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11.

EL MILAGRO DEL NUEVO NACIMIENTO

Cuando Nicodemo se acercó aquella noche a Jesús, no esperaba un milagro. No buscaba


la razón del cristianismo. Pensaba que estaba haciendo todo bien en su vida. Al final de
cuentas, era miembro del Sanedrín, el consejo que regía a los judíos. No se acercó a Jesús
con una necesidad en particular, sino atraído por la simpleza, la lógica y la novedad de las
enseñanzas de Jesús. Esperaba una discusión estimulante sobre temas teológicos. Pero
Jesús, desde el principio, colocó el dedo en la verdadera necesidad de su visitante:
“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo,
no puede ver el reino de Dios”. (San Juan 3:3)

Y Nicodemo quiso saber: “¿Cómo puede un hombre nacer de nuevo?”. Jesús no le


respondió en qué consistía el nuevo nacimiento ni le dijo en qué lugar debería suceder.
“No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de
donde quiere, y oyes su sonido; mas no sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo
aquel que es nacido del Espíritu”. (San Juan 3:7, 8)

El nuevo nacimiento es igual al viento. Jesús dijo que no podemos verlo, pero sus
resultados son bien evidentes. “Nadie ve la mano que levanta su carga, ni observa la luz
que desciende desde lo alto. Las bendiciones llegan cuando, por la fe, las almas se rinden
a Dios. Ahí, ese poder que ningún ojo humano puede ver, crea un nuevo ser a imagen de
Dios”. Es algo que no podemos lograr por nosotros mismos. “Mas a todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los
cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón,
sino de Dios”. (San Juan 1:12, 13) El nuevo nacimiento no es algo que se consiga con
esfuerzo o planificación. Es un milagro. Sólo podemos permitirlo. Jamás sucede contra
nuestra voluntad, sino únicamente con nuestro consentimiento.

El apóstol Pedro habla sobre el nuevo nacimiento. El dice: “Siendo renacidos, no de


simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece
para siempre”. (1 San Pedro 1:23). Según Pedro, el nuevo nacimiento es estimulado por
la Palabra de Dios. Es provocado por el mismo poder creador que ordenó la existencia de
los cielos. El nuevo nacimiento es obviamente un milagro. Un milagro del poder creador.
Eso nos conduce a algunos interrogantes: ¿Qué especie de viento es ese que ni siquiera
mueve una hoja? ¿Qué tipo de nuevo nacimiento es? ¿Qué sucede en realidad cuando una
persona experimenta la obra de la recreación?

El apóstol Pablo escribió: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las
cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. (2 Corintios 5:17) ¿Cómo ignorar
que la experiencia del nuevo nacimiento es un milagro? ¿Por qué tratamos de hacer por
nuestra cuenta lo que solo Dios puede hacer?

Millones de personas creen que tienen que perfeccionarse antes de acudir al Salvador;
puros y libres de todos sus hábitos nocivos. Creen que deben hacer algo para purificarse.
NUEVA VIDA AHORA 11- El milagro del nuevo nacimiento, p. 2

Como hacer una gran donación. Es un concepto que tienen muchos: la necesidad de
realizar el milagro por sí mismos en vez de pedirle a Dios que lo realice. Es algo extraño,
¿no crees? Es lo mismo que pretender quedar limpio antes de tomar el baño. El problema
con todos esos esfuerzos y auto mejoramientos es que Dios nos dice que son inútiles.
Vamos a leer un texto más: “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así
también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?”. (Jeremías
13:23) Y con respecto a nuestros intentos por volvernos buenos, tampoco tienen buenos
resultados.

El profeta Isaías declara: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras
justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras
maldades nos llevaron como viento”. (Isaías 64:6) No hay manera en la que podamos
limpiarnos solos. Tratar de hacerlo es lo mismo que rociar agua de rosas sobre un cáncer.
De todas formas, muchos se preguntan: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”

Esa pregunta insinúa que hay algo que se debe hacer para convencer a Dios de que nos
salve. La pregunta sugiere que si hacemos determinadas cosas para Dios, cosas
específicas, grandes y suficientes, él nos salvará. ¿Será que es necesario convencer a
Jesús para que nos salve, siendo que él ya entregó su propia vida?

