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Mitos cosmogónicos en la Patagonia

Nahuel Sugobono

Onas
El cielo. Kenós, el creador de la humanidad, levantó la bóveda celeste, que estaba muy cerca de
la Tierra, para que hubiera espacio para la gente que comenzaba a crecer en número. Luego se
quedó en el cielo en forma de estrella.

Los planetas. Se cree que antiguamente los planetas eran hombres que vivían sin mujer. Uno de
ellos, gran cazador y buena persona, murió un día y fue llevado al cielo como el lucero vespertino
(Venus).

Las estrellas. También las estrellas eran hombres en tiempos antiguos. Se cuenta la historia de
Yaniep, que se transformó en una constelación, junto con sus dos mujeres; o la de Kwányip, el
personaje mítico más importante de los onas, que también subió al cielo junto con toda su
familia: se quedaron allí en forma de estrellas [ver más abajo].

Los soles. Antiguamente había otro sol, más poderoso que el actual, y el día duraba casi todo el
tiempo. Su hijo, el sol joven, vivía en la tierra como cazador. Luego, no se sabe por qué, el sol
viejo se fue, y su hijo tomó su lugar. Entonces Kwányip hizo que hubiera noche en una medida
igual que el día [ver más abajo].

El Sol y la Luna. En tiempos míticos, tanto el Sol como la Luna eran gente. Estaban casados, y
en aquella época las mujeres dominaban a los hombres mediante engaños. El Sol descubrió la
trampa y golpeó y quemó el rostro de su mujer. Así surgieron las manchas de la Luna. Hoy el Sol
sigue persiguiendo a su mujer en el cielo, pero nunca llega a alcanzarla.

Relatos extraídos de la Colección Longseller

Kwányip separa el día de la noche


Antiguamente, en el Cielo no alumbraba el Sol actual, sino otro sol, su padre, llamado
Kranakhataik. Este sol era muy grande y poderoso, de manera que todo el tiempo era de día,
salvo durante un breve lapso de menos de una hora. Pero en un momento el viejo sol decidió irse,
y nunca más apareció. Entonces Krren, el joven Sol, tomó su lugar. Kwányip aprovechó la
ocasión para acortar la duración del día. A medida que pasaban los días, dejaba que la noche
creciera un poco más, hasta que ésta tuvo la misma duración que el día. Entonces Kwányip
estuvo satisfecho y dejó las cosas así para siempre.
Kwányip introduce la muerte
Kwányip tenía un hermano mayor, llamado Aukment. Cierto día, Aukment deseó morir para
renacer después. De modo que Kwányip lo puso en el suelo y lo cubrió con una manta, como se
hace con los muertos. A los tres días, Aukment comenzó a moverse un poco. Pero su hermano no
quería que volviera a la vida. Conjurando todos sus poderes de joön, se ubicó al lado de la tumba
de Aukment y comenzó a cantar con todas sus fuerzas. Así evitó que su hermano se levantara de
la muerte.
Cuando Cenuke se enteró de lo que Kwányip acababa de hacer, lo reprendió severamente.
–¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué no dejaste que tu hermano volviera a la vida? Si Aukment
hubiera venido a mí, yo lo habría lavado, y estaría vivo otra vez. Ahora, por tu culpa, la muerte se
ha introducido entre nosotros y ya no podremos volver a renacer como antes.
Desde entonces, el odio de Cenuke hacia Kwányip no conoció límites. Como Cenuke también era
un poderoso joön, utilizó su magia para hacer daño a la hermana de Kwányip, Akelwóin, quien
pronto se sintió enferma y murió. Y ella (al igual que su hermano Aukment) se transformó en una
montaña. Lleno de tristeza, Kwányip decidió abandonar la Tierra y subió a los Cielos
convertido en estrella.
Por su parte, Cenuke tampoco quería seguir viviendo en la Tierra, ahora que la muerte
había llegado. Así que también ascendió al Cielo en forma de estrella.

