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Wolfgang Iser, El proceso de lectura

El análisis con el que Jauss define las líneas maestras de la historia de la literatura se convierte en
soporte de las ideas medulares de la Estética de la recepción, casi con carácter programático.
Wolfgang Iser, en el seno mismo de la Universidad de Constanza, asume estos planteamientos,
aunque enfocándolos desde una nueva perspectiva que él coloca al frente de su ensayo El acto de
leer, síntesis de todo su pensamiento: "El efecto estético, por tanto, debe ser analizado en el triple
avance dialéctico del texto y el lector, así como de la interacción que acontece entre ellos. Se
llama efecto estético porque -aunque causado por el texto- exige la actividad de representar y
percibir del lector, a fin de conducirle a una diferenciación de actitudes. Con esto queda dicho
que se entiende este libro como una teoría del efecto y no como una teoría de la recepción" (p.
12).

La suya es, por tanto, una teoría del "efecto estético", encaminada a explicar los efectos que el
texto causa en el lector, no a dilucidar los elementos formales o significativos que intervienen en
la constitución del texto como objeto.

Una teoría de la lectura

W. Iser, en la línea de R. Ingarden, analiza el texto sólo en función de las relaciones que mantiene
con el lector; la suya es una perspectiva fenomenológica, no culturalista o historicista, asentada
en la idea de que un texto literario sólo puede desarrollar su efecto cuando es leído; la crítica debe
atender al análisis de ese proceso de lectura, por el que el texto puede convertirse en obra, tal y
como había indicado en 1972: "Es la virtualidad de la obra la que da origen a su naturaleza
dinámica, y ésta a su vez es la condición previa para los efectos que la obra suscita. A medida que
el lector utiliza las diversas perspectivas que el texto le ofrece a fin de relacionar los esquemas y
las «visiones esquematizadas» entre sí, pone a la obra en marcha, y este mismo proceso tiene
como último resultado un despertar de reacciones en su fuero interno" (El proceso de lectura:
enfoque fenomenológico, p. 216).

Iser pone de manifiesto que sólo en la lectura el texto se realiza en cuanto potencial de efectos, y
que esa lectura no es ajena a una serie de capacidades intelectivas y cognoscitivas. Sólo
conociendo esas posibilidades, podrán comprenderse algunos de los mecanismos del acto
literario, ya que no sólo están en el polo de la recepción, sino, a su vez, debe tenerlas presente el
autor al crear su texto.

La competencia del lector

La significación textual depende de la competencia con que actúe el lector y no de la previsibilidad


con que opere el autor; Iser supera a Ingarden en sus concepciones, ya que éste pensaba en una
obra de arte como en una estructura o en un esquema que debía ser completado en el acto de su
recepción, en cambio, Iser conjetura con el hecho de que es el lector el que crea y el que
reconstruye el texto, sin preocuparse por esa supuesta realidad llamada "literatura". Iser afirma
que la teoría de la recepción "siempre tiene que ver con lectores que se constituyen
históricamente" (p. 12); sólo con el análisis de esas reacciones puede decirse algo acerca de la
literatura. Una teoría del efecto está anclada en el texto; una teoría de la recepción, en los juicios
históricos del lector (p. 12).

La figura del lector

Una de las consecuencias principales del análisis del efecto estético le lleva a Iser a afirmar que
el significado de un texto sólo se realiza mediante la interacción de la capacidad receptiva del
lector y de las previsiones que pueda plantear el autor en el ejercicio de su creación.
El lector implícito

Ahora bien, si un lector, para reconstruir ese texto, se adecua a las perspectivas que en su interior
existen, conviene pensar que el texto es ya portador de una imagen concreta de lector que es al
que Iser denomina "lector implícito", es decir, un texto contiene un conjunto de estructuras que
permiten que sea leído de un modo determinado, o lo que es lo mismo: que su significado
potencial aparezca ya organizado y, sobre todo, personificado en una suerte de "modelo
trascendental" que es el que se pone en juego en la lectura; se trata de un modelo que no coincide
con el de ningún lector concreto; antes al contrario, sirve de guía a esas operaciones particulares
que representan las lecturas; como afirma Iser, este concepto de lector implícito circunscribe, por
tanto, un proceso de transformación, mediante el cual se transfieren las estructuras del texto, a
través de los actos de representación, al ámbito de la experiencia del lector (p. 70).

