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EL AMOR NOS HA FALLADO

de Tony Ortiz

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A Eva Diviany…

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“Sácalo…sácalo…antes que nos lleve el diablo”

Jaime López

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DRAMATIS PERSONAE
Julieta

Primera canción de Julieta.

II

Entonces despierto harta, cansada. De contar peso por peso cada día para el

desayuno, para la comida, para la cena, el pesero. De aguantar como cada mañana

al estúpido que te arrima sus miserias en el tercer metro que debes tomar para llegar

al trabajo al otro lado de la ciudad. Sí, a veces uno se cansa y se pone a imaginar

lo bella que podría ser la vida si de pronto pudieras, no sé, abrir la cartera y sacar

un teléfono celular para marcarle a un taxi. Esperar a que toque el claxon al estar

fuera de casa para llevarte a aquélla oficina donde un montón de gatos no mueven

un dedo si tú no lo ordenas. Vendería mi alma al diablo sin dudarlo por algo así. A

veces uno se pone a imaginar que mamá no murió por una pulmonía que cualquier

médico de cuarta hubiera curado si hubieras tenido el dinero suficiente para pagar

los veinticinco pesos de la consulta y los menos de mil de antibióticos. Sí, a veces

uno se cansa de que la imaginación sea perfecta y muy distinta a la realidad. Por

eso despierto, de pronto, sí cansada pero decidida. La enterré apenas ayer y con

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ella la poca decencia que me quedaba. Me dirijo al espejo y mojo mi rostro con la

poca agua que sale del grifo y lo decido. Decido que este día será diferente. Que

llegaré al trabajo, con el pelo suelto, húmedo todavía. Con las únicas zapatillas

lindas que he tenido en la vida, sí, las de los 15 años, aquéllas por las que un padre

ausente debía sustituir mis zapatos de piso. Llegaré al trabajo a esperar que el

primer hombre aparezca. El primero de tantos. Porque cuando se es mujer, cuando

se es una muy hermosa mujer como lo soy yo sólo queda una salida para esa

miseria. “No cedas, no caigas… no vayas a perder” decía mi madre en sus últimos

momentos cuando me veía dudar frente al espejo. Cuando en mis ojos leía que

podía ocupar esa bella figura, grandes ojos, grandes labios para salvarla. No cedí,

no caí. Pero sí perdí. La perdí a ella una cálida tarde de verano, la más calidad, la

más calurosa. En una tarde en donde el calor brotaba de las piedras la perdí por

una pulmonía. ¡Qué ironía! Pero no perderé un solo día más. Llego al trabajo con el

pelo suelto, húmedo todavía, con las únicas zapatillas lindas que he tenido en la

vida. Llego y el primero aparece.

III

¿Prostituta? No. No me paraba en la calle a esperar clientes. Ni siquiera pienso que

de clientes se tratara. Simplemente se trataba de aprovechar de las virtudes que

Dios me dio.

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El primero aparece. Sonrisa coqueta… así… apartar suavemente el cabello con los

dedos y fingir que no lo veo cuando se acerca al mostrador a pagar su coca de lata.

Cada día a las 3 de la tarde. Repetir, repetir, repetir. Hasta el día del primer ‘hola’.

El primer ‘hola’ de su parte, claro está porque una debe mantener siempre la

compostura en esos casos.

“¿Cómo estás?” se agrega la segunda semana. Sonreír nuevamente sin decir

palabra. Repetir, repetir, repetir. “Soy Alfredo”, sonreír, “¿Los martes descansas?”,

sonreír… luego una coca a las 3 y otra a las 6 a la cuarta semana.

Podría decirse que lo envolví. Sé que ustedes están pensando que lo envolví, pero

una tiene todo el derecho de sonreír. Es más, una tiene la obligación de sonreír

cuando atiende un autoservicio. ‘Servicio al cliente’ le dicen ¿No?

“¿Qué harás cuando salgas?”. Y ‘boom’, está adentro. Nadie debería subestimar el

poder de una sonrisa. ¿Quién dice que una sonrisa no puede cambiar el mundo?

¿Quién dice que una sonrisa no pudo cambiar mi mundo?

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Quinta semana y ya no tengo que aguantar al estúpido que arrimaba sus miserias

en el tercer metro de la mañana. Porque ya no hay tercer metro de la mañana. Ni

primero. Ni segundo. Ni metro de vuelta a casa. Está Alfredo. El hombre de las

cocas a las 3 de la tarde y que al parecer ahora me ama. Sería fácil amarlo, pero la

vida me ha enseñado que el amor no es como lo pintan. ¿O fue la televisión?

A veces pienso que no soy capaz de enamorarme. ¿Por qué lo pienso? Porque de

otra manera Alfredo hubiera sido el único. En esas primeras semanas sé que habría

hecho que mi corazón se ablandara un poco. Yo misma lo llegué a pensar, pero no

fue así.

Ana dice que no debería engañar a Alfredo. ¿Cómo es que le dice? “Mi salvavidas”.

