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VIOLENCIA FILIO-PARENTAL

Teoría, evaluación y tratamiento. Un tsunami


relacional

Javier Urra Portillo

1. INTRODUCCIÓN
Quieren quererse.

La violencia filio-parental (VFP) es un fenómeno relativamente


nuevo y que no ha recibido demasiada atención académica. Pertenece
al ámbito más íntimo y privado de las vidas de las personas que se
ven afectadas por la misma, por lo que la detección, el estudio, la co-
rrecta dimensionalización y la atención han sido y son enormemente
dificultosas.
Las primeras menciones sobre padres agredidos por sus hijos se
remontan al trabajo de Sears, Mccoby y Levin en 1957. Pero no se le
pone nombre hasta el trabajo de Harbin y Madden (1979) en el que la
VFP es clasificada como un nuevo síndrome battered parents. Posterior-
mente se comienza a hablar de parent abuse; esta terminología, espe-
cialmente utilizada por Cottrell (2001) y Gallagher (2004) se encuentra
con el problema de poder ser confundida con el abuso de los padres
hacia los hijos, con lo que se le añade parent abuse towards parents. El
desarrollo de nuevas publicaciones produce que poco a poco se vaya
cambiando la denominación hacia child to parent violence (Calvete,
Orue y Sampedro, 2011; Coogan, 2011).
En el ámbito español las primeras menciones sobre el tema están
relacionadas con la justicia juvenil, el primer autor que escribe sobre
el fenómeno en España es Javier Urra (1994) qué más adelante habla-
ría de los «pequeños dictadores» (2006). Vicente Garrido denomina el
fenómeno de la VFP como «el síndrome del emperador» (2005); Jordi
Royo (2008) habla sobre los «rebeldes del bienestar». En los ámbitos
de la justicia juvenil y de la prevención del consumo de drogas se
habla de «violencia ascendente» (Romero, Melero, Cánovas y Antolín,
2005; González Cieza, 2007; Sancho, 2007). El término que finalmente

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es aceptado por investigadores y profesionales relacionados con este


fenómeno es «violencia filio-parental» (Pereira, 2006; Ibabe, Jauregui-
zar y Díaz, 2007; Calvete et al., 2011), incluso se ha formalizado la
creación de la Sociedad para el Estudio de la Violencia Filio-Parental
(SEVIFIP, 2012).
El hecho de que un hijo o una hija agredan a sus progenitores
transgrede uno de los tabús más sagrados de nuestra sociedad. La
familia es entendida como el refugio, la fuente de afectos y de apoyo
materiales y psicológicos más potentes para la persona. En el año 2003
la OMS, en su reporte mundial sobre violencia y salud, contemplaba
que la violencia ejercida en el ámbito de la familia tenía como víctimas
a las mujeres, a los menores y a los ancianos, pero en ninguna parte
del informe se menciona la violencia de los hijos hacia los padres.
Las familias que se ven afectadas por la violencia de sus menores
sienten que la sociedad que les rodea ni les va a entender ni les va
apoyar. En un contexto en el que se acepta sin discusión que la con-
ducta desadaptada de los menores tiene su origen en una inadecuada
acción parental, se perciben como doblemente victimizados: por las
acciones de su hijo o hija que les agrede y de nuevo victimizados
por una sociedad que entiende que de alguna manera ellos, padres y
madres, son responsables de las conductas de sus hijos. Perciben que
tienen que ocultar lo que les está ocurriendo por vergüenza y, en la
mayoría de los casos, porque les resulta extremadamente doloroso que
su niño, que su niña, se haya convertido en un agresor inmisericorde
al que siguen sintiendo que deben proteger y cuidar.
Como señala Lerner (1980), devaluar a las víctimas cumple una
función psicológica profunda que pretende permitirnos mantener nues-
tra creencia en un mundo más justo de forma que, atribuyendo algún
tipo de acción u omisión a la víctima, podamos atribuirla a esta, de
alguna manera, cierto nivel de responsabilidad en lo que le sucede.
Las víctimas directas más comunes suelen ser las madres y los per-
petradores los hijos varones, aunque no hemos de perder de vista que
en este fenómeno existe un número importante de chicas que también
ejercen violencia sobre sus progenitores, más aún que en otros fenó-
menos violentos en los que se puedan ver involucrados adolescentes y
jóvenes. Que se dé este binomio, madre agredida – hijo varón agresor,
ha facilitado que las perspectivas de violencia de género hayan adqui-
rido cierto nivel de desarrollo a la hora de explicar e incluso diseñar
programas.
Un aspecto que no hemos de perder de vista es la aportación de
la sociedad a la aparición de este problema. Diversos autores (Garrido,

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2005; Naouri, 2005; Urra, 2006; Altea-España, 2008) indican que en


