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SEXUALIDAD A IMAGEN DE DIOS

1 Corintios 6:12–20

En nuestros días el tema de la sexualidad sigue siendo un tabú, aun en la


iglesia muchos hombres de Dios no se atreven a exponerlo abiertamente,
cierto es que no se puede impartir una clase de matemáticas avanzadas a
niños de primaria, pero el apóstol Pablo dice que el alimento solido es para
quienes han alcanzado madurez.

Considero que el tema de la sexualidad muchas veces no está en la agenda


de los maestros de la iglesia no por considerarlo un asunto delicado, sino
porque demuestran cierta debilidad y falta de conocimiento sobre el mismo.

El obviar el tema de la sexualidad del programa de enseñanza no vuelve una


iglesia más santa y más pura, esto solo abre espacios por medio de los
cuales el diablo introduce a la iglesia la basura del infierno.

En la actualidad muchos adolescentes y aun muchos matrimonios se


encuentran en una encrucijada, en un mar sin salida, viviendo una vida
espiritual mediocre, como resultado de una práctica sexual indecorosa.

La biblia dice que el siervo de Dios debe estar preparado, dispuesto para
toda buena obra, si el diezmo es una de las enseñanzas que más resalta en
los pulpitos y los ministros son tan audaces para hablar de dinero, el tema
de la sexualidad reviste igual importancia, y no puede pasarse por alto.
Si la Iglesia no aborda los problemas sexuales del día, no sólo pierde su
relevancia sino que deja abierta la conversación a personas que sí se
sienten libres para hablar del tema.

Por eso los líderes cristianos cometemos tres errores respecto a la sexualidad
humana: No hablamos del tema, no valoramos la sexualidad, no damos
ejemplo positivo de este aspecto.

Al no hablar de la sexualidad, dejamos que el mundo — en vez de la


Palabra de Dios — establezca el orden del día de nuestra manera de
entender y practicar la sexualidad.

Al no valorarla — o, mejor dicho, al predicar sólo en contra de las relaciones


sexuales fuera del matrimonio y no a favor de estas relaciones dentro del
matrimonio — dejamos que el mundo nos represente como los aguafiestas
que odian el placer. Y por no practicar la sexualidad como Dios quiere
dentro del matrimonio ordenado por Dios, no mostramos al mundo la
bendición del matrimonio y cómo contribuye a la prosperidad humana.

Quiero tratar con ustedes hoy una teología bíblica de la sexualidad humana,
centrándome en nuestra creación a la imagen de Dios. Tal vez usted nunca
ha pensado en la sexualidad en términos de la teología. Pero nuestras
creencias dan forma a nuestro comportamiento y nuestras más profundas
creencias las forman más eficazmente. Si la teología es lo que creemos
más profundamente acerca de Dios, entonces eso determinará nuestras
actitudes hacia la sexualidad humana, como también nuestra práctica de la
misma.
LA BIBLIA Y LA SEXUALIDAD HUMANA

La Biblia cuenta historias sobre la creación de la humanidad como hombre y


mujer, y también de cómo los hombres y las mujeres han usado y abusado
de su sexualidad (por ejemplo, Génesis 1:26-28; 2:7,18-25; 3:16-20). Presenta
parámetros para el comportamiento sexual a través de mandamientos
morales y leyes sociales (por ejemplo, Éxodo 20:14; Levítico 18:1-30).

En la Biblia se usan proverbios y poemas para celebrar la sexualidad


conyugal y advertir contra el adulterio (por ejemplo, Cantar de los
Cantares; Proverbios 7:1-27; 31:10-31); y presenta la sexualidad humana
como una parábola de la relación entre Dios y el hombre (por ejemplo,
Oseas 2:2-23; Efesios 5:32; Apocalipsis 19:6-9).

La Iglesia ha enseñado que el matrimonio de por vida entre un hombre y


una mujer es moralmente normativo. Se trata de una relación de dos que
“Dios ha unido” en “una sola carne” (Génesis 2:24; Mateo 19:4-6). Por lo
tanto, los comportamientos sexuales fuera de esa relación moralmente
normativa son pecaminosos y están bajo el juicio de Dios (por ejemplo,
1 Corintios 6:9-20).

Hoy, sin embargo, algunos revisionistas afirman que muchas formas de


relación sexual — no sólo el matrimonio — son moralmente aceptables.

