Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Capítulo II
Introducción
Francisco Javier Tirado Serrano
ciona una identidad o posición social y, al mismo tiempo, opera como pers-
pectiva de lectura y percepción de la realidad social. En esta percepción
siempre hay implícito un proceso de comparación social que genera un noso-
tros frente a un ellos. Este proceso constituiría la condición necesaria para la
formación de estereotipos y comportamientos de discriminación.
Este capítulo sistematiza los contenidos y las explicaciones relacionadas con
la temática de la identidad y adelanta respuestas a las preguntas fundamentales
que se desprendían del capítulo anterior. Los objetivos de esta sección preten-
den: a) aclarar la diferencia que hay entre las explicaciones de la identidad de
naturaleza individualista, las de naturaleza puramente social y las explicaciones
psicosociales; b) enfatizar el papel que tienen el lenguaje, la cultura y el contex-
to social en la definición de la identidad; c) mostrar el impacto que nociones
como la de rol o estatus tienen en la comprensión de la influencia que ejerce la
estructura social en la identidad de las personas; d) analizar cómo operan las ca-
tegorías sociales en la construcción de la identidad social, y e) aclarar cómo se
generan estereotipos, comportamientos de discriminación y efectos xenófobos.
La noción de identidad que se propone en este capítulo tiene sus condiciones
de posibilidad en dos clásicos desarrollos intelectuales en el campo de la psico-
logía social.
Nos referiremos, en primer lugar, a la crítica que muchos autores han desa-
rrollado tanto contra la versión sociológica de la identidad como contra la psi-
cológica. La primera perspectiva es rechazada porque entiende el individuo
como una suerte de máquina social, completamente determinada por la estruc-
tura y el aprendizaje social que realiza de la misma. Entre sus múltiples carencias
estaría la de no aclarar los procesos de innovación, creación e interpretación
nueva de lo social. Las personas aparecen como entes sobredeterminados por los
contextos sociales.
Entre las definiciones de identidad que pertenecen a la perspectiva más psi-
cologizante, las más famosas son las que ofrecen el psicoanálisis y las que se cen-
tran en el estudio de las bases biológicas del comportamiento. La noción de
identidad que utiliza el psicoanálisis se apoya en la consideración que existe una
estructura inconsciente, y las principales críticas que ha recibido están en la lí-
nea de rechazar que exista una arquitectura psíquica, más o menos invariante,
que sea parecida para todos los individuos y supere toda frontera, ya sea cultural
o simbólica. La concepción biologicista goza de gran prestigio social, ya que está
Editorial UOC 95 Capítulo II. La identidad (el self)
considerada como la más científica: sus métodos de trabajo son los que utilizan
las ciencias naturales, por ejemplo. Esta perspectiva tiene dos grandes proble-
mas: uno de índole teórica, ya que rechaza ampliamente el hecho de que la na-
turaleza simbólica del lenguaje con el que interpretamos el yo y la cultura en la
que se forma confieren a la identidad un conjunto de significados que van más
allá de lo que sería un núcleo natural de definición del comportamiento de la
persona, es decir, olvida el papel que poseen los significados en nuestras repre-
sentaciones del yo. Además, no considera que éstos son contingentes social y
culturalmente. Y el segundo, el más importante, de índole ética, ya que las teo-
rías biológicas sobre el comportamiento pueden instrumentalizarse fácilmente
y conducir a propuestas de segregacionismo, diferencias raciales, xenofobia y le-
gitimar comportamientos de discriminación y violencia social contra las perso-
nas consideradas inferiores. Interpretar la causa de nuestro comportamiento
como el resultado de una determinación natural, que proviene del sustrato bio-
lógico, puede legitimar la marginación y la destrucción de los considerados por
los grupos de poder com amenazadores o poco adecuados al canon biológico.
El segundo desarrollo intelectual, ya clásico en la disciplina y que posibi-
lita la aparición de definiciones de identidad propias en la psicología social,
es la denominada teoría de la categorización-identidad-comparación social
de Henri Tajfel.
Esta teoría recoge los resultados de un conjunto de trabajos revolucionarios en
su momento. Su novedad residió en el nivel que proponían para localizar las expli-
caciones de la psicología social. H. Tajfel rechazó los puntos de vista habituales de
la disciplina que ubicaban las explicaciones de los procesos psicosociales en el indi-
viduo. Por ejemplo, criticó las formulaciones del prejuicio que veían en éste una ex-
presión de un malestar personal o una inadaptación individual. Para el autor, los
prejuicios expresan propiedades estructurales de una sociedad, que sirven para
crear categorías en virtud de las cuales las personas clasifican y evalúan la realidad
social de su entorno inmediato. La conducta individual opera respondiendo a cier-
tas líneas que sólo indirectamente están determinadas por la psicología del indivi-
duo. H. Tajfel afirma que no puede haber psicología social individual microscópica
sin especificar el marco social y cultural donde ocurre.
H. Tajfel aportó una nueva manera de entender los procesos psicosociales:
dejaron de localizarse en el individuo y pasaron a depender de propiedades es-
tructrurales de la sociedad.
Editorial UOC 96 Introducción a la psicología social
Los resultados de los trabajos de H. Tajfel –es decir, el hecho de que se genera
una percepción dicotómica de grupos y que hay prejuicio perceptivo y compor-
tamental a favor del propio grupo– son una constatación del arraigo social de
las personas y de que no se puede entender adecuadamente su ser y su tarea sin
referirlo a las fuerzas y marcos sociales que lo determinan históricamente. No es
Editorial UOC 97 Capítulo II. La identidad (el self)
posible, pues, pensar que los intereses del grupo social sean ajenos o extrínsecos
a la persona: entran a formar parte de ella, condicionando y orientando su co-
nocer, su sentir y su proceder.
