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2) Reformas borbónicas

“…en el período colonial maduro, las Indias españolas habían llegado a contar con un sector
intelectual hispánico propio centrado en las universidades y en ciertas ramas de la Iglesia, si
bien, al mismo tiempo, la vida intelectual siguió experimentando una fuerte influencia
metropolitana en sus contenidos.” (Lockhart y Schwart, 1992: 318)
“En Europa, la moda dominante (la razón, la ciencia, el empirismo, y la simple claridad de
expresión) había emanado, sobre todo, de Francia durante todo el siglo, encontrando un
excelente vehículo en España gracias a la nueva dinastía borbónica que ascendió en 1700, por
lo que las manifestaciones ilustradas no se confinan a finales del período colonial, en su sentido
más estricto.” (ídem) En este sentido, la Ilustración no hizo más que resaltar y dar impulso al
autoanálisis hispanoamericano.

Las ideas de la Ilustración francesa no fueron sólo importantes en la gestión del gobierno, sino
que en la propia España algunos de los escritores más conocidos en cuestiones económicas y
políticas eran, de hecho, ministros reales.

“De acuerdo a la importancia concedida a la claridad de razonamiento, la Ilustración prefería la


unidad y uniformidad a la multitud de distinciones. En los asuntos administrativos, ello
equivalía a defender la idea de un Estado unitario libre de las trabas que suponía la existencia
de numerosas corporaciones independientes (…) La preocupación ilustrada por la eficiencia
apuntaba en la misma dirección, prefiriéndose, para una función determinada, a un solo
funcionario en lugar de un pesado consejo, y a un funcionario responsable, amovible y
asalariado más que a un propietario del oficio de por vida (o casi) que además, estaría
profundamente involucrado en el medio local.” (Lockhart y Schwart, 1992: 320)

Ideas como estas iban claramente en contra de la forma en que desde siempre se había
constituido el gobierno y la sociedad hispánica, aunque cabe destacar que las Reformas
Borbónicas respondieron a otras cuestiones y no solo al campo de la Ilustración.
Los autores sostienen que muchas de estas cuestiones, si bien eran compatibles con el
pensamiento ilustrado, eran en buena medida lo mismo que cualquier otro gobierno hubiera
realizado bajo las mismas circunstancias. (Lockhart y Schwart, 1992) Era la situación lo que
había cambiado, más que las actitudes gubernamentales. Si el gobierno real se mostraba
renovado, no era sólo debido a una mayor intervención del Estado, sino a al resurgir
económico y demográfico de la región nordoriental de la Península a fines del siglo XVIII.

Una de las importantes medidas borbónicas fue la preferencia de peninsulares sobre criollos
para ocupar los puestos de las audiencias. Esto se interpreta como una respuesta al gradual
crecimiento del dominio criollo.
Otro aspecto fue la reorganización de las jurisdicciones a partir de 1760. Esto puede
considerarse como el intento ilustrado por contar con unidades administrativas más eficaces
que la de los Habsburgos.

“Los virreinatos del siglo XVI se habían situado allí donde la iniciativa de los españoles locales
ya había desarrollado recursos de exportación, dejando a otras regiones hispanoamericanas en
una posición subordinada; pero, a su vez, a medida que estas últimas mostraron, a fines del
siglo XVIII, nuevas e importantes potencialidades exportadoras, los Borbones las convirtieron
igualmente en unidades administrativas independientes del mismo tipo que las primeras; a
saber, virreinatos, capitanías generales y audiencias…” (Lockhart y Schwart, 1992: 322)
“Otra nueva jurisdicción fue la de Nueva Granada, en la que se incluía a la actual Colombia (con
capital en Bogotá) y Ecuador, más Venezuela y Panamá en un momento u otro. Creada en 1717
y pronto abolida, para volver a ser refundada en 1739, era algo diferente de los demás no sólo
por el hecho de ser creación de los primeros Borbones, sino también por no haberse
superpuesto a ninguna actividad económica floreciente en ese momento o más tarde. No
obstante, la defensa caribeña era una de las consideraciones, y también había una cierta base
geopolítica para la medida.” (Ídem)