Pero, de cuando acá una solterona que acomoda la salsa Maggie en el anaquel del

fondo es experta en problemas del corazón. Sin ofender.

IV

Y, sí, Alfredo se enteró de la existencia de Jerry. ¡Uy, Jerry! Y es que con ese

nombre una no podría ignorarlo. En realidad, se llamaba Gerardo, pero qué más da,

empezó a comprar una barra de chocolate todos los días. ¿Muy parecida a la

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historia de Alfredo? Quizás. Pero en un lugar como esos qué más se puede esperar.

Un día Alfredo golpeó a Jerry y al otro Jerry golpeó a Alfredo. Y al tercer día ambos

me golpearon a mí. No con puños. Porque yo no soportaría que un hombre me

golpeara. Por eso crecí sin padre, porque la primera vez que mi padre le dejó

morada la mejilla a mamá, me tomó en brazos y sin un peso en la cartera salió

corriendo de casa y nunca más volvió. Jamás lo volvió a ver, y por ende yo tampoco.

Por eso es que les digo que no me golpearon con puños sino con palabras.

Tengo que elegir. O Alfredo o Jerry. Uno es un buen compañero y el otro un muy

buen amante, dueño de un cabaret, el dinero no me faltaría. Pero ninguno me ha

sacado del autoservicio. “Tienes que elegir, Julieta” dicen cuando pasan por mí a la

misma hora. “Él o yo”. Y empiezo a llorar, obviamente. Empiezo a llorar y corro dos

cuadras, luego tres y luego cuatro. Ninguno me sigue.

Fue lo bueno porque a pesar de que el llanto fácil se me daba no podía elegir a

ninguno. Pensé que iba a ser más sencillo. Alfredo los lunes, miércoles y viernes; y

Jerry los martes, jueves y sábados. Los domingos descansar. Pero no contaba con

que la estúpida de Ana metería su cuchara.

“No es de Dios lo que haces Julieta”, me dice, “Todo se va a volver en tu contra”,

repite una y otra vez.

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Pero Ana no sabía que la vida estaba en mi contra desde el mismo día en que nací.

Nací morada. Sí. Y de cada 10 niños que nacen morados 9 tienen deficiencia mental

y uno es muy inteligente. O al menos eso le dijo el doctor a mi madre. Y ¡boom! De

esa pequeña probabilidad es que viene tanta… como decirlo… pericia. Por eso es

que digo que la vida está en mi contra desde que nací, porque si hubiese nacido

con deficiencia mental hubiera, no sé, muerto a una edad muy temprana o mínimo

terminado mis días en uno de esos centros en donde las enfermeras te atienden día

y noche, donde no hay necesidad de penar por techo y comida, donde no tienes

que elegir entre Alfredo o Jerry. Pero, ¿por qué no elegir? Se preguntarán, por qué

no quedarme con el menos peor o en su caso el más guapo. No lo sé. Simplemente

cada uno tenía lo suyo.

Prefiero correr y no volver la vista atrás. Tal vez otro hombre se cruce en mi camino

y podría dejar muchas puertas abiertas en mi paso por este mundo. Porque una

nunca sabe cuándo va a necesitar a un compañero… o a un buen amante dueño

de un cabaret. Ya tendré tiempo de volver a ver a Anita y cobrarle lo que su lengua

floja me ha arrebatado. A fin de cuentas, sé que ella seguirá acomodando la salsa

Maggie en el anaquel del fondo el resto de su vida. No quiero decidir entre uno y

otro. No quiero. Y si ya encontré un hombre una vez… si ya lo hice dos… una tercera

ocasión no será nada difícil. Tomo mis pocas cosas y las meto en una maleta.

Empeño el celular, los aretes, el collar y la televisión que Alfredo y Jerry me han

obsequiado y salgo de casa. Busco otro trabajo. Atendiendo otro autoservicio para

no perder la costumbre y espero. A un tercero, a un cuarto, a un Carlos, Abel,

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Miguel, Fernando, Saúl, Jorge, Ariel… toparme con otra Ana… salir corriendo

llorando de nuevo… empeñar los regalos… otro trabajo, otro autoservicio…

Francisco, Gustavo, Alejandro, Martín…y así sucesivamente… y así

sucesivamente.

65 hombres después, me veo saliendo de otra casa rumbo a otro autoservicio. El

siguiente tarda en llegar. Y es que una no puede elegir así como así al hombre 66.

6…6…6 años de la muerte de mamá. 6 años de andar de aquí para allá. Una se

sorprendería la cantidad de esos establecimientos en la ciudad. Una se

sorprendería de lo fácil que un hombre cae en las redes de una, cuando una lo único

que hace es sonreír. Me toca cerrar. 6 de junio, 6 de la tarde. Hay un apagón

generalizado en la colonia. Y entonces lo veo entrar. Es el más guapo de todos.

Moreno. Grandes labios. Su cabello largo cae sobre su saco gris. “¿Quién demonios

usa un saco con este calor infernal?”, pienso. Se para frente al mostrador y me mira.

