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La experiencia latinoamericana
Para mi hijo,
Luciano López Febres.
Por su presente y futuro.
Y el de sus futuras generaciones
RESUMEN:
ABSTRACT:
The climate change phenomena, and their harmful impacts on the planet,
place global policies of access to justice before a new current: Environmental
Justice within the framework of sustainable development of economic growth,
the acknowledgment of the future generations and rights of nature, and the
acknowledgment of intergenerational rights. All this within the context of a new
*
Constitucionalista. Abogado por la Universidad de San Martín de Porres (USMP). Magíster en
Derecho con mención en Política Jurisdiccional y candidato a Doctor en Derecho por la Pontificia
Universidad Católica del Perú (PUCP). Profesor de las Facultades de Derecho de la PUCP y la
USMP, así como de las Maestrías en Derecho Procesal de la PUCP y en Derecho Constitucional
de la USMP. Socio Principal y Director del Área de Litigación del Estudio Luciano López Flores &
Abogados. luciano@lopezfloresfirma.com
1
legal theory: The Environmental Rule of Law, arising from the jurisprudence of
the Higher Courts in Latin America. The impact of this new theory is analyzed
in the dogmatic principles of Procedural Law with regard to the remedy of
diffuse rights, placing particular emphasis on the legitimation of writs of
amparo and ordinary collective processes. The author proposes that, from the
State’s own rights remedy theory, it is convenient to reject the theory of the
subjective relation (with this, the thesis of the extraordinary legitimation), to
give way to an adequate institute to the situation of substantive law that
constitutes the diffuse and intergenerational rights: the legitimized
appearance. It also proposes the convenience of using the procedural
technique of dialogic approach to justice in this type of cases.
PALABRAS CLAVES:
KEY WORDS:
SUMARIO:
8. Reflexiones finales
2
9. Bibliografía
Albert Camus
Como lo he señalado en otra oportunidad (LÓPEZ FLORES, 2018: 259 y ss), durante la
primera mitad del siglo XX, las dos guerras mundiales impactaron fuertemente en la
economía y la cultura jurídica y constitucional de Europa occidental 1. Surgió una nueva
visión de cultura jurídica que dejó de lado el paradigma del Estado liberal decimonónico
que pretendía “proteger” las libertades y derechos ciudadanos en función a lo establecido
por la ley2. El juicio de Nuremberg desnudó la ineficacia de la ley en su tarea de defender
y proteger los valores esenciales y básicos de la persona humana, como la dignidad o la
igualdad (ROMEIKE, 2016: 10-12).
Esta nueva visión de cultura jurídica surgida de la necesaria reflexión de poner al ser
humano como el centro real y principalísimo de cualquier ordenamiento jurídico nacional
y comunitario, es lo que se conoce como Estado Constitucional (FIORAVANTI, 2009: 128)3,
en donde el juicio de conformidad constitucional, a través de la poderosa arma de la
interpretación de la lex legum, la defensa de la institucionalidad, de los valores, los
principios constitucionales y, esencialmente, de los derechos fundamentales de las
personas, recae en el Juez, a quien le compete la función de ser el “garante de la
complejidad estructural del Derecho en el Estado Constitucional, es decir, […] de la
necesaria y dúctil coexistencia entre ley, derechos y justicia” (ZAGREBELSKY, 2009: 153).
1
A guisa de ejemplos representativos, destaca el reconocimiento de los derechos sociales en la
Constitución de Weimar (1919); el Tratado de Versalles (1919); la Liga de las Naciones y la
creación de la Organización Internacional el Trabajo (1919); el debate entre Kelsen y Schmitt
(1929) sobre quién debe defender la Constitución; la Carta de las Naciones Unidas y la creación
de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945, apenas culminada la segunda gran
guerra; la proliferación de Convenciones destinadas a crear un ordenamiento jurídico internacional
de reconocimiento y protección de la persona humana: la Convención contra el Genocidio (1948);
la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948); las Convenciones de Ginebra de 1949
y sus protocolos de 1977 (Convenios de la Guerra); la Carta Europea de Derechos Humanos y su
jurisdicción contenciosa; la proliferación de los Tribunales Constitucionales al reconocerse la
necesidad del control constitucional de los actos legislativos; Constituciones que, por un lado,
ponían énfasis en que la persona humana es el fin supremo de la sociedad y del Estado, y, por
otro, consignaban un capítulo dedicado a positivizar una serie de derechos fundamentales de la
persona tanto de manera explícita como implícita (LÓPEZ FLORES, 2018: 259).
2
De allí que nadie estaba impedido de hacer lo que la ley no prohíbe ni obligado a hacer lo que
ella no manda. Era el principio de legalidad la garantía de los derechos y libertades y, con ello, el
señorío del Legislador como primer poder estatal.
3
Señala este autor (2009: 128) que el Estado Constitucional “[D]estruye el dogma liberal-
estatalista de la fuerza absoluta de la ley, y crea así una situación, inconcebible para la doctrina
decimonónica, en la que la validez de las normas del Estado está como suspendida, en el sentido
de que depende de un juicio sobre su conformidad con la Constitución y, en definitiva, con una
cierta interpretación de la Constitución y de los principios constitucionales”.
3
A pesar que los países de América Latina no participaron, directamente, en las dos
grandes guerras, tras el apoyo de varios de ellos a los Estados Unidos durante la
segunda guerra mundial, la política de la “buena vecindad” del presidente Roosevelt
(1933-1946) fue el marco en el cual se desarrolló la intervención del Estado, el gasto
social, la satisfacción de los derechos sociales y una política de “intereses comunes”
entre los Estados Unidos y la región latinoamericana (DÍAZ, 2006: 127). Y es en ese
contexto que, con el liderazgo norteamericano, se desarrolló la Novena Conferencia
Internacional Americana, que reunió a 21 Estados latinos en Bogotá, Colombia, en 1948,
suscribiendo la Carta de la Organización de los Estados Americanos, el Tratado
Americano de Soluciones Pacíficas (“Pacto de Bogotá) y la Declaración Americana de los
Derechos y Deberes del Hombre (OEA, 2018).
De este modo, los países latinoamericanos, llevados de la mano por los Estados Unidos y
en el contexto del término de la segunda guerra mundial, replicaron la Carta Europea de
Derechos Humanos y su sistema contencioso (Tribunal Europeo de Derechos Humanos)
mediante la celebración de la Convención Americana de Derechos Humanos (también
llamada Pacto de San José de Costa Rica)4 que contempla un sistema contencioso
compuesto por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (“Corte IDH”) y la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (“Comisión IDH”)5.
4
No es casualidad, por ello, el clima de tensión entre los diversos gobiernos de los países
latinoamericanos y la Corte IDH por las sentencias pronunciadas en los casos
contenciosos que esta última conoce; sin dejar de lado, las decisiones gubernamentales
de Trinidad y Tobago (1988) y Venezuela (2012) de apartarse del Sistema
Interamericano7.
los golpes “cívico militares” que irrumpieron cronológica y sintomáticamente en la primera mitad de
la década de 1970 —Bolivia, en 1971; Chile y Uruguay, en 1973; Argentina, en 1976. También
habría que tomar en consideración el hecho de que las dictaduras de Paraguay (desde 1954) y
Brasil (1964), conducen, en los comienzos de la década de 1970, un cambio doctrinal del perfil
represivo que hasta entonces habían exhibido. El “golpe dentro del golpe”, en Brasil, 1968, y la
promulgación, en 1969, de la Ley de Seguridad Nacional por el gobierno de Médici. El golpe de
Estado al golpe de 1968, en el Perú, en 1975. En este contexto represivo no habría que olvidar,
ciertamente, a México, allí donde la intervención policíaco-militar del gobierno de Gustavo Díaz
Ordaz cobró la vida de un número aún no precisado de estudiantes congregados en la Plaza de
las Tres Culturas, en Tlatelolco, en 1968. Ocurriría lo mismo en 1971, cuando gobernaba Luis
Echeverría, inaugurando con ello un periodo de intervención radical de la sociedad que tuvo como
característica central el uso del ejército y sus tácticas de guerra en contra de su propia población
civil”.
7
Perú exploró también esa posibilidad (afortunadamente trunca) durante el régimen fujimorista en
1999, cuando pretendió renunciar únicamente al sistema contencioso.
8
Cabe tener muy en cuenta que ese interés no fue gratuito, sino que respondió a una necesidad
global en la posguerra que con acierto describe VÁSQUEZ (2009: 20):
“[Al finalizar] la Segunda Guerra Mundial, por las características del conflicto y de los hechos
que se generaron en él, se requirió de la confluencia de países y de respuestas nuevas,
sobre todo en lo jurídico dada la necesidad de sancionar conductas atroces, lo que
constituye quizá el primer antecedente de globalizar un orden jurídico que atendiera a esta
clase de sucesos y que han tenido repeticiones en los posteriores conflictos bélicos […]. De
esto también se ha desprendido un interés universal por la protección y defensa de los
derechos humanos, que se han convertido en eje central de los supuestos filosóficos de casi
todos los ordenamientos jurídicos nacionales, por lo menos los occidentales”.
5
conformación del proceso9 que impone deberes organizacionales al Estado en su función
legislativa, ejecutiva y judicial (2016: 125). Dicho de otro modo:
Pero estas reflexiones que día a día luchan por construirse en América Latina se
entrecruzan con un fenómeno mundial que constituye una seria amenaza a la propia
subsistencia humana en el futuro: el cambio climático10. Como abundaré más adelante
con mayor detalle (infra 3 y 4), existe el actual consenso internacional de que las
consecuencias del crecimiento económico en base al aprovechamiento irracional de los
recursos naturales, es el causante de esta amenaza que se cierne, con mayor rigor, en
los países de América Latina y el Caribe que albergan la mayor biodiversidad del mundo:
Brasil, Colombia, México y Perú (CEPAL, 2017: 3). Es más, en el caso de Perú, el mayor
impacto ambiental se focaliza en las fuentes de agua, puesto que el 80% de la población
depende de aquellas que provienen de la cuenca del Pacífico, cuya disponibilidad es
menor que la cuenca del Atlántico (CAF, 2013: 17).
