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Es abundante la cantidad textos bíblicos que dan testimonio de cómo la presencia del
Espíritu connota la novedad y definitividad en las relaciones entre Dios y los hombres, en
Jesucristo.
Es el misterio de Cristo el que posibilita la efusión del Espíritu. “El primer hombre era
de la tierra, terrenal; el segundo es del cielo, celestial. El primero era alma viviente, el
segundo es espíritu vivificante”. El centro de todo el conjunto es el misterio pascual de
Cristo, que tiene su conclusión dinámica en la efusión del Espíritu sobre los hombres. Y,
por otra parte, el ámbito de realización histórica de este misterio, y de comunicación
permanente de la efusión del Espíritu, es la Iglesia santa. De ahí que la Iglesia sea, en
definitiva, la comunidad donde la realidad escatológica está presente y operante “in
misterio”.
La literatura paulina, presenta la vida cristiana como una “vida según el Espíritu”. Es
una forma de expresar lo que en otros momentos y contextos se llama “novedad de vida”,
“hombre nuevo”…. En otras palabras: la realidad escatológica presente ya ahora en el
cristianismo es fruto de la presencia del Espíritu “que todo lo renueva”. La comprensión de
este don del Espíritu en la Iglesia y en cada uno de sus miembros lo vemos claro en la
teología de los carismas. El Espíritu santo es el don fundamental dado a la Iglesia y a cada
uno de los cristianos; el fruto básico -el carisma mejor, dice san Pablo- es la caridad de
Dios, que mueve al hombre cristiano a vivir según Cristo.
Encontramos grande e inabarcable para el ser humano la infinita obra del Espíritu Santo,
en su diversidad y distintas formas de acción, la teología nos ayuda a descubrir los
siguientes aspectos:
De una forma más explícita se habla, en segundo lugar, de la acción del Espíritu referida
a la realización de la obra de Cristo: la Iglesia, la fe personal de cada hombre profesada en
la Iglesia, los sacramentos de la Iglesia, el dinamismo del ministerio apostólico, son referidos a
la intervención y asistencia del Espíritu.
Una tercera aproximación a la acción del Espíritu es la relación interpersonal entre Dios
y el hombre, en virtud de la gracia de Dios. La divinización del hombre es la obra del
Espíritu de Dios en él. Introduce al hombre en familiaridad y comunión con la Trinidad.
Para iniciar esta relación íntima por antonomasia subrayo dos características: La misión
de Cristo se orienta hacia la misión del Espíritu. El Espíritu tiene como misión acercar más
y más a los hombres hacia Jesucristo. Y la otra es. Entre Cristo y el Espíritu existe, por
tanto, una relación recíproca (ida y venida): de Cristo hacia el Espíritu, y del Espíritu hacia
Cristo.
El espíritu no solo es un don de Cristo, sino también un don que nos lleva a Cristo. Que
nos da a Cristo. El Cristo que nos da el Espíritu nos lo da para que nosotros podamos
recibir verdaderamente a Cristo. Y el Espíritu que nos da a Cristo nos conduce a Él para
que podamos llevar una vida verdaderamente “espiritual”. Entre otras palabras el Espíritu
es cristológico y Cristo es neumatológico, y su acción en nosotros no tiene otra finalidad
que la transformación plena de nuestra vida en Cristo y en el Espíritu para la comunión
plena con Dios.
En primer paso para tocar de cerca este sacramento, se manifiesta en primer lugar lo
siguiente: “la confirmación es un sacramento de la iniciación cristiana”. Sobre todo en un
vínculo con el bautismo, (sin caer en el extremo de alejarlo de la eucaristía). “La
confirmación presupone siempre el bautismo, del mismo modo que el carácter de la
confirmación presupone el bautismal”. A través de esta relación se hace comprensible
igualmente el proceso de los sacramentos de la iniciación cristiana. Bautizados en Cristo,
los hombres se insertan en su misterio pascual para participar del Espíritu de Cristo.
Cuando en la confirmación reciben el don del Espíritu, culmina -son sellados- en ellos la
imagen del Hijo, porque el don del Espíritu les permite caminar plenamente como hijos en
el Hijo. En términos sacramentales se puede decir que somos bautizados para ser
confirmados, y somos confirmados para vivir según nuestro bautismo.
2010