Sunteți pe pagina 1din 5

Lavinia - Francisco - Miriam

Laberinto del alma

El término “transliteratura” tiene una creciente importancia en los estudios sobre


estética literaria. En un contexto sociocultural en el cual constantemente se establecen
redes comunicacionales gracias a los vertiginosos avances tecnológicos, se hizo
necesario un concepto que diera cuenta de los cambios que atraviesan los medios de
comunicación, y las implicancias de ello a nivel artístico. La noción de transliteratura,
con su connotación de “pasaje” y “desplazamiento” explicitada en el prefijo “trans”, se
erige como la más apta para hacer visibles las influencias que la comunicación
mediatizada tiene en la expresión escrita. Podemos definirla como la “habilidad de leer,
escribir e interactuar a través de una multiplicidad de plataformas, herramientas y
medios desde el lenguaje de señas y la oralidad pasando por la escritura a mano, la
prensa, la televisión, la radio y el cine, hasta las redes sociales digitales.”1 La
interacción de que nos habla esta definición es de compleja comprensión, y está en el
análisis rastrear sus alcances y limitaciones. Josefina Ludmer en su artículo “Literaturas
postautónomas” explica la trascendencia de la “transliteratura” cuando afirma “​Hoy lo
dominante es lo transliterario; la literatura sale y entra de la literatura a la vez: oscila en
la frontera”2, es decir, ya no prima estudiar la literatura desde lo que se entiende como
“lo literario”, sino que deben tenerse presentes las conexiones que se establecen con
otros discursos que difieren y se vinculan con la escritura, a través de fronteras porosas
de contacto permanente.
En el presente trabajo nos proponemos realizar el análisis de una obra reciente
de literatura infantil en clave transliteraria, no solo para manifestar las aplicaciones
metodológicas del concepto “transliteratura”, sino además para aportar una perspectiva

1
​Extraído de​ ​http://ojphi.org/ojs/index.php/fm/article/view/2060/1908​ (la traducción es nuestra)

