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FEMINISMOS

Dialéctica de la sexualidad
Género y sexo en la filosofía contemporánea
Alicia H. Puleo

Dialéctica de la sexualidad
Género y sexo en la filosofía contemporánea

EDICIONES CÁTEDRA
UNIVERSITÄT DE VALENCIA
INSTITUTO DE LA MUJER
Consejo asesor:

Giulia Colaizzi: Universidad de Minnesota.


María Teresa Gallego: Universidad Autónoma de Madrid.
Isabel Martínez Benlloch: Universität de Valencia.
Mercedes Roig: Instituto de la Mujer de Madrid.
Mary Nash: Universidad Central de Barcelona.
Verena Stolcke: Universidad Autónoma de Barcelona.
Amelia Valcárcel: Universidad de Oviedo.
Matilde Vázquez: Instituto de la Mujer de Madrid.

Dirección y coordinación: Isabel Morant Deusa: Universität de Valencia.

Diseño de cubierta: Carlos Pérez-Bermúdez

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o científica fijada en cualquier tipo de soporte
sin la preceptiva autorización.

© Ediciones Cátedra, S. A., 1992


Telémaco, 43. 28027 Madrid
Depósito legal: M. 3.422-1992
I.S.B.N.: 84-376-1051-6
Printed in Spain
Impreso en Gráficas Rógar, S. A.
Fuenlabrada (Madrid)
Prólogo

La elaboración de una política sexual feminista a la altura


de las exigencias de nuestro tiempo requiere una laboriosa re­
flexión teórica. Pues el feminismo, en rigor, todavía no ha he­
cho su ajuste de cuentas práctico, y sobre todo teórico, con lo
que se ha dado en llamar “la revolución sexual de los años se­
senta” y fenómenos derivados, como la difusión de la porno­
grafía entre otros. Ha habido, sí, por parte de algunos secto­
res, un “parti pris” militante contra la pornografía que no ha
dudado en establecer con la derecha alianzas ambiguas y en
último término ruinosas para el feminismo, en la medida en
que los resultados de esta cruzada conjunta no han hecho sino
reforzar la sexualidad convencional, no precisamente libera­
dora para las mujeres —ni para nadie. Por su parte, las que se
han dado en llamar “feministas pro-sexo” se han opuesto a la
normativización y a la jerarquización de los comportamientos
y gustos sexuales de acuerdo con criterios, al menos, discuti­
bles. Frente a la concepción esencialista de una sexualidad
que emergería de la naturaleza humana como Minerva toda
armada, han insistido, en la línea de Judith Walkowitz y de
Foucault, en su peculiaridad de ser un constructo de un con­
junto de prácticas y de relaciones sociales, de lo cual se deri­
va una relativización acerca de los juicios de valor que las op­
ciones sexuales de las gentes nos merezcan. Sin embargo, si
bien es cierto que muchas de ellas han sido contundentes en
vil
sus críticas a los supuestos esencialistas que subyacen bajo la
monográfica militancia de las llamadas “antipomógrafas”, su
constructuvismo no ha sido lo bastante radical como para, en
su sentido etimológico, tomar las cosas por la raíz. Lo cual,
en el caso que nos ocupa equivale a desmontar las formas de
articulación patriarcal que este constructo ha revestido en la
contemporaneidad filosófica. Y a hacerlo, además, filosófica­
mente —desde una filosofía feminista, claro está— , relacio­
nando de un modo sistemático las modalidades de la “puesta
en discurso” de la sexualidad con las formas en que la soi-di-
sant “autoconciencia de la especie” pivota y discurre sobre la
estereotipada dicotomía de las categorías de género.
El análisis de Alicia Puleo identificará tres momentos
significativos en los que el varón se autodesigna como lo es­
pecíficamente humano determinando la conceptualización de
lo femenino como el correlato respectivo de las tres modali­
dades de su autodesignación. En la metafísica del pesimismo
schopenhaueriano, al ideal soteriológico del varón —que nie­
ga conscientemente su complicidad a la reproducción del su­
frimiento en el mundo renunciando a la práctica de la sexuali­
dad— corresponderá la Mujer-Inconsciente, como trampa que
le tenderá la especie, para frustrar su proyecto ascético, a tra­
vés del amor. Cuando el conatus de la Vida se tome su revan­
cha autoafirmativa y el varón se inserte sin resentimiento en
el engranaje del devenir, una nueva figura de lo femenino to­
ma cuerpo. De Nietzsche al freudomarxismo, acabará siendo
“representante privilegiada de Eros”, encamación de la alter­
nativa emancipatoria a la represión de los instintos por parte
de la “astucia de los poderes” —que ahora sustituye, como su
variante combinatoria, a la “astucia de la especie” del autor de
Parerga y Paralipómena. En un tercer momento, Bataille, en
su distinción entre sexualidad y erotismo, rechazará la prime­
ra como inmediatez natural insatisfactoria para “el hombre” y
valorará el segundo como expresión de lo genuinamente hu­
mano, en cuanto que apunta a la liberación de una naturaleza
prisionera del universo de las reglas culturales instituidas:
estamos en pleno “erotismo transgresivo” cuya presa más
codiciada será esa mujer descodificada, a la intemperie de
VIH
los pactos de apropiación de los varones que es la prostituta.
La reconstrucción de la lógica patriarcal de los tres mo­
mentos es de una originalidad impecable y nos restituye en su
organicidad, si se quiere el despliegue diacrònico —o, si se
prefiere, la inteligibilidad sincrónica— de este conspecto cu­
yos “ligamentos naturales” —como las coyunturas del ave
que trincha el buen cocinero del Fedro— remiten a la matriz
sadiana (anti-genealogismo militante, liberación catártica,
transgresión soberana). La razón —mero epifenómeno cuya
función es puramente instrumental y, eo ipso, feminizada—
poco puede consensuar ni argumentar ante una sexualidad
que es “como un torrente” —dicen los jueces cuando el viola­
dor “no se pudo contener” a la vista de una mini-falda— o
como la pirueta batailliana del “animal sagrado” — ¿no han
oído ustedes hablar del “salto del tigre”?
Nuestra autora trabaja, pues, en la línea del análisis de “la
política sexual” que abriera Kate Millet, desde claves filosó­
ficas que le ponen de manifiesto como avatares de la crisis de
la razón los diversos hitos de este itinerario, a través del cual
la sexualidad se implanta como “nuevo suelo ontològico” y
“vía de acceso privilegiada” al conocimiento. Al feminismo
le corresponde replantear cuál deba ser su espacio en la vida
humana, más allá de una hipertrofia a la que no han sido
ajenos —traduzcamos a Foucault en nuestra clave de género-
sexo— los intereses ideológicos del sistema de dominación
patriarcal. Gracias al trabajo de Alicia Puleo, tenemos más
elaborado nuestro propio discurso sobre ese discurso que
siempre nos “pone en discurso”.

C e l ia A m o r ó s
Introducción

Una dialéctica implica oposición e integración. La sexua­


lidad se ha configurado como una dialéctica porque en tanto
parte de un orden de dominación milenario incluye entre sus
componentes la fusión amorosa y el éxtasis, pero también la
agresividad y la negatividad. Esta ambigüedad fundamental,
así como las vicisitudes históricas, económicas, políticas y
culturales contemporáneas, determinan los cambios en la vi­
vencia y conceptualización de la sexualidad desde que ésta
adquiriera rango filosófico. He tratado de seguir estas trans­
formaciones en un ejercicio que intenta ser una comprensión
del presente a la luz del pasado reciente.
Cercana ya a la época de su decadencia, la Metafísica, esa
raíz del árbol de la Filosofía, acogió en su seno a una intrusa
con pretensiones de trascendencia: la sexualidad. A partir del
siglo XIX, ésta ya no será algo ajeno al pensamiento filosófico
sino que, poco a poco, adquirirá un espacio propio y debida­
mente legitimado por los nuevos valores gnoseológicos y
ontológicos que se le atribuyen.
Se ha dicho que la filosofía tiene por tarea el pensar lo
obvio, aquello que por estar constantemente bajo los ojos
pierde la capacidad de sorprendemos, se convierte en invi­
sible. Y si a la totalidad del ente corresponde esta posibilidad,
¿cómo no ha de dirigir su mirada la filosofía hacia su propio
discurso cuando un confuso resultado de mediaciones entre lo
biológico, lo histórico y lo social es llamado “natural” y ter­
mina reclamando para sí el estatus de revelación metafísica?
En función de tal objetivo, he centrado mi atención en los
desarrollos filosóficos europeos contemporáneos que otorgan
un lugar de privilegio a la sexualidad en el marco de una re­
flexión sobre el Ser y el sentido de la existencia humana.
Pero he tenido siempre presente que los filósofos pueden ser
considerados agentes culturales que no sólo se limitan a “re­
flejar” y organizar en un todo coherente las realidades y opi­
niones de su época sino que, como creadores de ideología
(entendida ésta tanto en sentido amplio, como en el más es­
trecho de deformación y ocultamiento), contribuyen a confi­
gurarlas.
La filosofía suele ser fuente de inspiración del arte. La re­
lación inversa también tiene lugar. A menudo, el proceso es
de dependencia recíproca. Cuando el movimiento de influen­
cias es del primer tipo, las ideas filosóficas alcanzan una difu­
sión que no podrían haber logrado en el austero lenguaje del
concepto. Se extienden despojadas de las cadenas deductivas
que las unen a un sistema, perdiendo su pretensión de objeti­
vidad pero ganando, en contrapartida, el inmenso poder de
seducción que les confiere un estilo atento a la estética y
generador de intensas emociones. Así, Ferdinand Alquié po­
drá hablar de una “filosofía del surrealismo”, movimiento
éste que tuvo un importante papel en lo que se refiere a la
conceptualización de la sexualidad en nuestro siglo. Invito,
pues, a un viaje por las diversas configuraciones de la sexua­
lidad en el discurso filosófico contemporáneo. Nuestro re­
corrido partirá del pesimismo, pensamiento que elevó la
sexualidad a categoría fundamental de la Metafísica con la
aparición y el progresivo afianzamiento de la noción de In­
consciente.
Arthur Schopenhauer y Edouard von Hartmann provee­
rán material significativo para nuestra indagación. En el caso
del primero, nos atendremos al complemento de El mundo
como voluntad y representación, que lleva el nombre de
“Metafísica de la sexualidad”. Respecto al segundo, tan fa­
moso y popular en su tiempo y ahora tan olvidado, examina­
remos diversos pasajes de la Filosofía de lo Inconsciente, en
particular los reunidos bajo el título de “El inconsciente en el
amor de los sexos”. Compararemos las aseveraciones de am­
bos pesimistas respecto al fenómeno que interpretan e in­
tentaremos comprenderlas (sin pretensiones reduccionistas)
en el marco de las transformaciones económico-sociales del
siglo XIX.
Atenderemos también a la reificación de las categorías de
género-sexo con las que opera acríticamente este pensa­
miento filosófico. Originados en la conciencia mítica, los
conceptos de masculino y femenino, hombre y mujer, viajan
casi intactos a través del tiempo y de los distintos movi­
mientos filosóficos que los emplean una y otra vez sin revi­
sarlos. El esencialismo subyacente a estas categorías se reve­
lará como una constante en los distintos momentos del pensar
que estudiaremos.
La misma dinámica de la historia del pensamiento nos
llevará, después, a otro hito mayor en el discurso sobre la
sexualidad. Analizaremos la transformación de la actitud
pesimista, que veía en el placer sexual una astucia del Uno-
Inconsciente para perpetuarse, en una afirmación orgullosa de
la Vida y del sexo.
La consagración de las teorías de la izquierda freudiana
durante los acontecimientos de mayo del sesenta y ocho en
Francia ha decidido mi elección de dos pensadores célebres:
Wilhem Reich y Herbert Marcuse, sin olvidar a Deleuze y
Guattari con su revolucionario Anti-Edipo.
Seguiremos los distintos desarrollos de este movimiento
que hizo de la liberación de la sexualidad una instancia fun­
damental en el advenimiento del “hombre nuevo” y la espe­
rada realización de la utopía.
Finalmente, cerrando el itinerario filosófico elegido, asis­
tiremos a la justificación ontológica que procura Georges Ba-
taille a su moral de la transgresión e intentaremos, a la luz de
las categorías de género, poner de manifiesto una función y
un significado de su teoría del erotismo que son, por lo co­
mún, sistemáticamente ignorados.
Con el examen de estos fragmentos del discurso filosó­
fico (que de ninguna manera pretende agotar el tema o el ma­
terial disponible), espero haber contribuido al estudio de ese
vasto “dispositivo de sexualidad” que denunciara Michel
Foucault como parte de las microprácticas de poder en el pro­
ceso de formación del sujeto moderno y correlativo some­
timiento. Pero me he propuesto hacerlo en una dimensión au­
sente en Foucault: la del análisis de género proveniente de la
filosofía feminista.
Antes de ponemos en camino, querría agradecer par­
ticularmente las críticas y sugerencias de Celia Amorós y su
cálido apoyo de amiga. En el Seminario Permanente “Femi­
nismo e Ilustración” que dirige en la Universidad Complu­
tense de Madrid, hemos debatido muchos de los temas que
aquí se tocan. Han sido particularmente enriquecedoras las
discusiones con Angeles Jiménez Perona, Ana de Miguel,
Rosa Cobo, Teresa López Pardinas, Neus Campillo, Cristina
Molina, Oliva Blanco, María Luisa Cavana y Luisa Posada.
También debo a Victoria Camps, Jacobo Muñoz y Ana María
Leyra la lectura y apuntes críticos a este trabajo. Agradezco
particularmente a Raquel Osbome las charlas que mantuvi­
mos sobre el tema y a Colette Guillaumin la correspondencia
mantenida desde nuestro encuentro en Canadá. Gracias, asi­
mismo, a Teo Sanz por sus observaciones durante la elabora­
ción del trabajo. Quiero recordar además el estimulante am­
biente de trabajo del Master de Sexualidad Humana dirigido
por José Antonio Nieto en la Universidad Nacional de Educa­
ción a Distancia, la cordialidad de los compañeros y el inter­
cambio de opiniones con los alumnos durante las tutorías.
Finalmente, un reconocimiento muy especial para Isabel Mo-
rant y Amelia Valcárcel que se interesaron por mi investiga­
ción y le brindaron su apoyo.
La sexualidad como clave ontológica