Por otra parte, las cosas que hace un cristiano nacido de nuevo, ¿no serán diferentes de
las que hacía antes de ese nuevo nacimiento? Es todo un tema: El milagro del nuevo
nacimiento transforma por completo el comportamiento del hombre; pero las buenas
obras que él hace a partir de ese momento son tan naturales como lo eran las maldades
que acostumbraba a hacer antes. Todo lo bueno que hace no se trata de esfuerzos para
merecer la salvación, sino una respuesta natural al Salvador que él conoció.

Cierto día, Pedro y Juan se dirigían a una reunión de oración, cuando un mendigo les
pidió una limosna. Pedro le respondió: “No tengo oro ni plata, pero lo que tengo te doy.
En el nombre de Jesús de Nazaret, levántate y anda”. El hombre caminó. Puedes imaginar
la conmoción que el hecho causó en el pueblo. Se maravillaron de que el nombre de Jesús
tuviera tanto poder, aunque no estuviese presente físicamente.

Pedro y Juan fueron llevados a prisión. Recuerda que Pedro, Juan y los demás discípulos
habían abandonado a Jesús la noche anterior a su crucifixión. Pedro llegó a negarlo. Pero
las cosas habían cambiado. Y cuando Pedro compareció ante las autoridades, al día
siguiente, sin ninguna manifestación de temor, los acusó de ser responsables de la muerte
del Hijo de Dios. Las autoridades le pidieron a Pedro y a Juan una sola cosa: Que se
callasen la boca y no hablasen sobre Jesús.

¿Callarnos la boca?, respondieron.

“Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer
a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y
oído”. (Hechos 4:19, 20)
NUEVA VIDA AHORA 11- El milagro del nuevo nacimiento, p. 3

No podían dejar de hablar sobre él. Pedro y Juan se volvieron valientes. Habían
experimentado un milagro. Habían nacido de nuevo. Y todo lo que hacían, lo hacían
naturalmente.

Pero, ¿cómo puede alguien nacer de nuevo? ¿Cómo ocurre la verdadera conversión? Eso
no tiene explicación. Es un milagro que sucede en nuestro interior, pero siempre con
nuestra aceptación. Dios no nos fuerza ni nos programa como si fuésemos robots. En vez
de ello, Dios llama, invita y espera una respuesta.

No hay dos conversiones iguales. Hay semejanzas, y lo esencial en toda conversión


genuina es mirar a Jesús. Hay decisiones que tomar, actitudes que cambiar, prioridades
que revertir, existen amor, confianza y dedicación, tristeza por el pecado y
arrepentimiento, que significa darse la media vuelta. Hay confesión y perdón. Hay una
vida nueva, un nuevo estilo de vida y un relacionamiento increíblemente feliz con el
Señor Jesucristo, un relacionamiento con ilimitadas posibilidades.

Pedro, por ejemplo, pasó buena parte de los tres años y medio con Jesús. ¿Pero había
nacido de nuevo? Era tan seguro de sí mismo, tan impulsivo y fatídico. Entonces llegó
aquella terrible noche de viernes, cuando todas las cosas salieron al revés. Pedro se jactó
de estar dispuesto a morir por su Señor, pero parece que a Jesús no le agradó que Pedro
usara la espada. Pedro a su vez quedó un poco desconforme cuando Jesús no hizo un
milagro para librarse de los soldados.

Frustrada y confusa, su fe de pronto titubeó. Pedro había negado hasta que conocía al
Señor. Entonces Jesús lo miró. Y aquella mirada no fue de condenación, aunque Pedro la
mereciera. Fue una mirada de amor y de perdón, y fue suficiente. El corazón de Pedro
quedó magullado y derretido al mismo tiempo. Se apartó de la multitud y trató de
regresar corriendo al Getsemaní, al lugar en el que Jesús soportó todo el dolor en soledad.
En la tierra todavía húmeda por las lágrimas del Salvador, Pedro lloró para desahogarse y
se convirtió en un hombre nuevo.

En el caso de Juan, el cambio de la conversión fue más gradual. Con Tomás, el momento
de la vida nueva debe de haber llegado cuando cayó a los pies del Señor resucitado y le
dijo: “Mi Señor y mi Dios”.

¿Te acuerdas de Zaqueo? Imagina la sorpresa que tuvo cuando Jesús le dijo que iría a su
casa aquel mismo día. El nuevo nacimiento debe de haber comenzado en ese momento
con fe, culpa y arrepentimiento, mezclándose a la vez en su mente. Pero mira lo que
sucedió. Como recaudador de impuestos, había perjudicado a muchas personas. Eso tenía
que ser reparado y él quería hacerlo. Allí vemos, obviamente, una conversión, un cambio,
un nuevo nacimiento. ¿Estás de acuerdo? El nuevo nacimiento es una experiencia
diferente en cada persona; pero en toda conversión auténtica, uno debe estar dispuesto a
decir: “Soy culpable”.

