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LA GUERRA DE LA RESTAURACIÓN: TRIUNFO DEL PUEBLO DOMINICANO

EN ARMAS

Capítulo I

La anexión de la República Dominicana a España


La anexión de la República Dominicana a España respondió a un estado de
conciencia del grupo dirigente, orientado a preservar sus privilegios, sin importarle
en lo más mínimo la salvaguarda de la soberanía nacional y el desarrollo integral
autónomo de los dominicanos. Santana hizo circular, entre los sectores dominantes,
los motivos que lo llevaban a efectuar la anexión, ocultándolos cuidadosamente a
las masas populares, lo que revelaba la gran inseguridad en que se debatía ese
grupo para mantener su supervivencia y alcanzar niveles jerárquicos superiores de
poder en la ad- ministración del Estado dominicano.

La anexión a España fue la consumación vil de la actitud entreguista que los


hateros-terratenientes habían mostrado en todo el trayecto de la Primera República,
en alianza con las fuerzas políticas más conservadoras del país, como freno a los
impulsos patrióticos, nacionalistas y libertario de las masas populares dominicanas.
De esa manera, Santana entregó la soberanía política del país a una potencia
extranjera esclavista y decadente que había perdido casi todo su 'minio en el
continente americano y ala que solo) quedaban Cuba y Puerto Rico en el Caribe, y
lo hizo con el único propósito de garantizar sus intereses y privilegios junto con los
del grupo gobernante que lo rodeaba.

El anuncio de la anexión de la República Dominicana a España, en calidad de


provincia ultramarina, se efectuó el 18 de marzo de 1861, después de una larga
tentativa de 17 años que involucró a los generales de división Ramón Matías Mella
y Felipe Benicio Alfau Bustamante y a un conjunto de diplomáticos de carrera entre
los que resaltan Manuel de Jesús Galván y el Dr. Álvarez de Peralta, quien era
secretario de la Legación dominicana en Madrid. Por tanto, los infrascritos para
salvar su dignidad y los muy caros intereses que la Nación les ha confiado al
nombrarlos sus Representantes protestan ante Dios y el universo contra el
escandaloso y criminal abuso de la fuerza material perpetrado por el Presidente
Santana y su Gobierno, se ponen bajo la protección de las naciones amigas y
declaran que como inconstitucional, violento y en todas sus partes irregular el hecho
es nulo, de ningún valor ni efecto.

Pero si el pueblo dominicano, en quien únicamente reside la Soberanía que


reasume cuando no lo ejerce por los Poderes Constituidos, quisiese despojarse de
aquella y tomar otra nacionalidad distinta, lo que no es de suponer por sus
especiales condiciones y circunstancias ni de fácil realización por los muchos y muy
esencia- les intereses que comprometería, siempre debería hacerlo libre y
espontáneamente en el modo y forma que todos los pueblos cultos, conforme al
Derecho de gentes y no por aclamaciones exigidas y tumultuarias, hijas de la
violencia, del engaño y de la seducción.

De igual manera, se habla de la conservación de la religión católica, del idioma


español, de las creencias y las costumbres españolas en estado de pureza en Santo
Domingo, cuando en realidad la cultura, las tradiciones, las costumbres, las
creencias, la religiosidad popular, la identidad histórica y el idioma de la República
Dominicana distaban mucho de los que se practicaban en la España de entonces.
El ser dominicano y su desarrollo cultural son el resultado de un complejo proceso
sincrético que implica los aportes de los troncos aborigen, español y africano, así
como de otros grupos étnicos que con el discurrir del tiempo se han integrado a la
nación dominicana. Por eso se puede considerar como un eufemismo ridículo del
general Santana el atribuirle a España el calificativo de madre amorosa y a la
República Dominicana el de hija pródiga.
En su discurso justificativo de la anexión de la República Dominicana a España, el
general Santana arremete contra todos los procesos independentistas
latinoamericanos, atribuyéndoles acciones que, en los hechos, fueron cometidas
por él y otros caudillos ambiciosos del continente contra sus compañeros de armas
y ciudadanos indefensos en función de sus espurios intereses particulares y de
grupos, como fueron la prisión, el destierro o el fusilamiento de los fundadores de
las diferentes naciones latinoamericanas o de sus patriotas más destacados.