Y como la esencia íntima de la Natu­


raleza, la voluntad de vivir, se manifiesta
más enérgicamente que en parte alguna en
el instinto sexual, los poetas y los filóso­
fos antiguos, entre ellos Hesíodo y Par-
ménides, decían, con sentido profundo,
que Eros (el amor) era el primer principio
el principio creador de donde todas las
cosas salieron
*
A rth u r S c h o p e n h a u e r

Hacia el final de la década de los setenta, las teorías de la


sexualidad dieron un gran vuelco interpretativo. El exponente
más significativo de este giro copemicano, el más conocido y
discutido, es Michel Foucault. Su último gran proyecto de in­
vestigación, una Historia de la sexualidad, se halla estructu­
rado en tomo a una idea fundamental: la sexualidad no es una
simple realidad natural que las distintas sociedades y épocas
históricas reprimen cada una a su manera sino que es, ella
misma, el resultado de un complejo proceso de construcción
social.
De esta manera, Foucault rechaza la “hipótesis represiva”
desarrollada en particular por los pensadores de la izquierda
freudiana. Esto no quiere decir que niegue la realidad de la
represión sexual a través de la historia. Simplemente, trata de
insistir en el papel creativo, formativo, que sobre los aspectos
fantasmáticos y la práctica concreta de la sexualidad tienen
las instancias de poder.
Hablamos de giro copemicano porque con este nuevo
planteamiento la teoría abandona el esencialismo que suponía
la existencia de una sexualidad natural deformada por la
civilización y se instala en un enfoque nominalista. Ya no se
busca descubrir una hipotética verdad sexual humana sepul­
tada por el peso de una historia de error y represión. Esta
esencia verdadera nunca existió. La sexualidad siempre es
algo construido sobre la base de pulsiones lo suficientemente
indeterminadas como para poder recibir formas muy diversas.
Guiado quizás por lo que se le reprochó como excesivo
gusto por la paradoja, Foucault analiza en el primer volumen
de su Historia..., titulado La voluntad de saber, el progresivo
desarrollo del conocimiento sobre la sexualidad en Occidente
señalando que lo que siempre se había estudiado como repre­
sión sexual y aumento del silencio en tomo al tema con la
instalación progresiva de la burguesía en el poder, debía ser
entendido, por el contrario, como una expansión creciente del
discurso sexual hasta su apoteosis con el psicoanálisis en el
siglo XX.
Este largo proceso de producción-investigación se basó
en la noción de sexo, concepto que “permitió agrupar en una
misma unidad artificial elementos anatómicos, funciones
biológicas, conductas, sensaciones, placeres, e hizo posible
que esa unidad ficticia funcionara como principio causal,
como sentido omnipresente, secreto que es necesario descu­
brir en todos lados”1.
Foucault sitúa el comienzo de esta estrategia creativa
(y no meramente represiva) en la pastoral cristiana del si­

1 Foucault, M., La volonté de savoir, Gallimard, París, 1976, pág. 205


(la traducción es nuestra).
glo XVII que, inspirada por la Contrarreforma, recomienda la
confesión detallada de todas las fantasías sexuales al tiempo
que insiste sobre la importancia extrema del pecado sexual.
Nos hallamos ante un proyecto de enunciación del sexo na­
cido en medios monásticos e impuesto posteriormente a toda
la población. El objetivo es examinar y analizar el deseo y no
sólo los actos del individuo. El filósofo francés destaca la, a
primera vista, sorprendente similitud entre esta exigencia reli­
giosa y la obra del marqués de Sade que transforma en dis­
curso todos sus deseos y fantasmas sexuales.
El siglo XVIII inicia la aplicación de la razón al sexo. Se
investiga sobre su origen, su cantidad y sus tipos. Las formas
“patológicas” suscitan gran interés. Son clasificadas y se
tiende a descubrirlas allí donde nunca se había sospechado de
su existencia. Esta administración racional se intensifica du­
rante el siglo XIX.
Foucault reagrupa bajo el término de “dispositivo de se­
xualidad” al conjunto de procedimientos de poder, tendentes
a crear y controlar el sexo de los individuos. Este dispositivo
incluye discursos científicos, medidas legales, organización
del espacio arquitectónico, etc, generadores de nuevos fenó­
menos. La perversión y el mecanismo que la controla son di­
fundidos simultáneamente. Así, por ejemplo, el discurso so­
bre el onanismo infantil lo incentiva para luego reprimirlo.
Las perversiones adquieren realidad analítica a través de la
definición y la clasificación de que son objeto. La homo­
sexualidad se transforma en esencia. Las prácticas sexuales
insólitas son definidas como patologías que requieren trata­
miento médico y son objeto de la ciencia. Cuando en 1631,
un conde fue ejecutado por sodomía en Inglaterra, no se
pensó que poseyera una naturaleza especial, distinta de los
demás. Simplemente, se lo consideró como un pecador. En
cambio, la medicina y psiquiatría del siglo XIX verán una
esencia específica en un individuo que realice el mismo tipo
de prácticas sexuales que las de aquel desventurado conde.
Las ciencias médicas toman el relevo de la religión en la tarea
de definición, control y administración de la sexualidad. La
proximidad del analista y el analizado crea nuevos placeres:
el de cazar y el de huir, el de engañar o escandalizar. Se pro­
cede a la histerización del cuerpo de la mujer, proceso por
el que pasa a considerarse al cuerpo femenino como total­
mente saturado de sexualidad. La presencia misteriosa de esta
sexualidad exige que el cuerpo de la mujer se someta al con­
trol médico que termina uniendo la identidad personal de
ésta, pensada siempre como madre, con la salud futura de la
población. La procreación pasa a ser objeto de interés del Es­
tado. Familia, colegios e instituciones psiquiátricas se con­
vierten en dispositivos de saturación sexual. Tanto la ar­
quitectura como las reglas disciplinarias se refieren al sexo y,
al mismo tiempo que lo prohíben, incitan a una sexualidad no
heterosexual, incestuosa y promiscua. El discurso no sólo ha­
bla sobre sexualidad sino que la crea.
La sexualidad es el “correlato de esa práctica discursiva
lentamente desarrollada llamada scientia sexualis”2 Por eso,
una historia de la sexualidad ha de ser una “historia de los
discursos” que sobre la sexualidad se sostuvieron y aún se
mantienen. Con Foucault, pasamos de una sexualidad con je­
rarquía de fundamento ontològico, a una sexualidad definida,
no sólo como construcción cultural (tesis que encuentra sus
orígenes en las investigaciones antropológicas abiertas por
Margaret Mead), sino como estrategia de poder.
En este sentido, consideramos a Foucault en parte here­
dero no confeso de los estudios feministas sobre la dimensión
política de la sexualidad en la sociedad patriarcal. A pesar de
que el pensador alude a los movimientos feministas como
elementos relevantes de cambio social por constituir una de
las formas de enfrentamiento con el estado actual de las rela­
ciones de poder3, ninguna referencia bibliográfica concede en
sus obras el lugar que le corresponde a las teorías feministas.
Por otro lado, como ya hemos subrayado en la introducción,

2 Ibid, pâg. 91.


3 Foucault, M, “Deux essais sur le sujet et le pouvoir”, en Dreyfus, H.,
Rabinow, P., Michel Foucault. Un parcours philosophique. Au-delà de
l’objectivité et de la subjectivité, trad, al francés de F. Durand-Bogaert,
Gallimard, 1984, pâgs. 300-304.
su análisis apenas tiene en cuenta la perspectiva de género
con lo que en algunos momentos, la interpretación es suma­
mente parcial e incompleta4.
Dejaremos de lado estas deficiencias comunes a cual­
quier estudio académico (ya que éstos tienen por consigna, en
la casi totalidad de los casos, no incluir las ineludibles aporta­
ciones de la teoría feminista). Nos interesa destacar su enfo­
que constructivista de la sexualidad, enfoque que comparte
con otros estudiosos actuales del tema, como Jeffrey Weeks5.
Partiendo de este enfoque constructivista, dedicaremos el
presente capítulo a un aspecto del dispositivo de sexualidad
no tratado por Foucault: la entrada triunfal de la sexualidad
en la filosofía decimonónica de la mano del pesimismo de
Schopenhauer y Edouard von Hartmann.
Si podemos considerar el psiconálisis freudiano como la
culminación del despliegue del dispositivo de sexualidad fou-
caultiano, las teorías de Schopenhauer y E. von Hartmann (a
las que Foucault no alude por concentrar su atención en el
discurso científico y las prácticas que lo acompañan) no pue­
den dejar de ser tenidas en cuenta, dentro de este movimiento
de constitución del sujeto como sujeto sexual. La estrecha re­
lación de estas teorías filosóficas con la suya propia llevó a
Freud a formular declaraciones tendentes a reafirmar la inde­
pendencia de su teoría la cual habría sido formulada, según

4 A este respecto, señala Geneviève Fraisse que no se puede aludir a la


sátira Las joyas indiscretas de Diderot sin tener en cuenta, como lo hace
Foucault, que el sexo que es interrogado es el femenino. Agregamos por
nuestra parte, que la fantasía erótica de Diderot, en la que los genitales fe­
meninos considerados como la parte más “franca” de las mujeres se po­
nen a hablar por obra de un anillo mágico, se inscribe en la tradición de
humor “paillard”, misógino, propio de la Edad Media, con lo que no
puede ser considerado como parte del dispositivo de sexualidad que se
inaugura en el siglo xvn. A favor de Foucault, supondremos que la cita de
Diderot no tenía en su obra más que un interés retórico y funcionaba
como simple metáfora de La voluntad de saber todo sobre el sexo propia
de la modernidad.
5 Weeks, Jeffrey, Civilization and Its Discontents. Meanings, Myths
and Modem Sexualities, Londres-Boston, Routledge and Kegan Paul,
1985.
él, sin haber leído la obra de Schopenhauer. Sin embargo, se
ha reconocido la importancia de la metafísica alemana para el
desarrollo del psicoanálisis. Así, por ejemplo, reconociendo
esta filiación, Jean-Claude Filloux dedica el primer capítulo
de L’inconscient6 a Schopenhauer, Carl-Gustav Carus y E. von
Hartmann en tanto precursores de la noción freudiana de
inconsciente.
El discurso filosófico y científico sobre la sexualidad re­
percute en el arte y, a través de él, logra un impacto profundo
en la sociedad. Es conocida la influencia de las teorías freu-
dianas del inconsciente en André Breton y los artistas que
formaban parte de su grupo, influencia sobre la que los dada-
ístas ironizaron con agudeza. La revista Manomètre de Lyon
publica en su número cinco del mes de febrero de 1924 un ar­
tículo de Malespine que presenta el pensamiento de Freud
como mera repetición de conceptos ya expresados por otros
filósofos y reducción de la realidad a una de sus parcelas:
“Tendencia del ser a perseverar en el ser de Spinoza = volun­
tad de vivir de Schopenhauer = impulso vital de Bergson =
libido sexualis de Freud = 0 “ (...) “Para comprender a Freud,
póngase testículos como si fueran gafas”7.