Es así que la protección del medio ambiente, a través del principio del desarrollo
sustentable (crecimiento económico con responsabilidad en el aprovechamiento de los
recursos naturales), es la única alternativa de abordaje a esta problemática. Solo
cumpliendo las políticas públicas inmanentes al desarrollo sustentable, se asegura la
satisfacción de las necesidades de las generaciones presentes y las que les
corresponden satisfacer a las generaciones futuras.
6
justificación requiere nuevos principios y nuevos procedimientos” (Mesa,
2011:39). Por ende, la justicia ambiental desborda el marco espacial y
temporal, reconociendo que no se trata sólo de una responsabilidad entre
generaciones, sino que alude al concepto de “patrimonio común de la
humanidad” como forma de integralidad del género humano y como una
forma de “dominio de los recursos naturales o culturales que dada la
importancia de éstos (…) debe ser considerada como propiedad global y
manejada a favor de la humanidad como un todo tanto presente como
futuro”(Arévalo, 2010:49)”.
Así las cosas, en la actualidad América Latina se encuentra frente al reto de dos
paradigmas: la construcción de la cultura del Estado Constitucional, por un lado, y la
urgentísima necesidad de construir la cultura de lo que en la doctrina y la jurisprudencia
(argentina y colombiana) se denomina “Estado Ambiental de Derecho”, por otro.
En efecto, la idea del Estado Ambiental de Derecho surge como respuesta a la falta de
garantía de la sustentabilidad ambiental del planeta. Plantea un sistema de valores
sociales que promueven la solidaridad, cooperación y diversidad, enfocados a esa
sostenibilidad ambiental; y, establece como fundamental la participación de la ciudadanía
y la opinión pública en la construcción de sociedades ambientalmente sustentables
(VALENCIA, 2007: 164-165). Parte de la necesidad de una nueva teoría de los derechos,
de la justicia ambiental y de derechos ambientales, “no solo como normas y facultades
propias de los sujetos humanos y no humanos, sino también como procesos de lucha,
reivindicación y concreción que si se ganan al poder serán la ‘ley del más débil’ que
triunfa contra el más fuerte (siguiendo a Ferrajoli)” (MESA, 2015: 434).
Este nuevo paradigma, supera el plano antropocentrista (MUNÉVAR, 2016: 193) y transita
de la visión biocéntrica hasta arribar a una ecocéntrica, es decir, aquella que, como así lo
señala la Corte Constitucional Colombiana en un importantísimo fallo (Sentencia T-622 de
201611) que abordaré más adelante (infra 5), “concibe a la naturaleza como un auténtico
11
En este fallo, la Corte Constitucional Colombiana se refiere a estos tópicos del modo siguiente:
“5.6. [L]as múltiples disposiciones normativas que existen y el enfoque pluralista que
promueve la propia Carta Política, hacen que la relación entre la Constitución y el medio
ambiente sea dinámica y en permanente evolución. En este sentido, es posible establecer al
menos tres aproximaciones teóricas que explican el interés superior de la naturaleza en el
ordenamiento jurídico colombiano y la protección especial que se le otorga: (i) en primer
lugar, se parte de una visión antropocéntrica que concibe al ser humano presente como
única razón de ser del sistema legal y a los recursos naturales como simples objetos al
servicio del primero, (ii) un segundo punto de vista biocéntrico reivindica concepciones más
globales y solidarias de la responsabilidad humana, que abogan -en igual medida- por los
deberes del hombre con la naturaleza y las generaciones venideras; (iii) finalmente, se han
formulado posturas ecocéntricas que conciben a la naturaleza como un auténtico sujeto de
derechos y que respaldan cosmovisiones plurales y alternativas a los planteamientos
recientemente expuestos”.
7
sujeto de derechos que deben ser reconocidos por los Estados y ejercidos bajo la tutela
de sus representantes legales, verbigracia, por las comunidades que la habitan o que
tienen una especial relación con ella”.
En esta línea de pensamiento, este trabajo tiene una doble finalidad: reflexionar e invitar
al diálogo sobre el impacto que causan, en la teoría del Derecho Procesal, los ejes en los
que se asienta el paradigma del denominado Estado Ambiental de Derecho (el principio
del desarrollo sustentable y los derechos de las generaciones futuras).
Con ese propósito, planteo las siguientes cuestiones: ¿estos elementos pueden
subsumirse en la categoría de derechos difusos o cabe distinguirlos en base a una nueva
categoría de derechos (“derechos intergeneracionales”14) que se articulan en torno a la
responsabilidad intergeneracional15, por un lado, y al reconocimiento de las generaciones
futuras como sujetos de derecho16, por otro? La técnica procesal de tutela de los
derechos difusos, tanto en el proceso de Amparo (para el caso peruano) como en los
procesos ordinarios, ¿resulta idónea para tutelar -o resguardar la observancia- del
12
La transversalidad de los derechos fundamentales en las diversas disciplinas del Derecho ha
dado lugar a lo que se conoce como Constitucionalización del Derecho (LANDA, 2018).
13
La responsabilidad ética de las generaciones presentes con las futuras por la manera de cómo
en el presente se desenvuelve el crecimiento económico (satisfaciendo sus necesidades) de modo
tal que asegure la supervivencia de la especie humana, proyectando la satisfacción de las
necesidades de las generaciones futuras.
14
Denominación que, siguiendo la lógica del Derecho Internacional Ambiental, emplea en nuestro
medio Erick PAJARES (2018).
15
Sobre la responsabilidad intergeneracional y los derechos intergeneracionales, resulta
sumamente útil lo que anotan Luis Gabriel y Jesús Guillermo FERRER ORTEGA (2008: 490):
“[S]i se concede, si se acepta la existencia de derechos de las generaciones futuras, se
amplía o se debe ampliar la noción de responsabilidad. Tocamos así un punto nodal de toda
reflexión jurídica, pues ¿no están en juego aquí los grandes temas del derecho: justicia,
derechos (en sentido subjetivo), obligaciones y responsabilidad?
Una de las primeras aproximaciones a nuestro tema fue realizada por la jurista Edith Brown
Weiss, quien argumenta que pueden existir obligaciones sin que exista el titular del derecho,
ya que las generaciones futuras no son personas determinadas. Dicha postura nos coloca
en una vía de comprensión de los derechos de generaciones futuras que no puede
apoyarse en una concepción civilista de los derechos. En efecto, estaríamos hablando de
derechos que no pertenecen a los individuos, puesto que son derechos
intergeneracionales. Por tanto, de ser aceptable esta teoría, el estudio de nuestro tema no
puede seguir los derroteros tradicionales; no podemos equiparar los derechos
intergeneraciones a un derecho real o personal, como es el caso del derecho a la propiedad
sobre una cosa o una deuda a un banco”. [subrayado agregado]
16
Sobre la categorización de las generaciones futuras como sujetos de derecho, véanse los
trabajos de MUNÉVAR (2016) y SANTACOLOMA (2014).
8
principio de desarrollo sustentable y los derechos de las generaciones futuras o se
requiere pensar en una técnica procesal distinta que se amolde a sus requerimientos de
tutela? Y en esa lógica, ¿qué impacto tienen las reflexiones a las cuestiones anteriores en
las categorías de legitimación y capacidad procesal? Las regulaciones actualmente
existentes, tanto en el Código Procesal Constitucional peruano, como en la legislación
procesal de los procesos ordinarios (incluyendo el proyecto de reforma del Código
Procesal Civil del Perú), en lo que concierne a la legitimación para la defensa de los
derechos difusos, ¿son apropiadas, razonables, para la tutela de los derechos de las
generaciones futuras y el control de la observancia de las políticas ambientales (y su
implementación) sobre desarrollo sustentable?
Como bien anota SANTACOLOMA (2014: 16), el tema ambiental no fue una variable directa
en las mediciones de la economía mundial. Tampoco se tomaron en cuenta los impactos
negativos de la producción capitalista en las afectaciones a la salud, intimidad, dignidad,
etc. Las proyecciones referidas a la escasez de recursos naturales y la evidente
afectación al medio ambiente presionaron los mercados y, en consecuencia, se evidenció
la necesidad de internalizar las externalidades. Por ello, todo este movimiento de
intereses en torno a los asuntos medioambientales, dio como resultado el surgimiento de
modelos de desarrollo que van desde el deber de protección hasta considerar a la
naturaleza como sujeto de derechos (SANTACOLOMA, 2014: 16).
9
discutir acerca de cómo comprender esta problemática y enfrentarse a ella. A este grupo
se le conoce como el Club de Roma (PECCEI, 1975: 11). Y es que, como bien señala
ZAPIAIN (2010: 55):
Por ello, en 1970, el Club de Roma encargó analizar a un grupo de investigadores del
Massachusetts Institute of Technology (MIT), bajo la dirección del profesor Dennis L.
Meadows, analizar los límites y proyecciones de la carga que podía soportar el planeta
(ZAPIAIN, 2010: 55). Los resultados fueron publicados en marzo de 1972 bajo el título “Los
Límites del Crecimiento”. Allí, sus redactores lanzaron esta seria advertencia:
Con el tiempo, el contenido de este informe tuvo respuesta a través del discurso sobre la
sustentabilidad (PAJARES, LORET DE MOLA, IPENZA, 2016: 355).
La expresión desarrollo sostenible (o sustentable) fue utilizada por primera vez en 1980
en la publicación de la Estrategia Mundial para la Conservación, elaborada por la Unión
Internacional para la Conservación de la Naturaleza, así como en 1982 en la Carta
Mundial de las Naciones Unidas para la Naturaleza (SANTACOLOMA, 2014: 19).
En ese mismo tiempo (1983), la Organización de las Naciones Unidas (ONU) dio paso a
la creación de la Comisión Mundial sobre Ambiente y Desarrollo, que fuera presidida por
Gro Harlem Brundtland, ex primera ministra de Noruega. En 1987, dicha comisión publica
y difunde el informe Nuestro Futuro Común, ampliamente conocido como el Informe
Brundtland, que postula el cambio en los estilos y formas de vida de la sociedad a fin de
evitar una crisis que se amplifique hasta lo global, y se haga irreversible, a causa de la
depleción de la naturaleza (PAJARES, LORET DE MOLA, IPENZA, 2016: 354). El informe
17
El Principio 2 dice, textualmente, lo siguiente:
“Principio 2. Los recursos naturales de la Tierra, incluidos el aire, el agua, la tierra, la flora y
la fauna y especialmente muestras representativas de los ecosistemas naturales, deben
preservarse en beneficio de las generaciones presentes y futuras mediante una cuidadosa
planificación u ordenación, según convenga”.