El propio Santana declaró traidores a la patria a Juan Pablo Duarte, Francisco del
Rosario Sánchez, Ramón Matías Mella, Juan Isidro Pérez, Pedro Alejandrino Pina,
José María Serra y a otros destacados trinitarios entre julio y agosto de 1844,
verdaderos fundadores de la nación dominicana. Commented [ab1]:

De igual manera, procedió al fusilamiento de los patriotas María Trinidad Sánchez,


Andrés Sánchez, Nicolás de Barias y José del Carmen Figueroa, al cumplirse un
año de la Independencia Nacional en 1845; al destierro de la familia Duarte y Diez
en marzo de 1845; al asedio y golpe de Estado al eximio general y presidente de la
República Manuel Jiménez.

Por otro lado, el general Santana cifraba falsas esperan- zas en que la nación
española resolvería las imperiosas necesidades del pueblo dominicano; que
otorgaría la libertad civil, la libertad natural, el derecho de propiedad, la validez de
los actos ejecutados por la República Dominicana a partir de su independencia, los
méritos debidos a los oficiales, clases y soldados por los servicios prestados a la
patria, y que alcanzaría la paz con resultados benéficos. Muchas de estas
aspiraciones las habían obtenido ya los dominicanos con lucha tenaz por la libertad,
la independencia y la reafirmación de la soberanía nacional, pero las perdieron
irremisiblemente una vez pasaron a cobijarse bajo el blasón de España.
En el transcurso de la dominación española en la República Dominicana, las cosas
no le salieron al general Santana como esperaba. Esto se evidenció en el hecho de
que, a menos de un año de producirse la Anexión, en enero de 1862 él renunció
como gobernador y capitán general de Santo Do- mingo, cediéndole el poder a
Felipe Rivero y Lemoine, al haber comprendido que era solo un títere del primer
ministro de España, Leopoldo O’Donnell, y del capitán general de Cuba, Francisco
Serrano y Domínguez, sin posibilidad alguna de hacer lo que entendiera más
conveniente para el país y sus intereses particulares y de grupo.

En el orden económico, los españoles implementaron medidas que se oponían


radicalmente a los intereses y a las expectativas de los sectores productivos del
país, de la pequeña burguesía y de los sectores populares dominicanos,
destacándose entre ellas las siguientes:

Se establecieron altas tasas impositivas a los artículos de consumo masivo y tasas


mayores para todas aquellas mercancías que no eran importadas desde España o
no eran transportadas en embarcaciones españolas. De igual manera, se aplicaron
gravámenes a los beneficios obtenidos por los pequeños, medianos y grandes
productores en sus haciendas y propiedades, al tiempo que se creó el impuesto
sobre la renta a los sueldos y salarios de los trabajadores y empleados públicos y
privados.

Se prohibió retirar mercancías de las aduanas o comprar todo tipo de producto en


los establecimientos comerciales con los billetes inorgánicos y vales con que los
anexionistas habían inundado anteriormente el mercado interno. Esto significaba
que todos los sectores del país estaban obli-gados a cambiar sus billetes y vales en
metálico para poder retirar sus mercancías de aduana y comprar las que requerían,
e implicaba una pérdida de tiempo y dinero enorme para los comerciantes y la
población dominicana en general, ya que los responsables de ejecutar las
amortizaciones rechazaban la mayor parte del papel moneda en circulación, al
considerarlo falso o muy deteriorado.

Según lo expuso Gregorio Luperón (1992, tomo 1:82), dice que esto se hacía con
el único propósito de “exasperar a los portadores que, viendo la injusticia, destruían,
unos sus papeletas, y otros las vendían a ínfimo precio, a esos mismos funcionarios
que la cambiaban a la par”. Todo esto revela la gran felonía e inmoralidad con que
actuaban los funcionarios y empleados públicos españoles y prohispanos, lo que
contribuyó a exacerbar los ánimos del bien intencionado pueblo dominicano, al
darse cuenta de la mala fe y de la búsqueda de ventajas en que incurría una gran
parte de los agentes de cambio peninsulares.

