embargo parece haber un
paso en Antropología, por cuanto se define que con relación a la conciencia, que es una
instancia en donde se encuentra naturaliter impressa la verdad (Opera omnia II, p. 904b),
hay un derecho natural y metafísico común a todos los hombres, a todas las naciones como
diría Graciano (1879). A lo que el franciscano añade en términos teológicos, que la rectitud
de la razón es susceptible de ser torcida (Opera omnia IV, p. 748) y vuelve a poner el
concepto de naturaleza en un ámbito teológico pero sin independizarlo de la Metafísica,
cosa de la que se puede ir concluyendo no logra hacer ¿será que en efecto es susceptible de
independización el concepto con relación a la Metafísica? Frente a la potencia
Buenaventura afirma que Dios es el único que tiene poder en gracia a su naturaleza, es
como si dijera que la naturaleza de Él, o al menos uno de sus atributos, es el poder. En
cambio, y resuena en lo siguiente Anselmo, si natural se define como la posesión entera de
un ser a partir de sus propias fuerzas, solo a Dios se le puede atribuir poder natural y a los
hombres y las criaturas poder derivado porque toda capacidad la poseen por relegación del
Primer Principio. Es verdad, como escribe Ratzinger (1963, p. 494) en justicia al hombre,
que el ser humano posee capacidades naturales, pero como tales son precisamente criaturas,
en tanto que han sido insertadas en él en la forma de determinaciones del arte eficiente.
También con una alusión teológica, el que es natural por sí mismo es Dios, los hombres y
las demás criaturas lo son pero por gracia. Ahora, con alusión filosófica, el autor está
apuntando a la imposibilidad del fenecer y la apodicticidad de la conservación del ser. No
hay regreso a la nada, solo hay cambio. ¿Cómo se concilia esto con la Teología de la
historia y la revelación en la concepción bonaventuriana? Pues que así como el hombre
posee ser por participación, del mismo modo la revelación y lo que haya dé lugar a lo
verdadero y lo bueno en la historia, no lo consigue el hombre por las solas fuerzas de la
naturaleza y la voluntad, sino que, de acuerdo a la Antropología aludida antes, necesita de
la manifestación del sentido auténtico. De hecho, volviendo al trabajo del teólogo bávaro
sobre la Teología de la historia en el franciscano, en el § 10, se trata el carácter histórico de
la Escritura y de su revelación de sentido ¿Revelación de sentido? O ¿sentido revelado?
Ambas cosas. Significado que, a juicio de Buenaventura de Bagnoregio, desde el marco
histórico, tiene en algunos autores de la primera escolástica figuras destacadas, como
Agustín y Jerónimo17 (Opera omnia V/Hexaëmeron, p. 421b). Con la anterior idea el autor
se pone del lado de Hugo de San Víctor en el juicio según el cual los Padres, testigos de la
tradición, y la Escritura, forman una sola Escritura Sagrada. Escribe Ratzinger que en la
Edad Media a la altura del siglo XIII, la frontera entre Escritura y Padres no estaba del todo
trazada, de hecho era difusa (1959, p. 81). Empero, anota el mismo profesor alemán a
reglón seguido, a la hora de Buenaventura pronunciar sus Conferencias sobre la obra de los
seis días el canon ya estaba establecido en la forma en la que hoy sigue en vigor, sin por
esto eliminar a los Padres porque son portadores de una revelación sin la cual la lectura de
la Escritura quedaría en buena parte cegada (Opera omnia V/Hexaëmeron, p. 412b).
Otro punto importante de anotación en el orden antes esgrimido es Francisco: sin arredro
asumió el reto de traducir la Palabra del Sermón de la montaña no en la glosa, sino en la
vida. Si esto es así como ciertamente uno tendría que aceptar si ha estudiado sin florecillas
sino objetivamente a Francisco y si los Padres recibieron una revelación, Buenaventura está
señalando en la dirección de la revelación sin terminar, en tanto que el sentido de la
Escritura está aún sin acabar y se desenvuelve a la par de la historia, condicionada claro,
según misma visión bonaventuriana, a que haya quien reciba tal sentido. En esto
precisamente prosigue el trabajo del profesor de Baviera cuando dice (Ratzinger, 1959, p.
