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Es cierto que este autor es muy conocido y que ha intervenido en múltiples​ ​diálogos 

(todos publicados). Quizá el último sea la entrevista concedida al​ ​periódico chileno ​El 
Mercurio​ con motivo de su presencia en la​ ​Cátedra Roberto Bolaño​ (Universidad 
Diego Portales). Habló allí, el pasado 6 de octubre, de “¿Cómo leer un texto que ya no 
existe? Cardenio, entre Cervantes y Shakespeare”, un tema que ya aparece en 
Escuchar a los muertos con los ojos​ (Katz, 2008). Y está impartiendo, además, un curso 
titulado “Representaciones Sociales, Textos y Cultura” (2-10 de octubre), con una 
estancia que se aprovechará que que la​ ​Universidad de Chile​ preste su Sala Ignacio 
Domeyko de la Casa Central para honrarle con un Doctorado Honoris Causa 

Dado que todos entendemos la lengua en la que publica ​El Mercurio,​ he preferido 
vertir la entrevista francesa, más amplia e interesante. Y ello a pesar de que algunas 
de las consideraciones les sonarán, en particular a quienes hayan leído el último 
capítulo (“Lenguas y lecturas en el mundo digital”) de su ​El presente del pasado. 
Escritura de la historia, historia de lo escrito​ (México, Universidad Iberoamericana, 
2005). 

Las mutaciones del libro como objeto 

La Vie des idées​: me gustaría hablar acerca de cómo el libro, como objeto, se 
transforma hoy en día por la influencia de las tecnologías de Internet: e-libros, 
edición bajo demanda, etc. ¿Puede recordarnos algunos de los cambios que el libro 
ha conocido desde la invención del códice? 

Roger Chartier​: El primer problema es: ¿qué es un libro? Se trata de una pregunta 
formulada por Kant en la segunda parte de la ​Fundamentación de la metafísica de las 
costumbres​, donde define muy claramente lo que es un libro. Por un lado, es un 
objeto producido por un trabajo propio de una manufactura, sea la que sea -copia 
manuscrita, impresión o producción electrónica-, y que pertenece a la persona que lo 
adquiere. Al mismo tiempo, un libro es también una obra, un discurso. Kant dice que 
es un discurso dirigido al público, que es siempre propiedad de la persona que lo 
escribió y que puede ser distribuido únicamente a través del mandato que ésta le da a 
un librero o a un editor para que lo ponga en circulación pública. 
Cuando reflexionamos sobre el asunto, todos los problemas remiten a esta compleja 
relación entre el libro como objeto físico y el libro como trabajo intelectual o estético, 
pues hasta ahora la relación se ha establecido entre estas dos categorías, entre esas 
dos definiciones: por un lado, las obras con su lógica, su coherencia, su integridad y, 
en segundo lugar, las formas materiales de su inscripción, como podría ser el caso 
del rollo, desde la antigüedad hasta el primer siglo de nuestra Era. En este caso, muy a 
menudo, la obra queda diseminada entre varios objetos. Desde la invención del 
códice (es decir, el libro tal como lo conocemos aún, con los cuadernos, hojas y 
páginas), se da una situación inversa: un mismo códice podía, y era la norma, 
contener distintos libros dentro de la obra en cuestión. 

