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ALFONSO R E Y E S
1. N o hay que vivir al día, sino a los siglos, aconsejaba uno de mis
entrañables maestros, Miguel de Unamuno. Y a u n siglo, a casi
cien años, estamos de la aparición primera de "Nuestra A m é r i c a " ,
como se subraya en el título.
No es necesario, n i acaso soportable, que intente u n pleonas-
mo de aquel trabajo mayor, sin duda bien conocido: y n i q u é
decir que intente hacer con él lo que Pierre M e n a r d hizo con
el Quijote gracias a la escritura sobradora de Borges. Sólo voy a
destacar que aquel trabajo conserva plena vigencia; a citar, por-
que es imprescindible, algunas de sus líneas; a reproducir algunas
observaciones martianas que conducen a "Nuestra A m é r i c a " o,
siendo posteriores, lo complementan, y finalmente a compartir
algunas conjeturas nacidas al calor de los cien años del texto.
Ahora bien, de entrada hay que recordar que desde que, entre
1875 y 1877, aparece en M a r t í (quien vivía entonces exiliado en
México y Guatemala) la expresión "nuestra A m é r i c a " para desig-
nar a los países que se extienden del R í o Bravo a la Patagonia,
tal expresión implica para él la existencia de otra A m é r i c a que
no es nuestra, y a la que al menos a partir de 1884 llamará explí-
citamente " l a América europea"; así como que el concepto "nues-
1
"Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y
sus tendencias", en Cuba, Nuestra América, los Estados Unidos, sel. y pról. de
R . F e r n á n d e z Retamar, Siglo X X I , M é x i c o , 1973, p . 130.
2
M e referiré a este ensayo por m i edición, citada en la nota anterior; en
adelante ú n i c a m e n t e i n d i c a r é el n ú m e r o de p á g i n a entre p a r é n t e s i s .
/y* i\i\.rn, yv.
3
"Bases del Partido Revolucionario C u b a n o " , en ibid., p . 27.
4
Citado de m i edición, p p . 79-80.
R U D L R 1 U r r j R . l N r t l N L i r j ¿ r\.rL i /\ivi/\rv
5
Ibid., pp. 92-93.
6
Ibid., p p . 89-90.
xión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino que se
ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión
de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto brutal que los
desprecia [. . .1 Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: —y
mi honda es la de David?.
p r e p a r a y a a n e g a r l e el p o d e r — m e r o f o r t í n de l a R o m a a m e r i c
n a — [. . . ] l a g r a n r e p ú b l i c a d e l N o r t e [ . . . ] e n el d e s a r r o l l o de s
t e r r i t o r i o [ . . . ] h a l l a r á m á s segura g r a n d e z a q u e e n l a i n n o b l e coi
q u i s t a de sus v e c i n o s m e n o r e s , y e n l a pelea m h u a m a n a que ce
l a p o s e s i ó n de ellos a b r i r í a c o n t r a las potencias d e l o r b e p o r el p r
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d o m i n i o del m u n d o .
Cf. supra, n . 4.
nuestra América. ¿Será el casi agonizante siglo x x (en el cual
tuvieron lugar las m á s devastadoras guerras que la humanidad
ha conocido, algunos de sus peores regímenes, crímenes de todo
tipo; que ha visto esfumarse, por mal encauzadas, torcidas o trai-
cionadas ilusiones, sin embargo necesarias, e implantarse de oes-
te a este y de norte a sur, con tergiversadores "colorines", para
volver a u n vocablo martiano, el pragmatismo m á s grosero, la
m á s desembozada codicia, el escarnio del Sermón de la montaña y
el desdén y la explotación implacable de "los oprimidos", de
"los pobres de la tierra"), será este atroz siglo x x u n siglo per-
dido? L a dolorosa vigencia del magistral ensayo "Nuestra A m é -
r i c a " ¿se d e b e r á a que, en cierta forma, hemos sido retrotraídos
a 1891, y la humanidad tiene de nuevo por delante el reparto,
entre u n grupo a ú n m á s pequeño de grandes potencias, del mun-
do ya repartido, la destrucción de los países pobres que osen
oponerse a ello, y quizá una tercera, y última, guerra mundial?