En el aspecto social, la convivencia entre dominicanos y españoles se hizo más que


imposible e insoportable en virtud del elevado racismo que exhibían los peninsulares
frente a los negros y mulatos criollos, a quienes trataban como si fuesen esclavos,
ya que una gran parte de los españoles pro- venían de España, Cuba y Puerto Rico,
donde todavía prevalecía la esclavitud o había una gran proclividad hacia su
ejercicio. La mayor parte de los funcionarios civiles y militares, así como una buena
parte de la población española que residía en el país o estaba de paso, se dirigían
a los negros y mulatos dominicanos con términos peyorativos, despectivos y
discriminatorios, lo que se constituyó en motivo de numerosos y fuertes
encontronazos, al tiempo que se generaba un rechazo cada vez mayor en la
población dominicana hacia los españoles.
Capítulo II

Primeros conatos de rebelión popular contra la Anexión

Los más importantes conatos de resistencia que enfrento el Gobierno español, en


principio presidido por el general Pedro Santana en su condición de capitán general
de Santo Domingo y luego por los capitanes generales Felipe Rivero Lemoine,
Carlos de Vargas y Cerveto, y José de la Gándara, fueron los siguientes:

- En el ámbito cívico hubo protestas aisladas de inmediato en San Francisco de


Macorís, Puerto Plata, Baní y otros pueblos de la República cuando se procedió a
bajar la bandera tricolor para enhestar la española.

- En el plano militar, la abortada rebelión del arzobispo Fernando Arturo de Meriño


y el general Eusebio Manzueta en Monte Plata, al ser delatada por el general José
Leger, quien era responsable de la acción militar en Santo Domingo, ante el general
Pedro Santana; la acción armada del coronel José Contreras, Cayetano Germosén
y otros en Moca el 2 de mayo de 1861, la acción armada del 21 de febrero de 1863
en Guayubín, Sabaneta y Montecristi, y el alzamiento de Santiago de los Caballeros
el 24 de febrero de 1863, entre otros.

Encontrándose el general Sánchez en Puerto Príncipe, recibió como emisario del


alcalde de Sabaneta, Santiago Rodríguez, al joven entusiasta José Cabrera, con
quien aquel le mandó el recado de que podía contar con él y otros patriotas del
Cibao para la justa causa revolucionaria que se proponía emprender, orientada a
devolverle la soberanía a la mancillada República Dominicana. El joven Cabrera fue
de mucha ayuda para Sánchez por ser un gran conocedor de la zona fronteriza, lo
que le permitió al héroe de febrero entrar en contacto fácilmente con los patriotas
de la línea fronteriza del suroeste.
El 4 de julio de 1861, debajo de una mata de guásima, justo donde en la actualidad
se encuentra el cementerio municipal de San Juan de la Maguana, se hizo cumplir
la sentencia de la pena de muerte de Sánchez y sus acólitos, dictaminada en los
hechos por el hatero de El Seibo, el general Pedro Santana. Ese día el general
Sánchez fue fusilado junto a sus compañeros de armas Juan Erazo, Benigno del
Castillo, Gabino Simonó Guante, Domingo Piñeyro, Félix Mota, Fran- cisco
Martínez, José Antonio Figueroa, Manuel Baldemora, Rudecindo de León, Juan
Gregorio Rincón, José de Jesús Pa- redes, Julián Morris y Morris, Pedro Zorrilla,
Luciano Solís, José Corporán, Epifanio Jiménez y Sierra, Segundo Mártir y
Alcántara, Juan de la Cruz, Juan Dragón, León García y Pas- cual Montero.