La novedad actual es que esta relación entre clases de objetos y tipos de discurso se 
ha quebrado, ya que existe una continuidad en el texto que se da a leer en la pantalla , 
mientras que la inscripción material sobre esa superficie ilimitada ya no se 
corresponde con el tipo de objeto (rollos en la Antigüedad, códice manuscrito o libro 
impreso desde Gutenberg). Esto da lugar a debates que pueden tener implicaciones 
jurídicas, referidas al derecho o a la propiedad. ¿Cómo mantener las categorías de 
propiedad de una obra cuando tenemos una técnica que no la delimita como hacía el 
objeto, fuera el antiguo rollo o el códice? Esto también puede afectar al 
reconocimiento del estatus de la autoridad científica. En la época del códice, una 
jerarquía de objetos podría indicar más o menos una jerarquía de discursos. Había 
una diferencia que se percibía de inmediato entre la enciclopedia, el libro, el 
periódico, la revista, la tarjeta, la carta, etc., que materialmente uno podía leer, ver, 
manejar, que se correspondían además con registros discursivos que se inscribían en 
esta pluralidad de formas. Hoy en día, el único objeto – tenemos uno aquí en el 
despacho- es el ordenador, que incorpora todos los tipos de discurso, sean los que 
sean, y que hace absolutamente inmediata la continuidad entre las lecturas y la 
escritura. Con ello ya podemos adentrarnos en las reflexiones del pensamiento 
contemporáneo, pero remitiendo a esta dualidad que a menudo se pasa por alto. El 
problema del libro electrónico se plantea, con una rematerialización en un orden de 
los objetos (como el e-book o el portátil), en el hecho de que se trata de objetos únicos 
que sirven para todo tipo de textos. A partir de ahí, la relación se plantea en términos 
nuevos. 
La Vie des idées​: Michel de Certeau hace una distinción entre el registro escrito, fijo y 
durable, y la lectura, que pertenece a la categoría de lo efímero [Citado en G. Cavallo y 
R. Chartier (dir.), ​Historia de la lectura en el mundo occidental. Taurus, 1998]​ . Pero en 
Internet los textos están en constante mutación y transformación. Exagerando un 
poco, podría decir que Internet es un universo de “plagiadores plagiados” [R. 
Chartier, ​Inscribir y borrar Cultura escrita y literatura (siglos XI-XVIII.​ Katz, 2006]. 
¿Cree usted que estamos ante una ruptura o diría que en el curso de la historia, 
sobre todo en el siglo XVII, el texto no ha tenido nunca una forma estable? 

Roger Chartier​: Sí. En su distinción, Michel de Certeau se refiere al lector viajero, que 
construye el significado a través de los límites que se le imponen y, a la vez, a partir 
de las libertades que se toma, es decir, que es como un “furtivo”. Si lo hace así es 
porque se trata de un territorio que está protegido, prohibido y fijado. De Certeau 
compara a menudo la escritura al trabajo y la lectura al viaje (o la caza furtiva). De 
hecho, es una visión que ha podido inspirar los estudios sobre la historia de la lectura 
o la sociología y la antropología de la lectura, desde el momento en que la lectura ha 
dejado de estar encerrada en el texto, pues es el producto de una relación dinámica, 
dialéctica, entre un lector, sus horizontes de expectativas, sus competencias, sus 
intereses, y el texto del que se apropia. 

Sin embargo, esta distinción productiva también puede ocultar dos elementos. El 
primero es que este lector furtivo también está estrictamente condicionado por las 
determinaciones colectivas, por su participación en las comunidades de 
interpretación o de lectura, de modo que esta libertad creativa, ese consumo que es 
producción, tiene sus propios limites: está socialmente diferenciado. En segundo 
lugar, como usted dice, este terreno del texto es más móvil que una simple parcela de 
campo, en la que, por muchas razones, existe esta movilidad. Las condiciones técnicas 
de reproducción de los textos, como la copia manuscrita (que existía hasta los siglos 
XVIII y XIX), están abiertas a esta movilidad del texto, de una copia a otra. Salvo en el 
caso de textos muy marcados por lo sagrado, donde la letra debe ser respetada, todos 
los textos están abiertos a la interpretación, a adiciones, a cambios. En la primera 
época de la imprenta, es decir, entre mediados del siglo XV y principios del siglo XIX, 
por muchas razones, las impresiones eran todavía muy escasas, entre 1.000 y 1.500 
ejemplares. A partir de ese momento, el éxito de una obra se mide por las múltiples 
reeediciones. Y cada nueva edición es una reinterpretación del texto, ya sea en su 
letra, modificable, o ya sea en los propios dispositivos materiales de presentación, 
que son otra forma de variación. Aun suponiendo que en un texto no se cambiara ni 
una coma, la modificación de las formas de publicación -caracteres tipográficos, 
inclusión o no de imágenes, divisiones de texto, etc – crea movilidad en cuanto a las 
posibilidades de apropiación. 