“Ya cerramos… por el apagón” le digo. Pero no contesta, me mira y me sonríe. Él

antes que yo. Me sonríe él primero y sus dientes son blancos como la leche. Y sale.

Sin decir palabra. Debí sonar muy convincente como para hacerlo marcharse.

Espero un rato más pero ni él ni la luz vuelven. Cierro el autoservicio y un auto

espera afuera.

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Debía ser lo suficientemente estúpida como para acercarme pero algo dentro de mí

me hizo dirigirme a la ventana del conductor.

“Vidrios polarizados. No seas estúpida, Julieta” repito una y otra vez en mi cabeza

cuando mi mano se apoya en el auto. El cristal baja y ahí está él. “Julieta” exclama

y yo asiento. Pero él no lo ha preguntado. Lo afirma.

─ Sube al auto.

─ Pero…

─ Sube al auto

Y su voz retumba en mis oídos. No sé si estoy fascinada por su fuerza o asustada

por lo mismo. Rodeo el auto y subo. Un extraño olor llega a mi nariz. One Million de

Paco Rabanne disimula otro olor.

Avanza por la calle y el motor no hace ruido alguno. Comenzamos a cruzar la ciudad

rumbo a casa sin decir una sola palabra. No me atrevo a voltear a verlo. Mi mirada

esta fija en el parabrisas.

Muchas cosas pasan por mi cabeza. Quizás esté muerta por la mañana. Quizás

acabe en un barranco y me pudra sin que nadie sepa nada más sobre mí.

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“Para qué subí” pienso. Después de todo lo que he pasado. Y entonces lo entiendo.

Alguien se está vengando. Alguien de esos 65 ha mandado a este hombre por mí.

Volteo a ver la manija de la puerta. Vamos a 60km/h. “Nadie muere por aventarse

de un carro a 60km/h” pienso. A la cuenta de tres haré el movimiento. A la cuenta

de tres saltaré de este auto.

Uno…

Dos…

─ Yo no haría eso─ me dice antes de terminar mi cuenta.

Me vuelvo a verlo por primera vez y sonríe. Con sus dientes blancos como leche.

─ Debiste hacer caso a Ana.

─ ¿Perdón?

─ Debiste hacerle caso─ me dice─ no es de Dios lo que haces.

Ana… la estúpida de la salsa Maggie. Intento tomar valor.

─ Bájame o grito.

─ Tranquila.

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─ Bájame o…

Y tomo el volante con fuerzas. Él ni se inmuta. Mi vista se nubla cuando él pisa el

freno y el cinturón de seguridad me regresa a mi asiento. Intento salir pero la puerta

no abre.

─ ¿Quién eres? ─ le grito ─ ¿Quién te mandó? ─ Le oigo una y otra vez mientras lo

golpeo con puño cerrado.

─ Tú me llamaste, Julieta.

─ ¿Qué?

─Tú me llamaste, ¿No lo recuerdas?

─ ¿Cómo sabes mi nombre?

Y vuelve a sonreír con sus dientes de leche.

─ “Vendería mi alma al diablo sin dudarlo por algo así” dijiste aquélla mañana hace

6 años y aquí estoy.

“Vendería mi alma al diablo”. Dice que dije. Tiene que ser un sueño.

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─ ¿Lista para hacer el trato?

VI

¿Qué pasó después? No lo sé. No lo sé exactamente. Desperté en mi cama a la

mañana siguiente, mucho antes de que sonara el despertador, con las sábanas

sudadas. Como si el calor de aquella tarde se hubiera metido en mí por la noche.

¿Cómo llegue a casa? ¿Cuándo me desvestí? ¿Cuándo me metí a la cama? No lo

sé. ¿Qué había sido aquello de la noche anterior? Tampoco lo sabía.

Me levanto como alma que lleva el… digo… muy muy rápido, y aprisa enciendo una

veladora a la fotografía de mi madre. “No cedas, no caigas. No vayas a perder” le

oigo repetir en mi cabeza. Y me quedo de rodillas frente al altar. Por casi dos horas.

Por casi dos horas viendo su fotografía.

¿Sentía miedo? No lo sé. Sé que pensarán que una debería saber cuándo tiene

miedo, pero en ese momento lo único que sentía era una gran confusión.

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Me levanto del piso sólo cuando el teléfono celular comienza a sonar. “¡El

autoservicio!”, “El maldito trabajo”, pienso.

─ Bueno.

─ ¿Julieta dónde estás? Debías abrir hace media hora─ escucho a mi jefa detrás

del auricular.

─ Sí. Lo siento. Tuve… un accidente. Pero ya voy en camino─ miento.

─ Eso espero… ayer te fuiste antes de tiempo. Dejaste a tu compañera sola y te

fuiste antes de tiempo.

─ ¿Ah sí?

─ No quiero recordarte, Julieta, que estás a prueba. Que aún no he decidido si te

quedarás con…

Y la voz detrás del teléfono sigue hablando sin que yo la escuche. Mi atención está

fija en el hombre que me observa detrás del espejo de mi recámara. El de los dientes

blancos como la leche. Aquél del saco gris. Aquel…

─ ¿Qué quieres? ─ le pregunto sacando fuerzas de muy dentro sin volverme. Me

limito a mirarlo a través del espejo.

