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(todos publicados). Quizá el último sea la entrevista concedida al periódico chileno El
Mercurio con motivo de su presencia en la Cátedra Roberto Bolaño (Universidad
Diego Portales). Habló allí, el pasado 6 de octubre, de “¿Cómo leer un texto que ya no
existe? Cardenio, entre Cervantes y Shakespeare”, un tema que ya aparece en
Escuchar a los muertos con los ojos (Katz, 2008). Y está impartiendo, además, un curso
titulado “Representaciones Sociales, Textos y Cultura” (2-10 de octubre), con una
estancia que se aprovechará que que la Universidad de Chile preste su Sala Ignacio
Domeyko de la Casa Central para honrarle con un Doctorado Honoris Causa
Dado que todos entendemos la lengua en la que publica El Mercurio, he preferido
vertir la entrevista francesa, más amplia e interesante. Y ello a pesar de que algunas
de las consideraciones les sonarán, en particular a quienes hayan leído el último
capítulo (“Lenguas y lecturas en el mundo digital”) de su El presente del pasado.
Escritura de la historia, historia de lo escrito (México, Universidad Iberoamericana,
2005).
La Vie des idées: me gustaría hablar acerca de cómo el libro, como objeto, se
transforma hoy en día por la influencia de las tecnologías de Internet: e-libros,
edición bajo demanda, etc. ¿Puede recordarnos algunos de los cambios que el libro
ha conocido desde la invención del códice?
Roger Chartier: El primer problema es: ¿qué es un libro? Se trata de una pregunta
formulada por Kant en la segunda parte de la Fundamentación de la metafísica de las
costumbres, donde define muy claramente lo que es un libro. Por un lado, es un
objeto producido por un trabajo propio de una manufactura, sea la que sea -copia
manuscrita, impresión o producción electrónica-, y que pertenece a la persona que lo
adquiere. Al mismo tiempo, un libro es también una obra, un discurso. Kant dice que
es un discurso dirigido al público, que es siempre propiedad de la persona que lo
escribió y que puede ser distribuido únicamente a través del mandato que ésta le da a
un librero o a un editor para que lo ponga en circulación pública.
Cuando reflexionamos sobre el asunto, todos los problemas remiten a esta compleja
relación entre el libro como objeto físico y el libro como trabajo intelectual o estético,
pues hasta ahora la relación se ha establecido entre estas dos categorías, entre esas
dos definiciones: por un lado, las obras con su lógica, su coherencia, su integridad y,
en segundo lugar, las formas materiales de su inscripción, como podría ser el caso
del rollo, desde la antigüedad hasta el primer siglo de nuestra Era. En este caso, muy a
menudo, la obra queda diseminada entre varios objetos. Desde la invención del
códice (es decir, el libro tal como lo conocemos aún, con los cuadernos, hojas y
páginas), se da una situación inversa: un mismo códice podía, y era la norma,
contener distintos libros dentro de la obra en cuestión.
La novedad actual es que esta relación entre clases de objetos y tipos de discurso se
ha quebrado, ya que existe una continuidad en el texto que se da a leer en la pantalla ,
mientras que la inscripción material sobre esa superficie ilimitada ya no se
corresponde con el tipo de objeto (rollos en la Antigüedad, códice manuscrito o libro
impreso desde Gutenberg). Esto da lugar a debates que pueden tener implicaciones
jurídicas, referidas al derecho o a la propiedad. ¿Cómo mantener las categorías de
propiedad de una obra cuando tenemos una técnica que no la delimita como hacía el
objeto, fuera el antiguo rollo o el códice? Esto también puede afectar al
reconocimiento del estatus de la autoridad científica. En la época del códice, una
jerarquía de objetos podría indicar más o menos una jerarquía de discursos. Había
una diferencia que se percibía de inmediato entre la enciclopedia, el libro, el
periódico, la revista, la tarjeta, la carta, etc., que materialmente uno podía leer, ver,
manejar, que se correspondían además con registros discursivos que se inscribían en
esta pluralidad de formas. Hoy en día, el único objeto – tenemos uno aquí en el
despacho- es el ordenador, que incorpora todos los tipos de discurso, sean los que
sean, y que hace absolutamente inmediata la continuidad entre las lecturas y la
escritura. Con ello ya podemos adentrarnos en las reflexiones del pensamiento
contemporáneo, pero remitiendo a esta dualidad que a menudo se pasa por alto. El
problema del libro electrónico se plantea, con una rematerialización en un orden de
los objetos (como el e-book o el portátil), en el hecho de que se trata de objetos únicos
que sirven para todo tipo de textos. A partir de ahí, la relación se plantea en términos
nuevos.