10
parte por evidenciar las asimetrías entre países y cómo la pobreza las exacerba,
proponiendo entonces un concepto que permita consensuar una visión común, expresada
en una política global, que haga frente a las evidencias de la crisis ecológica del planeta:
el desarrollo sustentable, que se define como: «[…] aquel que satisface las necesidades
de las generaciones presentes, sin comprometer la capacidad de las generaciones
futuras, para satisfacer sus propias necesidades» (PAJARES, LORET DE MOLA, IPENZA,
2016: 354).
11
logrado cristalizar la incorporación de consideraciones centrales sobre el ambiente en las
decisiones de política pública vinculadas con el desarrollo (PAJARES, 2017: 412).
Por ello, el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), ha indicado que el cambio
climático es un problema que amenaza en mayor o menor medida a los países
latinoamericanos, ocasionando impactos físicos y biológicos con importantes
repercusiones sociales, medioambientales y económicas20 (CAF, 2013: 7). Se trata de
fenómenos tales como el incremento de temperaturas medias y extremas, la variación en
los patrones de precipitación, la elevación del nivel del mar y el aumento en número e
intensidad de ciertos fenómenos extremos (CAF, 2013: 7), acentuando la pérdida de
biodiversidad y que intensifica otros factores relevantes como la alteración del hábitat, la
presencia de especies invasoras, la sobreexplotación y la contaminación (CEPAL, 2017b:
3).
La proyección estimada del aumento de la temperatura en 2.5°C hacia la mitad del siglo
XXI, impactará en un costo económico que se sitúa entre el 1.5% y el 5% del Producto
Bruto Interno de la región (CEPAL, 2017: 4), pese a que los países de América Latina son
los que menos contribuyen en las emisiones globales de gases de efecto invernadero21 22.
En el caso del Perú, según un estudio que vengo citando, el mayor impacto ambiental se
focaliza en los recursos hídricos, dado que el 80% de la población depende de aquellos
provenientes de la cuenca del Pacífico, pero la disponibilidad de agua en la cuenca del
Atlántico es mucho más abundante, impactando fuertemente en diversos sectores
20
CEPAL señala que los impactos económicos y sociales los sufren las poblaciones dedicadas a la
agricultura, la pesca, el turismo y demás actividades económicas que de una u otra forma,
requieren de la conservación de los recursos biológicos y ecosistémicos (CEPAL, 2017b: 4).
21
En uno de los estudios de CEPAL que vengo citando (2017: 4), se indica que, en el año 2011,
esa contribución ha sido de alrededor del 9%. Es decir, un porcentaje considerablemente menor al
de otras regiones como Asia Oriental y el Pacífico, Europa y Asia Central y América del Norte,
quienes representaron el 37%, 18% y 15% de las emisiones respectivamente.
22
De allí que, como bien anota VALDIVIA:
“Hoy tenemos la certeza de que el clima del futuro está determinado en parte por la cantidad
de gases de efecto invernadero que emitamos. Es decir, las condiciones futuras del clima
serán determinadas en menor proporción por factores “naturales” y serán definidas cada vez
más, principalmente, por las actividades humanas y sus impactos. Esto nos obliga a
replantear algunos supuestos sobre las posibilidades de adaptación frente al cambio
climático. Esta, a fin de cuentas, implica un cambio muy profundo en la comprensión de
“nuestra relación con el sistema climático” y, finalmente, a partir de ello, producir una serie de
“transformaciones significativas” en nuestros sistemas” (VALDIVIA, 2012: 63).
12
económicos (agricultura, pesca, energía hidráulica y zonas costeras) y sociales 23 (CAF,
2013: 17).
Esta problemática ha sido abordada por los países de América Latina y el Caribe en sus
políticas públicas referidas a la mitigación y adaptación al cambio climático (CEPAL, 2017:
7), a pesar de que existe un alto nivel de desconocimiento y de incertidumbre en la
ciudadanía sobre los procesos involucrados, sus costos y beneficios económicos (CEPAL,
2017c: 8). Todo ello dibuja un contexto en el que esas políticas y regulaciones que han
prosperado en la región, desde la Cumbre de Río de 1992:
No obstante, considero útil pasar revista a las políticas públicas medioambientales más
importantes en América Latina, referidas al desarrollo sostenible y el resguardo de las
necesidades de las generaciones futuras. Destacan el “Plan de Acción para el Desarrollo
Sostenible de las Américas”, suscrito por los Jefes de Estado y de Gobierno asistentes a
la Cumbre de las Américas sobre Desarrollo Sostenible llevada a cabo en Santa Cruz de
la Sierra, Bolivia, del 7 al 8 de diciembre de 1996; el artículo 15° de la Carta Democrática
Interamericana, aprobada en la ciudad de Lima, Perú, el 11 de septiembre de 2001 por la
Organización de Estados Americanos (OEA)24; las Resoluciones de la OEA sobre
derechos humanos y medio ambiente25; y, las Constituciones de diversos países de
América del Sur.
En lo que atañe a los marcos constitucionales, en las dos últimas décadas del siglo XX,
las Cartas Políticas de Brasil, Colombia, Perú, Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador,
reconocieron expresamente el desarrollo sostenible como medio para satisfacer las
necesidades de las generaciones presentes y resguardar las que corresponden a las
23
En los sectores sociales, se encuentran poblaciones en condición de pobreza extrema (16% de
la población sufre desnutrición), población rural agrícola (31% de la PEA participa en el sector
agrícola, ascendiendo al 65% de la PEA en regiones rurales), poblaciones en zonas áridas y
semiáridas: cuencas de los ríos Piura, Santa, Mantaro y Mayo, y poblaciones urbanas
dependientes de los glaciares (CAF, 2013: 17).
24
Cuyo texto señala: “El ejercicio de la democracia facilita la preservación y el manejo adecuado
del medio ambiente. Es esencial que los Estados del Hemisferio implementen políticas y
estrategias de protección del medio ambiente, respetando los diversos tratados y convenciones,
para lograr un desarrollo sostenible en beneficio de las futuras generaciones”.
25
Se trata de las Resoluciones AG/RES. 1819 (XXXI-O/01), AG/RES. 1896 (XXXII-O/02),
AG/RES. 1926 (XXXIII-O/03) y AG/RES. 2429 (XXXVIII-O/08), en las cuales la OEA subrayó la
importancia de promover la protección del medio ambiente y el pleno goce de los derechos
humanos. Especialmente, en la AG/RES. 2429 (XXXVIII-O/08), destacó que “el cambio climático
es una preocupación común de toda la humanidad, y que los efectos del mismo repercuten en el
desarrollo sostenible y podrían tener consecuencias en el pleno goce de los derechos humanos”.
13
generaciones futuras26. No lo hicieron así las Constituciones de Chile de 1980 27 y
Uruguay de 199728, salvo lo dispuesto en su legislación interna29.
26
En efecto, la primera en realizar este reconocimiento fue la Constitución brasileña de 1988. En
su artículo 225° consagró el deber del Estado y la colectividad de defender y preservar el medio
ambiente “ecológicamente equilibrado”, “para las generaciones presentes y futuras”. La
Constitución de Colombia de 1991 fue la segunda. En su artículo 80° estableció la obligación del
Estado de planificar el manejo y aprovechamiento de los recursos naturales “para garantizar su
desarrollo sostenible”. Luego, en 1993, la Constitución Peruana consagró la obligación estatal de
promover el “uso sostenible” de los recursos naturales (artículo 67°), así como de la conservación
de la diversidad biológica y de las áreas naturales protegidas (artículo 68°), con especial énfasis
en el “desarrollo sostenible” de la Amazonía (artículo 69°). Un año después, la Constitución
Argentina de 1994 estableció en su artículo 41° el derecho ciudadano a un ambiente “sano y
equilibrado” y que las actividades productivas “satisfagan las necesidades presentes sin
comprometer las de las generaciones futuras”. Igualmente, en 1999, la Constitución de Venezuela
dispuso que el Estado desarrollará una política de ordenación del territorio “de acuerdo con las
premisas del desarrollo sustentable” (artículo 128°). En 2008, la Constitución de Ecuador fue la
más prolija en el reconocimiento del desarrollo sostenible y los derechos de las generaciones
futuras, como así dan cuenta los artículos 3° (inciso 5°), 14°, 83° (inciso 6°), 276° (inciso 4°), 395°
(inciso 1°). Finalmente, en 2009, la Constitución de Bolivia hizo lo propio en sus artículos 9° y 33°.
27
No obstante, la Constitución de Chile, consagra el derecho ciudadano “a vivir en un medio
ambiente libre de contaminación”, activando el deber estatal de “velar para que este derecho no
sea afectado y tutelar la preservación de la naturaleza” (inciso 8° del artículo 19°). Por ello, en el
segundo párrafo del artículo 20° de dicha Carta Política establece que procede “ el recurso de
protección en el caso del Nº 8º del artículo 19, cuando el derecho a vivir en un medio ambiente
libre de contaminación sea afectado por un acto arbitrario e ilegal imputable a una autoridad o
persona determinada”.
28
La Constitución de Uruguay (artículo 47°) estableció el deber general de los ciudadanos de
abstenerse de cualquier acto que cause depredación, destrucción o contaminación graves al
medio ambiente.
29
En el caso chileno, en el inciso g) del artículo 2° de la Ley de Bases Generales del
Medioambiente, Ley N° 19.300 (modificada por la Ley N° 20.173), se hizo referencia al “Desarrollo
Sustentable”, definiéndolo como: “[E]l proceso de mejoramiento sostenido y equitativo de la
calidad de vida de las personas, fundado en medidas apropiadas de conservación y protección del
medio ambiente, de manera de no comprometer las expectativas de las generaciones futuras” (Cfr.
http://www.conaf.cl/wp-content/files_mf/1370463346Ley19300.pdf. Consultado: 2 de junio de
2018). Por su parte, en el caso uruguayo, la ley de desarrollo del artículo 47° de la Constitución
(Ley N° 17.283 del 12 de diciembre del año 2000) hizo referencia al desarrollo sostenible en su
artículo 1° definiéndolo como aquel “que satisface las necesidades del presente sin comprometer
la capacidad de generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades” (Cfr.
https://legislativo.parlamento.gub.uy/temporales/leytemp3227488.htm Consultado: 2 de junio de
2018).