El lector real

Y sin embargo, frente al texto, hay que situar al "lector real", es decir al individuo que pone en
funcionamiento una determinada cantidad de experiencias para reconstruir las "imágenes" de que
el texto es portador. Es importante concebir, como lo hace Iser, la lectura como una tensión
surgida entre el lector real y el lector implícito en el texto; este "modelo implícito" de
significaciones obliga a que el ser real, que se encuentra fuera del texto, se enfrente ante un
determinado código de valores que coincidirá o que se opondrá al suyo propio: "En este sentido
se le propone al lector una determinada estructura del texto, que le obliga a tomar un punto de
mira, que a su vez permite producir la integración solicitada de las perspectivas del texto. Sin
embargo, el lector no se halla libre en la elección de este punto de visión, pues éste se deduce de
la forma de presentación del texto, provista de perspectiva" (p. 65).

Iser piensa que una operación como la de la lectura presupone continuas transformaciones y
ajustes de ese lector real a todo aquello que se va encontrando en el texto (marcado con una precisa
intencionalidad) y que va reconstruyendo con su imaginación; es más, en una lectura, es casi
seguro que las primeras impresiones se vean modificadas por los nuevos hechos y las nuevas
circunstancias a las que el lector real se va enfrentando.

La realización de la lectura

Para explicar el modo en que el acto de la lectura se construye, Iser propone dos términos con los
que pretende describir el proceso por el que el lector es llevado al interior del texto.

Los repertorios

En primer lugar, hay que contar con que el texto no existe sólo por sí mismo, sino que pertenece
a un universo de referencias extratextuales que, de algún modo, lo determinan; Iser, a ese mundo
de referencias, lo denomina "repertorio", en clara conexión con los principios de intertextualidad:
"El repertorio de los textos de ficción no sólo consta de aquellas normas extratextuales, sacadas
de los sistemas de sentido de una época; en más o menos relevante medida, también introduce en
el texto la literatura precedente, frecuentemente incluso todas las tradiciones, en la condensación
de las citas. Los elementos del repertorio se ofrecen siempre como una mezcla de la literatura
precedente y las normas extratextuales" (p. 132).

Las estrategias

Al repertorio le cumple organizar una estructura de sentido que es la que debe realizarse mediante
la lectura, cauce en el que intervienen los conocimientos del lector y su capacidad por dejarse
atrapar e impresionar por ese conjunto de referencias, que es al que Iser denomina "estrategias
del texto": "[...] las estrategias organizan la previsión del tema del texto, así como sus condiciones
de comunicación. Por tanto, no deben equivaler exclusivamente ni a la presentación ni al efecto
del texto. Más bien, son ya siempre previas a esta separación de carácter realista de la estética.
Pues en ellas coincide la organización del repertorio inmanente al texto con la iniciación de los
actos de comprensión del lector" (p. 143).

El objeto estético

Mediante las "estrategias" se configuran los objetivos del texto y sus orientaciones y son esas
estrategias las que proyectan las condiciones de la experiencia de ese texto. Así, Iser logra explicar
los cambios que se producen en el lector real al tener que adaptarse continuamente a las estrategias
con que el texto ha seleccionado datos del "repertorio" global del que proviene.

Por ello, Iser no piensa en la lectura como en un acto seguro y concreto, sino como en un
fenómeno lleno de dudas y de incertidumbres; un lector ha de estar continuamente sometiendo al
texto a preguntas que proceden de las nuevas "estrategias" a las que se enfrenta; de ahí, que Iser
indique que lo que se asume al leer sea un conjunto de perspectivas cambiantes y no una serie de
conocimientos cerrados e inmodificables; ésta es la única manera en la que el texto puede
convertirse en "objeto estético", a partir del juego de las "perspectivas internas" con que
continuamente es configurado: "[...] es estético en cuanto que lo ha producido el lector mediante
la dirección trazada por la constelación cambiante de puntos de vista" (p. 161).

En última instancia, leer supone evaluar los sentidos que se reciben, dar consistencia al mundo en
el que se entra, configurar las realidades que se describen. Un texto nunca se encuentra cerrado
como sistema, sino abierto y pendiente de la capacidad reconstructora del lector.