La Vie des idées: Michel de Certeau hace una distinción entre el registro escrito, fijo y
durable, y la lectura, que pertenece a la categoría de lo efímero [Citado en G. Cavallo y
R. Chartier (dir.), Historia de la lectura en el mundo occidental. Taurus, 1998] . Pero en
Internet los textos están en constante mutación y transformación. Exagerando un
poco, podría decir que Internet es un universo de “plagiadores plagiados” [R.
Chartier, Inscribir y borrar Cultura escrita y literatura (siglos XI-XVIII. Katz, 2006].
¿Cree usted que estamos ante una ruptura o diría que en el curso de la historia,
sobre todo en el siglo XVII, el texto no ha tenido nunca una forma estable?
Roger Chartier: Sí. En su distinción, Michel de Certeau se refiere al lector viajero, que
construye el significado a través de los límites que se le imponen y, a la vez, a partir
de las libertades que se toma, es decir, que es como un “furtivo”. Si lo hace así es
porque se trata de un territorio que está protegido, prohibido y fijado. De Certeau
compara a menudo la escritura al trabajo y la lectura al viaje (o la caza furtiva). De
hecho, es una visión que ha podido inspirar los estudios sobre la historia de la lectura
o la sociología y la antropología de la lectura, desde el momento en que la lectura ha
dejado de estar encerrada en el texto, pues es el producto de una relación dinámica,
dialéctica, entre un lector, sus horizontes de expectativas, sus competencias, sus
intereses, y el texto del que se apropia.
Sin embargo, esta distinción productiva también puede ocultar dos elementos. El
primero es que este lector furtivo también está estrictamente condicionado por las
determinaciones colectivas, por su participación en las comunidades de
interpretación o de lectura, de modo que esta libertad creativa, ese consumo que es
producción, tiene sus propios limites: está socialmente diferenciado. En segundo
lugar, como usted dice, este terreno del texto es más móvil que una simple parcela de
campo, en la que, por muchas razones, existe esta movilidad. Las condiciones técnicas
de reproducción de los textos, como la copia manuscrita (que existía hasta los siglos
XVIII y XIX), están abiertas a esta movilidad del texto, de una copia a otra. Salvo en el
caso de textos muy marcados por lo sagrado, donde la letra debe ser respetada, todos
los textos están abiertos a la interpretación, a adiciones, a cambios. En la primera
época de la imprenta, es decir, entre mediados del siglo XV y principios del siglo XIX,
por muchas razones, las impresiones eran todavía muy escasas, entre 1.000 y 1.500
ejemplares. A partir de ese momento, el éxito de una obra se mide por las múltiples
reeediciones. Y cada nueva edición es una reinterpretación del texto, ya sea en su
letra, modificable, o ya sea en los propios dispositivos materiales de presentación,
que son otra forma de variación. Aun suponiendo que en un texto no se cambiara ni
una coma, la modificación de las formas de publicación -caracteres tipográficos,
inclusión o no de imágenes, divisiones de texto, etc – crea movilidad en cuanto a las
posibilidades de apropiación.
Hay, pues, poderosas razones para afirmar la movilidad de los textos. Hay otras que
son intelectuales o estéticas: hasta el romanticismo, las historias pertenecen a todos y
los textos se escriben a partir de fórmulas del momento. Esta maleabilidad de las
historias, esta pluralidad de recursos disponibles para la escritura, crea otra forma de
movimiento, imposible de encerrar en la letra de un texto que sea estable para
siempre. Y podríamos añadir que incluso los derechos de autor no hacen sino
reforzar este hecho. Por supuesto, es paradójico, ya que los derechos de autor
reconocen que una obra es siempre idéntica a sí misma. Pero, ¿qué protege el derecho
de autor? En los siglos XVIII y XIX protege todas las formas posibles de publicación
impresa de un texto, y hoy todas las formas posibles de publicación de un texto, ya
sea una adaptación cinematográfica, un programa de televisión o varias ediciones.
Por tanto, es un principio de unidad jurídica que abarca precisamente la pluralidad
indefinida de los estados sucesivos o simultáneos de una obra.