Hay, pues, poderosas razones para afirmar la movilidad de los textos. Hay otras que 
son intelectuales o estéticas: hasta el romanticismo, las historias pertenecen a todos y 
los textos se escriben a partir de fórmulas del momento. Esta maleabilidad de las 
historias, esta pluralidad de recursos disponibles para la escritura, crea otra forma de 
movimiento, imposible de encerrar en la letra de un texto que sea estable para 
siempre. Y podríamos añadir que incluso los derechos de autor no hacen sino 
reforzar este hecho. Por supuesto, es paradójico, ya que los derechos de autor 
reconocen que una obra es siempre idéntica a sí misma. Pero, ¿qué protege el derecho 
de autor? En los siglos XVIII y XIX protege todas las formas posibles de publicación 
impresa de un texto, y hoy todas las formas posibles de publicación de un texto, ya 
sea una adaptación cinematográfica, un programa de televisión o varias ediciones. 
Por tanto, es un principio de unidad jurídica que abarca precisamente la pluralidad 
indefinida de los estados sucesivos o simultáneos de una obra. 

Creo que hay que resituar la movilidad de lo contemporáneo, con el texto electrónico, 
este texto polifónico, ese palimpsesto, en una concepción de larga duración en 
relación con las movilidades textuales anteriores. Lo que hemos de retener del 
asunto es el hecho de que hay intentos de reducir la movilidad en el mundo 
electrónico. Es la condición de posibilidad para que los productos sean vendibles -un 
“opus mechanicum”, como diría Kant-, que es la condición de posibilidad para que 
los nombres sean reconocibles a la vez como creadores y beneficiarios de la creación. 
De ahí la profunda contradicción señalada por Robert Darnton entre la infinita 
movilidad de las comunicaciones electrónicas y el esfuerzo de ceñir el texto 
electrónico a nuestras categorías mentales o intelectuales, así como a las formas 
materiales que lo fijan, que lo definen, que lo transforman en una parcela en la que 
el lector va a poder actuar como furtivo -pero una parcela que sea lo suficientemente 
estable dentro de sus fronteras, sus límites y sus contenidos. Aquí reside el gran 
desafío, que es la de si el texto electrónico debe ser sometido a los conceptos 
heredados y, por tanto, debe ser transformado en su misma materialidad, atendiendo 
a su fijeza y a la seguridad, o si, por el contrario, el potencial del anonimato, de la 
multiplicidad, de la movilidad indefinida van a dominar la escritura y la lectura. 
Creo que en ese punto se sitúan los debates, las incertidumbres, las vacilaciones 
actuales. 

La Vie des idées​ Para completar esta serie de preguntas sobre los cambios del libro 
como objeto, me gustaría preguntarle también sobre las mutaciones del lugar en el 
que históricamente se alberga este objeto: la biblioteca. En su proyecto​ ​Google.books​, 
Google ha digitalizado libros procedentes de veintiocho bibliotecas, entre ellas las de 
Harvard, Stanford y Oxford. Este programa tiene adeptos (críticos) como​ D
​ arnton​ ​y 
opositores, como Jean-Noel Jeanneney. ¿Cree que Google va a crear una biblioteca 
mundial abierta a todos? 

Roger Chartier:​ De nuevo, tras este proyecto uno puede hallar mitos o figuras 
clásicas, especialmente el de una biblioteca que incluya todos los libros. Era el 
proyecto de los Ptolomeos en Alejandría. Google se puede inscribir en esa perspectiva 
de la biblioteca que contiene todos los libros existentes y los que podemos escribir. 
Técnicamente, incluso idealmente, no hay ninguna razón que impida creer en que 
todos los libros, sea cual sea su forma, podrían ser escaneados e incorporados en una 
biblioteca universal. 

