Sunteți pe pagina 1din 5

Cómo y Porqué Adorar

Por Jacques Doukhan, D. H. L. Ph.D.

Lecciones y Principios del Antiguo Israel

La Biblia no explica qué es adoración o porqué o cómo deberíamos adorar. La


experiencia viva de Israel postrándose ante su Dios, orando, cantando y aún gritándole,
se da sin algún comentario o análisis teológico. El lector de la Biblia tendrá que recibir
sus testimonios tal cuales son, una experiencia cruda del que él/ella podría, si lo desea,
reflexionar sobre ella y así enriquecer o profundizar su propia experiencia de adoración.

La Razón para Adorar

¿Porqué adorar? Esta es ciertamente la primera cuestión que viene a nuestras mentes. Y
hoy, en nuestro ambiente secular, la pregunta es más relevante. La Biblia comienza
precisamente con las respuestas a esa cuestión. Las primeras páginas de la Biblia son el
registro del evento que trajo a la humanidad y al universo a la existencia: la Creación. De
acuerdo a la Biblia, el primer acto de adoración humano que haya sucedido jamás en la
historia tomó lugar como una respuesta directa a la Creación. Es significativo, en efecto,
que el primer día de la humanidad fue un día de adoración. Tan pronto como Adán y
Eva despertaron del polvo, era Sábado (Génesis 2:3). Fue un tiempo santo dedicado a la
adoración del Creador desde el interior de la contemplación de la maravillosa naturaleza,
la obra “muy buena” de Dios. Sus primeras emociones, sus primeros cantos, su primera
sorpresa, su primera admiración, fueron religiosas y fueron insertadas a la experiencia
de adoración. A partir de entonces, Israel fue llamado a “recordar” la Creación en el
Sábado (Éxodo 20:8-11). Y de sábado a sábado aprenderían el significado de la adoración.
Tan pronto como Noé salió de la oscuridad del diluvio y compartió con la naturaleza el
milagro de una nueva creación (Génesis 8-9), edificó un altar y adoró al Señor (Génesis
8:20-22). Tan pronto como Israel emergió de la esclavitud a través de las maravillas de
las diez plagas y los muchos milagros del Éxodo, corrió a adorar al Señor en el santo
tiempo de un sábado y en el espacio santo del Santuario (Éxodo 24 ss). Tan pronto como
Israel fue recreado (Isaías 40) y regresó a su tierra después de setenta años de exilio, el
primer paso involucró la construcción del templo y la restauración del culto (Esdras 3).
Todas estas experiencias de creación guiaron consistentemente al mismo objetivo:
Adorar a Aquel que acababa de transformar la oscuridad en luz y tornó la nada en
existencia. No es accidente, entonces, que los Salmos, que reflejan la vida espiritual de
Israel y expresan sus sentimientos en adoración, coloquen a la Creación precisamente en
el núcleo de la adoración. En los Salmos, la adoración está directamente relacionada a la
Creación (Salmos 29; 66:1-5; 104; vea también Nehemías 9:6, etc.). El mismo acto de
cantar y gritar al Señor, de venir ante Su presencia, de postrarse ante Él, está justificado
sobre la base que Él es el Creador:

“Vengan, cantemos con júbilo al Señor; aclamemos a la roca de nuestra salvación.


Lleguemos ante él con acción de gracias, aclamémoslo con cánticos. Porque el Señor es el
gran Dios, el gran Rey sobre todos los dioses. En sus manos están los abismos de la tierra;
suyas son las cumbres de los montes. Suyo es el mar, porque él lo hizo; con sus manos
formó la tierra firme. Vengan, postrémonos reverentes, doblemos la rodilla ante el Señor
nuestro Hacedor. Porque él es nuestro Dios y nosotros somos el pueblo de su prado;
¡somos un rebaño bajo su cuidado! Si ustedes oyen hoy su voz, no endurezcan el
corazón, como en Meribá, como aquel día en Masá, en el desierto” (Salmo 95:1-8).