C r is is d e l a r a z ó n e in g r e s o d e l a s e x u a l id a d e n l a
F il o s o f ía

Comenzaremos entonces nuestro recorrido por el dis­


curso filosófico de la sexualidad en ese particular momento
en que esta última pasa a ocupar un lugar destacado dentro de
la Metafísica. Este “ascenso” ontològico se produce en un
momento especialmente favorable para ello: cuando la razón
entra en crisis y el pensamiento se siente incapaz de recono­

6 Filloux, J.C, L’inconscient, París, P.U.F., 1963.


7 Citado por Behar, H., Carassou, M., Le surréalisme. Textes et débats,
Pans, Librairie Générale Française, 1984, pág. 207 (la traducción es nues­
tra).
cer en la existencia un sentido que trascienda los mecanismos
ciegos de la naturaleza.
El «racionalismo comienza su andadura con los prerro­
mánticos alemanes. Algunos rasgos de las teorías de los filó­
sofos de la Naturaleza (Franz von Baader, Johann Jakob Wag-
ner, Johann-Carl Passavet, Oken y Ritter) anuncian la impor­
tancia creciente de lo no racional en el pensamiento posterior.
Entre los rasgos que les son comunes, es consignable la idea
de la analogía presente en toda la naturaleza. Esta idea propia
de la mística y de la magia se revitalizó con el descubrimien­
to del magnetismo y la electricidad, interpretados como pre­
sencia espiritual en el mundo. El pensamiento analógico per­
mitiría apresar las secretas relaciones de los entes. Gracias a
él, una serie de objetos remite y aclara el significado de otra
serie que el intelecto considera independiente:
Esta forma de pensamiento supone la existencia de
un “espacio-red”. En su Tratado de historia de las religiones,
Mircea Eliade señala que este concepto de “espacio-red” sus­
tenta toda creencia en una magia simpática basada en leyes
de coexistencia orgánica, analogía formal o simbólica o sime­
tría funcional.
Para los filósofos románticos, las oposiciones son
complementarias y en distintos niveles de la realidad se en­
cuentra el mismo principio de división en pares opuestos. De
esta manera, el día y la noche, el hombre y la mujer, son algu­
nos de los aspectos de la polaridad universal. Pero estas opo­
siciones no son originarias, sino el resultado de un proceso
generador de la multiplicidad a partir de la unidad del Abso­
luto. En esta interpretación del mundo del devenir, es posible
ver rastros de la noción religiosa de la Caída8. Un error ha in­
ducido la división en el seno de la unidad y el ser humano ha
de emplear todos los medios que se hallen a su alcance para
retomar al estado privilegiado originario que se deja entrever
en el éxtasis, los sueños o la intuición.

8 Cfr. Béguin, A., L’âme romantique et le rêve, París, Librairie José


Corti, 1946.
Así, para Schubert, la videncia y el magnetismo son las
vías más aptas para recobrar contacto con la Naturaleza y
restablecer la armonía del Todo. Para Baader, serán las imá­
genes del sueño y de la poesía aquellas que expresen más
fielmente la intuición fundamental de la unidad del espíritu y
la materia. La importancia acordada a las imágenes oníricas,
atención que no podemos dejar de poner en relación con la
posteriormente dada por la escuela freudiana a este tipo de
material psíquico, encuentra su explicación en la creencia de
que el Inconsciente conecta con la Realidad Universal de al­
guna manera desconocida por la ciencia y la razón.
El Romanticismo alemán vuelve a las intuiciones neo-
platónicas del Renacimiento y rechazando las explicaciones
atomistas y mecanicistas concebirá a la Naturaleza como un
organismo viviente, manifestación y símbolo del Espíritu. La
filosofía de la identidad de Schelling invita a descubrir el
alma del mundo o unidad del espíritu y la Naturaleza por me­
dio del arte o de la intuición intelectual.
El pensamiento analógico es propio del ocultismo. Lo
guía la idea de una correspondencia secreta entre la realidad
espiritual, la realidad mental y la sensible. Esta corresponden­
cia no puede ser aprehendida por las categorías lógicas del
conocimiento. En este aspecto nos hallamos frente a lo que
Nicolai Hartmann llama “irracional alógico”9. Pero, como este
mismo filósofo advierte, es imposible mantener una estricta
diferencia entre el irracionalismo gnoseològico, que pretende
llegar a conocer un objeto, no necesariamente irracional, pero
a través de vías irracionales, y el irracionalismo ontològico.
La negación de la concordancia entre las categorías del pen­
sar y las del ser propia del irracionalismo gnoseològico im­
plica ya la aceptación de lo irracional ontològico. Esta ob­
servación nos permite trazar una línea que conduce de los
prerrománticos alemanes a la teoría schopenhaueriana de la
Voluntad de vivir.

9 Cfr. Hartmann, N., Les principes d ’une métaphysique de la con­


naissance, trad. de R. Vancourt, ed. Aubier Montaigne, 1945, tomo I,
pâg. 319.
Suelen explicarse las corrientes románticas de pensa­
miento como un fenómeno debido a la ley general de oscila­
ción del pensamiento que provoca una reacción de rechazo
del período anterior10. Sin embargo, nos interesa destacar que
la asignación de un carácter redentor a la Naturaleza (aspecto
que desaparecerá con el pesimismo) ya estaba presente en la
Ilustración y su búsqueda de un nuevo paradigma legitima­
dor. Por otro lado, la explicación por la ley nombrada nos pa­
rece correcta pero parcial ya que se limita a la dialéctica in­
terna de la historia de la filosofía sin hacer referencia a los
procesos históricos externos a la filosofía, pero no por ello
indiferentes a su desarrollo. Consideramos que el espectáculo
de los cambios históricos debidos a la Revolución francesa
así como la desilusión posterior y el progresivo avance del
capitalismo industrial no han sido ajenos a la tentación de
postular la existencia de entes metafísicos no necesariamente
racionales que dirigen la historia11.
Así, la nueva conciencia pesimista, por boca de Schopen-
hauer, acusa tempranamente a Hegel, cuando aún la interpre­
tación de la Historia que éste hiciera gozaba de gran prestigio
y unánime aceptación, de ocultar el horror del devenir, la
injusticia de los acontecimientos históricos, bajo el pretexto
de que se trataría de momentos necesarios para la consecu­
ción de la Idea. El optimismo racionalista sería, en realidad,
en el mejor de los casos, un consuelo de la conciencia, en el
peor, una mentira de los filósofos que sirven al Estado. Una
simple mirada a nuestro alrededor podría convencemos de
que el mundo está regido por el azar y el error.

10 Brehier, E. Histoire de la Philosophie, tomo II, La Philosophie Mo­


derne deuxième partie, xixème et XXème siècles, Pans, Librairie Félix Al­
ean, 1932, pág. 587. También A. Béguin en el estudio ya citado se refiere
al romanticismo como un fenòmeno reactivo frente al racionalismo de la
Ilustración.
11 Ver la presentación que realiza Marcuse del idealismo alemán y en
particular del sistema hegeliano en la introducción a Razón y Revolución.
Hegel y el surgimiento de la teoría social, Madrid, Alianza Editorial,
1972, págs. 9-21.
El irracionalismo de Schopenhauer termina con una larga
tradición filosófica occidental que postulaba una inteligencia
suprema ordenadora como fundamento de la realidad. Esta
razón con mayúsculas explicaba la existencia de los entes y
servía de garante de los valores morales.
Con el filósofo de El Mundo como Voluntad y represen­
tación, el pensamiento, la conciencia, no son más que un pro­
ducto de la Voluntad de Vivir (Wille zum Leben). El conoci­
miento intuitivo y el racional sólo son medios para la conser­
vación del individuo y de la especie. La formación científica
del filósofo, sus conocimientos de la fisiología de la época
(no olvidemos que había comenzado los estudios de Medici­
na que luego abandonó para seguir los de Filosofía) lo lleva­
ron a afirmar que el pensamiento es una función del cerebro y
que éste es un órgano en el que se objetiva la Voluntad de vi­
vir, energía universal que subyace a los entes del mundo
fenoménico.
En su debate con el materialismo, la teoría del Incons­
ciente universal propone una solución de recambio que impli­
ca en cierto modo una retirada estratégica frente a la ofensiva
de las ciencias particulares. Si bien se mantiene la afirmación
de la necesidad de la presencia del alma como principio de
animación de los seres vivos, el alma pierde su carácter sus­
tancial estático, que es reemplazado por otro que podríamos
calificar de “relacional dinámico”. Así, el alma será definida
por E. von Hartmann como : “la suma de las acciones ejerci­
das sobre un organismo por lo Uno-Inconsciente”12.
Las almas individuales han desertado los cuerpos para
fundirse en la unidad del Inconsciente, entidad misteriosa y
providencial de la que ciertas pulsiones nos hablan con elo­
cuencia.
Ni la Voluntad de vida schopenhaueriana, ni el Incons­
ciente hartmanniano pueden ser reducidos a mero símbolo de
una realidad mecánica que explicaría la existencia de los se­
res vivos y su obstinada reproducción a partir de una azarosa
combinación de elementos simples. Aun cuando E. von Hart-
mann acepta la tendencia de la química de la época a conside­
rar la aparición de la vida en la Tierra como resultado de una
particular organización de la materia inorgánica, acuerda a
esta circunstancia lo que podríamos llamar un “carácter po­
tencial”.
En efecto, las condiciones químicas favorables a la
formación de las primeras células requieren, para el filósofo,
el concurso de un principio espiritual que las active: “En
cuanto se produce la posibilidad de vida en un cuerpo, el In­
consciente lo anima, ejerciendo sobre él las funciones psíqui­
cas que la constitución de ese cuerpo comporta”13.
No entraremos aquí a discutir el problema del idealismo
y el materialismo enfrentados en el pensamiento de Schopen­
hauer. Ya lo hemos examinado en otra ocasión14. Sólo desta­
caremos esta noción de razón como instrumento que será re­
tomada por Nietzsche y que dejará sentir su poderosa presen­
cia en la concepción psicoanalítica de la conciencia como un
tenue velo que oculta los abismos de la libido, verdadero mo­
tor de la conducta.
Emmanuele Severino considera a Schopenhauer como el
primer filósofo contemporáneo porque su definición de la ra­
zón como instrumento de la Voluntad de vivir se inscribe en
el proceso de “ocaso de la razón como remedio”15 adecuado
al miedo producido por el devenir. También ha sido califi­
cado de “último de los grandes idealistas alemanes”16 y único
de ellos capaz de liberarse de la herencia teológica que les
llevaba a considerar al Logos como el fundamento de los en­
tes. De esta separación drástica entre religión y filosofía, deri­
van su postura atea y su visión desesperanzada de la realidad.

13 Hartmann, E., op. cit., pág. 262. En el capítulo titulado “La esencia
de la generación desde el punto de vista de la unidad y universalidad del
Inconsciente” se debaten las teorías científicas, teológicas y filosóficas so­
bre el origen de la vida.
14 Cfr. Puleo, Alicia H., Cómo leer a Schopenhauer, Gijón, Júcar, 1991.
15 Severino, E., La Filosofía contemporánea, trad. de Juana Bignozzi,
Barcelona, Ariel Filosofía, 1986.
16 Philonenko, A., Schopenhauer, une philosophie de la tragédie, Paris,
Librairie Philosophique J. Vrin, 1980, pág. 122.
¿Qué es esa Voluntad de vivir que nuestro filósofo pone
en el lugar que antes ocupara la razón? Es la esencia de toda
manifestación fenoménica. Es la fuerza que descubrimos den­
tro de nosotros mismos a través de la introspección. Schopen­
hauer prefiere el término de “Voluntad” al de “fuerza” porque
este último, extraído del ámbito de la naturaleza, denota algo
que no nos es dado a conocer directamente, mientras que la
palabra “voluntad” adquiere un claro sentido procedente de
nuestra propia experiencia interna. Por ello, a sus ojos, resulta
más adecuado extender su uso al mundo de los objetos inani­
mados que no realizar el procedimiento inverso. Llamará en­
tonces Voluntad a la energía que anima y constituye tanto la
manifestación de las fuerzas naturales como la conducta hu­
mana. La Voluntad es la esencia del universo. A pesar de las
reiteradas declaraciones del filósofo en el sentido de que no
debía entenderse su teoría como un materialismo, este mo­
nismo de la Voluntad ha sido considerado un “panergetismo
naturalista” 17 o identificación del ser con la energía natural.