los últimos años se ha dado un cambio de valores que da lugar a la
disipación de los límites entre lo que está bien y lo que está mal, la
búsqueda del placer como prioridad vital (hedonismo), el consumismo
y el materialismo, o la falta de esfuerzo.
Han sucedido muchos cambios en el contexto de la sociedad que
la han transformado. Estos cambios han tenido consecuencias positi-
vas, pero también algunas negativas que afectan a las familias y a la
problemática de la violencia filio-parental. Los avances en la tecnolo-
gía y la mejora de la situación económica han aumentado el poder
adquisitivo, así como la comodidad de los ciudadanos. Según Garrido
(2005), este hecho ha llevado a las familias a un mayor consumismo
y al deseo de la inmediatez: «lo quiero y lo quiero ahora». Los hijos
están acostumbrados a conseguir todo rápidamente (acceso a todo
tipo de recursos materiales de manera instantánea) y no aprenden a
tolerar la frustración, lo cual conlleva que cuando consideran que sus
padres impiden la consecución de sus deseos se produce una rebelión
violenta hacia ellos.
Además, tanto Urra (2006) como la Asociación Altea-España (2010)
hablan de una sociedad excesivamente permisiva, donde parece que
no tienen que existir normas, ni límites y todo ha de estar permitido
en aras de una libertad malentendida, que no quiere saber nada de
responsabilidades. La ausencia de límites y normas hace más probable
que los hijos carezcan de un autocontrol sobre su conducta y los pa-
dres no sepan manejar los enfados de sus hijos, y acaben consintiendo
sus deseos para no tener que enfrentarse a ellos.
Se une a ello lo que expone Urra (2006), que algunos padres care-
cen de criterios educativos, e intentan compensar la falta de tiempo y
dedicación a los hijos tratándoles con excesiva permisividad.
Hoy en día existe una pérdida de referentes de autoridad, lo que ha
podido desembocar en la desconfianza recíproca entre padres y maes-
tros, y una falta de reconocimiento social de la escuela. Hay padres que
no solo no se hacen respetar, sino que menoscaban la autoridad de
los maestros, de la policía o de otros ciudadanos cuando, en defensa
de la convivencia, reprenden a sus hijos (Urra, 2006).
Otro elemento fundamental en este proceso es que el tiempo libre
y de ocio de los menores ha cambiado y ahora se dedica, en gran
parte, a actividades extraescolares (deportes, idiomas, artes, etc.) que se
desarrollan fuera del hogar. De este modo los niños pasan más tiempo
con sus iguales, pudiendo desarrollar su capacidad para relacionarse y
sus habilidades sociales. Sin embargo, una vez que regresan al hogar,
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muchos de ellos pasan el tiempo solos, o con un adulto que les cuida
pero que no comparte ese tiempo con ellos, o con la televisión, las vi-
deoconsolas o Internet, ejerciendo el rol de cuidador-vigilante del niño.
Hemos de añadir la concepción protectora sobre la infancia que,
como sociedad, hemos desarrollado en los últimos años del pasado si-
glo, dándose un vuelco a la concepción de los menores como «propie-
dad» exclusiva de sus progenitores pasando a una visión de los mismos
como personas con derechos que, por su situación de inmadurez, han
de ser protegidos por encima de cualquier cosa, incluso de los propios
derechos de sus progenitores (Holt, 2013), dejando a estos últimos en
situación de indefensión ante las instituciones públicas en los casos en
los que la VFP emerge.
La mayoría de los padres y madres se ven incapaces de poder
denunciar a su hijo o hija violentos, con lo que se encuentran con
escasos servicios y estos, en muchas ocasiones, quedan fueran de su
alcance ya que apenas existen recursos públicos que no estén relacio-
nados con la Justicia.

2. CARACTERÍSTICAS CLÍNICAS
Una patología del amor.

No podemos clasificar la VFP como un síndrome diagnóstico al


uso, puesto que el número de variables que se ven implicadas en la
aparición y desarrollo de la misma hacen imposible una descripción
sintomática que abarque totalmente las características del trastorno.

Hemos de analizar los aspectos epidemiológicos del fenómeno y


los posibles cuadros diagnósticos que se vean relacionados o se inclu-
yan en el mismo.

¿Qué es la violencia filio-parental?


La definición más reconocida es la que realiza la canadiense Bár-
bara Cottrell en 2001. Ella define el parent abuse como: Cualquier acto
que realiza el menor con la intención de controlar a los padres y/o
causarles daño psicológico, físico o financiero.
Observamos una violencia instrumental que tiene como fin el con-
trol y la dominación de los progenitores o cuidadores que ocupan su
lugar. Esto dirige el foco de atención al menor. Urra (2006) los califica
como «pequeños dictadores», señalando que estos menores carecen de
empatía hacía los pensamientos y sentimientos de sus padres, les en-

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tienden como abastecedores de sus necesidades y tienen la percepción


de que les han «domado».
El menor que ejerce VFP no es una víctima del mal hacer de sus
progenitores y tampoco es exclusivamente un maltratador. La VFP tiene
un origen multicausal, en el que las características personales del me-
nor son importantes, pero también lo son las características familiares,
relacionales y ambientales que le rodean.
Por otro lado, analizar el fenómeno como una cuestión de poder,
puesto que la mayoría de las víctimas son mujeres, nos remite a teorías
feministas en las que la VFP es interpretada como un subtipo de vio-
lencia de género, dado que son las madres el objetivo número uno de
las agresiones (Gallagher, 2008). Muchos investigadores han señalado
que, aunque existan componentes comunes, no estaríamos hablando
de violencia de género.

Componentes de la VFP
Eckstein (2004), trabajando con madres y padres víctimas de la
misma, recoge su percepción de la gravedad de los mismos.

