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Maléna

Uno no elige cómo llamarse, esa decisión es tomada por otras personas que no deben vivir las
consecuencias. Yo, por ejemplo, no elegí tener por nombre Amoroso, pero así fue como mi
violento padre llegó a decidirlo. Con el tiempo he aprendido a ser mi nombre, a poner en él mi
esencia y a procurar calzar mi cuerpo dentro de sus sílabas. Sin embargo, con ella debió ser
diferente, su belleza no era algo forzado a ajustarse con su nombre, por el contrario, su nombre
empataba armoniosamente con la divinidad de su cuerpo. Maléna, su nombre, no podía
pertenecer a otra mujer. Maléna no era sólo un sustantivo, era el código secreto para descifrar
la belleza del universo.

Yo todos los días la veía, ella no a mí. ¿Cómo semejante musa podía fijarse en un muchacho
tan joven como yo?, sin duda era un desperdicio de su sagrado tiempo el voltear sus ojos hacia
los míos. Sin embargo, fui necio, no me cansé de seguirla ni de besar sus pasos, fue así durante
años. Yo defendí su honor en aquel infierno disfrazado de pueblo, ignoré el ardor de los chismes
y mantuve la verdad en mi pecho.

Varios años después llegué a la conclusión de que Malena era un ángel destinado a purificar
nuestro pueblo de la desgracia. En varias ocasiones le pedí a un Santo ayuda, le rogué que
alejase a los hombres de Malena, sin embargo, ¿cómo iba yo a saber que ese mismo Santo
devoraba con la vista a Malena en el Reino de los Cielos? Fue difícil ver la vida de mi ángel en
la tierra, tantas tragedias alrededor de mi diosa me partieron el alma, no obstante, siempre sentí
el calor sobrehumano de su presencia.

¡Ah, Malena!, todavía hoy mis labios tiemblan al pronunciar las tres sílabas que componen tu
nombre, no he podido olvidarte aun cuando tú, sin duda, ni siquiera te preocupas de recordarme.

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