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Oldcivilizations's Blog

Antiguas civilizaciones y enigmas

Un gran número de evidencias apoyan la


leyenda sobre la Atlántida

 
 
 
 
 
 
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Las últimas investigaciones nos muestran que el ser humano ha


existido sobre la Tierra durante periodos que se extienden en millones de años. Durante estos
enormes periodos la Humanidad ha pasado, alternativamente, de situaciones en que se hallaba
en un estado salvaje, a periodos en que se ha alcanzado una avanzada civilización, cuyas
huellas históricas se han perdido. Teniendo en cuenta las evidencias aún
(https://oldcivilizations.files.wordpress.com/2016/03/imagen-
52.jpg)existentes, llegamos a la conclusión de que, en efecto, han
existido avanzadas civilizaciones prehistóricas. Por ejemplo, en Egipto
tenemos el testimonio de numerosos monumentos y papiros, que nos
llevan, como mínimo, hasta unos cinco mil años antes de Jesucristo. Según el egiptólogo
alemán Heinrich Karl Brugsch (1827 – 1894), Menes, el primer rey de la primera dinastía
mencionada por Manetón, alteró el curso del Nilo, construyendo un enorme dique para
facilitar la fundación de la ciudad de Menfis. Narmer, o Menes, fue el primer faraón del
Antiguo Egipto y fundador de la Dinastía I hacia el 3150 a. C., empezando el período Arcaico en
Egipto (3150 – 2680). El primer faraón fue denominado Meni en la Lista Real de Abidos y en el
Canon de Turín, Men o Min por Heródoto, y Menes de Tis por Manetón. Menes reinó 62 años
según Julio Africano, o 60 años según Heródoto y Jorge Sincelo. Aunque en la versión armenia
de Eusebio de Cesarea le asignan 30 años de reinado. Menes era rey del Alto Egipto, posible
sucesor de Horus Escorpión. Conquistó el Bajo Egipto (delta del Nilo) e instauró su capital en
Ineb Hedy “Muralla blanca“, la futura Menfis. Avanzó con su ejército más allá de las fronteras
de su reino, según Eusebio de Cesarea, y pereció arrollado por un hipopótamo, según Julio
Africano. El triunfo de la primera unificación del Antiguo Egipto quedó registrado
alegóricamente en la denominada Paleta de Narmer, según Gardiner. La Paleta de Narmer es
una placa de pizarra tallada con bajorrelieves, descubierta en 1898 por Quibell y Green en el
templo de Horus, en Hieracómpolis (Nejen), y actualmente depositada en el Museo Egipcio de
El Cairo. Existen diferentes interpretaciones sobre su posible significado, tanto políticas, como
la posible unificación del Antiguo Egipto, como religiosas.

(https://oldcivilizations.files.wordpress.com/2016/03/imagen-112.jpg)
Menes era originario de Tanis, la capital del Alto Egipto, y estaba
casado con Neithotep, originaria de Naqada, lo que parece indicar que este matrimonio selló la
alianza entre ambas ciudades. Menes fue el primer gran faraón y unificó los territorios
egipcios bajo su mando, según reflejan los relieves de la Paleta de Narmer y reconocieron sus
sucesores. La fundación de Menfis, a cientos de kilómetros al norte de Tanis, fue una
demostración de poder sobre el Bajo Egipto, al que, según se desprende de la Paleta, veía como
pueblo conquistado. Menfis tenía una situación ideal para controlar todo el delta, así como las
importantes rutas comerciales al Sinaí y Canaán. Los sacerdotes egipcios contaron al escritor
griego Heródoto que para construir la ciudad, Menes ordenó desviar el cauce del Nilo y
levantar un dique de contención: «Los sacerdotes explican de Menes, el primer rey de los
egipcios, que había protegido a Menfis mediante un dique. Por aquel entonces, el río discurría a lo
largo de grandes dunas hacia Libia. Menes logró la desviación del caudaloso río hacia al sur, a
unos 100 estadios aguas arriba de Menfis, gracias a los diques; sacó al río del viejo cauce y
consiguió que la corriente fluyera por un canal, entre las dunas. Aún hoy los persas observan
recelosos esta desviación y nuevo cauce del río, y la vigilan durante todo el año. Saben que si el
río consiguiera romper el dique, Menfis correría un gran peligro de inundarse. Cuando Menes, el
primer rey, hubo desecado el viejo cauce, fundó inmediatamente en esa llanura esta ciudad, que
hoy se llama Menfis. La ciudad se encuentra en la parte estrecha de Egipto. Alrededor de la
ciudad, precisamente al norte y oeste, ya que al este corre el Nilo, el primer faraón hizo cavar un
lago para que se alimentara del río». El nombre de Narmer aparece en fragmentos de cerámica
en la región del delta, e incluso en Canaán, siendo prueba evidente del comercio entre estas
zonas. La riqueza agrícola del Delta en minerales del Alto Egipto y la confluencia de diversas
rutas comerciales ayudaron a levantar un gran imperio.

La tradición de dividir la historia egipcia en treinta dinastías se


inicia con Manetón, historiador egipcio del siglo III a. C., que durante el reinado de Ptolomeo II
compuso en griego la Aigyptiaka, obra desgraciadamente perdida, pero transmitida y
comentada parcialmente por Flavio Josefo, Julio Africano, Eusebio de Cesarea y el monje Jorge
Sincelo. Según Heródoto, además de ordenar construir un dique para desecar las zonas
pantanosas de Menfis y desviar el cauce de Nilo hacia un lago, para edificar la ciudad, erigió
un grandioso templo a Ptah, “Señor de la magia“, que era un dios creador en la mitología
egipcia. Asimismo, se le consideraba “Maestro constructor“, inventor de la albañilería, patrón
de los arquitectos y artesanos. Se le atribuía también poder sanador. Equivalentes a Ptah eran
la deidad griega Hefestos y la deidad romana Vulcano. Se atribuye a Narmer la tumba B17-18
en la necrópolis de Umm el-Qaab, en Abidos, excavada por Flinders Petrie, situada al lado de la
tumba de Aha. También es posible que fuera enterrado en Saqqara, o en la necrópolis de
Tarjan, aunque podría tratarse de cenotafios o tumbas simbólicas. William Matthew Flinders
Petrie (1853 – 1942) fue un importante egiptólogo británico, pionero en la utilización de un
método sistemático en el estudio arqueológico. Ocupó la primera cátedra de Egiptología en el
Reino Unido, y realizó excavaciones en las zonas más importantes de interés arqueológico de
Egipto, como Naucratis, Tanis, Abidos y Amarna. Algunos consideran que su descubrimiento
más famoso es la Estela de Merenptah, también llamada Estela de la Victoria o Estela de Israel,
que es una losa de granito gris, erigida por el faraón Amenhotep III e inscrita más tarde, en el
reverso, por el faraón Merenptah para conmemorar su victoriosa campaña militar en tierras
de Canaán hacia 1210 a. C. La estela fue descubierta en 1896 por Flinders Petrie en el templo
funerario de Merenptah, en la región de Tebas (Egipto). La piedra ha alcanzado gran
notoriedad porque el texto grabado incluye posiblemente la primera mención conocida de
Israel en la penúltima línea, dentro de una lista de los pueblos derrotados por Merneptah. Por
esta razón, muchos académicos la denominan “Estela de Israel“. La obra original de Manetón
se perdió probablemente en el incendio de la Biblioteca de Alejandría. Se sabe, por otros
escritores, que Manetón habló de largas épocas egipcias anteriores a la tercera dinastía. Pero
aunque no hubiera sido así, la situación retratada del tiempo de Menes es suficiente para
mostrar un progreso social que se  extendía en el pasado. Según algunos egiptólogos dedicados
a traducir papiros, es preciso remontarse a quince mil años atrás, y no a cinco mil, si queremos
formarnos una idea del comienzo de la civilización egipcia.

Gradualmente se han ido acumulando un gran número de


evidencias en apoyo de la leyenda sobre el perdido continente de Atlántida. Los sacerdotes
egipcios dieron muchos detalles con respecto a la Atlántida a Solón, antepasado de Platón.
Durante mucho tiempo los investigadores han tratado esta historia como fabula. No obstante,
el cambio continuo en la corteza terrestre nos dice que la mayor parte de lo que hoy es tierra
seca, fue en un pasado cubierta por mares, y viceversa. Existen abundantes pruebas, derivadas
del estudio de los fondos marinos del océano Atlántico, para mostrar que el sitio que ocupaba
la Atlántida probablemente era el que actualmente lo ocupan grandes elevaciones submarinas.
Además, la arqueología comparada nos muestra numerosas similitudes entre las ruinas de
Méjico y América Central por un lado, y de Egipto y Siria por el otro, además de las similitudes
en la escritura y otras simbologías. Esto nos lleva a un posible origen común basado en la
Atlántida.  Augustus Le Plongeon (1825 – 1908) fue un fotógrafo, anticuario. arqueólogo
amateur y francmasón británico. Realizó estudios de diversos yacimientos arqueológicos
precolombinos, particularmente de la civilización maya en la península de Yucatán. A pesar de
que sus escritos contienen numerosas nociones de carácter excéntrico, rechazadas por la
comunidad científica, el material fotográfico de las ruinas arqueológicas y los glifos de la
escritura maya de Le Plongeon son una fuente inapreciable de información, antes de que
muchos de estos lugares fueran dañados por el tiempo y los saqueadores. Escribió una historia
en la que expuso la hipótesis de la fundación del Antiguo Egipto por los mayas, pueblo que,
según su teoría, también habría habitado la Atlántida. Le Plongeon, un explorador
perseverante de Méjico y el Yucatán, logró descifrar los caracteres en que estaban escritas las
antiguas inscripciones de Méjico, y hasta tradujo un viejo manuscrito que pudo salvarse del
vandalismo de Cortes y de los monjes que le acompañaban. Este manuscrito se refiere,
casualmente y de un modo directo, a la catástrofe final que sumergió los restos de la Atlántida,
que subsistían hace diez o doce mil años. Los estudiantes teosofistas y los lectores de libros
teosóficos, saben que la enseñanza que se ha dado sobre los orígenes de la especie humana y
en relación con los comienzos del movimiento teosófico, se basan en la creencia en la
existencia de la Atlántida. Según la Teosofía, la humanidad evoluciona a través de una serie de
grandes razas-raíces,   de las cuales la raza atlante fue la que precedió inmediatamente a la
nuestra.

 
La Atlántida se considera como el “eslabón perdido” entre el Viejo y
el Nuevo Mundo. Desde el punto de vista cultural, nos permite comprender ciertos
conocimientos existentes en épocas antiguas que resultan mucho más fácilmente explicables si
suponemos la existencia de una civilización más antigua, que desarrolló originariamente una
cultura y sabiduría, que luego traspasó a unos herederos para desarrollarlas. Pero, como
podemos ver en la Edad Media y en otros ejemplos más actuales, el progreso y la civilización
no siempre avanzan de manera progresiva. En ocasiones parecen estancarse e incluso
retroceder. Cierta información indica que en el mundo de la Antigüedad existía un
conocimiento científico mayor de lo que se suponía. Aparte del saber geográfico demostrado
por los escritos clásicos en sus referencias a otros continentes, las alusiones a la astronomía,
que suelen aparecer disfrazadas bajo la forma de leyendas, son expresión de una cultura que
posteriormente se perdió, hasta que fue redescubierta por el mundo moderno. Por ejemplo, los
antiguos sabían, supuestamente sin la ayuda de telescopios, que el planeta Urano cubría
regularmente con su superficie a sus lunas durante su movimiento de rotación alrededor del
Sol. El fenómeno se explicaba en forma mítica afirmando que el dios Urano se comía y
vomitaba alternadamente a sus hijos. Hasta épocas relativamente modernas no existió un
telescopio lo bastante poderoso como para advertir este fenómeno del planeta Urano. También
es sorprendente que Dante Alighieri tuviese su visión anticipada de la Cruz del Sur, doscientos
años antes de que el primer europeo hubiese sabido acerca de ella. En La Divina Comedia
describió lo que apareció ante sus ojos después de abandonar el infierno en la montaña del
purgatorio. Lo que sigue es una traducción: “…Me volví hacia la derecha, mirando hacia el otro
polo, y vi cuatro estrellas, nunca antes contempladas excepto por los primeros pueblos. El cielo
parecía centellear con sus rayos. ¡Oh, desolada región del Norte, incapaz de verlas…!”. Aparte del
misterio de la Cruz del Sur, ¿a qué primeros pueblos se refería Dante? Cada cierto tiempo
aparece algún artefacto perteneciente a alguna antigua cultura que no se corresponde con los
supuestos conocimientos de dichas antiguas culturas. En la British Association for the
Advancemente of Science se exhibió, en 1853, una lente cristalina similar a las modernas lentes
ópticas. Era una verdadera curiosidad porque fue encontrada en una excavación hecha en
Nínive, la capital de la antigua Asiría, y correspondía a una época anterior en casi dos mil años
a la técnica moderna para el pulimento del cristal.
(https://oldcivilizations.files.wordpress.com/2016/03/imagen-211.jpg)

En Esmeralda, frente a la costa de Ecuador, entre los restos


precolombinos extraídos del fondo del océano y considerados por los arqueólogos como
objetos de una gran antigüedad, apareció una lente de obsidiana de unos cinco centímetros de
diámetro, que funciona como un espejo y que reduce pero no distorsiona la reflexión. En las
excavaciones de La Venta, correspondientes a la cultura olmeca en México, se han encontrado
otros pequeños espejos cóncavos de hematita, un mineral magnético de hierro que admite un
elevado índice de pulimento. Se considera en la actualidad que la cultura olmeca es la más
antigua conocida de México. El examen demostró que estos espejos habían sido esmerilados
mediante un proceso desconocido que los hacía más curvos cuanto más cercan del borde.
Aunque no se sabe con certeza para qué se utilizaban, ciertos experimentos han demostrado
que pueden ser utilizados para encender el fuego, reflejando el sol. En unas excavaciones en
Libia, en el norte de África, se han encontrado unos utensilios que parecían ser lentes. Por otro
lado, Arquímedes de Siracusa (287 – 212 a. C.), físico, ingeniero, inventor, astrónomo y
matemático griego, utilizó también instrumentos ópticos, según afirma Plutarco, “para que el
ojo humano pudiera contemplar el tamaño del Sol”. Un tipo de calculadora fue hallada en el año
1900 en unas antiguas ruinas del fondo del Egeo, junto a una notable colección de estatuas,
entre ellas una de bronce representando a Poseidón, que actualmente se encuentra en el
museo de Atenas. Parecía una combinación de placas de bronce en las que aparecía una
escritura irregular. Después de limpiarla y someterla a un estudio más completo se concluyó
que era una calculadora, con un sistema de engranajes sincronizados que aparentemente
servía como una especie de regla de cálculo para conocer la posición del sol, la luna y las
estrellas, con fines de navegación. Este solo hallazgo ha provocado un cambio considerable en
nuestra comprensión de la navegación de la Antigüedad. Otro caso significativo es el
sorprendente mapa de Piri Reis, un mapamundi que pertenecía a un capitán de marina turco
del siglo XVI y que mostraba las costas de Sudamérica, África y partes de la Antártica, pese a
que resulta inimaginable pensar cómo pudo ser incluido este continente antes de que estuviese
cubierto de hielo. Los estudios antárticos modernos confirman la exactitud del mapa.

El mapamundi de Piri Reis habría sido diseñado a partir de los


antiguos mapas griegos perdidos tras la destrucción de la biblioteca de Alejandría. Ello
significaría que durante la Edad Media se perdieron u olvidaron importantes conocimientos
geográficos que estaban a disposición del mundo de la Antigüedad. Esto solo se explicaría por
una civilización a nivel mundial, con avanzados conocimientos. Tal vez la perdida Atlántida. 
Edgerton Sykes, importante autoridad británica en el tema de la Atlántida, cita a R. Dikshitar,
de la Universidad de Madras, quien afirmaba que el uso de explosivos ya era conocido en la
India en el año 5000 a. de C. El fuego griego de Bizancio que ayudó a los bizantinos a conservar
su imperio durante el milenio posterior a la caída del Imperio romano de Occidente, era un
misterio ya entonces. Parece que lo lanzaban desde las galeras en proyectiles y al chocar
contra otras galeras seguía ardiendo, aunque le echasen agua. Es posible que los explosivos
fueran utilizados en Europa en varias ocasiones, durante los ataques de Aníbal contra los
romanos. En todo caso, si ése era el material empleado, lo mantuvieron secreto para que los
romanos pensaran que se trataba de poderes sobrenaturales. Los romanos contaban que las
rocas eran destruidas por el fuego y por un tratamiento posterior con agua y vinagre. Más
tarde, en la batalla de Tresimeno, la tierra tembló y grandes piedras cayeron sobre los
romanos, que fueron derrotados por los cartagineses.  Algunos años antes, en la India, las
tropas de Alejandro Magno habían vivido una experiencia aterradora. Los defensores de una
ciudad hindú les lanzaron “truenos y rayos” desde las murallas de la población que estaban
atacando. Se ha sugerido que la caída de las murallas de Jericó fue ocasionada en realidad por
los explosivos colocados en túneles excavados bajo ellas por los atacantes hebreos y no por el
estruendo de sus trompetas. Normalmente esas armas secretas parecen haber sido utilizadas
por culturas más antiguas, que supuestamente las heredaron de otras, sin que se sepa quiénes
fueron los primeros en hacer uso de ellas. Cuando se estudia la gran pirámide de Gizeh se tiene
la impresión de que alguna raza superior de artesanos del pasado hubiese dejado sus
conocimientos para épocas futuras. Aparte de su tamaño, no se había advertido nada
extraordinario en la gran Pirámide, hasta la ocupación francesa, cuando los agrimensores de
Napoleón comenzaron a trazar un mapa de Egipto. Como es natural, eligieron la gran pirámide
como punto inicial de su triangulación. Al utilizarla como base notaron que si seguían las
líneas diagonales del cuadrado de la base, trazaban con toda exactitud el Delta del Nilo, y que
el meridiano pasaba exactamente por el ápice de la pirámide, cortando el Delta en dos partes
iguales.

 
Es evidente que alguien había dispuesto que la pirámide estuviese
en aquel lugar por una razón especial. Ulteriores estudios de las medidas del monumento
demostraron que si el perímetro de su base es dividido por el doble de su altura se obtiene la
cifra 3,1416, ó pi. Su orientación es exacta, dentro de los 4 minutos 35 segundos. La pirámide
tiene su centro en el paralelo 30, lo cual es de por sí desusado, puesto que separa la mayor
parte de la superficie terrestre del planeta de la mayor porción cubierta por el océano. Desde el
lado Norte sale una galería que lleva a la cámara real. Desde el final de esta galería, y a través
de millones de toneladas de rocas perfectamente dispuestas, se puede ver en línea recta la
estrella polar, que en la época de la construcción de la pirámide pertenecía a la constelación
del dragón. La altura de la gran pirámide multiplicada por un billón da la distancia de la Tierra
al Sol. Cada lado resultó igual, en codos, al número de días que tiene el año. Otros cálculos
indican el peso de la Tierra y su radio polar, y el estudio de un receptáculo oblongo de granito
rojo hallado en la cámara real sugiere todo un sistema de medidas de volúmenes y
dimensiones. Los estudios de la gran pirámide han sido el tema de muchos. La mayor de las
pirámides egipcias es aparentemente la única que contiene tales medidas, y no existen indicios
de que los egipcios pensaran, a lo largo de los siglos, que hubiese allí nada, excepto tesoros, o
tuviera otra finalidad que la de ser la tumba del faraón. Estas maravillas arquitectónicas nos
confirman que hay un aspecto misterioso en el origen de la civilización egipcia:
aproximadamente en la época de la primera dinastía, alrededor del 3200 a.C.. En efecto, Egipto
pasó repentinamente de una cultura neolítica a otra avanzada, con herramientas de cobre muy
eficaces, que les permitieron construir grandes templos y palacios y con las que desarrollaron
una civilización avanzada y una escritura muy elaborada. Aparentemente, no pasaron por una
etapa intermedia. Manetón afirmaba que había sido obra de los dioses que gobernaron el país
antes de Menes, el primer faraón. Y aquí vuelve a aparecer la posible explicación de la
Atlántida como origen de todos estos conocimientos.