• Violencia verbal: son las primeras descalificaciones, insultos y


menosprecios que recibe un progenitor. Es utilizada como un
medio de desviar la discusión a la vez que se ataca la autoestima
del progenitor poniendo en evidencia sus incapacidades como
madre o padre.
• Violencia material: está relacionada con la necesidad de con-
seguir financiación a través del robo y de la venta de objetos
familiares, o incurriendo en deudas que los padres deben cubrir.
Ruptura de pertenencias simbólicas o materialmente valiosas
para los progenitores con el fin de herirles; esta violencia pro-
duce miedo y sensación de impotencia.
• Violencia física: cuando aparece, los padres señalan que se ha-
cen conscientes de la severidad del problema.
• Violencia psicológica/emocional: es la expresión más grave de
la VFP según la percepción de los padres puesto que implica
indefensión por parte de los mismos. Los padres y otros miem-
bros actúan intentando evitar todas las situaciones conflictivas
para evitar las escaladas del conflicto. Esto supone el renunciar
a ejercer su rol parental y ceder a la inmensa mayoría de las
reivindicaciones del menor. Los padres sienten fracaso a nivel
objetivo, ya que el entorno comunitario y los profesionales que

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les atienden les perciben como malos padres, y a nivel subje-


tivo ya que sienten que han fracasado en su parentalidad. Las
manifestaciones de esta violencia suelen ser las siguientes:
— Intimidar a los padres; estrategias maliciosas / juegos psi-
cológicos; intentar hacer que los padres piensen que están
locos; hacer demandas a los padres poco realistas; intencio-
nadamente no decir a los padres dónde van o lo que van a
hacer.
— Escapar de casa o permanecer fuera toda la noche; mentir;
amenazar para herir y hacer daño.
— Amenazas manipuladoras; degradar, rebajar a los padres u
otros miembros de la familia ignorando y/o controlando la
marcha de la casa.
— Autoagresiones. La amenaza de lesionarse, intoxicarse con
sustancias y/o mantener conductas sexuales promiscuas
(especialmente en las chicas), con o sin protección, además
de obtener una función instrumental de obtener lo desea-
do, también consiguen quitar a los padres la posibilidad de
ganar en los conflictos.

El establecimiento del conflicto arrastra una serie de cogniciones


en los padres que acaban generando el ciclo en el que se ven involu-
cradas las familias denominado «ciclo sintomático» por Micucci (1995).
Ante la aparición de las conductas de VFP, la familia se centra en
intentar eliminar, reducir o controlar el síntoma descuidando aspectos
centrales de sus vidas, entre ellas, la relación entre los progenitores
lo que facilita que el menor encuentre espacio de desacuerdo entre
ambos para proseguir o incrementar sus conductas desadaptadas. Las
familias identifican al adolescente como el responsable de la situación,
es el «problema», dejando de responder a las cualidades y acciones
positivas del mismo. Como consecuencia, el adolescente, se siente
incomprendido y solo, dejando de percibir a la familia como apoyo.

Epidemiología
Datos de la Fiscalía General del Estado (2014):
Violencia doméstica
Delincuencia juvenil. % respecto al total de
hacia ascendientes y
Casos incoados casos incoados
hermanos
89756 4659 5,19

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En el caso español, que no sean datos de estudios realizados con


menores con expedientes judiciales, solo disponemos de los estudios
de Calvete, Gámez-Guadix y Orue (2014) en el que oscilan entre 13,7%
y el 21% de menores que han ejercido violencia física; la autora refiere
que el 50% de los adolescentes referían haber ejercido algún tipo de
violencia psicológica, especialmente contra sus madres.

Características de los actores implicados


Los adolescentes
Los perpetradores son mayormente chicos, entre 14 y 16 años que
atacan principalmente a sus madres.
Viven mayoritariamente en familias biparentales, aunque existe un
porcentaje muy alto de familias monoparentales, de hecho, las madres
que cuidan solas de hijos adolescentes suelen ser más propensas a ser
víctimas de VFP.
La violencia que manifiestan los chicos suele ser principalmente
física, mientras que la que suelen presentar las chicas es especialmente
verbal.
La primera conducta violenta es la verbal, en torno a los 11 años,
mientras que la violencia física aparece alrededor de los 14 (Holt,
2013).
Las conductas autoagresivas como el consumo de sustancias o el
comportamiento sexual de alto riesgo forman parte de agredirse para
dañar a sus padres (Calvete et al., 2014).
La inmensa mayoría de los autores señalan que los adolescentes
VFP poseen una baja autoestima, altos índices de ansiedad y patrones
de apego disfuncionales. Se añade una errónea percepción de la reali-
dad que se manifiesta en un locus de control externo (son sus padres
los responsables de su conducta) y una baja capacidad empática. Ade-
más, un estilo cognitivo que justifica la violencia. La mayoría se asocian
con adolescentes que manifiestan conductas disruptivas, entre las que
también pueden estar la agresión a los padres, y lo hacen como medio
de justificar sus propias conductas.
Pagani et al. (2009) indican que los padres relacionan el comienzo
en el consumo abusivo de sustancias, especialmente cannabis, con un
empeoramiento drástico de la conducta de sus hijos.
El gran número de menores adoptados también es objeto de pre-
ocupación en la VFP (Urra, 1994). Aunque el porcentaje de menores
adoptados en nuestro país es del 0,098% de todos los menores, en

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Javier Urra Portillo

programas como el nuestro, la proporción de adoptados es de 1 por


cada 5 (20%). No son pocos los padres que, tras ser rechazados en el
proceso de valoración de idoneidad, acaban consiguiendo su propósito
de adoptar.
En las familias donde se ejerce la VFP es más necesario, si cabe, que
alguien ejerza la autoridad y el liderazgo puesto que los menores pare-
cen sentir que se merecen lo que tienen, una vida mejor y todo aquello
que necesiten por el mero hecho de ser quienes son. Los padres están
a su disposición y es muy fácil maltratar a los «sirvientes» que no le me-
recen a uno y son inferiores (Urra, 1994; Cottrell, 2004; Garrido, 2005).

