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Damián Alcázar en el GIFF 2018

La alabanza de los estereotipos


Por Samuel Lagunas

Desde su primera aparición en la gala inaugural, supe que no se trataba de la misma euforia
que meses atrás había visto en Guadalajara cuando las masas desesperadas que abarrotaron
los auditorios se entregaron a esa otra masa (cada vez más inspiradora) que es Guillermo
del Toro. Aquí, en Guanajuato, no faltó quien coreara en la alfombra roja del miércoles un
“Alcázar para presidente” ni el que, igual de ingenuo, completara la oración: “después de
AMLO”. El entusiasmo ya había tomado su cauce. El mismo Alcázar estableció desde el
principio el tono que mantendría durante los siguientes días al referirse al futuro nacional
como “tiempos nuevos” donde “hay que tener esperanza”. Si a Del Toro lo ovacionaban
porque es el que muchos “quisieran ser” (un chavito que comienza haciendo películas en su
colonia y más tarde se convierte en una estrella de Hollywood), a Alcázar lo aplauden
porque es el que muchos “somos” todos los días: un poco gandallas, un poco arribistas, un
poco lambiscones, un poco jodidos, un poco de buen corazón. A Alcázar se le puede tocar
en la calle, se le puede mandar una champaña si coincidimos con él en el restaurante, o se le
puede interrumpir, mientras se besa en una banca de Coyoacán con su pareja en turno, para
pedirle una fotografía. Ése es chiste suyo, no mío.
El viernes, cuando llegó el turno de su homenaje, Alcázar se presentó en el teatro
con una vistosa corbata estampada con la virgen de Guadalupe. Luego, en el video
preparado por el GIFF donde se encomiaba su carrera, pudimos escuchar y leer que si hay
que reconocerle algo es que haya podido llevar a la pantalla grande los principales
estereotipos del mexicano. Lo pusieron allí como un cumplido. Hasta le dieron la Cruz de
Plata del GIFF y la Medalla de la Filmoteca de la UNAM por ello. Luego la voz en off del
video se embarcó en una lista que bien pudo haber sido un juego de lotería: el borracho, el
gobernante corrupto, el narco, el obrero, el soldado, el conspirador; donde de algún modo
se condensaba la trayectoria del michoacano. Alcázar subió al estrado y sobreabundó en
optimismo ante el nuevo gobierno, incluso aventuró decir que ahora sí se acabará con el
duopolio de las cadenas exhibidoras en México y se podrá ver más cine mexicano y
latinoamericano, porque desde el Río Bravo hasta la Tierra del Fuego “todos somos un gran
país”, reiteró como si estuviera recitando el panfleto de alguno de sus personajes.
Afortunadamente, el sábado en su Conferencia Magistral, Alcázar aclaró que él no
se engancha mucho con sus personajes y que sabe huir de ellos cuando termina el rodaje.
También matizó sus ilusiones políticas diciendo que el nuevo gobierno tiene tareas más
urgentes que el cine. Lo que no hizo fue refutar lo de los estereotipos. Desde un principio,
el protagonista de la tetralogía de Luis Estrada presumió que no tiene ningún problema en
hablar con acento colombiano, peruano, ecuatoriano o dominicano (el momento fue
divertido, no hay quien lo discuta), pero reconoció que el inglés lo habla “como un lanchero
de Janitzio”. Luego admitió, cuando el moderador le preguntó sobre su vida personal, que
sí, que para él importa más su trabajo y que ha perdido muchas parejas por eso, pero ya no
se lo reprocha, que un mes de vacaciones le parece demasiado y que ya necesita actuar.
Pero no como un rico que juega golf ni como un hijo de Slim, porque los ricos no miden
menos de 1.70 ni están tan prietos. Pero dice que sí podría interpretar al yerno, si la hija se
hubiera enamorado de un “chaparro”. Alcázar explica que tampoco protagonizaría una
película donde la guerra sea representada como algo honorable y que nunca iría a pedir
trabajo a Hollywood. Especificó que fue Disney quien lo buscó y que la vez que hizo
casting para “Hombre en llamas” (Tony Scott, 2004), dejó el trabajo cuando le avisaron que
había obtenido el papel. Sobre “El príncipe Caspian” (Andrew Adamson, 2008), Alcázar
dijo que se divirtió mucho viviendo en Praga los meses que duró la filmación. No sé si
hubiera aceptado con el mismo gusto de haber sabido que C. S. Lewis, el autor de “Las
crónicas de Narnia”, elogiaba la guerra y las tropas británicas con la misma enjundia que
Homero cantaba a los barcos griegos. Pero Alcázar prefiere leer a Ibargüengoitia.
Recomendó a los guanajuatenses “Dos crímenes” y “Las muertas”. Quizá, de haberlo leído
con más atención, Alcázar distinguiría entre la burla del estereotipo y la reproducción del
mismo. Aunque no hay que culparlo por no ser un lector tan atento. No es su trabajo. Hace
lo que el guion le indica. Tampoco hay que cuestionarlo por sus comentarios machistas, tal
vez estaba actuando y ni cuenta nos dimos. Aceptemos que el que alardee de que su novia
está guapa y de que aún no ha comenzado a pelearse con ella, pero seguro pronto lo hará,
como un chiste desabrido. De igual forma, imagino, hay que tomar sus juramentos de que
después del primero de diciembre dejará de buscar cómo evadir pagar sus impuestos y
entregará cuentas claras a Hacienda.
“Si queremos cambiar como país, hay que cambiar todos”. Bien pudiera ser ése el
lema de la próxima película que está preparando con Luis Estrada donde asegura que la
mira ya no estará puesta en el Estado, sino en la gente. La gente. Dice que él pasa mucho
tiempo mirándola, oyéndola. Con la gente de Polanco que pasa todo el día en sus
departamentos, no. Él no acepta papeles así, dice de tajo, de gente que vive en pent-houses
y organiza fiestas en las azoteas de sus edificios, pasea en yate y entra y sale de grandes
corporativos. Se refiere a un bonche de comedias mexicanas recientes perfectamente
distinguibles. Estereotípicas. Reitera que él preferiría ser Simón Bolívar. O un político de
esos que se les conoce sólo por leer los titulares de los periódicos. O un hombre que
descubre que su esposa tiene un amante y está decidido a pedirle el divorcio pero que no
quiere dejar a sus hijos. Pero un hombre de abajo, como él, que desde pequeño no fue bien
alimentado y por eso no creció más, supone. De nuevo no sé si se trate de un chiste o de un
testimonio. Pero ésas son las historias que le interesan. Aunque casi siempre lo pongan
como el malo. Ya qué. Así logran perpetuarse los estereotipos. Son como cobijas. No
importa qué estampa tengan siempre y cuando quiten el frío. Lo mismo ocurre con la legión
de personajes que ha elegido Alcázar para llevar a cuestas: no importa cómo se llamen ni
qué digan, siempre y cuando funcionen como suponemos que deben funcionar (los
excombatientes de Vietnam no tienen amigos, los pederastas no sonríen, los políticos son
corruptos, los narcos matan). No sé si eso merezca alabanzas. Pero bueno, ya se las dimos.

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