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5 razones para ser autodidacta (y 3 consejos para lograrlo) 2
5 razones para ser autodidacta (y 3 consejos para lograrlo)
Por: pijamasurf - 07/30/2018

¿Quieres aprender por ti mismo y dejar de depender de la escuela o de los maestros? Estos
consejos pueden orientarte en ese proceso

¿Cuántas veces no has querido aprender algo por tu cuenta? Quizá a tocar un instrumento
musical, o saber cómo se realiza determinada actividad física (nadar, bailar, etc.); acaso hayas
sentido interés por algún campo de conocimiento específico, o por un saber práctico como la
cocina o la carpintería.

Muchas personas sienten esa inclinación, pero casi nadie la realiza. En buena medida, porque
la educación bajo la cual nos formamos nos enseña a “esperar” que alguien más nos guíe, nos
provea de conocimiento, nos reconozca nuestros logros y, en suma, esté siempre ahí, cuidando
la manera en que se desarrolla nuestro aprendizaje.

Sin embargo, llega el momento en que si deseamos crecer, la única forma de conseguirlo es
buscar dicho desarrollo por nosotros mismos, con autonomía y actividad y, como Apolo cuando
descubrió las artes de la medicina y la adivinación según cuenta Platón en El banquete, guiados
únicamente por el amor y el deseo.

Si sientes la curiosidad de aprender por ti mismo y convertirte en autodidacta de lo que deseas,


te compartimos a continuación algunos puntos que pueden ser útiles en este proceso.

Descubres el potencial del placer como motivo de la voluntad


En la formación del ser humano ha sido históricamente frecuente que el temor, el castigo, la
culpa y otros elementos afines sean utilizados para llevarlo a realizar ciertas acciones.
Lamentablemente, el aprendizaje no está exento de ese mecanismo. Tácitamente, la escuela
suele fomentar un ambiente en donde el temor a reprobar, a fracasar, a ser considerado poco
inteligente o poco capaz, intoxica la curiosidad nata de niños y adolescentes.

¿Pero qué pasaría si en vez del temor fueran emociones como el gusto, el placer o incluso el
amor las que nos llevaran a descubrir y explorar una materia? ¿No pasaría, quizá, que
aprenderíamos con más entusiasmo? Quizá incluso, como ocurre con otras actividades que
hacemos por el solo placer de realizarlas, no nos daríamos cuenta ni del paso del tiempo ni de
los cambios en nuestro entorno, no sentiríamos hambre ni hastío, y seríamos capaces de
concentrarnos en la acción que tanto nos complace.

Es muy probable que hayas experimentado ya esa forma de actuar. En la infancia es


sumamente común que los niños se entreguen sin mayores complicaciones ni temores a la
acción que desean hacer. ¿Por qué no pensar que es posible dirigir nuevamente la conciencia y
la voluntad en ese sentido, para aprender algo que nos gusta?

Al aprender, también aprenderás sobre ti mismo

Una ventaja paralela de la autoenseñanza es el conocimiento de sí que se adquiere al abocarse


por gusto y placer a una disciplina. Cuando podemos liberarnos de la presión social que implica
cumplir plazos, obligaciones, deberes, etc., en cierta forma la conciencia está libre no sólo para
aprender, sino también para mirarse a sí misma.

Descubrimos entonces qué tan fácil o difícil entendemos ciertas materias, qué tanto nuestro
cuerpo está preparado para acometer determinadas acciones, qué caminos sigue nuestra
mente para poder generar el conocimiento, qué emociones interfieren con nuestro proceso de
aprendizaje (el ansia de destacar o de complacer a alguien, el miedo a fracasar, la vergüenza
de no saber, etcétera).

De esa forma, podemos darnos cuenta de una cualidad del ser humano que en la educación
moderna suele ignorarse deliberadamente: la singularidad. No todas las personas aprenden al
mismo ritmo o del mismo modo, pero la escuela, en su necesidad de normalización, pasa por
alto esas diferencias.

Amplía tus horizontes

Cuando se estudia bajo la guía de una autoridad, aprendemos sólo aquello que la autoridad nos
muestra. Los planes de estudio, la posición ideológica de una escuela, el tipo de educación que
fomenta un gobierno nacional, la formación misma del profesor: todo ello también forma parte
de la educación institucionalizada y, por ende, del medio en el cual es formada una persona. En
ese sentido, la educación recibida es limitada por definición.