Las familias
La posibilidad de que aparezcan conductas violentas en un entor-
no tan íntimo se debe a que frente a nuestros familiares somos más
espontáneos, y el carácter privado de la relación nos protege de la ex-
posición de las conductas inadecuadas que podamos desarrollar dentro
de la misma (Gelles y Straus, 1979; Díaz-Aguado, 2004; Roperti, 2006).
Si hacemos un análisis más exhaustivo del tema en las sociedades
occidentales vemos que las limitaciones a las familias nos devuelven
a que estamos sobrestimando el poder real que puedan tener con
relación a sus hijos. Por el contrario, subestimamos el poder que los
menores tienen y cómo lo puedan ejercer (Holt, 2013).
Existe una tercera victimización que se experimenta cuando los
padres, cansados de sufrir, sienten que ya no pueden más, que no
quieren a sus hijos incondicionalmente, como se debería quererlos,
produciendo emociones encontradas y la percepción de ser un padre
o madre desnaturalizado (Holt, 2013).
La mayor parte de la investigación confirma que el haber sido
testigo de violencia entre los progenitores y/o haber sido víctima de
la misma es un factor de riesgo destacado y, en el caso de los hijos
varones, un factor de modelado de su conducta en su relación con
las mujeres a las que en cierta medida se las considera débiles y de
alguna manera propiedad de los hombres. Las hijas también aprenden
esa debilidad materna y se sienten avergonzadas, quieren separarse de
sus madres y de esa imagen de debilidad que transmiten a través de
la agresión (Ulman y Straus, 2003).
Muchos de los padres y madres de estos adolescentes son padres
añosos (Harbin y Madden, 1979; Pereira y Bertino, 2009).
En cuanto a la clase social a la que pertenecen estas familias, no
se encuentra una específica de referencia. El estatus socioeconómico
no es un factor diferenciador (Cottrell, 2004; Coogan, 2011).
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Habría que prestar atención al desacuerdo entre los estilos educati-


vos de la figura paterna y materna. El desacuerdo desorienta al menor
a la vez que le facilita el poder manejar la situación en función de a
quién recurra.
El estilo educativo que mayor riesgo presenta en la VFP es la com-
binación de los estilos permisivo-inconsistente-negligente, basado en
la experiencia de los hijos tesoro, en la simetría de poder entre padres
y el hijo, y en la necesidad de no discutir con el hijo o la hija en el
poco tiempo que las carreras profesionales permiten compartir con los
mismos. Este estilo educativo puede animar a desarrollar independen-
cia prematura a los niños, parentificándose, de forma que la respuesta
de abuso hacia los padres puede ser entendida como el ejercicio de
una responsabilidad para la que no están preparados.
El estilo autoritario va a producir o indefensión y pasividad en el
menor o, en el caso de la VFP, que el mismo responda a las prácticas
autoritarias de los progenitores con violencia. En el caso del sobre-
protector, la sensación de incapacidad del menor es evidente a la vez
que la sensación de que va a ser excusado de todo lo que haga (se
le evita la responsabilidad de sus actos) además de sentir que tiene
derecho a todo.
Padres y madres identifican rápidamente que el problema es el hijo
o la hija. Pero en un primer momento responsabilizan a los iguales
desadaptados con los que se juntan, y a la escuela que no ha ejercido
la autoridad sobre sus hijos que ellos necesitan. También culpan a las
dinámicas sociales. Cuando nada de esto les ayuda a entender qué es
lo que está sucediendo, el modelo médico ofrece una salida razonable
a su incomprensión del fenómeno. Así muchos de ellos entienden que
su hijo padece una patología psiquiátrica, donde la sobrestimación
del TDAH es bien recogida. En los casos de hijos e hijas adoptivas,
se buscan explicaciones genéticas en la familia de origen a la que no
se conoce o explicaciones ambientales relacionadas con las primeras
vivencias de abandono que ha padecido el menor.
Evaluados por el test BASC la percepción de padres y madres es
similar, perciben a sus hijos muy problematizados. Además, entienden
que sus hijos poseen escasas habilidades adaptativas.

Aspectos socioculturales

• La sociedad actual y la VFP


Ya no es tanto tienes, tanto vales, sino más bien, tanto consumes.
Consumir bienes y servicios se convierte en un imperativo. Consumir
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ropa, móviles, complementos es indispensable. A esto hay que sumarle


que nuestros adolescentes viven en un mundo de inmediatez donde el
esfuerzo no está contemplado.
La percepción de corrupción generalizada que estamos viviendo
como algo sorpresivo, pero que ya en 1994, Javier Urra la señalaba
al empezar a hablar del fenómeno de la VFP en nuestro país. Cómo
transmitir honradez y sinceridad en un contexto donde quién más
desvergüenza posee, más obtiene.
Ha calado profundamente el mensaje Disney de que los niños y los
jóvenes son los héroes, son más listos y más guapos, y son capaces de
solucionar todos los problemas.
Los videojuegos más vendidos están encabezados por plataformas
de aventuras en las que matar (vivos, muertos, alienígenas, monstruos,
mujeres, niños y ancianos) da puntos.
La percepción social de la mujer no solo no ha conseguido reflejar
los cambios que se esperaban, sino que se ha incrementado su cosifi-
cación en la moda o pornografía, además del aumento de la violencia
contra ellas en todo el planeta. Se está observando que las relaciones
entre adolescentes y jóvenes retoman unos derroteros machistas preo-
cupantes, tanto en ellos como en ellas, donde las agresiones, al menos
las verbales, están creciendo. No ayudan en nada algunos programas
de televisión.