Pero las propuestas de este autor ofrecen otra constatación: muestran que la
existencia de los estereotipos es una consecuencia directa de los procesos de ca-
tegorización social y que los prejuicios aparecen como corolario de esta percep-
ción estereotipada de la realidad. Categorización, estereotipos y prejuicios son
tres nociones estrechamente ligadas.
Los estereotipos son categorizaciones grupales, generalmente de carácter ne-
gativo. Para el psicoanálisis eran mecanismos de defensa, para otras orientacio-
nes reflejan la cultura y los problemas propios de la sociedad en la que aparecen.
Para el modelo de la categorización no son más que meras categorizaciones gru-
pales que orientan la percepción de las personas, la determinan y marcan el cur-
so de su acción, con lo que frecuentemente tienden a producir la confirmación
de lo que establecen como característico de un grupo.
Para la psicología social, la categorización constituyó un primer paso para
entender la dimensión social que opera en la constitución de la identidad, aun-
que no respondía a todos los interrogantes. Era necesario, todavía, analizar cómo
se estructura socialmente la experiencia de la identidad y qué papel juega el sig-
nificado y lo simbólico en esta estructuración. Como se indica en el capítulo, apa-
recen trabajos que encuentran en la noción de rol (modelo organizado de
comportamientos que se desprende de la posición determinada que ocupa la per-
sona dentro de un conjunto interaccional) y la posibilidad de su interiorización
un camino para entender cómo la estructura social y el estatus intervienen en la
configuración de la identidad. Y muchos estudios recurren a teorías como el inte-
raccionismo simbólico, el construccionismo social o autores como G. H. Mead,
para describir la identidad como el efecto de un juego complejo de interacciones
simbólicas y de significado que se pone en marcha cada vez que interacciona-
mos con los otros.
Como se habrá observado, la psicología social no puede definir la identidad
al margen de elementos como el contexto social, el marco histórico, la estruc-
turación social concreta de una sociedad determinada y el significado o la di-
mensión simbólica que se genera en ella.
En este capítulo ofreceremos, de manera breve, las diferentes perspectivas teóricas
existentes para la conceptualización de la identidad individual y social, valorando
Editorial UOC 98 Introducción a la psicología social
la identidad proyecta, con las palabras y expresiones que utiliza, una forma con-
creta de entenderla y una idea particular del yo. Por lo tanto, no hay ninguna
manera de estudiarla más allá de los valores sociales e ideológicos que la rodean.
Así, la identidad social y la identidad individual no son realidades separables,
sino que se constituyen mutuamente; y lo hacen por medio de lo social, cultural
e ideológico que es inherente al lenguaje que utilizamos cuando narramos cual-
quier aspecto relacionado con el yo. Por ejemplo, sólo hace un par de décadas
que podemos sentirnos estresados, en el sentido de que antes no existía ni la pa-
labra ni el estado psicológico del estrés, por el hecho de que el ritmo de vida no
era tan acelerado como ahora y no se necesitaba una palabra para interpretar y
legitimar los efectos específicos que esta forma de vida contemporánea produce
en las personas.
En este sentido, el self o la identidad no es una cosa fija e inmutable, con pro-
piedades que puedan trascender los contextos culturales, geográficos y tempora-
les (como plantearán las perspectivas biologicistas). No puede separarse de la
sociedad y de las circunstancias en las que está definida, porque éstas son las con-
diciones que hacen posible su definición y su uso social. La idea de homosexual
sólo tiene sentido en una sociedad donde haya una clara separación entre mascu-
lino y femenino y un proyecto político basado en la familia nuclear, cuya función
es mantener estas dos instituciones sociales. La manera como entendemos la
identidad, pues, depende directamente de la sociedad, la historia y los grupos que
han participado en su interpretación y narración.
Pero antes de exponer la perspectiva más psicosocial de la identidad, tenemos
que referirnos a dos perspectivas sobradamente conocidas en psicología y que
han tenido bastante importancia a pesar de haber participado de la separación en-
tre lo individual y lo social y de haberse decantado hacia lo individual.
Se trata, por un lado, de la perspectiva biologicista, que se centra en el estu-
dio de las bases biológicas del comportamiento y pretende trasladar los princi-
pios de la evolución natural al estudio de la identidad para averiguar la
dimensión hereditaria y genética. Y, por el otro, hablaremos de la perspectiva
del psicoanálisis, elaborada por Sigmund Freud, y que está centrada en el estu-
dio del inconsciente y del impacto que las relaciones afectivas han ido dejando
a lo largo de nuestra infancia en la manera como sentimos y actuamos en la
edad adulta.
Editorial UOC 102 Introducción a la psicología social
¿de qué depende este centro álgido de la personalidad en torno al cual se estruc-
tura? Eysenck señala que la emocionalidad y la extraversión tienen una base
biológica en el nivel de arousal o de activación de la persona y en el funciona-
miento del sistema nervioso autónomo individual.
De acuerdo con él, las características de personalidad desarrolladas por cada
uno de nosotros provienen, mayoritariamente, de las disposiciones innatas
marcadas por la biología. Así, los aprendizajes que hacemos a partir de las expe-
riencias y situaciones con las que nos encontramos cotidianamente se conside-
ran modelados por la biología.
Sin embargo, podemos hacer una crítica a este modelo teórico: del hecho de ob-
servar un correlato fisiológico que acompaña al comportamiento de una persona
no se desprende directamente que aquél sea su causa, ya que también lo podemos
plantear al revés. Por ejemplo, que es la voluntad de agredir a alguien –como res-
puesta a cómo éste actúa hacia nosotros– lo que provoca un elevado nivel de acti-
vación general, y no que es esta activación del arousal la causante del impulso
violento. Así pues, una vez tenemos los datos que buscábamos, hay que interpre-
tarlos desde un modelo teórico que hemos tenido que decidir previamente.
