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«Oblatos, el vuelo que surcó la noche»

Las formas de la esperanza


Por Samuel Lagunas

El documental mexicano se afirma con cada vez más fuerza como una fuente imprescindible
de la historia nacional y, específicamente, de la historia de las violencias en nuestro país a
partir de la segunda mitad del siglo XX. En el pasado Festival Internacional de Cine de
Guadalajara (FICG), la ópera prima de Acelo Ruiz fue galardonada con el Premio del Público
en la categoría de Largometraje iberoamericano. Acelo decidió enfocar su mirada no en las
violencias recientes, sino en uno de los períodos más dolorosos y oscuros de nuestra historia
reciente: la guerra sucia. Sabemos mucho de ella, pero a la vez muy poco. Conocemos
algunas fechas, números, estadísticas, nombres, pero todavía se nos escapan responsables,
historias de vida, cuerpos. Es una herida abierta y desde el Estado casi nada se ha hecho para
comenzar a sanarla.
Documentales como “Guerrero” (2017) de Ludovic Bonleaux o “Guerrero: memoria
y verdad” (2016) del Canal 6 de julio ya se acercaron al tema articulándolo con movimientos
sociales recientes y enlazándolo con una larga tradición de crímenes de Estado e impunidad
que, en Guerrero, tienen un hilo perfectamente discernible. En “Oblatos, el vuelo que surcó
la noche” Acelio Ruiz nos lleva a Guadalajara y nos presenta a tres miembros de la Liga
Comunista 23 de septiembre, uno de los movimientos guerrilleros más importantes de la
década de 1970. El “Guaymas”, Antonio Orozco y un tercer personaje que habla desde las
sombras cuentan durante casi 2 horas cómo fue su participación dentro de la Liga y el tiempo
que pasaron en la prisión de Oblatos (llamada así por la zona en la que se encontraba). La
película de Ruiz centra toda su atención en esta estadía y en la fuga del penal que 6 miembros
de la Liga efectuaron el 22 de enero de 1976.
Cada una de las partes de “Oblatos, el vuelo que surcó la noche” tiene su atractivo.
Al inicio, Ruiz nos conduce con acierto a los 70, tanto al hervor ideológico-político como a
la cotidianidad, a través de tomas de casetes, grabadoras, recortes de periódicos, libros de
Marx y de Lenin, y videos de discursos presidenciales: el más significativo es aquél en el que
escuchamos a Luis Echeverría referirse a las y los miembros de la Liga como hijos de familias
disfuncionales, homosexuales, lesbianas, adictos; todo ese despliegue de odios
discriminatorios es una explícita manifestación de las desapariciones y matanzas que el
Estado estaba por emprender, de manera mucho más velada, en contra de las guerrillas. La
colección de fotografías que Ruiz compila para los espectadores evoca aquellas otras
fotografías de Pol Pot (en Camboya) de hombres y mujeres que también fueron encarcelados
y cuyos cuerpos e historias han quedado ocultos bajo la falta de voluntad política por
esclarecer lo sucedido. Una foto de registro de ingreso a una prisión se convierte, así, en la
última evidencia de una vida.
Una vez que los protagonistas llegan en sus relatos al momento en que fueron
encarcelados, el documental se transforma en una ingeniosa y emocionante película de acción
y de grandes escapes, al estilo de “La fuga de alcatraz” (Don Siegel, 1979) o “Sueño de fuga”
(Frank Darabont, 1994). Lo político pasa a segundo plano para que podamos conocer las
torturas al ingreso, y luego las estrategias, las sorpresas, los imprevistos, el azar y todo lo que
confluyó para que la huida pudiera concretarse. Ruiz alterna planos de los entrevistados, con
ocasionales tomas metafóricas, recreaciones de la prisión y modelos a escala con figuritas de
plástico; para, a pesar de lo elemental de sus recursos, lograr mantenernos en suspenso
durante toda la hora que abarca esta sección. El cierre no está exento de dramatismo y
tragedia: se desata un tiroteo, dos de los miembros desaparecen (hasta ahora sigue sin saberse
su paradero) y las vidas de cada uno de los involucrados quedan marcadas.
Hacia el final el documental, los tres protagonistas hacen un balance, a más de 40
años, de lo ocurrido: de sus sueños y sus expectativas ante la actual condición del país.
Desencanto y pesimismo en algunos, pero una esperanza tenaz en otros; estas tensiones
anímicas nos permiten entender mejor la complejidad de los movimientos sociales y de los
individuos que los integran.
Con “Oblatos, el vuelo que surcó la noche” Ruiz consigue un retrato profundo, franco
y turbador sobre la vida de un grupo de luchadores sociales que fueron desprestigiados y
violentados por el Estado (¿cuántos más no?), pero que mantuvieron su compromiso con sus
ideales y sus aliados hasta donde la vida les permitió. En ese trayecto, sus esperanzas fueron
tomando distintas formas y Acelio es hábil en transmitirnos todas ellas: la consolidación
(ideológica y material) de un movimiento social, el escape de la prisión, la sobrevivencia, la
solidaridad con las nuevas generaciones de líderes. Al mismo tiempo, Ruiz nos da una
apretada historia de las estructuras (tanto arquitectónicas como de gobierno), revelando su
perversidad y su hipocresía. El penal de Oblatos pudo haberse convertido en un parque
recreativo y el Estado pudo haberse democratizado un poco, pero las represiones e injusticias
permanecen. Por eso, la lucha y la resistencia también deben continuar.

Ficha técnica:
Año: 2019. Duración: 112 min. País: México. Dirección/Guion/Edición: Acelo Ruiz
Villanueva. Música: El Gabinete. Fotografía: Fernando Hernández. Reparto: Antonio Orozco
Michel, Álvaro Mario Cartagena López, Bertha Lilia Gutiérrez Campos, Enrique Velásquez
Martín.

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