El alzamiento del 9 de febrero de 1863 en Neiba

Según explica Abreu Cardet y Sintes Gómez: 2012:64, la madrugada del 9 de


febrero de 1863 un grupo de patriotas que no estuvo de acuerdo con la anexión del
país a España, encabezado por el alférez Nicolás de Mesa, Cayelano Velázquez,
Manuel Fabián (mejor conocido como Manuel Chiquito), Manuel Ocampo, Luis
Venancia, José Antonio de Mesa, Manuel de Sena, Antonio Marmolejo, Alejo
Marmolejo, Bartolomé Moquete, Francisco Terrero, Si- meón Suberví, Gervasio
Santana, Juan La Hoz, Domingo Santana y Domingo Sánchez, entre otros, tomó
por asalto la gobernación militar de la común de Neiba, poblado situado en el
suroeste de la República Dominicana, al “grito del dominicano libre”.

Los objetivos del movimiento no estaban del todo claros, ya que algunos de los
complotados hablaban de una República Dominicana libre e independiente mientras
que otros hablaban de la incorporación al vecino país de Haití. Con esto último no
estaba de acuerdo una parte de los con- jurados y la población en general, ya que
el 22 de diciembre de 1855 los patriotas dominicanos, encabezados por Fran cisco
Sosa y Lorenzo de Sena, habían vencido a las tropas haitianas encabezadas por
los generales Garat y Senneville, en la batalla de Cambronal.
Este movimiento fue el segundo en producirse en el suroeste de la República
Dominicana, al consumarse la anexión a España y tras el fracaso de la acción
armada encabezada por los generales Francisco del Rosario Sánchez, José María
Cabral y Fernando Taveras entre mayo y julio de 1861.

Luego de un cese al fuego, se realizó un consejo de guerra entre los principales


oficiales revolucionarios de la zona, los tenientes coroneles Juan Antonio Polanco y
Benito Monción, así como los oficiales José Cabrera, Pedro Antonio Pimentel, Juan
de la Cruz Álvarez, José Ramón Luciano, José Barrientos, Manuel González y otros,
y se decidió la táctica de escalar sigilosamente los muros del cementerio e
internarse en el pueblo de Guayubín durante la noche para que los españoles
creyeran que se habían retirado, dicha táctica tuvo muy buenos resultados.

El factor sorpresa fue el que decidió la victoria a favor de los españoles, luego de
que hábilmente lograran dividir la fuerza de los patriotas mediante la estratagema
de una supuesta Comisión de Paz. Valenzuela se lanzó sobre una de las piezas
para tomarla, y aunque fue herido de once machetazos, tras caer de un balazo la
cara de la Virgen del Rosario que habían colocado entre dos cañones, los
dominicanos se desmoralizaron y huyeron en desbandada, para reunirse
posteriormente en El Llano, cerca de Sabaneta.

La sublevación del 24 de febrero en Santiago de los Caballeros

El 24 de febrero de 1863, al conocer la toma de la común de Guayubín por parte de


los patriotas dominicanos, se sublevan en Santiago de los Caballeros —careciendo
por completo de todo tipo de armas para enfrentar al enemigo— el sastre Ramón
Almonte y los comandantes Vidal Pichardo y Carlos de Lora, quienes se dirigieron
al fuerte Dios, apoderándose de la cárcel vieja, situada en la plaza de armas y
antiguo Palacio de la Gobernación, procediendo a poner en libertad a los presos
políticos, en virtud de la orden dada por el regidor Pablo Pujol.
Capítulo III

Características de la guerra, actores sociales y líderes restauradores

La guerra restauradora fue una obra diseñada y construida por las masas populares
dominicanas, quienes, in- mediatamente después de producirse la anexión a
España, expresaron su descontento y rebeldía a través de diversas formas de
protesta, tanto cívicas como armadas, dando continuidad de ese modo a los ideales
y a la lucha por la independencia absoluta de la República Dominicana, iniciada por
Juan Pablo Duarte y los integrantes de la sociedad secreta La Trinitaria.