El acto de la lectura: los vacíos del texto

Un texto selecciona normas o valores para que el lector reaccione ante ese conjunto ideológico,
completándolo de acuerdo a sus posibilidades y organizando, de esta manera, su particular visión
del mundo. Ello significa que un individuo puede ordenar sus experiencias a través de las lecturas
que realiza, lo que no deja de ser un proceso que, en sí, presupone ciertas contradicciones, ya que
cuando se lee no sólo se entra en el mundo de ficción que representa cada obra, sino que se lleva
al mismo el conjunto de lecturas ya asumidas antes de esa nueva realización de significados. El
lector opera desde su particular memoria de lecturas.

Un texto es un espacio inconcreto, lleno de posibilidades significativas y de remisiones


extratextuales que se encuentran a la espera de su concreción. Para explicar la multiplicidad de
probabilidades que un texto ofrece, Iser indica que al lector se le entrega un sistema de
indeterminaciones -o de "vacíos" de significado- que tendrá que rellenar en conformidad con su
experiencia. En un texto, es tan importante la parte escrita como la no escrita, es decir, todo ese
conjunto de ideas y de valores que se ponen en funcionamiento en cuanto se comienzan a recorrer
las primeras líneas de un texto: "Si el texto es un sistema de estas combinaciones, entonces debe
ofrecer un espacio sistémico a quien deba realizar la combinación. Éste es dado por los pasajes
vacíos que como determinados espacios en blanco marcan enclaves en el texto, y de esta manera
se ofrecen así a ser ocupados por el lector" (p. 263).

La lectura como acto creativo

La actividad representadora del lector es regulada por esos espacios vacíos, que, a la vez, permiten
coordinar las perspectivas dentro del texto. Por ello, toda lectura es un acto creativo y cada lectura
es diferente; no sólo la de un lector con respecto a la de otro, sino la de un mismo lector que
separara dos lecturas por un determinado lapso de tiempo: habría un conjunto de experiencias
nuevas que se integrarían en la función de rellenar esos vacíos desde los que el texto acaba de
estructurarse.
Continuamente, cuando se lee, se pone en juego una dualidad, una oposición que convierte a la
lectura en un acto de imprevisibles consecuencias: no es sólo la realidad que aguarda agazapada
entre las estrategias del texto, sino las imágenes de lo real con que el lector se enfrenta a ese
mundo referencial. En ese choque se producen modificaciones singulares en el lector, porque el
mundo en el que penetra siempre es superior al mundo en el que vive, aunque sólo sea porque
posee una estructuración más consistente: "Si, por tanto, los espacios de indeterminación dejan
espacios libres, en el mejor de los casos de ellos procede un estímulo sugestivo, pero apenas la
solicitud de disponer a la complementación necesaria a partir de nuestro caudal de conocimientos"
(p. 274).

La modificación de la conducta del lector

Iser demuestra cómo el lector modifica su realidad experimental y cómo, en virtud de esas
transformaciones, el texto adquiere unos significados que, de otra manera, no hubiera podido
obtener. Por ello, además, los textos de ficción no pueden ser idénticos a las situaciones reales,
ya que, si lo fueran, el lector carecería de la capacidad de reconstruir (es decir, re-vivir) ese mundo
en el que se le invita a entrar.

Véase en esto una nueva diferencia con respecto al modelo de Jauss ya que éste piensa en el texto
como un objeto que ha de ser incardinado en el curso de la historia de donde proviene y a la que
da sentido.