Sin embargo, uno de los primeros límite es que el proyecto de Google se apoya en una 
empresa capitalista. Lo gobierna una lógica económica, incluso aunque no sea 
inmediatamente visible, que puede regir también para los anunciantes o los que 
apoyan esta gran empresa. Por otra parte, es un proyecto que, a pesar de que alegue 
ser universal, da esplendor al idioma Inglés. Como dijo una Gobernadora de Texas, si 
el Inglés fue suficiente para Jesús, también lo debe ser para los niños de Texas 
(​Miriam Amanda “Ma” Ferguson​). Sin duda había leído la Biblia en la​ K
​ ing James 
Version​ ​(1611) y no las versiones anteriores. El proyecto no se presenta así, pero ya 
que las primeras cinco bibliotecas escogidas fueron anglosajonas el predominio de 
los fondos ha sido necesariamente en lengua inglesa. 

¿Cuáles son las posibles respuestas? Se ha propuesto que las bibliotecas nacionales y 
europeas puedan organizarse para tener un plan alternativo. Es una alternativa en 
términos de variedad lingüística y porque se basaría en un modelo público, no en la 
empresa privada. Pero podemos suponer que, con esos trozos de bibliotecas 
universales, se podría llegar a una biblioteca universal, incluso aunque no estuviera 
bajo el manto de un Ptolomeo contemporáneo, y no hay ninguna razón para creer 
que no pudieran ser accesibles en formato electrónico. 

La cuestión, a partir de ahí, no es sólo la de las lenguas y la responsabilidad. Es 


también saber si esta biblioteca universal (que potencialmente no requiere ningún 
lugar pues todo el mundo con su ordenador, o como sea, puede pedir un determinado 
título) supone la muerte de las bibliotecas tal como las conocemos: un lugar donde los 
libros sean almacenados, clasificados y consultados. Creo que la respuesta es no. El 
proceso de digitalización justifica aún más el mantener la definición tradicional, 
porque remite a un punto fundamental, uno según el cual, como dice Don McKenzie, 
las formas afectan al significado. El gran peligro del proceso de digitalización es 
sugerir que un texto es el mismo cualquiera que sea la forma de su soporte. Tan 
fundamental como el acceso a los textos en formato digital, que queda fortalecido por 
esta digitalización, es el papel de conservación patrimonial de las formas sucesivas 
que los textos han tenido para sus sucesivos lectores. La tarea de conservación, 
catalogación y consulta de los textos bajo las formas en las que circularon se 
convierte en un requisito absolutamente fundamental, lo que refuerza la dimensión 
patrimonial y de conservación de las bibliotecas. 

Se pueden dar varios ejemplos demostrativos. En el siglo XIX, la novela existe en 
múltiples formas materiales, bajo la forma de folletines semanales o diarios en los 
periódicos, como publicaciones por entregas, para gabinetes de lectura, como 
antologías de un autor o de varias obras, como obras completas, y así sucesivamente. 
Cada forma de publicación induce a unas posibilidades de apropiación, unos 
horizontes de expectativas, unas relaciones temporales con el texto. La necesidad de 
fortalecer ese papel de conservación del patrimonio escrito, no sólo es bueno para los 
estudiosos que quieren reconstruir la historia de los textos, sino también para la 
relación que tienen las sociedades contemporáneas con su propio pasado, es decir, 
con las formas sucesivas que la cultura escrita ha adoptado con el paso del tiempo. 

La mayor discusión que suscitan estos proyectos, como el de Google, imitados de 
inmediato por los consorcios de bibliotecas, está ahí. Cuando se tuvo noticia del 
proyecto de Google, algunos bibliotecarios llegaron a la conclusión de que eso les 
permitiría vaciar los almacenes y reasignar las salas de lectura. Lo mismo sucede 
también con la controversia que causa estragos en los Estados Unidos sobre la 
destrucción de los periódicos de los siglos XIX y XX, desde el momento en que 
pudieron encontrar un sustituto para reproducirlos, en este caso el microfilm; pero el 
riesgo es aún mayor con el auge de la digitalización. Las bibliotecas han vendido sus 
colecciones, o fueron destruidas durante el proceso de microfilmación. Un novelista 
americano,​ ​Nicholson Baker​, escribió un libro para denunciar esta política, que ha 
sido la de la ​Library of Congress​ y la de la ​British Library,​ y otras semejantes, para 
tratar de salvar por sí mismo este patrimonio escrito, tras haber recopilado una 
especie de​ ​archivo de colecciones de periódicos​ americanos desde 1850 hasta 1950. 