(Fukuyama y otros como él h a r í a n bien en recordar el hecho os-
tensible de que la Primera Guerra M u n d i a l ocurrió entre nacio-
nes de regímenes similares en lo fundamental, no obstante las
mutuas y mentirosas inculpaciones.) ¿Le espera al homo sapiens el
destino de los brontosaurios, los pterodáctilos y tantísimas espe-
cies, con lo que dejaría enteramente este ya muy maltrecho pla-
neta en las manos (es u n decir) de los antiguos concurrentes de
los mamíferos llamados superiores, los casi infinitos insectos, lle-
nos de millonaria paciencia?
M e parece natural que el mayor visionario, en todos los senti-
dos de la palabra, nacido en el Hemisferio Occidental sea nuestro
mayor poeta, J o s é M a r t í . Y por eso cuando entre 1963 y 1965
escribí m i primer trabajo con voluntad rigurosa sobre él, al ha-
blar de "Nuestra A m é r i c a " dije: "Se j u n t a allí el análisis pe-
netrante del científico al vuelo poético del creador de mitos"; y
a ñ a d í después que en aquel texto mayor M a r t í " d i s e ñ a el área,
a la vez real y mítica, de «Nuestra A m é r i c a » " . (No suelo citar-
me, pero en los días que vivimos, razones morales me obligan y
me obligarán a hacerlo.)
Y ahora, después de tantos insectos, crímenes y espantos, me
siento de nuevo en terreno firme, como cada vez que recibo el
aliento sagrado de M a r t í , quien, destinado a las m á s altas empre-
sas del alma, j a m á s cometió la villanía de rehusarse a las tareas
que le correspondían, por nimias que parecieran o fueran. Él, al
igual que su Santa Teresa, sabía que t a m b i é n "entre los puche-
ros anda el S e ñ o r " ; a él no h a b í a que repetirle las palabras del
Evangelio de San Juan: " S i a tu hermano, a quien ves, no amas
a Dios, a quien no ves, ¿cómo vas a amar?".
Vengo de u n archipiélago nombrado en la cartografía eurc
pea al menos desde 1367, cuando n i n g ú n europeo había puest
pie en él: la Antüia, que tiempo después acabó llamándose, a se
mejanza de las Baleares y las Canarias, las Antillas, y cuyo soi
p r é n d e n t e papel en el equilibrio del mundo ya hemos visto c ó m
fue señalado por M a r t í ; y estoy en parte esencial de u n continer
te cuyo "presagio de A m é r i c a " nos ha vinculado para siempr
con ustedes.
He nombrado los mitos, he evocado las imágenes, y esper
que no piensen que pretendo de manera insensata venir a bate
en casa del trompo, como decimos en Cuba, o a echar sal a 1
mar, como creo que se dice aquí. Soy del todo consciente de 1
que supone Cádiz, uno de los sitios de ese Continente y del ph
neta m á s lleno de mitos, m á s cuajado de imágenes. Pero M a r
nos enseñó que el aire está lleno de almas; y Lezama, la fuerz
irradiante de la imagen: así que estoy ávido de participar en .
diálogo con Gades, con la cercana Tartesio donde Schulten rev(
ló u n mundo, con las sombras de los Atlantes y de Hércules;
:
desde luego con el " p r i m e r puerto hacia América, con u n de
cubano en sus patios umbrosos" de que habló m i admiradísim
y queridísimo Rafael Alberti, quien después volvería a trenzar ]
Ora marítima, como Avieno. En C á d i z verdad y mito se entrecn
zan, y t a m b i é n se entrecruzan nuestras historias. En C á d i z , ]
invicta ciudad de las Cortes, en 1820 militares españoles rebeld(
impidieron que una flota saliera a combatir contra la necesari
independencia americana. A q u í estuvo nuestro santo fundadc
el Padre Félix Várela. A q u í , en su primer destierro, entró en
P e n í n s u l a J o s é M a r t í hace ciento veinte años. A q u í nació el eno
me músico que m u r i ó exiliado del otro lado del Atlántico, intei
tando terminar (lo que al cabo h a r í a Halfter) su vasta obra pai
coros, solistas y orquesta sobre La atlántida, de Jacinto Verd;
guer, catalán como los Roig de quienes, como de tantas otras e
tirpes españolas (asturianas, e x t r e m e ñ a s , navarras por lo q i
sé), provengo. En una de las estrofas de aquel poema, Verdagu.
evocó así esta ciudad:
R O B E R T O FERNÁNDEZ R E T A M A
Casa de las A m é r i c ;