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Los oídos se encargan de captar los sonidos, procesarlos y enviar señales al cerebro. Y eso no es
todo: los oídos también te ayudan a mantener el equilibrio, para que, si te agachas con la intención de
coger a tu gato, no te caigas o - lo que es peor - no te caigas encima de él. ¡Miau!
El oído consta de tres partes diferentes: el oído externo, el oído medio y el oído interno. Todas estas
partes funcionan conjuntamente para que puedas oír y procesar sonidos.
Cuando las ondas sonoras llegan al tímpano, hacen que éste vibre. Cuando el tímpano vibra, mueve
la cadena de huesecillos, desde el martillo hasta el estribo, pasando por el yunque. Al vibrar, estos
huesecillos ayudan al sonido a recorrer el camino hacia el oído interno.
El interior de la cóclea también está recubierto por unas células diminutas cubiertas de unos pelitos
tan pequeños que necesitarías un microscopio para poder verlos. Por muy pequeños que sean, son
enormemente importantes. Cuando el sonido llega a la cóclea, las vibraciones (sonido) hacen que se
muevan los pelitos de las células, generando señales nerviosas que el cerebro interpreta como
sonido. El cerebro lo integra todo y - ¡qué maravilla! - oyes tu canción favorita en la radio.
A veces el líquido que tienes dentro de los canales semicirculares se sigue moviendo cuando tú ya
has dejado de moverte. Para entender esto, llena una taza de agua hasta la mitad. Seguidamente
mueve la taza describiendo un movimiento circular y después detente. ¿Verdad que el agua sigue
girando incluso después de que dejes de mover la taza? Eso es lo que ocurre en tus canales
semicirculares cuando das vueltas sobre ti mismo o te subes a la noria en un parque de atracciones.