En todo caso, lo que ahora nos interesa es la relación es­


tablecida por Schopenhauer entre esta Voluntad de vivir y la
sexualidad. El acto sexual y la reproducción son considerados
como la más evidente “afirmación de la Voluntad de vivir
pura y sin mezcla”18.
Femando Savater subraya el lugar central ocupado por la
sexualidad en la teoría schopenhaueriana al sugerir que final­
mente no es tan errada la tendencia de muchos lectores de
Schopenhauer a atender fundamentalmente a lo que éste dice
sobre el sexo, ya que una lectura más profunda muestra que
la clave de su metafísica reside en el deseo sexual elevado a
principio ontològico. Respecto a la categoría de tema funda­
mental de la Metafísica que la sexualidad adquiere con este
maestro del pesimismo, observa: “Después de tantos siglos de

17 Cfr. Maceiras Fafián, “La Voluntad como energía”, en Anales del Se­
minario de Metafísica, número 23, 1989, Schopenhauer (1788-1988): Pe­
simismo y nihilismo, pág. 119-133.
18 Schopenhauer, A., El Mundo como Voluntad y representación, IV, 60.
exclusión del campo filosófico, la sexualidad se convierte por
fin no en un tema más de cierta filosofía, sino en la raíz
misma de la comprensión del universo” 19.
La conciencia de esta innovación estaba presente en el
mismo Schopenhauer, quien mostró su asombro por la indife­
rencia que la Filosofía había manifestado generalmente por
un fenómeno de tan singulares características. Al comenzar el
complemento dedicado a este tema, afirma que el único filó­
sofo que antes que él se interesó por el amor fue Platón. Sin
embargo, considera insuficiente y parcial el análisis que éste
lleva a cabo en El Banquete y en Fedro porque se refiere es­
pecialmente a la atracción homosexual y, por otro lado, se
contenta con elaboraciones míticas.
El carácter imperativo de la atracción erótica, su fuerza
avasalladora que no atiende a conveniencias personales o
sociales, sugirió al filósofo que se trataba de la manifestación
más clara de esa energía cósmica que llamó Voluntad de vi­
vir. Observa Savater que las cualidades asignadas a esta úl­
tima parecen haber sido extraídas de la observación del deseo
sexual: “repetición obstinada de lo mismo, urgencia ciega y
perentoria, menosprecio del individuo en beneficio de la fun­
ción específica, imposibilidad de una satisfacción definitiva,
falta de miramientos morales en la consecución de sus fines,
perpetuación del dolor y del hastío”20. Estas dos últimas ca­
racterísticas nos remiten al problema ético.

Si la filosofía de Schopenhauer ha podido ser conside­


rada una filosofía de la tragedia, ello se debe a la mirada
amarga y carente de esperanza que dirige hacia el mundo.
Como el espectador de la tragedia, el filósofo sabe de ante­
mano que no es posible creer en un final feliz. Su interpreta­
ción del monólogo de Hamlet resume este pathos de una radi-
calidad pocas veces alcanzada en la historia de la Filosofía: el
no ser absoluto es preferible a la triste condición de nuestra

19 Savater, F., “Génesis del pesimismo genital”, en Savater, F. ed., Filo­


sofía y sexualidad, Barcelona, Anagrama, 1988, pág. 19.
20 Ibíd, pág. 19.
existencia. Esta convicción abre paso a un sentimiento que
más tarde se expresará en el existencialismo y el teatro de lo
absurdo: la vida es trágica porque es sufrimiento absurdo.
La Filosofía no puede ya reconocer un sentido trascen­
dente al mundo y a la existencia humana. Su desolada luci­
dez, libre ya de toda atadura de lo que más tarde fueran lla­
mados “los grandes relatos”, descubre que la única finalidad
de la vida es reproducir su ciego ciclo de dolor hasta el in­
finito.
¿Y no es acaso el instinto sexual el responsable de esa
obstinada sucesión de vidas carentes de sentido?

U n a m e t a f ís ic a d e l a s e x u a l id a d

F.L. Mueller21 estima que el complemento de El mundo


como voluntad y representación, titulado “Metaphysik der
Geschlechtsliebe” es, en general, traducido erróneamente al
francés por “métaphysique de I’amour” cuando en realidad,
¿en alemán, se refiere a una metafísica de la sexualidad. Lo
mismo podemos decir de la traducción al español (“Metafí­
sica del amor”). Esta observación nos confirma en la creencia
de que “La Metafísica de la sexualidad” de Schopenhauer y
“El Inconsciente en el amor de los sexos” de Edouard von
Hartmann, su discípulo, constituyen, en el espíritu de sus au­
tores, no sólo un intento de explicación del curioso fenómeno
de la pasión amorosa, sino un elemento clave dentro de sus
sistemas ya que aportan la prueba más sorprendente de la ac­
ción del Inconsciente en el ser humano.
Creemos que esta particular atención de la filosofía a la
sexualidad ha de ser examinada en relación con el dispositivo
de sexualidad puesto de relieve por Michel Foucault. Obser­
vemos que aquello que en el dualismo cartesiano no consti­
tuía más que una modalidad accidental de la sustancia ex­

21 Mueller, F., L’irrationalisme contemporain. Schopenhauer, Nietzs­


che, Freud, Adler, Jung, Sartre, Paris, Payot, 1970, pâg. 15.
tensa que forma los cuerpos, se convierte en principio onto-
lógico y en consecuente tema de discusión filosófica22.
Schopenhauer comienza su tratamiento del tema refirién­
dose a la pasión amorosa y demuestra su fuerza por los casos
Üe suicidio y trastornos psíquicos provocados por ella. Basta
una lectura de los periódicos (el filósofo era lector asiduo de
prensa) para convencerse. No se trata, pues, de una invención
de los poetas. Es una realidad cotidiana. Su increíble fuerza
sólo puede ser explicada por una raíz instintiva: el instinto se­
xual. La misma posibilidad del “amor a primera vista” consti­
tuiría una prueba suplementaria de que no nos hallamos ante
un producto del entendimiento sino ante una manifestación
de la Voluntad de reproducción de la especie.
La atracción de los sexos es esclavitud del individuo a la
especie, es el aspecto de nuestro ser en el que el Inconsciente
manifiesta su poder para vencer todo cálculo egoísta. Si bien
no es el único instinto que podemos observar en nosotros, es
aquel que no se refiere únicamente a nuestra satisfacción y
supervivencia personales.
A diferencia del hambre y la sed, el deseo sexual se halla
dirigido a la generación de un nuevo individuo, distinto de
nosotros mismos y por el que será necesario sacrificarse.
El instinto sexual prueba la supremacía del Inconsciente
sobre la reflexión y el intelecto. Es la constatación de la exis­
tencia de la energía cósmica, del monstruo amorfo, del deve­
nir ciego y obstinado dentro de nuestro propio ser. Devenir
que sacrifica a los individuos en aras de un todo en el que el
individuo no puede identificarse, un todo que ni siquiera po­
see ya la jerarquía de los grandes valores del espíritu.

22 Para un análisis del pensamiento cartesiano con respecto a la existen­


cia de los sexos y su mutua atracción, ver el libro de Paul Hoffmann, La
femme dans la pensée des Lumières, Paris, Association des publications
de l ’Université de Strasbourg, Ophrys, 1977. Desde una perspectiva más
genera], la tesis de Geneviève Lewis, Le problème de l’inconscient et le
cartésianisme, París, P.U.F, 1950, traza un panorama del tratamiento que
los actos inconscientes reciben en los escritos de Descartes y de sus segui­
dores.
El Inconsciente es aquello que el hombre comparte con
las formas más humildes de la vida. Presente en el meca­
nismo de los seres vivos más primitivos, el reconocimiento
de su fuerza en el ser humano constituye una ofensa, una he­
rida narcisística.
Para E. von Hartmann, la adecuación de los órganos de
reproducción de cada sexo a su contrario en todas las espe­
cies, así como la atracción del macho por la hembra de su
misma especie, son prueba de la existencia del Inconsciente,
concebido éste como Providencia que ordena los entes en el
mundo e interviene en su acontecer. La función del Incons­
ciente, al manifestarse en las pulsiones, es la de orientar a un
fin que no es conocido por el individuo.
Aunque el instinto sexual en los humanos se halla más
“individualizado”, no deja de ser la prueba de la preeminen­
cia de los derechos de la especie. Para Schopenhauer, los
griegos habrían intuido esta verdad que simbolizaron con la
figura de Eros. El dios del amor reunía en su imagen mítica
los atributos que caracterizan al deseo sexual: la inocencia
propia de su ser niño, el peligro al que aludían el arco y las
flechas y la inconstancia representada por sus alas. Incons­
ciencia que no se pregunta por las consecuencias de sus actos,
inconstancia que olvida rápidamente al objeto de la pasión:
estos rasgos pertenecen al amor porque éste está inspirado
por el genio de la especie que sólo busca lograr su cometido,
la fecundación. Por eso, después de la pasión viene el tedio y
el individuo se lanza a la búsqueda de nuevas sensaciones
amorosas.
La causa de la obstinación amorosa reside, para Schopen­
hauer y E. von Hartmann, en el carácter instintivo del deseo
sexual, el cual no deriva de ninguna experiencia como lo
prueba su universal imperio en los seres vivos, aún en aque­
llos inferiores que no poseen capacidad de experimentar
placer.
La realización del acto sexual, al que E. von Hartmann
califica de “grosero”, “repugnante” y “humillante”, sólo es
explicable, entonces, por la intervención del Inconsciente . Su
fin es siempre la reproducción, aunque el hombre no la bus­
que o incluso la evite, ya que el objetivo del Inconsciente es
ajeno a la conciencia y se manifiesta en el deseo. Puede ob­
servarse, en este autor, la omisión del recurso schopenhaue-
riano a la idea platónica del nuevo ser como generadora de la
pasión amorosa. Si bien esta última sigue siendo considerada
como un impulso metafísico en tanto tiende hacia aquello que
aun no existe, el acento se halla puesto en la existencia del
instinto de formar un hogar y en los instintos materno y pa­
terno. El filósofo alude a la teoría de la selección natural de
Darwin como una corroboración científica de sus propias te­
sis. Recordemos que Schopenhauer murió sin haber podido
conocer esa obra que conmocionó el conocimiento sobre la
naturaleza: El origen de las especies. Es evidente que des­
pués de la publicación de esta obra ya no podía hablarse de
Ideas inmutables que constituyeran la esencia de las especies.
Pero según la interpretación que hace E. von Hartmann
de la obra del revolucionario investigador inglés, la elección
instintiva dirige teleológicamente el desarrollo de las es­
pecies.
El concepto darwiniano de “supervivencia del más apto”,
que hoy los biólogos prefieren llamar “reproducción diferen­
cial del más apto”23, se ve de esta manera asimilado a una hi­
pótesis que se halla a medio camino entre la teología natural
con su argumento del diseño y la teoría evolutiva que pro­
clama el carácter azaroso y oportunista de los cambios en los
organismos vivientes. Recordemos que el concepto de “o-
portunismo”, aplicado a la evolución de las especies por la
biología, se refiere precisamente a la ausencia de un plan
prefijado y a la adaptación dependiente de las condiciones del
medio.
Si bien E. von Hartmann dedica un capítulo entero a
distinguir su concepto de Inconsciente del concepto de dios
de los teístas, señalando que este último posee el atributo an-

23 Sobre el descubrimiento de Darwin, su impacto en la época y el


punto de vista actual de la ciencia, ver el segundo capítulo de Genética de
la conducta de R. Plomin, J.C. Defries y G.E.MC. Cleam, trad. al español
de L. Pezzi, Madrid, Alianza Ed., 1984.
tropomórfico de la conciencia, la finalidad del Inconsciente,
aunque definida como “intuición clarividente” introduce una
guía de tipo providencial, totalmente ajena al mecanismo na­
tural postulado por Darwin.