La guerra de la Restauración fue una revolución de liberación nacional que tenía


como propósito central recuperar la independencia perdida a manos de España,
que le había sido entregada por el sector hatero-terrateniente que encabezaba el
general Pedro Santana. La intención de este sector a la perpetuarse en el poder
para evitar el retorno del sector comercial exportador de madera preciosa del Sur,
representado en la persona del caudillo Buenaventura Báez, o el de los sectores
liberales de los pequeños y medianos productores de tabaco, cacao y café,
representados por personajes como José Desiderio Valverde, Ulises Francisco
Espaillat, Benigno Filomeno de Rojas, Pedro Francisco Bono, Juan Luis Franco
Bidó, Máximo Grullón, Ricardo Curiel, Belisario Curiel, Pablo Pujol y Alfredo
Deetren, entre otros.

Carácter de la guerra restauradora y actores sociales

La guerra restauradora fue una revolución popular por- que integró a los diferentes
sectores sociales de la vida nacional dominicana de las más variadas formas,
logrando que los campesinos, los obreros o peones agrícolas, los obreros urbanos,
los artesanos, la pequeña burguesía urbana, los sectores productivos nacionalistas,
los militares de orientación nacionalista, las mujeres con sentimientos patrióticos y
los jóvenes con ideas revolucionarias se comprometieran con el restablecimiento de
la independencia nacional absoluta.

Sin lugar a dudas, las grandes masas campesinas, la pequeña burguesía urbana,
los obreros, los intelectuales progresistas, los militares nacionalistas provenientes
de los sectores más humildes del pueblo, así como algunos burgueses,
comerciantes y hacendados de ideas nacionalistas, fueron quienes asumieron con
más ardor y entrega la causa de la guerra restauradora, convirtiéndose en el sostén
principal del Ejército Libertador del Pueblo Dominicano. Así lo con- firma el general
Gregorio Luperón cuando escribe sobre la guerra de la Restauración:

En aquella grandiosa batalla de la Independencia, que será eternamente la mayor


gloria y honra de la Nación Dominicana, cada pueblo y cada lugar era un inmenso
campo de combate, y cada dominicano se convirtió en un soldado de la libertad. Y
mientras quede en el corazón de los pueblos el amor a la libertad y a la
independencia de la patria; mientras presten culto a la religión del patriotismo, del
sacrificio y del martirio; los héroes de la Restauración serán bendecidos y respetada
su memoria por todas las generaciones. (Rodríguez Demorizi, 1941: 230-231)

Gregorio Luperón, un oficial de procedencia humilde, al Igual que otros connotados


líderes de la guerra restauradora hace una descripción inigualable de la
composición del ejército Libertador del Pueblo Dominicano a través de los
«diferentes tipos de armas que utilizaron los patriotas dominicanos en el combate
contra las tropas realistas españolas.

Una muestra de que la mayor parte de los integrantes del ejército restaurador eran
campesinos la da en 1864 el ministro de Guerra del Gobierno restaurador, Pedro
Fran- cisco Bono, cuando en la descripción de su visita al cantón de Arroyo Bermejo
en Guanuma, Yamasá, y pase de revista a las tropas presentes, afirma:
Se pasaba revista. No había casi nadie vestido. Harapos eran los vestidos; el tambor
de la Comandancia estaba con una camisa de mujer por toda vestimenta; daba risa
verlo redoblar con su túnica; el corneta estaba desnudo de la cintura para arriba.
Todos estaban descalzos y a pierna desnuda.

Es evidente que los campesinos y los obreros agrícolas ocupaban alrededor del
80% de los puestos del Ejército libertador del Pueblo Dominicano, mientras que el
otro 20% lo ocupaban sectores de la pequeña burguesía, pequeño medianos y
grandes propietarios e intelectuales progresista.

Esta revolución fue, sin duda alguna, una guerra popular de liberación nacional
donde los sectores humildes de la población se convirtieron en abanderados
incondicionales de la lucha por la restauración de la independencia perdida.