Al aprender por tu cuenta, los ílmites siguen existiendo, pero en cierto modo es el propio
proceso el que los señala, y también tu curiosidad y el esfuerzo que pongas en aprender.

Pensemos en personas admiradas generalmente por su talento, su creatividad e incluso su


genio. No importa el ámbito al que pertenezcan, descubriremos que en todos los casos tienen
una característica en común: tuvieron la iniciativa de estudiar algo únicamente por ganas y por
interés, sin esperar que fuera útil o que alguien más les permitiera aprenderlo. Así fue como
Steve Jobs llegó a un curso de caligrafía en Stanford, por ejemplo, o como Chuck Jones
adquirióel sentido del humor tan particular que lo llevó a mezclar dibujos animados con música
clásica.

El conocimiento no tiene fronteras por sí mismo. Hasta cierto punto, es un terreno abierto a la
exploración y el descubrimiento.

Ser autodidacta puede hacer de ti una persona compasiva

Con su sistema de competición, rivalidad y especialización, es relativamente común que el


sistema educativo moderno genere personas que creen que su valor humano reside únicamente
en sus logros académicos y, por eso mismo, viven con el temor de perderlos o de que el resto
del mundo no los reconozca, pues creen, erróneamente, que sin ello no son nada.

En ese sentido, el autodidactismo puede conducir inesperadamente hacia una forma más
compasiva de adquirir conocimiento. Cuando se aprende por gusto y por curiosidad, y no por la
demanda inconsciente de complacer a otros, es posible diluir esa necesidad de pasar sobre los
demás, el afán de mostrarse superiores o la falsa idea de que se sabe más que cualquiera en
determinada materia.

Aprender por uno mismo también hace ver que el saber es en esencia inabarcable y que por
más esfuerzo que pongamos en estudiar, investigar, observar, etc., habrá siempre algo (o
mucho) que ignoremos.

Puede hacer de ti una persona autónoma

Para nadie es un secreto que la escuela es una institución social que uniforma. Desde los
horarios hasta la forma de vestir y, claro, el conocimiento impartido, todo está ya previamente
definido y en muchos casos se trata de prácticas que ni siquiera son recientes, sino que su
aplicación data de varias décadas atrás, cuando no incluso siglos.

En contraste, volverse autodidacta permite experimentar subjetivamente la libertad. Quizá de


inicio pueda parecer difícil, pues el ser humano está habituado por la formación que recibe a ser
guiado y, en ese sentido, asumir el lugar de quien conduce puede desorientar o ser confuso.
Pero eso también es parte de la libertad de aprender y, en general, de la libertad en sí.

Kant escribió que el ser humano alcanza la mayoría de edad auténtica cuando se atreve a usar
su propio entendimiento, sin profesores ni curas ni gobernantes que le dicten qué pensar o qué
hacer, sino únicamente por sí mismo, consciente de las decisiones que toma y los caminos que
elige seguir.

Hasta aquí las razones que podemos ofrecer para volverse autodidacta. A continuación
compartimos tres consejos que se dirigen más bien hacia la raíz de los obstáculos que pueden
encontrarse en este proceso. Más allá de recomendar que te compres una agenda o conviertas
un rincón de tu casa en tu “espacio personal”, consideramos que la verdadera esencia del
esfuerzo autodidacta reside en otros aspectos, más profundos y más importantes. Puedes tener
la habitación más iluminada, beber té verde todas las mañanas e inspirarte con música de Bach
y aun así distraerte, procrastinar, frustrarte, etc. De ahí que nos permitamos hacer sugerencias
de otro orden.

Resignifica la noción de la disciplina…

La idea de “disciplina” tiene connotaciones negativas que, de hecho, hemos señalado


tangencialmente en este texto. Normalizar, castigar, uniformar: todo ello, que está presente en
la escuela, es parte de la disciplina que ésta necesita para funcionar.

Ser autodidacta requiere de una suerte de “resignificación” de dicho concepto. Es decir,


entenderlo de otra manera, pues como han señalado numerosos pensadores, artistas,
escritores y demás personajes célebres de todos los tiempos, el estudio, la investigación, la
práctica y, en suma, el dominio de una materia, descansan invariablemente en la capacidad de
entregarse de lleno y metódicamente a la actividad elegida.