─ Tu madre tenía razón, Julieta. Si cedes, caes. Y si caes, pierdes.

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Me quedo muda.

─ 65 hombres han pasado por tu cama y has dejado a muchos con el corazón roto.

─ ¿Y… viniste… por mí? ─ pregunto con un nudo en la garganta.

Él sonríe. Con sus dientes perfectos y sus ojos brillan a la luz de la vela que alumbra

a mi madre.

─ Eso sólo lo decides tú, Julieta. Observa a tu alrededor. Nada de lo que tienes te

pertenece realmente. Ni el teléfono celular, ni el televisor, ni siquiera el colchón

donde cada noche finges que uno de ellos te lleva al orgasmo. Pero no te juzgo. No

está mal desear más de lo que uno se merece.

─ Ah, ¿no?

─ No. De otra manera el infierno estaría vacío. Lo realmente importante, Julieta, es

la manera en que las personas lo obtienen. Les mientes, los enamoras, con una

sonrisa, lo sé, pero es una sonrisa vacía. Y con cada uno que pasaba por tu cuerpo

me habrías la puerta para acercarme. Tú me llamaste, te lo recuerdo de nuevo.

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Pero, no van a ustedes a creer que lo decía en serio. Mi madre había muerto la

noche anterior. Me había quedado sin un quinto después del pobre funeral que le

había logrado organizar. ¿Saben lo difícil que es sobrevivir sola? Mi madre no pudo

hacerlo. Cualquier de ustedes habría dicho una frase como esa en un momento de

crisis.

─ Tú no sabes amar, Julieta. Culpas a todos de lo que te sucede. Has tenido seis

años de lo que pediste. Me toca reclamar mi parte.

─ ¡No! ─ Le digo aún mirándolo a través del espejo─ no hubo trato.

─ ¿No lo hubo?

─ Hasta ahora no te apareciste. Uno no puede apostar con alguien que no lo mira

a los ojos.

Y sonríe con sus dientes de leche.

─ ¿Quieres apostar ahora?

─ Entonces mírame a los ojos.

Y lo hago. Volteo a verlo con los puños cerrados.

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─ Voy a demostrarte que sé amar. Sé amar mejor que muchos. Mejor que todos los

que han pasado por mi cama.

─ ¡Trato hecho!

─ ¿Entonces me dejarás en paz?

─ Sólo si lo logras, Julieta. Mientras tanto te seguiré desde las sombras. Y te deseo

suerte. Que el amor no te falle. Pero en mi experiencia, eso es lo que siempre pasa.

El amor nos falla. Una y otra vez.

Sale por la puerta de la habitación. Un momento de tensión, y después… el baño…

la regadera… los zapatos más bonitos que he tenido en la vida…. Y salgo por la

misma puerta, decidida, como seis años atrás…porque conmigo hasta el diablo se

equivoca: el amor no me fallará… no me fallará.

VII

Segunda canción de Julieta

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VIII

No volví al autoservicio. No podía encontrar el amor en esos lugares en donde había

encontrado todo lo contrario. Pasión, dinero, un hombre estúpido que reaccionara a

mi sonrisa. ¿Dónde lo encontraría? ¿Qué forma tiene?

Y no hago más que caminar. Por los parques…. Las avenidas… de pronto quiero

que el amor de mi vida se aparezca de la nada… como en los cuentos. Que llegue

y en un beso me despierte de esta pesadilla. Pero no será así. Lo sé. En este cuento

me toca representar a la bruja malvada. Entro a un bar por una copa. Creo que al

diablo no le importará en dónde lo halle, sino que en verdad lo haga. Me siento en

la barra y pido un Martini de fresa que bebo de dos tragos… y otro y luego otro…

¿Cómo diablos se ve el amor? ¿Cómo se siente? El cuarto Martini se hace presente

cuando todo frente a mí comienza a dar vueltas. “Tú que piensas del amor” escucho

al otro lado del lugar. Y al volverme encuentro al bar-tender haciendo una estúpida

metáfora a una mujer con acento español. ¡Ridículos! “Si el amor fuera un país

compraría mi boleto de ida y al llegar desearía que alguien robara todas mis cosas

para no tener que volver jamás.” Me dan asco. El único viaje que el amor me hará

hacer sería al mismo infierno. No quiero escucharlos más. Necesito agua en mi cara

y me escurro al baño. Me miro al espejo. No sé qué hacer. ¿Cómo me he metido en

esto? Cuando mi madre abandonó a papá fue una cátedra de que el amor no existe.

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¿En qué estaba pensando? ¿En algún momento lo había sentido? Quería que el

amor fuera como el Martini que me subía a la cabeza, quería salir y encontrar al

hombre de mi vida… quería… quería… quería…

Y ¡boom! La puerta se abre de pronto, un hombre entra corriendo a uno de los

cubículos y comienza a vaciar su vejiga tan aprisa que ni siquiera puedo gritar del

susto.