Principales líderes restauradores

Los principales líderes políticos y militares de esta gesta patriótica fueron Santiago
Rodríguez, José Cabrera, Gregorio Luperón, Ulises Francisco Espaillat, Pedro
Francisco Bono, Gaspar Polanco, Juan Antonio Polanco, Gregorio de I ora, Benito
Monción, Ignacio Reyes, José Antonio Salcedo, llamón Matías Mella, Pedro Antonio
Pimentel, Máximo I «i nilón, Benigno Filomeno de Rojas, José María Cabral,
Federico de Jesús García y Eusebio Manzueta, entre otros, quienes se dedicaron
en cuerpo y alma a la revolución y a la defensa de la patria bien amada, aunque
varios de ellos claudicaron posteriormente a sus ideas de redención absoluta de
República Dominicana.

Al mismo tiempo, en su condición de general de división, soldado de Capotillo y


prohombre de la Restauración, Gregorio Luperón protestó una y mil veces contra la
autoridad del exmariscal de España, Buenaventura Báez, como presidente de la
República Dominicana, así como también contra la de todos aquellos que de él
dependían.

Luperón fue uno de los pocos líderes del siglo xix que auspició en la práctica la
alternabilidad en el poder, al modificar la Constitución de la República en 1880 para
limitar a dos años —sin reelección— el período presidencial, al asumir la presidencia
de la República de forma provisional en septiembre de 1879, desde su natal Puerto
Plata. Con esta acción se proponía hacer posible que todos los líderes honestos y
responsables que militaban en el Partido Azul, que dignamente lideraba, u otros
ciudadanos independientes del país, pudieran ocupar el solio presidencial. No
obstante, algunos líderes de esa agrupación política, como fue el caso del general
Ulises Heureaux, traicionaron esos principios y al líder que los predicó de forma
vehemente.
Capítulo IV

Tipos de guerra y métodos de lucha

No todos los dominicanos rebeldes estaban armados. El armamento que tenían,


estaba compuesto de cañones antiguos, fu- siles y trabucos primitivos, lanzas y
pistolas, mientras que el armamento del ejército español era moderno, de más
alcance y de más precisión.

La artillería de campaña española estaba pronta y bien servida, tanto la montada


como la ligera. La caballería española era más uniforme, pero menos diestra y
menos pronta en los movimientos que la caballería dominicana. En la mayor parte
de las peleas que si dieron a la bayoneta por los españoles y al sable por los
dominicanos, la victoria quedaba siempre a favor de estos últimos. El soldado
español era valiente, arrojado y sufrido; el dominicano era audaz, intrépido y
persistente.

El ejército español perdió en aquella guerra diez y ocho mil peninsulares y sin contar
los de las reservas dominicanas ni los voluntarios de Cuba y Puerto Rico, que no se
contaban en el número de muertos peninsulares. Los dominicanos perdieron más
de cuatro mil hombres, sin contar tampoco los que murieron en las filas españolas,
porque en aquellas circunstancias aquellos desgraciados, no eran dominicanos ni
españoles.

En la lucha armada se conocen dos tipos fundamentales de guerra, conforme los


describen los manuales clásicos de la guerra, que son: la guerra de movimientos y
la guerra de posiciones. Sin embargo, en algunas zonas del país, como fueron los
casos de la Línea Noroeste, Santiago, así como en algunos pueblos del Este y del
Sur, se vieron obligados a utilizar los esquemas clásicos de organización del
ejército, como jefatura de Esta- do Mayor, jefes de línea o generales de división,
comandantes, vanguardia, retaguardia, columnas, división de infantería, división de
caballería y división de artillería, para de esa forma equipararse al poderoso ejército
realista español y poder vencerlo.

En cuanto al método de lucha, los combatientes de la guerra de la Restauración


utilizaron múltiples métodos de lucha para poder vencer a las tropas del ejército
realista español, destacándose entre ellos los relacionados con la táctica de guerra
de guerrillas y con el incendio de algunas fortalezas.

Las acciones relacionadas con la guerra de guerrillas, guerra de manigua, guerra


irregular o guerra de movimientos son las siguientes: emboscadas, guerrillas
móviles integradas por grupos pequeños que hostilizan al enemigo de día y de
noche, uso de armas blancas como machetes, cuchillos y espadas, derribo de
puentes y obstrucción de caminos, entre otros.