Esa era una barrera que los fariseos no podían trasponer por causa del orgullo. Por eso,
Jesús no podía ayudarlos. Eran demasiado orgullosos como para arrepentirse. Algunos
NUEVA VIDA AHORA 11- El milagro del nuevo nacimiento, p. 4

dicen: “Cree en el Señor Jesús y serás salvo”. ¿Pero se refería Pablo a la creencia en una
información? ¿Basta con creer que Jesús existe, que es el Hijo de Dios? Satanás y sus
ángeles rebeldes creen en eso y esa creencia no los salvará. Tampoco nos salvará a
nosotros. Jesús murió en nuestro lugar y tiene que existir una aceptación personal de ese
sacrificio. Debemos tener fe en él.

Creer. La fe que salva tiene que ser algo más que información. Tiene que incluir nuestro
compromiso. Es verdad que nacer de nuevo no es algo que podamos hacer nosotros, sino
el amor que está en acción. Durante nuestro camino habrá decisiones que tomar. Dios no
lo hará por nosotros. Cuando entregamos nuestra vida al Salvador hay pasos que da. Pero
esas decisiones no son créditos en nuestra cuenta espiritual.

Una palabra más sobre la confesión. 1 San Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él
es fiel y justo para perdonar nuestro pecados, y limpiarnos de toda maldad”. La
confesión, cuando es genuina, tiene que venir del fondo del corazón. Carecerá de sentido
si está llena de excusas y explicaciones. Tiene que venir del arrepentimiento verdadero y
profundo, que solamente Dios puede dar. Ese tipo de confesión tiene que ser algo más
que “me parece que me equivoqué”. Pero, ¿podemos obtener el perdón a través de
nuestra confesión? No. El perdón jamás es concedido por mérito, jamás es merecido. No
podemos conseguirlo por la extensión, ni por los detalles, ni por la belleza de nuestra
confesión. El perdón es un don que está más allá de nuestra capacidad de comprensión.
Su precio es mayor que el universo, pues costó la vida y la sangre del Hijo de Dios. Tal
vez alguien diga: “No tengo esperanzas. Hice de mi vida un lío tan grande que Dios no
me va a aceptar. Creo que llegué demasiado lejos”.

Mira lo que Dios le dijo al profeta: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si
vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren
como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”. (Isaías 1:18) ¿Todavía piensas que no
te perdonará? ¿Sientes que has llegado demasiado lejos? Quien quiera que seas, donde
quiera que estés, no importa lo que hayas hecho, tu culpa puede ser curada. No importa
cuánto tiempo esa culpa te haya estado persiguiendo, torturando y oprimiendo. Puedes
llevarla al Salvador ahora mismo y librarte de ella.

¿Cuánto tiempo se necesita para nacer de nuevo? Nada más que el tiempo que se tarda en
decidirlo. El Dr. Paul Tournier, un famoso psiquiatra suizo, quedó huérfano a edad muy
temprana. En su época de estudiante, se apegó mucho a un profesor griego que lo trataba
con gran amabilidad. El profesor no era un hombre religioso, pero era una buena
apersona. Años más tarde, después de haberse convertido al cristianismo, el Dr. Tournier
completó el primer manuscrito de un libro sobre la vida cristiana y quiso que alguien lo
leyera de manera crítica. Entonces se acordó de su antiguo profesor. La visión del
profesor ya no era muy buena así que le pidió a su ex alumno que leyese el primer
capítulo en voz alta. Cuando terminó, el Dr. Tournier levantó su cabeza para oír alguna
crítica. Entonces el profesor le pidió:

--Pablo, continúa.
NUEVA VIDA AHORA 11- El milagro del nuevo nacimiento, p. 5

Le leyó otro capítulo y recibió la misma respuesta. Y al final del tercer capítulo el
profesor le dijo suavemente:

--Pablo, necesitamos orar juntos.

Comenzaron a orar, pero el Dr. Tournier no podía disimular su sorpresa ante aquella
reacción inesperada. Cuando terminaron de orar, Paul exclamó:

--No sabía que usted era cristiano.

--Sí, lo soy, respondió.

--¿Y cuándo se convirtió al cristianismo?

--En este mismo momento, fue la respuesta.

Tú también puedes tomar tu decisión. Acepta a Jesús ahora mismo.

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