La sociobiología, por su parte, también considera que muchos aspectos de la
personalidad dependen de condiciones innatas, pero lo plantea de manera dife-
rente: se centra en el análisis del comportamiento social de los humanos como
si se tratara de una especie diferente que va cambiando a medida que se adapta
al medio. Por lo tanto, se centra en el estudio de la base biológica que tienen los
grupos para adaptarse al medio, y no en las diferencias individuales.
Pero, ¿cuál es el sentido y la finalidad de estas teorías biologicistas de la per-
sonalidad? ¿La perspectiva teórica de la que parten y la metodología que utili-
zan son apropiadas para el estudio del yo?
Desde la orientación de la psicología social que exponemos aquí parece bas-
tante evidente que no, porque esta perspectiva no tiene nada en cuenta el hecho
de que la naturaleza simbólica del lenguaje con el que interpretamos el yo y la
cultura en la que se conforma éste le atribuyen un conjunto de significados par-
ticulares que van más allá del yo natural. En este sentido, la biología del com-
portamiento no es la dimensión más adecuada para entender y explicar la
identidad, ya que ésta está básicamente organizada por medio de significados
que socialmente y culturalmente se establecen, pero que son variables y contin-
gentes en las diferentes culturas y los diferentes grupos. Por ejemplo, del hecho
Editorial UOC 104 Introducción a la psicología social
de ser seropositivo y estar infectado por el virus del sida (dato biológico) no se des-
prenden directamente las connotaciones de inmoralidad, irresponsabilidad, etc.
que nuestra sociedad atribuye a estas personas, por razones ideológicas y de control
social, ni los miedos que esta interpretación genera.
Y para acabar este punto, una consideración acerca del uso que se ha dado,
en ocasiones, a esta perspectiva. Hay que tener muy presente que la perspectiva
biologicista, con mucho prestigio social por ser considerada la más científica (ya
que ha utilizado el mismo método de las ciencias naturales), ha sido también la
más instrumentalizada por los regímenes políticos racistas y autoritarios (nazis-
mo, segregacionismo, etc.) con el fin de legitimar los comportamientos de dis-
criminación y violencia social contra las personas consideradas inferiores.
Hay que ir con mucho cuidado con las explicaciones biologicistas de la iden-
tidad, porque las características de esta perspectiva la hacen muy útil cuando se
pretende discriminar a los grupos sin poder o buscar una cabeza de turco a
quien responsabilizar de los problemas. La cosificación de la identidad –es decir,
el hecho de interpretar que la causa de nuestro comportamiento es natural y
está en la biología– puede llevar a legitimar la marginación y la destrucción de
aquéllos cuyo comportamiento es considerado, por los grupos con poder, poco
conveniente y amenazador. En contraposición a este tipo de explicaciones in-
natistas del yo, podemos proporcionar una explicación en términos de aprendi-
zaje social.
Así, la identidad puede configurarse por medio de una dinámica mental con-
flictiva y con estrategias de defensa psicológica (negación, sublimación, racionali-
zación, etc.) desarrolladas para combatir la ansiedad que los conflictos
psicológicos comportan. Por ejemplo, Adorno en su obra La personalidad autori-
taria explicó algunos prejuicios racistas como promovidos por algún tipo de me-
canismo de defensa, que actuaba para negar experiencias que se habían tenido
durante la infancia en relación con la familia.
De todo lo que hemos dicho hasta ahora, se desprenden diversas implicacio-
nes de la teoría psicoanalítica para la noción de identidad:
¿Podemos considerar que esta perspectiva es más o menos adecuada que las otras
para el estudio de la identidad? Evidentemente, la valoración que hacemos de ella
no puede ser global. Como cualquiera de las perspectivas, pone en juego diferentes
formas de significar el funcionamiento del yo que pueden ser contraargumentadas.
Sin embargo, esta teoría ha aportado algunos aspectos que se han mostrado bastante
útiles para las aproximaciones actuales al concepto de identidad.
Por una parte, se ha criticado el hecho de que la teoría de Freud puede implicar
una concepción determinista de la personalidad, en el sentido de que ésta se con-
sidera encorsetada por una serie de pulsiones innatas (esta parte es la más criticable
desde la psicología social). Pero por la otra, es sabido que a partir de los plantea-
mientos clásicos de Freud se ha elaborado todo un conjunto de aproximaciones
innovadoras que recogen la orientación psicoanalítica, como es el caso de deter-
minadas lecturas marxistas del psicoanálisis, que resultan bastante sugerentes en
el sentido que reelaboran y completan concepciones en las que el psicoanálisis ha-
bía puesto un fuerte énfasis, y que son relacionadas con cuestiones sociales.
Editorial UOC 107 Capítulo II. La identidad (el self)
Conciencia del yo
Nuestra identidad, más que ninguna otra cosa, está conformada por la manera en que
pensamos: “El proceso de autoconformación de nosotros mismos depende de las
creencias que tenemos sobre cómo somos: de las historias que explicamos sobre no-
sotros. Explicamos a los otros lo que ellos esperan de nosotros, o bien otras cosas, en-
viándoles señales encaminadas a acciones o estilos concretos.
Las historias pueden ser muy variadas. Si buscamos un trabajo, explicaremos lo compe-
tentes que somos y la capacidad que tenemos para trabajar, y también la gran dedicación
que hemos invertido en formarnos profesionalmente, más que ninguna otra cosa. Pero
también nos explicamos historias a nosotros mismos. Somos nuestra historia privada, la
cual se extiende hasta allí donde nos es posible recordar. Y pensamos en ella como si fuera
nuestra verdad, de la que otras historias sólo pueden desviarse un poco.”