86) que, en la relación de la revelación de la Escritura y la de la Creación, el significado se
esconde en la letra y su desvelamiento se da porque el espíritu humano supere el nivel del
pensamiento literal y se adentre en la inteligibilidad y espiritualidad de la misma letra. Del
apego a la letra resultan, además de la sequedad que deviene en apagado de la capacidad
contemplativa (Opera omnia V/Hexaëmeron, p. 358a), los errores como los del
17
Otros son Cipriano, Ambrosio, Hilario, Gregorio.
fundamentalismo, el ultra-catolicismo, el fanatismo, tan dañinos y mostrencos. A partir de
las anteriores palabras se deducen estas: el carácter que tiene toda la Escritura es el de
signo. Todo el texto del Itinerarium es, y buena parte del Hexaëmeron, en unidad lógica con
esto, el compendio explicativo de la significatividad de la Creación como escalera al
Principio Creador y finalístico. Cosa que es bastante contraria a la Teología física griega.
De aquí la aceptación de Dionisio el Areopagita por parte de Buenaventura de Bagnoregio
en lo que toca al contacto supraintelectual, o sea místico, con el Primer Principio.
Contacto en el que pone más el acento en el sentir que en el conocer ¿pero es que acaso
sentir no es estar conociendo? El hecho es que en el Itinerarium y con mayor subrayado en
Hexaëmeron, dicho contacto es calificado como revelación18.
Puede razonarse, según lo antepuesto, que la verdad del mundo y del hombre consiste en un
ordenamiento a priori, en la consumación de lo que es cierto, bueno y justo, para el mundo
y para el hombre. Que tal cosa suceda gradualmente atestigua la victoria del ser sobre la
muerte, la victoria de la verdad sobre el horror, la del bien sobre la maldad. Y piénsese: si
18
En el capítulo VII no. 4 para el caso del primero, y en la Segunda Colación no. 30 para el caso del que
sigue.
no es así entonces cómo aseguramos la conservación del ser fáctico, esto es, sino es así
cómo se conserva la posibilidad. Si se está en lo correcto entonces ¿puede tener razón
Agustín al decir en su De civitate Dei (1958), en su teoría de las seis épocas, que la venida
de Cristo representa el tiempo final del que se desprende un sentimiento vivo de la
inminencia del fin, tal como se lo encuentra también en Pablo de Tarso? Esto ciertamente
merece una afinación: una cosa es que el fin sea inminente y otra muy distinta es que con
Cristo y después de él ya no haya más tiempos. Y otra que difiere mucho más es que la
expresión tiempo final no necesariamente está remitiendo a un ya casi, puesto que la
longitud del tiempo final, como época particularizada, puede ser largo o corto. Es tiempo
final porque es cumplimiento y si es que se puede destacar particularmente éste, hay que
nombrarlo como tiempo del intellectus (Ratzinger, 1959, p. 100). En el Breviloquium
(Opera omnia V [Par. IV, Cap. 4, no. 5]) se dice, en justicia a lo esbozado antes, que:
(…) de aquí que se diga que la venida del Hijo de Dios fue en la plenitud de los
tiempos, no porque con su venida termine el tiempo, sino porque tienen su
cumplimiento los misterios temporales. Pues así como no convino que viniera Cristo
en el comienzo del tiempo, porque su venida hubiera sido demasiado temprana, así
tampoco convino diferirla hasta el último fin, porque entonces sería demasiado tardía,
pues convenía que el Salvador introdujera entre el tiempo de la postración y el tiempo
del juicio el tiempo del remedio. Convenía que el mediador precediera a algunos de sus
miembros, siguiera a otros. Convenía que el conductor prefecto se manifestara en el
tiempo oportuno para correr hacia el premio (2010, p. 298).