Entre los principales elementos de una fenomenología de la lectura, desde la teoría de la recepción
de Iser, figuran los conceptos de lector implícito (Iser, 1976/1987: 55-70), como “modelo
transcendental” que representa la totalidad de las “predisposiciones necesarias” para que una obra
ejerza su efecto; repertorio, o universo referencial del texto —adviértase la concomitancia de
nomenclatura con la teoría de los polisistemas—; estrategias, u ordenación formal de los
materiales o procedimientos mediante los cuales el texto dispone su inmanencia; punto de vista
errante (wandernder Blickpunkt, wandering viewpoint), que se refiere a la multiplicidad de
lecturas posibles, variadas y sucesivas de que puede ser objeto una obra
literaria; blancos o vacíos (Leerstellen, Blanks), noción iseriana muy afín al concepto ingardeano
de “indeterminación”, y que sin duda resulta de lo más ambigua, al admitir múltiples acepciones
(segmentos que pueden ser conectados en la cohesión textual, composición de fragmentos que
exigen presuposiciones o reflexiones por parte del lector, rupturas en la continuidad de la
narración, etc.), las cuales en todo caso sitúan el proceso de lectura en una búsqueda dinámica de
sentido; y la síntesis pasiva, que designa la construcción de imágenes que, consciente o
inconscientemente, desarrolla el lector durante el proceso de lectura, las cuales suponen una
idealización de objetos imaginarios, que nunca puede ser reproducida con exactitud. Iser nos
ofrece en su metodología una amalgama de figuras retóricas (lector implícito, repertorio,
blancos...) y de figuras fenomenológicas (punto de vista errante, síntesis pasiva...), pero no
de figuras gnoseológicas, conceptuales o científicas. Los criterios que maneja Iser despegan de
los materiales literarios, ciertamente, pero no vuelven a aterrizar sobre ellos jamás. Es
un regressus sin progressus. Un despegue sin aterrizaje. Se trata de un viaje hacia formas nunca
verificadas conceptual o gnoseológicamente sobre los materiales literarios. Un viaje a ninguna
parte. Metafísica pura. Retórica disfrazada de ciencia. Sin embargo, estas formas sufren lo que se
denomina “retroalimentación positiva”, o “amplificación de la desviación”, al multiplicarse
innecesariamente (como de hecho va a suceder con la interminable lista de lectores implícitos,
explícitos, modélicos, informados, intencionales, etc.): es el proceso que se produce cuando las
instalaciones de micrófonos y altavoces recogen y amplifican de nuevo sus propias señales
acústicas.
En su obra de 1970, Die Appellstruktur der Texte, Iser ofrece planteamientos que con el paso del
tiempo resultarán cada vez más populares y característicos de una visión simplista de las teorías
de la recepción literaria. Iser comienza a hablar con metáforas. Afirma que el acto de lectura se
configura como un proceso de “diálogo” entre el texto y lector, de modo que el análisis de la
recepción literaria se convierte en un proceso de creación de sentido a partir de los materiales
textuales, cuyo sujeto es el lector o intérprete. Así es como Iser incurre en la hipóstasis del texto,
primero, y en la hipóstasis del lector, inmediatamente después. El texto deja de ser un material
literario para convertirse en una suerte de ser antropomorfo capaz de “sostener” un diálogo con
un lector ideal, el cual, como se verá, mantiene relaciones y propiedades implícitas en el propio
texto. La falacia adecuacionista, esto es, la creencia o “ilusión fenomenológica” de que puede
articularse una relación de adecuación o correspondencia entre el texto como materia literaria y
el lector como agente formalizador de ella, adquiere en los escritos de Iser su máxima expresión.
En muchos casos, la teorías de Iser son puro ilusionismo fenomenológico.
Entre los diferentes elementos que toma Iser de la fenomenología de Ingarden debe insistirse en
los conceptos de indeterminación, aspectos esquematizados y concreción, a los que el autor
alemán involucra resueltamente en el proceso de la pragmática de la comunicación literaria.
Desde el punto de vista de Iser, al lector corresponde la “concreción” de las “indeterminaciones”
del texto, como proceso lectorial de creación de sentido, en el que es posible distinguir tres niveles
o estructuras: 1) repertorio, o sistema de normas y convenciones literarias, culturales y
científicas, referidas a cualquier dominio o grado del conocimiento humano (sociedad, política,
filosofía, literatura, religión...); 2) estrategias textuales, como conjunto o sistema de elementos
formales que intervienen en la estructura de la obra literaria, y le confieren una determinada
disposición y sentido, según su modalidad, perspectiva, recurrencia, técnica narrativa, etc.; y
3) realización, u operación que designa el proceso de creación de sentido del texto por parte del
lector, en un sentido afín al concepto de “concreción” manejado por Ingarden. La teoría de
los aspectos esquematizados, que procedente de Ingarden encuentra en la formulación iseriana el
apoyo de la semiótica americana, al distinguir entre “language of statement” y “language of
performance” (Austin, 1961), trata de objetivar los espacios vacíos o “blancos” (Leerstellen) del
texto literario, así como la actividad interpretativo-creadora del lector, sujeto capaz de
cumplimentar con su propia competencia la indeterminación de los espacios abiertos de la obra
literaria, inherentes al discurso estético por su naturaleza ficticia y su polivalencia y ambigüedad
semánticas. En consecuencia, el lector de Iser dispone de absoluta amplitud para introducir en la
fenomenología de la interpretación literaria las figuras que desee su psicología más personal.
Desde el punto de vista del materialismo filosófico como teoría de la literatura, la teoría de Iser
constituye un retroceso respecto a los logros proporcionados por la poética de Jauss.
“El proceso de lectura” (1972a) es un ensayo sobre estética de la recepción en el que Iser describe
en términos husserlianos los mecanismos de la interpretación literaria, y se ocupa de tres aspectos
fundamentales de la fenomenología literaria: la reducción fenomenológica, que Iser concibe como
un proceso de retención y adecuación; la formación de consistencia, frente a la polivalencia de la
obra literaria; y la implicación del lector, que añade en cada lectura un sentido diferente a la
experiencia estética. Éste es probablemente el trabajo de Iser que mejor expresa su caída en la
falacia adecuacionista. Su teoría fenomenológica del arte considera la interpretación de la obra
literaria como un proceso determinado por dos hechos fundamentales: el texto en sí mismo, y el
conjunto o sistema de actos por los que el lector se relaciona con él. Iser sigue aquí la terminología
de Ingarden, pero reinterpretada desde la semiología de la literatura, al distinguir en la pragmática
de la comunicación literaria la estructura del texto artístico (polo artístico: creado por el autor) y
los modos por los que éste puede ser “concretado” (konkretisiert) (polo estético: creado por el
lector).