• El contexto social sobre las familias


En muchos casos hemos trasmitido la idea a las nuevas generacio-
nes de que tienen muchos derechos, pero no les hemos trasmitido la
responsabilidad de asumir que esos derechos implican obligaciones de
las que no están exentos. Además, se ha entendido inadecuadamente
que la igualdad es una suerte de sistema asambleario en el que todos
tenemos el mismo peso sea cual sea el tema que se aborde. Esa com-
prensión se ha trasladado al ámbito familiar de forma que los menores
entienden que son el centro de las mismas y sus decisiones son tan
valiosas o más que las de cualquier adulto.
Frente a otras generaciones, estos padres no pueden hablar de
haber pasado de un mundo de carencias a un mundo opulento, estos
padres se han criado en una cultura hedónica y nihilista (Urra, 1994;
Garrido, 2005; Pereira y Bertino, 2009). Son los posmodernos de los
que se hablaba hace veinte años, centrados en la satisfacción y reali-
zación personal por encima de cualquier otra causa. Los valores abso-
lutos no existen, tampoco otros valores, y los que existen se viven en

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VIOLENCIA FILIO-PARENTAL

función de la conveniencia temporal. La estabilidad profesional de sus


padres no es la que ellos poseen, lo que implica una gran dedicación
a su carrera profesional descuidando otros aspectos importantes de sus
vidas como puede ser la crianza de sus hijos.
Las drogas ya no son extrañas a esos padres. No son sus hijos los
que descubrieron el botellón, probablemente fueran ellos los que los
iniciaron, aunque no con la extensión actual.
Caso aparte es la normalización del consumo de cannabis y el
eterno debate sobre su legalización. Estos padres han de convivir con
la banalización del consumo de sustancias y bregar entre la alarma que
les produce el que sus hijos e hijas las consuman y su propia coheren-
cia al haber usado (o seguir usando) alguna de ellas.
Los adolescentes, ante la ignorancia paterna en ciertos aspectos
de la tecnología, suelen generalizar su ignorancia a todos los demás
aspectos vitales, viéndoles y haciéndoles ver que son incompetentes
de manera general.
Hemos conseguido reducir a la mínima expresión la autoridad pa-
rental, resaltando y casi santificando los derechos de los menores. Los
padres han de enfrentarse a lo que Price (1996) denomina el «martillo
de los 90» refiriéndose a la facilidad con la que es admitida a trámite
cualquier denuncia de abuso emitida por un menor, especialmente en
los países anglosajones.
La Fiscalía General del Estado en 2013 afirma que:
«los esfuerzos de la Justicia y las entidades públicas de reforma no son
suficientes para paliar el problema sin políticas y estrategias de prevención
que partan de un replanteamiento general de los valores de educación que
deberían inculcarse tempranamente en la familia, la escuela y los medios
de comunicación.»

Trastornos presentes en la VFP


Tratamientos farmacológicos aplicados en el programa recU-
RRA-GINSO para padres e hijos en conflicto:

Mujeres Varones
USO TERAPÉUTICO
menores % menores %
Antipsicóticos 35,7 35,6 Control de la agresividad
Derivados anfeta- 11,1 39,3 TDAH
mínicos
Estabilizadores del 35,7 16,1 Manejo de la impulsividad
ánimo

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Javier Urra Portillo

Mujeres Varones
USO TERAPÉUTICO
menores % menores %
Antidepresivos 19,6 15,8
Ansiolíticos e hip- 59,3 38,1
nóticos
75 % de los casos modificación de la pauta disminuyéndose la dosis. 33% sus-
pensión del tratamiento.
10% instauración de tratamiento de novo (hipnótico).

3. TEORÍAS ETIOLÓGICAS

Teoría del aprendizaje social (Bandura y Walters, 1963)


En los casos en los que ha habido violencia de género, cuando el
adulto maltratador desaparece del hogar, es cuando el menor, espe-
cialmente varón, comienza a ejercer violencia contra su madre. La VFP
que ejercen los menores se debe al proceso de aprendizaje vicario de
los mismos que, interiorizan el rol ancestral de la mujer como persona
sumisa a la autoridad masculina. Basándonos en esta teoría, la interven-
ción radicaría en fomentar el cambio y control de los aspectos persona-
les y de las influencias sociales para así modificar la conducta emitida.

Modelo ecológico anidado aplicado a la VFP (Cottrell y Monk,


2004)
Es un desarrollo de la Teoría ecológica de Bonfenbrenner. Así la
persona y la familia se ven afectadas en la violencia por diferentes
subsistemas:

• Macrosistema: son los valores culturales y sistemas de creencias


que consienten, influencian y legitiman el uso de la violencia
contra otros.
• Exosistema: son aquellas estructuras sociales que condicionan el
funcionamiento individual y familiar para crear un ambiente en
el que es exacerbado el uso de la violencia.
• Microsistema: son los patrones interactivos que contribuyen a la
violencia y que pueden incluir dinámicas de poder desequilibra-
das, estilos negativos de comunicación y limitadas habilidades
de resolución de conflictos.
• Ontogenia: son las características individuales y las experiencias
que el individuo abusivo aporta a la relación.
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VIOLENCIA FILIO-PARENTAL

Teorías feministas aplicadas a la VFP


Ullman y Straus (2003) refieren que la teoría feminista identifica la
configuración de la violencia socialmente estructurada de los hombres
y la desigual división de las tareas de cuidado de los niños y de la casa
que pone a las madres en mayor riesgo de ser atacadas físicamente
por sus hijos.
Pero, aunque en algún momento la teoría feminista haya considera-
do la VFP como un subtipo de violencia de género, existen una serie
de características que hacen que no pueda ser clasificada como tal.
Frente a la violencia de género, la víctima no puede elegir separarse de
su agresor, no puede abandonarle. No existe esperanza para el cambio
(Holt, 2013). En este tipo de violencia no es el perpetrador quien tiene
más recursos, es la víctima quien posee más, si no en términos físicos,
sí en recursos económicos y sociales.