J. Glover (1988). I: The Philosopy and Psychology of Personal Identity (p. 139). Harmondswort:
Penguin.
2.2. La agencia
La experiencia subjetiva del yo, por otra parte, está estrechamente asociada a la
conciencia de agencia –de pensar que como persona particular tengo el poder de
producir efectos en mí y en los otros, como por ejemplo, cuando me propongo con-
vencerme de dejar de fumar o cuando hago el proyecto de enamorar a alguien.
Asociado con la noción de agencia, está el sentimiento de que somos seres
libres que podemos escoger, y que es porque queremos por lo que hacemos lo
Editorial UOC 109 Capítulo II. La identidad (el self)
que hacemos. De hecho, las leyes asumen, en general, que somos los únicos
responsables y los agentes de nuestras acciones, y eso probablemente coincide
con lo que bastantes personas piensan de ellas mismas y de los otros. Cierta-
mente, aparte de las necesidades primarias (comer, dormir y beber) y las limi-
taciones del dinero, el resto de cosas es fácil de pensar que las hacemos sólo
porque queremos.
La conciencia de sí mismo, junto con el sentimiento de agencia o la capacidad
de escoger entre diferentes alternativas, son características consideradas intrínsecas
a la condición de persona, y pueden hacernos suponer que efectivamente podemos
crear nuestro self y tener un papel importante en la construcción de nuestra iden-
tidad. Ésta es una capacidad que se nos atribuye muy a menudo, que proviene de
la ideología liberal y que se justifica a partir de la observación de la toma de decisio-
nes en la vida cotidiana sobre los estudios, el trabajo, la elección de amigos y de pa-
reja, el lugar donde vivivimos, los programas de televisión que miramos, los diarios
que leemos, la ropa que llevamos, etc.
Las decisiones que tomamos van conformando el tipo de persona que somos:
“Los grados en los que conformamos nuestras vidas son diferentes. Si controlamos nues-
tras acciones a partir de determinados proyectos que hemos hecho nos convertimos en
personas activas y no pasivas. Podemos darnos cuenta de las influencias que tienen lugar
en nosotros a partir del tipo de vida que llevamos. Sin embargo, otras veces, tenemos más
conciencia de nosotros mismos, y esto empieza ya a cambiarnos. Hacemos proyectos so-
bre el tipo de persona que queremos ser: alguien puede querer convertirse en más valien-
te, más tolerante, más independiente o más perezoso. Así, el hecho de conformar
nuestras propias características implica un proceso de autoconstrucción.”
J. Glover (1988). I: The Philosopy and Psychology of Personal Identity (p. 131). Har-
mondswort: Penguin.
“Los colectivos que hablan diferentes lenguajes, en la práctica, viven diferentes ’mun-
dos de realidad’.
Edward Sapir (1949). Cultura, lenguaje y persona (selección de ensayos publicada por
David G. Madelbaum). Berkeley: University of California Press.
“cuando te ves atrapada, desvalida tras los muros –decía tía Habiba–, sueñas con es-
capar. Y la magia surge cuando entiendes ese sueño y haces que las fronteras se des-
vanezcan. Los sueños pueden cambiar tu vida y, a la larga, el mundo [...] Puedes
transformar esas imágenes en palabras. ¡Y las palabras no cuestan nada!”
Es en este sentido en el que hay que tener presente el poder que puede tener
la narración que hagamos de nosotros mismos y de las cosas que nos rodean, ya
que toda esta realidad construida narrativamente tiene efectos concretos y mo-
Editorial UOC 112 Introducción a la psicología social
dela lo que hacemos y lo que sentimos. Pensarnos como inteligentes tiene efec-
tos diferentes en nuestra vida, puede llevarnos a tener éxitos por la confianza
que hemos puesto en nosotros, y puede pasar lo contrario si nos pensamos
como incapaces. Además, no podemos librarnos del lenguaje, no podemos per-
cibir el mundo y a los otros de manera directa, más allá del lenguaje, sino que
éste mediatiza cualquier parcela de realidad.
La relación entre el concepto de self y el de identidad es una relación de in-
clusión. Así, nos referimos al self como al núcleo de la identidad, al centro del yo
que se hace patente mediante las enunciaciones que hacemos sobre nosotros
como, por ejemplo, cuando hacemos una exclamación diciendo “estoy harto de
que me tomen el pelo!”.
Este sentido del self/ identidad depende en gran medida de lo desarrollada
que tengamos la capacidad de pensar simbólicamente, la habilidad para dirigir
y reflejar nuestras propias acciones y para pensar en el mundo que nos rodea.
Podemos hablar de autoconciencia o conciencia de sí mismo en el sentido en
que ésta está centrada en el yo y la definimos como la conciencia que tenemos
de ser una persona particular y diferente de las otras, y de reflejar en la propia
experiencia de ser lo que esta persona es. Este planteamiento conducirá al con-
cepto de reflexividad.
Hasta aquí hemos considerado la identidad individual como una identidad di-
ferenciada, como una identidad singular conformada por un conjunto de rasgos
coherentes entre sí, pero esta idea de la identidad no es compatible con el hecho
de que en la vida moderna nos encontramos situaciones muy diferentes, que re-
quieren características diversas en una misma persona para que las pueda afrontar.