Cómo surgieron las estaciones


Después de participar en el primer hain, Kórior decidió ir hacia el norte de la isla, a la tierra de su
abuelo materno. Cuando llegó, vio las ceremonias que realizaban esas gentes, y les enseñó todo
acerca del hain. Se hizo amigo de otro joven, llamado Kámsot, y pasado algún tiempo lo invitó a
viajar con él a su tierra, el Sur. Kámsot accedió, y los dos partieron. Durante el trayecto realizaron
varias pruebas de agilidad, fuerza y resistencia, y Kórior siempre resultó vencedor. Una vez en el
Sur, Kórior le mostró a Kámsot la Gran Cabaña y le dejó participar de los ritos, no sin antes darle
mil y una recomendaciones y advertencias.
Kámsot se quedó mucho tiempo entre los onas del Sur; pero de pronto, abruptamente, decidió
irse. La razón fue porque un día, caminando con otra gente por el bosque, se le ocurrió decir:
–En mi tierra los árboles tienen las hojas verdes como los de aquí. Pero, pasado algún tiempo, las
hojas se vuelven rojas. Más tarde, cuando llega el frío y la nieve cae abundante, todas las hojas
caen al suelo, y de los árboles no queda más que el esqueleto, es decir, el tronco y las ramas.
Luego, cuando el calor regresa, las hojas verdes vuelven a crecer. Así es en mi tierra.
Todos lo escucharon asombrados, con la boca abierta. Y casi enseguida comenzaron a reírse.
¡Qué buenas historias cuenta Kámsot!, dijo uno. Quiere burlarse de nosotros, ¡Qué gran
mentiroso es!, decían otros. Pero Kámsot, muy serio, insistió en que estaba diciendo la verdad.
Entonces los hombres dejaron de reírse y comenzaron a reprenderlo y censurarlo por decir
mentiras tan evidentes. Se enojaron con Kámsot porque, en aquellos tiempos, los onas del Sur no
conocían el cambio de las estaciones; sólo conocían la primavera.
Enojado y avergonzado, Kámsot decidió emprender el regreso a su país, el Norte.
Tiempo después se convirtió en un ave, la cotorra cachaña, y desde entonces fue llamado
Kerrhprrh. Pero, aun en su nueva condición, no pudo olvidar cómo lo habían ridiculizado los
onas del Sur. Y viajó para darles una lección.
Voló varios días, hasta que finalmente llegó. Con un breve aleteo se posó en un árbol, en el límite
del bosque. Se lo veía muy hermoso con su plumaje verde y el pecho rojo. Kerrhprrh, la cotorra,
se quedó mucho tiempo encaramado en el árbol, y los onas lo miraban siempre, porque no
conocían a esta ave. Un día, el árbol donde el lorito estaba posado se tornó de color rojizo; pronto
se le cayeron todas las hojas. Kerrhprrh fue hacia otro árbol y sucedió lo mismo: primero las
hojas enrojecieron, y luego cayeron a tierra. Kerrhprrh siguió volando de árbol en árbol, hasta
que no quedó uno con una hoja encima. Luego el ave volvió al mismo árbol por el que había
comenzado.
–¡¿Y?! –gritó, con el secreto sabor de la venganza en su voz– ¿No me creen todavía? ¿No están
convencidos de que los árboles pierden sus hojas, y que, antes de caer, éstas se vuelven rojas?
Y los onas, que no salían de su asombro, comprendieron quién era el que así les hablaba. Y
descubrieron también que las hojas verdes de la primavera habían tomado forma de plumas en las
alas de Kerrhprrh, mientras que las hojas rojas del otoño adornaban su alegre pecho.
Desde aquel día, todos los onas conocieron el verano, el otoño, el invierno y la primavera.

Yámanas
El viejo sol. Los yámanas conocen el mismo mito del sol viejo y el sol nuevo, pero otorgan más
detalles. Según ellos, el viejo Sol era perverso y gustaba de hacer el mal, por lo que todos lo
odiaban. Las mujeres –que en aquellos tiempos tenían el poder por encima de los hombres–
decidieron matarlo, pero él huyó al cielo. Posteriormente, su hijo –la única persona amable de su
familia– también ascendió al cielo y es el sol actual.

El sol joven. Los yámanas creían que existía otro mundo, el cual era visitado por el Sol joven –el
actual– cuando se ausentaba de la tierra, durante la noche. A ellos también les daba luz y calor, y
al día siguiente regresaba para iluminar y calentar nuestra tierra.