Cristo entonces es el medio absoluto (Opera omnia V/Hexaëmeron, pp. 330b-335b). Luego,
frente al debate con Joaquín de Fiore, figura importante de la Teología de la historia, hay
que decir que es primero Tomás de Aquino quien entra en coloquio, alrededor de 1250, en
comparación con Buenaventura. Para esa misma fecha, que coincide con el inicio del
Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, Buenaventura no se había pronunciado
frente a las profecías joaquinitas. El Aquinate critica a Joaquín de Fiore en esto: en la
intelección alegórica de la historia aplicada al Antiguo Testamento, en tanto que lo signos y
los tiempos de éste no remiten a un desarrollo temporal analógico del Nuevo, remiten es a
Cristo. Cosa ciertamente muy tenida en cuenta por los exégetas contemporáneos. Es muy
interesante este juicio de Joseph Ratzinger: “Contrariamente al Aquinate, Buenaventura,
como se ha demostrado, ha reconocido expresamente y se ha apropiado de la exégesis
Joaquinita del Antiguo Testamento. En este caso (y sólo en éste) Tomás es, pues, más
agustiniano que Buenaventura” (2013, p. 519). Sin embargo, como también señala el
bávaro, el dominico y el franciscano comparten una concepción marcadamente
cristocéntrica: Buenaventura de Bagnoregio por ejemplo (Opera omniaV/Hexaëmeron, pp.
331-335), no acepta la edad del Espíritu Santo de Joaquin de Fiore porque estaría
eliminando la centralidad de Cristo.
La tesis de Franz Erhle (1889, pp. 605-609), en efecto citada por Ratzinger, difiere de la de
Gilson quien identificará, como se escribió, dicho agustinismo. Para el primero el hecho
histórico de haber tenido la escuela franciscana como maestro a Alejandro de Hales, el cual
19
Cuatro años antes había recibido el doctorado.
figuraba en la Universidad de París como maestro del agustinismo, es el que explica la
tendencia dominante de tal línea de investigación entre los frailes menores. La cátedra de
Alejandro de Hales y su ingreso al convento no dio como resultado una nueva doctrina,
sino que proporcionó al citado agustinismo nuevos representantes. Sin embargo, si como
dice Ratzinger hasta 1257 en Buenaventura hay recepción del filósofo de Estagira,
Alejandro de Hales ingresa a la Orden franciscana en 1231 —según informa Canals Vidal
(1992, p. 193) — y el de Bagnoregio habría empezado a estudiar en París en 1234, cómo
entender que en el Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo hay citación técnica de
Aristóteles si ya había empezado a estar influenciado por Alejandro de Hales años antes
¿estará Franz Erhle equivocado, o acaso es Gilson o el mismo Ratzinger los que lo están?
Ciertamente el tema es complejo. Inténtese una respuesta que puede ser advertida así: una
cosa es Aristóteles como lógico y otra como teólogo, y otra más distinta es el autor en su
estado de comentado. Es sobre estos dos últimos sobretodo que se dirige la pugnacidad del
doctor Buenaventura. En éste no hay rechazo total, tampoco recepción absoluta pero
muchos menos aún aristotelismo ecléctico en sentido cerrado, es ecléctico como se verá
pero condimentado con otras elecciones teóricas.
Gilson (1948, p. 13) sostiene que la obra completa de Tomás de Aquino no es la única que
representa una respuesta a Aristóteles, sino que la de Buenaventura también lo es. Este
hecho estaría derrotando la idea según la cual el antiaristotelismo del autor está
acompañado de un desconocimiento de la obra “del filósofo”, idea que sostiene Franz
Erhle. Sin embargo, en contra de este último ¿Cómo se puede elaborar una parateoría de
Aristóteles desconociéndolo?
Frente al problema trazado los trabajos de Van Steenberghen (Forest, Van Steenberghen y
De Gandillac 1951; Van Steenberghen, 1955a y b; 1966) son importantes, así lo valora
Ratzinger (1959, p. 127) en la medida en que dilucida por ejemplo lo siguiente: al iniciarse
el siglo XIII todavía no hay en París corrientes filosóficas bien definidas. Hay sí estudios
lógicos inspirados en el Órganon entrecruzados con investigaciones teológicas de cuño
metodológico especulativo con énfasis en Agustín, el mismo Aristóteles y el Pseudo-
Dionisio. Pero también se ve, como atestigua el mismo Fernand Van Steenberghen (Forest
et al., 1951, p. 201), en el año 1200, un creciente ejercicio de citación de Aristóteles en tal
medida que incluso se llegó a unificar el significado de las expresiones “doctrina
aristotélica” y “Philosophia”. Tema este que entra en pugna con lo dicho por Gilson cuando
escribe que para el año 1250 “Los Maestros de la facultad de filosofía no se han atrevido
todavía a declarar que la filosofía de Aristóteles sea la filosofía” (1948, p. 14). Línea que
Ratzinger (2013, p. 530) juzga ciertamente como una imprecisión de Gilson. De hecho, y
en contra de lo que piensa Franz Erhle, Alejandro de Hales y Juan de la Rochela, quien
fuera sucesor del primero en París, se hacen filósofos sobre la base de un modo de hacer
Filosofía concreto, el de Aristóteles. Esto se ve en el constante uso de la Lógica y las
nociones de Metafísica del de Estagira de Tracia. Sin de dejar de echar de menos también
que por razones de la lectura de la Ética asimilan conceptos de moral y de Psicología. En
los dos autores medievales señalados hay un aristotelismo ecléctico (Forest et al., 1951, p.