“Aclamen alegres al Señor, habitantes de toda la tierra; adoren al Señor con regocijo.
Preséntense ante él con cánticos de júbilo. Reconozcan que el Señor es Dios; él nos hizo,
y somos suyos. Somos su pueblo, ovejas de su prado” (Salmo 100:1-3).

Es de esta conciencia aguda de que fueron creados por Dios que los antiguos Israelitas
derivaron su razón para adorar. La adoración se consideró el propósito de su existencia:
“Que se escriba esto para las generaciones futuras, y que el pueblo que será creado alabe
al Señor.”

Al filósofo francés ateo Jean Paul Sartre, quien argumentó contra la existencia de Dios
sobre la base de la existencia del hombre y dijo, “Existo, por lo tanto no existe,” los
antiguos hebreos habrían respondido: “Existo, por lo tanto adoro.”

La Esencia de la Adoración

Debido a que el acto divino de la Creación lleva al acto humano de adoración, la


adoración está hecha de la fe en la Creación con toda la tensión que esta referencia
pueda implicar.

Por un lado, es porque Dios es el Creador, porque Él ha creado el universo, porque Él es


invisible y su rostro santo, que Él merece ser adorado. La conciencia de su grandeza
infinita, su majestad, su misterio, su poder, engendra en nosotros sentimientos de temor
y admiración con los profundos sentimientos de nuestras limitaciones y miseria. Estos
son los ingredientes básicos de la adoración.
Por el otro lado, es porque Dios ha dado su consentido de moverse fuera de sí mismo,
porque ha bajado y se ha acercado a la humanidad al crearla, porque se ha revelado a sí
mismo, que es posible recibirlo, responderle y por lo tanto adorarlo. La adoración
también está hecha del descubrimiento intelectual y emocional del amor y gracia de Dios.
En el nivel humano, esto significa agradecimiento profundo y la aguda conciencia de
que le debemos todo a Él.

Y los dos conjuntos de pensamientos y sentimientos son dependientes uno del otro.
Entre más Dios es grande, poderoso y majestuoso, lo más dramático será su descenso
hacia la humanidad. De hecho, esta tensión está registrada en las primeras páginas de la
Biblia a medida que ellas reportan los eventos de la Creación desde dos perspectivas
diferentes. La primera historia de la Creación habla a cerca del gran, poderoso e
infinitamente distante Elohim (Génesis 1:1-2:4a). La segunda historia de la Creación
habla a cerca de YHWH, un Dios que viene cerca al hombre y la mujer y se relaciona con
ellos (Génesis 2:4b-25). Sea que los Israelitas oraran o ejecutaran sacrificios, ellos
expandieron su conciencia de esta tensión. En sus oraciones se dirigían al Dios del cielo
(Nehemías 1:4; Salmo 136:26) como un Pastor (Salmo 23), como un Padre (Salmo 89:26;
Mateo 6:9) que se acerca a los humanos. Es digno de notarse que el acto de sacrificio
acarreaba la misma tensión; entretanto que recordaba a los Israelitas que no podían
aproximarse a Dios por sí mismos (Jeremías 30:21), era también utilizado como señal de
la proximidad de Dios (Éxodo 29:42). La raíz de la palabra qorban, “sacrificio” (Levítico
1:2), derivaba de la raíz qrb, que significaba “cercano,” ha preservado esta dinámica. No
es un accidente, entonces, que la referencia de la Creación es tan importante en relación
a la adoración. A tal efecto, en el acto de la creación, Dios ha mostrado tanto su poder y
su gracia. Él es tan grande para ser temido y tan cercano para ser amado; la adoración
necesariamente implica esa tensión entre el sentido de distancia de Dios y sin embargo
la experiencia íntima de su proximidad. La adoración está hecha de alegría, pero
también de temblor (Salmo 2:11); de temor y también de confianza (Éxodo 14:31); amor
pero también de reverencia (Nehemías 1:5).

El Modelo de Adoración

Dado que la adoración era la respuesta directa a la Creación, involucraba la totalidad del
ser humano.