Ellos argumentan que los santos del Antiguo Testamento tuvieron muchas
esposas y concubinas (por ejemplo, Abraham, Jacob, Salomón). ¿No es así
que la Ley regula, y por lo tanto supone la aceptabilidad del concubinato
(Éxodo 21:7-11), la poligamia (Éxodo 21:10; Deuteronomio 21:15-17), el
levirato (Deuteronomio 25:5-10), y el divorcio (Deuteronomio 24:1-4)? Dada
esta diversidad de enseñanza bíblica, los revisionistas sostienen que los
tradicionalistas se equivocan al afirmar que el matrimonio (es decir, la unión
de por vida de un hombre y una mujer) es moralmente normativo, basado
en la enseñanza bíblica. Además, en su opinión, dada esta diversidad, hay
pocas razones para negar el matrimonio a parejas del mismo género, a pesar
de las muy claras prohibiciones bíblicas (por ejemplo, Levítico 18:22; 20:13).
Ellos preguntan: “Si la iglesia de hoy no tiene en cuenta lo que la Biblia dice
acerca de concubinato, la poligamia y el levirato, ¿por qué debemos
considerar lo que dice la Biblia sobre la homosexualidad?”

LA HERMENÉUTICA DE JESÚS SOBRE LA SEXUALIDAD HUMANA

Para refutar tales argumentos revisionistas, debemos prestar mucha atención


a la hermenéutica de Jesús sobre la sexualidad humana. En una ocasión,
algunos fariseos se acercaron a Él “para probarlo” sobre la legalidad del
divorcio (Mateo 19:1-12; Marcos 10:1-12).

A diferencia de muchos de los fariseos que permitían el divorcio por casi


cualquier razón, Jesús lo prohibió, “excepto en caso de infidelidad conyugal”
(Mateo 19:9).

La explicación de Jesús sobre esta prohibición emerge de su relato


hermenéutico de la Biblia, una hermenéutica basada en los movimientos de
la Creación, la Caída, y la Redención.

En primer lugar, Jesús remonta las raíces del matrimonio a la Creación. Sus
argumentos tienen como fin responder a los fariseos, cuyo débil punto de
vista acerca del divorcio perjudicaba desproporcionadamente a las mujeres:
en el principio el Creador los hizo “varón y mujer” y dijo: “Por esto el hombre
dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una
sola carne” (Mateo 19:4-6; Génesis 1:27 y 2:24).1

En segundo lugar, Jesús explicó el divorcio en términos de la Caída. “Por la


dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres;
mas al principio no fue así” (Mateo 19:08, énfasis añadido). Lejos de expresar
la intención de Dios para la sexualidad humana, el divorcio expresa el
pecado humano. La Ley puede hacer concesiones legales para el divorcio,
pero la Ley no lo considera moralmente normativo.

En tercer lugar, la Redención hace posible que las personas conformen su


sexualidad a la norma moral de Dios revelada en la Creación. Los discípulos
de Jesús, reflejando un punto de vista misógino sobre las mujeres, se
quejaron acerca de su prohibición del divorcio por cualquier razón excepto la
infidelidad conyugal: “Si así es la condición del hombre con su mujer, no
conviene casarse.”

Jesús respondió: “No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a
quienes es dado” (vv. 10,11). Según Él, la alternativa moralmente aceptable
de contraer matrimonio es el celibato (vv. 11,12).

Como discípulos de Jesús, hoy, nosotros somos aquellos a quienes ha dado


“esta palabra”. Nos corresponde, entonces, tanto la interpretación de la
sexualidad humana como la hizo Jesús como también la obediencia sus
enseñanzas. Jesús arraigó su enseñanza sobre la sexualidad humana en la
Creación, así que echaremos un vistazo más de cerca a las narraciones
bíblicas acerca de la Creación.

UNIDAD EN LA DIFERENCIA
La Biblia comienza con dos relatos sobre la creación del mundo (Génesis
1:1—2:3) y de sus habitantes humanos (2:4-25). Cada uno contiene una
declaración importante sobre la sexualidad humana.

• “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y


hembra los creó” (1:27).

• “Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer,


y serán una sola carne” (2:24).

Estos versículos enseñan que Dios hizo la humanidad a su imagen. El aspecto


relacional de la imagen de Dios arroja luz sobre la sexualidad humana. Según
Génesis 1:26,27 y 5:1,2, la imagen de Dios no es el hombre separado de la
mujer, ni la mujer separada del hombre, sino hombre y mujer en relación
uno con el otro. La imagen de Dios es “unidad en la diferencia”. La Biblia
expresa la unidad de la imagen de Dios con la palabra hebrea adam
(“hombre” o “humanidad”), y expresa la diferencia con las palabras hebreas
zakar (“macho”) y neqevah (“hembra”). Unidos en su diferencia sexual, los
hombres y las mujeres constituyen la humanidad, que Dios creó a su imagen.

