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rarle con los grandes filósofos griegos al llamarle «Sócrates de las Galias.
supremo Platón de Occidente, nuestro Aristóteles». Por el contrario, el
teólogo y místico san Bernardo -renovador de la orden cisterciense.
abad de Clairvaux, impulsor de las Cruzadas e influyente consejero pa
pal- le acusaba «de reírse de la fe de los simples y de injuriar a los Santos
Padres», calificaba su Teología de un cúmulo de tonterías, calumnias im
pías y blasfemias, y acabó pidiéndole al papa Inocencio II que a Abelar
do se le tapara la boca no con argumentos racionales sino con el látigo.
Si, pues, es la intención la que hace que un acto sea moral o no,
¿cuándo podemos calificarla de «buena»? La respuesta de Abelardo
refleja bien su mentalidad cristiana medieval. «Una intención no debe
llamarse, entonces, buena porque parezca buena, sino porque además
es tal como parece, lo cual sucede cuando el hombre, al creer que agra
da a Dios en aquello hacia lo que tiende, no se engaña en tal creencia»
{'Ética, cap. XII). Esta necesaria adecuación de la libre intención hu
mana a la voluntad divina nos confirma que su ética es heterónoma
'Pedro Abelardo: lógica y ética de un pensador critico
Entre los protagonistas del diálogo antes citado hay que advertir
que el filósofo, de formación neoplatónica, integra a un musulmán en
su figura. En esto cabe percibir la influencia de su protector, el abad
Pedro el Venerable, que viajó a España para conocer directamente la
cultura islámica y que favoreció la primera traducción del Corán al
latín. Además, tenemos el testimonio del propio Abelardo, quien, an
gustiado por la persecución que sufría, pensó incluso en huir al mun
do islámico:
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