Si te sirve, puedes explorar otras nociones como la perseverancia, la constancia o la


persistencia.

Y también, la idea de frustración

En un sentido similar al punto anterior, el autodidactismo requiere también cierto trabajo sobre
la idea habitual que tenemos de frustración, la cual casi siempre acompaña los esfuerzos con
los que emprendemos un nuevo proyecto.

Comúnmente, cuando iniciamos algo solemos mirar lejos, nos planteamos objetivos y acaso,
como la lechera de la fábula, acariciamos desde ahora los triunfos y reconocimientos todavía
inexistentes.

No obstante, en la actividad cotidiana de aquello que nos propusimos hacer nos damos cuenta
de que quizá las cosas no son tan sencillas como creíamos: el aprendizaje se nos dificulta, hay
cosas que no entendemos, el tiempo parece no alcanzarnos, nuestra disposición de ánimo no
es la mejor todos los días, etc. Y entonces nos desanimamos, perdemos interés y abandonamos
nuestro proyecto.

¿Por qué sucede esto? En parte porque, como señaló Simone Weil, al hacer las cosas porque
pretendemos un objetivo ulterior, provocamos que nuestro esfuerzo se vuelva dependiente de
dicho objetivo: en consecuencia, al faltar éste (es decir, al sentir que no lo alcanzamos, que no
se realiza, etc.), consideramos que nuestro esfuerzo es inútil.

Siguiendo a Weil, lo mejor sería esforzarse por el esfuerzo mismo; leer por el gusto de leer, por
ejemplo, realizar la práctica de un instrumento musical sólo por el placer que se encuentra en
ello, y lo mismo con un deporte o alguna otra actividad. No queremos decir que no tengas
ambiciones sino que no permitas que esas ambiciones te cieguen ni, mucho menos, te roben el
placer de aprender.

A continuación citamos el pasaje de Weil in extenso, pues consideramos que puede ser de
interés sobre este punto:
Una mala manera de buscar. Con la atención fija en un problema. Un fenómeno más de
horror al vacío. No se quiere ver perdido el trabajo. Obstinación en proseguir la caza. No
es preciso querer encontrar: porque, como en el caso de la dedicación excesiva, se vuelve
uno dependiente del objeto del esfuerzo. Se hace necesaria una recompensa externa,
algo que el azar proporciona a veces, y que uno está dispuesto a recibir al precio de una
deformación de la verdad. El esfuerzo sin deseo (no vinculado a un objeto) es elúnico que
encierra de manera inequívoca una recompensa. Retroceder ante el objeto que se
persigue. Solamente lo indirecto resulta eficaz. No se consigue nada si antes no se ha
retrocedido. Al tirar del racimo caen las uvas al suelo.

Comparte lo que aprendes

Históricamente el aprendizaje ha conocido dos grandes vertientes: la de aquellos que aprenden


y acumulan lo aprendido y, por otro lado, la de quienes aprenden y buscan la manera de llevar a
la realidad el conocimiento que adquieren. El primer caso suele ser el de los eruditos que, como
el Doctor Fausto, viven encerrados entre folios y astrolabios pero poco saben de la vida en el
mundo; el conocimiento se vuelve, así, una materia inerte y aburrida.

Sin embargo, la vía natural del conocimiento es la socialización. Ese fue un paso decisivo en
nuestra supervivencia y evolución como especie: cuando nuestros antepasados descubrieron
cómo heredar a las siguientes generaciones lo que habían aprendido sobre el mundo, dimos un
salto cualitativo con respecto a otros animales.

Enseña a otros lo que has aprendido; escribe al respecto; platica con alguien más sobre tus
hallazgos o tus avances, y también sobre tus frustraciones y tus tropiezos. Reflexiona sobre tu
proceso: quizá algún día seas tú quien aconseje a alguien más sobre cómo volverse
autodidacta.

¿Qué te parece? Si tienes alguna otra sugerencia no dudes en compartirla con nosotros y con
los lectores de este sitio, a través de la sección de comentarios de esta nota o en nuestras
redes sociales.