Existen unos 150 Upanishads, libros sagrados hinduistas, aunque la


tradición afirma que los Upanishads son 108, de acuerdo con el número cabalístico hinduista.
La mayoría están escritos en prosa con algunos rasgos poéticos, pero cierto número de ellos
han sido compuestos en verso. Su extensión puede ir desde una página impresa hasta unas
cincuenta páginas. Se piensa que su forma, como se la conoce hoy en día, se adoptó entre los
años 400 y 200 a. C. Por lo tanto representan un aspecto del hinduismo védico casi tardío. No
obstante, se cree que algunos Upanishads fueron compuestos un par de siglos antes, en el siglo
VI a. C. En la actualidad, los hinduistas creen que todos los Upanishads fueron escritos por el
avatar Viasa «a finales del dwápara-iuga», lo que, según los cálculos astrológicos de Varaja
Mijira (505-587),  habría sucedido entre el 3200 y el 3100 a. C., pero la mayoría de los
historiadores actuales creen que fueron compuestos desde el siglo VI a. C. en adelante. Los
Upanishads se han atribuido a varios autores: Iagñavalkia y Uddalaka Aruni ocupan un lugar
destacado en los primeros Upanishads. Otros escritores importantes incluyen Shweta Ketu,
Shandilia, Aitareia, Pipalada y Sanat Kumara. Existen dos mujeres importantes mencionadas
como interlocutoras de los sabios varones: Maitrei, la esposa de Iagñavalkia, y Gargui.
Radhakrishnan considera que las atribuciones a estos autores en el texto son poco fiables,
considerando que estos supuestos autores son en realidad personajes de ficción. Un ejemplo es
Shuetaketu, personaje y autor del Chandoguia-upanishad, de quien no hay fuentes o libros que
lo mencionen, ni ninguna otra obra atribuida a él. Según Radhakrishnan, la mayoría de los
Upanishads se mantuvieron en secreto durante siglos, y se transmitían a otras personas por vía
oral en el forma de sloka (versos cantados), lo que hace difícil determinar cuánto han
cambiado los textos actuales a partir de los textos originales. Los Upanishads, antiquísimos
libros religiosos de la India, contienen algunos pasajes que durante siglos parecieron oscuros y
difíciles de interpretar. En cambio, si se consideran desde el punto de vista de la composición
molecular de la materia, resultan bastante sencillos. Constituyen otro caso de conocimiento
científico conservado gracias a libros sagrados. A la antigua India le debemos nuestro
conocimiento del cero, o más bien nuestro uso del cero. Nos llegó desde allí a través de los
árabes, que lo escribían como un punto. Sin embargo, los mayas de México y Guatemala
también lo conocieron y lo utilizaron con asombrosa exactitud en cálculos astronómicos y
cronológicos.

(https://oldcivilizations.files.wordpress.com/2016/03/imagen-32.jpg)

En los calendarios del antiguo Egipto y de México se advierte una


interesante coincidencia astronómica. Ambos calcularon, o tal vez recibieron la información
de otra fuente, que el año está compuesto de 365 días y seis horas, basándose en una división
de los meses que dejaba cinco días complementarios al final de cada año y una cantidad
adicional en cada ciclo, que en el caso de los aztecas era de 52 años, y en el de los egipcios de
1460 años. Nuestra fecha equivalente al comienzo del año azteca y egipcio, que iniciaban el
suyo en el mes de Toth, era para ambos el 26 de febrero. Otra muestra de una civilización
común. Tal vez la Atlántida. Sin embargo, junto a estos notables conocimientos, matemáticos y
de otra naturaleza, nos encontramos con la sorpresa de que los mayas y otros pueblos
amerindios no conocían las posibilidades que ofrecía la rueda para el transporte. Se pensaba
que ninguno de ellos había conocido el uso de la rueda, hasta que se encontraron ciertos
juguetes mexicanos antiguos, con ruedas. Tal vez la conocieron en una época y luego la
olvidaron. O quizás utilizaban algún otro medio de transporte. Cierto es que cuando los
conquistadores españoles llegaron a América, la civilización maya se hallaba en un período de
decadencia, y también la gran cultura tolteca de México se había eclipsado, lo mismo que la de
los primeros constructores sudamericanos del Cuzco y Tiahuanaco. Es posible que hubiesen
estado influidos por una gran y avanzada cultura, pero que con el tiempo, una vez
desaparecida aquella gran cultura, tal vez la Atlántida, se hubiesen ido degradando. En las
ruinas mayas pudo advertirse una sorprendente similitud con la arquitectura del antiguo
Egipto. Los mayas construyeron pirámides, columnas, obeliscos y estelas, pero no el verdadero
arco. Asimismo  utilizaron jeroglíficos y bajorrelieves como elementos decorativos y como
descripción de sus costumbres en frisos de piedra. Aunque otras arquitecturas amerindias
también recuerdan a la egipcia, con sus pirámides y construcciones que se extienden por
Centro y Sudamérica, la maya es a la vez la que más se asemeja a la de Egipto. Al estudiar el
origen de las culturas maya, olmeca y tolteca y el de las civilizaciones de otros pueblos
precolombinos de América Central, vemos que Sahagún, cronista de la conquista española,
consigna un curioso informe tomado de fuentes antiguas, en el sentido de que sus culturas se
exportaron a México y América Central desde otro lugar. Y cita el siguiente párrafo de un
documento indígena: “… vinieron atravesando las aguas y desembarcaron cerca (en Vera-cruz)…
los ancianos sabios que tenían todos los escritos, los libros, las pinturas”.

Edgarton Sykes ofrece una interesante explicación respecto a la


costumbre maya de abandonar sus ciudades y construir otras nuevas: “Si los mayas llegaron
desde territorios situados al este de la América Central, sin duda, vivieron en esas regiones que
posteriormente quedaron sumergidas, lo cual les habría obligado a abandonarlas y a construir
otras que finalmente también se hundieron. Este hábito de huir de los territorios inundados
podría explicar la costumbre maya de abandonar una ciudad tras otra antes de que el mar les
alcanzara“. Frente a la costa mexicana y bajo las aguas del Caribe, existen ruinas mayas, y
algunos especialistas piensan que las numerosas nueva ruinas bajo el mar, descubiertas en
una prospección aérea, corresponderían también a esa cultura o tendrían un origen aún más
antiguo. El aparente retroceso cultural desde un punto de partida muy avanzado, es también
 evidente en el Imperio inca. En efecto, los pueblos que precedieron a los incas en Sudamérica
dejaron construcciones que resultan inexplicables. Cuando examinamos los restos
arquitectónicos de Perú y Bolivia nos resulta imposible comprender cómo fueron construidos.
Los bloques de piedra del Cuzco son de dos tipos distintos, los que utilizaron los incas en sus
templos y palacios y los que aparecen en las construcciones más antiguas, de enormes
proporciones y que encajan exactamente unos con otros. Estas construcciones habrían sido
obra de los predecesores de los incas, de quienes sólo nos han quedado algunas leyendas. Aquí,
al igual que en otras construcciones megalíticas, nos preguntamos cómo pudieron los pueblos
primitivos cortar y transportar por terrenos montañosos estas piedras ciclópeas, aún mayores
que las de las pirámides egipcias. Asimismo es sorprendente cómo pudieron los predecesores
de los incas encajar los bloques con tanta perfección, si no disponían de una avanzada
tecnología o de poderes paranormales. Otro enigmático tema es por qué no cortaron los
bloques de piedra en líneas rectas, en lugar de usar extraños ángulos para luego hacerlos
coincidir. Una posible respuesta sería que intentaban dotar a los edificios de una mayor
resistencia a los terremotos, ya que en la región andina se han producido terribles
movimientos terrestres, incluso en épocas relativamente recientes. La ciudad de Tiahuanaco, a
orillas del lago Titicaca, en Bolivia, constituye otra inexplicable ruina ciclópea. A su llegada, los
primeros españoles ya la encontraron abandonada y en ruinas. Estaba construida con enormes
bloques de piedra, algunos de los cuales pesan hasta doscientas toneladas, que estaban unidos
mediante pernos de plata. Dichos pernos fueron sacados por los avariciosos conquistadores
españoles, lo que provocó que los edificios se desplomaran en los siguientes terremotos.

En Tiahuanaco se han encontrado piedras de cien toneladas


enterradas para servir de cimientos a las murallas que sostenían las construcciones. También
se hallaron marcos de puertas de tres metros de altura y setenta centímetros de ancho,
esculpidas en bloques de piedra de una sola pieza. Según las leyendas locales, la ciudad fue
construida por los dioses. Lo que es evidente que los constructores eran superhombres o
disponían de una avanzada tecnología, ya que estas enormes ruinas se hallan a 4000 metros de
altura y en una zona árida, incapaz de proporcionar los alimentos necesarios para alimentar a
una gran población, que sería indispensable para levantar construcciones tan inmensas.
Algunos arqueólogos sudamericanos creen que Tiahuanaco fue construida en una época en
que estaba a un nivel de casi 3200 metros por debajo del actual. De hecho, en los alrededores
existe un antiguo puerto abandonado. Esta teoría se basa en los cambios que ha
experimentado la cordillera de los Andes y que vienen atestiguados por los depósitos de piedra
caliza y las líneas de demarcación del agua que han quedado en laderas y montañas. Además
se apoya en el supuesto de que la región de los Andes y del lago Titicaca fue levantada en poco
tiempo, destruyendo y despoblando Tiahuanaco y otros centros de esta cultura prehistórica.
Los restos de antiguos animales, como mastodontes, toxodones y perezosos gigantes,
encontrados en lugares cercanos sugieren este sorpresivo cambio de altitud. Esos animales no
podrían haber vivido en la altura que dichos territorios tienen en la actualidad. Y tampoco la
población necesaria para construir una ciudad como aquélla, habría podido subsistir en una
zona tan árida y elevada. Entre las ruinas se han encontrado representaciones de estos
animales en cerámicas, debidas a la mano de los antiguos habitantes de la región,
posteriormente desaparecidos. Algunos arqueólogos calculan que Tiahuanaco fue abandonada
hace unos diez o doce mil años. Curiosamente este cálculo coincidiría con el que los sacerdotes
egipcios comunicaron a Platón como época del hundimiento de la Atlántida. Mientras una
parte del mundo se hundía, otra se levantaba, como si se produjeran grandes pliegues o
balanceos de la superficie de la Tierra. Se cree que en este supuesto pliegue también fue
afectada la costa occidental sudamericana.

Charles Frambach Berlitz (1914 – 2003), escritor estadounidense,


muy conocido por sus obras sobre fenómenos paranormales y sobre enseñanza de idiomas, en
1977 publicó el libro Misterios de los Mundos Olvidados, en uno de cuyos pasajes describía el
descubrimiento de una ruinas submarinas en la costa del Perú, de la cual se tomaron
fotografías, pero fueron celosamente censuradas. Berlitz escribía: “En 1966, un gran
descubrimiento llevado a cabo a la altura de la costa del Perú produjo gran conmoción en el
mundo de la arqueología, aunque nunca se llegó a hacer público. Todo comenzó cuando la
Universidad de Duke patrocinó un viaje de investigación oceanográfica, bajo la dirección del
doctor Robert Menzies, con el exclusivo fin de localizar cierta especie rara de molusco marino en
la zanja de Milne-Edward, frente a la costa peruana. En el curso de esta búsqueda, las cámaras
fotográficas captaron lo que luego fue descrito como columnas talladas, que se extendían por una
llanura submarina a una profundidad de mil brazas. Posteriormente se utilizaron modernos
aparatos de sonar, y se comprobó la existencia de otras columnas y rocas talladas en la vecindad,
que parecían ser restos de antiguas construcciones, aunque, según el doctor Menzies, la idea de
una ciudad hundida en pleno Pacífico era algo verdaderamente increíble. Una inspección
preliminar de las factorías que se obtuvieron demostró que las columnas no sólo estaban talladas
sino que además, parecían grabadas con ciertos caracteres escritos. El hecho de que las columnas
fuesen fotografiadas a tanta profundidad no significa forzosamente que fueran construidas en
aquel lugar cuando la tierra estaba por encima del nivel del mar; podían ser los restos del
cargamento de un galeón español hundido en aquellos parajes. No obstante, la presencia cercana
de lo que parecían restos de edificaciones en caja perfectamente con la teoría arqueológica sobre
catastróficos cambios de terreno en muchos lugares de Sudamérica. Nos referimos a aquellos
cataclismos que elevaron a cientos de metros muchas tierras bajas; que vaciaron lagos y mares
interiores, el nivel de cuyas aguas puede observarse todavía en las marcas que dejaron en las
montañas circundantes; que resquebrajaron ciertas montañas, pusieron al descubierto sus
cuevas interiores y lanzaron parte de las mismas sobre las altiplanicies vecinas; que hundieron
otras ciudades en profundas zanjas a la altura de la nueva costa formada. Las fotografías de
estas columnas talladas se guardan celosamente en los archivos oficiales y jamás se ha dado
ninguna información sobre las mismas. Tampoco se ha intentado organizar una expedición para
rescatarlas del fondo del mar, ya que ello implicaría unos gastos considerables“.

 
(https://oldcivilizations.files.wordpress.com/2016/03/imagen-42.jpg)

El doctor Maurice Ewing, del Observatorio Geológico Lamont, hizo la


siguiente declaración, refiriéndose al sistema de fallas y cordones sísmicos del océano: “…El
efecto opuesto a la tensión es la compresión, que da como resultado el pliegue de la superficie
terrestre. Los sistemas montañosos continentales, como las Montañas Rocosas y los Andes,
tuvieron su origen probablemente en uno de esos pliegues”. Existen otros indicios de 
civilizaciones prehistóricas en Sudamérica que resultan desconcertantes. Por ejemplo, los
juguetes con ruedas en el antiguo México. Asimismo encontramos una tradición que afirma
que los antiguos habitantes de la región peruana desarrollaron un sistema de escritura
jeroglífica similar a las de civilizaciones centroamericanas. Pero los incas lo prohibieron e
introdujeron su propio sistema de registro, basado en cuerdas anudadas y coloreadas,
llamadas quipus. Estas cuerdas, que servían para llevar un registro de los tributos, los
impuestos y el censo, es posible que constituyeran de por sí un sistema de escritura o cálculo.
Algunas de las construcciones antiguas son tan enormes que resultan casi inverosímiles. Por
ejemplo, en Cholula, México, hay una colina que fue originalmente una pirámide y ahora está
coronada por una iglesia. Se cree que fue construida como refugio, en prevención de futuras
inundaciones. Pero la tradición dice que una confusión de idiomas provocó la dispersión de los
constructores, una leyenda que recuerda a la de la torre de Babel. En las afueras de Quito,
Ecuador, hay una montaña que tiene una forma tan regular que algunos observadores piensan
qué se debe a la mano del hombre, y que, en realidad, se trataría de una pirámide gigantesca.
De todos modos, la impresión general es que resulta demasiado grande como para haber sido
hecha por el hombre. Las enormes pirámides toltecas y aztecas eran las bases de templos
levantados en la cima, y maravillaron tanto a los españoles que las llamaron “mansiones del
cielo”. En el mundo atlántico y en el Mediterráneo antiguo encontramos monumentos y
construcciones de piedra de grandes proporciones. En efecto, encontramos los misteriosos
círculos monolíticos de Stonehenge, los dólmenes de Bretaña y Cornualles, los fuertes
neolíticos de Irlanda y las islas Canarias, las pirámides, que vemos en Egipto, América y
Mesopotamia, los conjuntos de cavernas de Cerdeña, Malta y las islas Baleares, así como la
existencia en la Grecia y Micenas arcaicas de restos de una arquitectura ciclópea similar a la
del Yucatán.

La finalidad concreta de algunas de estas estructuras megalíticas no


resultan claros a primera vista. Los grandes círculos de piedra de Stonehenge, en Inglaterra,
son interesantes no sólo por el tamaño de las piedras, sino también por la forma en que fueron
erigidas. El eje central de Stonehenge coincidía exactamente con la salida del sol en pleno
verano. Otros hallazgos parecen confirmar el propósito de que fuera un enorme reloj
astronómico, y todo ello demuestra que sus constructores no sólo tenían conocimientos de
astronomía sino también de trigonometría. En Avebury encontramos otra serie de
construcciones de piedra destinadas a servir de calendario y grandes dibujos planos que
fueron trazados en la tierra, pero que sólo resultan visibles desde arriba. Estos grabados son
tan grandes que su diseño pétreo sólo puede ser advertido mediante la exploración aérea. Esto
nos lleva a la antigua India. La epopeya Mahabharata nos habla de terribles armas y se
considera que tiene, por lo menos, 5.000 años de antigüedad. Vale la pena leer esta epopeya
con los ojos del conocimiento moderno. También es sorprendente que en el Ramayana, las
vimanas, máquinas voladoras, navegasen a gran altura con la ayuda del mercurio y de un
fuerte viento propulsor. Las vimanas podían cubrir enormes distancias y podían viajar hacia
todos los lados. Tenían una  increíble capacidad de maniobra: “Al mandato de Rama, la
magnífica carroza se elevó a una montaña de nubes con un enorme estruendo“. No solamente se
menciona un objeto volador, sino que también el cronista habla de un enorme estruendo. Otro
pasaje del Mahabharata dice: “Bhima voló con su vimana en un rayo enorme, brillante como el
sol, e hizo un ruido como el trueno de una tormenta“. ¿Cómo pudo un antiguo cronista dar
descripciones que presuponen tener idea de naves volantes? En el Samsaptakabadha se hace
una distinción entre carrozas que vuelan y las que no pueden hacerlo. En Cornualles tenemos
una zona en la que están situados muchos misteriosos dólmenes. Es una península y es la parte
de Inglaterra que más se adentra en el Atlántico, avanzando tal vez hacia el lugar,
probablemente la Atlántida, de donde llegaron los constructores originales para levantar los
que parecen enormes “relojes planetarios” de piedra. Al otro lado del Atlántico, en una región
desértica, Nazca, que se encuentra a unos 200 kilómetros al sur de Lima, Perú, existe una
sorprendente serie de formas geométricas que aparecen junto a inmensas figuras de pájaros,
animales y personas dibujadas en la tierra. Sus dimensiones son tan grandes que sólo pueden
apreciarse desde el aire. Pero aún más insólito resulta el conjunto de líneas y franjas
trapezoidales. Al igual que los dibujos, no fue advertido hasta 1939, cuando las observó desde
un avión un profesor de historia que estudiaba las técnicas antiguas de regadío. Ello nos
vuelve a llevar al tema de los vimanas de la antigua India.

 
Se cree que estas figuras se deben a la cultura nazca, un pueblo
indio anterior a los incas y posteriormente desaparecido. Una de las teorías al respecto afirma
que estas líneas están relacionadas con el solsticio y el equinoccio de la era nazca. En otras
palabras, que serían un enorme calendario astronómico similar a los de Stonehenge y Avebury.
Los conquistadores españoles encontraron la ciudad de Tiahuanaco ya casi abandonada por
los indios que vivían allí. Supieron que los Incas habían estado ahí, al menos un siglo antes que
ellos, y que habían encontrado la misteriosa ciudad ya en ruinas y aparentemente desierta
desde mucho tiempo antes. Cuando preguntaron sobre el origen de la ciudad les explicaron
que Tiahuanaco fue construida en una sola noche por gigantes desconocidos. Los Incas
hablaban de los habitantes originales de la ciudad y de su fundador, Kon Tiki, más tarde
llamado Viracocha, que fue un dios blanco y barbado, al que se  ha relacionado con el
Quetzalcóatl azteca. El monumento llamado la puerta del sol, a la entrada de la ciudad, es un
arco tallado de una sola piedra y que mide tres por cuatro metros. Tiene una serie de grabados
que representan un calendario de 260 días, correspondientes al año solar venusino. Dice una
antigua leyenda, que en la noche de los tiempos, llegó a este mundo una mujer celeste en una
nave brillante como el Sol, para engendrar una nueva raza de hombres de origen divino. Esta
mujer fue llamada por sus descendientes Orejona, por sus largas orejas, similares a las de los
gigantes de la isla de Pascua. Se dice también que esta mujer tenía sólo cuatro dedos en cada
mano y que una vez terminada su labor se marchó para siempre en su carro celeste. Los
descendientes se multiplicaron y poblaron la zona, en donde nació más tarde otra leyenda que
habla de un dios llamado Kon Tiki, que arribó del mar para enseñar a los nativos la ciencia de
la astronomía, matemáticas y técnica, a fin de poder construir ciudades tan colosales como
Tiahuanaco. Kon Tiki se marchó hacia el mar, de donde había venido. Podría pensarse que las
líneas de Nazca formaban parte de un sistema de orientación para el aterrizaje de las naves de
los dioses. Pero desgraciadamente los descendientes de los nazcas han olvidado la finalidad
para la que fueron construidos.