El arco iris. Se cuenta que el Arco Iris tomó su forma curva debido a una pelea con gente airada
que reclamaba por la muerte de parientes, causada por el Arco Iris (en tiempos en que era
humano). Lo estiraron y torcieron tanto –tratando de quebrar su cuello– que quedó con su forma
actual. Su hijo, que salió en defensa del padre, sufrió el mismo destino, y es ese segundo arco iris,
más débil, que puede verse en ocasiones.

Las marcas de la Luna. La Luna tenía un solo hijo. Este murió muy pronto, y en señal de duelo,
la Luna se hizo pequeños cortes en su cara, y la sangre corrió por su cara. Por eso la Luna está
sola en el cielo, tiene manchas y se la ve con un tono rojizo. Su hijo se convirtió en estrella,
aunque no se sabe su nombre.

Relatos extraídos de la Colección Longseller

Por qué en el Sur el amanecer es tan largo


Una ballena había encallado en la playa. Como ocurría en tales ocasiones especiales, la gente se
acercó alegre, a repartirse la carne. Llegaban personas de muchas partes, y también llegó Héspul,
que era un gran líder. Pero, cuando hizo su aparición, nadie notó su llegada, porque todos estaban
ocupados pensando en cuánta carne podían llevarse. Ante semejante conducta egoísta, Héspul,
naturalmente, se ofendió. Y se retiró en silencio: pero se puso a pensar en la mejor manera de
castigar a personas tan desatentas. Luego de meditar un rato, supo qué hacer. Un día cálido y
hermoso, a la hora del mediodía, concentró todo su poder, entonó unos cantos sagrados y, al
instante, todo quedó envuelto en la más negra oscuridad.
–¿Qué ocurre, qué ha pasado? –se preguntaban unos a otros.
–No puedo ver mi propia mano, no puedo ver lo que me llevo a la boca –exclamaba la gente,
asustada.
Entonces Héspul se levantó y dijo:
–Fui yo quien trajo la oscuridad, en castigo por no haberme recibido como corresponde. ¿No
saben que soy un poderoso yékamus, que soy líder de muchos hombres? Ahora la noche reinará
para siempre.
Se hizo un silencio temeroso y, después, todos comenzaron a llorar y a gemir, rogándole a Héspul
que arreglara las cosas:
–En la oscuridad no podremos movernos, ni cazar, ni comer. Devuélvenos el sol, poderoso
yékamus. Estábamos ocupados, y no nos dimos cuenta de tu llegada. Ahora ya has probado que
eres poderoso. Perdónanos.
Héspul lo pensó un momento, y decidió acceder a esas súplicas:
–Está bien –dijo–. Les devolveré el día; pero recuerden lo fuerte que es mi poder.
A continuación, Héspul se pintó el cuerpo de blanco; se pasó una línea roja por la cara y se calzó
el penacho de plumas en la cabeza. Así vestido, comenzó a cantar su canción del Este, y, poco a
poco, muy, muy lentamente, la luz del día regresó.
En agradecimiento, los hombres organizaron un gran banquete, y le dieron a Héspul las mejores
porciones.
Aún hoy Héspul sigue cantando su canción del Este, cada mañana, porque Héspul es hoy un
pequeño pájaro, parecido a un gorrión. Pero, en la tierra de los yámanas, el amanecer sigue
llegando muy, muy lentamente, porque esa gente no había honrado al yékamus como es debido.

Tehuelches

Relatos extraídos de la Colección Longseller

Kóoch y las primeras Creaciones [versión Leyendas Tehuelches]


Desde las sierras de la actual provincia de Buenos Aires hasta el estrecho de Magallanes, los
cazadores sabían que el Creador había existido siempre. Y siempre había vivido solo, allá en el
Oriente, donde ahora el cielo se junta con ese mar que azota los acantilados de la costa…
Allí, envuelto entre oscuras y espesas nubes, había vivido solo el Creador, a quien los tehuelches
llamaron Kóoch, el Cielo. ¡Imposible medir el tiempo en que había permanecido así!
Hasta que en un momento, al contemplar la inmensa soledad que lo rodeaba, no soportó tanta
tristeza y rompió a llorar. Y lloró durante tanto tiempo, ¡que sus lágrimas formaron el único, el
inmenso Mar! Esa infinita extensión de agua, llamada Arrok por los cazadores que la
contemplaban asombrados desde la orilla, fue la primera de las creaciones de Kóoch: el primer
elemento de la naturaleza.
Pero comprendió que, si seguía llorando, esas aguas iban a cubrirlo todo… Hizo un esfuerzo para
refrenar su llanto, y se le escapó un profundo suspiro. ¡Fue el Viento, que disipó las nubes que
envolvían al Creador! Y en ese instante Kóoch descubrió el horizonte, la interminable recta que
une el Cielo con el Mar, y percibió también la tenue claridad (la única luz conocida todavía) que
hoy empieza a iluminar el mundo antes de que el sol se asome sobre la línea inalcanzable…
Porque el Sol que hoy conocemos no había sido creado todavía.

