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1. La u n id a d d e l p e n s a m ie n to d e D e s c a r t e s
3. La e x p e r ie n c ia d e l h u n d im ie n to c u l t u r a l d e u n a é p o c a
4. L a s r e g la s d e l m é t o d o
5. La d u d a m e t ó d ic a
6. La c er t eza f u n d a m en t a l : « c o g it o e r g o s u m »
7. L a e x is t e n c ia y el pa pe l d e D io s
8. El m u n d o es u n a m á q u in a
10. Lac r e a c ió n d e l a g e o m e t r ía a n a l ít ic a
11. E l a l ma y el c u e r po
12. L a s r e g l a s d e l a mo r a l pr o v is io n a l
cosas a las opiniones más modernas y más alejadas de todo exceso, que
resulten aceptadas y practicadas por lo general por las más sensatas de
entre las personas con las que me haya tocado vivir.» Al distinguir entre la
contemplación y la búsqueda de la verdad, por un lado, y las exigencias
cotidianas de la vida por el otro, Descartes exige que la verdad posea
aquella evidencia y aquella distinción, que una vez alcanzadas permiten
formular juicios. En el caso de las segundas, es suficiente en cambio con el
buen sentido, expresado a través de las costumbres del pueblo en el que se
vive. En el primer caso se requiere la evidencia de la verdad, y en el
segundo, basta con la probabilidad. La sumisión a las leyes del país está
dictada por la necesidad de tranquilidad, sin la cual no es posible la bús
queda de la verdad.
«La segunda máxima era perseverar en mis acciones con la mayor
firmeza y resolución que pudiese, y seguir las opiniones más dudosas, una
vez que me hubiese determinado a ello, con la misma constancia que
emplearía en el caso de que se tratase de opiniones segurísimas.» Se trata
de una norma muy pragmática, que invita a eliminar las dilaciones y a
superar la incertidumbre y la indecisión, porque la vida no puede esperar,
sino que nos urge, si bien permanece vigente la obligación de encontrar en
las opiniones el máximo de verdad y de bondad, que siguen siendo los
ideales reguladores de la vida humana. Descartes es enemigo de la falta de
resolución, y para superarla propone el remedio «de acostumbrarse a
formular juicios ciertos y determinados sobre las cosas que se presentan,
convenciéndose de que uno ha cumplido con su propio deber una vez que
se ha hecho lo que se juzgaba mejor, aunque se haya juzgado muy erró
neamente». La voluntad se rectifica a través de un perfeccionamiento del
intelecto.
En tal contexto Descartes propone la tercera máxima, que manda
«esforzarse siempre por vencerme más a mí mismo que a la suerte, y por
cambiar mis deseos más bien que el orden del mundo; en general, habi
tuarme a creer que no hay nada que esté completamente en nuestro po
der, salvo nuestros pensamientos». Por lo tanto el tema de Descartes
consiste en la reforma de uno mismo, que se hace posible mediante un
perfeccionamiento de la razón, a través del hábito de 4as reglas de la
claridad y la distinción. Puede rectificarse la voluntad, si se reforma la
vida del pensamiento. Con esta finalidad subraya en la cuarta máxima que
su labor más importante ha sido la «de emplear toda mi vida en el cultivo
de mi razón y avanzar lo más posible en el conocimiento de lo verdadero,
siguiendo el método que me había prescrito». El propio Descartes especi
fica que éste es el sentido de las tres primeras máximas, más bien confor
mistas: «Las tres máximas anteriores estaban fundamentadas precisamen
te en mi propósito de continuar instruyéndome.»
Este conjunto de elementos pone en evidencia cuál es la dirección de
la ética cartesiana: una lenta y laboriosa sumisión de la voluntad a la
razón, como fuerza que sirve de guía a todo el hombre. Al identificar
desde esta perspectiva la virtud con la razón, Descartes se propone «llevar
a cabo todo lo que la razón le aconseje, sin que sus pasiones o sus apetitos
le aparten de ello». Con tal objeto, el estudio de las pasiones y de su
interacción en el alma se propone facilitar la consecución de la hegemonía
de la razón sobre la voluntad y las pasiones. La libertad de la voluntad
sólo se realiza a través de la sumisión a la lógica del orden, que el intelecto
está llamado a descubrir, tanto fuera como dentro de sí mismo. «En el
universo cartesiano orden y libertad no son [...] dos términos que se
excluyen. La claridad y la distinción que garantizan la subsistencia del
uno, son también la condición de la explicación de la otra. El cogito es la
prueba definitiva de esta verdad. Determinarse no es verse avasallado por
otro, sino subsistir de la forma más exacta» (R. Crippa). En Descartes
predomina el amor a la necesidad de lo verdadero, cuya lógica se impone,
una vez alcanzada, con la fuerza de la razón. Sólo bajo el peso de la
verdad el hombre se vuelve libre, en el sentido de que únicamente se
obedece a sí mismo y no a fuerzas exteriores, Si el yo se define como res
cogitans, ajustarse a la verdad no es en el fondo más que ajustarse a uno
mismo, con la máxima unidad interior y con un pleno respeto a la realidad
objetiva. Tanto en el terreno del pensamiento como en el de la acción
debe imponerse la primacía de la razón.
La virtud, a la que conduce el último término la moral provisional, se
identifica con la voluntad del bien, y ésta a su vez, con la voluntad de
pensar lo verdadero que, en cuanto tal, es asimismo bien. Con toda razón
R. Lefevbre señala que Descartes pretende «utilizar la acción para perfec
cionar la razón y utilizar la razón para perfeccionar la acción: ésta es la
fórmula de una sabiduría que se concibe como ascenso del pensamiento
hasta la vida y de la vida hasta el pensamiento». La libertad como indife
rencia «es el grado más bajo de libertad», mientras que la libertad como
necesidad es su grado más alto, porque se identifica con la verdad, que la
razón logra y propone. Si bien es cierto que hay que pensar de acuerdo
con la verdad y vivir de acuerdo con la razón, para Descartes es más triste
perder la razón que la vida, porque en ese caso se perdería la razón de la
vida. Así, el eje de la reflexión y de la acción se desplaza desde el ser hasta
el pensamiento, desde Dios y desde el mundo hasta el hombre, desde la
revelación hasta la razón, que es el nuevo fundamento de la filosofía y el
permanente ideal regulador de la acción.