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Puso en movimiento los cuarenta y tres músculos de su cara y su mirada

se anticipó a la acusación. Con los ojos fijos en el interrogado y la voz


destemplada, salieron de su boca palabras precisas que preguntaban lo
que el campesino francés no hubiera querido escuchar y que lo obligaría a
decidir entre una vida o la otra.

 Está ocultando enemigos del estado ¿cierto? – le inquirió el oficial


de la SS

Todo el interior del francés se estremeció mientras trataba de amurallar


sus pensamiento pero no pudo evitarlo y los ojos se le fueron a un costado
pensando en una evasiva, el lóbulo de la nariz se le ensancho buscando
aun algo de aliento y la boca se le cerro cuando quiso decir otra cosa que
pudiera cambiar el final trágico que les esperaba a sus protegidos.
Cualquier esperanza se le diluyó en los ojos y aunque aún hubiera
resistido, su mirada ya le había dado la respuesta a su interrogador:

- Si

Le siguió mecánicamente la pregunta que corroboraba lo que el enviado


de la Gestapo había intuido sobre el incognito refugio subterráneo:

- Los esconde bajo su piso ¿cierto?

Con la voz quebrada, a punto de llanto, de los labios del labriego apenas
salió una confirmación agonizante.

- Indíqueme el área donde se ocultan – le susurró inquisitivamente el


funcionario del régimen.

Entonces, el francés sintió como el último resto de fortaleza lo abandona


cuando una lágrima se escurre por su mejilla en el preciso momento en
que su índice delator obedece para aliviar su padecimiento.
El agente miró hacia la dirección señalada, se levantó de la silla y fue a
pararse al lugar. En silencio, con un gesto de su mano interrogó al
campesino para estar seguro de los límites del coto desde donde
culminaría la cacería.
Satisfecho por lo actuado hasta ese momento, dio comienzo al segundo
acto de su ejecución:

- Ya que no he escuchado ruidos asumo que escuchan pero que no


hablan inglés- dijo el alemán en voz baja
- Si – le contestó con la voz ya apagada
- Ahora cambiare a francés y quiero que me siga el juego, ¿está claro?
– le dijo al campesino para coordinar su papel en el reparto.

Con una sonrisa, el ahora cordial funcionario, extendió los brazos y


comenzó a darle las gracias al mortificado campesino por su tiempo y la
amabilidad con que lo había atendido y mientras se despedía
amigablemente, se calzó la gorra en la cabeza inclinándola levemente a su
izquierda, tomo sus guantes, el portafolio y se fue hacia la entrada, desde
donde dijo:

- ¡Señoritas!

Para que ingresaran a escena tres soldados armados que habían quedado
esperando afuera y les indicaba el lugar donde debían posicionarse y
cuando ya habían rodeado el sitio y tenía sus armas apuntando al piso,
finalizó su espectáculo del doble sentido dándoles la señal para iniciar el
surtido de balas:

- Me despido de ustedes. ¡Adieu!

Y automáticamente estalló la descarga de metralla que perforó las tablas


de madera y que hizo volar por los aires las astillas de los agujeros y llenó
el aire del estruendo de las detonaciones y el campesino se tapó los ojos
por el polvo que se elevó desde el escondite subterráneo.
Cuando terminaron de vaciar sus armas, instintivamente el ejecutor se
llevó el índice a la boca y chistó para ordenarles a los soldados guardar
silencio y escuchar los resultados de su emboscada. Entretanto caminaba
el piso, observando los claros de luz entre los tablones.

Y la vio moverse, vio la mancha que se escapaba de su escondite.

La vio después desde el vano de la puerta que una niña corría y subía por
la pradera.

El día soleado penetraba a la casa y el verde brillante de la pradera recortó


su perfil oscuro cuando salía con su maletín en mano que lo apoyó
prolijamente en el umbral.
Se quedó observando como huía la niña que corría desesperadamente,
jadeando llanto y respirando desesperación y su ropa húmeda manchada
con sangre que olía a sus padres,

Entonces, absorto en la representación teatral, enfiló el cañón de su


pistola hacia ella y le apunto escolásticamente, como en una práctica de
puntería, mientras la seguía y la dejaba correr.

Y sobre el segundo final, una instintiva inspiración artística le hace bajar el


arma y con su sonrisa de comediante, concluye:

- Qué más da.

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