Modelos basados en características individuales y/o familiares


La sociedad ha retrasado el momento en que lo niños deben con-
tribuir al bien común, adoptando roles de responsabilidades.
Los roles hombre-mujer se difuminan, cada vez hay más divorcios
y chicos viviendo con sus madres.
La sociedad ha perdido el objetivo principal de toda educación
humana: crear conciencia, desarrollar un fuerte código moral acerca
de lo que está bien y lo que está mal.

4. EVALUACIÓN DE LA VIOLENCIA FILIO-PARENTAL

Entrevista clínica
La entrevista englobará aspectos propios del menor y del entorno
familiar, y que no necesariamente han de estar ligados al problema de
la VFP, como pueden ser los recursos de afrontamiento, nivel de apoyo
social, expectativas, etc.

Cuestionarios estandarizados
• Evaluación multifactorial y multisintomática
BASC: Behavior Assessment System for Children (Reynolds y Kam-
phaus, 1992). Evalúa numerosos aspectos del comportamiento y la
personalidad del adolescente, midiendo tanto dimensiones positivas
(adaptativas) como negativas (clínicas).

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TAMAI: Test Autoevaluativo Multifactorial de Adaptación Infantil


(Hernández-Guanir, 1983). Permite recoger información de la adapta-
ción del adolescente a nivel personal, social y familiar.
SCL-90-R: Symptom Checklist-90-R (Derogatis, 1994). Diseñado para
evaluar alteraciones psicopatológicas y psicosomáticas con 90 ítems.
16 PF-APQ: 16 PF Adolescent Personality Questionnaire (Schuerger,
2001). Las escalas primarias que evalúa son: afabilidad (A), razona-
miento (B), estabilidad emocional (C), dominancia (E), animación (F),
atención a las normas (G), atrevimiento (H), sensibilidad (I), vigilancia
(L), abstracción (M), privacidad (N), aprensión (O), apertura al cam-
bio (Q1), autosuficiencia (Q2), perfeccionismo (Q3), tensión (Q4).
Asimismo, las dimensiones globales que contempla son extraversión,
ansiedad, dureza, independencia y autocontrol.
EPQ-A y J: Eysenck Personality Questionnaire-Junior (EPQ-J) and
Adult (EPQ- A) (Eysenck y Eysenck, 1975). Permite obtener una medida
«clásica» de la personalidad, asentando sus fundamentos en el enfoque
tradicional de Eysenck en el que la personalidad inicialmente se divide
en dos dimensiones, neuroticismo y extraversión, a la que posterior-
mente Eysenck (1952) añadió una tercera, la dimensión psicoticismo.
16 PF-5: Cuestionario factorial de personalidad (Cattell, Cattell y
Cattell, 1993). Este instrumento de 185 ítems está destinado a arrojar
una medición de los principales componentes de la personalidad.
CUIDA: Cuestionario para la evaluación de adoptantes, cuidado-
res, tutores y mediadores (Bermejo, F. A., Estévez, I., García, M. I.,
García-Rubio, E., Lapastora, M., Letamendía, P., Parra, J. C., Polo, A.,
Sueiro, M. J. y Velázquez de Castro, F., 2006). Instrumento diseñado,
principalmente, para evaluar la capacidad de una persona para propor-
cionar la atención y el cuidado adecuado a un hijo.
• Evaluación de variables específicas
STAXI-NA: Inventario de expresión de ira estado-rasgo en niños y
adolescentes (Spielberger, 2005). Pretende evaluar de forma precisa y
con cierta objetividad la ira.
CAST: cannabis abuse screening test (Legleye, 2007). Presenta resul-
tados robustos desde el punto de vista psicométrico que podrían servir
para determinar la prevalencia del consumo problemático de Cannabis.
• Cuestionarios específicos para evaluar VFP
CTS: Conflict Tactic Scale (Strauss, 1979). Evalúa la frecuencia y tipo
de estrategias de manejo de conflictos en el hogar.

250
VIOLENCIA FILIO-PARENTAL

5. TRATAMIENTO DE LA VIOLENCIA FILIO-PARENTAL


La financiación europea con los programas DAPHNE ha facilitado al
programa Responding to child-to-parent violence un intento de realizar
una futura evaluación de efectividad a nivel europeo.

Intervenciones familiares
Es el más aconsejable en la mayoría de las situaciones, puesto que
permite evaluar el conflicto en su conjunto e incidir sobre todas las
partes. El que todos acudan y se impliquen en el tratamiento permite
valorar en el otro el esfuerzo por mejorar un conflicto del que todos
forman parte.
Tratamiento centrado en aspectos relacionados con la imposición
y cumplimiento de normas y límites, con la afectividad, con el control
de impulsos y agresividad, con habilidades inadecuadas de comunica-
ción, etc. Además de fortalecer y diferenciar el rol parental del de los
hijos, junto con el incremento de la percepción de apoyo al o a los
progenitores.