14
4. La defensa del DS y los DGF en la jurisprudencia latinoamericana
15
manera de concebir un modelo de proceso civil que cumpla con esas expectativas. Lo
propio ocurre con Renzo CAVANI (2014: 173) quien puntualiza que en la medida que la
dignidad humana es el fundamento del Estado Constitucional y que la libertad y la
igualdad son fines del Derecho, es lógico y esencial asumir que el proceso civil tiene
como fin primordial la tutela de los derechos, por lo que debe existir una inexorable
preocupación por la protección de las diversas situaciones jurídicas consagradas en el
plano del derecho material, frente a las cuales el proceso tiene el deber de ofrecer las
respuestas adecuadas.
¿Cómo ha venido tratando la jurisprudencia de las Altas Cortes de los países de América
Latina, las nuevas situaciones de derecho material representadas por el principio de
desarrollo sustentable y los derechos de las generaciones futuras?
ARGENTINA
33
El caso fue una demanda de “Amparo Ambiental” presentada por la Asociación Argentina de
Abogados Ambientalistas de la Patagonia contra “el Estado Nacional (Secretaría de Ambiente y
Desarrollo Sustentable) y la Provincia de Santa Cruz”, a fin de que “se ordene investigar y, en su
caso, se impida el comienzo de la obra correspondiente a las represas denominadas "Presidente
Dr. Néstor Carlos Kirchner" y "Gobernador Jorge Cepernic", ambas localizadas en la provincia
demandada, cuya construcción fue proyectada en el marco de la ejecución de los
Aprovechamientos Hidroeléctricos del Río Santa Cruz, Cóndor Cliffo y La Barrancosa”. El
fundamento central de la demanda consistió en que, según la demandante: (i) no se habrían
efectuado los estudios ambientales previos, a fin de establecer cuál sería el impacto que dichos
emprendimientos podrían causarle al ecosistema, en particular al Lago Argentino, los glaciares
Perito Moreno, Spegazzini y Upsala y al Parque Nacional Los Glaciares; y, (ii) tampoco se habrían
efectuado las consultas ciudadanas que, en función de la envergadura de las obras, correspondía
realizar. La demandante solicitó que: “[E]n forma previa a la apertura del amparo, se oficie a
ambas demandadas a los efectos de que informen si han cumplido con la realización del estudio
de impacto ambiental en los términos de los artículos 11, 12 Y 13 de la ley 25.675; y, asimismo,
que se expida sobre el cumplimiento de las consultas y audiencias públicas previstas en los
artículos 19, 20 y 21 de la citada ley”. Y, en caso sea negativa dicha petición, pidió se dicte una
medida cautelar “[M]ediante la cual se disponga la suspensión del inicio de la obra, hasta tanto se
realice un estudio de impacto ambiental sobre toda la zona, como así también la consulta pública
respectiva”. La resolución del 26 de abril de 2016 expedida por la Corte Suprema, atendió el
pedido de que antes de abrir el proceso, las demandadas atiendan el requerimiento de información
16
constitucionalidad de las actuaciones estatales referidas a obras que revisten un fuerte
impacto en el medio ambiente, lo cual requiere “asegurar la sustentabilidad del desarrollo
que se pretende” y tutelar “la salud de la población actual y de las generaciones futuras”
(fundamento 2°). Y, además, señaló que la efectividad que se reclama para todos los
derechos fundamentales, también debe ser predicada respecto de los de incidencia
colectiva y en particular del ambiente, en vista de tras la tutela constitucional del medio
ambiente, la Corte afirma que existe “un componente ambiental del estado de derecho”
(fundamento 3°).
ESAIN destaca en este fallo no solo el control constitucional de las políticas públicas
locales en materia ambiental en la Argentina, sino -y por sobre todo- el reconocimiento
del Estado Ambiental de Derecho (2017: 57) como instrumento de observancia del
desarrollo sustentable de toda obra que afecte recursos naturales, de tal modo que se
resguarde el derecho al medio ambiente equilibrado de las generaciones presentes y de
las futuras. Es más, este autor señala que en la evolución de la jurisprudencia de la Corte
Suprema pronunciada en las causas “Mendoza Beatriz” 34; “Villivar”35 y “Martínez”36;
“Giustinianni”37 y “CIPES”38:
COLOMBIA
17
La Corte Constitucional Colombiana, apenas iniciada en funciones luego de regir la
Constitución de 1991, en la Sentencia T-411 de 17 de junio de 1992, calificó a dicha Carta
Política como una Constitución Ecológica, a la luz de una “lectura sistemática, axiológica
y finalista” de sus disposiciones. Señaló que aquellas contemplan un programa dirigido a
la “protección jurídica del medio ambiente”. Asimismo, en esta sentencia, por primera vez
se pronunció a favor de la protección de los derechos de las futuras generaciones39.
Desde este fallo, la Corte Constitucional ha sido por demás activa y no ha escatimado
esfuerzos en pronunciarse de manera constante conceptualizando el desarrollo
sostenible y su relación con la equidad intergeneracional para garantizar los derechos de
las generaciones futuras, y relievar el principio de precaución en las políticas públicas
ambientales40. Y ha puesto especial énfasis, en la Sentencia C-644 de 18 de octubre de
39
Dijo al respecto la Corte Constitucional:
“[L]a protección al ambiente no es un "amor platónico hacia la madre naturaleza", sino la
respuesta a un problema que de seguirse agravando al ritmo presente, acabaría planteando
una auténtica cuestión de vida o muerte: la contaminación de los ríos y mares, la progresiva
desaparición de la fauna y la flora, la conversión en irrespirable de la atmósfera de muchas
grandes ciudades por la polución, la desaparición de la capa de ozono, el efecto invernadero,
el ruido, la deforestación, el aumento de la erosión, el uso de productos químicos, los
desechos industriales, la lluvia ácida, los melones nucleares, el empobrecimiento de los
bancos genéticos del planeta, etc., son cuestiones tan vitales que merecen una decisión firme
y unánime de la población mundial. Al fin y al cabo el patrimonio natural de un país, al igual
que ocurre con el histórico - artístico, pertenece a las personas que en él viven, pero también
a las generaciones venideras, puesto que estamos en la obligación y el desafío de entregar el
legado que hemos recibido en condiciones óptimas a nuestros descendientes”.
40
En efecto, en la Sentencia T-445 del 19 de agosto de 2016, haciendo un recuento de su propia
jurisprudencia, señaló la Corte lo siguiente:
“[S]e puede afirmar que, en torno al concepto de desarrollo sostenible se desprenden al
menos cuatro elementos recurrentes: el primero es la necesidad de preservar los recursos
naturales para el beneficio de las generaciones futuras (equidad inter generacional); el
segundo es la idea de explotar los recursos de una manera sostenible, prudente y racional; el
tercero es el uso equitativo de los recursos naturales; y el cuarto la necesidad de que las
consideraciones medioambientales estén integradas en los planes de desarrollo.
7.2 Ahora bien, el concepto desarrollo sostenible igualmente está relacionado con el deber de
prevenir y restaurar los ecosistemas deteriorados o afectados por las actividades humanas. Al
respecto este tribunal ha manifestado que “la Constitución Política establece que es
obligación del Estado no solo conservar y proteger los recursos naturales, sino también
prevenir y controlar los factores de deterioro ambiental, imponer las sanciones legales y exigir
la reparación de los daños causados”.
La sentencia C-495 de 1996 resaltó que la Carta Política de 1991 acogió en forma decidida y
prioritaria un sistema normativo ecologista tendiente a “mitigar la tendencia inercial hacia una
catástrofe nacional de proporciones irreversibles”. Por su parte la sentencia T-080 de 2015
recabó que el daño ambiental es por lo general “permanente e irremediable y es por ello de la
mayor importancia promover ante todo su conservación y prevención”. De ahí que los
Estados se preocupen por aprobar instrumentos internacionales que permitan avanzar en la
garantía y preservación efectiva de un ambiente sano […]
En igual medida la Sentencia C-449 de 2015 ha expresado respecto al principio de
prevención que “se ha producido, en nuestros días, una toma de consciencia de que no basta
con reparar (modelo curativo) sino que se impone prevenir (modelo preventivo), y ello
convierte al principio de prevención en uno de los grandes principios estructurales de este
sector del derecho internacional público. La finalidad o el objeto último del principio de
prevención es, por tanto, evitar que el daño pueda llegar a producirse, para lo cual se deben
adoptar medidas preventivas”.
[…] La sentencia T-080 de 2015 señaló que el primer objetivo de la política pública ambiental
es el de prevenir “todo tipo de degradación del entorno natural”. No obstante, agregó que no
18
2017, en base al desarrollo de su propia jurisprudencia 41, el valor del ambiente y su
respectiva relación con el ser humano desde los enfoques antropocéntrico, biocéntrico y
ecocentrista, los cuales ya he referido al inicio de este trabajo (supra 1, nota 11), al citar
la Sentencia T-622 del 10 de noviembre de 2016, en la cual también se refirió a estos
tópicos.
La Sala Civil Especializada en Restitución de Tierras del Tribunal Superior del Distrito
Judicial de Bogotá, mediante sentencia del 12 de febrero de 2018, desestimó la tutela, lo
que conllevó a los demandantes a recurrir ante la Corte Suprema. Y en la muy reciente
STC4360-2018 (Radicación N° 11001-22-03-000-2018-00319-01) de 5 de abril de 2018,
se puede desconocer que “por las dinámicas propias de la actividad humana se producen
acciones contaminantes, sean de forma voluntaria o involuntaria”, a las cuales es preciso
responder de forma integral. Producido un daño, el plan de reparación debe vincularse con
una “finalidad preventiva, buscando reorientar la conducta del infractor para que jamás vuelva
a incurrirse en ella (…) El efecto disuasivo de la sanción o de la medida de protección
ordenada, así como la restauración ´in natura´ del ecosistema afectado contribuyen al
propósito final de preservar el medio ambiente y sus recursos”.