Imagen de portada: Mar Hernández

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Por: Alejandro Martínez Gallardo - 07/30/2018


Vivimos en un mundo profundamente enfermo, si consideramos que la salud es más que sólo el
bien material

"Estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma no es una buena forma de medir
la salud", dijo Jiddu Krishnamurti, según el escritor Mark Vonnegut, quien recupera esta frase en
su libro The Eden Express. La frase es una de las más citadas de Krishnamurti y parece resonar
con el espíritu de nuestros tiempos, en los que las personas sienten un fuerte deseo de
pertenecer y encumbrarse en la sociedad y a la vez una repulsión, ya que para hacerlo suelen
tener que hacer a un lado su auténtica individualidad, consideraciones éticas y espirituales, e
incluso someterse a presiones laborales y sociales que ponen en riesgo su salud física y mental.

Hay que decir que es natural que una persona busque pertenecer a la sociedad y obtener
estatus; esto es algo que en gran medida está codificado biológicamente y es además -al
menos, sentirse aceptado- una necesidad psicológica. El conflicto aparece cuando el individuo
nota que para ser aceptado por el grueso de la sociedad y para obtener los beneficios de dicha
adaptación -bienes materiales, familia, pareja, fama y demás- debe hacer cosas que en
ocasiones van en contra de su propia visión del mundo y de ciertos principios que le parecen
menos contingentes o efímeros que aquellos en los que se basa la sociedad
actual. Evidentemente, para el individuo que no tiene mucha conciencia moral o que no tiene
una vida crítica intelectual y espiritual, el conflicto no suele surgir y simplemente abraza la visión
materialista de la realidad en la cual está basada la sociedad moderna. Para este individuo, no
hay mucho que cuestionar o dudar; si sólo existe este breve intervalo de vida en medio de la
nada absoluta, vida que no tiene ningún sentido trascendente puesto que vivimos en un
universo ciego y mecánico e inerte, entonces las cosas son bastante claras: hay que subir la
pirámide del éxito, hay que buscar el placer y hay que dejarnos llevar por la voluntad de poder
que está, a fin de cuentas, justificada por la evolución biológica (la supervivencia del más apto).
Esta visión literalmente sugiere que el mejor adaptado es el mejor, el más sano y el que
obtendrá todos los beneficios, como el macho más fuerte de las langostas, que tiene acceso a
todas las hembras y obliga a los demás machos a sufrir la marginación.

Ahora bien, debemos distinguir entre el individuo que utiliza esta idea como un mecanismo de
defensa y aquel que tiene una clara convicción y que se rige realmente por principios que
contradicen los postulados por la sociedad moderna. En el primer caso, muy común, vemos un
escapismo que es una forma de egoísmo. El individuo desea ser parte de la sociedad -y probar
sus mieles- pero por diversos factores no logra encontrarse en un sitio favorable dentro de la
misma; entonces, para defenderse, la rechaza. No es capaz de trabajar duro, de sentir sana
humillación, o no tiene la inteligencia o el arrojo necesarios para jugar su juego con destreza.
Esta frustración puede ser positiva en algunos casos, en el sentido de que puede orillar al
individuo a un estado en el que se dé cuenta de que lo que estaba persiguiendo no era una
causa genuina de felicidad. Generalmente, sin embargo, sólo lleva al resentimiento y refleja una
cierta cobardía disfrazada de un aire de superioridad. Pues, como sugirió Nietzsche, el individuo
que no es libre y no tiene poder de actuar y de afectar a los demás, no ejerce realmente una
postura moral, aunque argumente que su marginación social o desatino se debe a su gran ética.
Para ser individuos auténticamente éticos debemos enfrentarnos con situaciones reales y
significativas en las que se nos exija elegir entre el bien y el mal (no discutiremos aquí el tema
de la relatividad del bien y el mal: sólo diremos que dicha relatividad pasa a segundo término
cuando el acto tiene una eficacia, produce ciertos efectos que pueden ser distinguidos).
Lo anterior no significa que la ética sólo pueda ejercerse dentro de los límites bien definidos de
la vida socialmente aceptada, ni mucho menos; significa que la ética existe en las
acciones, sobre todo en la congruencia de la acción -es siempre pensamiento, acto y palabra-, y
en el ejercicio de la libertad, y el caso que hemos presentado antes demuestra una
contradicción interna.