Las antiquísimas pinturas de las cavernas de Europa, en Lascaux,


Altamira y otros lugares, lo mismo que las de Tassili, en el Sahara, generalmente se consideran
obra del hombre de Cromagnon, correspondiente a una cultura pre-glacial que habría existido
hace unos treinta mil años. Algunas de esas pinturas resultan muy elaboradas en cuanto a
estilo, composición y tratamiento del tema, de modo que parecería que las cavernas en que se
hallan hubiesen sido utilizadas por grupos prehistóricos muy diversos. Entre ellos había
algunos que poseían una técnica artística muy estilizada. Al examinarlas ahora, al cabo de más
de treinta mil años, parecen extrañamente modernas, a diferencia de lo que ocurre con
muchos de los períodos artísticos de los siglos intermedios. Tal vez fueron refugiados de una
región sumergida en el océano Atlántico, como se cree fue la Atlántida. Sin embargo, ninguna
de las similitudes arriba descritas, ni las formas arquitectónicas aparentemente relacionadas
con ellas aportan prueba alguna de la existencia de la Atlántida. Actualmente es sólo una
hipótesis de trabajo, que si resulta cierta, haría que muchos aspectos, aparentemente
inconexos, encajaran perfectamente. Esta sería una explicación atlántica, basada en la
presunta existencia de un antiguo continente atlántico, que sería una especie de puente
terrestre entre América y Europa. Esta supuesta conexión terrestre explicaría también los
hallazgos de huesos de mamuts o elefantes, leones, tigres, camellos y caballos primitivos que se
han encontrado en América. Aunque ninguno de esos animales estaba allí cuando llegaron los
españoles, sus restos han sido identificados. Una tradición sobre Bochica, el maestro que llevó
la civilización a la nación muisca, cuenta que un hombre desconocido, entrado en años, con el
cabello blanco recogido por una cinta y la barba hasta la cintura, vistiendo una túnica hasta las
pantorrillas, sobre la cual llevaba una manta anudada por las puntas sobre un hombro, y
armado con un bordón de macana, llegó montado en camello por el oriente y entró al reino
muisca por el poblado de Pasca, al sur de la capital del Zipazgo. De allí se trasladó a Bosa. En
esta zona era llamado Chimizayagua, que quiere decir mensajero de Chiminigagua. Enseñó a
hilar algodón y tejer mantas. Al salir de cada pueblo dejaba telares pintados en alguna piedra
lisa, vestigios que todavía hoy se observan en ciertos lugares del Altiplano cundiboyacence. De
Bosa pasó a los pueblos de Fontibón, Funza, Serrezuela y Zipacón, desde donde emprendió una
marcha hacia el norte, llegando a Cota, donde residió algún tiempo. Pasó luego a Gámeza y se
retiró a la cueva de Toyá, donde recibió la visita de los caciques de Tópaga, Tota, Pesca y
Firavitoba. Prosiguió su viaje por el nordeste hasta llegar a territorio de los indígenas guanes.
Algunos lo dibujaron en rocas de las márgenes del río Sogamoso, donde se recogía a meditar.

(https://oldcivilizations.files.wordpress.com/2016/03/imagen-52.jpg)

Luego de permanecer un tiempo entre los guanes, Bochica retornó


hacia el este, entró a la provincia de Hunza (Tunja), territorio del Zaque, y se estableció por
algún tiempo en Sogamoso, la capital muisca del Sol. Desapareció en el pueblo de Iza, donde
quedó estampada la huella de uno de sus pies, y desde entonces el lugar se convirtió en sitio de
peregrinación. Bochica predicó la consideración que hacia los grandes gobernantes, el Zipa en
Bacatá y el Zaque en Hunza, debían tener los caciques, puesto que el Zipa era hijo de Chía, la
Luna, y el Zaque era hijo del Sol, cuyo templo, recubierto de láminas y estatuillas de oro, se
erigía en Sogamoso, y que fue incendiado y desmantelado por los españoles durante la
Conquista. El elefante, o quizás el mamut, es un motivo que aparece con frecuencia en el arte y
la arquitectura amerindia, a pesar que al llegar los españoles no hallaron ninguno de estos
animales.  Evidentemente, los amerindios parecían conocer que los elefantes poseían una
trompa. En Palenque, Yucatán, se encontraron adornos con forma de cabeza de elefante y
máscaras en bajorrelieve representando el enorme animal, y en Wisconsin existe aún un
promontorio que luce claramente la figura de un paquidermo en sentido vertical. Con razón se
le conoce como el montículo del elefante. También se han descubierto pipas de esa forma en
otro promontorio indio, en Iowa. En la América Central precolombina se hallaron pequeñas
reproducciones de elefantes alados, fabricados en oro, que se usaban como adornos para
colgantes. En relación con este último caso, un crítico italiano sostuvo que si los elefantes no
tienen alas hoy, probablemente tampoco las tenían entonces. Pero entonces, ¿cómo se explican
los caballos alados, como Pegaso, que encontramos en nuestras propias leyendas? El coronel A.
Braghine, en su libro El enigma de la Atlántida, sugiere la existencia de una posible relación
entre elefantes y mamuts y las variaciones ocurridas en la superficie terrestre en la misma
época del supuesto hundimiento de la Atlántida. Traza un paralelismo entre los numerosos
mamuts que se han hallado congelados en Siberia, de una antigüedad estimada de unos doce
mil años, y un campo entero de huesos de mastodonte que ha aparecido en Colombia, cerca de
Bogotá. Braghine piensa que todos esos animales murieron a consecuencia de un súbito
cambio climático. Algunos de los mamuts siberianos aparecieron de pie, congelados y con
restos de comida sin digerir en sus estómagos. Pero este tipo de alimentos ya no existe en
aquella región. Por otra parte, se ha sugerido que pudieran haberse ahogado en un mar de
lodo que posteriormente se congeló.

Braghine piensa que la repentina muerte de los mastodontes se


debió a una súbita elevación del terreno en que pastaban, como lo indica la cantidad de huesos
hallados en un solo lugar, cerca de Bogotá. Se calcula que ambos fenómenos, la elevación de
Sudamérica y la inundación y congelación de los pantanos siberianos, fueron acontecimientos
contemporáneos, aproximadamente en la época en que, según Platón, se habría producido el
hundimiento de la Atlántida. Tenemos el caso de otros animales menores que también
servirían de prueba para la teoría de que Europa y América  estaban casi unidas allí donde hoy
tenemos océanos. Seguramente una gran isla-continente, como la Atlántida, habría permitido
el fácil paso de un continente al otro. En Europa, el Norte de África y en las islas del Atlántico,
aparece el mismo tipo de gusanos de tierra. Tanto en América como en Europa se puede
encontrar un mismo crustáceo de agua dulce, y hay ciertas especies de escarabajos
excavadores que sólo se desarrollan en América, África y el Mediterráneo. De las mariposas
halladas en las islas Azores y Canarias, dos terceras partes son iguales a las de Europa y
alrededor de una quinta parte a las de América. Hay un molusco, llamado oleacinida, que sólo
existe en América Central, las Antillas, Portugal y en las Azores y Canarias. Dado que los
moluscos están pegados a las rocas y salientes próximos a la costa, y a que sólo se desplazan a
otros lugares cuando hay determinadas temperaturas, tienen que haber existido algunos
puentes terrestres que explicarían la presencia de estos moluscos, en puntos tan distantes unos
de otros. En una caverna de la isla de Lanzarote, cerca de la Cueva de los Verdes, en las islas
Canarias, existe un estanque de agua salada en el que habitan unos pequeños crustáceos
llamados munidopsis polymorpha, que son ciegos y que no existen en ningún otro lugar. Otras
especies, similares a la anterior pero no ciegas, los munidopsis tridentata, viven en lo que
podría ser la salida submarina de esta laguna atlántica, situada casi a una milla de distancia,
en el océano. Los científicos que han estudiado este fenómeno piensan que los munidopsis
polymorpha ciegos quedaron atrapados en el estanque subterráneo hace miles de años y
perdieron gradualmente la vista. Durante el descubrimiento de las islas Azores se encontraron
conejos, lo que sugiere la existencia de algún tipo de conexión terrestre.

Antes de la conquista europea, las Islas Canarias estaban habitadas


por distintas poblaciones que popularmente se han venido conociendo como guanches,
aunque en realidad, en cada isla tenía una denominación distinta. Los antiguos habitantes de
Canarias eran un pueblo entroncado con los antiguos bereberes del norte de África que, al
igual que los guanches, probablemente tenían un origen atlante. Hasta mediados del siglo XX,
algunos investigadores defendieron una teoría que vincula a las poblaciones bereberes con los
germánicos. Sin embargo, esta teoría es rechazada actualmente por historiadores y
antropólogos. En cuanto al poblamiento de las islas, las teorías más aceptadas en la actualidad
son aquellas que defienden que estas poblaciones fueron traídas o bien por los fenicios o bien
por los romanos. Otra hipótesis indica que existieron sucesivas oleadas migratorias producidas
primero por la desertización progresiva del desierto del Sáhara y después por la presión del
Imperio romano sobre el norte de África. Además, tanto el tipo humano como las raíces
lingüísticas apuntan a una casi segura procedencia bereber. En todas las Canarias existen
topónimos de clara ascendencia bereber o tamazight (Tegueste, Tinajo, Tamaraceite o
Teseguite). Las principales actividades económicas de estas poblaciones eran el pastoreo, la
agricultura, la recolección de frutos y bayas y el marisqueo en las costas. Es difícil separar los
relatos de los mitos oceánicos de la antigüedad y las referencias directas a las Islas. En la
Antigüedad Clásica el Atlántico era el límite del mundo conocido y los relatos míticos sobre los
Campos Elíseos o el Jardín de las Hespérides se mezclan con los conocimientos geográficos de la
época. Las citas más antiguas son dudosas y probablemente hacían referencia a distintos
puntos del Mediterráneo occidental y de la costa atlántica norteafricana. En los textos romanos
de Plinio el Viejo, las islas Canarias aparecen ya citadas y descritas. Posiblemente las islas
fueron descubiertas por primera vez por el explorador cartaginés Hannón, en su primer viaje
de circunvalación africano, en el año 570 a.C. El primer documento escrito con una referencia
directa a Canarias se debe a Plinio el Viejo, que cita el viaje del Rey Juba II de Mauritania a las
islas en el 40 a. C, y se refiere a ellas por primera vez como Islas de los Afortunados. En este
documento también aparece por primera vez el término Canaria, utilizado probablemente
para hacer referencia a la isla de Gran Canaria.

De acuerdo con Plinio, este nombre le fue dado a la isla en memoria


de dos grandes mastines que los enviados de Juba capturaron allí y llevaron posteriormente a
Mauritania, en realidad en el actual Marruecos, y que aparecen representados a ambos lados
del actual escudo de Canarias. Esta historia, no obstante, tiene algunos visos de no ser exacta,
entre otras cosas porque se sabe que a la llegada de los castellanos y otros navegantes
europeos posteriores, las razas de perro nativas del archipiélago eran de pequeño tamaño. El
geógrafo hispanorromano Pomponio Mela las situó por primera vez con exactitud en un mapa,
y Plutarco fue informado por el general Sertorio de la existencia de las islas, a las que este
último pensó en retirarse desde España por sus problemas políticos. Durante mil años, entre
los siglos IV y XIV, las islas parecen desaparecer de la historia. El único testimonio documental
de esta época, muy dudoso, es el famoso viaje de San Borondón, cuya leyenda se extendió
durante siglos por la Europa cristiana. Durante la Edad Media fueron visitadas por los árabes.
En el siglo XIV se produce el redescubrimiento de las islas. Se produjeron numerosas visitas de
mallorquines, portugueses y genoveses. Lancelloto Malocello se instala en la isla de Lanzarote
en 1312. Los mallorquines establecieron una misión en las islas con un obispado, que
permaneció desde 1350 hasta 1400, y del cual proceden algunas imágenes y tallas de vírgenes
que actualmente son veneradas en las islas y que anteriormente lo fueron por los guanches.
Los contactos mantenidos durante la Antigüedad clásica entre el mundo mediterráneo y
Canarias, quedaron interrumpidos a partir de la decadencia y posterior caída del Imperio
romano de Occidente. Eso no quiere decir, que las islas permanecieran en un absoluto
aislamiento del exterior o que no se tuviera alguna información sobre ellas. Durante la Edad
Media, las primeras informaciones sobre las islas Canarias las aportan fuentes árabes que se
refieren a islas atlánticas que bien pudieran ser las Canarias. Lo que sí parece evidente es que
este conocimiento no supone una alteración del aislamiento cultural de los aborígenes. A partir
de finales del siglo XIII, menudean las visitas de europeos al archipiélago.  La primera visita
documentada fue la de Lanceloto Malocello que, en 1312 se estableció en Lanzarote,
permaneciendo en ella durante casi veinte años.
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Después de esta visita, el conocimiento que se tiene en Europa sobre


las Islas aumenta. La información aportada por los primeros visitantes y la documentación
cartográfica, especialmente el Atlas Catalán, facilitó las arribadas. Unas, las menos, tuvieron un
carácter misionero, como fue el establecimiento de una comunidad franciscana entre 1350 y
1391, pero otras, la mayoría tuvieron un carácter económico, básicamente la captura de
esclavos para ser vendidos en los mercados europeos. En el siglo XIV compiten por el control
de Canarias genoveses, aragoneses-catalanes, castellanos y portugueses. En el siglo siguiente
esta competencia quedó reducida a Castilla y Portugal. La conquista de Canarias se llevó a cabo
entre 1402 y 1496. No fue una empresa sencilla en lo militar, dada la resistencia aborigen en
algunas islas. Tampoco lo fue en lo político, puesto que confluyeron los intereses particulares
de la nobleza y los estados, particularmente Castilla, en plena fase de expansión territorial y en
un proceso de fortalecimiento de la Corona frente a la nobleza. Hay un misterio relacionado
con las islas Canarias. Cuando fueron descubiertas, los habitantes de las islas Canarias no
poseían embarcaciones, lo que no deja de extrañar tratándose de isleños. La explicación tal vez
sería que antes residían en zonas montañosas del continente atlante. Frente a las Azores, en
alta mar, suelen verse focas, a pesar de que generalmente esos animales no suelen abandonar
la costa. La hipótesis atlántica explicaría que, probablemente, las focas habrían seguido una
línea costera que prácticamente unía el Viejo y el Nuevo Mundo, para luego quedar prisioneras
a causa de la catástrofe. A este respecto cabe recordar el informe de Aeliano, político romano
miembro del Ordo Senatorius y de origen hispano, acerca de los “carneros de mar”, con cuyas
pieles se confeccionaban las cintas que llevaban en torno a la cabeza los “gobernantes de la
Atlántida”. Es posible que toda la fauna de las islas atlánticas, como moluscos, crustáceos,
mariposas, conejos, cabras, focas, además de las personas, fuesen sobrevivientes en cumbres
montañosas de un continente sumergido. Otra curiosidad la constituye la propia Edad de
Bronce. El hombre comenzó a usar esta aleación de cobre y estaño muchos siglos antes de
utilizar el hierro. Por otra parte, el uso del bronce era común en el norte de Europa y en
Europa occidental, así como en el Mediterráneo, y tanto los incas del Perú como los aztecas de
México lo conocían.

Las culturas de la Edad de Bronce de España, Francia, Italia, África


del Norte, e incluso Europa del Norte, proporcionan constantemente pruebas de la existencia
de una civilización mucho más avanzada de lo que antes se había supuesto. Por lo que
sabemos, los indios de América nunca utilizaron el bronce, pero en cambio produjeron ciertas
amalgamas de cobre. Las minas cercanas al lago Superior presentan indicios de minería
cuprífera que datan del año 6000 a.C. Otros pueblos indios eran hábiles metalúrgicos, y los de
México y América Central nos han legado hermosos y complejos utensilios y joyas fabricadas
con metales preciosos. Los incas extrajeron enormes cantidades de oro y plata de sus minas y
no las utilizaron para acuñar moneda, sino para fabricar artículos de gran belleza para dar
realce a la Casa imperial. Al oro le llamaban “Lágrimas del Sol” y a la plata “Lágrimas de la
Luna”. Según los primeros testimonios de los conquistadores españoles, en los jardines del rey
inca existían árboles de plata admirablemente labrados en los que se posaban pájaros de oro.
El uso del hierro forjado tuvo su origen en Asia Central y se difundió hacia el Este y el Oeste,
mientras que su predecesor, el bronce, se extendió por un gran círculo alrededor del Atlántico,
que parte desde América hacia Europa del Norte y se adentra en el Mediterráneo. La cultura
etrusca constituye un ejemplo particularmente interesante del uso de bronce mediterráneo,
con carretas y armas de ese metal que no pudieron resistir a los romanos. A partir de entonces
se desvanecieron en la historia, dejando documentos escritos en un alfabeto que aún no ha
sido traducido. No deja de ser una sorprendente coincidencia que Platón mencione
específicamente el país de los etruscos, Liguria, como una de las colonias de la Atlántida. La
cultura de la Edad de Bronce se extendió por el norte de África y llegó hasta Nigeria, donde el
antiguo pueblo Yoruba desarrolló una avanzada y elaborada civilización. Entre otras estatuas
de bronce encontradas en Ife, Nigeria, una de las más interesantes es la cabeza de Olokun, dios
del mar, al igual que Poseidón, y de los terremotos. Vemos pues las similitudes que existen
entre las diversas culturas de la Edad de Bronce prehistórica, que forman un arco extendido
alrededor del Atlántico oriental y su entrada el Mediterráneo. También podemos observar la
similitud de nombres que describen este mismo arco: Atlas, Antilla, Avalón, Arallu, Ys,
Lyonesse, Az, Ad, Atlantic, Atalaya, y otros americanos, como Aztlán, Atlán, Tlapallan, etc. Son
nombres que se aplican a una tierra o paraíso perdido, al territorio desde el cual llegaron los
maestros, que estaría localizado en Oriente u Occidente, según la orilla del océano de donde
provienen las leyendas. La existencia de la Atlántida nos podría ayudar a tratar de resolver
algunos de los misterios de la Prehistoria.