41
Ha dicho la Corte Constitucional sobre estos tres enfoques:
“[E]s posible identificar en algunas sentencias que adoptan predominantemente un enfoque o
algunas en las que se evidencia diversos enfoques. Por ejemplo, la T-411 de 1992 expuso sus
consideraciones desde las perspectivas antropocéntricas y ecocéntricas, la C-339 de
2002 refleja el carácter biocéntrico del ambiente; y, las sentencias C-595 de 2010, C-632 de
2011, C-123 de 2014; y C-449 de 2015 fueron planteadas desde el ecocentrismo. En esta
última providencia, la Sala Plena de la Corte sostuvo:
“ (…) para la Corte que el humano es un ser más en el planeta y depende del mundo natural,
debiendo asumir las consecuencias de sus acciones. No se trata de un ejercicio ecológico a
ultranza, sino de atender la realidad sociopolítica en la propensión por una transformación
respetuosa con la naturaleza y sus componentes. Hay que aprender a tratar con ella de un
modo respetuoso. La relación medio ambiente y ser humano acogen significación por el
vínculo de interdependencia que se predica de ellos.” (Negrilla fuera de texto)
Bajo esta línea argumentativa, la misma Sentencia afirmó que existe una necesidad imperiosa
de “propender por una defensa cada vez más rigurosa de la naturaleza y su entorno”, por
cuanto, la naturaleza, en sí misma, tiene un valor intrínseco. Bajo esta línea argumentativa,
los principios de prevención y precaución ambiental cobran especial relevancia”.
42
En la nota periodística que publicó Dejusticia, institución que patrocinó a los jóvenes
demandantes, se expresa lo siguiente:
“Esta tutela se suma a una ola de litigios recientes contra el cambio climático en Estados
Unidos y Europa. Según César Rodríguez, director de Dejusticia y abogado de los
jóvenes, “así como los alcaldes de Nueva York y San Francisco demandaron a las
empresas petroleras más contaminantes, para que compensen los daños del cambio
climático, y una corte le ordenó al gobierno de Holanda disminuir las emisiones de
carbono del país, nosotros estamos pidiendo que Colombia cumpla los compromisos
que ha adquirido contra el calentamiento global”.
19
la Sala de Casación Civil de la Corte Suprema de Justicia de Colombia, estimó la tutela
(ponencia del Magistrado Luis Armando Tolosa Villabona).
“[E]n aras de proteger ese ecosistema vital para el devenir global, tal como la
Corte Constitucional declaró al río Atrato, se reconoce a la Amazonía
Colombiana como entidad, “sujeto de derechos”, titular de la protección, de la
conservación, mantenimiento y restauración a cargo del Estado y de las
entidades territoriales que la integran”.
Sin duda, se trata de un fallo paradigmático y de muy reciente data que asienta y pone en
práctica los postulados de este paradigma del Estado Ambiental de Derecho.
PERÚ
20
alta salinidad serían extraídos del subsuelo y aflorarían a la superficie contaminando y
devastando el medio ambiente (principalmente el agua), pues tales aguas saladas suelen
ser vertidas a los cauces de los ríos. Finalmente, indicó que la exploración estaba
realizándose incumpliendo lo previsto en el artículo 27 de la Ley N. ° 26834, Ley de Áreas
Naturales Protegidas, el cual establece que el aprovechamiento de los recursos naturales
en áreas naturales protegidas sólo podrá ser autorizado si resulta compatible con la
categoría, la zonificación asignada y el Plan Maestro.
21
“[L]a aplicación de normas internacionales y nacionales, relativas a amparar el
medio ambiente y al desarrollo sostenible, que contribuyan a la mitigación de
la pobreza a la par que se garantice el sostenimiento de una civilización
duradera, las que aseguren que las generaciones presentes gocen de una
adecuada calidad de vida, asegurando al mismo tiempo que no se
comprometan los derechos e intereses de las generaciones futuras”.
(fundamento 26°).
El demandante alegaba que llevar adelante el proyecto minero Conga generaría serios
impactos ambientales, tal como así estaba demostrado a través de diversos estudios
expedidos por autoridades del Estado, de la sociedad civil, y por un peritaje internacional
dispuesto por el propio gobierno nacional.
El Tribunal Constitucional dejó sin efecto la disposición del Juez de primera instancia que,
en principio, negó el trámite de la demanda y le ordenó admitirla, abriendo el proceso. En
el fundamento 8° de la citada RTC N° 03673-2013-PA/TC, el Supremo Intérprete de la
Constitución recordó que cualquier daño al medio ambiente no solo afecta el derecho
constitucional a la preservación del medio ambiente equilibrado, sino también los
derechos de las generaciones futuras. Y concluyó diciendo que:
Uno de los importantes criterios establecidos por la Corte IDH en esta Opinión Consultiva
es el de considerar al derecho humano a un medio ambiente sano como uno que
presenta connotaciones tanto individuales como colectivas, siendo que en estas últimas,
aquel “constituye un interés universal, que se debe tanto a las generaciones presentes y
22
futuras”. Y es que tal consideración se sustenta en que “la degradación del medio
ambiente puede causar daños irreparables en los seres humanos, por lo cual un medio
ambiente sano es un derecho fundamental para la existencia de la humanidad”
(fundamento 59).
Nótese que la Corte IDH se adhiere a la tesis ecocéntrica que ya ha venido plasmando la
Corte Constitucional Colombiana, al reconocerle personería jurídica (y, por ende, status
de sujeto de derechos) a la naturaleza, tal como también lo contemplan los
ordenamientos constitucionales boliviano y ecuatoriano.
De estos principios, para lo que atañe a los denominados derechos de las generaciones
futuras, destaca el de equidad intergeneracional. La equidad, señala LÓPEZ (2015: 121-
122), y específicamente la equidad distributiva antes que la eficiencia, la equidad
colectiva entre generaciones, o la capacidad para compartir el bienestar entre las
generaciones actuales y las poblaciones futuras, son asuntos que van así a irrumpir de
manera promitente en el debate que tiene lugar en torno al desarrollo sostenible. Y es
que:
23
“[C]omo parte central de un horizonte prefigurado en el que prime […] la
solidaridad entre generaciones, se ponen en valor los “derechos” de las
generaciones futuras a heredar de las generaciones actuales un entorno
natural saludable, contar con los mismos o mejores niveles de calidad
ambiental o de aire limpio, no limitando sus posibilidades de existencia o su
calidad de vida. Solow (1991: 3) se muestra más rotundo al afirmar que
considerar la equidad o la justicia como objetivos estructuradores de las
sociedades contemporáneas implica necesariamente “una obligación, de
manera que dejamos a las generaciones futuras la opción o la capacidad de
estar tan bien como lo estamos nosotros, aunque no está claro que uno
pueda ser más preciso que eso, y donde la sostenibilidad es un mandato
judicial no para satisfacernos a nosotros mediante el empobrecimiento de
nuestros sucesores” (LÓPEZ, 2015: 122).
Desde esta perspectiva, en lo que acontece concretamente con los derechos de las
generaciones futuras, con acierto señala SANTACOLOMA (2014: 76) que “[e]n
consideración a lo mencionado, vista la perspectiva moral y legal, así como las cargas
que el presente le impone al futuro de forma arbitraria y desconsiderada, bien puede
considerarse a las generaciones futuras como sujetos de derecho”.
En efecto, coincido con esta autora cuando afirma que las normas occidentales otorgan
un estatus superior a los sujetos de derecho, sean naturales o jurídicos, respecto de los
objetos (derechos reales), desde la perspectiva de los instrumentos de protección, puesto
que los sujetos “tienen valor intrínseco y no instrumental, es decir, que su valor moral no
se da por razón del servicio que prestan, sino que el valor se tiene por la por la existencia
misma” (SANTACOLOMA, 2014: 76). Y por ello tiene absoluta corrección el argumento por el
cual, en la medida en que no existen herramientas de protección efectivas para las
generaciones futuras, el discurso sobre desarrollo sostenible es ineficaz por el efecto
simbólico de la supuesta consideración del futuro por las sociedades del presente, puesto
que el desarrollo sostenible establece como sujetos de protección a las generaciones
presentes y futuras en igualdad de condiciones (SANTACOLOMA, 2014: 76).
A nivel jurisprudencial, como ya se ha visto antes (supra 5), la muy reciente sentencia de
la Sala de Casación Civil de la Corte Suprema de Justicia colombiana en la que declaró
como sujeto de derechos a la Amazonía en Colombia, reconoció “los derechos
24
ambientales de las futuras generaciones”, cimentados en “el deber ético de la solidaridad
de la especie y en el valor intrínseco de la naturaleza”, (cfr. fundamento 5.3.).
43
CECCHETTO (2007: 66) profundiza esta idea:
“Los planteamientos ético-filosóficos antiguos (y entendemos por tales a los anteriores a la
Segunda Gran Guerra, sean éstos griegos, cristianos o modernos) no tuvieron que considerar
la condición global de la humanidad en cuanto tal, a la propia humanidad de manera genérica
como especie amenazada como consecuencia de un acto individual, ni tampoco que
preocuparse especialmente por un futuro más o menos lejano —un lapso de cincuenta o de
cien años ya sería periodo suficiente para hacer que cualquier acción presente sea
imprevisible—. Las acciones humanas, esas que son estudiadas con especial dedicación por
la ética tradicional o clásica, limitan la responsabilidad del agente moral en un círculo de corto
plazo temporal, y le otorgan una eficacia pequeña a las conductas ejecutadas por acción u
omisión. En ellas prima el respeto y el reconocimiento de lo humano por lo humano, la
relación cara a cara establecida entre un tú y un yo que comparten idéntica naturaleza,
delimitando perfectamente la responsabilidad inmediata que le cabe a cada individuo o
pequeño grupo involucrado en la acción, y haciendo a un lado al resto de los entes extra-
humanos. Esta consideración de las conductas va acompañada en paralelo de una capacidad
científico-técnica rudimentaria en términos de producir cambios significativos y permanentes
sobre el entorno. La inmediatez con la cual se estudia el proceder de los humanos en
términos de ética filosófica clásica permite entonces desoír las demandas de la posteridad y
las recriminaciones de largo plazo, esas que sobrepasan con mucho la inmediatez que les
atribuye bondad y maldad apenas a sus consecuencias próximas derivadas. El biólogo Garret
Hardin habló de este universo ético conformado por contemporáneos resumiéndolo bajo la
fórmula: “Yo-Tú, aquí-ahora” (Hardin, 1972: 16)”.