“En 1714, los Borbones crearon cuatro secretarías para hacerse cargo de muchas de las
funciones de los antiguos consejos reales de España. La nueva secretaría de Marina y de Indias
desplazó parcialmente al Consejo de Indias, dejándole, sobre todo, los asuntos contenciosos y
otros relativos a individuos (…) el sistema de secretarías favoreció, sin embargo, en materias
relacionadas con las Indias, unas decisiones más rápidas, uniformes y eficaces de lo que había
sido el caso en tiempos de los Habsburgos.” (Ídem)

IGLESIA

Otro aspecto con inconfundible impronta francesa fue la política borbónica para con la Iglesia.
En ese sentido, la corona iba a reducir a los eclesiásticos al mismo estado de derecho civil que
cualquier otro súbdito, y tampoco las posesiones de la Iglesia disfrutarían de exenciones
particulares. En sí, la iglesia sería racionalizada.
Sin embargo, este programa se mostró muy difícil de poner en vigor, incluso tras haber sido
redactado en su fase legislativa, nunca fue promulgada.

“La única medida verdaderamente espectacular que tomó el régimen de Carlos III en asuntos
religiosos fue la expulsión de los jesuitas de España y del imperio en 1767, junto con la
expropiación de todas sus propiedades, administradas provisionalmente por los organismos
oficiales y luego sacadas a subasta.” (Lockhart y Schwart, 1992: 323)

No era cierto que los jesuitas estuvieran intentando formar un Estado dentro del Estado en las
remotas tierras del Paraguay; tampoco eran culpables de ninguna de las intrigas contra el
gobierno español de que se los acusaba; antes bien, los jesuitas españoles habían servido
repetidamente a los intereses de la corona y de la nación española de forma sobresaliente,
tanto desde dentro de la orden como en sus posturas exteriores. Por otra parte, se trataba del
sector más internacional de la iglesia española por lo que, a pesar de todos sus logros, eran el
blanco apropiado de la corona. Con su expulsión, la corona consiguió demostrar su poderío y la
seriedad de sus intenciones. Los efectos en la educación de estas decisiones se hicieron sentir
claramente, especialmente en Paraguay.
Tras decretar la venta forzosa de las propiedades de la iglesia en la metrópoli, en donde ésta
poseía gran cantidad de tierras, la corona procedió en 1804 a ordenar idéntica medida en las
Indias. La situación en Hispanoamérica era distinta. Las propiedades de los jesuitas, ya
expropiadas, habían constituido el grueso de las propiedades rurales directamente
administradas por eclesiásticos. Las organizaciones religiosas tenían menos propiedades
rurales y mayores bienes urbanos, constituidos en su mayor medida procedente de
donaciones.
Sistema de Intendencias

En el ámbito de la administración civil, la reforma más notable de los borbones fue la


introducción de los intendentes, administradores provinciales con poderes más amplios que
los de cualquiera de sus precedentes.
“La esencia del cambio consistió en colocar funcionarios bien remunerados, con un número de
empleados a su servicio relativamente amplio y unas competencias generales, en cada ciudad
provincial importante, instaurando por vez primera una presencia del gobierno central
verdaderamente seria, comparable a lo que desde antiguo había existido en las capitales.”
(Lockhart y Schwart, 1992: 325)

Su transferencia a América comenzó por Cuba en 1764. Luego, el sistema en su configuración


clásica ingresó en el virreinato de La Plata en 1782 para pasar luego en 1784 a Perú, en 1786 a
México, y en 1790 a la mayoría de las principales jurisdicciones hispanoamericanas.

El intendente tenía competencias generales en las cuatro causas de la policía, hacienda,


ejército y justicia. Recibía un salario anual del orden de cinco mil pesos, y aunque también
podía ser sustituido en cualquier momento, el mandato de un intendente podía superar los
diez años. La gran mayoría de los intendentes eran peninsulares nombrados directamente
desde España, al igual que los jueces que fueron nombrados para las audiencias en esas
mismas fechas. Pocos eran hombres de leyes. De hecho, el intendente se asemejaba
notablemente a un virrey en su propia jurisdicción. Los intendentes eran nombrados
separadamente por parte de la corona, se comunicaban directamente con los ministros reales
y, en general, se las arreglaban para eludir el dominio del virrey.
La presencia de los intendentes estimuló y también puso en pie de guerra a los concejos
municipales; pero quizá el efecto más importante fue el conocido en la Hacienda real y en la
recaudación de tributos.