Esta verdad tiene grandes repercusiones en nuestra teología de la sexualidad


humana. En primer lugar, las diferencias sexuales del varón y la mujer son
buenas. Al final de la primera narración de la Creación, Dios mira todo lo que
ha hecho y dice que es “muy bueno” (Génesis 1:31). Aquí no hay espacio
para machismo o feminismo, como si Dios tuviera una imparcialidad hacia
uno u otro género o intentara eliminar las diferencias entre ellos. Él
amorosamente creó a ambos. Ambos son el resultado de su elección.

En la segunda narración de la Creación, Dios crea al hombre del “polvo de la


tierra” y a la mujer de “una costilla del hombre” (2:7,21,22). En ningún caso
Dios consulta con el uno u el otro. Los hace hombre y mujer porque le
agrada hacerlo.

En segundo lugar, nuestras diferencias sexuales nos dirigen a la unidad el


uno con el otro. En la segunda narración de la Creación, Dios crea primero a
Adán, pero declara: “No es bueno que el hombre esté solo. Le haré ayuda
idónea para él” (2:18). Así que Dios crea una “ayuda idónea para [Adán]”
(2:18,20). La frase hebrea es ezer kenigdo. En otras partes, la palabra ezer se
utiliza para describir a Dios (por ejemplo, Deuteronomio 33:29; Salmo
118:6,7; Hebreos 13:6, refiriéndose al Salmo 118:6,7). Eva no es inferior a
Adán porque ella es su ayudante, como tampoco Dios es inferior a nosotros
porque Él es nuestro Ayudador. La palabra kenigdo indica la
complementariedad; es decir, la diferencia entre iguales que se necesitan
mutuamente. Eva es diferente de Adán, pero no de menos valor. Los
animales, por el contrario, son diferentes de Adán y Eva, y de menor valor.

Anatómicamente y biológicamente, el hombre y la mujer se complementan;


son adecuados entre sí. Su relación es generativa. Dios bendice la unidad en
la diferencia de hombres y mujeres y les ordena: “fructificad y multiplicaos”
(Génesis 1:28). Este hecho sirve para explicar la oposición de Pablo a la unión
homosexual, en Romanos 1:26,27. El pecado lleva tanto a mujeres como a
hombres a “intercambiar” y “abandonar” las “relaciones naturales por las que
son contra la naturaleza. La humanidad pecadora busca la unidad sin
diferencia. No es sorprendente que la relación se caracterice por la inutilidad
en vez de la habilidad de generar (Romanos 1:21).

En tercer lugar, la unidad en las diferencias sexuales nos dirige a Dios. La


Biblia presenta el matrimonio como una imagen de lo que nuestra relación
con Dios debe ser y el adulterio como una imagen de lo que con frecuencia
es esa relación (por ejemplo, Oseas 2:2-23). En Efesios 5:31,32 Pablo se
refiere a Génesis 2:24 —los dos “serán una sola carne”— como un gran
“misterio” respecto a la relación de Cristo y la iglesia.

Nuestra unidad en las diferencias sexuales es un don que nos mueve a


alabar humildemente al Dador. Para los que siguen a Cristo no puede haber
separación entre sexualidad y espiritualidad. Dios los diseñó para que se
refuercen mutuamente.

COMUNICACIÓN, CELEBRACIÓN, CREACIÓN


Dios creó a la humanidad a su imagen. La relación entre el hombre y la
mujer expresa esta imagen a través de la unidad en la diferencia. ¿Cómo
nuestra sexualidad refleja la personalidad de Dios? ¿Y cómo su personalidad
forma sus propósitos para nuestra sexualidad?

COMUNICACIÓN

En primer lugar, Dios se comunica. El primer relato de la creación pone de


relieve este hecho, con la frase “dijo Dios” (Génesis 1:3,6,9,11,14,20,24,26,29).
Con su sola palabra y de la nada Dios dio existencia a la creación. Luego
habló directamente a sus criaturas humanas, usando palabras para bendecir,
ordenar, y dar (1:28,29).

Antes de la Caída, Dios habló cara a cara con la humanidad. Antes de que el
pecado entrara en el mundo, Adán y su mujer “estaban ambos desnudos… y
no se avergonzaban” (2:25). Después de la Caída, sin embargo, se
escondieron de Dios por temor. “Oí tu voz en el huerto —dijo Adán— y tuve
miedo, porque estaba desnudo” (3:10).