Eros, en tanto engaño por el que la Voluntad logra re­


producir su interminable ciclo de insatisfacción, se opone, en
su esencia misma, a la simpatía nacida de la conciencia del
dolor compartido y de la unidad de todos los seres. Esta
forma de sentimiento, la verdadera bondad, es llamada por
Schopenhauer “ágape” y nada tiene en común con los violen­
tos sentimientos nacidos de la atracción sexual. La compasión
ocupa un lugar fundamental en la ética de este pensador, que
se aleja así de la tradición racionalista que deshechaba el sen­
timiento como instancia moral pertinente. La compasión es
“piedra angular de la metafísica” schopenhaueriana24, es la
piedad generada por el reconocimiento del dolor universal.
Schopenhauer considera que el mito de la transmigración de
las almastes la versión popular de la verdad filosófica ense­
ñada en los Upanishads como máximo principio moral: “tat
twam asi” (eso eres tú), somos idénticos a los demás seres.
Todos somos la misma Voluntad de vivir en sus distintas ma­
nifestaciones.
Desde el enfoque pesimista de la realidad como dolor, ce­
der al impulso sexual significa condenar a la vida a un nuevo
ser. Es, por lo tanto, el acto más egoísta que pueda conce­
birse.
Tanto en Schopenhauer como en el continuador de su
línea de pensamiento pesimista, Edouard von Hartmann, la
sexualidad aparece como una de las más claras manifesta­
ciones de la Voluntad y por lo tanto como una de las formas
extremas de la esclavitud humana. El surgimiento de la con­
ciencia pesimista hace que el sujeto se descubra arrojado en
el mundo y portador dentro de sí mismo de la sustancia onto­
lògica que explica el dolor y el sufrimiento imperantes.
El devenir es un caos que no tiene otra explicación ni
sentido que la misma voluntad de vida que lo constituye. El
único acto coherente con semejante descubrimiento será, pues,
la anulación del deseo. El velo de Maya del mundo feno­
ménico ha de ser rasgado. Debemos descubrir la identidad de
los entes tras la multiplicidad de la apariencia.
La verdadera sabiduría consiste en aceptar la Nada y vol­
ver a ella evitando, así, los sufrimientos inherentes al ser. La
única inmortalidad posible es la de la cosa en sí o Voluntad
de vivir, núcleo secreto de la realidad. El individuo es mera
apariencia, simple instrumento de que se sirve la Voluntad
para perpetuarse. El ser en sí del hombre reside en la especie
y la reproducción lo convierte en indestructible. Pero no hay
inmortalidad del individuo porque el principio de individua­
ción es ajeno a la Voluntad de vivir.
La profunda nostalgia del amor que conmociona a los
enamorados y produce las más bellas páginas de la literatura
proviene de la aspiración infinita de la especie a una “existen­
cia infinita”. Los fines de la especie le dan esa apariencia su­
blime, el individuo capta confusamente algo que lo trasciende.
Schopenhauer pone al ascetismo en la más alta posición
de su escala ética. Es la actitud de quien ha comprendido, sea
por el camino de la experiencia o por el de la reflexión filosó­
fica, que la esencia de la vida es sufrimiento provocado por el
deseo y la única alternativa válida para evitarlo es suspender
todo deseo. El filósofo no oculta las fuentes en las que toma
esta concepción: el pensamiento de la India. Los Vedas son ci­
tados a menudo como prueba del temprano descubrimiento
de este aciago carácter del ser.
Consecuentemente, encontraremos en el otro extremo de
su escala ética, en el más bajo, al individuo que se abandona
a los impulsos dictados por la Voluntad de permanencia del
ser. Esta permanencia está asegurada por la reproducción, por
lo tanto, el deseo más culpable será el deseo sexual.
La afirmación del impulso sexual implica la perpetuación
de la cadena de seres que se debaten en el dolor para ser,
finalmente, vencidos por la muerte. De ahí la calificación que
reciben los amantes. Son “traidores”.
La traición de los amantes consiste en sacrificar al indivi­
duo en el altar de la especie. Sus descendientes serán nuevas
sombras fenoménicas que hagan posible, gracias a su es­
fuerzo por sobrevivir y reproducirse a su vez, la inmortalidad
del fundamento o Voluntad de vivir.
Una cierta conciencia difusa de esta culpa explicaría, se­
gún Schopenhauer, el manto de vergüenza que cubre todo lo
que se halla relacionado con la sexualidad. Las normas socia­
les que instituyen el secreto de la sexualidad se derivarían de
la conciencia del mal.
La sexualidad es culpable de atar a las generaciones si­
guientes a la vida. Es la culpa metafísica fundamental, la afir­
mación del mal supremo, o sea, de la vida.
Y el filósofo reinterpreta, entonces, la historia bíblica: el
cristianismo ofrece sendas representaciones de la alternativa
ética a la que el hombre se enfrenta: Adán es la figura de la
afirmación de la vida con la que comienza la serie genealó­
gica, Cristo es la negación ascética salvadora25.
¿Y cuando el impulso sexual no lleva a la reproducción?
¿Es culpable un individuo que evita la trampa de la especie
por medio de prácticas sexuales que sólo busquen el placer y
no impliquen reproducción?
La respuesta de Schopenhauer a esta pregunta nos mues­
tra su distancia respecto al materialismo del siglo XVIII, por
ejemplo, el que podemos encontrar en Diderot y su trata­
miento del amor erótico dentro de las coordenadas de una
ética utilitarista26. Aunque Schopenhauer parte de datos cien­
tíficos de la época, su filosofía es idealista. La Voluntad de
vivir no puede ser reducida a determinismo mecánico de la
materia. El concepto de Idea tomado de Platón asegura, de
manera poco convincente, la articulación del sustrato metafí-
sico (Voluntad) con la realidad fenoménica. La Voluntad de
vivir se objetiva en la Idea del hijo ya desde el encuentro de

25 El Mundo como Voluntad y representación, IV, 60.


26 Cfr. Diderot, D., Suite de l’entretien précédent, en Le neveu de Ra­
meau et autres dialogues philosophiques, Paris, Gallimard, 1972.
las miradas de los enamorados. El mero deseo es una forma
de engendrar. La nueva Idea procurará ávidamente encar­
narse. Luchará por conseguir la materia que precisa para ello.
Su “avidez” y su “violencia” se expresan en la pasión erótica.
En virtud de esta singular interpretación, Schopenhauer
rechaza la utilización de cualquier método anticonceptivo.
Una vez que el deseo genera la nueva Idea no es ético evitar
su encamación. Sería equivalente a un infanticidio. De más
está decir que también condena el aborto. En todos estos ca­
sos, el individuo se limita a aniquilar el fenómeno pero no
puede terminar con la cosa en sí (el noúmeno) producida por
el deseo. Este sólo puede ser aniquilado por la negación de la
Voluntad en un proceso de superación ascética.
Será, pues, necesario dejar que la naturaleza lleve a cabo
sus fines ya que entre ellos se incluye el objetivo superior de
adquirir la luz y liberarse definitivamente27. Por el mismo
motivo, desecha el suicidio como posible abandono del su­
frimiento. El suicida sólo termina con su apariencia fenomé­
nica pero su deseo vital subsiste ya que lo que aborrece no es
la existencia en sí sino determinadas condiciones que se la
hacen insoportable.
Este aspecto de la teoría schopenhaueriana sólo se com­
prende si lo relacionamos con su creencia en la metem-
psicosis o palingenesia. En el capítulo de los complementos
dedicado a la “Metafísica de la muerte”, el filósofo nos habla
de su adhesión a esta doctrina hindú. Con su ayuda, explica
fenómenos que más tarde la sociología explicara de manera
muy diferente. Así, afirma que el aumento de la natalidad tras
las guerras o las pestes es debido a la Voluntad de vivir que
busca encamarse después de una muerte acaecida sin que el
deseo de vida se hubiera extinguido totalmente.
Muy pocos alcanzan el estado de “liberado viviente” pre­
conizado por el ascetismo oriental. Apagar todo deseo es pro­
pio del santo, de aqüel que ha alcanzado el máximo grado
ético posible. Lo más común es la constante caída del indivi-

27 El Mundo como Voluntad y representación, IV, 69.


duo en la mayor afirmación de la vida: la sexualidad. Pero
ello no debe sorprendemos ya que la esencia misma del indi­
viduo es Voluntad. La enorme dificultad de semejante infle­
xión contra el propio ser en sí es revelado por el cristianismo
en el pasaje de los Evangelios en que Jesucristo perdona a la
mujer adúltera e increpa a los que la condenan.
Pero la propia muerte es el castigo que borra “el acto que
no debería haber sido”, toda concepción contiene en sí el ger­
men de la muerte del nuevo ser.
La amplia cultura del filósofo, su gusto por la literatura,
lo llevan a explicar ciertos aspectos de los distintos géneros
teatrales por medio de su metafísica de la sexualidad. La base
del efecto humorístico de las comedias estaría dada por el
conflicto entre los intereses personales y los objetivos de la
especie. El individuo aparece como un títere ridículo some­
tido al deseo de la Voluntad. La obra paradigmática al res­
pecto sería el Decamerón.
También las tragedias utilizan como material esta oposi­
ción entre el individuo y la especie. A menudo nos muestran
personajes destruidos por la pasión amorosa no satisfecha.
Tanto en la comedia como en la tragedia, el efecto emocional
de risa o llanto sobre el espectador está asegurado por el reco­
nocimiento de esa instancia metafísica superior que consti­
tuye nuestro común fundamento.

E s c l a v o s d e l a e s p e c ie : l a t r á g ic a h is t o r ia d e a m o r
DEL PESIMISMO

El discurso filosófico que estudiamos se elabora en tomo


a las bipolaridades:
especie / individuo
fuerza inconsciente infinita / conciencia finita.

El primer elemento engloba al segundo, es la sustancia


primigenia de la que el segundo es configuración particular.
Esta ha alcanzado una cierta independencia con respecto a su
fundamento y puede ser capaz de negarlo, liberándose indi­
vidualmente, como en el ideal schopenhaueriano, o en un sui­
cidio colectivo universal, a la manera de E. von Hartmann,
con el que la ciega voluntad de vida del Inconsciente llega a
su fin. El sentimiento de la necesidad de limitar la enloque­
cida fertilidad de la naturaleza, de detener un proceso que no
tiene otro objetivo que él mismo, parece inspirar estas pá­
ginas de la Filosofía.
La especie acecha al individuo, se insinúa en sus entrañas
para engañarle y cuando la conciencia, borrado el espejismo
de la pasión, comprende que ha sido rebajada al rango de me­
dio para un fin que le es ajeno, ya es tarde. Esta es, en resu­
midas palabras, la historia de amor del pesimismo. En todo
caso, E. von Hartmann consuela al desdichado, asegurándole,
como veremos más tarde, que su sacrificio habrá servido al
progreso de la humanidad. Lo que no puede restituirle es,
evidentemente, su anterior vida despreocupada y el ingenuo
orgullo de creerse fin en sí mismo.
De la lectura de ambos filósofos, parece desprenderse
que este golpe es más acusado en los hombres que en las
mujeres. Asimismo, podemos constatar que la condena que
deja caer Schopenhauer sobre el hombre por ceder a la se­
xualidad es más dura que la que sanciona la misma conducta
en una mujer. Esta última diferencia sorprende a Femando
Savater quien la considera paradójica a la luz de la conocida
misoginia del filósofo. En realidad, las diferencias constata­
das no son contradictorias con las tesis generales. Muy por el
contrario, revelan una gran coherencia respecto a la concep-
tualización de los sexos propia de este pesimismo decimo­
nónico.
Si bien los autores no explicitan directamente los moti­
vos, creemos que es fácil descubrirlos si atendemos a la ma­
nera en que hombre y mujer son presentados. Su caracteriza­
ción es totalmente fiel al discurso propio de la Medicina de la
época.
Tanto Schopenhauer como E. von Hartmann atienden a
los datos de las ciencias de su época. Los últimos descubri­
mientos de la física, química y medicina son empleados para
validar las tesis metafísicas28. Una vez que ha realizado la co­
rrespondiente restricción de la validez de la ciencia al mundo
fenoménico regido por el principio de causalidad, el filósofo
puede utilizar el discurso científico para elevarse más tarde
adonde la ciencia no llega: a la cosa en sí.
Schopenhauer había iniciado sus estudios universitarios
en el campo de la Medicina. Conocía los estudios de fisiolo­
gía de Bichat (1771-1802) sobre los tejidos que componen el
cuerpo. De este científico, toma la explicación de la muerte
como el momento en que las fuerzas físicas y químicas que
componen el organismo (y tienden siempre a recuperar su in­
dependencia) vencen finalmente a las fuerzas vitales.
Pero lo que nos interesa particularmente para nuestro
tema es el contacto de este filósofo con la obra del médico fi­
lósofo Pierre Cabanis perteneciente al grupo de los Ideólogos.
Cabanis se inscribe en una línea de conceptualización dife­
rencial de los sexos que va de Pierre Roussel y su Sistema f í ­
sico y moral de la mujer de 1775 a Julien-Joseph Virey con
Sobre la Mujer en sus aspectos fisiológico, moral y literario
de 1823, pasando por Jacques Moreau de la Sarthe (Historia
natural de la mujer, 1803) y G. Jouard (Nuevo Ensayo sobre
la mujer considerada comparativamente al hombre, princi­
palmente en sus aspectos moral, físico, filosófico, etc, 1804).
La metafísica de la sexualidad pesimista presenta llama­
tiva similitud con la obra de Cabanis, Relaciones de lo físico
y lo moral en el hombre (1802). En primer lugar, destacare­
mos la reducción del amor romántico a fenómeno superficial