La obra es más que el texto, pues el texto solamente toma vida cuando es concretizado, y además
la concretización no es de ningún modo independiente de la disposición individual del lector, si
bien ésta a su vez es guiada por los diferentes esquemas del texto. La convergencia de texto y
lector dota a la obra literaria de existencia, y esta convergencia nunca puede ser localizada con
precisión, sino que debe permanecer virtual, ya que no ha de identificarse ni con la realidad del
texto ni con la disposición individual del lector (Iser, 1972a/1987: 216-217).
La concreción o determinación de la que habla Iser es pura ilusión fenomenológica. Es la
psicología del lector la que genera “los diferentes esquemas del texto” por los que el propio lector,
implicado en el mismo texto, cree ser guiado. Semejante adecuación o correspondencia entre
el texto, que en la realidad del análisis resulta anulado como materia literaria, y el lector, que
queda hipostasiado en una suerte de forma conceptualizadora global, psicológicamente
devoradora del texto mismo, es una falacia, resultante de la ilusión metodológica que aplica Iser.
Su análisis fenomenológico, que se nos presenta como el más apropiado para la descripción de
los procesos interactivos existentes entre texto y lector, postula una adecuación o correspondencia
falaz entre el texto, como materia, y el lector, como forma, que no se da de ninguna manera en la
realidad de la interpretación literaria. Porque el lector no es una forma aislada de una realidad
humana concreta, es decir, de un sujeto operatorio, con intenciones prolépticas inderogables,
competencias operatorias (convierte fenómenos en conceptos) y relatoras (transforma conceptos
simples, de una clase determinada, en conceptos de otra clase más compleja), y expuesto
científicamente a las normas, dialogismos y autologismos propios del eje pragmático del espacio
gnoseológico. Y porque además el texto es un material literario ontológicamente irreductible a la
materia de que está constituido. El texto es una realidad corpórea de la ontología especial, es decir,
es una realidad fisicalista (M1), fenomenológica (M2) y lógica (M3) del Mundo Interpretado (Mi),
y sólo formalizable en la medida en que un sujeto operatorio lo manipula, sea el autor, sea el
lector, sea el crítico o transductor. Pero Iser concibe el texto como una materia que sólo se
conceptualiza en el “lector implícito”. Dicho groseramente: habla del texto como si éste hubiera
nacido en la conciencia de un intérprete autotextualmente concebido.
En primer lugar, una de las principales conexiones que Iser postula entre la entropía del texto
literario y la competencia del intérprete o lector la toma de los llamados por Ingarden “correlatos
oracionales intencionales” (intentionale Satzkorrelate), o espacios textuales sintetizables a través
de los cuales el lector es capaz de comprender la obra de arte verbal. Se trata de una más de las
figuras fenomenológicas manipuladas por Iser, la cual pretende apoyarse en figuras retóricas
textuales concretas, en este caso, segmentos oracionales a los que el lector atribuirá
psicológicamente un “valor intencional”. Ese lector ilusionista de la obra literaria, desde las
posibilidades de su imaginación, y según sus propias competencias y modalidades en el momento
de la recepción, dará forma a la interacción de correlatos prefigurados en la secuencia de
oraciones, las cuales “crearán” —suponemos que excitadas por el lector— diferentes expectativas
o “pre-intenciones” (Husserl hablaba de “juicios previos”) a lo largo de la lectura, que en los
textos literarios no suelen cumplirse de la forma prevista inicialmente por el receptor.