En este sentido, algunos autores consideran que parte de nuestra identi-
dad depende de las situaciones que hemos tenido que afrontar, ya que los
diferentes contextos exigen de nosotros diferentes manifestaciones. Las ca-
racterísticas que tiene que mostrar una mujer cuando sólo se encarga de cui-
dar de su hijo no son las mismas que las requeridas cuando se trabaja en el
campo, además de hacerse cargo de los hijos. No se te pide lo mismo cuando
Editorial UOC 113 Capítulo II. La identidad (el self)
haces de padre de familia que cuando estás con los amigos viendo un partido
de fútbol o en el trabajo haciendo de banquero; la misma persona puede, por
ejemplo, actuar en un momento determinado de una manera autoritaria
como capataz en una empresa y en otro, de una manera solidaria como sin-
dicalista convencido.
También los diferentes tipos de relación que establecemos requieren que nos
mostremos disimilares. No manifestaremos las mismas actitudes y el mismo ta-
lante si la persona con quien hablamos es nuestro jefe, padre, paciente, vecino
o vecina o amigo o amiga íntimos.
Así pues, puede considerarse que parte de la identidad es dependiente del
abanico de relaciones que ponemos en acción y de las diferentes situaciones en
las que nos hemos encontrado.
Si consideramos la experiencia de la identidad desde la perspectiva de su de-
sarrollo y su transformación, también podemos hacer referencia a una multipli-
cidad de sentidos del yo. Es el caso, por ejemplo, de pensar en el pasado y darnos
cuenta de lo crueles que éramos cuando insultábamos a alguien por el simple
hecho de ser gitano, sin que esta persona nos hubiera hecho nada. Así, creamos
narrativas diferentes sobre nosotros a lo largo del tiempo, por el simple hecho
de poder diferenciarlas, al situarlas en el pasado y en el presente.
Siendo, pues, tan compleja la experiencia y el desarrollo de la identidad a lo
largo del tiempo y de los diferentes contextos, los cuales requieren formas par-
ticulares de relación, no es en absoluto sorprendente que haya un cierto grado
de fragmentación o multiplicidad del yo.
Sin embargo, la problematización y la extrañeza que la identidad múltiple
provoca en nosotros sólo puede entenderse como producto directo de una nor-
ma cultural, fuertemente arraigada en nuestra sociedad, que proviene del libe-
ralismo y el individualismo, y que asocia el comportamiento externo y explícito
de las personas a cualidades internas de éstas, que se consideran naturales y pre-
existentes, y también coherentes internamente.
La dominancia de esta norma nos lleva, a menudo, a no darnos cuenta de las
presiones que el contexto y los otros y las otras ejercen en nosotros a fin de que ac-
tuemos de una manera determinada.
Hay que decir, también, que esta identidad múltiple, aparentemente contra-
dictoria, ha sido explicada por la psicología social desde otras perspectivas,
Editorial UOC 114 Introducción a la psicología social
A todo lo que hemos dicho, tenemos que añadir el modelado que la cultura
concreta hace de la identidad. La cultura es entendida aquí como el conjunto
de tradiciones, normas, símbolos y valores que conforman una sociedad y que
se mantienen mediante el aprendizaje, la interiorización y la transmisión entre
las personas que forman parte de ella.
Así, la identidad individual de la que hemos hablado, como “entidad autóno-
ma, particular, privada y racional”, también es un modelo formado por medio de
la cultura, en este caso relativo al occidental, y no arraigado universalmente a la
naturaleza humana.
En este sentido, y aunque todas las culturas tienen algún tipo de concepto
de self, hay grandes diferencias entre ellas con respecto al significado y a la
manera de entenderlo. Por ejemplo, mientras que en Occidente las relacio-
nes íntimas están fuertemente vinculadas a sentimientos privados, en China
se considera que la elección de la pareja es algo vinculado al grupo familiar
y es él como colectivo el responsable de la elección. Esta forma de entender
la vida privada de las personas en la cultura occidental o en la cultura asiática
es fuertemente dependiente del hecho de pensar que somos autónomos o
bien de considerar que la persona sólo es una parte del conjunto del grupo,
y por lo tanto, no puede actuar independientemente.
Sin embargo, las diferencias culturales han derivado, en la mayoría de los
casos, en desigualdades y prejuicios que han conducido a conflictos y discri-
minaciones sociales graves y han llegado, incluso, a la destrucción del otro –
persona diferente. Este hecho pone de manifiesto una profunda ideología xe-
nófoba, etnocéntrica y racista, según la cual hay formas de ser que, de manera
absoluta, son consideradas mejores que otras, lo cual lleva a legitimar la des-
trucción de las identidades construidas como inferiores. El ejemplo paradig-
mático de lo que decimos ha sido el nazismo, pero podemos encontrar otras
muchas muestras del mismo hecho en la vida cotidiana, con relación a los in-
Editorial UOC 115 Capítulo II. La identidad (el self)
Ejemplo de noticia
Un tigre de madera
El lanzamiento de este año se llama Eldrick Tiger Woods, tiene 19 años y
aún no es profesional. Cumple todas las condiciones de lo políticamente
correcto y, además, es afroamericano. No le gusta que digan que es negro
– “soy indio (1/8), negro (1/4), asiático (1/4 chino y 1/4 tailandés) y blan-
co (1/8)”, dice. “O sea, que es una injusticia hacia todas mis herencias in-
dividualizarme como negro. No es justo”. Pero como tal figura en las
estadísticas que le señalan como el primer afroamericano en jugar el
Masters desde que Jim Thorpe lo hiciera en 1988.
Tal como se ve en esta noticia con esta autodescripción que hace de sí mismo un afro-
americano, pensar que las categorías sociales existen de manera pura es una falacia
que no se corresponde con la realidad.
