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Pensamiento nómada
(Sobre Nietzsche)
Si nos preguntamos qué es o en qué se ha convertido
Nietzsche hoy, sabemos bien en qué dirección hemos de bus-
car. Hay que mirar hacia los jóvenes que están leyendo a
Nietzsche, descubriendo a Nietzsche. Nosotros, la mayor
parte de los presentes, somos ya demasiado viejos. ¿Qué es lo
que un joven descubre hoy en Nietzsche, que no es segura-
mente lo mismo que descubrió m¡ generación, como eso no
era ya lo mismo que habían descubierto las generaciones an-
teriores? ¿Por qué los músicos jóvenes sienten hoy que Nietzs-
che tiene que ver con lo que hacen, aunque no hagan en abso-
luto una música nietzscheana, por qué los pintores jóvenes,
los cineastas jóvenes se sienten atraídos por Nietzsche? ¿Qué
está pasando, es decir, cómo están recibiendo a Nietzsche?
Todo lo que en rigor podemos explicar desde fuera es el modo
en que Nietzsche siempre reclamó, para sí mismo tanto como
para sus lectores contemporáneos y futuros, cierto derecho al
contrasentido. Da igual qué derecho, por otra parte, puesto
que posee reglas secretas, pero en todo caso cierto derecho al
contrasentido, del que hablaré enseguida, y que hace que no
venga al caso comentar a Nietzsche como se comenta a Des-
cartes o a Hegel. Me pregunto: ¿quién es, hoy, el joven nietzs-
cheano? ¿El que prepara un trabajo sobre Nietzsche? Quizá.
¿0 es más bien aquel que, poco importa si voluntaria o invo-
luntariamente, produce enunciados singularmente nietzs-
cheanos en el curso de una acción, de una pasión o de una
experiencia? Hasta donde yo sé, uno de los textos recientes
más hermosos, y uno de los más profundamente nietzschea-
nos, es el que ha escrito Richard Deshayes, Vivir es sobrevivir,
un poco antes de ser alcanzado por una granada en una ma-
nifestación (a). Quizá una cosa no excluye la otra. Acaso sea
posible escribir sobre Nietzsche y además producir enuncia-
dos nietzscheanos en el curso de la experiencia.
Somos conscientes de los riesgos que nos acechan en esta
pregunta: ¿qué es Nietzsche hoy? Riesgo de demagogia («Los
jóvenes están con nosotros…»). Riesgo de paternalismo (con-
sejos a un joven lector de Nietzsche). Y, sobre todo, el riesgo
de una abominable síntesis. En el origen de nuestra cultura
moderna está la trinidad Nietzsche, Freud, Marx. Da igual si
todo el mundo se ha deshecho de ella de antemano. Puede
que Marx y Freud sean el amanecer de nuestra cultura, pero
Nietzsche es algo completamente distinto, es el amanecer de
una contra- cultura. Es evidente que la sociedad moderna no
funciona mediante códigos. Es una sociedad que funciona a
partir de otras bases. Si consideramos, pues, no tanto a Marx
y Freud literalmente, sino aquello en lo que se han convertido
el marxismo y el freudismo, vemos que están inmersos en una
suerte de intento de recodificación: por parte del Estado, en el
caso del marxismo («es el Estado quien te puso enfermo y el
Estado es quien te curará», porque ya no será el mismo Es-
tado); por parte de la familia, en el caso del freudismo (la fa-
milia te pone enfermo y la familia te cura, porque no es ya la
misma familia). Esto es lo que sitúa ciertamente, en el hori-
zonte de nuestra cultura, al marxismo y al psicoanálisis como
las dos burocracias fundamentales, una pública y otra pri-
vada, cuyo objetivo es realizar mejor o peor una recodifica-
ción de lo que no deja de descodificarse en nuestro horizonte.
La labor de Nietzsche, en cambio, no es ésa en absoluto. Su
problema es otro. A través de todos los códigos del pasado,
del presente o del futuro, para él se trata de dejar pasar algo
que no se deja y que jamás se dejará codificar. Transmitirlo a
un nuevo cuerpo, inventar un cuerpo al que pueda transmi-
tirse y en el que pueda circular: un cuerpo que sería el nuestro,
el de la Tierra, el de la escritura…
Sabemos cuales son los grandes instrumentos de codifica-
ción. Las sociedades no cambian tanto, no disponen de infi-
nitos medios de codificación. Conocemos tres medios princi-
pales: la ley, el contrato y la institución. Los hallamos bien
representados, por ejemplo, en las relaciones que los hombres
han mantenido con los libros. Hay libros de la ley, en los cua-
les la relación del lector con el libro pasa por la ley. Se les
llama precisamente códigos en otros lugares, y también libros
sagrados. Hay otra clase de libros que tienen que ver con el
contrato, con la relación contractual burguesa. Ésta es la base
de la literatura laica y de la relación comercial con el libro: yo
te compro, tú me das qué leer; una relación contractual en la
cual todo el mundo está atrapado: autor, editor, lector. Y hay,
luego, una tercera clase de libros, los libros políticos, preferen-
temente revolucionarios, que se presentan como libros de ins-
tituciones, ya se trate de instituciones presentes o futuras. Y
hay toda clase de mezclas: libros contractuales o instituciona-
les que se tratan como libros sagrados…, etcétera. Todos los
tipos de codificación están tan presentes, tan subyacentes, que
los encontramos unos en otros. Tomemos otro ejemplo, el de
la locura: los intentos de codificar la locura se han llevado a
cabo de las tres formas. Primero, bajo la forma de la ley, es
decir, del hospital, del manicomio - la codificación represiva,
el encierro, el antiguo encierro que está llamado a convertirse,
andando el tiempo, en una última esperanza de salvación,
cuando los locos empiecen a decir: «Qué buenos tiempos
aquellos en que nos encerraban, porque ahora nos hacen cosas
peores». Y hay una especie de golpe magistral, que ha sido el
del psicoanálisis: se sabía que había quienes escapaban a la
relación contractual burguesa tal y como se manifiesta en la
medicina, a saber, los locos, ya que no podían ser parte con-
tratante por estar jurídicamente «inhabilitados». La genialidad
de Freud consistió en atraer a la relación contractual a una
gran parte de los locos, en el sentido más lato del término, los
neuróticos, explicando que era posible un contrato especial
con ellos (de ahí el abandono de la hipnosis). Fue el primero
en introducir en la psiquiatría - y ello ha constituido final-
mente la novedad psicoanalítica- la relación contractual bur-
guesa, excluida hasta ese momento. Y después nos encontra-
mos con las tentativas más recientes, en las cuales son eviden-
tes las implicaciones políticas y a veces las ambiciones revo-
lucionarias, las tentativas llamadas institucionales. He ahí el
triple medio de codificación: si no es la ley, será la relación
contractual, y si no la institución. Y en estos códigos florecen
nuestras burocracias.