─ Discúlpeme señorita─ dice sin dejar de orinar─ el de los hombres está ocupado y

debía… debía…

─ No te preocupes.

─ No, en serio… qué vergüenza.

Y sale del cubículo subiendo el zipper de su pantalón.

─Le juro que nunca había hecho esto, pero era eso o habría un accidente en el

pasillo.

Sonrío. En automático. Sin quererlo.

─ Ricardo, mucho gusto─ y extiende su mano aún sin lavar

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Y me aferro a ella como se aferran aquéllas que creen encontrar el amor en los

baños de un bar. Sonrío de nuevo. En automático. Sin quererlo.

─ Julieta.

Si el amor no se siente como un sudor en las manos no sé cómo demonios debe

sentirse. Un Martini… él hablándome de su trabajo… otro Martini… él acariciando

mi pelo… dos Martinis más… y el bar-tender diciendo que cierra… un último Martini

por piedad… y ambos saliendo de ahí… la luz de la luna…. Un auto… ¡Demonios!

Si esto no es amor entonces qué. Un “vamos a mi casa” … de su parte, obviamente

pues una debe mantener la compostura en esos casos.

─ No

─Anda…

─ No, Ricardo.

─ Ok.

─ ¿Ok?

─ Será cómo tú gustes, princesa.

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“¿Princesa?”, pienso. Papá me decía princesa.

Ya lo había mencionado, ¿verdad?

Mi casa… él y yo en la puerta… un foco que parpadea a punto de fundirse… sus

labios en los míos… sutiles…

─ Hasta mañana

─ Hasta mañana

La puerta cerrándose. Su auto arrancando… su auto en la esquina… su auto a

varios kilómetros. Mi puerta abriéndose de nuevo… yo en el portal… el foco

fundido… la luna golpeando mi pelo… y mi corazón… mi corazón… Como si nada.

“Que descanses, amor”, en el celular… ¿Amor?... ¿Por qué no? ¡Amor!... ¡Ridículo!

IX

“Sí, acepto”, decimos los dos una tarde de abril, la más calurosa de todas. Y

sellamos el trato con un beso en medio de miles de rosas rojas y una iglesia repleta

de su familia.
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¿La mía? Una parte la abandoné cuando yo tenía seis años, y la otra había muerto

seis atrás.

El único invitado mío, y sólo me percato de él pues Ricardo lo señala una y otra vez.

Es el hombre de los dientes de leche. ¡Por el amor de Dios! ¿Qué no se supone que

debería quemarse si al menos pisa una iglesia? Sonreír…sonreír…sonreír….

“Gracias”, repito una y otra vez cuando se acercan a felicitarme. “Son una estupenda

pareja” “Que el amor no les falte nunca” “El matrimonio es para toda la vida” Sonreír

de nuevo. Y blah, blah, blah, blah, blah.

─ Sonrisa Vacía, Julieta─ Me dice tras estrecharme. One million disimula otro olor

todavía.

─ Te equivocas─ Contesto sin dejar de sonreír para que nadie note mi angustia─

he ganado. ¿Lo ves? Rosa rojas, vestido blanco, Jesucristo clavado en su cruz a mi

espalda. Un esposo que ha jurado amarme por el resto de su vida. ¡Perdiste! ¡Ahora

déjame en paz!

─ ¿Y tú lo amas?

─ ¿Perdón?

─ ¿Tú lo amas? ─ Pregunta sonriendo─ Sonrisa vacía.

─ ¡La llenaré!

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─ Eres una gran competidora.

Y se pierde entre la gente. Miles de abrazos más… un vals terrible

─ ¿Pasa algo amor?

─ ¿Amor?

─ ¿Pasa algo? ─ pregunta de nuevo─ desde la ceremonia te noto distraída… como

si…

─ Ricardo, ¿Tú me amas?

─Por algo me casé contigo, princesa.

“Princesa”

─ Y tú… me amas a mí, ¿cierto?

“Sí”, es la palabra que busco. “Sí”, y todos mis problemas se acabarán. “Sí” … pero

nada sale de mi boca. Lo único que puedo hacer es prenderme de sus labios con

desenfreno, en un beso largo… eterno… intentando succionar el amor que parece

inundar sus entrañas. Me aferro a él y mis dedos quieren fundirse en su piel morena.

Escala mi cuerpo como ninguno de los otros… como ninguno de los 65 anteriores…

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Bueno…64… porque hubo uno que…

Y se aferra a mí, y sus dedos quieren fundirse con mi piel morena en aquel hotel

donde consumamos nuestros am… nuestro… nuestro casamiento.

Nunca pensé en casarme. Siempre creí que era un formalismo estúpido. Un contrato

que podría disolverse con la mano en la cintura. Eso me enseñó papá… mamá…

¿Tener hijos?... ¡Nunca! ¿Para qué?

Me descubro llorando en silencio esta mañana de abril con Ricardo desnudo a mi

costado. Con el sonido de alguna playa del pacífico colándose por la ventana…

moviendo las cortinas blancas… y el sol alcanza mi piel con su cálido abrazo.

