Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
10060
emailcompartir en Menéame
sharescompartir en Facebookcompartir en Twittercompartir por
mano
(Gabby Bess)
Acaba de mudarse con su familia a una ciudad costera de España y tiene que empezar las
clases algunos días más tarde de lo normal.
Anna sabe que no debe juntarse con Mari, una chica de tercero a la que todo el mundo se
refiere como “Mari la Marrana”.
Mari le dice a Anna que tiene un truco para no llorar, y entonces se mete en uno de los
retretes, se sube la falda, se baja las bragas y empieza a tocarse en círculos.
Piensa en Mari la Marrana, y piensa en que no puede contarle esto a nadie porque no
quiere que los niños también se metan con ella.
Antes de acostarse vuelve a tocarse con cuidado para no hacer ningún ruido.
Al día siguiente, en el patio de colegio, cuando Mari se acerca a saludarla, ella le aparta la
mirada:
DOS: EL LÁPIZ
Anna tiene sueños, y entre esos sueños está encontrar un novio, publicar un cómic y viajar
a Tokio y Nueva York como una autora famosa.
Un día, su padre llega a casa con una gran sorpresa para ella: ha comprado una
colección de revistas japonesas en las que se explica cómo dibujar cuerpos, caras y
escenas manga.
De pronto, se topa con que en uno de los números de la revista hay un especial de Hentai
y dibujo erótico, lleno de chicas desnudas, escenas de sexo extrañísimas y caras de
niñas en las que los típicos ojos enormes en realidad están cerrados por el dolor y el
placer.
Nota de pronto cómo su estómago ruge, cómo su sexo se humedece y cómo la cabeza
le da vueltas.
Anna siente dolor, pero se deja el lápiz ahí metido mientras masajea todo su sexo y
mira las ilustraciones imaginándose qué pasaría si ella fuera la protagonista de todas
aquellas escenas.
La guarda al fondo del cajón con sus cuadernos y sus lápices de colores, para que
nadie la vea.
Cuando cierra el estuche, se acuerda de que quizá debería haber lavado el que había
utilizado para darse placer.
Anna decide que quizá sea mejor tirarlo a la basura, pero antes de eso lo huele y su
pecho se llena de vergüenza... pero también de orgullo.
Y la otra
(Laura Rosal)
No era el chico con el que había imaginado que acabaría saliendo, pero era su novio y le
quería un montón.
Anna empezó a salir con Jacobo a los 14 años, y a los 15 se acostó con él por
primera vez.
A principio fue muy difícil, no sabían cómo ponerse, cómo colocarse, ni cómo moverse.
Poco a poco la intuición hizo que tener sexo fuera cada vez mejor, y empezaron a
saltarse la clases de inglés y matemáticas, hasta que les llegó a casa una carta del
director y sus padres les castigaron.
Daba igual: eran adolescentes, se querían y follarían donde les diera la gana.
Pues Anna y Jacobo aprovechaban hasta el último minuto de su libertad para darse
lengüetazos por todo el cuerpo.
De hecho, era lo único que les motivaba a ir cada día al instituto, a estudiar y a sacar
buenas notas: los padres de Anna le habían prometido que si lo hacía todo bien podría irse
con Jacobo un fin de semana al pueblo de éste.
Un día, chateando por Messenger, le abrió una conversación Juan, otro chico de su
cuidad mayor que ella y amigo de Jacobo. Juan le empezó a preguntar si le gustaba el
sexo, y Anna no supo qué decir.
—No sé…
—¿No sabes si te corres cuando follas con tu novio? ¡Jajajaja!
De pronto se dio cuenta de que desde que había empezado a hacer el amor , jamás había
sentido la misma excitación que sentía ella misma cuando se masturbaba.
Los días siguientes transcurrieron con tranquilidad, así que Anna pensó que la
conversación había quedado en nada, y que Juan sólo se estaba burlando de ella.
Sin embargo, el fin de semana recibió un sms de un número que no conocía en el que se
podía leer en letras mayúsculas: YO PUEDO HACER QUE TE CORRAS.
Anna no contestó, pero a la media hora le llegó otro: YO PUEDO HACER QUE TE
CORRAS ANNA.
Se puso nerviosa, apagó el sonido de su móvil y cuando después de otro largo rato
volvió a mirarlo tenía la bandeja llena de mansajes.
Anna empezó a llorar, e imaginó que Juan y otros chicos del instituto le estarían mandando
esos mensajes.
Esa noche, sin ningún motivo, decidió que lo mejor sería contárselo todo a Jacobo,
quien dolido y alterado decidió cortar con ella.
—¡Pero es que sí me gusta, sólo que nunca he llegado a… bueno… a sentir todo el placer!