28 Para un estudio de los distintos conocimientos científicos presentes


en la obra de Schopenhauer, especialmente los de Física, ver el estudio de
Maceiras Fafián ya citado.
y derivado que oculta su verdadero fin acorde con el plan de
la Naturaleza: la reproducción. En segundo lugar, y esto res­
ponde a la pregunta que nos hiciéramos anteriormente, Ca­
banis, como el resto de los médicos filósofos, ve en la mujer
a un ser totalmente determinado por su destino natural de
madre.
El útero es el órgano determinante en la mujer. Todo su
ser se halla bajo su influencia y en la oposición cerebro-geni-
tales, el sexo femenino se caracteriza por tener el primer tér­
mino totalmente determinado por el segundo. Esta idea había
sido expuesta ya por Roussel en el siglo anterior. Los médi­
cos filósofos del siglo XIX permanecerán fieles a ella: el inte­
lecto de la mujer es sexuado29. En el hombre, en cambio, se
daría una mayor independencia del cerebro respecto a los ge­
nitales.
Como señala Geneviève Fraisse, este discurso médico no
es ajeno a la voluntad de los demócratas de alejar a las muje­
res de la nueva escena política abierta con la Revolución
francesa. Las mujeres habían realizado intentos de apropia­
ción del paradigma de igualdad revolucionario y el patriar­
cado se veía ante una seria amenaza30.
Por ello, a través del discurso científico emergente, se
descalificará su posible intento de participación en la vida pú­
blica. Esta conceptualización del sexo femenino no es un
simple reflejo de las condiciones de vida de la época, como
suelen explicarse, generalmente, las manifestaciones sexistas
de los pensadores. Como prueba de esto último, recordemos
que la madre de Schopenhauer era escritora de renombre y
presidía un salón donde se reunían personalidades notables

29 Para un análisis exhaustivo y comparativo de estos médicos filóso­


fos, ver Geneviève Fraisse, Musa de la razón. La democracia excluyente
y la diferencia de los sexos, trad. al español de A. Puleo, Cátedra, 1991.
30 Esta reapropiación del discurso político liberador por parte de las
mujeres es patente en los cuadernos de quejas y reclamaciones, cartas y
obras polémicas del siglo XVIII. Ver La Ilustración olvidada. El feminismo
francés del siglo xvm, presentación y traducción de A. Puleo, de próxima
publicación en editorial Anthropos.
como Goethe. Sin embargo, su hijo multiplicará las ocasiones
en que en sus obras reclama la limitación de los derechos civi­
les de las mujeres, llegando a afirmar, en Parerga y Paralipó-
mena, que no deberían poder disponer en ningún caso, ni si­
quiera el de viudedad, de su fortuna, pues la dilapidarían a
causa de su vanidad.
Ciencia y filosofía coincidirán en afirmar que el someti­
miento de la mujer a su función sexual le impide alcanzar el
mismo grado de responsabilidad que el varón. La transposición
de la teoría médica vigente a la terminología filosófica lleva a
Schopenhauer a decir que las mujeres son un grado de objeti­
vación de la Voluntad menor que el hombre. Son algo así como
una escala intermedia entre los animales y lo específicamente
humano.
De esta manera, en lo que se refiere a la caída en la afir­
mación de la Voluntad de vivir por la sexualidad, su culpa es
indudablemente menor ya que participa, en alguna medida,
de esa inocencia que tanto nos conmueve en los animales. La
culpabilización del varón, en cambio, es coherente con su ni­
vel de responsabilidad y su grado de capacidad de elevarse
por encima de las determinaciones naturales.
El mayor desarrollo cerebral que Schopenhauer acuerda
al varón lo hace más apto para liberarse de las exigencias de
la Voluntad de vivir y para alcanzar, entonces, un estatus
verdaderamente humano que lo diferencie del animal. El filó­
sofo cita a Koheleth al referirse a esta capacidad de algunos
seres humanos superiores de elevarse por encima de la escla­
vitud de la especie: “he hallado de cada mil un hombre; pero
ninguna mujer entre éstos”31.
La mujer se halla más directamente influida por los dictá­
menes de la especie, por lo que poseerá, en consecuencia, una
menor capacidad de distanciamiento con respecto a ellos. La
sumisión a las leyes de la Naturaleza podrá, incluso, colmarla
en sus aspiraciones y llenarla de alegría. Así lo demuestra el
hecho de que la madre no necesita pensar en lo que será el

31 Schopenhauer, A., Sobre la Voluntad en la Naturaleza, trad. de Mi­


guel de Unamuno, Madrid, Alianza editorial, 1970, pág. 77.
niño en el futuro para encontrar la satisfacción de la materni­
dad. La conducta carente de raciocinio, las torpezas de los pe­
queños la regocijan mientras que el padre, en cambio, ha de
buscar su contento en la esperanza de aquello que los hijos
serán más tarde32.
Por otro lado, el varón ha de ser el sostén económico de
la familia. Amargamente se refiere a ello Schopenhauer cuan­
do dice que no contará a la mujer y a los hijos entre las pose­
siones que puede alcanzar un hombre “porque más bien es
uno poseído por ellos”33. Y Edouard von Hartmann presenta
claramente esta responsabilidad en términos de ley natural.
Señalemos al pasar que una sentencia dictada en el año
1988 por el juzgado militar número dos de Zaragoza revela
una visión similar. Aunque había desertado, un soldado fue
absuelto porque “el encausado actuó movido por el atávico
instinto de conservación de la célula familiar, intentando evi­
tar el mal a su esposa e hijos, a causa de la precaria situación
familiar” (,..)34.
Subraya E. von Hartmann que el impulso de formar un
hogar y convertirse en jefe de familia lleva al hombre a
sacrificar su bienestar si es necesario: “Aunque el pobre dia­
blo ve que en el matrimonio sufrirá hambre mientras que si
permanece soltero tendrá de qué vivir, terminará casándose
de todas maneras”.
Agrega este filósofo que la misma conducta es observa­
ble en los animales, al llegar a la edad adulta. Ambos, ani­
males y hombres, actúan en la misma ignorancia del origen
de sus impulsos. La finalidad de los mismos, determinada por
la especie, les es absolutamente desconocida. Observemos
que este punto de vista presenta similitud con la teoría actual
del gen egoísta en sociobiología. Esta última teoría explica

32 Sobre las actitudes de padres y madres y su relación con los ins­


tintos, ver Hartmann, E. von, Philosophie de Vlnconscient, tomo I, pági­
nas 235-243 del capítulo “L’instinct dans l ’esprit humain”.
33 Schopenhauer, A., Arte del Buen Vivir (fragmento de Parerga und
Paralipomena), trad. al español de E.G.B, Madrid, Edaf, 1990, pág. 90.
34 El País, domingo 6 de marzo de 1988, pág. 17.
las conductas altruistas de las diversas especies como es­
trategias de reproducción del gen a través del sacrificio del
individuo.
Pero si el varón cae en la trampa que le tiende la especie
es, fundamentalmente, por obra de la mujer, encamación
misma de esta trampa. Estamos ante una nueva Eva. La ser­
piente es ahora la Voluntad de vivir que se sirve de ella para
reducir al hombre a simple medio de realización de sus de­
signios.
De esta manera, el individuo, en tanto instancia parti­
cular, es dirigido por una voluntad metafísica, cuyo modo de
actuación no puede dejar de recordamos la astucia de la razón
hegeliana. Para imponerse sobre los cálculos egoístas del en­
tendimiento, la Voluntad de vivir recurre a una estratagema.
Valiéndose de la ilusión generada por el instinto que tiene su
sede en el sistema ganglionar, el individuo confía en buscar
su bien personal cuando fija su deseo en una mujer determi­
nada. En realidad, está cumpliendo los objetivos de la espe­
cie. El egoísmo fundamental del individuo es vencido por la
ilusión de la pasión y creyendo seguir un objetivo individual,
cumple aquello que la Voluntad desea. La astucia de la Vo­
luntad consiste justamente en disfrazarse de voluntad indivi­
dual cuando, en realidad, es pura Voluntad de vivir genérica.
Como cualquier actividad instintiva, la pasión erótica ca­
rece de conciencia de su objetivo. A la manera de la construc­
ción de los panales de abejas, parece estar guiada por una
idea, sin embargo, esta finalidad no está presente en la mente
de los ejecutores.
Afirma Schopenhauer que el sistema ganglionar del que
depende el instinto sexual es propio de los animales inferiores
pero se conserva en los superiores, incluso en nuestra especie,
para asegurar el cumplimiento de las funciones vegetativas.
Es el sistema responsable de todos los movimientos automáti­
cos como respiración o digestión y de las conductas instinti­
vas de reproducción y alimentación de las crías. El cerebro se
halla bajo los dictámenes de este sistema. Cuando en este úl­
timo surge el deseo, inmediatamente se fija en una represen­
tación mental. El individuo cree entonces estar movido por
esa representación y, erróneamente, ve en un objeto exterior
la causa de su deseo.
Acorde con los contenidos del discurso científico de la
época, el pesimismo afirma que en la mujer existe una mayor
predominancia del sistema ganglionar que en el varón. Aun­
que hombres y mujeres poseen el instinto sexual, estas últi­
mas tienen también, según Schopenhauer, otro instinto: el de
nutrición del feto, que se revela en los caprichos alimenticios
propios de las embarazadas.
Schopenhauer extrae una consecuencia curiosa de esta
supuesta menor importancia del sistema ganglionar en el va­
rón. La pederastía es explicada como un resultado de “la ma­
yor preponderancia del cerebro en el hombre”. El gran desa­
rrollo del sistema nervioso central gracias al cual el varón
está más lejos de la naturaleza, sería también el causante de
un mayor margen de error en la determinación del objeto ade­
cuado al instinto. La posibilidad del lesbianismo ni siquiera
es planteada. La completa sumisión de las mujeres a los man­
datos ganglionares lo convierte en imposible.
Que la astucia de la Voluntad de Vivir o Inconsciente cós­
mico se sirve del individuo para sus propios fines se muestra
con toda evidencia en la inevitable decepción que sigue al de­
seo satisfecho. Aunque los amantes creían buscarse uno al
otro sin pensar en el hijo que vendría, o incluso abominando
tal posibilidad, el deseo estaba alimentado por las capas pro­
fundas del ser, por la Voluntad de reproducción de la especie.
El amante se siente “engañado” cuando advierte que la
satisfacción que le ha dado la posesión de esa mujer determi­
nada no ha sido mayor que la que podría haberle provisto
cualquier otra. El “espejismo” se desvanece y la percepción
retoma a la normalidad.
Este análisis de la pasión amorosa como un proceso de
tres momentos (deseo, satisfacción y decepción) no es nuevo.
Lo encontramos también en los ilustrados. Así, en la Enciclo­
pedia de Diderot, el artículo “Hombre, según la moral” des­
cribe esta pasión como una ilusión transitoria que, una vez
colmado el deseo, hace que el amante se descubra junto a una
mujer tan “ajada” como las flores que el amor le había ofren­
dado. La diosa de belleza, cúspide de todas las perfecciones,
sólo era una proyección del deseo del enamorado. Sin em­
bargo, debemos señalar que en este artículo de la gran obra de
la Ilustración no hay referencias al objetivo de reproducción
de la especie. La concepción de la mujer como madre es el
resultado de un largo proceso que alcanza su culminación du­
rante el siglo X IX . Diderot no es Rousseau. El énfasis está
puesto en la búsqueda del placer (masculino) sin alusión a sus
consecuencias.
Desde la perspectiva de Schopenhauer, esta mera bús­
queda del placer personal no es más que un engaño. En reali­
dad, como ya hemos visto, el hombre actúa movido por la
Voluntad de vivir que lo empuja a la procreación de un indi­
viduo determinado, el más adecuado a la Idea de la especie.
Veremos más adelante cómo se concreta esta elección. Reten­
gamos por el momento que se trata de un violento deseo de
posesión del cuerpo femenino. Prueba de ello es para el filó­
sofo el hecho de que en muchos casos el hombre se satisface
por medio de la violación o pagando los favores sexuales, lo
que demuestra que no necesita obligatoriamente suscitar un
sentimiento de atracción similar al suyo en la mujer.