Cualquiera, Ricardo mismo, pensaría que aquello era un indicio de que las cosas

mejorarían, que algo había llegado para iluminar mi vida como esos pequeños rayos

de sol. Pero yo sabía que simplemente se trataba de una de esas formas sutiles con

las que se burla Dios.

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X

─ ¿Hola?... ¿Hay alguien ahí?

El calor de la vela me indica que aún puedo sentir. Que algo en algún lugar de mi

cuerpo puede estremecerse. Ricardo no ha llegado del trabajo aún. Sigo doblando

sus camisas en esta luz tenue. Una tras otra, una tras otra. Alguien me mira desde

el espejo. Me acerco a contemplar sus ojos a través del cristal. Trémulos.

Palpitantes. Con la angustia a punto de derramarse por las mejillas.

Mi cabeza se parte en dos. Por un lado, mi dedo se desliza por las facciones del

rostro que se refleja ahí. Por otro… pienso en mami.

─ ¿Eres feliz, mamá? ─ le dije una noche de invierno mientras dejaba sobre la cama

la ropa que acababa de descolgar del tendedero.

─ ¿por qué me preguntas eso, hija?

─ Porque no sonríes.

Sonreír… sonreír… sonreír.

─ Es complicado, mi niña. No entenderías.

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─ ¿Es porque dejamos a papi en casa?

Y sonrió. Sonrisa vacía.

─Ven aquí. Debes saber algo.

Y me sentó en sus piernas acariciando suavemente mi cabello.

─ A veces debemos dejar ir, Julieta. Aunque se estruje el corazón. Aunque algo por

dentro insista en que debes quedarte. En ocasiones uno debe tomar la maleta y

correr sin mirar atrás. Aunque se ame. Porque en el fondo una sabe que es lo mejor.

Aunque los ojos no dejen de llorar por la noche.

─ ¿Aunque se ame?

─ Sí, Julieta. Aunque se ame. Hay golpes que duelen más en el alma, mi niña.

─Entonces no amabas a papi. No lo perdonaste.

─Lo perdoné, hija.

─ Pero nos fuimos.

─ Porque hay cosas que no debemos permitir. Todos merecemos ser felices.

─ Yo no quiero amar nunca, mamá.

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─ No digas eso.

─ Tú no sonríes más.

─ Pero no dejo de intentarlo.

─ Creo que el amor no existe.

─ Julieta, el amor sí existe.

─ ¿Cómo puedes pensar eso mamá?

─ Porque te amo a ti. (Silencio) Tal vez ahora no lo entiendas, pero algún día, quizás

cuando yo ya no esté para decírtelo, recordarás mis palabras. Búscalo, Julieta.

Busca el amor. Tú mereces ser feliz.

“Tú mereces ser feliz.” “Tú mereces ser feliz.” “Tú mereces ser feliz.”

Me repito delineando mi rostro en el espejo. Se hace la luz de nuevo. “Búscalo,

Julieta”. Y corro al ropero… saco una maleta y comienzo a echar mi ropa, la mía.

Con la que hui la primera vez. Sonrío. Sincera. Por primera vez y me dirijo a la

puerta. Tengo que encontrarlo. Tengo que hacerlo. ¿Dónde? No lo sé. Giro el

picaporte y…

─ ¿Princesa? ¿A dónde vas?

─ Ricardo… yo.

─ ¿Y esa maleta?

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(Silencio.)

─ No.

─ No, ¿qué?

─ No te amo.

Su rostro se descompone. Pero yo sonrío al poder contestar por fin su pregunta de

la noche de bodas. Un silencio. ¡Y boom! su mano estampándose en mi mejilla.

“Gracias” exclamo por fin sin sentir dolor. Mi llave para irme.

Ricardo en el portal… yo bajando la escalera… yo saliendo del edificio… yo

corriendo por la calle… una mujer de azul cantando con su maleta en la

madrugada… sonreírle… seguir corriendo con la sonrisa en los labios… correr…

correr… correr… refugiarme en un autoservicio… sentarme en una silla frente a una

ventana que daba a la calle… sonreír… el sonido de una coca de lata abriéndose

en la silla de al lado… verlo ahí… Alfredo… Y mi corazón… mi corazón…

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XI

Tercera canción de Julieta

XII

“A veces pienso que no soy capaz de enamorarme. ¿Por qué lo pienso? Porque

de otra manera Alfredo hubiera sido el único. En esas primeras semanas sé que

habría hecho que mi corazón se ablandara un poco. Yo misma lo llegué a pensar,

pero no fue así.”

Sé que lo dije. Sé que lo negué al principio. No pensé que llegaría a contarles todo.