¿Qué es leer? 

La Vie des idées​: Desde la invención de la escritura, las prácticas de lectura no han 
dejado de cambiar. Leemos en voz alta en familia, por la noche, solos y en silencio. 
¿Puede hablarnos sobre las diferentes formas de leer a través de la historia? 

Roger Chartier​: Hay dos dimensiones, morfológica y cronológica. Podemos reparar 


en aquellos momentos en los que las condiciones de posibilidad de la lectura se 
transforman masivamente. En el muy largo desarrollo medieval, los lectores, cada 
vez más numerosos, pudieron leer como se lee ahora, es decir, en silencio y por los 
ojos, mientras que la lectura oral era a la vez una forma normal de intercambio de 
textos entre los letrados y una de las condiciones de comprensión del texto. Los 
progresos de la lectura silenciosa y visual tuvieron como causa y consecuencia una 
nueva forma de inscripción de los textos, en particular la introducción de la 
separación entre palabras, que no existe en la mayoría de textos latinos. Esta es una 
de las grandes revoluciones de la lectura. 

Se puede hablar para el siglo XVIII de una nueva revolución dela lectura, pero no hay 
acuerdo sonre esa expresión. Los objetos leídos se multiplican: es el momento de una 
importante circulación de periódicos, de la proliferación de libelos y folletos, de un 
aumento en la producción libresca en todos los países europeos. Por otro lado, la 
lectura se desvía ligeramente de esa forma respetuosa, obediente y sacralizada que 
aún la marca sobremanera, hasta convertirse en algo más informal, crítico y móvil. 
Hubo en el siglo XVIII, y los contemporáneos lo notaban, una especie de fiebre de la 
lectura, una especie de furia lectora. Otra etapa importante es la que marca el siglo 
XIX. Este es el momento de mayor tensión entre las normas de lectura, impuestas por 
la escuela, y la proliferación silvestre de lecturas en círculos sociales cada vez más 
amplios. Esta proliferación de escritos en el siglo XIX puede verse en cualquier ciudad 
en las paredes, en los carteles o las pancartas, en la prensa, que cambia de naturaleza 
en ese momento y, a partir de la segunda mitad del siglo, en las colecciones populares. 

Por tanto, es posible la identificación de las transformaciones, algunas relacionadas 


con la morfología de la lectura (oral o en silencio), otras con la tensión entre la 
imposición de normas del “buen leer” y las prácticas cotidianas tan silvestres como 
múltiples. Los historiadores han debatido sobre la validez de cualquiera de estas 
rupturas y la posibilidad de catalogarlas como “revoluciones de la lectura”. Por otro 
lado, la pluralidad que usted ha señalado no es simplemente cronológica y 
morfológica; en cada una de estas empresas (medieval, en la Ilustración, en el siglo 
XIX) se observa una diferenciación de lo que podría llamarse comunidades de 
interpretación o de lectura, organizadas a partir de unas mismas competencias, de 
unas mismas expectativas en relación con lo escrito y de unas mismas convenciones 
de lectura. Hay un famoso artículo de Michel de Certeau sobre las comunidades 
místicas, españolas o francesas, de finales del siglo XVI y principios del XVII, que están 
unificados por su relación con el libro, en virtud de las prácticas de lectura, por un 
progresivo desapego hacia la oración. También podríamos reparar en lo que podría 
caracterizar a las lecturas “populares”, es decir, las lecturas que se hacen en los 
círculos menos alfabetizados o que se enfrentan con repertorios de textos más 
restringidos. Así pues, hay esfuerzos para identificar esta pluralidad, directamente 
enraizada en la diferencia social y cultural. Creo que la rejilla de lectura de las 
lecturas pasa por cruzar esta dimensión cronológica y morfológica con las diferencias 
socioculturales. 