Parece que el objetivo primordial del gobierno borbónico al establecer las intendencias fue
obtener un grado más elevado de centralización. En cierto sentido, lograron dicho objetivo
estableciendo funcionarios en lugares remotos que estaban en estrecho contacto con la
corona y eran más responsables ante la misma que ante virreyes o audiencias. Por el contrario,
los funcionarios provinciales estaban más libres de cualquier traba que en cualquier época
anterior. Un medio de conseguir la independencia consistía en estar subordinado a un
autoridad remota.
“Así pues, en su origen, el sistema intendencial abrigaba un importante elemento de
descentralización y podemos considerarlo como un precedente para el federalismo de los
tiempos posteriores a la independencia.” (Lockhart y Schwart, 1992: 327)

“Desde el punto de vista interno, el sistema de intendentes fue una respuesta al crecimiento y a
la madurez de las sociedades provinciales hispánicas, que habían alcanzado una riqueza y una
consolidación comparables a las existentes en los virreinatos del siglo XVI, y que necesitaban y
podían permitirse la estructura institucional correspondiente.” (Lockhart y Schwart, 1992: 327)
Uno de los propósitos del sistema de intendencias era el intento de mejorar la administración
local de los indios radicados en el espacio rural, hasta entonces subordinados a los
corregidores de indios.
ECONOMÍA

El verdadero propósito en este ámbito de las reformas era hacer crecer la economía para que
generase mayores ingresos. El fomento del crecimiento económico local era una de las
primeras instrucciones dadas a los intendentes y también parte del fundamento para crear
dicha figura administrativa. Para ello utilizaron las reducciones fiscales, precios menores del
mercurio, la reorganización de las finanzas con una mayor participación estatal y la ayuda
técnica como un intento de fomentar la industria minera de la plata. Se extendieron los
monopolios estatales, desde el del mercurio para la minería de la plata hasta la pólvora, el ron
y la fabricación de tabaco.
Si bien hay quien piensa que la participación directa del Estado no hizo más que retrasar un
negocio de exportación que de otro modo aún hubiese resultado más próspero. El gobierno
intervino de forma más directa en la recaudación y al mismo tiempo redujo y simplificó los
impuestos, especialmente el aduanero. En parte se pretendía reducir los motivos de los
hispanoamericanos para evitar los impuestos mediante el recurso al contrabando, pero
también se trataba de la simple esperanza de que el volumen total aumentaría si la producción
y el comercio se veían menos fiscalizados, y que los ingresos aumentarían a pesar de unos
tipos impositivos menores.

“El punto más importante de las reformas económicas borbónicas significaba la actitud más
opuesta a una activa intervención estatal; el gradual desmantelamiento del sistema de flotas
con escolta militar, de rutas comerciales fijadas de antemano, y un pequeño número de puertos
designados para el comercio en favor de un comercio y una navegación más abiertos y flexibles
en todo el imperio, en la propia España y en las posesiones americanas.” (Lockhart y Schwart,
1992: 334)

A fines del siglo XVIII las condiciones eran casi opuestas a las del siglo XVI. En primer lugar, el
crecimiento técnico, demográfico y económico del norte de Europa había producido, entre
otras cosas, una abrumadora superioridad naval de las potencias nórdicas, especialmente de la
Gran Bretaña. En segundo lugar, el destino de las personas y mercancías que se dirigían a las
Indias ya no era exclusivamente la ciudad de México o Lima; ahora, antiguas regiones
periféricas, como Venezuela o la región de La Plata, estaban empezando a prosperar, y
regiones de transición, como Guatemala y Nueva Granada, también se perfilaban con más
fuerza que anteriormente.