204). Todavía más: Van Steenberghen dice que entre de Hales y Juan de la Rochela todavía
no hay conflicto entre agustinismo y aristotelismo. Cuando tiene cabida histórica el
conflicto es cuando el saber transmitido por Aristóteles y el saber de éste transmitido desde
el “origen pagano” se encuentra de frente con la sabiduría cristiana venida de los Padres y,
más acá del siglo XIII, venida de los teólogos (1955b, p. 51). Es más, y Ratzinger (1959, p.
128) está de acuerdo con este juicio, el agustinismo no existe todavía durante la primera
mitad del mismo siglo (Forest et al., 1951, p. 205). A este respecto esta cita:
Según cita Ratzinger (1959, p. 128) a renglón seguido de Van Steenberghen, Buenaventura
continua pues la senda de sus maestros, la del citado aristotelismo neoplatonizante. Dicho
sea en aras de la claridad, el fraile medieval no es agustiniano en sentido estricto, tampoco
aristotélico, es más bien portador de un aristotelismo agustinizante. Formula que el autor de
la Teología de la historia de san Buenaventura acepta aún con su manifiesta flaqueza
terminológica, para la cual le parece mejor escribir que el doctor de la Universidad de París
es portador de un ecléctico noeplatonismo aristotélico subordinado a la Teología
agustiniana, formula que es también de Van Steenberghen (1955b, p. 61). Siendo así que en
Tomás de Aquino la recepción del filósofo de Estagira resulta ser más compacta y no en
cierta parte ecléctica como la de Buenaventura de Bagnoregio.
Poniendo más hondura al problema histórico planteado no hay escuela agustiniana antes de
1270, año en el que ya se puede ver según estudio y contraste de las obras de los autores de
la Universidad de París, una contraposición entre aristotelismo neoplatonizante y la versión
tomista de Aristóteles. Es más, y esto hace mucho más difícil la comprensión de la
situación histórica, para Van Steenberghen y Ratzinger (2013, pp. 532-533) tampoco se
puede hablar de agustinismo en su significado estructurado cuando se trata de
Buenaventura, más de bien sí de neo-agustinismo, en tanto que éste adopta una cantidad
considerable de elementos de Agustín más otra buena cantidad de otros que no le hacen
justicia a la obra original del hiponense, más algunos conceptos que derivan de los
comentaristas como el judío Avicebrón y el árabe Avicena. Según D’Albi (1923) y Gilson
(1948) el tramo final de la obra de Buenaventura consiste en un giro contrario al del
aristotelismo radical de Tomás de Aquino, convirtiéndose a la vez en el primero en
levantarse contra un Aristóteles tomado absolutamente. Se le atribuye también haber sido el
alentador de Juan Peckham en torno al versus de éste con el tomismo, quien es realmente el
20
El teólogo bávaro está citando la página 205 y siguientes de: Forest, André; Van Steenberghen, Fernand y
De Gandillac, Maurice. (1951). Le mouvement doctrinal du IX au XIV siècle. París: Bloud et Gay.