La Vie des idées​: Hay un libro muy divertido y perspicaz de Pierre Bayard,​ ​Cómo 
hablar de los libros que no se han leído​ (Anagrama). A la postre, es cierto que a 
menudo no sabemos de los libros más que lo que dicen los críticos o las adaptaciones 
cinematográficas. ¿Diría usted que se leen los libros o simplemente sabemos de ellos 
a través de sus derivados? 
Roger Chartier:​ La cuestión es saber si hay algo nuevo en esa idea de que, a través de 
diversas formas de mediación, podemos conocer los libros que no hemos leído. Este 
conocimiento mediado se ha acrecentado con el desarrollo de los lugares de 
mediación. Pero esas formas ya existían antes. Desde este punto de vista, ​Don Quijote 
es sin duda texto pionero en la modernidad de la lectura. En primer lugar, porque el 
tema esencial es el de la proyección del texto sobre el mundo, así como la presencia 
del mundo incorporado en el texto. En segundo término, porque de inmediato 
muchos lectores conocieron a ​Don Quijote​ sin haberlo leído. La presencia de sus 
personajes en las fiestas cortesanas o en los carnavales, la circulación de 
representaciones iconográficas de escenas de la novela, la adaptación para 
representaciones teatrales, como también una lectura fragmentada del texto 
favorecida por su estructura en capítulos, hizo que circularan muy pronto 
referencias a ​Don Quijote,​ sin que se pudiera decir que los lectores habían leído la 
totalidad del texto y menos aún la totalidad de ambas partes, una vez que en 1615 se 
publicó la segunda. Fue la primera matriz de esas formas de acceso a los textos a 
través de mediaciones, ya sea la lectura fragmentada o la presencia del texto fuera 
del texto. Creo que esto es muy importante: cómo los personajes o las historias salen 
de las páginas para convertirse, sobre el escenario, en las fiestas o en los discursos, en 
realidades que dependen y difieren de la escritura. 

También se podría pensar en la técnica dominante en el humanismo: es la técnica de 


los lugares comunes, es decir, la capacidad de reutilizar ejemplos, sentencias o 
modelos que sirven en la producción de nuevos discursos. Es una técnica de lectura 
que desmiembra los textos y que, a veces, se apoya sobre desmembramientos hechos 
por otros, ya que se pueden consultar los repertorios de lugares comunes; allí uno 
puede encontrar recursos retóricos y estilísticos para la producción propia. 

Esta idea de que los textos se pueden conocer sin haberlos leído, de que la lectura de 
fragmentos a menudo sustituye a la del todo, no es nueva. Sin duda, en las sociedades 
contemporáneas el fenómeno se ha amplificado, con la multiplicidad de adaptaciones 
visuales, más allá de las series de estampas, propuestas por el cine y la televisión; 
han familiarizado con obras que nunca han sido leídas. Es el tipo de impacto lo que 
ha cambiado. 
La Vie des idées​ En un reciente artículo,​ ​Robert Darnton​ dice que es importante 
percibir la sensación física del libro, sentir “la textura de su papel, la calidad de su 
impresión, el tipo de encuadernación. […] Los libros exhalan un olor particular”. Por 
último, quisiera hacerle una pregunta personal: ¿cuál es su forma de amar los libros? 
¿cómo lee? 