Editorial UOC 117 Capítulo II. La identidad (el self)
No hemos de olvidar tampoco que cada sociedad tiene unas categorías dis-
ponibles dependiendo de su historia y que son éstas las que determinan las
identidades sociales que son posibles. El adjetivo tránsfuga, vinculado al mundo
de la política, no existirá en una sociedad donde no haya diferentes partidos
políticos; ni cornuda en una sociedad donde exista la poligamia, como en los
harenes árabes.
Con el fin de entender estas situaciones, haremos referencia a los procesos
por medio de los cuales las personas se identifican o se diferencian en categorías
sociales determinadas y, también, a las consecuencias que tienen estas identifi-
caciones, en términos de prejuicios, en la percepción de los otros y en la discri-
minación comportamental hacia estos otros.
La teoría de la identidad social de Tajfel nos permite entender gran parte de
estos procesos de identificación y desidentificación. Esta teoría engloba tres
procesos psicosociales –la comparación, la categorización social y la identifica-
ción–, los cuales actúan conjuntamente y hacen referencia a la manera como
percibimos a las otras personas y a nosotros mismos, tomando como base de
esta percepción la pertenencia de las personas a los grupos. Por ejemplo, el he-
cho de ser heterosexuales nos puede llevar a establecer una diferenciación, en
otros aspectos, que no tienen nada que ver con el comportamiento sexual con
aquellas personas que practiquen la homosexualidad, lo cual no percibiríamos
si existiera la categoría y la creencia de que todo el mundo es potencialmente
andrógino, por ejemplo.
Por lo tanto, podemos considerar que no actuamos –ni nos relacionamos con
la gente– tanto por lo que las personas son sino por cómo nos las representamos
o por cómo las percibimos e interpretamos. Estas percepciones y representacio-
nes de los otros están fuertemente moduladas y afectadas por el sentimiento de
pertenencia de los individuos en determinados grupos. La categoría grupal, pues,
proporciona una identidad o posición social y, al mismo tiempo, funciona como
prisma de lectura y percepción de la realidad social que nos rodea.
En esta percepción del otro siempre hay implícito un proceso de compara-
ción social, establecido a partir de un patrón o criterio que actuará de guía de la
comparación: así pues, si nos miramos a alguien por el color de la piel, llegare-
mos a una determinada percepción y valoración, y si lo hacemos por sus ideas
políticas, llegaremos a otra. Es obvio decir, sin embargo, que en términos de re-
levancia social y de ética, la calidad de ambas valoraciones no tiene nada que
Editorial UOC 118 Introducción a la psicología social
1. Henri Tajfel (1981). Grupos humanos y categorias sociales. Barcelona: Herder; John C. Turner (1990).
Redescubrir el grupo social. Madrid: Morata.
Editorial UOC 119 Capítulo II. La identidad (el self)
en términos de identidad social, buscando lo que Tajfel llama una distintividad so-
cial positiva. Esta búsqueda es una de nuestras motivaciones principales.
Con este proceso de comparación social establecemos diferenciaciones del
tipo “nosotros frente a ellos”, el endogrupo frente a el exogrupo, que la mayoría de
veces es fruto de una competencia social y de un conflicto real de intereses pero
otras veces es fruto de la búsqueda de una distintividad positiva, puramente sim-
bólica. La consecuencia de esta división entre nosotros/ellos es el etnocentrismo,
es decir, el favoritismo hacia el propio grupo y el desprecio, la discriminación y,
eventualmente, la agresión hacia el grupo contrario. Así pues, la función de las
categorías sociales, sobre todo de aquellas que son consideradas como naturales y
no son construidas socialmente (contingentes e históricas), es la de legitimar la
dominación y obstaculizar la solidaridad entre posiciones sociales diferentes.
Parece que cuanto más se extrema la dicotomización entre las categorías en
términos de nosotros frente a ellos, más se disuelve el ámbito del sentido común en
el que podrían encontrarse los diferentes grupos que hay en una sociedad con
vistas a negociar la convivencia y el futuro. En momentos de conflictos sociales
agudizados es cuando más se acentúa esta discriminación, lo cual conduce a mi-
rarse cualquier circunstancia y fenómeno desde la perspectiva de la identifica-
ción o la oposición con el propio grupo.
Así, todo se mira según si lo dice uno de los nuestros o no:
grupos o categorías, que conduce fácilmente a hacer el fracaso real por la poca
confianza que se tiene en sí mismo. Ya para acabar, un último efecto es el cono-
cido como efecto Pigmalión, según el cual el comportamiento negativo hacia al-
guien, por unas características específicas que no tiene pero que le atribuimos,
puede crear en la otra persona aquello que esperábamos encontrar en él, puede
generar el comportamiento que sostenía nuestra discriminación: por ejemplo, el
hecho de que las mujeres sean consideradas con menor control emocional puede
considerarse más el efecto de las condiciones en las que han sido obligadas a vivir
(como personas que se ocupan de los otros) que algo inherente a su naturaleza.
Para concluir, sólo hay que recordar que los estereotipos, en tanto que pro-
ductos ideológicos, orientan la percepción y la acción de los grupos sociales
en su interacción con las otras personas y categorías, lo cual puede llevarles
a una desatención selectiva sistemática y a potenciar la ignorancia continua-
da de aquellos aspectos de la realidad social que son enmascarados.
nifiesto cómo el discurso de la diferencia entre los sexos no era un discurso so-
bre la diversidad, sino un discurso encubridor de la discriminación sexual,
pronunciado desde el poder para mantener una situación de dominación de la
mujer y que, por lo tanto, niega su alteridad real y subordina su desarrollo y su
proyecto de vida al desarrollo y al proyecto de vida del hombre.