Creo que hay que resituar la movilidad de lo contemporáneo, con el texto electrónico,
este texto polifónico, ese palimpsesto, en una concepción de larga duración en
relación con las movilidades textuales anteriores. Lo que hemos de retener del
asunto es el hecho de que hay intentos de reducir la movilidad en el mundo
electrónico. Es la condición de posibilidad para que los productos sean vendibles -un
“opus mechanicum”, como diría Kant-, que es la condición de posibilidad para que
los nombres sean reconocibles a la vez como creadores y beneficiarios de la creación.
De ahí la profunda contradicción señalada por Robert Darnton entre la infinita
movilidad de las comunicaciones electrónicas y el esfuerzo de ceñir el texto
electrónico a nuestras categorías mentales o intelectuales, así como a las formas
materiales que lo fijan, que lo definen, que lo transforman en una parcela en la que
el lector va a poder actuar como furtivo -pero una parcela que sea lo suficientemente
estable dentro de sus fronteras, sus límites y sus contenidos. Aquí reside el gran
desafío, que es la de si el texto electrónico debe ser sometido a los conceptos
heredados y, por tanto, debe ser transformado en su misma materialidad, atendiendo
a su fijeza y a la seguridad, o si, por el contrario, el potencial del anonimato, de la
multiplicidad, de la movilidad indefinida van a dominar la escritura y la lectura.
Creo que en ese punto se sitúan los debates, las incertidumbres, las vacilaciones
actuales.
La Vie des idées Para completar esta serie de preguntas sobre los cambios del libro
como objeto, me gustaría preguntarle también sobre las mutaciones del lugar en el
que históricamente se alberga este objeto: la biblioteca. En su proyecto Google.books,
Google ha digitalizado libros procedentes de veintiocho bibliotecas, entre ellas las de
Harvard, Stanford y Oxford. Este programa tiene adeptos (críticos) como D
arnton y
opositores, como Jean-Noel Jeanneney. ¿Cree que Google va a crear una biblioteca
mundial abierta a todos?
Roger Chartier: De nuevo, tras este proyecto uno puede hallar mitos o figuras
clásicas, especialmente el de una biblioteca que incluya todos los libros. Era el
proyecto de los Ptolomeos en Alejandría. Google se puede inscribir en esa perspectiva
de la biblioteca que contiene todos los libros existentes y los que podemos escribir.
Técnicamente, incluso idealmente, no hay ninguna razón que impida creer en que
todos los libros, sea cual sea su forma, podrían ser escaneados e incorporados en una
biblioteca universal.
Sin embargo, uno de los primeros límite es que el proyecto de Google se apoya en una
empresa capitalista. Lo gobierna una lógica económica, incluso aunque no sea
inmediatamente visible, que puede regir también para los anunciantes o los que
apoyan esta gran empresa. Por otra parte, es un proyecto que, a pesar de que alegue
ser universal, da esplendor al idioma Inglés. Como dijo una Gobernadora de Texas, si
el Inglés fue suficiente para Jesús, también lo debe ser para los niños de Texas
(Miriam Amanda “Ma” Ferguson). Sin duda había leído la Biblia en la K
ing James
Version (1611) y no las versiones anteriores. El proyecto no se presenta así, pero ya
que las primeras cinco bibliotecas escogidas fueron anglosajonas el predominio de
los fondos ha sido necesariamente en lengua inglesa.
¿Cuáles son las posibles respuestas? Se ha propuesto que las bibliotecas nacionales y
europeas puedan organizarse para tener un plan alternativo. Es una alternativa en
términos de variedad lingüística y porque se basaría en un modelo público, no en la
empresa privada. Pero podemos suponer que, con esos trozos de bibliotecas
universales, se podría llegar a una biblioteca universal, incluso aunque no estuviera
bajo el manto de un Ptolomeo contemporáneo, y no hay ninguna razón para creer
que no pudieran ser accesibles en formato electrónico.
Se pueden dar varios ejemplos demostrativos. En el siglo XIX, la novela existe en
múltiples formas materiales, bajo la forma de folletines semanales o diarios en los
periódicos, como publicaciones por entregas, para gabinetes de lectura, como
antologías de un autor o de varias obras, como obras completas, y así sucesivamente.
Cada forma de publicación induce a unas posibilidades de apropiación, unos
horizontes de expectativas, unas relaciones temporales con el texto. La necesidad de
fortalecer ese papel de conservación del patrimonio escrito, no sólo es bueno para los
estudiosos que quieren reconstruir la historia de los textos, sino también para la
relación que tienen las sociedades contemporáneas con su propio pasado, es decir,
con las formas sucesivas que la cultura escrita ha adoptado con el paso del tiempo.