fundador del agustinismo. Figura ésta importante en lo que se conoce como la “Magna
condenación de 1277” por el obispo de París, Étienne Tempier; la cual, es un punto
controvertido de un proceso que no empezó más temprano de 1210 y que se estira hasta
abril de 1284 cuando el mencionado Juan Peckham —sucesor de Roberto Kilwardby en la
Sede Arzobispal de Cantorbery, Inglaterra— condena ocho proposiciones tomistas que
tenían como tema sobresaliente la unicidad de la forma substancial. Controversia que
tendrá nuevo avivamiento cuando el 14 de febrero de 1325 —dos años después de la
canonización de Tomás y primer aniversario de su nacimiento— el cuarto sucesor de
Tempier en la Sede de París, Étienne Bourret, da anulación a la sentencia de su predecesor
del año 1277, en la que se habían condenado 219 proposiciones, algunas de ellas sostenidas
por el propio Tomás de Aquino, fuera expresa o indirectamente.
De modo concreto fueron cinco las teorías de Tomás que se condenaron por parte Tempier,
que son: teoría de la unidad del mundo; la del principio de individuación; la de la
localización de las substancias separadas y su reducción con el mundo físico; la de la
excelencia del alma, aún en aquellas operaciones de la misma que se realizan en cierta
dependencia de las condiciones del cuerpo y la teoría del determinismo moderado que
había en la descripción de los actos por los que la voluntad ejecuta sus operaciones. Según
como narra Fernand Van Steenberghen (1966, pp. 426ss.) no se debe confundir la inmersión
del Islam aristotelizado de Avicena y Averrores hacia 1210/1215 y las condenas
eclesiásticas que tuvieron lugar, con lo que emerge ya hacia 1250 en la Universidad de
París en donde se ven enfrentadas tres fuerzas importantes: la extrema izquierda, que es el
aristotelismo radical de Siger de Brabante y Boecio de Dacia; la extrema derecha que es
representada por el “partido de los teólogos conservadores”, constituido, según Van
Steenberghen por la mayoría los profesores de la Facultad de Teología, conformado como
un frente adverso reaccionario respecto del radicalismo de los filósofos de la Facultad de
Artes. Defendían la “sabiduría cristiana” frente a las posturas de ese radicalismo. La tercera
fuerza es la del “centro”, siguiendo la metáfora política de Van Steenberghen. Centro
conformado por Tomás de Aquino —no está de más decir, explicación metafórica a la que
Ratzinger no apela en el conjunto publicado en 1959 de su Teología de la historia de san
Buenaventura, pero que aquí, como se ve, sí—.
No es para nada equivocada la afirmación de Joseph Ratzinger (1959, p. 131) según la cual,
de acuerdo a lo visto, y es lo que se ha intentado mostrar, no se puede uno llamar a engaños
en torno a la verdad de la pluralidad de influencias por las que se forma la lectura de Platón
en el Medievo, en la que Agustín es solamente una fuente entre otras. Hecho este que hay
que tener en cuenta a la hora de valorar la obra entera de Buenaventura de Bagnoregio.
Pero entonces cómo delimitar en este último no solo desde el punto de vista de la
observación del Comentario a las Sentencias (Opera omnia I-IV) y Collationes de decem
praeceptis (Opera omnia V, pp. 507-531) que son los dos extremos de aristotelismo relativo
y antiaristotelismo que hay que estudiar moderado, la verdadera recepción de Aristóteles
por un lado y de Agustín por otro. Frente a este tópico hasta ahora la cosa ha sido fácil, con
esto último empieza lo dificultoso. Van Steenberghen (1955b, pp. 68-73) dice algo muy
decisivo que se ha de tener en cuenta desde el comienzo de tal interrogación: teocentrismo
y ejemplarismo no son monopolios temáticos del agustinismo, todo sistema creacionista los
tiene y se remontan a la tradición de la revelación judeocristiana y al platonismo. Luego,
espíritu agustiniano fue referenciado tanto por árabes como por judíos y cristianos, como la
acentuación de la superioridad de la revelación con relación a la razón, de la doctrina
cristiana por sobre la Filosofía, de la ciencia sagrada por sobre la humana. Ideas que Tomás
de Aquino y Buenaventura compartían y no por ello cabe decir que Tomas es agustiniano.