Si aceptamos la teoría de un punto central en el Atlántico a partir


del cual se habría difundido una importante civilización prehistórica, desaparecida
posteriormente a causa de una catástrofe, podríamos explicar ciertas asombrosas
coincidencias culturales y algunas leyendas comunes sobre inundaciones en el Nuevo y el Viejo
Mundo, la distribución de algunos animales y pueblos, la elevación y hundimiento de masas
terrestres, los indicios de retrocesos de la civilización, así como de conocimientos y técnicas
perdidas que sólo se conservan en leyendas, o las evidencias de un arte muy elaborado que
habría existido en períodos prehistóricos. Pero, por desgracia, queda aún en el terreno de la
teoría debido a la falta de pruebas más concluyentes. Pero la fecha del origen de la civilización
ha sido llevada más y más atrás en el tiempo, hasta un punto que antes era del dominio de las
leyendas, hasta una antigüedad tan remota que coincide, al menos, con la época que señalara
Platón para el hundimiento de la Atlántida. El teósofo Alfred Percy Sinnet (1840 – 1921) nos
habla de los registros akásicos como una manera de conocer los acontecimientos del pasado.
Los registros akásicos son una especie de memoria de todo lo que ha acontecido desde el inicio
de los tiempos, que estaría registrada en el éter. Allí se almacenaría todo lo que ha acontecido
desde el inicio de los tiempos y todos los conocimientos del universo. El adjetivo akásico es un
neologismo acuñado por la teósofa británica Annie Bésant (1847-1933), que proviene de ākāśa,
un término existente en el antiguo idioma sánscrito de la India, que significa ‘éter’, un fluido
intangible, inmaterial y sutil, que los antiguos hinduistas suponían que penetraba todo el
universo y sería el peculiar vehículo del sonido y la vida. Los ocultistas europeos medioevales
indican lo mismo cuando hablan de la luz astral. Esta luz astral lleva en sí un registro de
acontecimientos del pasado para los que pueden percibirlo e interpretarlo. Pero para la
completa exploración de la luz astral  o los registros akásicos se necesitan elevadas facultades
psíquicas. Según Sinnet, estas cualidades están en posesión de los más elevados instructores
teosóficos, y a su ejercicio se debe parcialmente el conocimiento que poseen del remoto pasado
del mundo.
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Además, Sinnet nos dice que los más altos iniciados del ocultismo
poseen documentos escritos que han heredado de sus predecesores, y sus propias facultades
les capacitan para comprobarlos en cualquier momento. Todo recuerdo es, en verdad, una
lectura en la luz astral. Los objetos tangibles están unidos por corrientes magnéticas
permanentes con los registros astrales. De  este modo, el ocultista puede hacer que las
Pirámides de Egipto le cuenten su historia. La investigación sobre los comienzos de la
civilización egipcia nos pone en relación con la raza atlante. Si nos remontamos a un millón de
años atrás, nos encontramos en un periodo en que la población de la tierra era insignificante, a
excepción de los núcleos de la raza atlante, que habitaba varias regiones de la tierra. Cuando
los distintos grupos de la raza atlante, que habitaban en la Atlántida propiamente dicha,
habían alcanzado un muy alto grado de civilización y poder, Egipto, entre otros países, estaba
ocupado por un pueblo relativamente primitivo. Hace unos ochocientos mil años, el continente
de la Atlántida comenzó a desaparecer. Este proceso se inauguró con una gigantesca catástrofe
geológica, pero no hizo más que comenzar la desaparición o sumersión de la Atlántida. Los
restos del antiguo continente atlante se mantuvieron, a pesar de las destructoras fuerzas de la
naturaleza, hasta hace unos ochenta mil años, en que algunas partes del continente restante
desaparecieron, quedando solo una gran isla, la  Atlántida de la tradición clásica, a la que se
refirió Platón, que se sumergió en una gran convulsión natural hace unos once mil quinientos
años, fecha originalmente obtenida de las enseñanzas ocultas y confirmada por los
descubrimientos de Le Plongeon y el testimonio de Platón. Durante el largo periodo
transcurrido desde el inicio de la gradual sumersión de los grandes territorios del continente
original, hace unos ochocientos mil años, se produjeron extensas migraciones desde la
Atlántida de entonces a otras regiones. En estas migraciones también figuraron los adeptos, o
iniciados, los más avanzados espiritualmente de la raza atlante. La progresiva destrucción
física de la Atlántida fue paralela a la degradación moral  del pueblo atlante, por lo que los
adeptos más avanzados se apartaron de la degeneración de sus compatriotas así como del
continente atlante, cuyo trágico destino conocían de antemano.

En aquel periodo, una gran parte de Europa, especialmente de la


Europa oriental, era una marisma inhabitable, apenas elevada sobre las aguas. Pero Egipto,
aunque muy diferente del Egipto actual, ya estaba habitado, como también lo estaban las
comarcas que limitaban el Mediterráneo oriental. Más o menos a la mitad del largo periodo de
progresiva sumersión de la Atlántida, una gran cantidad de adeptos atlantes, acompañados por
un considerable numero de sus contemporáneos no iniciados, se migró a estas zonas, como
también más tarde y de forma gradual se extendieron por las regiones occidentales de la actual
Europa, así como también en muchas zonas del mundo oriental. Sobre el territorio que
actualmente forma parte de las Islas británicas, aunque en aquel tiempo no estaban separadas
del resto del continente principal, los adeptos atlantes dejaron huellas de su presencia,
algunas   de las cuales aún pueden verse en la actualidad. En Stonehenge tenemos una
evidencia de la dispersión atlante, aunque su construcción sea más reciente que la de las
Pirámides de Egipto. Durante un largo período de tiempo, los adeptos que emigraron al país
que se conocemos como Egipto, no realizaron tentativas para educar al pueblo nativo. Vivian
sencillamente en el país, y allí probablemente tuvieron algunos discípulos a los que
trasladaron parte de sus elevados conocimientos. Lo evidente es que el pueblo nativo se
elevaba poco a poco gracias a las enseñanzas de una civilización superior. Además
probablemente se produzco un mestizaje de los nativos con los miembros del pueblo atlante
que acompañaron a sus maestros y  guías espirituales en sus emigraciones. Y llegó un tiempo
en que la semilla sembrada germinó. Los adeptos comenzaron a enseñar y a gobernar en
Egipto. Las tradiciones referentes a las duraderas líneas de Reyes Divinos, que precedieron a
las dinastías facilitadas por Manetón, no fueron meras fabulas. Según la tradición egipcia los
primeros reyes de Egipto no fueron hombres, sino dioses. Al principio de los tiempos, cuando
los dioses descendieron sobre la Tierra, la encontraron cubierta por el fango y el agua. El
principal de los dioses, al que los egipcios denominaron “Dios del Cielo y de la Tierra“, Ptah, fue
el encargado de realizar grandes obras hidráulicas y de canalización, que lograron ganar
terreno a las aguas.

Ptah ubicó su residencia en la Isla Elefantina, cerca de la actual


Asuán, y desde allí controló las crecidas del Río Nilo, sentando las bases para la civilización.
Después de 9.000 años de reinado, el Dios Ptah cedió el gobierno de Egipto a su hijo Ra, que al
igual que su padre llegó a la Tierra en una barca celestial. El reinado de Ra duró 1.000 años, y
le continuaron en el trono cinco dioses más, Shu (700 años), Geb (500 años), Osiris (450 años),
Seth (350 años) y Horus (300 años). Esta Primera Dinastía de Dioses-Reyes rigió durante un
“Tiempo Primero” o “Zep-Tepi“, el antiguo Egipto durante 12.300 años, sucediéndole una
segunda dinastía con el Dios Thot a la cabeza, que alcanzó una duración de 13.870 años.
Posteriormente a estos dos periodos, el poder fue cedido a gobernantes semidivinos, mitad
hombre mitad dioses, durante 3.650 años en los que se sucedieron, uno tras otro, treinta reyes.
En total fueron 17.520 años de poder y control de los dioses y semidioses, que finalizaron en un
oscuro periodo de caos y anarquía, del que no existe la más mínima referencia, y que duró 350
años. Es en este momento cuando aparece la Primera Dinastía de gobernantes humanos, en la
figura del faraón Narmer, o Menes, primer gobernante reconocido oficialmente por la
egiptología y del que ya hemos hablado. Los egipcios estaban muy seguros de sus orígenes y de
su historia. El tiempo era algo que controlaban muy bien los antiguos egipcios, precisamente
gracias a sus dioses, quienes, según ellos, les enseñaron a dividir el año en doce meses de
treinta días cada uno y divididos en tres semanas de diez días cada una. Este calendario
alcanzaba 360 días, y era complementado con cinco días especiales. El año estaba formado por
tres estaciones que venían claramente determinadas por el Río Nilo. La Primera Estación era la
de la crecida del río, de mediados de junio a mediados de octubre. La seguía la Estación de la
Germinación, que finalizaba a mediados de febrero. Por último la Estación de la Cosecha.
Existían otros tipos de calendario, pero todos seguían una minuciosa y escrupulosa exactitud,
transmitida generación tras generación. Hace 2.500 años, Heródoto escribía en su “Libro II de
la Historia” que, en su visita a Egipto, los sacerdotes de Tebas le habían mostrado
personalmente 341 estatuas, cada una de las cuales correspondía a una generación de sumos
sacerdotes desde 11.340 años atrás en el tiempo. Le dijeron que las figuras representaban a
hombres, pero que antes de esos hombres en Egipto reinaron los dioses, que habían convivido
con los seres humanos.
(https://oldcivilizations.files.wordpress.com/2016/03/imagen-82.jpg)

De todo ello guardaban datos muy precisos, ya que siempre, desde


el principio de los tiempos, ésa había sido su misión. Otro historiador griego, Diodoro, que
visitó Egipto en el Siglo I d.C., también habló y aprendió de los sacerdotes egipcios sobre su
historia y tradición. Al igual que Heródoto pudo escuchar de boca de los sacerdotes que los
humanos reinaban en el Valle del Nilo desde hacía poco menos de 5.000 años. Uno de los
primeros cronistas de la Iglesia Cristiana, Eusebio, logró recoger numerosas crónicas que
hacían el mismo tipo de referencias que Heródoto y Diodoro. Pero tal vez ninguno como
Manetón, sumo sacerdote y escribano egipcio, supiese acaparar en sus textos la increíble
historia de Egipto. Manetón fue contemporáneo de Ptolomeo, antiguo General de Alejandro
Magno y fundador de la Dinastía Ptolomeica (304-282 a.C.). Manetón vivió en la Ciudad de
Sebennitos y fue Gran Sacerdote en el Templo de Heliópolis, donde escribió los tres volúmenes
de su Historia de Egipto, cuyos originales han desaparecido, y que conocemos en gran medida
gracias al historiador griego Julio Africano, que recopiló numerosos fragmentos de su obra.
Manetón o Manetho (verdad de Thot), relataba en esta obra que los dioses reinaron sobre
Egipto durante 13.900 años, y los semidioses que les continuaron otros 11.000 años más.
Gracias a su clase sacerdotal, pudo acceder a numerosa información restringida que había sido
recogida durante cientos y cientos de años. Según sus fuentes, el primer Rey de Egipto fue
Hefestos, quien inventó el fuego. Le siguieron Cronos, Osiris, Tifón y Horus. Después, los
“Shemsu-Hor” o seguidores de Horus, de origen semidivino, gobernaron durante 1255 años. Les
continuaron otros reyes por un periodo de 1.817 años. Algunos investigadores aseguran ver en
los dibujos que hay en la tumba de Ramsés VI, Valle de los Reyes, seres con escafandras
provenientes de las estrellas, tal y como aseguraban las antiguas tradiciones egipcias. Los
Shemsu Hor (Sms Hr), tal como hemos dicho eran “seguidores de Horus“. El concepto
evolucionó con el tiempo y se ha llamado así a una serie de reyes míticos que gobernaron
Egipto antes que los faraones, a aquellos que ayudaban a Horus en sus luchas con Seth, y
también se dio ese nombre a los sacerdotes que se ocupaban de los ritos funerarios. Según el
Canon Real de Turín, los Shemsu Hor gobernaron Egipto durante seis mil años, entre el reinado
de los dioses y los primeros faraones. Algunos autores traducen como compañeros de Horus,
seres semidivinos con grandes conocimientos astronómicos, que legaron a los sacerdotes y
faraones.

Manetón, historiador egipcio del siglo III a. C. que recibió el encargo


del faraón Ptolomeo II Filadelfo de escribir la Historia de Egipto y que tenía acceso a la
biblioteca del templo de Ra en Heliópolis, en donde era sacerdote, aseguró que gobernaron
Egipto alrededor de 6.000 años, justo después de los “semidioses y reyes” de épocas anteriores.
Antes que estos últimos, habían dirigido el país los “dioses“. Lo único que resta de la
Aegyptíaka nos ha llegado a través de Eusebio de Cesarea. Tras los dioses reinaron los héroes
durante 1.255 años, a los que siguieron unos reyes que gobernaron 1.817 años. Más tarde
gobernaron 30 reyes de Menfis cuyos reinados suman en total 1.790 años. Les sucedieron diez
reyes de Tis durante 350 años, y después de éstos llegaron los Shemsu Hor, que reinaron
durante 5.813 años. Tras ellos llegó el primer rey dinástico, Menes, que gobernó el Valle del
Nilo desde el año 3100 a. C. Según Jacqueline Moreira, de la Universidad de São Paulo, los
Shemsu Hor podrían estar representados en la Paleta de Narmer, lo que según ella sugiere que
la paleta es muy anterior a Narmer, posiblemente de un periodo en que Egipto estaba muy
influenciado por el culto a Horus: “Nuestro otro supuesto es que el faraón y sus compañeros son
los que la tradición egipcia sitúa en un remoto tiempo de su civilización, los Shemsu Hor que
ejercieron un papel importante en la configuración del país como Imperio unido. En la Paleta
estarían bien representados los Shemsu Hor en tres grupos distintos: un grupo no-humano, cuyos
componentes acompañaban a Horus y tienen un papel clave en el viaje de los muertos, un
segundo grupo que está ligado directamente a los antiguos gobernantes, anteriores a la primera
de las dinastías de faraones, y que se refieren también a la ciudad de Nejen (tradicionalmente el
hogar original de Horus, que coincide exactamente con el lugar donde la Paleta fue encontrada) y
un tercer grupo de guerreros que han trabado batalla con los seguidores de Seth”. Tenemos otro
periodo de más de 1.790 años en que tenemos treinta reyes que gobernaron en Menfis, y 350
años más de otros diez soberanos que reinaron en Tanis. En total, sólo el reinado de los
semidioses hasta la aparición de los reyes de la Epoca Dinástica Temprana, alcanzó 5.813 años,
una auténtica sorpresa para la historia oficial y para la cronología establecida por la moderna
egiptología.

Este mismo problema ha aparecido con las Listas de Reyes Sumerios,


aparecidas en distintos textos, como el W-B/144 ó el W-B/62, donde se establecen fantásticos
gobiernos de los dioses que se remontan a docenas de miles de años antes de lo establecido por
la arqueología oficial. En una antiquísima tabla mesopotámica existente en el Museo Británico
y escrita en caracteres cuneiformes, aparece, según el investigador Zecharia Sitchin, un mapa
de la ruta seguida por los dioses para llegar a nuestro planeta a través del Sistema Solar.
Aunque tal vez el caso más conocido sea el de los Patriarcas Bíblicos, que vivieron un
extraordinario número de años, como los míticos Adán, Set, Enós, Cainán, Mahaleel, Jared,
Enoc, Matusalén, Lamec, Noe, Sem, Arfaxad, etc. A pesar del innegable esfuerzo de la
arqueología por establecer una cronología lógica de los antiguos reinos e imperios, el prejuicio
a la hora de establecer la existencia física de dioses, o extraterrestres, que todas las culturas
establecen como los fundadores de las respectivas civilizaciones en la Tierra, hacen imposible
profundizar en una verdadera historia, que continúa oculta a todos nosotros. La cada vez más
reconocida antigüedad de algunos de los monumentos que nos han llegado, como es el caso de
la Esfinge de Giza, han hecho posible que algunos investigadores hayan reconsiderado revisar
las cronologías oficiales en los últimos siglos. Por desgracia los máximos responsables de la
ciencia continúan aferrados al dogmatismo dominante. Los Reyes Divinos de Egipto
probablemente fueron los primeros gobernantes adeptos procedentes de la Atlántida. Y la edad
de oro de Egipto fue aquella que ellos gobernaron durante milenios, en un pasado muy remoto.
Siguiendo hacia atrás la historia de los primeros monumentos de la civilización egipcia, con
ayuda de los archivos askásicos, Sinnet opina que no solo tendremos que añadir algunos
milenios más a las fechas convencionales de los modernos egiptólogos, sino que nos será
preciso medir sus edades sobre la escala de la historia atlante. Según Sinnet, las pirámides
fueron realmente construidas  en un periodo intermedio entre la primera inmigración de
adeptos atlantes en Egipto y la etapa actual. En otras palabras, hace nada menos que unos
doscientos mil años. Aunque sin duda fueron lugares de iniciación. La gran pirámide contiene
más cámaras que las tres descubiertas hasta la actualidad. Parece que otro de los objetivos de
la gran pirámide fue la protección de algunos objetos de gran importancia, relacionados con
los misterios atlantes.
 

Se dice que esos objetos fueron sepultados en la roca y se erigió la


pirámide sobre ellos, siendo su forma y magnitud las adecuadas para protegerla de los
temblores de tierra, y de la sumersión bajo el mar durante las grandes catástrofes seculares en
la superficie de la Tierra. Durante el largo periodo de su existencia, han sucedido varios
grandes cambios en la superficie de la Tierra, como algunos geólogos reconocen. Las distintas
elevaciones y hundimientos de continentes y de los lechos de los océanos, son debidas a una
lenta pulsación de la Tierra, que pueden compararse a las ondulaciones de un mar que se eleva
lentamente bajo la influencia de una oscilación imperceptible. Después de la erección de las
primeras pirámides, una ondulación, relacionada con la que produjo la sumersión final del
último trozo del continente atlante, deprimió la región que actualmente es el valle del Bajo
Nilo, que está por debajo del nivel del mar que en la antigüedad cubría la parte norte de África,
excepto los terrenos montañosos próximos a la costa mediterránea. La costa occidental era
también tierra firme en el periodo en cuestión. Pero el actual desierto de Sahara era un mar, y
ese mar se extendió por todo el país de Egipto, actualmente fertilizado por el bajo Nilo, ya que
la enorme ondulación deprimió su nivel. El país del alto Nilo no quedó sumergido, y allí se
refugió sin duda una gran parte de la población de Egipto, ya que la sumersión tuvo un
carácter de cataclismo que llevo consigo la destrucción de la vida de aquellos que vivían en la
región amenazada. A causa de ello hubo una importante migración del pueblo hacia Oriente y
Occidente, así como hacia el Sur. Y durante algún tiempo, que no se sabe exactamente cuánto
fue, aunque sí que fue poco comparado con el curso general de las ondulaciones de la corteza
rocosa de la Tierra, las   pirámides y el territorio que las rodea permanecieron bajo el agua.
Ello sugeriría la idea de que el presente curso del río Nilo no es el que seguía antes de la
convulsión natural anterior. El curso de hoy difiere del que seguía en la época de la
construcción de la gran pirámide, a la altura de Tebas. El templo de Karnak también es un
monumento egipcio de enorme antigüedad, aunque no tan antiguo como la gran pirámide, y
nunca estuvo sumergido. Pero en lo referente al curso del Nilo, fue diferente del de hoy a
partir de la altura de Tebas, en los tiempo en que fue construido el templo de Karnak. Karnak
(“ciudad fortificada“) es una pequeña población de Egipto, situada en la ribera oriental del río
Nilo, junto a Luxor.
(https://oldcivilizations.files.wordpress.com/2016/03/imagen-92.jpg)

Era la zona de la antigua Tebas que albergaba el complejo religioso


más importante del Antiguo Egipto. Forma parte del conjunto denominado Antigua Tebas con
sus necrópolis, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979. Es el conjunto
de templos más grande de Egipto. Durante siglos, este lugar fue el más influyente centro
religioso egipcio. El templo principal estaba dedicado al culto del dios Amón, pero como en
otros templos egipcios también se veneraba a otras divinidades. Existía también un lago
sagrado, numerosos templetes y capillas de menor tamaño, y múltiples estancias y almacenes
situados dentro de los muros que circundaban el recinto principal. La diferencia principal
entre el templo de Amón, en Karnak, que Diodoro de Sicilia afirma ser el más antiguo de Tebas,
y la mayoría de los templos egipcios, es el tiempo y esfuerzo empleados en su construcción y
posteriores ampliaciones. Unos treinta faraones contribuyeron con sus edificaciones,
convirtiendo al complejo en un conjunto, que por su tamaño de unas treinta hectáreas, no se
había conocido jamás. En el antiguo Egipto la construcción de los templos se iniciaba siempre
por el santuario, lo que significa que Karnak se comenzó por el centro y se terminó de
construir por las entradas al recinto. Todo el conjunto estaba ricamente decorado y pintado en
vivos colores. Más tarde se retiró el mar del bajo Egipto, tras un intervalo cuya exacta duración
se desconoce,  y las pirámides quedaron de nuevo en zona seca. Rápidamente aquella zona se
repobló otra vez y los adeptos volvieron a gobernarla. Posiblemente esta fue la época de la
verdadera edad de oro de la civilización egipcia. La decadencia solo se manifiesta mucho más
tarde. Pero el destino tenía reservado otro golpe al antiguo Egipto. Cuando la ultima isla de la
Atlántida se sumergió hace unos 11500  años, una ondulación del lecho de los océanos produjo
inundaciones terribles en todas partes, y el país egipcio fue afligido por una inmensa
inundación que, por segunda vez, dispersó a sus habitantes. Pero no parece que esta
inundación llegara a sumergir las pirámides. Sin embargo, gran parte de la población se ahogo
o huyo a otras tierras. Cuando ceso la inundación y la población se asentó de nuevo en el país,  
comenzó la degradación de la espiritualidad y la cultura que, desde el punto de vista esotérico,
es el breve periodo final de la decadencia de la civilización del Egipto, aunque para el
egiptólogo moderno coincide con el comienzo de la historia egipcia.