—Será mejor que colguemos, ojalá no tuviera que verte mañana en clase.
Cuando Jacobo colgó, Anna se quedó unos minutos sin poder hacer nada.
Las lágrimas corrían por sus mejillas y se las secó con una mano.
Cuando miró sus dedos mojados por las lágrimas sintió un ligero escalofrío y en
seguida bajó la mano hasta su sexo, ahora también ligeramente húmedo.
En el portátil tecleó las palabras mágicas y un vídeo sin sonido de una mujer operada y
un hombre con una polla enorme empezó a reproducirse.
La calidad era pésima, pero la danza de los cuerpos era suficiente para hacer volar la
imaginación de Anna.
Se masturbó no una, sino dos o tres veces pensando en Jacobo, y en Juan, y en que ya
le gustaría a todos esos imbéciles poder tocar un centímetro de su cuerpo.
Si los hombres iban a ser así de malos con ella, sin duda prefería seguir haciéndose el
amor sola el resto de su vida.
CUATRO: LA FIESTA DE LA PORNOGRAFÍA
Veo porno
(Dorothea Lasky)
Con el de una pareja de lesbianas que se notaba que en realidad no eran lesbianas.
Con el de un montón de asiáticas corriendo por el bosque (bueno, con ese en realidad
no).
Con el de un fontanero.
Con uno de una chica a la que le gusta que le chupen los pies.
Con uno que parecía una violación pero también era mentira.
Con uno de chicas a las que pegan y maltratan pero a ellas parece gustarles.
Con uno de rubias con moreno, morena con rubio, negro con rubia, negra con rubio y un
sinfín de combinaciones étnicas más.
CINCO: CÁNCER
(Anne Sexton)
Tenía 23 años cuando el oncólogo dijo que su madre iba a morir.
Durante casi un mes, Anna abandonó sus estudios y lo dejó todo para poder estar con
su madre: le leía cuentos, le cantaba canciones, la abrazaba lo más fuerte que podía y
dormía a su lado con el miedo de despertar y que ya se hubiera ido.
Hacía mucho tiempo que Anna no pasaba tantos días en la ciudad que la vio crecer y en
la que pasó buena parte de su adolescencia.
Cada día, cuando terminaba su guardia, salía una o dos horas a dar un paseo por el centro
y a tomarse una cerveza en algunos de los bares que ella visitaba y que seguían
frecuentados por la misma gente de siempre, aunque ahora eran todos mucho más
viejos.
Anna iba tranquila, porque sabía que muchos de ellos ni siquiera la reconocerían; de
hecho, ella tampoco se acordaba de la mayoría.
Todos los días a la misma hora se tomaba una cerveza y miraba el móvil esperando
recibir instrucciones de su padre por si hacía falta que comprara algo o por si tenía que
volver corriendo a casa.
La mañana en el tanatorio fue realmente deprimente , todo el mundo estaba triste y Anna
sólo quería irse de allí y dormir todo lo que pudiera.
Ya eran las doce de la noche y a aquella hora los empleados de la funeraria tenían que
hacer cambio de turno.
Anna estaba tomándose el décimo café del día en la cafetería cuando de pronto entró la
nueva camarera.
Una chica más o menos de su edad con el pelo recogido en un moño y la cara muy
maquillada la miraba sorprendida.
—Vale, perdona, no te molesto más, si estás aquí será porque has tenido un día
duro, ojalá puedas irte pronto, ¡para cualquier cosa estoy en la barra!
Anna no prestó atención a la camarera, tenía la mente ocupada en cosas más importantes
y estaba muy cansada.
Cuando se acercó a pagar el café la mano de la camarera tocó su mano.
Anna iba a darle las gracias a la chica cuando se fijó en que en la etiqueta de su
uniforme unas letras negras dibujaban el nombre de M-a-r-i.
Aquella mujer que estaba siendo tan simpática y que se acordaba de ella era “Mari la
Marrana”, la niña del colegio que le invitó a masturbarse por primera vez y a la que
después ella ignoró e insultó durante toda la primaria.
Anna se marchó sin decir nada, se fue llorando a los cuartos de baño de la primera
planta de la funeraria y se encerró en uno de ellos.
Anna escuchó el silencio mortal que rodeaba aquel baño y aquel edificio, y entonces, una
vez más, metió la mano por debajo de su vestido negro,empezó a acariciar su sexo, a
presionarlo con furia, a estirarlo y a manosearlo entre sollozos como si aquel acto
fuera la única manera de sentirse bien.
La descarga de placer.
El orgasmo.
Anna se sintió entonces muy viva.
Y quiso vivir porque aunque la muerte impregnaba su mundo, ella sabía que aún le
quedaba demasiados momentos para sonreír.