¿Por qué vivimos en una sociedad enferma, como sugiere la frase de Krishnamurti? Muchos
creerían que vivimos en la sociedad más sana de la historia. Al menos en términos materiales
cuantitativos, esto parece ser cierto. Las personas cada vez viven más años y tienen más
cosas. Sin embargo, hacia lo que apunta Krishnamurti es a que existe un modo de existir más
auténtico que aquel que dedica su energía a adaptarse a la sociedad y el cual, para descubrirse,
requiere de la reflexión y la contemplación e incluso, de una especie de desprogramación de
aquellos conceptos e ideologías que obstruyen nuestra percepción de la realidad o del ser
mismo que conocemos en su manera más pura en la observación silenciosa de nuestra
conciencia. El mundo moderno está enfermo porque presenta constantemente un ruido
que ahoga el silencio del conocimiento de la esencia y genera una serie de distracciones que
dificultan la introspección y el cultivo del propio aparato psíquico para percibir esa realidad
subyacente. Está enfermo porque considera que debajo del ruido no hay nada, que no hay
fondo trascendente, no hay ser eterno, no hay ni siquiera una verdad por la cual valga la pena
vivir. Sólo tenemos, entonces, este parque de atracciones por encima, que no es ningún
sacrilegio, porque abajo no hay nada. Y de todas maneras, no hay nada sagrado -como dice la
frase- y por lo tanto, todo está permitido.

En contradistinción a esta visión tenemos la visión de numerosos artistas, poetas, profetas e


incluso algunos científicos que históricamente han notado que la mente de masas atenta contra
la mente del individuo, que el deseo de pertenecer a la sociedad y la búsqueda de seguridad en
la normalidad suelen llevar al extravío del espíritu, a la traición de la auténtica chispa vital que
en el individuo requiere, para crecer, de seguir y nutrir su propia luz, aunque esa luz puede
encontrarse reflejada en una tradición. Generalmente, en una tradición de personas que fueron
capaces de escuchar su propia voz interna y seguir su propio camino; si bien, esa voz interna
parece haber sido, en ocasiones, la voz de una divinidad (como el daemon de Sócrates) y ese
propio camino parece haberlos conducido a un mismo destino, que es también un origen y en el
cual hay una comunión impersonal. Encontramos aquí el sentido de la individuación: que el
individuo que es más él mismo, que ha asimilado la mayor parte de los aspectos de su propia
psique, es el individuo que más se acerca a ser algo así como una persona universal, en la cual
el todo se refleja límpidamente. Jung usa el término como sinónimo de la completud o la
totalidad.

En su texto de 1928 Two Essays on Analytical Psychology, Jung notó que en las grandes
religiones políticas del siglo XX la individualidad se pierde ante la fuerza oceánica de las masas,
que el individuo no sólo encuentra en la masa social externa, sino también en su propio
inconsciente -que es una masa social interna, una latencia colectiva que aflora en el contacto
social-:

La sociedad, al automáticamente enfatizar las cualidades colectivas en sus representantes


individuales, favorece la mediocridad, o todo aquello que se contenta con vegetar de
forma laxa e irresponsable. La individualidad inevitablemente será llevada contra la pared.
El proceso empieza en la escuela, continúa en la universidad y rige todos los aspectos en
los que el Estado se involucra. En un cuerpo social pequeño, la individualidad de sus
miembros se resguarda más fácil y es mayor su libertad relativa y la posibilidad de
responsabilidad consciente. Sin libertad, no puede haber moralidad. Nuestra admiración
por las grandes organizaciones se encoge cuando nos damos cuenta de todo lo que es
primitivo en el hombre, y de la inevitable destrucción de su individualidad en beneficio de la
monstruosidad que es en la práctica toda gran organización. El hombre de hoy, el cual se
parece más o menos al ideal colectivo, ha hecho de su corazón una guarida de asesinos,
como puede probarse fácilmente por un análisis de su inconsciente, aunque él mismo no
está en lo más mínimo perturbado por ello. Y en tanto que está normalmente "adaptado" a
su ambiente, es verdad que la mayor infamia a favor de su grupo no le perturbará en lo
más mínimo, siempre y cuando la mayoría de sus iguales crea firmemente en la moral
exaltada de su organización social.