Intervenciones en programas estructurados


Son más económicos que la intervención individual. El personal
de los mismos normalmente se encuentra más formado. La efectividad
puede ser evaluada con mayor rigor. Hay otro factor que redunda en
beneficio del profesional, como es el trabajo en equipo, la supervisión,
consejo y apoyo que este ofrece.

• Tipos de programas estructurados


Break4change (2009). Programa de origen británico en el que, de
manera estructurada y separada, se interviene tanto con los padres
como con los hijos. La intervención con los progenitores se basa en
el empoderamiento de los mismos, así como en la gestión emocional
del conflicto.
Las sesiones de trabajo con los adolescentes inciden en aspectos
tales como las habilidades del desarrollo (inteligencia emocional, es-
trategias conductuales).
Es un programa de aplicación en el ámbito de la Justicia juvenil.
Step up (1997). Este programa, perteneciente a la sanidad de Esta-
dos Unidos, se basa en modelos teóricos cognitivo-conductuales y se
marca como objetivos el cambio de actitudes y creencias, tanto en los
padres como en los hijos, que sustentan la violencia.
251
Javier Urra Portillo

Speaking family therapy. Programa de nacionalidad australiana,


encuadrado en los modelos teóricos de la terapia psicodinámica y la
teoría familiar de sistemas. Está incluido en los servicios sanitarios para
jóvenes y familias.
Non-violent resistance. Programa de origen israelí, mejorado y apli-
cado en Reino Unido, y basado en la teoría general de sistemas. Intenta
implementar la autoridad parental a través de técnicas de resistencia
no violenta.

• Programas residenciales con intervenciones familiares


Son programas de intervención para mediar cuando el conflicto es
tan elevado que los actores que lo padecen han llegado a un nivel de
tensión tal que no pueden convivir juntos durante un primer momento
ya que existe riesgo real para ellos. Se produce con los hijos e hijas
adolescentes que, además de presentar las conductas propias de la
VFP, están emitiendo un enorme número de conductas disruptivas que
están poniendo en riesgo su propia integridad.
Colonia San Vicente Ferrer (2010). El programa, basado en princi-
pios cognitivo-conductuales, tiene como objetivos el cambio de acti-
tudes y creencias tanto de los padres como de los hijos. La duración
del tratamiento se ajusta al tiempo que el menor tiene impuesto en su
medida judicial.
Programa ARRMI (2012). Programa de intervención gestado de la
colaboración entre la Agencia para la Reinserción y Reeducación del
Menor Infractor y la Clínica Universitaria de Psicología de la Universi-
dad Complutense de Madrid.
Establecido bajo los principios teóricos cognitivo-conductuales.
Amalgama7. Utilizan el modelo de Comunidad Terapéutica. Tra-
bajan con los menores entre 12 y 24 meses de ingreso residencial con
tratamiento psicoeducativo y terapéutico.
Programa recURRA-GINSO. Se articula a través de modelos motiva-
cionales de cambio en adolescentes y padres.

Intervenciones basadas en proceso motivacionales


El modelo transteórico de Prochaska y DiClemente (1982). Desde
su experiencia clínica constataron que los procesos de cambio seguían
una serie de etapas motivacionales.
Teniendo en cuenta que las recaídas, en este caso conductuales,
forman parte del proceso y no nos devuelven necesariamente a la si-
252
VIOLENCIA FILIO-PARENTAL

tuación inicial. La experiencia señala que este proceso es relativamente


rápido para los adolescentes y no tanto para sus padres.

6. CONCLUSIONES GENERALES OBTENIDAS


DE LAS PRUEBAS OBJETIVAS
El análisis de los datos muestra a unos menores con baja expresión
de la emocionalidad, dureza emocional alta y un elevado grado de sin-
ceridad. Irritabilidad y bajo control de la ira, junto con la percepción de
ser poco eficaces, manifestar baja autoestima, altos niveles de angustia
y bajo ajuste personal. Parece que estamos hablando de un niño con
ausencia de límites y muy centrado en sus propias necesidades.
Puntúan significativamente la necesidad de búsqueda de sensacio-
nes y un locus de control externo. Estos adolescentes se encuentran
más en la acción que en la reflexión. Nada ayuda el alto rechazo a lo
escolar y un consumo de drogas de alto riesgo.
Sus padres les perciben muy negativamente, pero señalan que sus
hijos fuera del ámbito familiar no son tan inadecuados como lo son
dentro del mismo.
Los padres presentan un gran sufrimiento emocional, especialmente
las madres. Estas manifiestan una inestabilidad emocional muy superior
a los padres.
Los padres varones por su parte manifiestan debilidad y miedo.

7. LOS RESULTADOS DEL TRATAMIENTO


Programa RECURRA-GINSO. 506 Jóvenes residentes
Con una media de estancia de 10 meses.
La valoración se realiza entre un equipo técnico compuesto por
el/la psicólogo/a, dos de los educadores de referencia del residente,
el/la trabajador/a social y supervisada por el director y el subdirector.
Valoración del resultado del tratamiento en función de la consecu-
ción de objetivos:
Escasa/
Éxito Muy alta Media Baja
nula
12,35 37,65 23,53 14,71 11,76

Para la extracción de estos datos se ha evaluado la consecución de


objetivos personales, relacionales y familiares.