Los correlatos oracionales de los textos literarios no se suceden de este modo tan rígido, pues la
expectativas que evocan tienden a invadirse el terreno unas a otras, de tal manera que se ven
continuamente modificadas a medida que avanza la lectura. Simplificando se podría decir que
cada correlato oracional intencional abre un horizonte concreto, que es modificado, si no
completamente cambiado, por oraciones sucesivas. Mientras que estas expectativas despiertan un
interés por lo que ha de venir, la modificación subsiguiente de ellas tendrá también un efecto
retrospectivo en lo que ya había sido leído, lo cual puede ahora cobrar una significación diferente
de la que tuvo en el momento de leerlo [...]. De este modo, el lector, al establecer estas
interrelaciones entre pasado, presente y futuro, en realidad hace que el texto revele su
multiplicidad potencial de conexiones (Iser, 1972a/1987: 220).

En segundo lugar, Iser concede una enorme importancia al concepto de ilusión —no podría ser
de otro modo—, como actividad de representación que permite conformar en la imaginación del
lector la Gestalt del texto literario. La experiencia ofrecida por el texto se hace accesible a través
de “ilusiones”, pese a que las posibilidades semánticas de un discurso verbal siempre serán
superiores a las que ofrezca cualquier sentido elaborado durante el proceso de lectura. Ya que

la formación de ilusiones va constantemente acompañada de ‘asociaciones extrañas’ que no


pueden ponerse de acuerdo con las ilusiones, el lector constantemente tiene que levantar las
restricciones que aplica al ‘significado’ del texto [...]. A medida que vamos elaborando un
esquema coherente en el texto, encontraremos nuestra ‘interpretación’ amenazada, por así decir,
por la presencia de otras posibilidades de ‘interpretación’, y por ello surgen nuevas áreas de
indeterminación (Iser, 1972a/1987: 232-233).

Finalmente, Iser menciona el concepto de acto de recreación con objeto de referirse al proceso
de creación de sentido que protagoniza el lector ante el texto literario, y que se encuentra
determinado por las sucesivas interrupciones de expectativas que su propio desarrollo exige para
que su resultado sea eficaz. Conducen este proceso dos elementos estructurales, es decir,
inmanentes, que desde el interior del texto configuran, en primer lugar, un repertorio de esquemas
verbales conocidos y de temas literarios recurrentes, en relación con determinados contextos
sociales e históricos, y que, en segundo lugar, desarrollan diversas técnicas
y estrategias utilizadas para situar lo convencional y conocido frente a lo desautomatizado y
variable. El único inconveniente es que tanto los repertorios como las estrategias, tal como los
concibe Iser, no son elementos estructurales ni inmanentes del texto, sino de la conciencia del
lector. Son una construcción fenomenológica del intérprete. El “acto de recreación” de Iser es una
ilusión trascendental, más concretamente, una ilusión subjetiva que pretende ser trascendental.
Como sabemos, las obras clave de Iser, El lector implícito (1972) y El acto de leer (1976),
estudian las posibilidades y efectos del texto literario en su interacción histórica con el sujeto
receptor, y en ellas se introducen dos categorías de enorme importancia para nuestra crítica: el
concepto de “lector implícito” y la noción de “punto de vista errante”.
Como sabemos, las obras clave de Iser, Der implizite Leser (El lector implícito, 1972) y Der Akt
des Lesens (El acto de leer, 1976), estudian las posibilidades y efectos del texto literario en su
interacción histórica con el sujeto receptor, y en ellas se introducen dos categorías de enorme
importancia para nuestra crítica: el concepto de “lector implícito” y la noción de “punto de vista
errante”.

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