La Biblia cuenta la historia de cómo Dios reanuda la comunicación cara a


cara con nosotros a través de Jesucristo. Inspirándose en el primer relato de
la Creación, Pablo escribe: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas
resplandeciera la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para
iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2
Corintios 4:6). Pero ese glorioso conocimiento es parcial en esta vida. Pablo
escribe: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; pero entonces veremos cara
a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como fui conocido”
(1 Corintios 13:12). ¿Cuán tierno será este conocimiento? Según Juan, en la
Nueva Jerusalén, “[Dios] enjugará toda lágrima de los ojos [de los creyentes]”
(Apocalipsis 21:4). Imagine a una madre que consuela a su hijo, y usted
tendrá una imagen poderosa e íntima de cómo Dios consolará a su pueblo
cuando lo vean cara a cara.

Dios creó la relación entre el hombre y la mujer según el modelo de su


propia forma de comunicación. Esta forma de comunicación incluye el habla,
pero va más allá del habla al conocimiento personal, que es no verbal.
Génesis 4:1 usa el verbo hebreo yada (“saber”) para describir la unión de
Adán y Eva. El conocimiento era sexual, razón por la cual la Nueva Versión
Internacional traduce yada en el versículo uno como que Adán “se unió” a su
mujer Eva. Pero esa unión sexual no era sólo física. Era también social,
espiritual y emocional. Era el conocimiento de otra persona al nivel más
íntimo.

La unión sexual de marido y mujer es tan íntima que la Biblia dice: “los dos
serán una sola carne” (Génesis 2:24). Pablo usa esta intimidad de una sola
carne como una ilustración de la comunicación cara a cara que Dios quiere
tener con su pueblo. Se trata de un gran misterio “respecto de Cristo y la
iglesia” (Efesios 5:32). La sexualidad humana es una analogía del íntimo
conocimiento personal que Dios quiere tener con su pueblo.

Y la relación que Dios quiere tener con su pueblo influye en la manera de


pensar de los cristianos acerca de la sexualidad humana. La relación sexual
humana es una forma de comunicación. Une al marido y la mujer en el
ámbito más íntimo. Esta unión íntima es el principal propósito de la
sexualidad humana.

CELEBRACIÓN

En segundo lugar, Dios celebra. Dios creó el placer y Él se complace. “Jehová


tiene contentamiento en su pueblo” (Salmo 149:4). Y Él da placer. Jesús dijo:
“A vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lucas 12:32). El salmista cantó:
”En tu presencia hay plenitud de gozo: delicias a tu diestra para siempre”
(Salmo 16:11).

Es una blasfemia decir que Satanás creó el placer. La marca Playboy del
hedonismo es una imitación barata y pobre sustituto de la clase de placer
que Dios quiere que experimenten sus hijos, no sólo en la relación con Él
sino también en la relación con su cónyuge.

Es verdaderamente cristiano celebrar la vida y aceptarla. Pablo escribe: “Si,


pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de
Dios” (1 Corintios 10:31). Cuando los creyentes celebramos el don de Dios de
la salvación, lo hacemos para la gloria de Dios. Cuando celebramos que Dios
suple nuestras necesidades, lo hacemos por Él. Y cuando los creyentes
celebramos nuestra sexualidad, damos gracias al Dios que creó ese aspecto
de nuestra vida.

Al escribir a Timoteo, entre las “doctrinas de demonios” Pablo menciona la


prohibición del matrimonio (1 Timoteo 4:1-3). Por el contrario, argumenta:
“todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con
acción de gracias, porque por la palabra de Dios y por la oración está
santificado” (vv. 4,5).

El beneficio más inmediato de la sexualidad humana es el placer. Dios creó la


relación matrimonial de esposo y esposa para que den y reciban placer. No
hay nada pecaminoso en este dar y recibir. Más bien, es un segundo
propósito de la sexualidad humana.

CREACIÓN

En tercer lugar, Dios crea. Él creó el mundo, lo bendijo, y luego ordenó a sus
habitantes que fructificaran, tanto a los habitantes animales (Génesis 1:22)
como a los habitantes humanos (1:28). Dios creó seres que se procrean.
Este es el tercer propósito de que Dios creó la sexualidad humana. La
procreación es un propósito evidente de la relación sexual. Ese es el motivo
de que todos estamos aquí. Sin ella no habría niños en el mundo.