Gilson ha hecho ver que la Filosofía del fraile franciscano se encuentra en un rotundo
filosofar cristiano ligado a la revelación. Fernand Van Steenberghen cree que la Filosofía
está potencialmente presente en la Teología del autor. Esto es juzgado por Ratzinger (1959,
p. 132) como una debilidad explicativa del belga Van Steenberghen por cuanto en el doctor
medieval más bien no se puede aislar la Filosofía de la Teología en tanto que se encuentran
unidas como el cuerpo lo está al alma. Tema este en el que difiere de Tomás de Aquino
porque en el dominico la Filosofía sí tiene que ser extraída de cuánto hay de Teología y así
resulta que es hallable una Filosofía relativamente independiente. Mucho menos aún se
puede sostener la independización cuasi propuesta del belga cuando se observa que el
denominado agustinismo surge del problema de la relación entre Filosofía y Teología. Se
obliga así a admitir que este debate explicado no es solo filosófico, sino también teológico.
Y es que es precisamente en este punto donde se encuentra sembrado el neo-agustinismo
antes mentado: en la búsqueda de unidad de la sabiduría cristiana frente a la dualidad
Filosofía/Teología.
21
Que se puede describir como la idea de una inteligencia cósmica común que emigra de cuerpo en cuerpo.
esquema que guarda relación con lo que se encuentra en el no. 4 de De reductione artium
ad theologiam22:
Con una interpretación exagerada e histérica unos años después, en 127323, Buenaventura
pone como epicentro de los peligros del tiempo final a la Universidad de París, la cual,
según la histeria del autor estaba siendo atacada por el diablo. Desde el punto de vista
filosófico y no de la muy desafortunada exageración del autor, hay que entender que según
visión del mismo, los tres errores imputados derivan de la no aceptación de la exemplaritas
divina (Opera omnia V/Hexaëmeron [Col. VI, 3]). A favor del fraile hay que matizar lo que
sigue, aunque creería que ya se encuentra claro según he confesado antes: la polémica de
Buenaventura no se dirige “al filósofo” sino a los aristotélicos de su tiempo. También a
favor suyo, es que la posición tomada pormenorizadamente respecto de Aristóteles nunca
quedó del todo clara porque el conocimiento que poseía del filósofo de Estagira de Tracia
no provenía en exclusivo de una lectura directa, sino de la trasmisión que de esta había
hecho lo que llamamos hoy escolástica (Opera omnia II/Commentarii… pp. 22ss.).
Entonces a lo que hay lugar es a una amenaza escatológica derivada de los aristotélicos
pseudocristianos. Además como muy atinadamente observa Ratzinger (1959, pp. 137-138),
no se puede encontrar ni una sola de las tesis bonaventurianas antiaristotélicas al mismo
tiempo como antitomasianas, ni siquiera la que se va en contra de la eternidad del mundo.
Ratzinger hace ver en este punto en la nota al pie 12 del § 16 (2013, p. 544) que hay que
afinar en lenguaje a la hora describir el pensamiento de Tomás de Aquino por un palo, y el
de sus seguidores, por otro. Lo que escribe entonces es, según una brillante recomendación
del que fuera uno de sus maestros el profesor Gottlieb Söhngen, que hay que particularizar
22
En el que empero, la luz del conocimiento filosófico es dividida en racional, natural y moral; orden que no
el mismo de Collationes septem de donis Spiritus Sancti.
23
En uno de los Sermones que los editores Quaracchi ponen dentro de la colección Sermones de Sanctis
(Opera omnia IX, pp. 463-631).
tomasiano y antitomasiano cuando se trata el tomismo y no de Tomás de Aquino. Hay que
tener claro, como con Aristóteles y los comentaristas, a Tomás de Aquino y su obra y al
tomismo y su trasfondo.
24
De modo respectivo Opera omnia V, páginas 45-115, 3-43 y 117-198.