253
Javier Urra Portillo

Apreciaciones terapéuticas
1. Detectamos resistencia al cambio por parte de los progenitores.
2. A raíz del trabajo terapéutico con la familia emergen dificultades
que aconsejan la intervención individualizada con alguno de sus
miembros.
3. Las familias acuden a nosotros tras un largo recorrido por dis-
tintos profesionales y recursos.
4. Los diagnósticos previos más frecuentes con los que acuden a
nosotros son, en los hijos: trastorno negativista desafiante, TDAH
y trastornos de personalidad (antisocial o límite). En los padres
y madres se dan con mayor frecuencia trastornos depresivos y
ansiosos.
5. Las principales dificultades que nos encontramos están relacio-
nadas con la adaptación a la etapa de la adolescencia, el manejo
de los límites, la comunicación, saber ponerse en el lugar del
otro y expresar emociones de forma adecuada.
6. En la mayoría de los casos los adolescentes ejercen violencia
(verbal, material, económica, psicológica y física) avanzando en
la escalada frente a la ausencia de límites claros por parte de
los adultos responsables.
7. En una gran proporción se ve afectado el ámbito académico, pre-
sentando bajo rendimiento, faltas a clase y conductas disruptivas.
8. Suelen juntarse con un grupo de iguales conflictivo con el que
inician el consumo de tabaco, alcohol y cannabis.
9. Encontramos que un 20% de ellos han cometido pequeños deli-
tos (hurtos, actos de vandalismo, tenencia de estupefacientes…).

• Características de los padres


1. Los conflictos existentes en las familias tienen una trayectoria lar-
ga en el tiempo. Quizá no el conflicto padres-hijos, sino conflictos
entre los padres y conflictos personales de cada progenitor en
particular, que dificultan una adecuada educación de los hijos.
2. Un gran número de padres presentan dificultades emocionales,
están más pendientes de sus carreras profesionales y no saben
ejercer su rol de autoridad, intentando la mayoría de las veces
resolver los conflictos con los hijos desde un plano de igualdad.
3. La culpa que sienten los padres por la atención disfuncional
hacia sus hijos tratan de compensarla cediendo a todas sus pe-
ticiones, provocando una pobre tolerancia a la frustración en los
mismos.

254
VIOLENCIA FILIO-PARENTAL

4. Hay padres separados que mantienen una guerra abierta y en


la que utilizan a los hijos para hacerse daño mutuamente. Los
chicos se alían con quien les interesa.

• Características de los menores


1. Un porcentaje importante de los menores han sufrido acoso
escolar en años anteriores a presentar la problemática familiar.
2. Un gran porcentaje de las chicas manifiesta haber tenido rela-
ciones sexuales con sus parejas por el hecho de no ser abando-
nadas por ellos.
3. Se advierten unas pautas de relación chicos-chicas machistas,
asumidas tanto por ellos como por ellas.
4. Frecuencia muy alta de consumo y de abuso de sustancias tó-
xicas entre los menores, sobre todo de marihuana y hachís. Es
menor en cocaína y otras sustancias.
5. Gran desconocimiento, por parte de los jóvenes, de los com-
portamientos de riesgo y sus consecuencias, sobre todo en el
abuso de sustancias tóxicas y los comportamientos sexuales (no
utilizan métodos anticonceptivos, gran promiscuidad…).
6. Menores que no respetan la figura adulta como figura de refe-
rencia, al entender que si no respetan a sus padres no han de
respetar a otros adultos.

• Proceso terapéutico
1. La evolución del proceso terapéutico depende de la evolución
que sigan tanto los progenitores como los menores. Si alguna
de las partes no se implica o no evoluciona, es difícil que la
situación mejore significativamente. Quizás sea más necesario
el cambio en los padres, pues son los que luego tienen más
opciones de mantener el equilibrio en sus hogares.
2. El gran número de menores adoptados que han pasado por
Campus Unidos permite apreciar que existen ciertas característi-
cas propias de los mismos tales como: problemas de vinculación
(por exceso y por defecto), una mayor dificultad en el logro de
identidad al preguntarse por sus familias de origen, una mayor
sensación de culpabilidad al atribuir tanto los padres como ellos
a factores genéticos sus problemas conductuales, sentimientos
de soledad, miedo continuo al abandono, padres defraudados
en su proceso de paternidad, motivaciones narcisistas en los
deseos de paternidad de los padres que terminan en frustración.

255
Javier Urra Portillo

Conclusiones grupo de hermanos


Después de varias sesiones con los hermanos de los residentes,
podemos extraer algunas conclusiones:
• La mayoría coincide en no poder desahogarse en la familia.
• La mayoría coincide en la condición de no-normalidad de sus
hermanos. Arma de doble filo (1. estigma/etiqueta al hermano
2. promueve obtener ganancias secundarias de utilizar su condi-
ción como chantaje: «Como no soy normal, hago lo que quiero
o recibo un trato diferencial»).
• Percibimos distintos roles en los hermanos: el más frecuente es
el paternalizado.
• La mayoría de los hermanos perciben estilos educativos paren-
tales muy distintos, lo que crea frecuentes discrepancias.
• Todos expresan claramente las dificultades comunicativas en el
hogar.
• La mayoría de los hermanos señalan que hay un patrón de
conducta estereotipado en sus padres que se mantiene hasta la
saciedad, siendo frecuentemente ineficiente.
• Algunos hermanos refieren cierto desgaste y agotamiento res-
pecto al conflicto.
• Sentimientos de miedo y preocupación ante las autolesiones.
Escasa percepción de control.

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