En el ámbito académico, el esmerado análisis que hicieron Maccoby y Jacklin
(1974) sobre las diferencias sexuales hizo concluir que, a excepción de algunas habi-
lidades verbales o relativas a la agresión, el resto de diferencias propugnadas histó-
ricamente entre los sexos (motivación, competencia, temperamento, habilidades
intelectuales, etc.) obedecían sólo a un conjunto de creencias, estereotipos y repre-
sentaciones sociales que no tenían ningún fundamento en la realidad.
Tabla 2.1. De cómo el conocimiento científico ha construido una psicología diferente para los hombres
y para las mujeres...
Diferencias sexuales
Características Se dice
Las creencias tradicionales con respecto a la mujer, que todavía hoy se man-
tienen en parte y que evidentemente distorsionan su realidad, no homogénea,
son los tres mitos siguientes: la mujer como esposa amante, como madre altruista
y buena por naturaleza y el eterno femenino, que hace referencia a su dimen-
sión más sensual y misteriosa.
La larga historia que ha tenido este pensamiento sexista ha marcado profun-
damente las mentalidades actuales, aunque desde hace un par de décadas se estén
llevando a cabo cambios sociales importantes, sobre todo en términos jurídicos
(las leyes del divorcio y del aborto, los programas de integración laboral de la mu-
jer, etc.).
Editorial UOC 126 Introducción a la psicología social
“El velo”
MANUEL VICENT
Se las puede ver en cualquier aeropuerto, con chaqueta de marca y falda por encima
de las rodillas, piernas firmes con medias oscuras, tacón alto y un maletín en la mano.
Suelen tener cerca de 40 años. En el momento de abordar el avión están rodeadas de
otros ejecutivos o compañeros de la empresa. A ellos nadie les obliga a ser guapos. Al-
Editorial UOC 127 Capítulo II. La identidad (el self)
gunos tienen barriga, llevan los zapatos sucios y la corbata con el nudo torcido e in-
cluso se les permite ser un poco estúpidos, pero ellas, que son directivas o secretarias,
van impecables, si bien se les nota un velo de falsa dureza o de angustia debajo del
maquillaje. Probablemente hacen pesas para estar en forma, controlan su dieta con
gran sacrificio y tienen que demostrar en cada reunión de trabajo que son más inte-
ligentes, más rápidas, más eficientes que los hombres si quieren ser tomadas en con-
sideración. Estas mujeres constituyen la última conquista de la revolución femenina.
Nadie las compadece. Mandan en los despachos y para eso deben expresarse en cada
minuto con una agresividad redoblada y un talento superior sin un solo desmayo.
Nadie cree que estos espléndidos ejemplares femeninos están siendo también sojuz-
gados. Estremece pensar a qué grado de violencia se ven sometidas las mujeres en la
mayor parte del mundo. Pienso en esas valerosas argelinas que tienen que desafiar di-
rectamente el cuchillo de los fanáticos para respirar en libertad. Existen en otros pueblos
infinitas mujeres sin nombre, sin rostro, sin rebelión alguna, moralmente humilla-
das, pero un hecho parece evidente: este siglo en el futuro será definido por la revo-
lución femenina que se ha cruzado como un dique en la corriente de la historia
obligándola a elevarse de nivel. Por eso, cualquier regresión moderna se ceba primero
en la mujer. Pienso en el velo de hierro que cubre el rostro de las argelinas y en el velo
de la dureza que se ven obligadas a lucir las nuevas troyanas que triunfan en los des-
pachos del Occidente cristiano. Es la misma opresión bajo otro lápiz de labios.”
Hay que ir, pues, con mucho cuidado cuando decimos que la situación de la
mujer actualmente está cambiando en un sentido positivo y la comparamos con
lo que era su situación tradicional, o con la situación de culturas que considera-
mos más atrasadas.
Estructura social y rol son concepciones que están estrechamente ligadas pues-
to que la estructura está constituida por sistemas de roles y estatus. El concepto
de rol proviene del mundo del teatro, está relacionado con el arte dramático y tie-
ne que ver con la idea básica de que las personas representan diferentes papeles,
Editorial UOC 128 Introducción a la psicología social
roles, en relación con la estructura social en la que están insertadas. Podemos de-
finir, pues, el rol como un modelo organizado de comportamientos que se desprende de
la posición determinada que ocupa la persona dentro de un conjunto interaccional es-
tructurado. Por ejemplo, quien ha escrito este capítulo ha tenido el rol de autor o
autora, y quien lo lee representa el de lector o lectora.
Los roles, por otra parte, también pueden intervenir en la configuración de la
identidad de las personas, dada la naturaleza relacional del yo y la interiorización
que podemos hacer de los roles que nos tocan. Así, alguien que se dedica a cuidar
a enfermos (enfermera) tendrá más desarrollada la característica de estar pendien-
te y ser sensible al estado de los otros, a diferencia de quien se dedica a hacer diag-
nósticos (médico), que puede haber desarrollado la habilidad de la atención
selectiva en determinados síntomas específicos y de desestimar la información so-
bre el estado general de la persona. Estas habilidades pueden trasladarse a ámbitos
de la vida cotidiana que no tienen nada que ver con la práctica profesional.
En relación con el concepto de rol, está el concepto de estatus, que se refiere
sobre todo a la valoración, al prestigio o al significado que la sociedad otorga a un
determinado rol. Así, los roles de médico y enfermero o enfermera, además de im-
plicar comportamientos y actitudes diferentes, implican también una valora-
ción y un prestigio diferentes y desiguales.