Roger Chartier​: El yo es odioso, dice alguien en alguna parte. Además, creo que esta 
cuestión es una trampa, si pensamos en lo que Bourdieu dice acerca de la ilusión 
biográfica. Este tipo de pregunta supone dar una respuesta en la que uno, aunque sea 
inconscientemente, construye una imagen de sí mismo. Lo más importante, sobre 
todo en la primera parte de la observación, es que Darnton se hace eco de su labor 
como historiador. De hecho, en el siglo XVIII, como muestra al estudiar la 
correspondencia, muchos compradores de libros se mostraron interesados en esa 
materialidad, en la naturaleza del papel, la tinta, etc. Todos estos elementos, fuente de 
nostalgia para aquellos que piensan que el libro ya está muerto, complacen a un 
cierto número de lectores o bibliófilos. Para mí, no se trata tanto de esta dimensión 
emocional, la de ese mundo de páginas que hemos perdido, sino de su dimensión 
intelectual: las formas de inscripción de un texto delimitan o imponen las 
posibilidades de apropiación. Se comienza con las apropiaciones de la forma más 
económica, ya que estas formas materiales dependen del precio de venta. Un libro de 
bolsillo no tiene el mismo precio que una edición de tapa dura. Más allá de las 
condiciones de apropiación material y económica, nos topamos con las condiciones 
que construyen su significación, las cuales remiten a la elección del formato, la 
selección de los caracteres, la división del texto, las ilustraciones, etc. Se puede 
convertir este aspecto, que en el plano afectivo nos habla de la relación íntima con el 
objeto, en un instrumento de conocimiento. 

En cuanto a la segunda pregunta, creo que la única respuesta es lo que he señalado 


anteriormente. Hoy en día, todo el mundo desarrolla múltiples relaciones con el texto 
leído en función de nuestras preocupaciones, ocupaciones, actividades o deseos. 
Desde este punto de vista, leemos intensa y extensamente textos que son dignos de ser 
considerados como lecturas legítimas, y otros que quedan fuera de estas categorías. 
Un diagnóstico habitual es decir que se lee cada vez menos. Es absolutamente falso: 
jamás una sociedad ha leído tanto, nunca se han publicado tantos libros (aunque las 
tiradas tiendan a disminuir), nunca ha habido tanto material escrito disponible en los 
quioscos o en las promociones de los periódicos, y nunca se ha leído tanto gracias a la 
presencia de las pantallas. 

Por tanto, es falso decir que la lectura se reduce. Sin embargo, lo que está en juego en 
este tipo de observación es que, a menudo, quien plantea la pregunta y el que la 
recibe no coinciden sobre las cosas que vale la pena leer. Christian Baudelot publicó 
un libro cuyo título era ​Et pourtant, ils lisent,​ es decir, pone de relieve el contraste 
entre las declaraciones de los adolescentes, especialmente los varones que de ninguna 
manera quieren dar una imagen de lectores (por las connotaciones de pesadez de la 
escuela, de actitudes convencionales, una cultura de la que se reniega), y su 
comportamiento real: en la escuela leen, frente a la pantalla leen, múltiples 
materiales son leídos por aquellos que dicen que nunca leen. Encontramos el mismo 
tipo de análisis en estudios de historiadores basados en entrevistas con lectores 
nacidos a principios del siglo XX en círculos populares y zonas rurales. 

Lo anterior muestra las tensiones que hay entre el discurso sobre la lectura, que 
siempre se refiere a una norma de legitimidad escolar y cultural, y las prácticas 
infinitas, dispersas y diversas que se adueñan de múltiples de materiales impresos y 
escritos, a lo largo de un día o de toda una vida. La definición de la legitimidad, la 
articulación entre lo que se considera como lectura y la infinita cantidad de prácticas 
sin cualidades específicas, pero que son prácticas de lectura, es quizá el mayor desafío 
de las sociedades contemporáneas. La multiplicidad de prácticas dispersas y de 
apropiaciones de lo escrito puede considerarse como indicativo de las divisiones que 
fracturan el mundo social y de los muy diferentes recursos a través de los cuales las 
personas pueden conocerse mejor y conocer mejor a los demás. Esto no es defender 
la equivalencia de todos los textos leídos, pero yo no estoy a salvo de esta tensión 
entre las lecturas que sirven para el trabajo intelectual o el placer estético y esas 
incontables lecturas carentes de cualidades específicas que hacemos a lo largo del 
día, en los periódicos o en Internet. Ésta es una respuesta, o así me lo parece, en la 
que el caso personal puede permitir una reflexión sobre las prácticas de 
conocimiento, que son el objeto que hoy nos reúne. 

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