No pensé que seguirían en su asiento hasta este momento. A veces me engaño,

¿saben? A veces me creo mis propias mentiras para hacer más tolerable este

mundo. Y no porque sea una gran mentirosa. Soy una gran creyente. Tanto que a

veces no sé qué es lo que creo en realidad y qué me obligo a creer. ¿Creen que es

complicado? Complicado es encontrar el amor. Y cuando lo encuentras… cuando

realmente estás dispuesta a vivirlo pues…

Nos quedamos largo rato en el autoservicio. Él me invita una coca y la bebemos ahí

sentados. En silencio. Ninguno se atreve a decir nada. Mi corazón se siente extraño

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y tiemblo. No me da su saco para cubrirme. Quizás porque no es una madrugada

fría. Es la madrugada más cálida que hubiera sentido jamás. De vez en vez volteo

a verlo y él sólo mira hacia la calle. Cuando le da pequeños tragos a su lata noto un

anillo en su anular. Se ha casado. Mi corazón da un vuelco. ¿Celos? No puede ser.

No lo he visto en casi siete años. Ni siquiera he pensado en él...Ni siquiera he

pensado tanto en él. Se levanta de la silla y me extiende la mano. No la tomo de

momento, pero tras una sonrisa, con sus dientes ligeramente amarillos, nuestros

dedos se entrelazan. Como hacía ya tanto tiempo. Caminamos por las calles de la

ciudad al mismo tiempo que el sol comienza asomarse por el horizonte. Sin decir

palabra llegamos a un edificio y subimos la escalera. Tenemos tanto qué decirnos.

Tenemos tanto que contarnos. Tantas preguntas. Tantas explicaciones. Pero no

decimos nada. Sólo me mira con un par de lágrimas que se niega a derramar.

Estoy a punto de abrir mi boca para explicarle. Para decirle aquello que había

sucedido pero un dedo se posa en mis labios impidiéndolo. Y luego sus labios en

los míos. Sus manos en mis pechos. La ropa comienza a caer al suelo. Quedamos

desnudos sobre el sillón y él me carga hasta la cama. Empieza a besarme como lo

había hecho años atrás y mi cuerpo lo recuerda estremeciéndose. Quiere

penetrarme y entonces comienzo a llorar.

─No… no puedo─ le digo apartándome. Fueron las primeras palabras después de

casi siete años ahogadas en un llanto.

─ ¿Por qué? Yo sé que lo quieres, Julieta. Puedo sentirlo.

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─ Es que… yo…

─ No sé qué pasó hace años. No quiero saberlo ahora. Desde hace tiempo esperé

encontrarte y ahora que lo he hecho… quiero…

─ Pero tú estás…

─ ¿Casado? Pensé que jamás volvería a verte.

Comienzo a llorar. Profundamente y siento mis lágrimas sin saber qué hacer. Mi piel

se estremece y no me atrevo a mirarlo a la cara.

─ ¿Qué pasa?

Mis ojos lo evitan.

─ Dímelo, Julieta.

Tengo miedo. No quiero arrastrarlo como a Ricardo. Las palabras se atoran en mi

garganta.

─ Puedes confiar en mí.

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─ ¿No estás molesto por haberme ido así?… ¿Por lo de Jerry?… por…

─ No voy a negarte que me dolió… que por mucho tiempo creí que te odiaba, Julieta.

Pero al verte en ese autoservicio hace un rato… me di cuenta de lo mucho que te

extrañaba.

─ No soy la mejor persona en la que alguien puede fijarse.

─No digas eso.

─ No soy…

Y me besa. Con toda la tranquilidad del mundo. Entonces le cuento lo de mi madre,

lo de los autoservicios, lo de los otros 65 hombres, de Ricardo, de la maldición, del

hombre con los dientes de leche. Y espero a que me eche.

(Silencio largo.)

─ No pasa nada, Julieta.

Limpia las lágrimas de mis mejillas y me hace el amor. Por primera vez en mi vida

hago el amor… el amor… el amor.

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XIII

El amor… si de esto se trata es algo que nunca desearía dejar de sentir. Me levanto

de la cama sin hacer ruido. Quiero sorprenderlo. Voy a la cocina para prepararle

algo y abro el refrigerador encontrando sólo un poco de cátsup y una docena de

cocas de lata. Sonrío.

─ Hola, Julieta

─ ¿Tú? ¿Pero?

─ No te preocupes, aún no vengo por ti. Pero muy pronto, sólo no quería que lo

olvidaras.

─ Él me ama.

─ ¿Y tú lo amas, Julieta?... No lo digas. Ha llegado tu prueba de fuego.

─ ¿De qué hablas?

─ No olvides sonreír a los viejos amigos.

Baja de un salto de la barra y sale por la puerta de la cocina. Lo sigo, pero al llegar

a la sala ya se ha ido. No tengo miedo. Esta sensación que corre por mis venas por

primera vez me hace sentir a salvo. Tomo las llaves del departamento y me dirijo a

la puerta para comprar lo necesario para hacer el desayuno. Cierro detrás de mí y

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echo llave. Entonces la veo recargada en la pared frente a la entrada. Al principio

me cuesta reconocerla. Ha cambiado. Un corte de cabello le enmarca el rostro y la

hace ver un poco más joven.

─ ¡Cuánto tiempo sin vernos, Julieta! Gusto en verte de nuevo.