2
​Extraído de http://www.revistadossier.cl/literaturas-postautonomas-otro-estado-de-la-escritura/
posible para comprender la literatura infantil contemporánea. Por supuesto, no es
nuestra intención llegar a conclusiones unívocas y determinantes, sino agregar más
voces en el debate sobre las nuevas formas de expresión escrita, y por esa razón
mostraremos los matices y excepciones que se presentan en nuestro objeto de estudio
alrededor de la noción que nos ocupa.
El libro ​Laberinto del alma​, publicado por Anna Llenas en el año 2016, es una
suerte de “enciclopedia emocional”. No cuenta con una introducción ni un texto inicial
que indique cómo se lo debe leer. En el cuerpo se cuentan cincuenta y ocho
descripciones de emociones y sentimientos presentadas a doble página, cada una con
un encabezado en letra manuscrita, un texto que la desarrolla e ilustraciones que
consisten en fotografías de dibujos hechos con collage (utilizando principalmente papel
y telas) y pintura. Es interesante resaltar que en dichas ilustraciones hay un predominio
de figuras femeninas; si bien hay algunas en las que que se observan hombres, la
imagen de la mujer se destaca posicionándose como el género central todo a lo largo
de la obra.
Como su clasificación dentro de las categorías libro álbum o transliteratura no
resulta sencilla, procederemos a realizar un breve análisis de determinadas entradas
que nos han parecido claves para determinar la categoría en la que se inscribe la obra.
En primer lugar, en la entrada del sentimiento de ​abandono puede hablarse de
una sección más próxima al libro álbum ya que el texto y la ilustración se
complementan pero no consiguen superar los campos en los que cada uno se inscribe.
Se habla del abandono como un sentimiento ligado a lo amoroso y la ilustración,
realizada en una combinación de dibujo a lápiz y acuarela, representa un hombre y una
mujer. El color que predomina en la imagen es el azul, color de la gama de los fríos que
suele asociarse a estados de ánimo negativos como la tristeza y la angustia. La figura
de la mujer, a pesar de hallarse en el centro de la página derecha, resulta un tanto
vaga e imprecisa. Es su imagen enturbiada la que nos hace pensar que es ella la
abandonada y que se siente invadida por la angustia, la soledad y la desesperanza. El
hombre, esbozado con un poco más de nitidez, viste una especie de traje con
sombrero y lleva una valija en su mano izquierda lo que hace pensar que es él quien
abandona. Su figura se sitúa en la página izquierda, no centrado sino que se encuentra
casi en la unión entre las dos páginas que genera la costura de la encuadernación lo
que nos hace un poco difícil vislumbrarlo. Hay una relación lo suficientemente directa
entre texto e imagen que no permite una transformación de los contenidos. Por ende,
no es posible hablar aquí de transliteratura porque los lenguajes se conectan pero no
consiguen generar una condensación que los integre y supere.
Más adelante en el libro hallamos la doble página que presenta el estado del
alma de la ​oscuridad. Allí, si hacemos una lectura sólo del texto podemos descubrir
nexos con el concepto freudiano del inconsciente, ya que asimila esa idea de oscuridad
a aquella parte del alma que no conocemos y que se mantiene oculta e inexplorada.
Por su parte, la ilustración, que ocupa toda la página derecha, proyecta una sensación
de algo más bien místico o fantástico. Se trata de la imagen de una mujer de tres
cabezas cada una de las cuales presenta un rostro que transmite calma y armonía que
o bien abraza o bien contiene en sí misma una especie de bola luminosa en el exterior
pero oscura en su centro. La ilustración combina diversos materiales (cartón, papel) y
técnicas (dibujo, pintura, collage). En este caso nos atreveríamos a hablar de un pasaje
transliterario debido a que en el texto no hay ningún indicio que evidencie aquello que
nos muestra la imagen ni viceversa. Se genera un cruce y una conexión entre los
lenguajes que habilita la lectura en un nivel superior.
Luego descubrimos la entrada de ​brutalidad,​ ​donde se define a ésta como un
minotauro feroz que habita en medio de nuestro laberinto del alma y que está
empeñado en acabar con nuestros proyectos. A su vez, la ilustración que acompaña al
texto es bastante figurativa. Hay, en el centro de la página derecha, un minotauro que
parecería estar estrangulando a una mujer, situación que no se refleja en el rostro de
ella, que denota impavidez. Sin embargo, lo interesante es detenerse a advertir que la
figura del minotauro, a la que tradicionalmente se le ha atribuido el género masculino,
posee unas pestañas exageradas que nos lleva inmediatamente a pensar a ese ser
mítico como capaz de poseer propiedades femeninas. También es importante reparar
en los pequeños dibujos que rodean al texto y a la figura central del minotauro. Se trata
de seis dibujos que tienen a su lado una línea que los explica y que muestran personas
atormentadas; podríamos pensar que son el resultado del trabajo del minotauro. El
detalle del minotauro creemos que habilita una lectura en clave transliteraria de este
sentimiento ya que la mención del minotauro nos remite a todo el acervo mítico de este
ser, pero su representación nos proporciona el puntapié para resignificar toda esa
tradición.
Una de las últimas palabras a definir en el libro, acaso llamativamente, es el
vocablo ​muerte​. El texto explicativo la define a través de aquello que la idea de la
muerte produce en el individuo, y presenta el problema del tabú de tan definitivo
concepto en la sociedad contemporánea. La ilustración, no obstante, muestra la curiosa
ambigüedad de que el personaje que se percibe, una mujer con los ojos cerrados y
cinco flores sobre su pecho, puede entenderse tanto como una persona que siente
pena por un fallecimiento, que como una persona que ha muerto. Los tonos
blanquecinos con que está representada la tez de la dama podría incluso considerarse
como una palidez cadavérica. La casi ausencia de fondo facilita la lectura disociada,
puesto que la descripción del término no cierra el sentido. De esta forma, nos
confrontamos con nuestros propios prejuicios alrededor de la muerte, especialmente si
la entendemos desde el ángulo de que se trata de un asunto escabroso, y el impacto
nos mueve a una reflexión que precisa de un paneo entre la imagen y el texto.
Por otro lado, no debemos olvidar los sentidos que conlleva la materialidad del
dispositivo (grandes dimensiones, tapa dura, calidad). Con esto, el libro intenta
reproducir determinadas características propias de las enciclopedias pero, saliéndose
del terreno cientificista propio del iluminismo dieciochesco, busca describir
sentimientos, emociones y sensaciones, en lugar de ser un compendio de
conocimientos. Jugando de este modo con la lógica de las enciclopedias, en las cuales
lo que prima es una explicación fría y distanciada de elementos del mundo natural a
través de la minuciosidad analítica, se hace una exposición de los estados del alma,
tarea que lejos de ser objetiva y universal se sabe de antemano subjetiva, cultural e
históricamente condicionada. Además, lejos de considerarse una obra exhaustiva y
acabada sobre los estados que se pueden experimentar al recorrer el laberinto del
alma, sobre el final del libro, en el índice, luego de enumerar todos los sentimientos que
están descriptos en el libro, hay una lista alternativa sobre otros sentimientos que
pueden experimentarse.
Como una instancia importante en el proceso transliterario del texto que
analizamos, al comienzo del mismo nos topamos con una foto del laberinto a transitar
en esta suerte de “enciclopedia de sentimientos y emociones” que, más que una guía o
un índice para la lectura, como podría esperarse de una publicación convencional, abre
el juego para que los lectores encuentren las distintas palabras definidas en el resto de
la obra, a partir de elementos visuales sueltos que están colocados encima de los
senderos del laberinto: inmediatamente se los puede asociar con las variadas
ilustraciones de las páginas, debido a que esos elementos resultan ser fragmentos que
integran cada una de ellas. Por ejemplo, unos anteojos de lentes con forma de corazón,
que pueden distinguirse como integrantes de la entrada perteneciente a la ​ceguera​.
Para poder entrar en este “juego” es necesario haber contemplado los collages del
resto del libro, con lo cual el orden de lectura tradicional de pasar de páginas hasta
llegar a la última se rompe, dejando lugar a una lectura “hacia adelante y hacia atrás”,
En suma, consideramos que ​Laberinto del alma ​es una obra transliteraria,
debido a que domina en ella una tendencia a transgredir los límites entre el lenguaje
literario y el plástico y a superar las dicotomías de dichos campos en pos de un sentido
superador, en el cual los límites entre discursos se hacen porosos y confusos. Si bien,
debemos reconocer la existencia de pasajes que se acercan al libro álbum, la totalidad
de la obra no puede interpretarse prescindiendo ni del texto ni de la ilustración, ni
haciendo una lectura separada de cada lenguaje, sino que para comprender la
complejidad que posee es preciso superar los límites impuestos por la escisión
tradicional de las disciplinas y articular una lectura abarcadora y superadora.

S-ar putea să vă placă și