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Igualdad puertas adentro

Por Mónica Rincón

“¿En serio los hombres no se quedaban en la casa a cuidar a sus hijos y era la mujer la que tenía que asumir sola
los costos de la maternidad? ¿Cómo…, durante seis meses debía dejar la mujer su trabajo y el hombre solo una
semana? ¡No te puedo creer que haya sido así! O sea, los hijos se hacían de a dos pero se cuidaban de a una”.
Ojalá esa sea la conversación que escuchemos en 50 años más. Y la esperanza y el motor que nos mueve es que
sea antes. Cuando a todos les parezca cavernario algo que ya a muchos nos resulta inaceptable: que en Chile la
co-crianza y la división igualitaria de tareas domésticas esté en el discurso de muchos, pero en la vida de pocos.
Un problema importante de analizar cuando acaba de firmarse un proyecto de ley largamente anhelado: la Sala
Cuna Universal. Algo que el Presidente Sebastián Piñera puede anotar como un triunfo que se impulsa desde la
centro derecha.
Más allá de las consideraciones políticas, el hecho es objetivamente una buena noticia, porque facilitará la
incorporación de la mujer al trabajo remunerado. Ya no se podrá negar este beneficio a quienes trabajan en
empresas con menos de 20 mujeres, a las empleadas de casa particular y a las que trabajan de manera
independiente (con un mínimo de cotizaciones).
Avance clave en un país como Chile donde mientras el 71% de los hombres trabajan con sueldo, apenas lo hace
el 49% de las mujeres. Muy lejos del 61% promedio de la OCDE.
Se da un gran paso además, si se considera que, al ser financiado este beneficio de manera solidaria por todos
los trabajadores y trabajadoras asalariados, ellas (en relación a este ítem) no resultarán más caras de contratar
que ellos.
Ése es el lado lleno del vaso. Pero, aunque reconozco que es mucho mejor que cuando estaba vacío, es necesario
reflexionar por qué no está lleno.
Lo primero es que esta Ley de Sala Cuna no está basada en la creencia de que tanto padres como madres son
igualmente responsables de la crianza de sus hijos. Esa carencia se nota en varios aspectos. El primero: la sala
cuna se define como un derecho de la madre trabajadora o del padre cuando posee el cuidado exclusivo de sus
hijos. O sea, implícitamente se da por hecho que son las mujeres las que tienen que hacerse cargo de los hijos
y a ellas la sociedad debe “ayudarlas”.
Esto es consagrar en una nueva ley -o al menos no terminar por la vía de esta ley- con una desigualdad con la
que hemos cargado durante siglos: suponer que las tareas domésticas son exclusivamente femeninas.
En este ámbito, el proyecto presentado por el Ejecutivo se pone en tensión no solo con la Constitución que
asegura que hombres y mujeres somos iguales ante la ley, sino que también choca con la reforma constitucional
presentada recientemente que busca que el Estado vele porque no haya desigualdad de género.
En lo concreto, para el proyecto anunciado por La Moneda, si la mamá no está trabajando fuera de casa y el
papá sí: no hay derecho a sala cuna. Claro, es ella la que cuida a la criatura. Pero si la mujer tiene trabajo puertas
afuera y el hombre no, adivinen: sí hay derecho a este beneficio. Es decir, quienes redactaron este proyecto no
tenían claro el concepto de co-crianza.
¿Qué ocurre además si quien dio a luz quiere buscar trabajo? Tendría que hacerlo con la guagua en brazos, a
menos que pertenezca a los tres primeros quintiles, en cuyo caso, vía otro programa (Chile Crece Contigo) podría
acceder al beneficio.
Una vez más (ahora con esta normativa) el trabajo de las madres al interior del hogar no es reconocido como
tal. Así, los hijos de esas mujeres no tienen derecho a una sala cuna, que con esta ley será más amplio, pero no
universal.
Podrá argumentarse (como lo hizo el ministro del Trabajo frente a estos cuestionamientos en CNN Chile) que se
trata de un primer paso, uno importante, que los recursos no alcanzan aún, y que hay que ir avanzando en la
medida de lo posible. Por eso mismo es necesario que queden bien claros los pasos que restan por dar. No son
pocos y no son nada de irrelevantes.
Y sobre todo, que no se pretenda que con esta Ley de Sala Cuna se apunta a que se comparta la crianza entre
hombres y mujeres, porque eso no es así. Ni está en su espíritu ni será parte de sus efectos. En lo que sí ayudará
es a que más mujeres puedan acceder a un sueldo.
Ganar en igualdad puertas adentro es tarea pendiente y una de las metas no logradas del feminismo. Y sin esa
conquista las mujeres seguirán sobre exigidas, postergando una vez más solo ellas sus carreras y su desarrollo
laboral, carentes de un derecho básico: decidir con libertad qué tipo de vida quieren tener.
Para lograr cambios culturales y legales que apunten en serio hacia la co-crianza, hay que tomar otras medidas.
Y una de ellas es el postnatal masculino irrenunciable. Eso sí implica repartir la carga y el privilegio de cuidar a
un hijo y mitiga o elimina una de las principales causas de discriminación al momento de contratar mujeres: la
maternidad.
Avanzar de manera decidida para que se compartan roles puertas adentro, no es una opción para el Ministerio
de la Mujer: es una obligación legal. Así lo dice el artículo 3, letra D, de la Ley 20.820, que dentro de las funciones
de esta repartición estipula la de promover:
“la igualdad de derechos y obligaciones entre los hombres y las mujeres en las relaciones familiares, así como
el reconocimiento de la responsabilidad común en cuanto a la educación, el cuidado y el desarrollo integral de
los hijos e hijas. En el marco de la corresponsabilidad, la educación incluirá una comprensión adecuada de la
maternidad como una función social”.
Toda forma de desigualdad afecta más a quien tiene menos. Lo mismo ocurre con el machismo. Hasta que la
familia no sea un espacio y una escuela de igualdad de género, nuestra sociedad no cambiará. Esa mujer que
toma una micro durante dos horas para llegar a su trabajo donde deja buena parte de sus sonrisas y energía, y
que dedica dos horas más para regresar a su casa, continuará abriendo la puerta de su hogar sabiendo que ella
-y no su pareja- tendrá que hacerse cargo de lavar, planchar, cocinar y cuidar a los niños sin un minuto libre. Y
será ella la que tendrá que dudar si acepta esa oportunidad que le ofreció su jefe (y digo “jefe” porque aún la
mayoría son hombres), porque no sabe si es compatible con su familia. Es probable que ese día, su pareja le
contará que lo acaban de ascender, que ganará más y será bueno para todos, porque así pagarán los estudios
de sus hijos. Ella sonreirá, porque de veras está feliz por él, y desechará en silencio su propia oferta.
Sé que se ha avanzado y que hay veces que esta historia termina de otra manera, con finales mejores y más
justos para todos y todas. Pero en la mayoría de las ocasiones es tal cual la relato.
La igualdad entre hombres y mujeres no debe seguir existiendo solo como una ilusión que se vive a veces en el
mundo exterior, pero nunca puertas adentro. Porque ésa… no es igualdad.

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