Probablemente, al comenzar el periodo de decadencia, los


importantes objetos que la gran pirámide debía conservar, fueron extraídos y llevados a algún
otro lugar elegido como residencia central de los adeptos. Las antiguas pirámides siguieron
conservando su valor como templos iniciáticos. Pero gradualmente se desvaneció el
conocimiento sobre su uso iniciático. Sólo los adeptos iniciados   practicaban las ceremonias
secretas en las cámaras de la pirámide. Pero a lo largo del tiempo   las arcaicas tradiciones se
perdieron. En épocas más recientes se multiplicó la construcción de nuevas pirámides, pero
sus constructores ya no pensaban en usarlas para iniciar a los neófitos en los misterios de la
ciencia oculta. En los últimos milenios, se han erigido pirámides a lo largo del valle del Nilo. La
enseñanza esotérica niega la teoría convencional de que las pirámides sirvieran de tumbas a
los monarcas que se supone las hicieron construir. Pero esto es distinto con las pirámides más
modernas. A pesar de que las siguientes dinastías decadentes habían perdido todo contacto
con la remota antigüedad, sin embargo las pirámides más antiguas habrían servido de modelo
arquitectónico para las siguientes. Con toda seguridad el llamado sarcófago de la gran
pirámide no fue una tumba ni, como conjetura Charles Piazzi Smyth (1819 – 1900), astrónomo
escocés, conocido por sus estudios de la Gran Pirámide de Guiza, sería un patrón para medidas
de capacidad. Enn realidad sería un tipo de pila bautismal en que se cumplían ciertas
ceremonias relacionadas con las iniciaciones.  Javier Sierra, en su novela de investigación El
secreto egipcio de Napoleón, nos dice que al amanecer del 13 de agosto de 1799, Napoleón
Bonaparte, empapado en polvo y sudor, emergió de entre los bloques de la Gran Pirámide,
cerca de El Cairo. El héroe corso había decidido pasar sólo una noche en el interior del más
emblemático monumento faraónico, movido por un oscuro propósito. Un móvil que habría de
quedar sepultado para siempre aquella mañana en la memoria de Bonaparte. Y es que, tras
regresar pálido y desencajado de su aventura, el entonces aún prometedor general
revolucionario jamás reveló qué fue a hacer entre aquellas piedras milenarias. No se sabe qué
sucedió allá dentro, durante las largas y oscuras horas que duró su encierro.

Al ser preguntado dijo: “Aunque lo contara, no lo creeríais“. Según


explica Peter Tompkins en su clásico Secretos de la Gran Pirámide, Bonaparte no entró en ese
monumento hasta casi un año después de vencer a los mamelucos de Murad Bey. Fue el 12 de
agosto de 1799, a su regreso de una breve campaña bélica por tierras de Siria y Palestina,
cuando el general aceptó sumergirse en sus entrañas. “En un determinado momento –explica
Tompkins –, Bonaparte quiso quedarse solo en la Cámara del Rey, como hiciera Alejandro
Magno, según se decía, antes que él”. En efecto, como el corso, otros grandes militares de la
historia habían decidido pasar una noche entre aquellas piedras. Seducido por las leyendas
locales que sugerían que Julio César y Alejandro Magno pasaron la prueba de pernoctar en la
Gran Pirámide, Napoleón terminó con sus huesos dentro del monumento. Bob Brier,
paleopatólogo y uno de los más prestigiosos egiptólogos de nuestros días, reduce el problema a
que Napoleón “por lo visto, creía en las propiedades mágicas de la pirámide”. El propio Brier, en
su ensayo Secretos del Antiguo Egipto mágico, aclara qué propiedades eran ésas. Según los
Textos de las Pirámides, grabados sobre monumentos de la V Dinastía, más modernos que la
Gran Pirámide, esos monumentos eran una especie de “máquinas para la resurrección” de los
faraones. Este proceso, dicen esos antiguos salmos religiosos, se componían de tres fases: la
primera, el despertar del difunto en la pirámide; la segunda, su ascensión al más allá,
atravesando los cielos, y la tercera, su ingreso en la cofradía de los dioses. Tal vez César,
Alejandro y Napoleón buscaron esa peculiar iniciación faraónica. En el caso de Napoleón no es
difícil afirmarlo. Cuando Bonaparte llegó a Egipto, había devorado ya toda clase de literatura
de la época, en la que se mitificaba la sabiduría de los antiguos constructores de pirámides. El
corso consultó, sin duda, la obra del abad Terrasson Sethos ou vire tirée des monuments et
anecdotes de l’ancienne Egypte (1733), un bestseller de su tiempo en el que se imaginan las
pruebas iniciáticas a las que el faraón Seti (Sethos) debió someterse en la Gran Pirámide. Lo
curioso es que semejante creencia venía de muy antiguo, y aunque Terrasson la magnificó,
reflejaba algo indudablemente real, que el interior de la Gran Pirámide había sido frecuentado
por reyes posteriores a Keops, probablemente para participar en extraños ceremoniales. Hoy
sabemos que uno de los más famosos ceremoniales fue el llamado Hebsed, una fiesta en la que
se creía que el faraón se rejuvenecía accediendo a los secretos de la vida eterna, y que se
celebraba cada treinta años de reinado o cada vez que la salud del monarca flaqueaba.
(https://oldcivilizations.files.wordpress.com/2016/03/imagen-102.jpg)

Casualmente, Napoleón, aquella noche del 12 de agosto, estaba a


sólo tres días de cumplir esa edad. Quizá fue iniciado como los faraones cuando se acercaba su
trigésimo cumpleaños. Se trata de algo más que una especulación. No en vano, junto a
Napoleón viajaron a Egipto un buen número de masones, algunos de los cuales eran
destacados generales, como Jean Baptiste Kléber o Joachin Murat. Gérard Galtier, el más
concienzudo de los historiadores modernos de la francmasonería, señala que los franceses
exportaron los ritos masónicos a Egipto durante la campaña napoleónica, especialmente el
llamado Rito de Menfis. Él mismo historiador cita un documento de puño y letra de uno de los
Grandes Maestres de ese Rito, Solutore Zola, pariente del famoso escritor galo del mismo
apellido, en el que afirma que Bonaparte y Kléber “recibieron la iniciación y la filiación del Rito
de Menfis de un hombre de edad venerable, muy sabio en la doctrina y las costumbres, que se
decía descendiente de los antiguos sabios de Egipto”. Y añade: “La iniciación tuvo lugar en la
pirámide de Keops y recibieron como única investidura un anillo”. Desde la época del
descubrimiento de América hasta hoy, filósofos y escritores nos han ofrecido sus teorías acerca
de la Atlántida. Por ejemplo, Francis Bacon, en The New Atlantis (1626) opinaba que la
Atlántida de Platón era, sencillamente, América. La trama de Shakespeare en “La Tempestad”,
que tiene lugar en una isla del Atlántico, se atribuye algunas veces al renovado interés en el
continente sumergido y en las islas perdidas de ese océano. Más tarde, en 1665, el padre
Kircher, un jesuita y estudioso de esta cuestión, opinó que la Atlántida era una isla del
Atlántico y nos dejo un famoso mapa en que la hace aparecer entre Europa y América. De
todos modos, en el mapa el Sur aparece en la parte superior. En el mapa del padre Kircher
(siglo XVII), que representa la Atlántida, hay una inscripción en la que se lee: “Lugar donde se
hallaba la isla de la Atlántida, ahora sumergida en el mar, según la creencia de los egipcios y la
descripción de Platón”.

Existe una dedicatoria al filósofo Voltaire en un estudio sobre la


Atlántida del astrónomo Jean Bailly, que vivió antes de la Revolución Francesa. Bailly situaba la
isla-continente en el extremo Norte, cuando el Ártico era tropical. Al parecer, Voltaire
compartía la opinión de Bailly, aunque es difícil comprobarlo. Es bien sabido que en la
antigüedad ciertas zonas del Ártico y el Antártico eran tropicales. En Alaska, el norte de
Canadá y Groenlandia, en algunas excavaciones se han descubierto tigres de Bengala y otros
animales cuyo hábitat exige un clima más cálido. Sin embargo, esta circunstancia en sí misma
no está necesariamente relacionada con el tema de la Atlántida, salvo porque constituye otro
indicio de los grandes cambios climáticos ocurridos en el mundo. En el siglo XIX aparecieron
otras teorías. Una decía que el continente sumergido sería una isla atlántica, un puente entre
América y Europa, mientras que otra decía que había estado situada en el norte o el noroeste
de África, cuando el Sahara no era todavía un desierto.  Ignatius Donnelly (1831-1901) fue un
escritor, abogado y político estadounidense, principalmente conocido a por sus extensos
escritos sobre la Atlántida. Era natural de Filadelfia, Pensilvania, donde practicó la abogacía
durante algunos años. En 1856, él y su esposa Katherine, marcharon rumbo a Minnesota, y con
la ayuda de un puñado de socios crearon una pequeña Utopía en la ciudad de Nininger,
diecisiete millas al sur de Saint Paul. Esta granja cooperativa fracasó después del desplome de
las propiedades inmobiliarias de 1857, pero su quiebra llevó a Donnelly a la actividad política.
Cuando Minnesota se convirtió en un nuevo Estado de la Unión en 1859, Donnelly fue elegido
su primer Gobernador y luego reelegido en 1861, sirviendo más adelante en el Congreso como
representante Republicano entre 1863 y 1869. Donnelly era un liberal radical, manifestando su
apoyo a movimientos del sufragio femenino y antiesclavistas. Tal era su afán por mantener la
tierra cubierta de bosques, y de hacer que la educación y el voto llegara a todos, que se le llegó
a calificar de radical peligroso. Donnelly dedicó mucho tiempo, en la biblioteca del congreso, a
investigar la civilización perdida de la Atlántida. En 1882, impulsado por el éxito del libro de
Heinrich Schliemann sobre el descubrimiento de la ciudad perdida de Troya, publicó su
primer libro, La Atlántida: el mundo Antediluviano.

Su fama como escritor había sido establecida años antes como


resultado de sus trabajos periodísticos y su investigación sobre Shakespeare. El libro encontró
gran acogida entre el público, aunque hay que tener en cuenta que éste carecía de suficientes
conocimientos para distinguir lo correcto, histórica y arqueológicamente. Tras esto, volvió a su
granja en la ciudad de Nininger, para comenzar otro libro. Donnelly dio al mito de la Atlántida
esa aura romántica de que goza hoy, ese velo de misterio que atrae a la gente. Esta teoría de la
Atlántida recibió un impulso considerable en 1882, a raíz de la publicación del libro La
Atlántida: el mundo Antediluviano, de Ignatious Donnelly, del que se hicieron cincuenta
ediciones y que aún se sigue publicando. La obra ha tenido gran influencia en los estudios
realizados sobre este tema. Pero, a su vez, posiblemente Donnelly se vio influido por Bory de
Saint-Vincent, autor de un artículo publicado en 1803 en que indicaba que las Azores y las
Canarias eran restos de la Atlántida. Aportaba un mapa de la isla sumergida que se apoyaba en
la información recibida de los autores clásicos. Es probable que también influyeran en él dos
estudiosos franceses, Brasseur de Bourbourg y Le Plongeon, que vivieron en México y
Guatemala y aprendieron la lengua maya. Luego hicieron traducciones de partes de los
documentos mayas, para demostrar que ese pueblo era descendiente de sobrevivientes de la
Atlántida. Donnelly pudo también tener en cuenta a Hosea (1875), un estudioso
norteamericano que comparó las culturas de América con la de Egipto. Donnelly formuló la
teoría de que la Atlántida fue una gran civilización mundial, potencia colonizadora y
civilizadora del litoral atlántico, de las costas del Mediterráneo, el Cáucaso, América Central y
del Sur, el valle del Mississippi, el Báltico e incluso la India y partes de Asia Central. Fue
también el lugar donde se habría inventado el alfabeto. Su catastrófico hundimiento habría
sido un hecho histórico, inmortalizado en las leyendas sobre inundaciones, así como en los
mitos y leyendas de la Antigüedad, que en realidad constituirían simplemente una versión
parcial de la verdadera historia atlántica.

Donnelly también intentó una aproximación científica al tema,


examinando la viabilidad de la versión de Platón y estudiando los terremotos y hundimientos
que registra la historia, así como el surgimiento y desaparición de islas en el mar. Para
Donnelly el océano Atlántico es la zona más inestable y cambiante de todas. Menciona los
terremotos del siglo XVIII en Islandia y la aparición de una isla que fue reclamada por el rey de
Dinamarca, pero que volvió a sumergirse. Durante el siglo XIX, las islas Canarias, que
“probablemente formaban parte del imperio atlántico original”, fueron sacudidas durante cinco
años por terremotos. Describiendo el terremoto de Lisboa, en el siglo XVIII, Donnelly dice: “En
seis minutos murieron 60.000 personas. Muchas de ellas trataron de ponerse a salvo sobre un
nuevo muelle construido enteramente de mármol, pero repentinamente se hundió, arrastrándoles
consigo y sin que ninguno de sus cadáveres volviera a la superficie. Cerca de allí había una gran
cantidad de pequeñas embarcaciones y lanchas, llenas de gente. De pronto, desaparecieron como
tragadas por un remolino. Jamás se encontraron fragmentos de estos naufragios. En el punto
donde se hundió el muelle el agua tiene ahora doscientos metros de profundidad. La zona
afectada por el terremoto era muy grande. Humboldt dice que una parte de la superficie de la
Tierra, cuatro veces mayor que Europa, fue sacudida al mismo tiempo. Esta zona se extendía
desde el Báltico hasta las Indias Occidentales y desde Canadá hasta Argelia. La tierra se abrió a
ocho leguas de Marruecos, se tragó una ciudad de diez mil habitantes y luego volvió a cerrarse
sobre ella. Es muy posible que el centro de la convulsión estuviese en el fondo del Atlántico y que
se tratara de la continuación de la gran agonía terrestre que, miles de años antes, acarreó gran
destrucción sobre aquella tierra“. La descripción que Donnelly hace del cinturón sísmico del
Atlántico prosigue así: “Mientras Lisboa e Irlanda, situadas al este del Atlántico, están sometidas
a estas grandes sacudidas sísmicas, las islas de las Indias Occidentales, que se encuentran al
oeste del mismo centro, han experimentado repetidamente fenómenos similares. En 1692,
Jamaica sufrió un violento temblor… Una franja de tierra próxima a la ciudad de Port-Royal, de
una extensión aproximada de 400 hectáreas, se hundió en menos de un minuto y el mar lo cubrió
todo, inmediatamente“.

(https://oldcivilizations.files.wordpress.com/2016/03/imagen-113.jpg)
Cuando se refiere a las Azores, “indudablemente las cumbres de las
montañas de la Atlántida”, considera que los volcanes que hundieron la isla-continente podrían
reservarnos una sorpresa en el futuro: “En 1808 surgió repentinamente un volcán en San Jorge,
alcanzando la altura de 1.100 metros. Estuvo en erupción durante seis días, causando la
desolación de toda la isla. En 1811 apareció otro desde el mar, cerca de San Miguel, dando lugar
a una isla de cien metros de altura que recibió el nombre de Sambrina pero que rápidamente se
hundió en el océano. Erupciones similares habían ocurrido en las Azores entre 1691 y 1720. Hay
una gran línea, una vasta fractura en la superficie del globo, que se extiende de Norte a Sur por el
Atlántico y en la que encontramos una serie ininterrumpida de volcanes activos o extinguidos. En
Islandia se halla el Oerafa, el Hecla y el Rauda Kamba, hay otro en Pico, en las Azores, luego está
la cumbre de Tenerife y Fuego, en una de las islas de Cabo Verde. En cuanto a volcanes
extinguidos, hallamos varios en Islandia y dos en Madeira. Por otra parte, Fernando de Noronha,
la isla de Ascensión, Santa Helena y Tristán de Acunha son todas de origen volcánico…Estos
hechos parecen demostrar que los grandes fuegos que destruyeron la Atlántida están todavía
latentes en las profundidades del océano; que las intensas oscilaciones que provocaron el
hundimiento en el mar del continente de Platón, podrían provocar de nuevo su inmersión con
todos sus tesoros escondidos“. Además de dar a entender que la difusión de ciertos animales es
una prueba de la existencia de “puentes terrestres” a través del Atlántico, Donnelly sugiere que
el plátano y otras plantas sin semilla fueron llevadas a América por el hombre civilizado. Para
ello cita al profesor Kuntze: “Una planta que no posee semillas debe haber sido cultivada durante
un período muy largo. No tenemos en Europa una sola planta cultivada que carezca de semillas, y
por lo tanto es quizás acertado suponer que dichas plantas fueron cultivadas ya en los comienzos
de la segunda parte del período diluvial“. Y Donnelly agrega: “Encontramos esa civilización, tal
como lo indica Platón, y precisamente en un clima como ése, en la Atlántida y en ningún otro
sitio. Se extendía, a través de las islas contiguas, hasta una distancia de 390 kilómetros de la
costa de Europa por un lado y por el otro casi tocaba las islas de las Indias Occidentales,
mientras que por intermedio de sus cadenas montañosas realizaba la unión de Brasil y África“.

Donnelly examinó detalladamente las leyendas sobre inundaciones


existentes en el mundo y su similitud, que para él es una prueba más del hundimiento de la
Atlántida, y señaló el detalle de que la formación de lodo que siguió a la inundación, según
Platón y los fenicios, imposibilitó la navegación por el Atlántico, después de la desaparición de
la isla. Este es uno de los puntos de la narración de Platón que provocó la incredulidad de los
antiguos. En la leyenda caldea encontramos algo semejante, en que Kasiastra dice: “Miré
atentamente hacia el mar, y la Humanidad entera había retornado al barro”. En las leyendas
mayas del Popol Vuh se nos dice que “desde el cielo se precipitó una sustancia espesa como
resina”. Según exploraciones del barco Challenger, la totalidad de la cordillera sumergida de la
que forma parte la Atlántida sigue hasta hoy cubierta de restos volcánicos. Basta con recordar
las ciudades de Pompeya y Herculano, que permanecieron durante diecisiete siglos enterradas
bajo hasta diez metros de lava. La afirmación de Platón es uno de los elementos que
corroboran su versión. Es probable que los barcos de los atlantes, en su regreso después de la
tempestad, hallaran el océano infranqueable, debido a las masas de cenizas volcánicas y piedra
pómez, y retornaran horrorizados a las costas de Europa. La conmoción que experimentó la
civilización se tradujo probablemente en uno de esos periodos de retroceso en la historia de la
Humanidad en que se perdió todo contacto con el hemisferio occidental.  Donnelly sostuvo que
hasta una época muy reciente “casi todas las artes esenciales de nuestra civilización proceden de
los tiempos de la Atlántida, sin duda de aquella antigua cultura egipcia que coincidió con la
atlántica y fue resultado de ella. Durante seis mil años, el mundo no hizo ningún progreso con
respecto de la civilización que nos habían dejado los Atlantes“. Donnelly sugiere que los
adelantos de la civilización provienen de un punto central, que sería la Atlántida.