La Iglesia Católica Romana enseña que la anticoncepción es pecado.2 La


sociedad occidental a veces va al extremo opuesto y ve negativamente la
procreación. Portavoces de gran alcance en los medios de comunicación
retratan la maternidad como una carga financiera, un obstáculo a la libertad
y el placer, e incluso irresponsabilidad para con el medio ambiente.

Creo que la anticoncepción es un asunto de libertad cristiana. Cada pareja


tiene la opción de decidir si la usa o no. (Esa misma libertad no se aplica a la
elección del aborto, el cual es pecado.)3

Sin embargo, a veces me preocupa que muchos cristianos casados han


adoptado el punto de vista negativo de la sociedad occidental acerca de la
maternidad. Si Dios bendijo la sexualidad humana y ordenó al hombre y la
mujer: ”fructificad y multiplicaos” (Génesis 1:28), ¿no deberían los cristianos
ser parciales a favor de la procreación en vez de ser parciales ante la
anticoncepción?

LA ESPIRITUALIDAD DE LA SEXUALIDAD

En las dos secciones anteriores he descrito los fundamentos teológicos del


punto de vista cristiano de la sexualidad humana. El hombre y la mujer
reflejan la imagen de Dios a través de su unidad en la diferencia. Los
propósitos de su unión sexual son la comunicación íntima, la celebración del
placer sexual, y la creación de una nueva vida. En esta sección, ofrezco
sugerencias sobre cómo los creyentes debemos vivir nuestra sexualidad
todos los días. La espiritualidad es “teología vivida”, por lo que esta sección
examina la espiritualidad de la sexualidad.

LAS DIFERENCIAS

En primer lugar, tenemos que cultivar nuestras diferencias como hombres y


mujeres. Dios creó estas diferencias para fomentar la intimidad, el placer, y la
procreación. Por lo tanto, son buenos.

La diferencia no implica superioridad ni subordinación. Por el contrario, en el


matrimonio la diferencia implica la sumisión mutua (Efesios 5:21), la
interdependencia (1 Corintios 11:11,12), y la reciprocidad de derechos y
responsabilidades respecto a la relación sexual (1 Corintios 7:1-7).

A la luz de esta mutualidad, interdependencia, y reciprocidad, podríamos


decir que cada cónyuge es ezer kenigdo hacia el otro.

AFIRMACIÓN

En segundo lugar, tenemos que afirmar nuestra sexualidad y no


avergonzarnos de ella. Desde la Caída, la vergüenza ha caracterizado a la
sexualidad humana (compare Génesis 2:25 y 3:10). La vergüenza adopta
muchas formas. Para muchos en nuestra cultura, la vergüenza adopta la
forma de promiscuidad y perversión (Filipenses 3:19). Para otros, es la
vergüenza de su cuerpo. Hay creyentes que sienten vergüenza en la noche
de su boda, a pesar de que son vírgenes.4
La afirmación —incluso el regocijo— debe caracterizar la experiencia cristiana
de la sexualidad, no la vergüenza. En el relato de la Creación, Dios cubrió
con ropa la vergüenza de Adán y Eva (Génesis 3:21), una disposición divina
de la privacidad cuando se trata de cómo debemos usar nuestro cuerpo. A
puerta cerrada, sin embargo, el lecho matrimonial es “sin mancilla” (Hebreos
13:4). Los esposos cristianos, pues, tienen necesidad de cultivar la alegría y el
placer recíproco en sus cuerpos. La regla de Pablo para los esposos cristianos
en cuanto a las relaciones sexuales es la siguiente: “No os neguéis el uno al
otro” (1 Corintios 7:5)

EL POTENCIAL

En tercer lugar, nosotros tenemos que cultivar el potencial para nuestra


sexualidad. Para las parejas casadas, ese potencial incluye la intimidad sexual
y la procreación (Génesis 1:28; 2:24). Para los solteros, incluye el servicio al
Señor como Él los dirija.

En cuanto a celibato, Jesús habló de los que “se hicieron eunucos por causa
del reino de los cielos” (Mateo 19:12, énfasis añadido). Pablo vio una ventaja
similar para los cristianos que eligen el celibato: “El soltero tiene cuidado de
las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor… La doncella tiene cuidado de
las cosas del Señor, para ser santa así en cuerpo como en espíritu” (1
Corintios 7:32,34, énfasis añadido).

