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Si no fuéramos ignorantes seríamos liberales

Raymond Boudon (exhibiendo un espíritu aperturista, una comprensión


honda de las razones de quienes no piensan como él) ha declarado que
quienes no hacen esto lo hacen por simple, mera ignorancia. Se ha
despachado con una frase que sería arduo definir como otra cosa que,
cuanto menos, contundente: “Sólo por ignorancia se puede ser hostil al
liberalismo”.
O sea, usted no piensa como yo pienso porque no conoce lo que yo
pienso; si lo conociera, pensaría como yo. Usted no es liberal porque
ignora por completo qué es el liberalismo, doctrina o credo o ciencia
o cosmovisión de la realidad tan efectiva, irrefutable, que conocerla
es aceptarla.
Boudon (que se ha caracterizado por diferenciarse de Pierre Bordieu,
que, es cierto, no era liberal, algo que no sólo no le cerró las
puertas del saber y lo hundió en la ignorancia, sino que le permitió
escribir notables libros entre los que se cuenta uno sobre la
ontología política de Martin Heidegger que, sospecho, jamás habría
logrado garabatear Boudon) se dispone, acaso generosamente, para
arrancarnos de las garras del Error, a entregarnos una explicación del
liberalismo.
Por curioso que parezca todo cuanto dice ya lo conocíamos. Por curioso
que parezca todo cuanto dice lo había ya dicho, mejor que él, nada
menos que Karl Marx, a quien Boudon dispensa escasas simpatías y cuyo
pensamiento se dedica a simplificar a niveles asombrosos: Marx no
habría pasado de entender la historia como lucha de clases,
simplificándola de modo atroz e insalvable. No sería adecuado decirle
a Boudon que él es hostil a Marx por ignorancia, dado que sería
aceptar su esquema autoritario de pensamiento, pero es legítimo
decirle que, de Marx, lo ignora todo o, al menos, se ha construido un
marxismo a su medida, el exacto marxismo que le permite despreciarlo.
Más aún: Boudon, podríamos decirle, si el marxismo fuera eso que Ud.
dice, nosotros también le seríamos hostil. Sin embargo, el marxismo
(o, cuanto menos, el señor Marx) es tan complejo que se permite saber
más del liberalismo que usted y explicarlo mejor.
Cuestiones ideológicas
¿En qué estamos? Estamos discutiendo ideas. Detrás de las ideas viene
todo. O las ideas acompañan todo cuanto sucede. Los hombres viven y
mueren por ideas. No exageremos: no por ideales. Por ideas, que tal
vez puedan transformarse en ideales, pero no se trata de
trascendentalizar tanto las cosas. Hablemos, sencillamente, de ideas.
Boudon dispara agresivamente una: sólo por ignorancia se puede no ser
liberal. Si alguien dice algo así se condena o se destina a decir qué
es el liberalismo.
Boudon (que tiene unos obstinados setenta años: “obstinados” significa
aquí que sigue diciendo, sin mayores variantes, lo que siempre dijo,
actitud que acaso merezca el mérito de la coherencia pero,
irrefutablemente, el desmérito del tedio) dice que el liberalismo
surge a mediados del siglo XIX (en rigor, antes) y “fue un movimiento
que se opuso al bloqueo continental de las corn laws, que eran leyes
que, en Inglaterra, establecían un precio mínimo para las
importaciones de trigo, con la idea de proteger la industria cerealera
británica”. (La Nación, agosto/04.)
Créase o no, sabíamos esto casi desde niños y, no obstante, no
abrazamos el liberalismo.
Veamos la cuestión de más cerca: las corn laws (leyes de cereales)
implicaban una protección para los agricultores británicos, más
ligados a la aristocracia que a la pujante burguesía industrial. La
burguesía, que necesita alimentar a su proletariado urbano, necesita
pan barato. ¿Por qué comprárselo a los terratenientes? ¿Por qué no
importarlo de las colonias? De las colonias trigueras. Sí, de esa
lejana república del Sur que acaba de ganar su Independencia, suceso
que nuestros barcos celebraron a cañonazos en el estuario de ese ancho
Río de la Plata. De modo que la burguesía se anota un gran triunfo.
Agrede a los terratenientes. Le llama “ley del hambre” a las leyes
cerealeras. Nada de proteccionismo. Seamos liberales. Abracemos el
librecambio. Traigamos trigo barato de las colonias. Tendremos pan
barato para nuestros obreros. Al bajar el costo del pan bajaremos el
costo del salario, que, como todos saben, es el costo de lo que sale
mantener a un obrero. Si algo tan esencial para esa manutención, como
el mismísimo pan, nos sale más barato, más ganancia tendremos. ¡Así
nace el liberalismo! Vea, Boudon, eso estaba en David Ricardo. Y aquí,
en la Argentina, lo explicó formidablemente un economista de nombre
Ricardo M. Ortiz, quien, pese a no ignorar nada de eso, no se hizo
liberal. Cosas que pasan.
Ortiz desarrolló la teoría de la “franja fértil”. David Ricardo –en
sus Principios de Economía y tributación– había, sensatamente, dicho:
“Añadiendo a nuestra isla una franja fértil podremos traer de ella las
materias primarias para elaborar el pan de nuestros obreros. Nos