Donnelly afirma: “No puedo creer que los grandes inventos se


realizaron en varios lugares, a la vez de forma espontánea, como algunos quisieron hacernos
creer. No hay verdad alguna en la teoría de que los hombres, urgidos por la necesidad, siempre
han de inventar las mismas cosas para satisfacer sus necesidades. Si así fuese, todos los salvajes
habrían inventado el boomerang, todos poseerían objetos de cerámica, arcos y flechas, hondas,
tiendas y canoas. En una palabra, todas las razas habrían alcanzado la civilización, porque sin
duda las comodidades de la vida resultan igualmente agradables para todos los pueblos. …Cada
una de las razas civilizadas del mundo ha tenido algún tipo de civilización, incluso en su época
más primitiva, y de la misma forma que todos los caminos llevan a Roma, todas las líneas
convergentes de la civilización conducen a la Atlántida“. Como prueba de la expansión de la
cultura atlántica hacia ambas orillas del Atlántico, argumenta lo siguiente: “Si en ambas orillas
del Atlántico encontramos precisamente las mismas artes, ciencias, creencias religiosas, hábitos,
costumbres y tradiciones, resulta absurdo decir que los pueblos de los dos continentes
alcanzaron en forma separada y siguiendo exactamente los mismos pasos, justamente los
mismos fines“. Luego Donnelly indica los numerosos paralelismos entre América y el Viejo
Mundo en materia de leyendas, mitos y símbolos. Habían temas comunes a pueblos tan
distantes como los mayas, los incas, los antiguos celtas y los egipcios. Para Donnelly, todos los
mitos griegos son parte de la historia. Sostiene que la Atlántida es la clave de la mitología
griega, y que los dioses y diosas griegos eran un confuso recuerdo de las hazañas de los
legendarios gobernantes atlánticos:  “La mitología griega es una historia de reyes, reinas y
princesas, de amores, adulterios, rebeliones, guerras, asesinatos, viajes por mar y colonizaciones
de palacios, templos, talleres y herrerías; de fabricación de espadas, de grabado y metalurgia; de
vino, cebada, trigo, vacunos, ovejas, caballos y agricultura en general. ¿Quién puede dudar de que
la mitología griega en su conjunto es el recuerdo que una raza degenerada conservó de un
imperio vasto, poderoso, y muy civilizado, que en un pasado remoto cubrió grandes extensiones
de Europa, Asia, África y América?”. Donnelly considera que las figuras históricas atlánticas se
convirtieron en dioses de otros pueblos.
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Cincuenta años más tarde, el escritor francés Edgar Daqué se hizo


eco de la teoría de Donnelly en el sentido de que los relatos sobre los dioses griegos no eran
mitos sino que eran verdadera historia. Daqué estudió, entre otras teorías geográficas, la
leyenda de las Pléyades, las siete hijas de Atlas que se convierten en estrellas. Para él se trataba
de una alegoría para explicar la desaparición de algunos fragmentos de la cadena montañosa
del Atlas bajo el mar. En otras palabras, ciertas partes del cuerpo de Atlas, sus hijas,
desaparecieron y se convirtieron en estrellas, las Pléyades, mientras sus formas anteriores, de
la época en que eran montañas, yacen todavía sumergidas en el Atlántico. Daqué explica
también la petición de oro que hizo Hércules a las Hespérides, como una alegoría del comercio
griego con una cultura más avanzada del Atlántico. En su opinión, las manzanas de oro eran
naranjas o limones, y la cultura occidental, la Atlántida, tenía probablemente grados distintos y
“variedades mejor desarrolladas de frutas y productos que habrían provocado la envidia de las
razas mediterráneas más pobres…”. Es de notar que en italiano el tomate,  desconocido en
Europa antes del descubrimiento de América, se llama pomodoro, “manzana de oro”. Donnelly
también afirmó que los dioses fenicios representaban a los antiguos gobernantes de la
Atlántida y que los fenicios estaban más cerca de los atlantes que los griegos. De hecho,
sirvieron para la transmisión de una cultura más antigua a griegos, egipcios y otros: “El
territorio que cubría el comercio de los fenicios representa, hasta cierto punto, el área del viejo
imperio atlántico. Sus colonias y centros comerciales se extendían hacia Oriente y Occidente,
desde las costas del Mar Negro, a través del Mediterráneo, hacia la costa occidental de África y
España y alrededor de Irlanda e Inglaterra. Por el Norte y el Sur llegaban desde el Báltico hasta el
Golfo Pérsico… Estrabón calculaba que contaban con trescientas ciudades a lo largo de la costa
occidental de África”. En relación con Colón nos dice: “Cuando Colón se hizo a la mar para
descubrir el Nuevo Mundo, o redescubrir uno viejo, partió de un puerto fenicio fundado por
aquella gran raza, dos mil quinientos años antes. Este marino atlántico, de rasgos fenicios y que
navegaba desde un puerto atlántico, simplemente volvió a cubrir la ruta del comercio y la
colonización que había quedado cerrada cuando la isla de Platón se hundió en el mar”.

Donnelly consideraba el imperio atlántico como un mundo


prehistórico que se extendía por la mayor parte de la tierra. Casi toda su obra está dedicada a
rastrear leyendas, influencias e incluso reliquias de los atlantes, especialmente en Perú,
Colombia, Bolivia, América Central, México y el Valle del Mississippi, en que relacionó la
cultura de los constructores de promontorios con la isla-continente. Las buscó en Irlanda,
España, África del Norte, Egipto y especialmente en la Italia pre-romana, Gran Bretaña, las
regiones del Báltico, Arabia, Mesopotamia, e incluso la India. En relación a ello escribió: “Un
imperio que llegaba desde los Andes hasta Indostán; en su mercado se encontraba maíz del valle
del Mississippi, cobre del lago Superior, oro y plata de Perú y México, especies de la India, estaño
de Gales y Cornualles, bronce de Iberia, ámbar del Báltico, trigo y cebada de Grecia, Italia y
Suiza”. Asimismo habla de los atlantes con gran entusiasmo: “…los fundadores de casi todas
nuestras artes y ciencias; eran los padres de nuestras creencias fundamentales; los primeros
civilizadores, navegantes, mercaderes y colonizadores de la Tierra; su civilización tenía ya gran
antigüedad en los primeros tiempos de la civilización egipcia, y habrían de pasar miles de años
antes de que nadie soñara con Babilonia, Roma o Londres. Este pueblo perdido era nuestro
antepasado; su sangre corre por nuestras venas, las palabras que usamos a diario fueron
escuchadas en su forma primitiva en sus ciudades, cortes y templos. Cada rasgo de raza, y
pensamiento, de sangre y creencia, nos hace retornar a ellos...”. Llevado por su afán de
demostrar su teoría, imaginó similitudes culturales y raciales que posteriormente han sido
desmentidas. En especial, las relaciones lingüísticas, que frecuentemente han resultado
erróneas. La traducción del código troano maya, es un buen ejemplo de ello. El código es la
primera parte de los únicos tres documentos mayas escritos que escaparon a la destrucción
general iniciada por el obispo Landa, que ocupaba la diócesis de Yucatán en el siglo XVI. La
traducción fue intentada por Brasseur de Bourbourg y luego por Le Plongeon, ambos en el
siglo XIX, durante su investigación sobre el tema de la Atlántida y en su intento de relacionar la
civilización maya del Yucatán con la de los atlantes. Brasseur de Bourbourg descubrió en los
archivos de Madrid, en 1864, un alfabeto maya recopilado por el obispo Landa, quien, tal vez
arrepentido, intentó recuperar parte del legado maya después de haber hecho todo lo posible
por destruir toda la literatura maya.

Pero Landa, cuando intentó descifrarlo, no advirtió que los mayas


probablemente carecían de abecedario y tal vez utilizaban una mezcla de jeroglíficos y
símbolos fonéticos. De ahí que, al preguntar, Landa sólo obtuvo que los indios le dijeran la
palabra maya que más se acercara al sonido de la palabra española equivalente, y le
entregaran simplemente una colección de sonidos breves que no tenían relación alguna con un
alfabeto ni con un sistema fonético. Brasseur de Bourbourg aplicó este alfabeto parcialmente
erróneo al idioma maya, que él hablaba, e hizo una traducción del código troano, que
posteriormente influyó de manera notable en Donnelly y otros. Esta es su versión: “En el sexto
año de Can, en el undécimo Muluc del mes de Zac, hubo pavorosos terremotos que continuaron
hasta el decimotercero Chuen. La tierra de las colinas de arcilla, Mu, y la tierra de Moud
sufrieron el seísmo. Se vieron sacudidas dos veces y por la noche desaparecieron repentinamente.
La corteza de la Tierra fue repetidamente levantada y hundida en varios puntos por las fuerzas
subterráneas, hasta que no pudo resistir las tensiones y muchos países quedaron separados por
profundas grietas. Finalmente, ninguna de las dos provincias pudo resistir y ambas se hundieron
en el océano, arrastrando a 64 millones de habitantes. Ocurrió hace 8060 años“. Por su parte,
Augustus Le Plongeon, otro arqueólogo francés que conocía la lengua maya y que se dedicó a la
exploración y excavación de ciudades de aquella civilización, también intentó una traducción
del mismo material; su versión es la siguiente: “En el año 6 Kan, en el undécimo Muluc, en el mes
Zac, hubo terribles terremotos, que continuaron sin interrupción hasta el decimotercero Chuen.
El país de las colinas de barro, la tierra de Mud, fue sacrificado: luego de ser levantado en dos
ocasiones, desapareció durante la noche y el valle se vio continuamente sacudido por fuerzas
volcánicas. Como era un lugar muy estrecho, la tierra se levantó y hundió varias veces en
distintos sitios. Por último, la superficie cedió y diez países resultaron partidos y separados.
Incapaces de soportar la fuerza de la convulsión se hundieron con sus 64 millones de habitantes,
8060 años antes de que este libro fuera escrito”. Como vemos hay algunas claras discrepancias
entre ambas traducciones. Le Plongeon intentó una traducción interpretativa, basada en el
antiguo sistema egipcio de jeroglíficos y aplicada a  la pirámide Xochicalco, cercana a Ciudad
de México. Así decía la traducción: “Una tierra del océano es destruida y sus habitantes son
asesinados para convertirlos en polvo…”.

Estas traducciones de Brasseur y Le Plongeon se citaban muy


frecuentemente y, sin duda, eran conocidas por Donnelly. Hasta hoy, ninguno de los
manuscritos o inscripciones mayas han podido ser completamente descifrados, aunque parece
que los arqueólogos rusos están tratando de hacerlo por medio de computadoras. Lewis
Spence, un estudiante escocés de mitología que escribió cinco libros sobre la Atlántida, entre
1924 y 1942, cree que no existió una isla-continente, sino dos. Una estaría situada en el lugar
señalado por Platón y otra cerca de las Antillas, en los alrededores del actual Mar de los
Sargazos. Esta tesis que sostiene la existencia de varias masas terrestres atlánticas es
compartida por otros teóricos, que suponen que la isla no se hundió toda de una vez, sino tras
una serie de cataclismos, espaciados en el tiempo, que produjeron una remodelación de la
superficie de la Tierra. Spence dedicó gran parte de su investigación a la mitología
comparativa, especialmente con el fin de relacionar las leyendas precolombinas de las tribus y
naciones americanas con las leyendas del Viejo Mundo, no sólo las de las culturas
mediterráneas, sino también las del Norte celta, que él, como mitólogo escocés, conocía bien.
Spence destacó tantos puntos coincidentes entre las leyendas de ambos lados del Atlántico, que
puede pensarse que existió una intensa comunicación entre el Viejo y el Nuevo Mundo antes
del descubrimiento de Colón. O tal vez cada se desarrollaron estas leyendas a partir de un
punto central, que luego desapareció. Una de las claras similitudes es la que puede observarse
entre Quetzalcóatl, el dios tolteca que llevó la civilización a México y que regresó a Tlapallan,
su lugar de origen en el mar oriental, y de Atlas, muy importante en las leyendas que se
refieren a la Atlántida. En la mitología griega, Atlante o Atlas es un rey de la fabulosa Atlántida
mencionado únicamente en el Critias, texto en diálogo del filósofo griego Platón. Según señala
el texto de Platón, el dios Poseidón, dios de las aguas, y la doncella Clito engendraron cinco
parejas de gemelos. Atlante fue el mayor de dicha descendencia y de su nombre derivó el
nombre de la isla Atlántida y del océano que circundaba la misma, Atlántico. Como
primogénito, le fue concedida la parte de la isla que comprendía la casa materna y sus
alrededores y que era «la mayor y la mejor», para que en ella fuera rey. Los otros hermanos
quedaron bajo la tutela de Atlante, si bien también se les hizo reyes y se les «encargó a cada
uno el gobierno de muchos hombres y una región de grandes dimensiones».

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Como rey, sentado en su trono, ha sido hallado representado en una


cerámica de figuras rojas del sur de Italia, del tipo Apulia, fechada en los tiempos en que Platón
aún no había redactado sus obras. El cetro de Atlas está coronado con Nikê, la diosa alada de la
Victoria. En la parte alta del trono parecen estar representados seres que podrían ser
centauros, sátiros, u otro tipo de seres monstruosos, medio humanos. Quetzalcóatl y Atlas eran
mellizos, ambos se representaban con barba y cada uno de ellos sostenía el cielo. Un aspecto
interesante de las teorías de Spence acerca de la Atlántida se refiere a las oleadas de
inmigración cultural que se supone llegaron a Europa desde Occidente en ciertos períodos, y
especialmente alrededor de los años 25.000, 14.000 y 10.000 a.C. Esta última fecha coincide con
la del supuesto hundimiento de la Atlántida. Estos tipos de culturas prehistóricas europeas han
recibido los nombres de las localidades en que fueron originalmente descubiertas, como Cro-
Magnon o Aurignac, la más antigua, que fue llamada así porque apareció en Cro-Magnon y en
una gruta de Aurignac, en el sudoeste de Francia. Esta civilización, sorprendentemente
avanzada, data de hace unos 25.000 años y se difundió en ciertas áreas de la Europa
sudoccidental, el norte de África y el Mediterráneo oriental. Hombre de Cro-Magnon es el
nombre con el cual se suele designar al tipo humano correspondiente a ciertos fósiles de Homo
sapiens, en especial los asociados a las cuevas de Europa en las que se encontraron pinturas
rupestres. Cro-Magnon es la denominación local de una cueva francesa en la que se hallaron
los fósiles a partir de los que se tipificó el grupo. Su datación, de entre 40 000 y 10 000 años de
antigüedad, se toma como el hito que da comienzo al Paleolítico superior desde el punto de
vista antropológico, mientras que el límite moderno no lo marca la aparición de ninguna
modificación física, sino ambiental y cultural, como el fin de la última glaciación y el comienzo
del actual período interglaciar, periodo geológico Holoceno, con los periodos culturales
denominados Mesolítico y el Neolítico. El uso del concepto Hombre de Cro-Magnon como
alternativo a otras denominaciones está abandonado por los prehistoriadores y paleontólogos
en la actualidad, aunque puede encontrarse su uso en las publicaciones, normalmente como
sinónimo de Homo sapiens en el paleolítico, sin más precisiones.

Los primeros hombres modernos europeos se agrupaban hasta hace


poco en dos variedades: la raza de Cro-Magnon, más robusta, y la variedad de Combe Capel,
Brno, o Predmost, más grácil. En realidad, esta dicotomía pretendía justificar el binomio
cultural Auriñaciense-Perigordiense, que actualmente se ha abandonado, estando sólo
generalizado el uso del término Cro-Magnon para los hombres modernos paleolíticos.
Variedades más tardías, como hombre de Grimaldi o de Chancelade, tampoco parecen tener
diferencias somáticas que justifiquen una completa diferenciación poblacional de tipo racial.
No obstante, durante mucho tiempo se popularizó la errónea identificación de esos tres tipos
humanos con las tres divisiones raciales o razas humanas de la antropología clásica: Cro-
Magnon con la raza blanca o caucasoide, Grimaldi con la raza negra o negroide y Chancelade
con los esquimales o raza amarilla o mongoloide. Las pinturas y grabados que aparecen en las
paredes de las cavernas sugieren una cultura muy desarrollada. Estas pinturas o bajorrelieves
de las cavernas muestran gran preocupación por el toro, que ocupaba un lugar importante en
el relato de Platón acerca de la religión atlántica y en las civilizaciones de Creta y de Egipto,
donde existía el buey sagrado, Apis. Incluso hoy, 25.000 años después, pese a que ya no es un
símbolo religioso, el toro es todavía un elemento importante de la cultura española. Los
cráneos de Cro-Magnon indican que el tipo humano al que pertenecían poseía una capacidad
cerebral mucho mayor que la de los habitantes de Europa de la época, casi como si se tratase
de una raza de superhombres. Spence interpretaba la cultura magdaleniense de hace
alrededor de 16.000 años como una segunda oleada de la inmigración atlántica e indicios de
una organización tribal y religiosa bastante desarrollada. Esta oleada también llegó a Europa
procedente del Oeste y el Sudoeste. La tercera oleada, llamada aziliense-tardenoi-siense, por los
descubrimientos realizados en Le Mas d’Azil y Tardenois, Francia, data de hace unos 11.500
años.

 
Según Spence, eran los antecesores de los iberos que se difundieron
por España y otras partes del Mediterráneo, como las montañas Atlas, sistema montañoso que
recorre, a lo largo de 2400 km, el noroeste de África. Los azilienses enterraban a sus muertos
mirando hacia Occidente, que era aparentemente el punto desde el cual habían llegado. En
tiempos de los romanos, los habitantes de Italia llamaban “atlantes” a los antiguos iberos.
Spence cita a Eugene Bodichon: “Los atlantes eran, entre los pueblos antiguos, los hijos favoritos
de Neptuno (Poseidón). Dieron a conocer (su) culto a otras naciones, como los egipcios, por
ejemplo. En otras palabras, los atlantes fueron los primeros navegantes conocidos…”. Las
culturas aziliense, magdaleniense y de Cro-Magnon son hechos, no teorías. Spence hizo una
interesante contribución al estudio de la Atlántida al relacionar las fechas aproximadas que se
atribuían a la aparición de esas culturas con la salida de emigrantes de la isla-continente, a raíz
de las inmersiones periódicas ocasionadas por la actividad volcánica, inundaciones
provocadas por el derretimiento de capas de hielo durante el período glacial, o por una
combinación de ambos fenómenos. El último periodo glacial o última edad de hielo es el último
período más o menos reciente en la historia de la Tierra en el cual extensas zonas de la
superficie terrestre fueron ocupadas por casquetes de hielo, el clima se enfrió a nivel global, lo
cual afectó incluso a zonas tropicales y provocó una regresión marina que disminuyó la
superficie de océanos y mares. Las principales zonas cubiertas por hielo fueron los Andes
patagónicos, Andes venezolanos, península escandinava, la península de Kola, Carelia,
Finlandia, Nueva Zelanda, los Alpes, el norte de la Cordillera norteamericana, la zona de los
grandes lagos, incluido todo el este de Canadá, Islandia, las islas británicas, además de
Groenlandia y la Antártida que retienen sus glaciares desde entonces. Producto de esta
glaciación algunas zonas, hoy en día áridas, tuvieron mayores precipitaciones, como es el caso
del Altiplano. El último periodo glacial empezó hace unos 110 000 años y tuvo su apogeo hace
unos 20 000 años. Tuvo un colapso drástico hace unos 12 000 años, que coincidiría con la época
del hundimiento de la Atlántida. Würm III es un período glacial del Paleolítico Superior, que se
inició hacia el 14000 a. C. tras la Oscilación de Bølling, de clima templado que marcó el final del
período Würm II. Fue interrumpido del 10000 al 9000 a. C. por la Oscilación de Allerød, de
clima templado, reanudándose después hasta el 8000 a. C. donde finalizó por un gran cambio
climático de la Tierra. Esta glaciación es una de las cuatro ocurridas. En Europa, se denomina
Würm o Wiurm, y se la conoce con el nombre de Wisconsin en América.
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Dado que dichas culturas aparecieron repentinamente en Europa


sudoccidental, en distintas épocas, sin duda debían proceder de algún otro lugar, y su
expansión hacia Oriente desde la región pirenaica vizcaína indica que su lugar de origen era el
Oeste, y más concretamente, alguna tierra que había en medio del océano Atlántico. La última
cultura, la aziliense, parece haber poseído, aparte de una insólita forma de arte, una especie de
escritura trazada en piedras, guijarros y huesos. En el siglo XIV fue descubierto en las islas
Canarias lo que pudo ser tal vez una reliquia viva de esas culturas. Los guanches eran blancos,
se parecían en estatura a los hombres de Cro-Magnon, adoraban al Sol, tenían una cultura muy
desarrollada y un sistema de escritura. Además, conservaban una leyenda acerca de una
catástrofe universal, de la que eran únicos sobrevivientes. Desgraciadamente para ellos, su
descubrimiento por los europeos constituyó una catástrofe definitiva, de la que no podrían
sobrevivir mucho tiempo. Al escribir acerca de la coincidencia en el tiempo entre la supuesta
desaparición de la Atlántida y la última aparición de una cultura prehistórica en Europa,
Spence dice: “El hecho de que la fecha del advenimiento de los azilienses-tardenoisienses, según
la han calculado las más fiables autoridades en la materia, coincida en general con la que Platón
da para la destrucción de la Atlántida puede ser una simple coincidencia”. Sin embargo, Spence
sigue diciendo que “algunas coincidencias son más extraordinarias que los hechos
comprobados”. En general, Spence difundió las teorías de Donnelly, pero rebajando en cierta
forma la Atlántida a una civilización similar a la del antiguo México y a la de Perú, pero
responsable del “complejo cultural” atlántico, algunos de cuyos restos son todavía evidentes en
la zona atlántica. En sus últimos años Spence llegó a obsesionarse con la tradición que se repite
en tantas leyendas y en la Biblia, y que se refiere al mundo anterior a la inundación o Diluvio
Universal, sosteniendo que los atlantes habían sido destruidos por la ira divina provocada por
su maldad. En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, publicó su último libro sobre el tema,
con un título que resultaba muy apropiado, dadas las circunstancias: ¿Seguirá Europa a la
Atlántida?. También sugirió que una de las razones que explican la supervivencia de la teoría
atlántica es que el “recuerdo de raza”, relativo a la isla sumergida, tal vez fue heredado.