Me extiende la mano. Pero su intención no es saludarme sino mostrarme el anillo

que porta en su dedo anular. Es ella. No puedo decirle nada.

─ Siete años y yo sabía que este momento llegaría. Sabía que de un momento a

otro ibas a aparecer. Te convertiste en una sombra que ni siquiera la luz del día

podía borrar. (Sonríe) ¿Qué tal hace el amor? ¿Así lo recordabas? Cuéntame. Dime

qué se sienten sus manos en tu cuerpo, porque yo no lo recuerdo. Sólo lo hicimos

una vez ¿sabes?, en nuestra noche de bodas.

“¿Sabías que yo lo rescaté? ¿Que pegué los pedazos de su corazón roto cuando te

marchaste? ¿Que dejé de ordenar la salsa Maggie en el anaquel del fondo e intenté

ordenar su vida? Y por un momento pensé que lo había logrado, pero pronto lo

descubrí comprando cocas en cada autoservicio que se encontraba a su paso. Justo

a las 3 de la tarde, luego a las 6 y luego en plena madrugada. Pensé… de verdad

pensé que lo que yo sentía por él y que, para serte sincera, sentí desde el primer

día en que entró a aquel autoservicio cuando le sonreíste por primera vez, sería

suficiente para borrar tu recuerdo. Pero no. Seguía buscándote. En cada maldita
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cajera. En cada esquina. Y fue entonces que entendí que la única forma en que te

apartarías para siempre de nuestro camino sería si te volvía a encontrar. Entonces

esperé. Día tras día, semana tras semana y año tras año deseando tanto como él

que aparecieras. Para que te tuviera entre sus brazos otra vez y entonces esa

puerta que dejaste abierta se cerrara para siempre. Y aquí estás. Con los mismos

zapatos bonitos con los que llegaste al trabajo ese día. Has cerrado la puerta ahora,

Julieta. Pero no llores. En mi experiencia puedo decirte que no sirve de nada. Te

funcionan mejor las sonrisas, ¿recuerdas? Es más, guardé algo para ti. Toma. Es

la tarjeta de Jerry. Estoy segura de que estará encantado de recibirte en su cabaret.

Estuvo tan destrozado como Alfredo, ¿sabes? Pero él no tuvo a su Ana que

reconstruyera sus pedazos. Tómala. Anda tómala. Ahora es mi turno, Julieta. Tú

tuviste ya el tuyo. Es mi turno de amarlo de verdad. Porque dudo que lo que sientas

por él en este momento realmente sea amor. ¿O me equivoco? ¡Que no llores,

Julieta! Eso que sientes no va a matarte. No me mató a mí. Me dio las fuerzas

necesarias para esperar el día de hoy.”

─Mami─ escucho al fondo del pasillo─ ¿Qué pasa?

─Hija, te dije que esperaras en el auto─ responde Ana

─ ¿Aquí es donde está papi?

─ Sí, Julieta. Aquí es donde está papi. ¿Quieres pasar a verlo?

─ Sí.

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La niña entra al departamento con la llave que Ana me arrebata. Y mi corazón se

estruja de nuevo.

─ El amor le falló a Alfredo, Julieta. Me falló a mí. Y por lo visto te ha fallado también

a ti. Nos ha fallado a todos. No dejes que le falle a ella también. ¿Sabías que le

pusimos Julieta en tu honor? Fue idea mía. No… no agradezcas. Pensé en ese

momento que quizás con ese nombre su padre te olvidaría. Una Julieta nueva que

sustituyera a la Julieta de antes. Ahora sé que lo hice porque quiero que sea una

Julieta nueva, una Julieta feliz de verdad. Recta. Y mi recordatorio de que entre

tanta Julieta vil que existe en el mundo todavía pueden haber Julietas que amen de

verdad. Vete Julieta. Jerry te está esperando en su… cabaret… él puede ser tu

Romeo…vete y no vuelvas nunca.

XIV

A veces debemos dejar ir. Aunque se estruje el corazón. Aunque algo por dentro

insista en que debes quedarte. En ocasiones uno debe tomar la maleta y correr sin

mirar atrás. Aunque se ame. Porque en el fondo una sabe que es lo mejor. Aunque

los ojos no dejen de llorar por la noche.

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Así llegué hasta este lugar. Jerry insistió en que debía contarles una historia para

amenizar el show entre cada canción. Así que aquí la tienen. Por cierto, no sientan

miedo si perciben One Million en el aire. Tal vez esta noche sí vengan por mí.

Aunque después de tantos años creo que debieron dejarme olvidada. (Sonríe

amarga).

Feliz día del amor. Para despedirme voy a cantarles El amor me ha fallado. ¿La

conocen?

FINAL

El texto fue representado por primera vez el 19 de marzo de 2016 en el Ágora de la Ciudad de

Xalapa, Veracruz con Eva Diviany en el papel de Julieta y con la dirección de su autor. Publicado

por primera vez en el #128 de la Revista Tramoya de la Universidad Veracruzana

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