Por todo lo cual, la experiencia de la identidad, el sentido de nuestro yo, puede ser
el resultado de la construcción de la estructura social en la que estamos insertados y
de los roles representados en nuestras interacciones sociales, según los diferentes
contextos. Puede ser incluso ajeno a uno mismo, en el sentido de que puede ser el
efecto de los roles que los interlocutores tienen en relación con nosotros y del signi-
ficado que éstos atribuyen a los contextos en los que nos encontramos. Esta idea es-
tructural de la identidad proviene de la tradición teórica de la dramaturgia
desarrollada por Goffman, mediante la cual se elabora una estrecha analogía entre el
mundo del teatro y la dinámica de la vida cotidiana. Conviene recordar en este pun-
to, referido a la dramaturgia, tres de las obras más significativas del mismo autor,
Erving Goffman: La presentación de la persona en la vida cotidiana (Buenos Aires:
Amorrortu, 1959); Estigma. La identidad deteriorada (Buenos Aires: Amorrortu, 1963);
Ritual de la interacción (Buenos Aires: Tiempo contemporáneo, 1967).
Cualquier actividad que haga una persona tiene algún tipo de influencia en
el comportamiento de aquellos que están cerca; Goffman llama a este tipo de
interacción actuación de un rol: el simple hecho de hablar, por ejemplo, necesita
Editorial UOC 129 Capítulo II. La identidad (el self)
Las apariencias normales, o una buena actuación de rol, permiten al público infe-
rir información que no tiene de manera objetiva y dar muchas cosas por sabidas, lo
que implica el ejercicio de un cierto control del actor sobre el comportamiento del
público, que es quien ocupa el rol complementario. Así, alguien que se disponga a
robar en una tienda no puede entrar mal vestido y comportándose de manera dife-
rente del resto de compradores, si no quiere que los otros se pongan en guardia y le
chafen los planes. Actuar como los otros esperan que lo hagamos, aunque tenga-
mos intenciones ocultas diferentes, permite que seamos nosotros los que controle-
mos la situación y no ellos.
Así, la dimensión pública del comportamiento o fachada tiende a instituciona-
lizarse en función de las expectativas del público y a adquirir un significado y
una estabilidad que son independientes de las tareas específicas que los acto-
res lleven a cabo, lo que quiere decir que se convierte en una representación co-
lectiva y en un hecho en sí mismo, que puede ser independiente de lo que
realmente pasa.
Cada sujeto, al interactuar en un establishment determinado y en una situa-
ción concreta, lleva a cabo una representación –performance– que está sujeta a
un programa prefijado –rutina– (si hay varios, habrá que escoger) y que está
marcado por unos roles. Por medio de este proceso, la actuación de cada per-
sona se combina con las actuaciones de las otras con el fin de formar un
equipo y cooperar entre sí para la definición de la situación (una clase, una
conversación, un examen, una consulta, etc.) y para la representación de una
Editorial UOC 131 Capítulo II. La identidad (el self)
Aquí nos centraremos en el estudio que hace Goffman de las estrategias de presen-
tación del yo, que las personas utilizan con el fin de generar e incidir sobre las impre-
siones que los otros se forman de ellas. ¿Qué técnicas utiliza la gente para
presentarse de una manera socialmente aceptable ante los otros, y en qué condicio-
nes las utilizan?
Editorial UOC 132 Introducción a la psicología social
Y, finalmente, sólo hay que decir que tendemos a producir las acciones y los
comportamientos sociales que confirman la identidad social que queremos
construir y proyectar en los otros.
Desde esta noción de self, la comprensión de la vida social no está basada en
el conocimiento de los principios psicológicos vinculados al individuo, sino que
lo psicológico constituye el resultado del continuo proceso de negociación y conflicto
entre las personas.
Esta concepción del self hace imposible la comprensión de nuestro yo a
partir de la introspección y la reflexión descontextualizadas y obliga a reco-
nocer el rol que los otros tienen en la construcción del yo. En vez de considerar
a los individuos como si fueran ellos los que establecen las relaciones, a partir
del IS hay que pensarlos como manifestaciones o productos de las relaciones.
Editorial UOC 135 Capítulo II. La identidad (el self)
2. Kenneth Gergen (1992). El yo saturado. Barcelona: Paidós Contextos. También se puede consultar:
John Shotter (1984). Social accountability and selfhood. Oxford: Blackwell. John Shotter y Kenneth
Gergen (1989). Texts of identity. London: Sage.
Editorial UOC 137 Capítulo II. La identidad (el self)
Conclusiones
Este capítulo hace un recorrido teórico por las principales perspectivas que
se han dedicado al estudio de la identidad, desde las más individualistas, que po-
nen el centro de explicación en el interior del individuo, pasando por las más
sociales, las cuales consideran que el origen de la identidad está fuera de él, en
la sociedad, hasta acabar en la perspectiva psicosocial, centrada en una explica-
ción dialéctica que parte de la idea de que el individuo y la sociedad se van con-
formando mutuamente.
Dentro de las teorías más individualistas, está la biologicista, que es la más de-
terminista y que considera que la identidad tiene su base en aspectos innatos
que están en la biología de cada uno, la cual tiene un fuerte impacto en la so-
ciedad en la que vivimos; la fenomenológica, que pone el centro de atención en
el estudio de la consciencia y en la experiencia subjetiva que tenemos del sí mis-
mo; y finalmente la psicoanalítica, que pone el énfasis en el análisis de la historia
relacional de la persona.
Con respecto a las teorías más sociales, se ha expuesto la teoría de la catego-
rización social de Tajfel, junto con las nociones de estereotipo, prejuicio y dis-
criminación, por un lado, y la teoría dramatúrgica de Goffman, por el otro, que
se sirve de las nociones de rol y de estatus para señalar la dimensión estructu-
ral de la identidad.
Todo este recorrido acaba en una nueva perspectiva psicosocial de la identi-
dad, que se centra en la dimensión simbólica, histórica y construida de la iden-
tidad y recoge algunos elementos teóricos del interaccionismo simbólico y del
socioconstruccionismo.