Obviamente, aquí vemos los peligros de estar bien adaptados a una sociedad enferma.
Anteriormente esto se hizo patente con el nazismo, con el estalinismo y el maoísmo. El hombre
moderno cree que está libre de este tipo de totalitarismos solamente porque ha desarrollado
una especie de cinismo o distancia irónica ante las creencias religiosas y los sistemas políticos
más radicales. Sin embargo, olvida que el materialismo también es una creencia
(paradójicamente metafísica) y puede radicalizarse, algo que es ya una amenaza, teóricamente,
en algunos de los postulados del transhumanismo. Este rasgo de creer que somos superiores a
los hombres del pasado y sobre todo a los hombres primitivos, quizás refleje sólo nuestra
ignorancia de las cosas realmente importantes, las cuales no tienen que ver con el progreso.
Como escribió Kafka: "Sólo es por su estupidez que pueden estar tan seguros de sí mismos".

Esta tradición de filósofos, poetas, santos y demás de la que hablamos anteriormente se


distingue en gran medida por la capacidad de la autodeliberación y el compromiso con principios
superiores. Es verdad que no debemos mirar con nostalgia los tiempos pasados, como si
hubieran sido más espirituales o más sensatos que los nuestros, ya que la historia está llena de
episodios oscuros y el único mundo en el que podemos despertar es el presente. "En los
individuos, la locura es rara; pero en los grupos, partidos, naciones y épocas, es la regla",
escribió Nietzsche. No obstante, creo que es importante señalar una diferencia: por por primera
vez tenemos una sociedad global, y si seguimos con esta línea argumental, entonces debemos
decir que presenciamos una epidemia, una masificación de esta patología propia de las masas
y de la mentalidad materialista, que además ha llegado a su cúspide, siendo Nietzsche su
mismo profeta al anunciar "la muerte de Dios". Nietzsche predijo que se inventarían, para llenar
la ausencia de Dios, nuevos "juegos sagrados". Lamentablemente, esos juegos sagrados -el
entretenimiento, la política de la identidad, los sueños de fama y éxito, etc.- no son más que
nuevos mecanismos para mantener al individuo en un estado colectivo de pasividad y
alineación (y alienación), un nuevo "opio del pueblo". El "superhombre" parece estar igualmente
lejos, a menos de que las grandes compañías de tecnología logren fabricar su propia versión a
través de la incorporación de las máquinas a la biología humana, y lo hagan accesible a
aquellos que tienen el suficiente capital para adquirirlo. Esto, sin embargo, no es más que el
gran sueño religioso del materialismo científico.

A fin de cuentas, lo que hemos tratado aquí es una cuestión de libertad. Pero no de ser libres en
el sentido que ha propagado la sociedad de consumo o la sociedad secular moderna, de poder
elegir entre 400 cereales en el supermercado, ver el contenido que queramos en línea o elegir
el político con el que más nos identificamos. Libertad en el sentido de poder ser nosotros
mismos; no de poder adaptarnos a la sociedad, sino de ser capaces de aceptar lo que
realmente somos y no sucumbir o supeditarnos a presiones externas. La libertad es un viaje de
descubrimiento de la realidad, de autoconocimiento y de aceptación. No tenemos demasiado
tiempo en esta vida para lograr llegar al destino -aunque ese destino más bien sea un estado de
ser, un modo de caminar y no un lugar específico-, y perder el tiempo queriendo conformarnos
con dictámenes ajenos y paradigmas ilusorios puede ser fatal. Como dijo Albert Camus: "Nadie
se da cuenta la tremenda cantidad de energía que las personas gastan meramente en ser
normales". No es nada fácil dejar de intentar adaptarse a lo que creemos que la sociedad quiere
de nosotros y a través de lo cual nos otorgará sus bondades -como dijimos antes, hay un factor
biológico de por medio; por ejemplo, el deseo de reproducirse-. Pero es sumamente liberador
dejar de dedicarle energía a esto, como implica la frase de Camus. Al mismo tiempo, si dejamos
de hacer esto, que es a la vez una afirmación de la propia naturaleza, seguramente
cosecharemos frutos, si no en la sociedad en general, seguramente sí en sus pequeñas bolsas
de gente afín, en pequeños núcleos de mentes hermanas, que es lo que realmente importa: no
la sociedad en general, sino las personas de las que está compuesta. Dicho eso, la auténtica
motivación, como deja muy claro la Bhagavad Gita, es aquella que no tiene un motivo ulterior, la
que renuncia al fruto, es espontánea y actúa por amor, el arte por el arte. "Lo que estoy
criticando es la asunción subyacente de que la motivación para actuar sea la victoria y no el
amor", escribe Raimon Panikkar en The Rhythm of Being; y también : "Lo que debemos
redescubrir es que el significado de la vida nunca se encontrará en ninguna de estas
conquistas, solamente estará alcanzando esa plenitud de vida para la cual, en el sentido
descrito anteriormente, la contemplación es la vía". Contemplación en el sentido de Plotino, para
quien la contemplación participa en la creación misma del cosmos.