44
Como bien afirma CECCHETTO (2007: 74) al respecto:
“[L]a ética aparece como una instancia capaz de proponer restricciones significativas a
distintos cursos de acción, en orden a ponderar sus resultados tantas veces inciertos. El
imperativo tecnológico nos ha habituado a pensar que si una acción es técnicamente posible,
entonces debe ser ejecutada. El planteo ético que aquí sostenemos recalca en cambio que
los vivientes cargan consigo una obligación mayor que, cuanto menos, los convoca a la
abstención cuando de su accionar se deriven peligros serios para las generaciones futuras
esto es, que puedan ser íntimamente vulnerados algunos derechos de que las actuales
generaciones disponen y disfrutan y en razón de lo cual nuestros congéneres aún no nacidos
corren el riesgo de no llegar a conocer jamás. En otros términos, la conservación y la
protección y la mesura en nuestro trato científico-tecnológico con el mundo puede constituir
hoy un capítulo indispensable del cálculo racional y de la prudencia utilitaria en términos de
nuestra generación actual, un acto de amor respecto de nuestros hijos y nietos, un acto de
pura justicia y respeto por los derechos del prójimo en relación con las generaciones más
alejadas de nosotros”
25
6. LA TUTELA DE LOS DERECHOS DIFUSOS Y DE LOS INTERGENERACIONALES A TRAVÉS
DEL AMPARO Y LOS PROCESOS COLECTIVOS: ¿NUEVAS TÉCNICAS PROCESALES?
En el caso de Perú, como bien anota PRIORI (2016: 501) la tutela de los intereses difusos
y colectivos aparece en el Código de los Niños y Adolescentes de 1992; luego en el
Código Procesal Civil de 1993 (artículo 82°); en la Ley Procesal del Trabajo de 1996; la
Ley de facultades, normas y organización del Indecopi; en el nuevo Código de los Niños y
Adolescentes del año 2000 (con igual regulación al Código abrogado); en la Ley que
regula el Proceso Contencioso Administrativo del año 2001; en el Código Procesal
Constitucional del año 2004; en la Ley General del Ambiente del año 2005; la nueva Ley
26
Procesal del Trabajo del año 2010; y, en el Código de Protección al Consumidor del
mismo año 2010.
Pero, ¿qué son los derechos difusos, cómo se originaron, qué los caracteriza?
En principio, habría que decir que nacieron como consecuencia del fenómeno de la
masificación social que produjo nuevas relaciones entre el individuo y la sociedad
(AGUERRIZABAL: 2006: 74). Se caracteriza por el reconocimiento y la legitimación de
organizaciones intermedias que encuentran su fundamento en la solidaridad, y que
rompen con las respuestas ofrecidas por un Derecho basado en el carácter individual de
las situaciones jurídicas (AGUERRIZABAL: 2006: 74). Se les considera “derechos” en la
medida que se adhieren a la tercera generación de derechos fundamentales que refiere
la teoría constitucional, es decir, aquellos representados por los derechos de solidaridad
(INSTITUTO IBEROAMERICANO DE DERECHO PROCESAL, 2004: 2).
Los derechos o intereses difusos presentan distinciones con otros tipos (colectivos o
individuales homogéneos) que se destacan en propuestas como la que contiene el
Anteproyecto de Código Modelo de Procesos Colectivos para Iberoamérica45 o el
Anteproyecto de Reforma del Código Procesal Civil peruano46.
Ahora, ¿cómo influye el paradigma del Estado Ambiental de Derecho en el instituto de los
derechos difusos y en la aparición de los denominados derechos intergeneracionales?
45
“Artículo 1°.- Ámbito de aplicación de la acción colectiva
La acción colectiva será ejercida para hacer valer pretensiones de tutela de:
I - intereses o derechos difusos, así entendidos los supraindividuales, de naturaleza indivisible, de
que sea titular un grupo, categoria o clase de personas ligadas por circunstancias de hecho o
vinculadas entre sí o con la parte contraria por una relación jurídica base;
II - intereses o derechos individuales homogéneos, así entendido el conjunto de derechos
subjetivos individuales, provenientes de origen común, de que sean titulares los miembros de un
grupo, categoria o clase”.
46
“Artículo 841.- Derechos supraindividuales.
El proceso colectivo tutela:
1. Derechos difusos. Son aquellos de naturaleza indivisible, de titularidad de un conjunto de
personas de difícil individualización y vinculadas por circunstancias de hecho contingentes.
2. Derechos colectivos. Son aquellos de naturaleza indivisible, de titularidad de un grupo,
categoría o colectividad de personas vinculadas entre sí o con la parte contraria por una relación
jurídica común.
3. Derechos individuales homogéneos. Son aquellos que corresponden a personas titulares de
derechos individuales similares y cuya afectación deriva de un hecho común”.
27
El impacto, en mi concepto, se encuentra, en primer lugar, en el fuerte componente ético
que los nutre, puesto que ambos se desenvuelven -como ya se ha visto a la luz de la
jurisprudencia de la Corte Constitucional Colombiana y en la reciente Opinión Consultiva
OC-23/17 de la Corte IDH- en la plataforma de los enfoques biocéntrico47 y ecocéntrico48
que han dado lugar -sobre todo este último- a considerar a los bienes de la naturaleza
como sujetos de derechos, por un lado, y que las generaciones futuras tienen derechos
intergeneracionales (Corte Suprema de Colombia), por otro.
En tercer lugar, los dos aspectos anteriores permiten justificar la articulación entre los
derechos difusos y los derechos intergeneracionales en sus marcos temporales.
28
de protección del patrimonio cultural, plantea, como bien señala MUNÉVAR (2016: 192),
una dimensión asociada a la justicia ambiental que, debido a los conflictos concernientes
a la oferta y disponibilidad de los recursos naturales, cuestiona el alcance y distribución
de las generaciones presentes frente a las generaciones futuras. Se sustentan, además,
en el principio de equidad intergeneracional (como base del desarrollo sustentable) en el
enfoque ético ecocéntrico, puesto que considera, tanto a los bienes de la naturaleza
como a las generaciones futuras, sujetos de derechos.
En ese sentido, atendiendo a los planos temporales, mientras que los derechos difusos
operan de cara a la vulneración actual y concreta de derechos ambientales o culturales o
ante la amenaza patente, inmediata, de tales derechos; los derechos intergeneracionales
trabajan exclusivamente de cara a la amenaza prospectiva de los derechos ambientales o
de patrimonio cultural de las generaciones futuras, a partir de hechos representativos de
vulneración (o amenaza patente o inmediata) de tales derechos en el presente, los cuales
dotan de objetividad al análisis prospectivo. Constituyen hechos generadores de la
vulneración prospectiva de estos derechos intergeneracionales.
49
De manera sustancialmente similar a lo que ocurre con el nasciturus que tiene reconocimiento
constitucional como sujeto de derechos para todo lo que le favorece.
29
vulnerados o aquellos derechos que son vulnerables. Los primeros, pueden
entenderse como aquella relación directa entre causas y consecuencias, es
decir, la determinación de un nexo causal que generó afectaciones sobre la
titularidad de sus derechos; y los segundos, aquellos derechos que si bien no
han sido vulnerados, están en peligro de serlo. Ambos escenarios de
vulnerabilidad cobijan los derechos subjetivos y colectivos, tanto de las
generaciones presentes como de las generaciones futuras”. (MUNÉVAR, 2016:
194)
Redondeando todo este análisis, no le falta razón a SANTACOLOMA (2014: 54) cuando
afirma que:
Es por eso que resulta necesario que el Derecho Procesal conciba tutelas adecuadas y
eficaces para las situaciones de derecho material que surgen, por un lado, en la idea de
controlar que el Estado adopte políticas de desarrollo sustentable; y, por otro, de afrontar
las amenazas o vulneraciones en el presente -y en visión prospectiva- a los derechos de
las generaciones futuras. Todo esto, sin duda, impacta en la concepción de técnicas
procesales que deben adecuarse a las necesidades del derecho material y de la realidad
social50, es decir, a estos nuevos paradigmas surgidos como consecuencia del fenómeno
de cambio global y que impulsan -como ya se ha visto- a una nueva ética ambiental que
da lugar a un nuevo paradigma: el Estado Ambiental de Derecho.
50
Luis Guilherme MARINONI (2015: 163), siempre desde la óptica de la influencia del Estado
Constitucional en el proceso, señala que “El derecho de acción tiene como corolario el derecho a
las técnicas procesales adecuadas a la tutela de las varias necesidades del derecho material y de
la realidad social. Entre esas técnicas están no sólo los procedimientos construidos para permitir el
acceso a la jurisdicción de la población económicamente menos favorecida, los procedimientos
destinados a la tutela de los derechos difusos, colectivos e individuales homogéneos y los
destinados a la protección de específicas situaciones de derecho sustancial, sino especialmente a
las varias sentencias (mandamental, etc.), los diversos medios de ejecución (astreintes, etc) y las
técnicas de anticipación de tutela”.
30
la variedad de disposiciones legales51 que contemplan tutelas colectivas (sean derechos
difusos o colectivos, en estricto), sirven para tutelar los derechos intergeneracionales.
En otra oportunidad, he expresado mis serios reparos al modelo actual del proceso de
amparo (LÓPEZ FLORES, 2018). He sostenido que para garantizar un recurso sencillo,
rápido y eficaz para la defensa de los derechos fundamentales, como lo exige el artículo
25° de la CADH, la técnica anticipatoria para la tutela cautelar o satisfactiva, otorgada
mediante un procedimiento preliminar de trámite sumario y con cognición sumaria
material52, resulta ser lo más adecuado no sólo desde el punto de vista formal de las
características del modelo, desde el Estado Constitucional como paradigma y como
exigencia positiva (art. 25° de la CADH), sino lo más efectivo desde el punto de vista
material, puesto que agota el procedimiento concentrándose sólo en la prueba aportada
por el demandante de: (i) la titularidad evidente y manifiesta de su derecho fundamental;
(ii) la existencia del acto contrario a derecho; y, (iii) la evidencia (mediante prueba directa
o indirecta) de los efectos del acto contrario a derecho o de los daños causados por tales
efectos, en la esfera del derecho fundamental invocado, bien a nivel de actos
preparatorios o bien ejecutivos de la vulneración o amenaza, es decir, la prueba del
51
Código de los Niños y Adolescentes; Ley Procesal del Trabajo; la Ley de facultades, normas y
organización del Indecopi; Ley que regula el Proceso Contencioso Administrativo; Ley General del
Ambiente; y, el Código de Protección al Consumidor.