L a s r a z o n e s d e l a p a s ió n

¿Cuáles son los dictámenes de la Naturaleza para


Schopenhauer y E. von Hartmann? Ambos filósofos diferen­
cian entre deseo sexual meramente físico, provocado por la
excitación de los órganos, y pasión amorosa. Esta última es
de origen metafísico. Inspirada por el genio de la especie,
tiene por objetivo la mejor constitución posible de la gene­
ración siguiente. E. von Hartmann sigue, paso a paso, las ex­
plicaciones del maestro del pesimismo e incluso remite a su
obra en cuanto a los detalles que dan cuenta de la elección de
la pareja.
Schopenhauer distingue varios grados de manifestación
del instinto. Todos ellos comparten un mismo objetivo: la
reproducción de la especie. Sin embargo, son diferentes. El
grado más bajo o simple instinto sexual pone el énfasis en la
cantidad, es promiscuo, no selecciona individuos en su fija­
ción del deseo. El grado más alto, la pasión, se guía por la ca­
lidad. Al fijarse en un solo individuo es, necesariamente, más
intenso, más concentrado. La elección no es realizada por el
entendimiento sino por la Voluntad de vivir. Esta designa el
objeto amoroso en virtud de la posibilidad de nacimiento de
un nuevo individuo que satisface en grado sumo la Idea de la
especie. Para que esta última se perpetúe, debe conservarse el
tipo que la caracteriza. Así, tras disculparse por descender a
un nivel tan empírico en una obra filosófica, Schopenhauer
dividía en dos grupos las causas que explican la elección de
una pareja: las consideraciones absolutas y las relativas. Las
primeras, cuando es el hombre quien elige, son: edad, salud,
estructura ósea, moderada gordura, belleza del rostro y, en
menor medida, cualidades intelectuales. Edad y salud son las
consideraciones más importantes porque se hallan en estrecha
relación con la capacidad reproductiva. Aunque una mujer
madura pueda conservar su belleza, no podrá despertar el de­
seo masculino porque el período más adecuado en cuanto a la
disposición reproductiva es entre los dieciocho y los veinte
años. En lo que se refiere a la estructura ósea, el aspecto im­
portante es la armonía de proporciones del esqueleto, los
dientes por ser un rasgo hereditario y la pequeñez de los pies,
característica humana relacionada con la postura vertical. El
objetivo inconsciente de conseguir una buena nutrición del
futuro niño despierta el interés por la abundancia no excesiva
de las carnes y, sobre todo, la redondez de los senos. Una
boca pequeña, precisamente lo contrario de las fauces del ani­
mal, una bella nariz, una frente despejada que sea signo de in­
teligencia, son otros rasgos tenidos en cuenta. Finalmente, las
cualidades intelectuales son también un factor de atracción
porque la inteligencia del hijo proviene de la madre. Esta úl­
tima afirmación podría sorprendemos en un filósofo que con­
sidera al sexo femenino a medio camino entre la animalidad y
lo propiamente humano. Sin embargo, sigue siendo coherente
con la totalidad de su teoría. No olvidemos que su teoría ha
degradado a la razón convirtiéndola en mero instrumento. In­
cluso el carácter puramente formal que posee la razón cuando
no trabaja con material suministrado por la intuición le su­
giere un símil con los sexos. La razón sería femenina ya que
sólo puede desarrollar el germen que ha recibido (se basa en
la misma tradición médica que recogiera Aristóteles, tradi­
ción que afirmaba que en la concepción la mujer no contri­
buye con un germen propio sino que se limita a albergar y
alimentar la semilla del varón).
Esta analogía basada en datos erróneos sobre la reproduc­
ción (la ovulación no sería descubierta hasta 1827)se ve re­
forzada por un argumento filológico en la primera obra del fi­
lósofo Sobre la cuádruple raíz del principio de razón sufi­
ciente: en las lenguas latinas y también en las germánicas esta
mera receptividad de la razón habría dado lugar al género fe­
menino de la palabra, mientras que la potencia engendradora
del entendimiento se hallaría expresada por su género mascu­
lino. Consideramos que esta asignación de un carácter feme­
nino a la razón es un síntoma de la gran transformación que
sufre el concepto de razón. Así como podemos observar hoy
que la feminización de una profesión implica su desvaloriza­
ción, también en el ámbito de la teoría la insistencia en la fe­
mineidad de la razón es un signo de su descenso en la escala
de valores de la filosofía. Schopenhauer retoma la definición
kantiana de la razón como sistema de categorías pero le retira
la prerrogativa de fundar la ética. La razón es mero instru­
mento que puede servir para realizar acciones virtuosas o per­
versas. Su naturaleza femenina carente de contenidos, mera­
mente receptiva, sólo permite la fijación y comunicación por
medio de conceptos del conocimiento de las relaciones causa­
les obtenido gracias a la intuición35. En última instancia, toda
verdad procede de la intuición y se apoya en ella. Excepto la
lógica, toda ciencia tiene su fundamento en la intuición pura
o en la empírica.
El conocimiento abstracto ordena y aplica los conoci­
mientos pero empobrece el contenido intuitivo. Los concep­
tos son como imágenes de mosaico que reducen las figuras a

35 El Mundo como Voluntad y representación, 1 ,12.


simples esquemas. Por ello, los conceptos no pueden generar
arte auténtico, sólo imitación. Tampoco serán capaces de ge­
nerar simpatía, virtud o santidad. Unicamente pueden pulir
los modales a través de la cortesía que reprime el egoísmo de
nuestra naturaleza animal.

Aclarado este punto, volvamos ahora a las consideracio­


nes que presiden la elección de la pareja. Las consideraciones
absolutas por las que se rigen las mujeres son las siguientes:
prefieren hombres entre treinta y treinta y cinco años, a pesar
de que los más jóvenes son más bellos, ellas se sienten atraí­
das por el mayor poder genésico de los adultos. Por otro lado,
Schopenhauer, como suele ser habitual en los filósofos
cuando tratan el tema de los sexos, no se aparta ni un ápice de
los prejuicios consagrados y afirma que la belleza no consti­
tuye el atractivo del hombre. En cambio, pesará decisiva­
mente en la elección femenina la fuerza y el coraje necesarios
en el hombre para la procreación y protección de los hijos.
Como ya podíamos imaginar, las mujeres prefieren hombres
feos con tal que posean las “cualidades viriles”: fuerza mus­
cular, coraje, barba, etc. Respecto a esta última, señalemos
que el filósofo detestaba su uso y en Parerga y Paralipomena
insinúa que los hombres que la llevan hacen que se destaque
su naturaleza sexual en detrimento de su carácter de “ser hu­
mano in abstracto”36. Esta observación airada debe enten­
derse en el marco general del pensamiento que tiende a des­
plazar la sexualidad a uno de los sexos, el femenino. El sexo
de la especie es el femenino, el hombre es el neutro, como
bien lo demuestra la doble utilización del término en el sen­
tido de “el varón” y “la humanidad”.

A las consideraciones absolutas, Schopenhauer agrega las


consideraciones relativas que tienden a corregir defectos de
uno de los miembros de la pareja o a equilibrar cierto exceso.

36 Schopenhauer, A., Sobre la Filosofía de Universidad (fragmento de


Parerga und Paralipomena) presentación y traducción de Mariano Rodrí­
guez González, Madrid, Tecnos, 1991, pág. 102.
Así, los rubios se sentirán atraídos por las negras, los fuertes
por las débiles, etc. El objetivo de todas estas consideraciones
es conservar el tipo perfecto de la especie.
A pesar del acuerdo de los dos pesimistas sobre este
tema, podemos señalar ciertas variantes en su tratamiento.
Mientras que para Schopenhauer la diferencia entre deseo fí­
sico y pasión amorosa se manifiesta en la indiferencia del pri­
mero respecto a la belleza de la mujer en la que encuentra su
satisfacción, E. von Hartmann ve la independencia de la ne­
cesidad física y la necesidad metafísica en la incapacidad del
hombre para conformarse con la masturbación.
Perifrásticamente aludido, el onanismo es presentado por
el antiguo militar como una manera mucho más razonable de
acceder al mismo placer, evitando todo aquello que de desa­
gradable puede tener el contacto con el otro sexo. Una prueba
de la existencia del Inconsciente es la obstinación de los
hombres que confunden su deseo con la experiencia real, la
cual no es superior a la obtenida en soledad.
También para E. von Hartmann las mujeres tienen una re­
lación privilegiada con el Inconsciente. Esta característica fe­
menina explica también la mayor frecuencia del enamora­
miento instantáneo en las mujeres. El amor a primera vista re­
sulta, de esta manera, un inequívoco signo de la carencia de
mediaciones con que el Inconsciente se manifiesta en el se­
gundo sexo: “Le ocurre a menudo a las mujeres que se hallan
en comunicación con el Inconsciente de manera más directa
que los hombres”37.
El sexo, la pertenencia social y el grado de desarrollo his­
tórico son factores determinantes, según Hartmann, del tipo
de cualidades que se busquen a la hora de constituir pareja:
“En los pueblos que viven en general menos la vida de la in­
teligencia que la de los sentidos, las preferencias sexuales de­
penden casi exclusivamente de las cualidades corporales: por
eso, las más violentas pasiones se despiertan en ellos en un
instante. En las clases cultivadas de las naciones desarrolla­
das por la inteligencia, la elección inconsciente que preside la
unión sexual busca más cualidades intelectuales que cualida­
des físicas”38.
El amor a primera vista, originado en la exclusiva apre­
ciación de las cualidades físicas sin esperar el conocimiento
de las virtudes espirituales del individuo elegido, es propio de
los pueblos primitivos, de las clases incultas y de las mujeres.
Reconoce E. von Hartmann excepciones a esta regla en el
caso de aquellos varones intelectualmente superiores que su­
cumben inmediatamente a los encantos de una mujer particu­
larmente seductora. Estos casos atípicos son resueltos por el
filósofo como fenómenos que hoy llamaríamos parapsi-
cológicos y el autor llama “magia”: la influencia de un alma
sobre la otra por medios que nos son desconocidos.
Resulta notable la contradicción existente entre las
afirmaciones generales que anteceden y la exposición de las
“consideraciones absolutas” que guían la elección de la pa­
reja según ambos filósofos. La firmeza de los senos, la gor­
dura moderada del cuerpo femenino, su constitución ósea y
su apariencia de salud no parecen cualidades muy intelectua­
les. Por otro lado, si las mujeres se sienten atraídas por el co­
raje masculino no será, según impondría una mínima cohe­
rencia de este discurso, por una cierta superioridad femenina
que llevaría a admirar los valores espirituales, sino simple­
mente porque son incapaces de dar a luz un hijo con tal cuali­
dad sin el concurso de un hombre que posea efectivamente
esa particular característica viril.
Además de las simples contradicciones perceptibles por
contrastación de distintos fragmentos de la obra, podemos ob­
servar, en este discurso sobre la diferencia de los sexos, una
lógica que se halla emparentada con el concepto de “double
bind” o “doble vínculo” desarrollado por la escuela de Palo
Alto como mensaje paradójico inductor de esquizofrenia.
Este concepto, aplicado por Celia Amorós a la dialéctica de
los géneros, pone al descubierto el mecanismo por el cual
aquél que posee el poder de nombrar determina de tal manera

38 Ibid, tomo I, pág. 263.


la significación de las opciones que coloca al colectivo feme­
nino en una situación paradójica, siempre desventajosa. En el
caso que nos ocupa, si la regla que rige la elección en los indi­
viduos de mayor desarrollo intelectual es la preferencia de los
valores espirituales sobre la belleza física, que las mujeres la
cumplan al preferir al hombre feo pero valiente será explicado
por la particular carencia e inferioridad del sexo femenino en
cuanto a coraje se refiere, y no se considerará signo de perte­
nencia a un grupo calificado de superior (como nos permi­
timos sospechar que hubiera sido, si de varones se tratase).
No se interpreta según el mismo esquema el pretendido
atractivo que tienen para los hombres los valores del intelecto
en el momento de señalar a la elegida de su corazón. Apli­
cando la misma lógica debería concluirse que tal preferencia
tiene lugar debido a la esencial inferioridad intelectual mas­
culina. Como tal explicación no se produce, debemos limitar­
nos a retener que las mujeres se encuentran, según E. von
Hartmann más próximas al Inconsciente que los hombres y
que esta cercanía se manifiesta en el instinto materno y la ten­
dencia al enamoramiento inmediato.