Otra de las grandes reformas fue la del Libre Comercio. Aunque los súbditos extranjeros no
estuviesen incluidos en dicha medida, los barcos españoles podían zarpar de cualquier puerto
español o de la América española a otro sin necesidad de una autorización especial. El único
puerto español por el que pasaba todo el tráfico de las Indias, Sevilla, se vio desplazado por el
cercano Cádiz, ya que este último estaba más próximo al mar y, lo que es más importante, los
barcos de gran calado eran incapaces de retomar el río Guadalquivir para llegar a la propia
Sevilla.
Como en todo, el libre comercio comenzó en Cuba en 1765 lo que aumentó el volumen de
tráfico comercial de forma espectacular, y para 1778 se extendió a trece puertos en España y a
veintiuno en las Indias.

“¿Pero qué hubiese conseguido con el libre comercio en 1650, 1700 o 1730? Fueron la fuerza
conjunta de los cambios en las técnicas y mercados europeos desde 1750 y el simultáneo
crecimiento acumulativo interno de las Indias los que hicieron viable y determinaron dicha
cronología. La medida era seguramente muy oportuna y conveniente a ambos lados del
Atlántico, dando así libertad de actuación comercial no sólo a las antiguas regiones periféricas,
sino también al este y al norte de España, que en ese momento estaban a la cabeza de la
economía española.” (Lockhart y Schwart, 1992: 336)

La participación de España en el tráfico comercial pareció incrementarse; según cifras oficiales,


las exportaciones de origen español aumentaron desde un 40%.

En cuanto a los efectos sobre la sociedad y la economía de las Indias, hay acuerdo sobre el
hecho de que la disponibilidad de un mayor número de productos significaba una reducción de
los precios. Puede que el libre comercio redujese el contrabando con extranjeros en tiempos
de paz, si bien está claro que nunca llegó a eliminarlo. En los años de 1793 a 1795 se crearon y
organizaron nuevos consulados de comercio en varias ciudades; a saber, Caracas, ciudad de
Guatemala, Buenos Aires, La Habana, Cartagena, Santiago de Chile e incluso en dos ciudades
del propio México, Veracruz y Guadalajara. Cada fundación representó el surgimiento de una
comunidad mercantil independiente ya madura y no sometida a los dictados de la ciudad de
México o de Lima. Así, algo de la antigua estructura de compañías transatlánticas con base
metropolitana, tan características del siglo XVI, revivió de forma diferente al final del período
colonial.

Las ruidosas protestas públicas de los productores locales han transmitido una imagen de ruina
de los obrajes y talleres artesanos, incapaces de sobrevivir en un mercado inundado por
productos europeos de alta calidad y baratos. Es cierto que la estructura de la situación
cambió en detrimento de la producción local, hasta el punto que tanto los europeos del norte
como los propios españoles producían ahora a gran escala y enviaban a los indios artículos
(sobre todo textiles) que en absoluto eran de lujo, pero que competían con los sectores más
modestos del marcado hispánico, dominio tradicional de los productores locales.
También fue en esta época cuando el gobierno metropolitano empezó a utilizar una serie de
medidas típicamente mercantilistas, como la creación de impuestos y reglamentaciones
destinados a desanimar a las manufacturas de las Indias que podrían penetrar en los mercados
de España. Sin embargo, como siempre ocurre, el verdadero cumplimiento de tales medidas
fue desigual, y si bien hubo nuevos factores que perjudicaron a los locales, también los hubo
en su beneficio. El gran crecimiento de la población hispanoamericana significó un importante
factor a su favor, y aún lo fue más la naturaleza de dicho crecimiento, notablemente orientado
hacia las mezclas raciales y los hispánicos más humildes, consumidores tradicionales de los
productos de las empresas locales.

Si las reformas borbónicas fueron un éxito o un fracaso, más allá de su cercanía con la
independencia de América y la coincidencia con un momento de gran crecimiento económico
y aumento de ingresos, tuvieron un carácter de respuesta. Reconocieron los importantes
cambios que se habían dado en Europa y América, en las técnicas, los mercados y las
poblaciones, y sirvieron como transición hacia un reconocimiento pleno de aquellos factores
que surgirían al empezar el período nacional.

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