La mayor discusión que suscitan estos proyectos, como el de Google, imitados de
inmediato por los consorcios de bibliotecas, está ahí. Cuando se tuvo noticia del
proyecto de Google, algunos bibliotecarios llegaron a la conclusión de que eso les
permitiría vaciar los almacenes y reasignar las salas de lectura. Lo mismo sucede
también con la controversia que causa estragos en los Estados Unidos sobre la
destrucción de los periódicos de los siglos XIX y XX, desde el momento en que
pudieron encontrar un sustituto para reproducirlos, en este caso el microfilm; pero el
riesgo es aún mayor con el auge de la digitalización. Las bibliotecas han vendido sus
colecciones, o fueron destruidas durante el proceso de microfilmación. Un novelista
americano, Nicholson Baker, escribió un libro para denunciar esta política, que ha
sido la de la Library of Congress y la de la British Library, y otras semejantes, para
tratar de salvar por sí mismo este patrimonio escrito, tras haber recopilado una
especie de archivo de colecciones de periódicos americanos desde 1850 hasta 1950.
¿Qué es leer?
La Vie des idées: Desde la invención de la escritura, las prácticas de lectura no han
dejado de cambiar. Leemos en voz alta en familia, por la noche, solos y en silencio.
¿Puede hablarnos sobre las diferentes formas de leer a través de la historia?
Se puede hablar para el siglo XVIII de una nueva revolución dela lectura, pero no hay
acuerdo sonre esa expresión. Los objetos leídos se multiplican: es el momento de una
importante circulación de periódicos, de la proliferación de libelos y folletos, de un
aumento en la producción libresca en todos los países europeos. Por otro lado, la
lectura se desvía ligeramente de esa forma respetuosa, obediente y sacralizada que
aún la marca sobremanera, hasta convertirse en algo más informal, crítico y móvil.
Hubo en el siglo XVIII, y los contemporáneos lo notaban, una especie de fiebre de la
lectura, una especie de furia lectora. Otra etapa importante es la que marca el siglo
XIX. Este es el momento de mayor tensión entre las normas de lectura, impuestas por
la escuela, y la proliferación silvestre de lecturas en círculos sociales cada vez más
amplios. Esta proliferación de escritos en el siglo XIX puede verse en cualquier ciudad
en las paredes, en los carteles o las pancartas, en la prensa, que cambia de naturaleza
en ese momento y, a partir de la segunda mitad del siglo, en las colecciones populares.
La Vie des idées: Hay un libro muy divertido y perspicaz de Pierre Bayard, Cómo
hablar de los libros que no se han leído (Anagrama). A la postre, es cierto que a
menudo no sabemos de los libros más que lo que dicen los críticos o las adaptaciones
cinematográficas. ¿Diría usted que se leen los libros o simplemente sabemos de ellos
a través de sus derivados?
Roger Chartier: La cuestión es saber si hay algo nuevo en esa idea de que, a través de
diversas formas de mediación, podemos conocer los libros que no hemos leído. Este
conocimiento mediado se ha acrecentado con el desarrollo de los lugares de
mediación. Pero esas formas ya existían antes. Desde este punto de vista, Don Quijote
es sin duda texto pionero en la modernidad de la lectura. En primer lugar, porque el
tema esencial es el de la proyección del texto sobre el mundo, así como la presencia
del mundo incorporado en el texto. En segundo término, porque de inmediato
muchos lectores conocieron a Don Quijote sin haberlo leído. La presencia de sus
personajes en las fiestas cortesanas o en los carnavales, la circulación de
representaciones iconográficas de escenas de la novela, la adaptación para
representaciones teatrales, como también una lectura fragmentada del texto
favorecida por su estructura en capítulos, hizo que circularan muy pronto
referencias a Don Quijote, sin que se pudiera decir que los lectores habían leído la
totalidad del texto y menos aún la totalidad de ambas partes, una vez que en 1615 se
publicó la segunda. Fue la primera matriz de esas formas de acceso a los textos a
través de mediaciones, ya sea la lectura fragmentada o la presencia del texto fuera
del texto. Creo que esto es muy importante: cómo los personajes o las historias salen
de las páginas para convertirse, sobre el escenario, en las fiestas o en los discursos, en
realidades que dependen y difieren de la escritura.
