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Para que la salud pueda servir de criterio hay que definirla de un modo dis-
tinto al de un concepto estadístico, hasta el punto de que, en vez de ser la norma,
la salud más bien llega a resultar la excepción. Ni la salud puede comprenderse
como una norma ni la enfermedad puede ser pensada de antemano una anormali-
dad. Desde la perspectiva del cuerpo como juego continuo de fuerzas en ascenso y
descenso, hay que pensar en una relación de solidaridad fundamental entre salud y
enfermedad, y no ver en ellas sino diferencias de grado: habría que entender la
salud, en sentido estricto, incluso como la capacidad del cuerpo para hacer frente a
la enfermedad y superarla.
Cuando Nietzsche analiza las formas de la cultura griega deduce de ellas que
los griegos debieron conseguir estas dos cosas proyectando sobre el fondo abismá-
tico de la vida, la apariencia luminosa de sus dioses olímpicos apolíneos y practican-
do, al mismo tiempo, el orgiasmo musical dionisíaco.
Por eso la capacidad de sufrir puede ser tomada como criterio para distinguir
a los individuos entre dos categorías de seres que sufren: "los que sufren por so-
breabundancia de vida, los que desean un arte dionisíaco y tienen una visión y una
comprensión trágicas de la vida, y los que sufren por empobrecimiento de la vida,
los que buscan en el arte y en el conocimiento el descanso, el silencio, mares en
calma, la liberación de sí o, por el contrario, la embriaguez, la excitación, el delirio".
Este es el sentido de lo dionisíaco y de la experiencia dionisíaca del mundo asociada
al paganismo y con la que el cristianismo se propuso acabar.
La imagen opuesta a este artista creador del gran estilo es la del artista mo-
derno, el artista romántico, cuyo mejor exponente es, para Nietzsche, Wagner. Su
estado fisiológico propio es el histerismo y su arte pura simulación. Su virtuosismo
reside en la simple capacidad de adaptarse a lo que se espera de él.