52
La tutela sumaria es una tutela prestada bajo cognición sumaria material, que es distinta de la
tutela jurisdiccional prestada mediante procedimiento sumario (sumariedad formal). Dicho de otro
modo, la cognición sumaria material -a diferencia de la cognición completa o plenaria- importa el
juicio (decisión racional) que toma el juez sobre la base de la actuación de limitados medios
probatorios pero cuya contundencia le permite: “[C]onvencerse respecto de la plausibilidad de las
alegaciones fáctico-jurídicas que las partes realizan en el proceso. No se exige del juez certeza
sobre la verdad (relativa y objetiva) de las alegaciones procesales. El orden jurídico se contenta
con la posibilidad fundada de que la parte tenga razón en sus alegaciones” (MITIDIERO, 2016: 97-
98).
En nuestro medio, CAIRO (2015: 240) refiere que la sumariedad contemplada en el artículo 9° del
CPC es una sumarización procedimental (sumariedad formal, en palabras de Mitidiero) que
conlleva a que el Juez brinde una justicia de probabilidad y no de certeza. En mi concepto, no es
correcta su apreciación porque confunde cognición sumaria material con sumariedad
procedimental. Esta última es la concentración de los actos procesales o etapas del proceso, a
efectos de llevarse a cabo de modo célere. La vía procedimental abreviada en el proceso civil, por
ejemplo, es un caso de sumarización procedimental que no sacrifica la cognición material plena,
es decir, el juicio al que arriba el Juez al final del proceso sobre la base de todo el material
probatorio actuado. El artículo 9° del CPC, al limitar los medios probatorios y colocar una fuerte
carga de prueba en el demandante, conlleva a una cognición sumaria material puesto que coloca
al Juez frente a un juicio de alta probabilidad de certeza sobre los hechos alegados, pero no una
total certeza que, en teoría, garantiza la cognición material completa.
Para mayor información sobre la tutela sumaria, véase PROTO PISANI (2014: 321-356).
31
riesgo o peligro (relación causal). Y dependiendo de la suficiencia probatoria desplegada
por el demandante, el Juez podría decidir inaudita altera pars o con audiencia de la parte
contraria, según justifique solventemente la discrecionalidad de su decisión (LÓPEZ
FLORES, 2018: 278-279)53.
Sin embargo, más allá de estas cuestiones, quien alegue la defensa de derechos
intergeneracionales y desee acudir a la vía del amparo para ello, requerirá, forzosa e
indispensablemente, pedir, de modo acumulado, la tutela de derechos difusos ante la
violación -o amenaza patente de vulneración- concreta y actual de derechos ambientales
o del patrimonio cultural, causados por actos (estatales o particulares) o normas
(autoaplicativas). El planteamiento necesariamente debe ser esbozado de este modo, en
vista del vínculo intergeneracional que se gesta entre el hecho actual, que activa la tutela
de derechos difusos en el presente, y su objetividad de cara al enfoque prospectivo de
amenaza de vulneración de los derechos de las generaciones futuras, lo cual activa, a su
vez, la tutela de estos últimos.
53
He señalado también que, diseñado así este modelo, la residualidad se torna innecesaria. La
técnica anticipatoria que debiera estar presente en cualquier proceso de estructura civil,
independientemente de sus especialidades (laboral, civil, comercial, familia, contencioso
administrativo, etc), serviría para los casos de tutela urgente por necesidad de tutelar derechos
fundamentales. Sería el mecanismo más idóneo que cumple los estándares de rapidez, sencillez y
eficacia, tanto en el ámbito formal como material, que exige el artículo 25° de la CADH. No existiría
razón alguna para atribuirle al demandante esa carga de discernir entre vías procesales
“satisfactorias”. Y, en ese mismo sentido, este proceso preliminar articulado en torno a la tutela de
urgencia, con técnica anticipatoria, si fuera una tutela satisfactiva concedida al demandante, sería
susceptible de ser contradicha la decisión en un proceso con cognición plena (de trámite sumarial
u ordinario), que coloque en los hombros del demandante (otrora demandado en la tutela de
urgencia) todo el peso de un alto estándar de prueba destinado a destruir la probabilidad bastante
que en su momento determinó la concesión de tutela al otrora demandante (LÓPEZ FLORES, 2018:
279).
32
un daño de gran magnitud”. Nótese que el texto legal propuesto exige la concurrencia de
los dos supuestos que se caracterizan por sus calificativos: alta complejidad y gran daño.
Mucho más útil que el texto legal propuesto es exigir que el Juez, al admitir la demanda,
haga una calificación previa de que la tutela de los derechos intergeneracionales
solicitada por el actor (que, como ya se ha visto, requiere pedir, previa y
concurrentemente, la tutela de derechos difusos), sea tal a la luz del hecho (acto estatal o
privado) o norma cuya constitucionalidad cuestiona por vulnerar derechos ambientales o
del patrimonio cultural, con vínculo intergeneracional. Una fórmula, puede ser el
requerimiento inmediato de información, previa a la admisión de la demanda, como existe
en la Argentina y que dio lugar, por ejemplo, a la Resolución del 26 de abril de 2016
expedida por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el caso Asociación Argentina
de Abogados Ambientalistas de la Patagonia (supra nota 33). Esto permitiría un sano
equilibrio entre el pedido de tutela del actor y la especial motivación del Juez para decidir
si estima (o deniega) la admisión a trámite de la demanda que contiene el pedido de
tutela de derechos intergeneracionales, ordenando la apertura del proceso.
No es, por tanto, adecuada una técnica procesal como la esbozada en el artículo 845° del
Proyecto de Reforma del Código Procesal Civil peruano. Lo adecuado es exigir que el
Juez asuma su rol de tomar decisiones justificadas sobre la existencia (verosimilitud o
apariencia de verosimilitud) de un caso de derechos intergeneracionales. He allí la
utilidad de distinguir entre derechos difusos de derechos intergeneracionales y, por ende,
de requerir tutela adecuada al caso concreto para cada uno de ellos. Y es que resulta
evidente que en los casos donde se discutan derechos intergeneracionales, estamos
frente a un auténtico litigio de interés público, cuya justicia dialógica no puede descansar
en los calificativos del citado artículo 845° del texto del Proyecto de Reforma del Código
Procesal Civil peruano.
54
Me persuade el modelo propuesto por MITIDIERO (2016: 101): “Si la técnica anticipatoria tiene
por objetivo hacer frente a la urgencia, bien puede ser el caso de que sea necesaria la
instauración de un proceso preliminar para su prestación. Es lo que la doctrina italiana suele
denominar de tutela urgente ad causam. En ese caso, el proceso preliminar funciona como
verdadera porción del proceso posterior que buscará completar la cognición del derecho a la tutela
del derecho [léase, cautelar] o del derecho a la seguridad del derecho [léase, satisfactiva]”.
33
Todo este razonamiento sería plenamente válido para la tutela ordinaria de los derechos
intergeneracionales. Es decir, que su técnica procesal debiera organizarse con un fuerte
componente de justicia dialógica forzosa, imperativa, dado que se trata de un litigio de
interés público. Y las situaciones que requieran de tutela de urgencia, tendrían que ser
abordadas, antes de iniciar el proceso o durante su trámite, a través de la tutela cautelar
o satisfactiva con técnica anticipatoria.
“[E]l principio general del que hay que partir es el de que sólo el titular del
derecho puede disponer del mismo y que, atendido que una manera de
disponer de él es deducirlo en el proceso, en éste sólo podrá dictarse una
sentencia sobre el fondo, esto es, sólo podrá decidirse sobre este derecho
subjetivo si las partes han afirmado su titularidad, es decir, si existe
legitimación ordinaria. Si las partes ni siquiera han afirmado esa titularidad no
cabe decidir sobre el derecho”.
Pero esta noción de legitimación ordinaria fue replanteada en el tiempo debido a que,
como lo he señalado antes (supra 6), la sociedad de masas complejizó las relaciones
jurídicas, surgiendo conflictos que sobrepasaron el molde de la relación material
intersubjetiva. Asuntos como la protección del consumidor, derechos ambientales,
patrimonio cultural, etc, condujeron a que la dogmática procesal construya la noción de
legitimación extraordinaria, es decir, aquella que supone que una persona, grupo de
personas o personas jurídicas (cuyo giro social sea dedicarse a este tipo de litigio),
invoque(n) co-titularidad sobre los derechos fundamentales afectados (o amenazados)
por una situación (indivisible) de derecho material -ocurrida de modo contingente-, cuya
titularidad le corresponde a un conjunto indeterminado de personas. Ello dio lugar a los
derechos de solidaridad, representados en los denominados intereses difusos, colectivos
o individuales homogéneos (supra 6).
34
En nuestro medio, PRIORI (2016: 506-508) da cuenta de la polémica que sostuvo con su
maestro, el profesor Juan MONROY GÁLVEZ, sobre si quien invoca la tutela de los
intereses difusos, desde el punto de vista dogmático, corresponde a un caso de
representación procesal atípica o de legitimidad para obrar55.
Con el aprecio que me merecen los protagonistas de este debate, en mi opinión, a la luz
de sus argumentos, la cuestión surge en vista que ambos observan el fenómeno de la
situación de derecho material que sirve de soporte para la invocación de derechos
difusos, desde la perspectiva de la teoría de la relación subjetiva.