Tanto los cristianos casados como los solteros expresan su sexualidad. Para
las parejas casadas, la expresión es explícita. Los cristianos solteros, sin
embargo, subliman su sexualidad para servir al Señor con toda su atención.
A través de su ministerio de enseñanza y asesoramiento, la iglesia puede
ayudar a los cristianos solteros a determinar la manera de desarrollar su
potencial. La iglesia necesita honrar a aquellos que eligen el celibato de por
vida, porque el celibato es un don espiritual, tanto de parte del Señor como
para el Señor (1 Corintios 7:7). Es necesario alentar y apoyar a los que son
solteros, bien en contra de su elección (por ser divorciados o viudos) o a
pesar de su deseo de casarse. La iglesia tiene que informar a aquellos que
desean casarse de la manera de elegir cónyuge y fomentar un matrimonio
santo (Efesios 5:21-33). Más que informar a esas personas, la iglesia tiene
que proporcionar lugares en que los solteros cristianos que desean contraer
matrimonio puedan encontrar compañía cristiana adecuada. Y tiene que
animar a las parejas casadas a cultivar la fidelidad y la alegría en sus
relaciones, así como también ayudarles a educar a sus hijos “en la disciplina
y amonestación del Señor” (Efesios 6:4).

LOS LÍMITES

En cuarto lugar, tenemos que respetar los límites que Dios pone en las
expresiones de nuestra sexualidad, en vez de transgredirlos. La norma bíblica
es el matrimonio de un hombre y una mujer para toda la vida (Génesis 2:24;
Mateo 19:4-6). Dios no creó la fornicación, la poligamia, el divorcio, la
homosexualidad, o cualquier otra forma de expresión sexual. Él creó el
matrimonio. Cuando observamos los límites divinamente dados de la
sexualidad humana —o cualquier otro límite que Dios establece para la
conducta humana— experimentamos la bendición de Dios. Fuera de esos
límites, sin embargo, podemos tener placer momentáneo, pero a la larga,
viene el juicio de Dios. (Véase el Salmo 1:1-6; Mateo 7:24-27; Gálatas 5:16-
26;. Apocalipsis 21:6-8 para contrastar el destino de aquellos que observan
los mandamientos del Señor y de quienes los transgreden.)

UN MINISTERIO

En quinto lugar, debemos recordar que la relación entre marido y mujer es


una analogía de la relación entre Cristo y la Iglesia. Nuestra sexualidad,
creada a la imagen de Dios, siempre nos lleva al Creador. En Efesios 5:31,32,
Pablo escribe: “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá
a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo
digo esto respecto de Cristo y de la iglesia.”

¿De qué manera el matrimonio nos lleva a nuestro Creador? Tenga en


cuenta que el hombre hace dos movimientos en este pasaje: se aleja de su
padre y su madre y va hacia su esposa. Ambos movimientos encuentran
analogía en la obra de Cristo. ¿No es así que el Señor se aleja de su Padre
para acercarse a nosotros, su novia? A través de la gracia de la Encarnación,
Jesús vive, muere y resucita para unirnos a Dios.

El servicio humilde de Jesús define cómo los esposos cristianos deben


comportarse con su esposa y es la antítesis de la superioridad masculina. La
respuesta de la Iglesia a Jesús define cómo una esposa cristiana debe
someterse a su marido, y es la antítesis de la subordinación de la mujer,
porque es una respuesta de libre elección del amor sacrificado.

La relación de Jesús con nosotros define cómo debemos relacionarnos


mutuamente en el matrimonio. Nuestra relación con nuestro cónyuge es un
retrato vivo de lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. Nuestra
espiritualidad y nuestra sexualidad se iluminan y se refuerzan mutuamente.

CONCLUSIÓN
Dios nos creó a su imagen. Nuestra sexualidad humana se completa
mediante la unidad en las diferencias con nuestro cónyuge. Pero siempre
apunta más allá de nosotros mismos al carácter del Dios que nos hizo de
esta manera. Él diseñó nuestra sexualidad para la comunicación íntima, la
celebración del placer sexual, y la creación de una nueva vida, porque Él es
un Dios que se comunica con nosotros, que celebra la relación con nosotros,
y que crea (y nos vuelve a crear).

Nuestra cultura es inmoral y está espiritualmente perdida. Su comprensión y


práctica de la sexualidad humana es oscura y reforzada por su perdición
espiritual. Al proclamar el evangelio, invitemos a la gente a una relación con
Dios a través de Cristo, pero también debemos enseñar, valorar, y dar
ejemplo de una mejor manera de vivir la sexualidad humana.

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