Nacimiento del Sol


En medio del Mar, iluminado apenas por la tenue penumbra que lo rodeaba, Kóoch quiso
contemplar sus Creaciones. Se elevó muy alto en el espacio y miró, y miró… pero seguía sin
distinguir su Obra. Entonces, nervioso, adelantó una mano para rasgar tantas sombras. Al hacerlo,
no sólo quebró la oscuridad sino que, al chasquear sus poderosos dedos, hizo saltar una brillante
chispa: fue el Sol, Kéenyenken. El Sol iluminó en un instante todo el Mar y todo el Cielo… ¡y
Kóoch quedó deslumbrado!
Pero Kéenyenken no permaneció inmóvil; inició su eterno viaje hacia Occidente para dar su luz a
todo el mundo. Mientras avanzaba sobre el inmenso Mar, su calor levantaba nuevas nubes de las
aguas, que comenzaron a correr por el Cielo, arrastradas por el Viento.
Y esas nubes empezaron a rebelarse contra Kóoch, amenazándolo con sus relámpagos y sus
truenos. El Creador comprendió que debía poner orden…

Creación de la Luna
Kóoch comprendió que debía mitigar las sombras para apaciguar tanta maldad: era necesario
iluminar el mundo cuando el Sol se retirara a descansar. Y creó la Luna, a la que llamó
Kéenyenkon.
Al principio, ni la Luna ni el Sol sabían de la existencia del otro; pero las nubes, que corrían por
el Cielo tanto de día como de noche, le hablaron al Sol de la nueva Creación de Kóoch. Y el Sol y
la Luna empezaron a comunicarse a través de las nubes… hasta que no resistieron más y
decidieron verse. El Sol, en una ocasión, apareció en el Cielo antes de que la Luna se hubiera
retirado; otro día, la Luna retrasó su viaje para permanecer sobre el horizonte antes de que el Sol
se hubiera puesto detrás de las montañas. Y la Luna empezó a sentir celos del Sol, y quiso ser el
astro que diera luz durante el día.
–Yo quiero ser el Sol –le dijo la Luna–; quiero darle luz al mundo.
–No –respondió Kéenyenken–; yo he sido creado para eso. Tú eres mujer, y debes conformarte
con iluminar un poco, sólo de noche…
Kéenyenkon no quiso aceptarlo, y desafió al Sol a una lucha.
–Combatiremos –le dijo–; ¡el que pierda, saldrá de noche!
Lucharon, y tres veces seguidas el Sol (más corpulento) puso a su rival de espaldas contra el
suelo.
–¿Lo ves? –alardeó–; yo soy el más importante, ¡para esto me creó Kóoch!
–Sí… –refunfuñó la Luna–; ¡pero me has dejado la cara estropeada! Aunque… tendré que
conformarme; después de todo, yo soy la mujer.

El origen del mundo [versión Leyendas Pampas]