Dijimos que se trata finalmente de la libertad, pero calificamos esa libertad como una búsqueda,
una elección y una aceptación de la verdad. Y la verdad requiere valentía, especialmente en un
mundo enfermo. En el famoso cuento, nadie se atreve a decirle al rey que va desnudo, sólo un
niño que está libre del condicionamiento social. "Un hombre que es auténtico parece y se
comporta como un demente para aquellos que viven en el mundo de las ilusiones, así que
cuando llaman a un hombre un idiota solamente se refieren a alguien que no vive en el mundo
de sus ilusiones", dijo Gurdjieff. Un gran ejemplo de esto es el protagonista de El idiota, de
Dostoyevski. El príncipe Mishkin es un hombre ingenuo e inocente, que padece ataques
epilépticos, en un mundo violento e inmoral en el que parece que todo está permitido (si Dios no
existe, todo está permitido, es la frase que viene a la mente) y que arrasa a aquellas almas
delicadas que viven conforme a los ideales de belleza, verdad y bondad. No obstante, el
príncipe, justo por su inocencia y su pureza de corazón, es capaz de percibir una armonía y una
belleza luminosa que le dan sentido a la vida, incluso en la enfermedad y la más aciaga
contrariedad. Apreciar la belleza del mundo en todo su misterio es algo que produce
una devoción natural, un estado de gracia. "La belleza salvará al mundo", es una frase que se
atribuye al príncipe en la novela. La belleza, ciertamente, no en su sentido cosmético y
decorativo, sino en su sentido cósmico y existencial: "el esplendor de la verdad", como dijo
Platón. El príncipe está enfermo, pero en realidad su enfermedad es una salud más alta, la
forma en la que el alma usa el cuerpo para lograr un entendimiento. Como dijo Jung: "no
estamos aquí para sanar nuestras enfermedades, sino para que nuestras enfermedades nos
sanen a nosotros". Si estamos atentos veremos que nuestras enfermedades, nuestras
depresiones, nos hacen alejarnos de la superficie del mundo e ir hacia lo profundo; contienen un
mensaje; la naturaleza no es muda, como creía Sartre, sino que tiene significado y sentido: es
lenguaje vivo, como notó Terence McKenna.

Uno de los muchos ilustres personajes que se sometieron a la psicología analítica junguiana,
Hermann Hesse, dijo, como si estuviéra continuando la frase de Krishnamurti: "Un hombre que
está mal adaptado al mundo siempre está al borde de encontrarse a sí mismo. Alguien que está
bien adaptado al mundo nunca se encuentra a sí mismo, pero logra convertirse en ministro
de gabinete". Si la anormalidad, la desadaptación o el desajuste son vistos como enfermedades
y son sufridos con desventajas y discriminación, que al menos nos consuele que estamos más
ceca de lo único realmente importante; nuestra vulnerabilidad puede ser una apertura a lo
transformador, a lo numinoso, siempre y cuando no dejemos de ser honestos. La frase de
Hesse apunta hacia la que parece ser la gran disyuntiva de la vida, la cual requiere de una
especie de decisión heroica y hasta de una conciencia trágica -sin que esto signifique una
radicalización dicotómica; el camino medio, libre de extremos, goza del más alto linaje-. Se
trata, de cualquier manera, de tomar un camino menos transitado y por ello probablemente más
difícil. Pero no es un camino solitario, aunque por momentos así lo parezca; por el contrario, es
el camino que nos lleva finalmente a acabar con la alienación y a ser recibidos en la sociedad de
seres realmente libres.

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