La táctica de guerra de guerrillas diseñada por el patricio Ramón Maris Mella, y dada
a conocer el 26 de enero de 1864 a todos los miembros del Ejército Libertador del
Pueblo Dominicano. El uso de la táctica de guerra de guerrillas fue fundamental para
el triunfo de las fuerzas restauradoras frente a las tropas realistas españolas. En el
Manual de guerra de guerrillas se les invitaba a tener suma precaución y a actuar
con astucia y sabiduría frente al adversario, para no dejarse sorprender y, de esa
manera, tratar de igualar la superioridad de las tropas enemigas en cantidad,
disciplina y recursos logísticos.
Capítulo V

Logística del ejército restaurador

La logística de que disponía el Ejército Libertador del Pueblo Dominicano, mejor


conocido como ejército restaurador, era sumamente escasa, tanto en lo
concerniente a la obtención de alimentos como en lo relativo a la obtención de
recursos de guerra.

Solo la firme decisión de alcanzar la soberanía absoluta de la República Dominicana


puede explicar el hecho de que un ejército irregular con tantas precariedades
materiales o logísticas como el ejército restaurador lograra vencer de forma decisiva
a uno de los ejércitos más disciplinados, experimentados y bien armados del siglo
xix, como lo era el ejército realista español.

Visto el panorama de escasez que en todos los órdenes debían afrontar las tropas
restauradoras para vencer a unas tropas españolas disciplinadas, con una gran
cultura militar, con armas nuevas y modernas, con municiones suficientes y
contingentes de miles de hombres que participaban en las batallas decisivas, se
puede afirmar que solo el patriotismo desbordante de los dominicanos, la audacia
con que manejaron las acciones de guerra de guerrillas y el uso indiscutible de la
creatividad en la implementación de los más disímiles métodos de lucha, pueden
explicar el triunfo aplastante de los hijos de Duarte, Sánchez, Mella y los demás
trinitarios, logrando de esa manera concretizar la restauración de la independencia
de la República Dominicana.
OPINION PERSONAL

Luego de haber leído y elaborado este resumen extraído de la obra titulada La


Guerra de la Restauración: Triunfo del Pueblo Dominicano en Armas, del escritor
Juan de la Cruz, puedo decir que, la gran enseñanza del movimiento nacionalista y
revolucionario de oposición a la anexión de República Dominicana a España,
conocida en la historia como la Restauración de la República, es un gran ejemplo
que el pueblo dominicano aprendió, en donde se dio a reconocer como en otras
ocasiones, que aunque tenemos raíces españolas, no somos españoles, sino
dominicanos.

En el texto, Juan de la Cruz explica que, República Dominicana fue anexada a


España el 18 de marzo de 1861 por el grupo dominante, encabezado por Pedro
Santana, quienes querían preservar sus privilegios como clase élite. Explica
también como enseguida inician las luchas de varios sectores del pueblo que se
oponían a las malas intenciones de Santana, por lo que hubo manifestaciones
desde el primer momento. Otra de las enseñanzas que podemos aprender de la
lucha restauradora es que cuando los dominicanos se unifican y se empoderan
pueden lograr los objetivos colectivos que se proponen.

La intención del autor Juan de la Cruz de publicar los textos y reflexiones acerca de
la guerra patriótica de la Restauración es, según deja entendido, es "comprender
esos aspectos, así como el contexto internacional de la época, la situación
económica, social y política anterior a la Anexión y las odiosas medidas de diversa
índole tomadas por el gobierno".
Índice

Capítulo I .................................................................................................... 1

La anexión de la República Dominicana a España..................................... 1

Capítulo II ................................................................................................... 6

Primeros conatos de rebelión popular contra la Anexión ........................ 6

Capítulo III ................................................................................................ 10

Características de la guerra, actores sociales y líderes restauradores ... 10

Capítulo IV ................................................................................................ 14

Tipos de guerra y métodos de lucha ....................................................... 14

Capítulo V ................................................................................................. 16

Logística del ejército restaurador ............................................................ 16

OPINION PERSONAL ................................................................................. 17

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