Siempre hubo un Dios Creador. Era Kóoch, el Cielo. Durante mucho, mucho tiempo… vivió solo
y triste, ocioso en el Oriente. Hasta que de su tristeza brotaron lágrimas, ríos de lágrimas, que
formaron un mar, un único mar. Al comprender lo que había hecho, Kóoch lanzó un suspiro… y
de ese viento brotaron las tormentas que disiparon las nubes formadas sobre el mar.
Quiso ver su Creación: levantó un brazo y chasqueó los dedos. Una chispa brotó, y nació el Sol,
Kéenyenken. Su calor levantó más nubes desde el mar, que al sentirse arrastradas por el viento se
rebelaron, provocando nuevas tormentas.
Kóoch decidió poner orden, y creó la Luna, Kéenyenkon, para mitigar la oscuridad de la Noche.
Pero el Sol y la Luna comenzaron a seguirse, y se unieron tras las montañas, más allá del
horizonte, donde concibieron a su hija, la Estrella de la Tarde.
Mientras tanto, en el Sol ya había habitantes, hombres-lechuzas, que comían y defecaban por la
boca, porque carecían de ano. Y la Luna estaba poblada de seres malignos: el guanaco macho, el
ñandú… y una feroz montaña que arrojaba enormes rocas.
Pero Kóoch vio que a su Creación le faltaba algo, e hizo brotar del fondo de las aguas una Isla,
que pobló de hombres-animales para que vivieran en armonía: allí no debían conocerse ni la
maldad ni el dolor. Pero la Noche, que había sentido la lujuria al espiar los amores del Sol y de la
Luna, decidió destruir esa armonía, y creó espíritus demoníacos y monstruosos Gigantes. Esos
espíritus fueron Axsem, el origen de los dolores; Maip, quien trajo ansiedades y desgracias, y
Kélenken, inspirador de malos pensamientos y de todas las enfermedades. No conforme con eso,
la Noche engendró también, en las cavernas de las sierras, a los Gigantes, algunos de los cuales
nacieron muertos; otros, enfermos o contrahechos… y desde entonces no hay paz en el mundo.

Mapuches
La luz de la Luna. Se cuenta que los mapuches, en tiempos antiguos, tenían que salir a buscar
leña por la noche. Como estaba tan oscuro, le pidieron al sol que les ilumine el camino. Él mandó
a su esposa, la Luna. Pero mientras ella iba, con el fuego en las manos, la lluvia le enfrió el fuego,
y es por eso que la luna alumbra con luz fría.

Relatos extraídos de la Colección Longseller

Los antepasados celestiales de los mapuches


El buen Dios y la Luna quedaron en el Cielo, acompañados de sus hijos que con ellos
permanecieron. Pero esos hijos no eran como nosotros: eran sólo sombras claras. Y esos espíritus
también quisieron actuar para completar la obra del Grande.
“Allá todo está desierto –decían, mirando la Tierra pelada–; ¡sólo agua y rocosas montañas! ¿Nos
será permitido poblar ese mundo?”
El Grande se echó a reír.
“Bueno –les dijo–; pero antes de bajar, tendrán que avisarme. A los seres que fabriquen les darán
forma parecida a la mía, pero más pequeña, para que a nadie le falte lugar… Después iré a
enseñarles; seré su maestro.”
Y los espíritus amasaron formas con el material de las nubes; pero eran formas blancas y feas, sin
sexo y –además–no pudieron darles vida.
Y pidieron ayuda al Padre, y éste amasó dos seres a quienes llamó Hombre y Mujer, y los untó
con su saliva, y con su aliento poderoso sopló la vida en sus narices.
Después mejoró los seres sin vida creados por los espíritus, cuidando de hacer parejas: un macho
y una hembra. Y pensó que todos podrían bajar a la Tierra en compañía del Hombre y la Mujer.
Pero como esos primeros animales tuvieron miedo, los espíritus les prometieron:
“Será por poco tiempo –dijeron–; cuando hayan poblado la Tierra volverán aquí. No pierdan de
vista al Padre Sol cuando se levanta y se acuesta. Y si precisan ayuda, griten ¡Ooom…! Nosotros
los oiremos, y el Grande no los abandonará.”
Después de que todos bajaron y se multiplicaron, los primeros volvieron a subir –como se les
había prometido–, y fueron las estrellas, y allí están los antepasados de los mapuches,
cazando en la Calle de los Cuentos (Repu epeu), que también llaman Huenu Leufú (Río del
Cielo), que los blancos conocen como Vía Láctea… y por allí corren los veloces avestruces,
los choikes o ñandúes, escapados de los cazadores de la Tierra y refugiados en el
firmamento, donde se ven siempre las huellas de sus patas en la Penon Choike o, como
dicen los huincas, la Cruz del Sur. Y las nuevas nubes son las plumas que pierden esos
choikes que huyen…
En ciertos días, cuando parecen torbellinos de nieve, los mapuches las miran desde abajo y
celebran:
“¡Nuestros antepasados están cazando! ¡Eia, eia, eia…!”

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