saldrá más barato que el costo que nos imponen nuestros
terratenientes, aristócratas destinados a desaparecer ante el impulso
de la burguesía industrial”. Y también del proletariado, que se le
une. Y, vea Monsieur Boudon, hasta Karl Marx acepta la idea. “Los
obreros ingleses han hecho sentir a los librecambistas que no se dejan
seducir por sus ilusiones y mentira. Y si, a pesar de eso, se han
prestado a aliarse a ellos en contra de los terratenientes fue,
simplemente, para acabar con los últimos restos del feudalismo y no
tener frente a sí más que a un solo enemigo”. Se trata del excepcional
Discurso sobre el problema del librecambio que Marx pronuncia en
Bruselas el 9 de enero de 1848. ¿Lo conocía usted, Monsieur Boudon? No
lo dude: Pierre Bordieu, sí.
Bien, lo notable de la cuestión es que Marx, conociendo tan bien las
leyes del librecambio, siguió siendo marxista y no se hizo liberal. No
hay caso: hay gente que ni sabiendo, aprende.
En suma, si el liberalismo, según M. Boudon, nace con la derogación de
las corn laws, entonces es casi una creación tan argentina como el
dulce de leche o el colectivo, por mencionar sólo un par de nuestras
grandezas históricas. Ahora, inesperadamente, gracias a Boudon
añadimos el liberalismo. ¿Qué decir? ¿Cómo el mundo nos pide modestia?
Venimos súbitamente a descubrir que hicimos posible el liberalismo.
Era cierto: Dios es argentino. Porque Dios, qué duda cabe, es liberal.
Y la tierra del trigo generoso, el país que posibilitó aniquilar las
corn laws fue la Argentina de la abundancia fácil. Y nuestra
oligarquía le vendió cereales a bajo precio a los industriales
británicos, quienes, para ello, derribaron las leyes proteccionistas y
abrieron las puertas del liberalismo para que entraran triunfalmente
por ellas los ganados y las mieses que cantó Lugones. Algo salió mal.
Para nosotros, digo. Los ingleses se dedicaron a la industria.
Alimentaron a su proletariado y fabricaron máquinas y máquinas
herramientas. Y cierto día, a fines de la década del ’20 del siglo
ídem, los términos de intercambio aniquilaron el valor de las mieses y
la tierra fértil, los campos generosos del país de la abundancia fácil
no sirvieron para mucho. Y nosotros, que inventamos el liberalismo,
fuimos sus víctimas.
¿Por qué? Porque nos dejamos envolver por “el carácter hipócrita común
a todos los sermones liberales” (Marx, ob. cit.). Porque no fuimos
proteccionistas, lo que nos habría permitido ser industriales y no
hundirnos no bien se hundieron los valores de las industrias
primarias, ligadas a la tierra, al pasado, al feudalismo. Y Marx lo
había dicho: “El sistema proteccionista es el medio para crear en un
pueblo la gran industria (...) Por eso vemos que en aquellos países en
que la burguesía comienza a imponerse como clase, en Alemania, por
ejemplo, hace grandes esfuerzos por implantar aranceles protectores”.
Pero en Alemania estaba Bismarck, y aquí nuestra ociosa, dispendiosa
oligarquía ganadera y nuestra timorata burguesía importadora. Así, ni
con Dios.
Tres funciones del Estado liberal
Veamos el último esfuerzo didáctico de Boudon. Se dispone a hablarnos
de un texto al que llama –acaso con alguna desmesura– “eterno”. “Adam
Smith decía (dice él) que el Estado tiene que ocuparse de la seguridad
primero; de la Justicia después y, en tercer lugar, de la iniciativa
privada cuando ésta no hace lo que debe”. Se trata de una
“interpretación” de Smith, que era mejor persona que Boudon y todos
los liberales que andan por ahí. Veamos: si el Estado se ocupa de la
seguridad primero y de la Justicia después, tendríamos que la
seguridad se instaura al margen de la Justicia. Seguimos, los
argentinos, ocupando la vanguardia del liberalismo a la Boudon. Porque
aquí, en esta dulce tierra, se pide eso: seguridad sin Justicia.
Seguridad ante todo. Y hasta la gente se apasiona tanto por esta
petición que sigue al primer inesperado y hasta extravagante personaje
que aparece y hasta enciende velitas místicas para seguirlo.
Pero, Monsieur Boudon. Usted no conoce el pensamiento de los maestros
del liberalismo. Adam Smith no era un cavernícola, no separaba la
seguridad de la Justicia. La seguridad era parte de la Justicia. Y
hasta Hobbes era claro en esto. Y, por último, Adam Smith sí –
absolutamente sí– consideraba tarea del Estado derivar los desbordes
de la iniciativa privada hacia el interés general. De aquí que
ustedes, que dicen conocerlo y lo conocen, pero lo olvidan para
desarrollar negocios cuyas ganancias sólo pueden ser fabulosas por
medio de la oligopolización de la economía, lo olviden, lo traicionen.
Ustedes, los liberales de hoy, a quienes nosotros, acaso para
diferenciarlos de buenas personas como Adam Smith, llamamos
(neo)liberales, no son hostiles al liberalismo (Smith detestaba la
concentración monopólica) por ignorancia sino por esa indigna,
compulsiva codicia que es hoy el rasgo identitario que minuciosamente
los dibuja.

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