simbólica del tiempo para las ideas cristianas y para las que no lo son. Siendo a las primeras
el símbolo de la línea recta y a las segundas el círculo. Y esto porque según las cristianas,
por ambos lados el tiempo se encuentra delimitado y concebido como irrepetible además de
único. Mientras que para las otras el tiempo se representa con la falta de límites en sí
mismo y la falta de límites de lo que ha comenzado y de lo que debe terminar. Pero resulta
interesante que Ratzinger (1959, pp. 143-144) identifique que para Buenaventura en
Aristóteles el tiempo se representa linealmente, infinito y sin orden, a la que pone el fraile
la forma opuesta del círculo en cuyo centro se encuentra Cristo guardando la unicidad del
círculo y a Dios como una esfera inteligible cuyo centro está en todas partes y la
circunferencia en ninguna (Opera omnia V/Itinerarium, p. 310a). Escoge esta definición
porque según su juicio es una expresión adecuada de la infinitud de Dios en oposición a la
infinitud sin orden del estagirita. Otra razón de escogencia del círculo es asegurar en su
significado que la eternidad es a su vez simultaneidad, cohesión y unidad internas. Sin dejar
de mencionar que con esta opción también está apuntando al dinamismo del espíritu
individual que parte de Dios y vuelve a Él, que es lo que desde el plano metodológico se
encuentra en todo el Itinerarium y para el cual Cristo es el centro del conjunto de todos los
puntos del plano que están a una distancia fija con relación al mismo centro:
El centro perdido de un círculo se encuentra, de nuevo, por medio de dos rectas que se
cruzan cortándose en ángulo recto, es decir, por medio de una cruz. Esto quiere decir
que Cristo, por su cruz, ha resuelto definitivamente el problema geométrico de la
historia del mundo, con su cruz ha reconstruido el centro perdido del círculo del
mundo; ha restaurado así el movimiento de la vida individual, pero también, a
continuación, la orientación y el sentido de la historia de la humanidad en general
(Ratzinger, 2013, p. 554).
A esto habría que sumar que en Hexaëmeron (Buenaventura, 1934, p. 11) se apela a un
movimiento que no retorna, sino a uno que asciende circularmente en la forma en que en
cada nivel superior obtenido no sucede lo mismo, sino que se atestigua la ley estructural del
nivel precedente que conserva. Se está hablando como se ve, de un espiral. Pero de nuevo,
en este punto se encuentra cometido otro error discursivo que se convierte en error
temático, del cual Ratzinger no toma postura, lo cual también es una equivocación. Es el de
encontrar en la teoría del eterno retorno al símbolo de la “bestia” de la que habla el Libro
del Apocalipsis (13, 11-18). A partir del trabajo del mismo Hexaëmeron Ratzinger
encuentra que los que son para el franciscano los errores de la eternidad del mundo, la
necesidad del destino y la unidad del intelecto, vienen a representarse con 666. Para
Buenaventura el número seis significa a partir de la obra de la Creación en seis días un
anillo perfectamente cerrado en sí, pero la repetición cíclica de los tres errores escritos crea
un círculo triplemente herético. Frente a esto no hago un pronunciamiento teorético por
cuanto encuentro tal cosa como una puerilidad filosófica de la que nada hay por aprender
en sentido positivo, en el sentido neutro sí, que es, procurar el máximo cuidado a la hora de
estimar las teorías para no demonologizarlas. Actitud que Buenaventura en este punto no
tuvo.
Otra imagen con la que sigue su comentario, que se rebaja a veces en este asunto a ser no
más que un vituperio poco justificado, es la que dice que aquel que busca solo el
conocimiento gusta del árbol del bien y del mal (Opera omnia V/Hexaëmeron (Col. XVII,
27]). Es decir que no gusta del otro árbol del que habla el Génesis, el de la vida, porque a
este solo se llega por Cristo y la comprensión espiritual de la Escritura. Sin embargo ¿no es
la fe una especie del género conocimiento? Lo mismo que ¿no es la mística una especie del
género experiencia? Y si se aprieta más la cuestión ¿no es la comprensión una especie del
género intuición teórica? Nuevamente aparece no un antiaristotelismo, sino una crítica a la
Filosofía en general y sobre todo, a una Filosofía autónoma.
Otra metáfora desafortunada es la que consigue con 9,1s del Apocalipsis (Opera omnia
V/Hexaëmeron, p. 361b), al decir que el abismo que abrió el quinto ángel de la trompeta
para dejar salir de allí humo y tinieblas aún está abierto, señalando al aristotelismo herético,
no a Aristóteles, con ese humo. El más fuerte de sus desatinos, y lo son en virtud de las
interrogaciones que le he lanzado en el párrafo anterior, es el de la expresión razón
prostituta. Así llama a la Filosofía que se desapega de la sabiduría cristiana. Hay que hacer
aquí la siguiente afinación que a bien tuvo hacer el profesor Söhngen a Ratzinger (2013, p.