Involucraba el cuerpo. Los festivales judíos, los alimentos y bebidas de culto, la muerte
de los sacrificios, las postraciones de las manos, todos estos movimientos daban una
dinámica especial a la experiencia de la adoración. Los creyentes no solamente se
sentaban y observaban o fallaban y meditaban, ellos se movían alrededor y jugaban una
parte física en el drama sagrado.

Y todos los sentidos del cuerpo estaban alerta: El olfato por el sacrificio o el incienso, o el
aceite sacerdotal santo; el gusto por las diversas comidas prescritas en aquella ocasión; la
visión por los colores de las vestimentas santas, los gestos del sumo sacerdote y la
arquitectura impresionante del templo; el tacto en las ceremonias de unción o los rituales
de purificación; el oído por la música, las palabras, los gritos y todos los otros sonidos
producidos por las palabras concretas del servicio – pero también por los momentos de
tenso silencio que podría decir más que cualquier palabra o acto.

Involucraba el alma. La experiencia de la adoración no era una actividad mecánica,


hacer lo correcto y pronunciar la fórmula correcta en el momento correcto. Los
adoradores no eran títeres fríos. Emociones intensas se expresaban y enriquecían por el
canto de antiguos y nuevos poemas y el canto de melodías tradicionales pero también
contemporáneas con el apoyo poderoso de todo tipo de instrumentos musicales (Salmo
150). El pueblo lloraba en la adoración, pero a veces también gritaba. Reflexionaban
sobre el misterio profundo, pero también se estremecían bajo la sensación de la
presencia de Dios.

Involucraba la mente. La adoración también era la ocasión para el estudio de la palabra


profética de Dios en su Ley. Obligaba a pensar, aprender y entender los planes de Dios,
su sabiduría y su voluntad para los creyentes. La inteligencia jugaba un rol importante
en la experiencia de adoración. El profeta o el escriba estarían frente a la comunidad y
leería y explicaría el texto sagrado. El pueblo no solo escuchaba y recibía pasivamente la
lección. Tenían que entender y leer la palabra profética a fin de guardarla después del
momento actual de la adoración. Entonces dejaban el lugar con ideas frescas y
sentimientos nuevos, un mejor entendimiento de Dios, más cercanos a Él y a ellos
mismos – nuevas criaturas.

Involucraba a la comunidad. La adoración era una experiencia corporativa. Todo lo


anterior no podía haber tomado lugar sin los otros. Los actos religiosos del individuo,
sus gestos, sus sentimientos, sus emociones estéticas, sus pensamientos y asombros al
descubrimiento de las verdades, se intensificaban porque eran en ese pleno momento la
experiencia común de muchos. Además, el canto responsorial añadía a la experiencia de
unión la dimensión de armoniosa complementariedad. La adoración atraía al pueblo
más cerca el uno al otro. El amor de Dios y la apertura a la influencia divina se
acompañaba con el amor al prójimo y la voluntad humilde de aprender de cada uno y
crecer ante Dios y la sociedad.
Con todo, la experiencia de la adoración no se detenía en el culto. No era solo una
memoria temporal de religión sensacional. La adoración involucraba el dominio de la
existencia humana. Más allá del tiempo intenso y maravilloso agotado en la montaña,
estaba la vida ordinaria en el valle. Significativamente, cuando los antiguos Israelitas
recibieron la Torah, en un marco litúrgico, inmediatamente respondieron al referirse a la
acción, na’aseh, “haremos” (Éxodo 24:7). La adoración debería guiar a la acción y a la
historia, de otra forma no es adoración; es tan solo otra estimulación psicológica. Es por
esto que la experiencia de la adoración era para ser repetida regularmente cada mañana,
cada noche, cada Sábado, cada festival judío y cada convocación sagrada, porque llevaba
una lección que ellos no querían olvidar: no solo el deber modelaba su vida diaria, sino
también la esperanza profunda que algún día recobrarían el compañerismo que habían
perdido, del que solamente tenían una intuición oscura en el momento más elevado de
la adoración.

S-ar putea să vă placă și