Otras teorías sostienen que cada una de las antiguas culturas cuya
existencia se conoce con certeza, como la de la costa sudoccidental de España, la del norte de
África, la de África occidental, o la de algunas islas mediterráneas, como Creta y recientemente
Tera, fueron, según quien fuera el investigador, la verdadera Atlántida y la razón por la que
existía la tradición atlántica. Pero algunas de estas teorías no niegan la existencia de la isla-
continente, ya que la misma existencia de estos antiquísimos y desconocidos centros culturales
podría explicarse considerándolos originalmente como colonias atlánticas o lugares de refugio.
Tartessos es una de las principales alternativas al continente perdido. Aunque tal vez fue una
colonia atlante. Se piensa que estaba localizada en la costa atlántica de España, en la
desembocadura del río Guadalquivir o en sus alrededores, o en el lugar por donde discurrió el
curso del río anteriormente. Era el centro de una próspera y muy desarrollada cultura,
especialmente rica en minerales. Tartessos fue capturada por los cartagineses en el año 533
a.C. y posteriormente quedó aislada del resto del mundo. Los arqueólogos alemanes,
especialmente los profesores Schultan, Jessen, Hermán y Henning, iniciaron su investigación
sobre Tartessos en 1905. Jessen expuso que la “Venecia de Occidente” era el modelo de la
Atlántida platónica. Jessen elaboró una lista de once puntos para demostrar su tesis,
comparando lo que dijo el filósofo con lo que Schulten, él mismo y otros descubrieron o
concluyeron acerca de Tartessos. Sus principales puntos son referentes a lo que dijo Platón
sobre Tartessos, como que la Atlántida estaba frente a las Columnas de Hércules, o que era
mayor que el conjunto de Libia y Asia Menor, entre otros datos. Henning, Schulten, y otros
especialistas alemanes pensaban que Tartessos no era una colonia atlántica, sino germana, y
basaban su creencia en parte en el ámbar del Báltico hallado en los alrededores de Tartessos y
en parte en las teorías de otro estudioso alemán que tenía el insólito nombre de Redslob y
postulaba que las tribus germánicas de la prehistoria habían navegado frecuentemente por el
océano. Pero la propia Tartessos no ha sido definitivamente localizada, aunque se han
encontrado grandes bloques de construcciones en terrenos de sedimentación que estaban
demasiado cerca del nivel del agua como para realizar excavaciones prácticas. Los restos de
Tartessos pueden hallarse bajo el mar o cubiertos de sedimentación, bajo la tierra misma.

M. Wishaw, directora de la escuela Anglo-Hispano-Americana de


Arqueología, y autora de La Atlántida en Andalucía (1929), estudió la zona durante veinticinco
años. El descubrimiento de un “templo del Sol” a nueve metros de profundidad en las calles de
Sevilla le hizo pensar que Tartessos podría estar enterrada bajo la actual ciudad. De hecho,
gran parte de la antigua Roma está enterrada bajo la Roma moderna, o Tenochtitlán yace bajo
la parte vieja de Ciudad de México. En las minas de cobre de Río Tinto, cuya antigüedad se
calcula en unos ocho o diez mil años, pueden observarse otros restos relacionados con la
cultura de Tartessos. Algo parecido ocurre con las obras de ingeniería hidráulica próximas a
Ronda y con un puerto interior en Niebla, que pueden hacer pensar en la descripción de Platón
de las obras hidráulicas de la Atlántida. Pero a diferencia de los investigadores alemanes, que
sostenían que la propia Tartessos fue el centro de la leyenda atlántica, la señora Wishaw creía
que Tartessos era simplemente una colonia de la verdadera Atlántida: “Mi teoría es que el
relato de Platón ha sido corroborado en todas sus partes, por lo que hemos encontrado aquí,
incluso el nombre atlántico de su hijo Gadir, que heredó aquella parte del reino de Poseidón que
se encuentra más allá de las Columnas de Hércules y que gobernó en Gades (Cádiz)… Aquel
pueblo prehistórico maravillosamente culto, cuya civilización he documentado, resultó de la
fusión de los libios de la Antigüedad, que en una etapa anterior a la historia de la Humanidad
vinieron a Andalucía desde la Atlántida para comprar el oro, la plata y el cobre extraído por los
mineros neolíticos de Río Tinto, y en el curso de las generaciones… fundieron las culturas ibérica
y africana hasta tal punto, que África y Tartessos resultaron en una raza común, la libio-
tartessa“. Se estima que la civilización tartessa tenía documentos escritos de hasta 6.000 años
de antigüedad. Y en una aldea de pescadores española, cercana a Tartessos, Schulten encontró
un anillo con una inscripción que se ha considerado una excelente prueba de la existencia de
dicha escritura. La señora Wishaw reunió otras inscripciones ibéricas prerromanas, que nadie
ha podido todavía traducir, y afirma que alrededor de 150 de estos signos alfabéticos pueden
verse también en las paredes de las cuevas excavadas en roca, en Libia.

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Puede que esto no constituya una prueba de la existencia de la
Atlántida, pero parece demostrar la existencia de una civilización en el sudoeste europeo muy
antigua y muy poco conocida. Esta cultura presenta muchos aspectos similares a la de la
antigua Creta, con la cual tuvo posiblemente algunos contactos. Uno de los hallazgos más
notables de la cultura ibérica es “La Dama de Elche”, que fue descubierto en el Sur de España,
cerca de la ciudad de ese nombre. Algunos piensan que es un retrato de una sacerdotisa de la
Atlántida, y constituye por sí sola una prueba del alto grado de civilización alcanzado por los
antiguos habitantes de España. La Dama de Elche es una escultura que generalmente se
considera íbera, en piedra caliza, que se cree data entre los siglos V y IV a. C. Mide 56 cm de
altura y pesa 65,08 kg. Posee en su parte posterior una cavidad casi esférica de 18 cm de
diámetro y 16 cm de profundidad, que posiblemente servía para introducir reliquias, objetos
sagrados o cenizas como ofrendas a los difuntos. Otras muchas figuras ibéricas de carácter
religioso, halladas en otros lugares, tienen también en su espalda un hueco y, como la Dama de
Elche, sus hombros se muestran ligeramente curvados hacia adelante. Hay quienes han
sugerido que Esqueria, la tierra de los feacios situada “en el fin del mundo” y que Hornero
menciona en La Odisea, sirvió a Platón de modelo para su relato de la Atlántida. Muchos
aspectos de Esqueria recuerdan la narración platónica, tales como el maravilloso y
resplandeciente palacio de Alcino, “hecho de metal”, y las “las gigantescas y sorprendentes
murallas”. Asimismo el poder marítimo de los feacios, la ciudad construida en una llanura
flanqueada por grandes montañas en el Norte e incluso la mención de dos manantiales en el
jardín del palacio real. Todavía no se conoce el real emplazamiento de Esqueria. Homero, al
describir la tierra o isla visitada por Ulises en su viaje de regreso después de la guerra de
Troya, en el que hizo muchas escalas, estaba repitiendo quizá los relatos que había escuchado
en alguno de los diversos lugares que habían conservado una antigua y muy desarrollada
civilización, tales como Creta, Corfú, Tartessos, Gades, o la propia Atlántida, como sugiere
Donnelly. Sin embargo, y dado que el nombre de Esqueria sólo aparece en La Odisea, la
respuesta podría estar en el significado del nombre. En fenicio esquera significa “intercambio”,
de manera que la palabra pudo ser utilizada simplemente como una expresión general para
describir algun centro comercial poco conocido en la época, y tal vez se utilizó para designar
lejanos centros occidentales, como Tartessos o Gades, o alguna isla o isla-continente del océano
Atlántico.

En Tassili, Argelia, pueden observarse pinturas que muestran una


forma de arte sorprendentemente elaborada y realizada por algún pueblo hace miles de años,
en plena Prehistoria. Hay otras teorías según las cuales la Atlántida nunca se hundió, que está
todavía en tierra firme y que bastaría con llevar a cabo una excavación para encontrarla. Una
de las más importantes de estas versiones se basa en los cambios climáticos ocurridos en el
norte de África. En las montañas Tassili, de Argelia, y en la vecina cadena Acasus, en Libia, hay
cavernas con pinturas que datan de hace diez mil años y en las que se reproduce una tierra
placentera, muy poblada, llena de ríos y bosques y en la que abundan toda clase de animales
africanos, como los que ahora han desaparecido, pero que alguna vez existieron en una región
que en la actualidad es completamente árida. Pero volvemos a la misma idea antes indicada.
Seguramente esta zona fue una de las colonias atlantes. Además de los indicios de un completo
cambio climático, como lo sugieren las pinturas de las cavernas, en su ejecución vemos ciertas
similitudes respecto a las de la Europa prehistórica. Ello constata la existencia de una cultura
evolucionada y un largo período de desarrollo artístico, que se advierte en el uso de la
perspectiva. La presencia de una gran población coincide con la teoría generalmente aceptada
de que, en el actual emplazamiento del desierto de Sahara, existieron alguna vez grandes ríos,
bosques e incluso mares interiores. Los restos de estos cursos de agua todavía fluyen bajo las
arenas del desierto y las tribus de la región aún conservan el recuerdo de tierras más fértiles.
La progresiva aridez del actual norte de África y la supervivencia de gran parte de la costa son
las bases de otras teorías que sostienen que tanto Túnez como Argelia poseían un mar interior,
abierto al Mediterráneo e incluso conectado con el del Sahara. Otro de estos mares, el de
Túnez, tiene relación con el lago Tritonis, mencionado por diversos autores clásicos, que
perdió el agua cuando los diques se quebraron durante un terremoto, y finalmente se secaron,
convirtiéndose en lo que ahora es un lago pantanoso y poco profundo de el Chott-el-Djerid, en
Túnez. Se cree que el Sahara en realidad era el lecho de un antiguo mar que formaba parte del
océano Atlántico. Los estudios geodésicos realizados bajo los auspicios del gobierno francés
demuestran que la depresión formada por los lagos pantanosos y poco profundos de Argelia y
Túnez, está por debajo del nivel del mar, que se llenarían de agua si se eliminasen una serie de
dunas de la costa.

En 1868 el arqueólogo francés Gerard Godron elaboró la teoría de


que la Atlántida realmente estaba enterrada en el Sahara. En 1874 el geógrafo francés Etienne
Berlioux también se inclinó a situar en África la isla-continente, pero afirmó que la verdadera
Atlántida estaba en el norte de África, exactamente en las montañas del Atlas, frente a las islas
Canarias. Berlioux pensaba que Cerne, la ciudad mencionada por el autor clásico Diodoro
Sículo (o de Sicilia) como capital de los atlantioi, se hallaba aproximadamente en ese mismo
punto. Cerne aparece mencionada también en el curso del viaje realizado por el navegante
cartaginés Hanno, que concluyó en el lugar de aquel nombre. Asimismo aparece también en
uno de los mapas de la época de Colón. Berlioux subrayó el hecho de que los bereberes de los
montes Atlas suelen tener piel blanca, ojos azules y pelo rubio, lo que denota un origen celta o
atlántico.  P. Borchard, un escritor alemán, en 1926 se adhirió a la teoría norteafricana y opinó
que la capital de la Atlántida estaba situada en las montañas Hoggar, cadena localizada en el
oeste del Sáhara, al sur de Argelia, asentamiento de la tribu tuareg, una raza de origen
misterioso, que usa túnicas y velos azules, y a los que se conoce como bereberes. Dado que
consideraba a los bereberes como posibles descendientes de los atlantes norteafricanos,
Borchard intentó buscar en los nombres de las tribus bereberes de la actualidad los nombres
de los diez hijos de Poseidón; es decir, los gobernantes de la Atlántida. Encontró dos
extraordinarias coincidencias: que una de las tribus se llamaba Uneur, lo que coincidía con
Euneor, mencionado por Platón como el primer habitante de la Atlántida, y que las tribus
bereberes de Chott el Ha-Maina, de Túnez, tenían el nombre de Attala (hijos de la fuente). Los
arqueólogos franceses Butavand y Jolleaud sitúan una gran parte del imperio atlántico como
una tierra sumergida frente a la costa de Túnez, en el golfo de Cabes. François Roux comparte
la creencia de que en tiempos prehistóricos África del Norte era una península fértil: “…La
verdadera Atlántida, atravesada por muchos ríos y densamente poblada por hombres y
animales...”. En su investigación, Roux estableció una íntima relación entre la cultura
prehistórica de África del Norte y las de Francia, España y Portugal, basándose en el
descubrimiento de ciertos guijarros y cerámicas que mostraban símbolos que, según él,
representaban un lenguaje escrito.
(https://oldcivilizations.files.wordpress.com/2016/03/imagen-161.jpg)

Si consideramos las diversas teorías modernas acerca de la isla-


continente y su localización, se advierte cierto carácter partidista en las investigaciones,
dependiendo de la nacionalidad de los investigadores. Algunos  arqueólogos griegos creen que
la leyenda atlántica tiene sus orígenes en la isla de Tera, que en el año 1500 a.C. explotó y una
gran parte de ella se hundió en el mar Egeo. Antes de que surgiera la candidatura de Tera como
posible emplazamiento de la Atlántida, Creta era también considerada por numerosos
estudiosos como la verdadera isla sumergida, debido al gran desarrollo que alcanzó su
civilización primitiva, repentinamente desaparecida, y a la existencia de cenizas volcánicas y
huellas de fuego en sus ruinas. Sin embargo, es evidente que la erupción volcánica y el
terremoto que destruyeron Tera pudieron afectar también a Creta, y ambas civilizaciones
habrían sido quizá destruidas por la misma catástrofe. El filólogo y orientalista alemán Joseph
Karst, especialista en el tema de la Atlántida, amplió considerablemente el problema de la
localización de la isla cuando ideó la teoría de la existencia de dos islas-continentes, una en
Occidente, que se extendía desde el norte de África hasta España y el Atlántico, y otra en
Oriente, en el océano Indico, al sur de Persia y Arabia. Además, mostró en detalle varios puntos
subsidiarios de una civilización existente en las montañas Altai de Asia y en otras regiones, que
Karst relaciona en base a similitudes de lenguaje, nombres de localidades, tribus y pueblos.
Frente a esta diversidad de Atlántidas, James G. Bramwell adopta una posición neutral y
resume los problemas planteados por las numerosas teorías, con respecto del emplazamiento
real de la Atlántida. En su libro La Atlántida perdida, sugiere que, o se parte de la base de que
el continente sumergido era una isla del Atlántico, o no se trata de la Atlántida. Pero los
múltiples restos culturales existentes en el Mediterráneo, en el Oeste y Norte de Europa y en el
continente americano, no excluyen necesariamente la existencia de una isla-continente. Por el
contrario, muchos de ellos podrían ser vestigios de una colonización atlante, como sugirió
Donnelly.

Un caso sorprendente es la extraña cultura Yoruba, o Ife, que existió


en Nigeria, en el occidente africano,  alrededor del 1600 a.C. El explorador Leo Frobenius,
después de realizar un serio estudio de esta extraña cultura africana, encontró lo que le
parecieron similitudes indudables con el relato de Platón: “Creo, por lo tanto, haber hallado
nuevamente la Atlántida, centro de una civilización situada más allá de las Columnas de Hércules
y de la que Solón nos dijo que estaba cubierta de frondosa vegetación, en la que plantas frutales
proporcionaban alimentos, bebida y medicinas, que fue el lugar en que crecieron el árbol de la
fruta de rápida descomposición (el plátano) y algunas especies muy agradables (como la
pimienta), donde había elefantes, se producía cobre y donde los habitantes usaban ropas de color
azul oscuro“. Además, Frobenius basaba su teoría de una Atlántida nigeriana en ciertos
símbolos etnológicos, como el uso de símbolos comunes a otras tribus, como la swástica, la
adoración de Olokun, dios del mar, la organización tribal, ciertos tipos de artefactos, utensilios,
armas y herramientas, tatuajes, ritos sexuales y costumbres funerarias. En sus comparaciones
descubrió sorprendentes similitudes con otras culturas, como la etrusca, la ibérica de la
Prehistoria, la libia, la griega y la asiría. Aunque sostuvo que había encontrado la Atlántida,
Frobenius pensaba que la cultura Yoruba era originaria del Pacífico y que había llegado a
través de Asia y África. Por consiguiente, al afirmar que había encontrado la Atlántida,
probablemente quería decir que había hallado lo que los antiguos escritores describían cuando
hablaban del pueblo atlántico, de una misteriosa civilización existente más allá de las
Columnas de Hércules. Probablemente la cultura Yoruba fuese un remanente de la cultura
atlante. Puesto que los límites de la prehistoria están retrocediendo cada vez más en el tiempo,
quizás estemos cerca del momento en que podremos comprobar si la verdadera civilización se
originó en un mismo lugar o en varios a la vez, y si hubo una gran isla atlántica cuya influencia
se extendió a los otros continentes o si las extrañas similitudes entre civilizaciones
prehistóricas fueron simplemente una coincidencia fortuita.

Volviendo a Egipto, es posible que en el último periodo de


degeneración de la historia egipcia, al que pertenecen las dinastías relatadas por Manetón,
algunos de los reyes, habiendo perdido la noción del uso al que fueron destinadas
antiguamente las pirámides, pueden haber seguido construyendo monumentos similares, pero
sin conocer el uso original, destinándolos al uso como tumbas. La construcción de la gran
pirámide ha sido asignada, por la mayor parte de los egiptólogos, a un faraón de la cuarta
dinastía, generalmente conocido por el nombre de Cheops, o, más correctamente, por el de
Khufu. Se supone que ese monarca fue el que la construyó. Como su reinado fue muy largo, el
tiempo necesario para construir este monumento se explica por esta causa. Pero Khufu solo
restauró algunas partes de la pirámide que se habían deteriorado, y cerró, por razones no
explicadas, algunas de las cámaras que antes eran accesibles. Los egiptólogos modernos
admiten que las pruebas de que Khufu fuera el constructor de la pirámide son poco sólidas.
Pero la manipulación de los enormes bloques de piedra usados en este monumento, así como
la construcción misma de la gran pirámide, solo pueden explicarse por la aplicación a tales
trabajos de algún conocimiento tecnológico o de alguna facultad paranormal, que se perdió
para la humanidad durante la decadencia de la civilización egipcia, no habiendo sido aun
conseguido por la ciencia moderna. Este misterio es común a otras ruinas procedentes de las
edades en que los adeptos, dispersados desde la Atlántida, tomaban aun parte en la vida de
Egipto y de algunas otras zonas que forman ahora parte del continente europeo. En la misma
Inglaterra hay algunos restos del tiempo de los adeptos atlantes. Stonehenge constituye un
enigma que también ha dejado perplejos a los investigadores. La mayor parte de los
arqueólogos han afirmado que fue erigido  por  los druidas de la antigua Bretaña, que estaban
ya desapareciendo como casta  sacerdotal en tiempos de la invasión romana, aunque
celebraban todavía los ritos secretos a que se han referido algunos historiadores romanos.
Pero ello no explica los métodos que pudieran emplear los pueblos que habitaban la Gran  
Bretaña conquistada por Julio Cesar para manejar los enormes monolitos que forman las
ruinas de Stonehenge

(https://oldcivilizations.files.wordpress.com/2016/03/imagen-171.jpg)

Ello tampoco satisfizo al arquitecto James Fergusson, que dedicó


pacientes investigaciones al asunto, tal como describe en su libro Monumentos de piedras
toscas. James Fergusson ha desarrollado una hipótesis, según la cual Stonehenge fue erigido en
tiempo del Rey Arturo para celebrar una de las doce grandes batallas en que se dice que aquel
héroe derrotó a los paganos. Una de las razones de que James Fergusson rechace la teoría
druídica, se debe a presuponer que un pueblo salvaje, como el que los romanos encontraron
en las islas británicas, pudiera manejar las masas de piedra que forman las ruinas en cuestión.
Pero trata con ligereza la dificultad que presenta su teoría, al afirmar que, después de la
ocupación romana, los bretones pudieron haber adquirido muchos conocimientos de
ingeniería de sus conquistadores romanos. Lo que no dice es que los mismos romanos no
hubieran sido más   capaces que los bretones para manipular los bloques de piedra de
Stonehenge. Las piedras superiores pesan unas once toneladas cada una, y las piedras
verticales pesan treinta toneladas cada una. No es lógico decir que tales moles fueron movidas,
elevadas y puestas en su lugar con gran precisión empleando solo la fuerza humana. Al caso de
Stonehenge tenemos que añadir los restos de Avebury, así como los innumerables dólmenes
que encontramos en las Islas británicas y, en mayor numero, en Francia, España y
Escandinavia. Es preciso incluir también los dólmenes, así como los supuestos monumentos
del rey Arturo. Y hay dólmenes cuyo peso deja pequeños los de Stonehenge. Los dólmenes son
sencillas construcciones en que un gran bloque de piedra, la cubierta, se eleva sobre tres o más
bloques verticales. Un dolmen de Cornualles, en el termino municipal de Constantine, tiene un
peso evaluado en nada menos que 750 toneladas. Otro, en Pembrokeshire, es una gran piedra
tabular, suficientemente grande para que cinco hombres a caballo se cobijen bajo ella. La
hipótesis del rey Arturo deja la respuesta tan en poco posible como la teoría druídica. Y la idea
de que los bretones pudiesen elevar piedras de 750 toneladas, solo en base a conocimientos de
ingeniería aprendidos de los romanos, no puede considerarse seria. La Atlántida es la única
clave racional para la comprensión de Stonehenge, así como la única explicación satisfactoria
para el antiguo Egipto. Sinnet nos dice que los archivos askásicos nos muestran a los adeptos
de la Atlántida como fundadores, en la Europa occidental, de los ritos religiosos a los que
respondía  la construcción de Stonehenge.