563): “es instructivo constatar que las palabras de Lutero ‘vieja bruja y razón prostituta’ no
se dirigen en general contra la razón, sino contra una razón que quiere tener y tiene la
última palabra en teología”. El profesor bávaro se equivoca en decir que la consideración
de tales formulaciones como “corrientes” entre los teólogos del silgo XIII hace desaparecer
el escándalo. El escándalo que pueden producir no es a causa de la carga metafórica de las
palabras, sino a causa de la actitud de Buenaventura en ese punto concreto. Actitud que
enseña en sentido negativo su obstinación, la cual hay que decir también, no era solo suya,
sino también de los comentaristas de Aristóteles.
Da otro paso más, desafortunadamente para mal, cuando profetiza el final de la Teología
racional diciendo que el pensamiento especulativo filosófico al reconocer su verdadera
tarea queda absorbido en la Teología. Aparece de nuevo su reclamo de la no
independización de la Filosofía. Luego, desde el punto de vista del desarrollo de las ideas,
estas últimas esgrimidas de Buenaventura en los dos párrafos anteriores, no pueden ser
estimadas como escolásticas, por el contrario son antiescolásticas. Un elemento biográfico
que puede ayudar en la comprensión de este hundimiento de Buenaventura de Bagnoregio
en las aseveraciones mencionadas en las que se observa su creciente posición
antiintelectual, que se puede ver desde su Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo,
es el que consiste en la defensa de lo que puede ser llamado como franciscanismo primitivo
que tiene como figura rectora a Francisco de Asís, y sumado a esto los ingredientes
antiintelectuales de la Teología de la historia de Joaquín de Fiore y del Pseudo-Joaquín, más
la influencia mística del Pseudo-Dionisio. Según esto no es justo decir, en un sentido bien
estricto y preciso, que Buenaventura es agustiniano.
Ahora bien ¿se puede hablar de creación del tiempo? Haciendo alusión a Beda, el cual es
citado también por Buenaventura pero incipientemente, Ratzinger (1960b, pp. 476-477)
explica que la versión amplísima del tiempo supone la creación de éste en primer lugar
junto con la natura angelica, el empyreum y la materia. Si en oposición se acepta el
significado estricto habría que afirmar que fue producido en el cuarto día de la Creación
cuando comenzó el movimiento. Según estas versiones el tiempo precede al hombre en
existencia y en independencia y sería una magnitud cósmica y no antropológica. Pero
también se razona de esta versión, que el tiempo del hombre es el tiempo del cuarto día, el
que se funda en el primum mobile. Aquí está más próximo Buenaventura a Aristóteles que a
Agustín evidentemente porque defiende esta última tesis (Opera omnia II, pp. 64ss.),
conservando el carácter extrapsíquico y rechazando la unidad del tiempo derivada del
sujeto mensurante, sin por esto no admitir, en conformidad con Aristóteles, los actos
mensurantes, que como productos del alma no tienen el carácter de la ficción sino de la
disposición del alma a conocer (Opera omnia II, p. 59b). La unidad del tiempo además, se
fija en la medida en que hay movimiento primordial que es el que se encuentra subyacente
a todos los movimientos materiales: “al estar de la materia de camino hacia la forma”
(Opera omnia II, pp. 59ss.). A lo que está abogando Buenaventura de Bagnoregio con esto,
en conexión con Aristóteles, es a la magnitud cósmica objetiva previamente dada, eso sí,
creada.
Lejos de Agustín en este asunto del tiempo y del espacio, para Buenaventura el lugar del
hombre en el universo tiene la naturaleza de ser una determinación teológica sembrada en
su misma composición antropológica de ser unidad de las dos formas espíritu y materia. La
teleología de la humanidad según el lugar asignado al hombre en el universo por
Buenaventura es la unión del conjunto de los grados de todo lo que existe. El
antropocentrismo del doctor medieval consistiría entonces en ubicar al hombre en el centro
del conjunto del mundo, de una manera tal que, a la vez, no se puede pensar en el ser
humano sin mundo y menos al mundo sin él (Ratzinger, 1960b, p. 480).
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