No de otro modo se explica, en el caso de PRIORI, que afirme que los problemas de
legitimación se resuelven “desde el propio instituto de la legitimación, concediéndosela de
modo extraordinario a sujetos distintos a aquellos que, siguiendo las reglas generales, las
tendrían”. Es decir, el fenómeno de la situación de los derechos difusos corresponde a
una relación material que no es intersubjetiva, individualista, “normal”, para seguir la
terminología de este autor. Y es que, si así lo fuera, el actor tendría que seguir “las reglas
generales” de legitimación. Lo propio con MONROY, quien empieza su argumento
subrayando que “la esencia de la legitimidad para obrar no es otra que la rigurosa
exigencia de que participe en la relación procesal quien invoca ser parte de la relación
material”. Por eso acusa de que el argumento de PRIORI “pervierte” el instituto de la
55
El profesor PRIORI (2016: 507-508) referencia que en torno a esta polémica se adhirieron, en uno
u otro sentido, diversos autores nacionales: Hurtado Reyes, Liñán, Arana, Raffo La Rosa.
35
legitimación y que, ante estas situaciones, “hubiera sido ubicar otra institución en donde
la hipótesis requerida se cobije sin violentarla, o tal vez la solución hubiese sido crear
otra”. No obstante, al parecer este jurista no encontró algún instituto distinto en su
búsqueda ni propuso alguno nuevo, puesto que, en la lógica de la teoría de la relación
subjetiva, su planteamiento de recalar en la representación legal de sujetos
indeterminados nunca pierde de vista que el representante ejerce capacidad procesal (o
para actuar) en nombre de otro sujeto que es titular de la relación material.
Rescato lo dicho por MONROY: “tal vez la solución [a este debate] hubiese sido crear otra
[institución]”. Y es que esa reflexión invita a dejar de mirar el fenómeno de la situación de
derecho material que está tras la invocación de derechos difusos bajo la óptica de la
teoría de la relación subjetiva, puesto que la génesis misma del instituto en comento no
tiene manera de anclar en hipótesis de relaciones jurídicas materiales intersubjetivas56.
56
Y es que, por ejemplo, una cláusula como la que contiene el artículo 66° de la Constitución
peruana de 1993 echa por tierra cualquier pretensión de argumentar la existencia de relaciones
materiales intersubjetivas. Su texto dice: “Los recursos naturales, renovables y no renovables, son
patrimonio de la Nación”. ¿Quiere decir que los más de treinta millones de peruanos somos parte
de una relación material intersubjetiva con el causante (Estado o particulares) de la violación o
amenaza de derechos ambientales por afectación (o amenaza) de los recursos naturales? Si se
insistiera en responder la pregunta desde el código de lenguaje de la teoría de la relación
subjetiva, pues sin duda sería afirmativa. Desde allí hay un sin número de “legitimados
extraordinarios”.
36
Así, por ejemplo, el Estado tiene el deber de tutelar, a través de normas y
actividades fáctico-administrativas el medio ambiente. No obstante, también
debe darle tutela jurisdiccional, conforme las necesidades derivadas de la
situación concreta. Eso porque una determinada situación concreta puede
demostrar la necesidad de tutela jurisdiccional inhibitoria, otra de tutela
jurisdiccional resarcitoria en la forma específica y así por delante. El Estado
tiene el deber de prestar la tutela jurisdiccional prometida por los derechos
transindividuales o individuales” (MARINONI, 2015: 76-77)
Así las cosas, quien se presenta ante el Juez invocando la tutela de los derechos difusos,
vista desde la teoría de la tutela de los derechos (y no de la teoría de la relación
subjetiva), instrumentaliza un instituto particular que no se funda en la legitimación
(puesto que, a su vez, ésta se funda en las relaciones intersubjetivas) sino en la
personalidad procesal57 de un sujeto para actuar en un proceso pidiendo la tutela de
derechos difusos. Y cuando lo hace no afirma ostentar titularidad alguna. Cuando formula
la pretensión en la demanda, el sustento constitucional de tal acto procesal es el principio
de solidaridad que imprime la actuación de la tutela de los derechos fundamentales que
representan los derechos difusos.
Esta perspectiva sería aplicable tanto para los procesos de amparo como en los
ordinarios colectivos.
37
intergeneracionales, las cuales se encuentran en los artículos 843° y 844° del Proyecto
de Reforma del Código Procesal Civil peruano59, los cuales están inspirados en los
artículos 2° y 3° del Código Procesal modelo para Procesos Colectivos.
En mi concepto, la limitación de la comparecencia legítima a los procesos colectivos,
constituye una medida irrazonable que atenta contra la efectividad de la tutela de los
derechos en el Estado Constitucional y, tratándose de derechos ambientales o del
patrimonio cultural, del Estado Ambiental de Derecho.
59
“Artículo 843.- Legitimación para la tutela de los derechos colectivos, difusos e
individuales homogéneos.
Tienen legitimación para plantear una pretensión en tutela de un derecho colectivo, difuso e
individual homogéneo:
1. La Defensoría del Pueblo,
2. El Ministerio Público,
3. Las entidades de la administración pública que tengan entre sus funciones conforme a ley, la
defensa de los derechos cuya pretensión se plantea en el proceso,
4. Las personas jurídicas sin fines de lucro con un año previo de constitución y que
estatutariamente incluyan entre sus finalidades la defensa de los derechos previstos en este
capítulo.
5. Las comunidades campesinas y nativas de la localidad en la que se pretende que produzcan los
efectos de la sentencia, representadas conforme a ley. En el caso de la tutela de derechos
individuales homogéneos solo podrán actuar en beneficio de sus miembros.
6. Los pueblos indígenas representados por sus autoridades en la que se pretende que produzcan
los efectos de la sentencia. En el caso de la tutela de derechos individuales homogéneos solo
podrán actuar en beneficio de sus miembros.
7. Los gobiernos locales o regionales de la localidad en la que se pretende que produzcan los
efectos de la sentencia, solo para tutela de derechos difusos.
8. Los Colegios profesionales en el ámbito de su competencia. Las leyes especiales podrán
regular requisitos adicionales en el ámbito de su competencia.
Artículo 844.- Control judicial de la legitimación.
Recibida la demanda el juez revisa que el demandante esté legitimado conforme los supuestos
previstos en el artículo anterior. En el caso del inciso 4 de dicho artículo verifica que las personas
jurídicas tengan solvencia financiera para asumir los gastos del proceso que se inicia y solvencia
profesional para tutelar los derechos cuya protección reclama en el proceso. Adicionalmente,
verifica la solvencia ética de sus directivos y representantes. Con tal fin, el juez puede pedir
información adicional a la presentada por el demandante y/o convocar a una audiencia para
evaluar tales situaciones. Durante el transcurso del proceso, el juez debe controlar la correcta
actuación del demandante en la protección judicial de los derechos del grupo y la conducción del
proceso. Excepcionalmente, durante el transcurso del proceso el juez puede revisar nuevamente
las condiciones de solvencia previstas en el primer anterior”.
38
“El mejor modo de tratar las cuestiones ambientales es con la participación de
todos los ciudadanos interesados, en el nivel que corresponda. En el plano
nacional, toda persona deberá tener acceso adecuado a la información sobre
el medio ambiente de que dispongan las autoridades públicas, incluida la
información sobre los materiales y las actividades que encierran peligro en
sus comunidades, así como la oportunidad de participar en los procesos de
adopción de decisiones. Los Estados deberán facilitar y fomentar la
sensibilización y la participación de la población poniendo la información a
disposición de todos. Deberá proporcionarse acceso efectivo a los
procedimientos judiciales y administrativos, entre éstos el resarcimiento de
daños y los recursos pertinentes” [subrayado agregado].
La técnica procesal de justicia dialógica constituye, pues, una medida necesaria y menos
gravosa a la limitación de la comparecencia legítima de los actores de este tipo de tutela
y que, a la par, garantice a través de los reflectores prendidos del escrutinio público del
desarrollo del proceso y, sobre todo, de la decisión judicial.
8. REFLEXIONES FINALES
Hace cuarenta años, CAPPELLETTI Y GARTH (1996: 13) lanzaron esta invocación:
“Una tarea básica de los investigadores modernos del derecho procesal civil
es exponer el impacto que en el derecho sustantivo tienen los diferentes
mecanismos para el procesamiento de litigios. En consecuencia, deben
ampliar su visión más allá de los tribunales; deben utilizar la información
proveniente de los análisis sociológicos, políticos, psicológicos, económicos y
de otros tipos, y deben aprender de otras culturas. El “acceso” [a la justicia],
por tanto, no es sólo un derecho social fundamental cada vez más
reconocido, sino también necesariamente es un enfoque central en la
investigación y la enseñanza procesal moderna. Su estudio presupone tanto
una ampliación como una profundización de los objetivos y los métodos de la
ciencia jurídica moderna”.
Estoy convencido que el reto a la humanidad que supone el cambio global, pone en valor
nuevamente dichas reflexiones.
Creo que, desde la academia, debemos movilizar el análisis, las reflexiones, el sano y
respetuoso debate, pero, sobre todo, la invitación al diálogo que parta del compromiso de
abrirnos a la reflexión -parafraseando a DWORKIN- muy en serio del enraizamiento cultural
que representa el tránsito del paradigma del Estado Constitucional en América Latina.
Con mayor razón si la amenaza del cambio climático afecta más a los países de la
región, lo cual justifica que, como bien señala PAJARES (2018: 338), dicho fenómeno
tenga su relato desde lo latinoamericano y contribuya a la evolución de los debates
internacionales sobre el derecho a la sustentabilidad y los derechos intergeneracionales.
39
teoría jurídica: el Estado Ambiental de Derecho, como una propuesta desde el relato de la
afectación ambiental en América Latina.
Las reflexiones aquí expuestas giran en torno a esta nueva corriente que debe calar en la
cultura jurídica latinoamericana. Por ello, he querido pasar revista al impacto de esta
teoría en lo concerniente a la tutela de los derechos difusos, con especial énfasis en la
legitimación. He sometido los postulados de la dogmática procesal sobre la materia en
estudio, al rigor del “calentamiento” que ejerce en las instituciones jurídicas el tránsito de
los paradigmas que presencia América Latina: el Estado Constitucional y el Estado
Ambiental de Derecho. Y de esa colocación en el banco de pruebas de ambos
paradigmas, los resultados de dichas pruebas han arrojado reflexiones y planteamientos
como los abordados en este trabajo.
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