Esta idea de que los textos se pueden conocer sin haberlos leído, de que la lectura de
fragmentos a menudo sustituye a la del todo, no es nueva. Sin duda, en las sociedades
contemporáneas el fenómeno se ha amplificado, con la multiplicidad de adaptaciones
visuales, más allá de las series de estampas, propuestas por el cine y la televisión;
han familiarizado con obras que nunca han sido leídas. Es el tipo de impacto lo que
ha cambiado.
La Vie des idées En un reciente artículo, Robert Darnton dice que es importante
percibir la sensación física del libro, sentir “la textura de su papel, la calidad de su
impresión, el tipo de encuadernación. […] Los libros exhalan un olor particular”. Por
último, quisiera hacerle una pregunta personal: ¿cuál es su forma de amar los libros?
¿cómo lee?
Roger Chartier: El yo es odioso, dice alguien en alguna parte. Además, creo que esta
cuestión es una trampa, si pensamos en lo que Bourdieu dice acerca de la ilusión
biográfica. Este tipo de pregunta supone dar una respuesta en la que uno, aunque sea
inconscientemente, construye una imagen de sí mismo. Lo más importante, sobre
todo en la primera parte de la observación, es que Darnton se hace eco de su labor
como historiador. De hecho, en el siglo XVIII, como muestra al estudiar la
correspondencia, muchos compradores de libros se mostraron interesados en esa
materialidad, en la naturaleza del papel, la tinta, etc. Todos estos elementos, fuente de
nostalgia para aquellos que piensan que el libro ya está muerto, complacen a un
cierto número de lectores o bibliófilos. Para mí, no se trata tanto de esta dimensión
emocional, la de ese mundo de páginas que hemos perdido, sino de su dimensión
intelectual: las formas de inscripción de un texto delimitan o imponen las
posibilidades de apropiación. Se comienza con las apropiaciones de la forma más
económica, ya que estas formas materiales dependen del precio de venta. Un libro de
bolsillo no tiene el mismo precio que una edición de tapa dura. Más allá de las
condiciones de apropiación material y económica, nos topamos con las condiciones
que construyen su significación, las cuales remiten a la elección del formato, la
selección de los caracteres, la división del texto, las ilustraciones, etc. Se puede
convertir este aspecto, que en el plano afectivo nos habla de la relación íntima con el
objeto, en un instrumento de conocimiento.
Por tanto, es falso decir que la lectura se reduce. Sin embargo, lo que está en juego en
este tipo de observación es que, a menudo, quien plantea la pregunta y el que la
recibe no coinciden sobre las cosas que vale la pena leer. Christian Baudelot publicó
un libro cuyo título era Et pourtant, ils lisent, es decir, pone de relieve el contraste
entre las declaraciones de los adolescentes, especialmente los varones que de ninguna
manera quieren dar una imagen de lectores (por las connotaciones de pesadez de la
escuela, de actitudes convencionales, una cultura de la que se reniega), y su
comportamiento real: en la escuela leen, frente a la pantalla leen, múltiples
materiales son leídos por aquellos que dicen que nunca leen. Encontramos el mismo
tipo de análisis en estudios de historiadores basados en entrevistas con lectores
nacidos a principios del siglo XX en círculos populares y zonas rurales.
Lo anterior muestra las tensiones que hay entre el discurso sobre la lectura, que
siempre se refiere a una norma de legitimidad escolar y cultural, y las prácticas
infinitas, dispersas y diversas que se adueñan de múltiples de materiales impresos y
escritos, a lo largo de un día o de toda una vida. La definición de la legitimidad, la
articulación entre lo que se considera como lectura y la infinita cantidad de prácticas
sin cualidades específicas, pero que son prácticas de lectura, es quizá el mayor desafío
de las sociedades contemporáneas. La multiplicidad de prácticas dispersas y de
apropiaciones de lo escrito puede considerarse como indicativo de las divisiones que
fracturan el mundo social y de los muy diferentes recursos a través de los cuales las
personas pueden conocerse mejor y conocer mejor a los demás. Esto no es defender
la equivalencia de todos los textos leídos, pero yo no estoy a salvo de esta tensión
entre las lecturas que sirven para el trabajo intelectual o el placer estético y esas
incontables lecturas carentes de cualidades específicas que hacemos a lo largo del
día, en los periódicos o en Internet. Ésta es una respuesta, o así me lo parece, en la
que el caso personal puede permitir una reflexión sobre las prácticas de
conocimiento, que son el objeto que hoy nos reúne.