En un periodo muy posterior al de la emigración atlante a Egipto,


algunos adeptos de la   Atlántida se establecieron en lo que actualmente son las islas británicas,
que tenían un aspecto muy distinto al actual. Debido a su influencia, se establecieron nuevas
civilizaciones que no fueron tan consistentes como la egipcia,  aunque dieron lugar a
importantes ciudades, cuyos restos se han desvanecido. Stonehenge se erigió como un templo,
pero nunca estuvo cubierto. En la Atlántida, los grandes progresos del conocimiento cientifico
se habían puesto exclusivamente al servicio de la vida material, mientras que las aspiraciones
espirituales habían quedado ahogadas. Muchos secretos de la Naturaleza, que la ciencia actual
aun no ha recobrado, fueron degradados para el exclusivo servicio del goce material por parte
de las clases dominantes. Los adeptos espirituales de aquel periodo se apartaron con disgusto
de aquella comunidad y se impusieron a sí mismos la tarea de implantar la semilla entre
aquellos   nuevos pueblos, cuyos descendientes estaban destinados a conducirles a un futuro
ennoblecido. Construyeron su gran templo con rocas sin labrar. No buscaban efectos
arquitectónicos que apartaran la atención de la Naturaleza. Pero volvemos a la pregunta de
cómo vencieron la dificultad de manipular aquellas enormes moles de piedra. Al examinar  
detenidamente la historia de la Atlántida, que poseían recursos tecnológicos muy avanzados,
se observa que los constructores de entonces no recurrían exclusivamente a medios
tecnológicos para manejar pesados materiales. Sinnet nos dice que en la madurez de la
civilización atlante, algunas fuerzas de la Naturaleza, que ahora están solo bajo el dominio de
los adeptos de la ciencia oculta, eran entonces de uso general. Entre esos conocimientos
poseían el poder de modificar la fuerza que nosotros llamamos gravedad. La verdad es que la
modificación de la fuerza de la gravedad por métodos que el espíritu humano puede poner en
practica, pueden parecer absurdos, pese a la evidencia de hechos misteriosos que tienen lugar
en el campo de las experiencias paranormales.

En ciertas sesiones espiritistas algunos objetos pesados son a veces


“levitados”, es decir, elevados, y hasta se los ha visto flotar en el aire bajo la influencia de
agentes invisibles o fuerzas que han contrarrestado, en aquel momento y para aquellos
objetos, la fuerza usualmente llamada gravedad. En el hecho de que los objetos puedan
algunas veces ser repelidos de la tierra, o levitados, no hay nada más de misterioso que en el
hecho de que generalmente sean atraídos. Ningún físico moderno ha expuesto aun una
concepción clara sobre el por qué o cómo opera la gravedad. En este momento no sabemos
más que Newton cuando se preguntaba por qué cae la manzana. Podemos en cierto modo
medir la fuerza que la mueve, pero aún no sabemos lo que es esa fuerza. Lo mismo ocurre con
el magnetismo. En el magnetismo podemos observar en acción los dos procesos de atracción y
de repulsión. Si estimulamos un electroimán en cierto modo, atraerá el hierro. Pero si lo
estimulamos de otro modo, repelerá el cobre, de modo que una masa de este metal puede ser
visiblemente levitada   y conservada en suspensión, sin apoyo aparente, a cierta altura sobre el
aparato que lo repele. La levitación de mesas y de seres humanos en sesiones espiritistas solo
puede ser observada ocasionalmente y no puede reproducirse a voluntad. Pero este hecho hay
que tomarlo en consideración. Los teosofistas afirman que los adeptos en la ciencia oculta
pueden hoy, como en la antigüedad, modificar la acción de la fuerza que llamamos gravedad.
Los adeptos custodios de ese conocimiento sobre las misteriosas fuerzas de la Naturaleza,
pueden y siempre han estado capacitados para dirigir las atracciones de la materia de modo
conveniente, a fin de alterar a voluntad el peso efectivo de los cuerpos densos. Esta es la
explicación de las maravillas de la arquitectura megalítica. Trabajando bajo la guía y ayuda de
los adeptos de la Atlántida, los constructores de Stonehenge y de los antiguos dólmenes,
aligeraban los bloques de piedra, que entonces se podían manejar con facilidad. Los
observadores clarividentes de Stonehenge han visualizado el proceso de su construcción.
Volviendo a las Pirámides, las grandes piedras que las forman fueron manejadas de igual modo
que los bloques de Stonehenge. Los adeptos que dirigían su construcción facilitaron el proceso
mediante la levitación de las piedras empleadas.

En el templo de Baalbek, en el actual Líbano, se calcula que cada


una de las piedras de sus muros pesa más de 1500 toneladas. Los orígenes de Baalbek se
remontan a dos asentamientos cananitas que las excavaciones arqueológicas bajo el templo de
Júpiter han permitido datar su antigüedad, situándola en la edad del bronce antigua (2900-
2300 a. C.) y media (1900-1600 a. C.). La etimología del topónimo está relacionada al sustantivo
bá’al o bēl, que en varias lenguas del área semítida noroccidental, como el hebreo o el acadio,
significa ‘señor’. El término Baalbek significaría entonces ‘señor de la Bekaa’ y estaría,
probablemente, relacionado con el oráculo y el santuario dedicado al dios Baal o Bēl, a menudo
identificado como Hadad, dios del sol, de la tempestad y de la fertilidad de la tierra. También a
Anat, diosa de la violencia y de la guerra, hermana y consorte de Baal, que más tarde se
identificaría con Astarté. O quizá estaba asociada a Tammuz, más adelante identificado con
Adonis, dios de la regeneración primaveral. Las prácticas religiosas de estos templos
contemplaban seguramente, como en otras culturas vecinas, la prostitución sacra, los
sacrificios animales, y quizá también humanos, así como las ofrendas rituales a las
divinidades. Buscando una explicación a la colocación de estos enormes bloques, los
arqueólogos se han contentado hasta ahora con afirmar que, pudiendo haber recurrido a un
número ilimitado de trabajadores, los constructores de templos como el de Baalbek han podido
colocar esas enormes piedras haciéndolas arrastrar a lo largo de las calzadas, sobre rodillos, y
levantándolas de un modo u otro hasta colocarlas en sus lugares, con la ayuda de planos
inclinados. Tales hipótesis requieren una mayor dosis de credulidad que las afirmaciones
esotéricas. Stonehenge y Baalbec realmente se levantan ante nosotros como imperecederas
pruebas de que, en la época de su construcción, cualquiera que esta pueda haber sido, el
mundo tenía a su disposición una ingeniería que no se basaba en la fuerza bruta, sino por la
aplicación de un conocimiento superior que el de la moderna ingeniería. Fue en un periodo
muy posterior a aquel en que los adeptos atlantes emigraran a Egipto, cuando los que vinieron
al Occidente de Europa elaboraron el culto espiritual, que tenía como grande y sencillo templo,
al principio, el de Stonehenge. Ocurrió esto en periodo muy posterior a la misma construcción
de las Pirámides.

(https://oldcivilizations.files.wordpress.com/2016/03/imagen-181.jpg)
Localizado a cien kilómetros al oeste de Londres, en la llanura de
Salisbury, se encuentra uno de los monumentos milenarios más sorprendentes de la
humanidad. Con sus colosales rocas, cuyos pesos varían de dos a treinta y cinco toneladas,
Stonehenge es probablemente la construcción megalítica más fascinante. Su construcción se
remonta a la noche de los tiempos, aunque no hay escritos que nos permitan conocer con
seguridad su origen. Aunque nadie conocía el origen de este complejo megalítico, algunos
sugerían que podíamos encontrarlo a través de las leyendas y la tradición. Algunos como
Geoffrey de Monmouth (1100 – 1154), en plena Edad Media, relataba en sus crónicas la
creencia popular de que el conjunto era un circulo de gigantes petrificados, de allí que se le
conociera como la “Danza de los Gigantes“. Pero el mismo escritor nos hablaba de  otra leyenda
que sugería que las piedras fueron llevadas allí por el Mago Merlín, desde Irlanda, con la
ayuda de unos extraños artefactos, con la finalidad de conmemorar un entierro masivo de
bretones. Pero al pueblo sajón aquellas enormes piedras les recordaban las vigas en las cuales
colgaban a los criminales, por lo cual empezaron a conocerlo como “Stonehenge“, la horca de
piedra. El misterio de Stonehenge llegó hasta el rey Jaime I de Inglaterra, quien en 1620
encargo al arquitecto Iñigo Jones investigara todo lo referente al conjunto. Aún faltaba un siglo
y medio para el nacimiento de la arqueología, por lo que Iñigo Jones hizo lo que sus recursos le
permitían. Finalmente llego a la conclusión de que era un templo romano dedicado al Cielo,
construido poco después del año 79 d.C. Tal vez esto satisfizo al rey, pero hoy sabemos que
Iñigo Jones se quedó corto. Stonehenge ya era un conjunto milenario en época del Imperio
Romano. En ese mismo siglo XVII apareció en escena John Aubrey (1626-1697), escritor y
estudioso de la antigüedad, que estudió los monumentos megalíticos de Inglaterra, y sugirió
por primera vez que Stonehenge era un templo construido por los druidas. Ese mismo siglo
William Stukeley realizo un estudio que reiteró y expandió el origen druídico de Stonehenge.
Stukeley era masón, por lo que pertenecía a una comunidad cuyos orígenes se remontan a
tiempos de los druidas y el Antiguo Egipto. Sin embargo, los druidas, los antiguos sacerdotes
celtas, nada tenían que ver con Stonehenge, puesto que dicho complejo megalítico existía
desde algunos milenios antes. La falsa relación entre druidas y Stonehenge llegó a tal punto
que una agrupación masónica denominada Antigua Orden Unificada de Druidas realizaban una
serie de ritos presuntamente druidas al amanecer del solsticio de verano.

El misterio de Stonehenge continuó en presente en las tradiciones


del pueblo. A inicios del siglo XX un investigador afirmó poder determinar con un aceptable
grado de certeza la edad de Stonehenge. En 1901, Sir Norman Lockyer, que no era arqueólogo,
confirmó que una persona ante la “piedra del altar“, observando hacia la “piedra talón“, podía
observar con gran exactitud el sitio por donde salía el Sol durante el solsticio de verano, el 21
de junio. Lockyer confirmo que efectivamente la “piedra de altar“, situada en el centro de
Stonehenge, se alineaba con la “piedra talón” apuntando al Sol, con tan solo un pequeñísimo
margen de error. Sir Norman Lockyer había realizado un minucioso estudio de la precesión de
los equinoccios, fenómeno por el cual, a lo largo del tiempo, el Sol presenta un desplazamiento
con respecto a las constelaciones. Suponiendo que los constructores de Stonehenge hubiesen
alineado el centro del conjunto con la “piedra talón” con una gran exactitud, al calcular los 58
minutos de arco de diferencia con respecto al conocido desplazamiento de precesión,
permitiría conocer en qué fecha Stonehenge se habría erigido como templo solar. Los cálculos
de Norman Lockyer le dieron la fecha de 1800 a.C. Posteriores dataciones con carbono-14
llevaron los inicios de Stonehenge hacia el 2800 a.C. Pero en medios esotéricos se considera que
su antigüedad es considerablemente mayor. Se supone que alguna civilización neolítica de
origen precéltico debió ser la que erigió este monumental conjunto. En 1961, el profesor Gerald
F. Hawkins, astrónomo de la Universidad de Boston, planteó la posibilidad de que Stonehenge
fuera utilizado como una calculadora astronómica para predecir los eclipses de Sol y de Luna,
además de para adorar a los doce dioses del zodiaco. Sin embargo muchos de los
planteamientos de Hawkins han sido descartados. De todos modos, Stonehenge dista mucho de
haber dejado de ser un misterio,  aunque su finalidad parece hoy bastante evidente. Fue un
templo para adorar al Sol y la Luna, astros que regían el ciclo de las estaciones. Un calendario
que sabiamente observado permitía predecir la llegada de las estaciones. También parece que
era un lugar de ritos funerarios, como lo confirman los diversos restos desenterrados en
diversas partes del recinto.

Stonehenge es obra de una antigua sociedad interesada en la


observación de los astros. Pero no es la única construcción megalítica. Por toda Irlanda,
Inglaterra, España, Portugal y Francia existen diversos conjuntos de piedra con funciones
astronómicas y/o rituales. Estos conjuntos en ocasiones han sido posteriormente heredados por
otras civilizaciones para sus rituales, como fueron el caso de los druidas celtas, los galos e
incluso los cristianos, ya que muchas iglesias han sido construidas encima de antiguos
dólmenes o menhires. Este hecho, lejos de revelarse como la tendencia de la religión hacia el
paganismo, es la confirmación de como nuestra relación con la naturaleza no se ha perdido, y
que la herencia de sitios sagrados, desde la época neolítica a la actual, es una prueba más del
sincretismo religioso de los seres humanos con respecto al universo y su historia. Igual de
sorprendente es la existencia de conjuntos megalíticos en otras zonas alejadas del occidente
europeo. En abril de 1998 se dio a conocer la existencia de un milenario observatorio
astronómico, al estilo de Stonehenge, en Nabta, Egipto. En el norte de la costa este de los
Estados Unidos encontramos diversos dólmenes en Nueva Inglaterra, Massachusetts,
Pennsylvania, Virginia y Vermont.  Todo ello nos hace pensar de nuevo en la influencia de la
Atlántida. Pensar que una civilización europea, anterior a los vikingos y a Colón, hubiese
podido cruzar el Océano Atlántico causa mucha polémica, aunque ciertas leyendas irlandesas
lo insinúan. Por el momento no hay mucho material para llegar a una respuesta satisfactoria.
Por si fuera poco un conjunto de piedras con ciertos aires megalíticos han sido ubicados
recientemente en una zona bastante alejada de los conjuntos de la costa este de los Estados
Unidos. Una especie de Stonehenge ha sido localizado en México. Se encuentra en un lugar
conocido como las Aguilas, en las proximidades de Cuautla de la Paz, en el estado de Jalisco. Al
igual que en el verdadero Stonehenge, en el solsticio de verano un rayo de luz logra colarse
entre dos monolitos e ilumina una piedra ubicada a 15 metros de distancia. Parece que este
conjunto megalítico desempeñaba funciones tanto ceremoniales como astronómicas.

Según Sinnet no se sabe si los adeptos de la Atlántida residieron


mucho tiempo en la Europa occidental antes de comenzar a introducir su enseñanza entre el
pueblo. Probablemente así ocurriría. Pero lo cierto es que las piedras que ahora se elevan en
Stonehenge, en Salisbury Plain, fueron colocadas allí hacia el final de la sumersión parcial
intermedia del continente atlante, hace unos cien mil años. El recinto exterior y las piedras de
los grandes trilitos son de una composición que parece indicar fueron extraídas de las canteras
de las inmediaciones. Pero el recinto interno y el altar de piedra son de una formación
totalmente diferente, y las piedras no pueden identificarse con ninguno de los estratos rocosos
de esta parte de Inglaterra. Esta piedra sólo se encuentra en Cornualles, en Gales y en Irlanda,
pero no más cerca. De modo que los materiales del circulo interno tuvieron que ser traídos de
alguna de esas regiones. Se podría suponer que los constructores de Stonehenge trajeron los
bloques de piedra a través de varios cientos de kilómetros, cubierto entonces de selvas
vírgenes, o por mar, cuando en los alrededores hay piedra abundante, tan buena y tan
duradera como la utilizada. Las dimensiones y peso de los bloques de piedra empleados en
Stonehenge son suficientes para desbaratar la teoría que asigna la construcción al rey Arturo.
En cambio, para un templo místico, los sutiles atributos de las diferentes clases de piedra, que
los ocultistas distinguen por su magnetismo, podrían aconsejar el empleo de dos calidades
diferentes de piedras. El culto de los primitivos druidas, que eran los Maestros ocultos que se
ubicaron en Stonehenge, era grandioso y sencillo. Había procesiones, cánticos y ceremonias
simbólicas relativas a acontecimientos astronómicos, especialmente a la salida del Sol en la
mitad del verano, cuando grandes multitudes se reunían para contemplar cómo los rayos del
Sol, en el momento  de su salida, pasaban a través de una abertura opuesta al altar e
iluminaban la piedra sagrada. En aquellos días no se ofrecían sacrificios impíos, y la única
ceremonia externa de naturaleza sacrificial que tenía lugar, debía hacerse con una libación de
leche que se vertía sobre la piedra.

De acuerdo con el simbolismo de los primitivos ritos ocultos, se


concedía una gran importancia a la serpiente como emblema de múltiple significado. Y como
los druidas adeptos podían fácilmente dominar a estos animales, se llevaba una serpiente viva
para que se deslizara hasta la piedra del altar, en la ceremonia de la salida del Sol, y se bebiera
la leche. Hay muchos conceptos erróneos con respecto de lo que se ha llamado “Culto de la
Serpiente” de la antigüedad. El maestro druida, durante las ceremonias de Stonehenge, en los
días del culto  acostumbraba a marchar en algunas de las procesiones con una serpiente viva
alrededor de su cuello. Más tarde, cuando la influencia de los adeptos desapareció, varios
milenios después, los decadentes maestros druidas la usaban por tradición. Pero por razones
de prudencia llevaban una serpiente muerta. Sus prácticas degeneraron hasta que un día la
piedra del altar fue inundada con sangre de víctimas humanas, en lugar de con leche, siendo
esta la única clase de religión druídica que registraron en sus escritos los historiadores
romanos. Probablemente llegó un momento en que los primeros adeptos abandonaron aquel
pueblo. En Egipto, aparentemente los adeptos consiguieron implantar sus ideas, pero en las
islas británicas no. Y, de esta manera, mientras Egipto permaneció como centro de una alta
civilización hasta un periodo relativamente reciente, los habitantes de las islas británicas
volvieron a la barbarie. Hasta algunos milenios antes de la conquista por Roma,
permanecieron   aun débilmente impregnados de las remotas tradiciones, y luego se
hundieron en la decadencia.

Fuentes:
Alfred Percy Sinnet – Las Pirámides y Stonehenge
Charles Berlitz – El Misterio de la Atlántida
Ignatius Donnelly  – La Atlántida: el mundo Antediluviano
William Scott- Elliot – Historia de los atlantes
Edouard Schure – Atlántida
Platón – Critias o la Atlántida
Bernard Cornwell – Stonehenge
Sam Christer – El enigma Stonehenge

abril 3, 2016 - Posted by oldcivilizations | Atlántida, Egipto, Egipto,


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océano” (Isaac Newton). La idea es ir introduciendo temas que representan un enigma
todavía no desentrañado. Con tu ayuda esperamos irlo mejorando. Y en este blog tenemos
pensado abarcar temas relacionados con antiguas civilizaciones, enigmas de la prehistoria,
temas de interés, etc… Leer más

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