¿ U n p e s im is m o o p t im is t a ?

Para Hartmann, como para su maestro, el Inconsciente


manifiesta su dominio sobre el hombre en especial en aque­
llos actos relacionados con el impulso sexual. La Voluntad se
perpetúa creando nuevos seres, contra la lógica que advierte
que recrear la vida es repetir hasta el infinito el sufrimiento.
El Inconsciente hartmanniano funda la unidad del cos­
mos, puesto que: “los individuos en la naturaleza sólo son
sustancias distintas en apariencia, en el fondo, son simple­
mente fenómenos objetivos de la sustancia única”39.
Pero las formas del retomo al reposo varían de Schopen-
hauer a E. von Hartmann y esta diferencia puede ser ex­
plicada por diversas razones no excluyentes. Mientras que en
el primero la vía de salvación es concebida como una retirada
individual frente al horror experimentado por el reconoci­
miento de tal voluntad monstruosa como noúmeno, en el se­
gundo hay una recuperación de la teleología y una exigencia
de salvación colectiva a través de la autodestrucción de toda
la humanidad.
Podemos considerar este cambio como la resultante del
intento de síntesis que realiza Hartmann entre Schopenhauer
y Hegel. El Inconsciente hartmaniano no es pura voluntad
ciega, sino que contiene la Idea en potencia.
Para explicar la existencia de dos principios aparente­
mente independientes (Idea y Voluntad) sin caer en un dualis­
mo, Hartmann recurre a la sustancia de Spinoza y hace, de los
dos principios anteriormente indicados, dos atributos de un
mismo fundamento: “Si admitimos la identidad sustancial y
sólo la diferencia de función y de estado de los dos princi­
pios, obtenemos la sustancia única de Spinoza con sus dos
atributos”40.
De esta manera, el pesimismo es moderado por la in­
fluencia del idealismo absoluto. Si bien la Voluntad es per­
ceptible en el sufrimiento y el mal del mundo, la Idea es res­
ponsable del proceso teleológico que puede observarse en la
evolución natural y en la Historia.
Debemos también tener en cuenta la reflexión de Fichte
sobre la relación íntima entre el filósofo y la teoría que éste
adopta. Las diferencias entre Schopenhauer y E. von Hart­
mann deben sin duda corresponder a temperamentos y perso­
nalidades diferentes que, de postulados iniciales similares,
conducen a conclusiones de significativa diferencia.
Por último, es posible interpretar esta variante de la pro­
puesta de liberación frente al determinismo de la Voluntad
como una necesidad de restaurar el sentido y los lazos con los
demás seres humanos. La vía del ascetismo schopenhaueria-
no junto con su interpretación del mundo como dolor irrepa-

40 Ibid, tomo II, pág. 557.


rabie pueden resultar demasiado difíciles de aceptar en tanto
implican una estrategia puramente negativa y aíslan al indivi­
duo del resto.

El proyecto dador de sentido retoma, de esta manera, en


pleno pesimismo, bajo la forma de una acción encaminada a
eliminar el sufrimiento de todos los seres vivos. Y aunque
esta acción tenga como meta final la destrucción del mundo y
de sus pobladores, la anima una idea de redención. La desa­
parición total de la vida sobre la Tierra es para E. von Hart­
mann la solución radical y verdadera al problema ontològico
del sufrimiento. El filósofo pesimista ha de ser, entonces, un
optimista militante de la causa de la Nada.
Esta esperanza de que habrá un tiempo en que todo su­
frimiento haya terminado alienta la “Marcha fúnebre por la
muerte de la Tierra” de Jules Laforgue, un poetar que fue
partidario entusiasta de las teorías pesimistas hasta el punto
de tener la obra fundamental de E. von Hartmann como libro
de cabecera. Las estrofas de esta “Marcha” enumeran las tor­
turas, errores y locura que caracterizaron a la Historia pero se
cierran por un mismo estribillo que asegura que todo horror
tendrá su fin: “Pero duerme, todo ha terminado, duerme eter­
namente”41.
La rehabilitación de la Historia como realización pro­
gresiva de la conciencia pesimista implica una visión más po­
sitiva del fundamento inconsciente que la constituye y, conse­
cuentemente, de las consecuencias del deseo sexual. Hart­
mann atribuye a la estrechez propia del idealismo subjetivo al
que adhiriera Schopenhauer la irrelevancia que en su pensa­
miento tiene la Historia y su progreso, ausencia derivada de
la concepción de la irrealidad del tiempo.
Sin embargo, el optimismo con que E. von Hartmann
modera el pesimismo schopenhaueriano difiere notablemente
del que caracterizara al romanticismo alemán. Mientras que

41 Laforgue, J., Les complaintes. L’imitation de Notre Dame La Lune.


Derniers vers, Paris, ed. A. Colin, 1959, págs. 12-15. La traducción es
nuestra.
para Hegel el progreso de la Idea implicaba un aumento de la
libertad, para Hartmann, cuya concepción de la libertad es
puramente negativa (ausencia de impedimento), la meta final
de la evolución histórica es la felicidad. Esta última se revela
como el objetivo de todo ser viviente.

E l p r o g r e s o a t r a v é s d e l o s t r e s e s t a d io s d e l a il u s ió n

Pero el progreso de la conciencia en la Historia es, justa­


mente, la adquisición gradual de la convicción de que esta fe­
licidad, en tanto felicidad positiva, es imposible de alcanzar.
Los tres estadios de la ilusión por los que pasa necesaria­
mente la humanidad corresponden a las diferentes formas que
el hombre prueba para eliminar el sufrimiento de su vida.
Tras haber puesto toda su energía y esperanza en lo que
se considera bienes, tales como el amor, el placer de la co­
mida, la amistad, la gloria, el poder, el placer intelectual o
artístico, la riqueza, el honor o la vida piadosa, el hombre
llega, a través de infinitas decepciones, a comprender que
nada de todo esto le dará el único bien deseado en última ins­
tancia: la felicidad.
Este desencanto, que hace visible el carácter ilusorio y
vano de todo aquello por lo que la mayoría de los hombres se
esfuerzan habitualmente, es, según Hartmann, una conquista
ya antigua de la humanidad. Se remonta a los hebreos, grie­
gos y romanos, todos los cuales, aunque con diferentes doc­
trinas, concibieron como posible la realización de la felicidad
en la tierra. En las obras maestras de la Antigüedad, cree el
filósofo percibir una melancolía y un pesimismo que prueban
el fracaso de tales actitudes vitales.
El primer estadio de la ilusión que considera posible al­
canzar la felicidad aquí y ahora, deja su lugar al segundo es­
tadio. En el desencanto y la angustia provocados por el de­
rrumbe de la antigua esperanza, encuentra su terreno propicio
la prédica cristiana que reconforta con la promesa de la felici­
dad celeste. El cristianismo se basa en la actitud egoísta de
los individuos, que no alcanzan aún la actitud de renuncia ne-
cesaría para aceptar la inexorable pérdida del yo propio. Este
segundo estadio de la ilusión se caracteriza, entonces, por la
esperanza de una felicidad futura en el más allá.
Poco a poco la crítica del dogma, que se inicia con la Re­
forma, conduce a la disolución de la firme creencia conso­
ladora de la vida posterior a la muerte. Observa E. von Hart­
mann que, paralelamente a este fenómeno de decadencia del
cristianismo, se produce un resurgimiento de las antiguas for­
mas de la esperanza. El optimismo acompaña el aumento
considerable de la actividad comercial, industrial y política.
El pensamiento y el arte manifiestan también un gran dina­
mismo. Debemos señalar que el autor de la Filosofía de lo In­
consciente no establece ningún lazo causal entre el desarrollo
socio-económico y la renovación de la creencia en una felici­
dad positiva. Se trata más bien de una recaída en el primer es­
tadio de la ilusión debida a la debilidad del espíritu humano
que se niega a reconocer la dura verdad. En el pensamiento
de E. von Hartmann, el desarrollo industrial y comercial de
los tiempos modernos cumple una función accesoria: la de
crear medios de comunicación entre los pueblos que faciliten
la constitución de una conciencia universal.
Fiel a su hipótesis de la evolución y el progreso, nuestro
filósofo ve, en cada estadio, una adquisición duradera de la
humanidad. En un movimiento similar a la espiral de Vico,
los estadios de la ilusión hartmannianos esconden, en un apa­
rente retroceso, el avance realizado en el recorrido anterior.
Así, por ejemplo, el segundo estadio, que puede parecer in­
fantil si se lo compara a los sistemas filosóficos de la Anti­
güedad, contiene la experiencia pasada en su negación de la
posibilidad de concretar la felicidad en este mundo.
El tercer estadio, que a primera vista presenta una recaída
en las ilusiones del primero, es en realidad un importante
paso hacia adelante en la Historia. Su superioridad con res­
pecto al primero reside en el descubrimiento del progreso y la
evolución como nociones claves aplicables a toda la realidad.
Estos conceptos que Aristóteles había elaborado para la ex­
plicación de los organismos vivos, encuentran su plenitud en
el tercer estadio. De Leibniz a Hegel, la noción de progreso
se afirma como movimiento de la totalidad del ser. Las mis­
mas ciencias particulares convergen con las afirmaciones de
la Filosofía en tal sentido. La química, la arqueología, la bio­
logía y las demás disciplinas científicas prueban, con sus ha­
llazgos, la realidad de la evolución en los distintos planos en
que se articula la totalidad.
Pero es también el alto desarrollo de la industria y con
ella, de la economía, el responsable del espejismo propio de
este tercer estadio: la confianza en la ciencia y la tecnología
como el remedio absolutamente eficaz. Podemos considerar
este tercer estadio de la ilusión como la visión desengañada
del tercer estadio o estadio positivo anunciado por Auguste
Comte como la panacea a los males del mundo.
E. von Hartmann se esfuerza en probar que los progresos
de la ciencia y las mejoras sociales de todo tipo que se logren,
serán incapaces de erradicar el sufrimiento, ya que éste hunde
sus raíces en lo ontològico. Como muestra de ello, señala la
permanencia de la maldad y el egoísmo a pesar de las mejo­
ras logradas en la sociedad en lo que se refiere a comodidades
derivadas de la técnica. Toda mejora tecnológica será siempre
un mero alivio de algún mal en particular, pero ello no impe­
dirá que mil otras dificultades empañen el sueño de la feli­
cidad terrestre.

Por otro lado, el mismo desarrollo económico acarreará,


según Hartmann, un empeoramiento de las condiciones de
vida, ya que se acelera el crecimiento desmesurado de la
población. Este dato empírico, proveniente de la observación
de un período de la historia del capitalismo, se ve en nuestros
días desmentido por la caída de las tasas de natalidad de los
países más desarrollados.
¿Cómo interpretaría el pensador decimonónico esta reali­
dad contraria a la que le fue dado conocer en su tiempo? Es
probable que la considerara el comienzo de esa era final de la
Historia en que la experiencia acumulada por la humanidad
apagará el instinto vital: “La envejecida humanidad no dejará
tras ella herederos que puedan sacar provecho de las riquezas
acumuladas en su seno: no tendrá ni hijos ni nietos que per­
turben con la ilusión del amor paterno la seguridad de su jui­
cio. Caerá entonces esa melancolía superior que general­
mente experimentan los genios o los ancianos de gran inteli­
gencia”42.
La visión del amor erótico de Schopenhauer es más trá­
gica que la de E. von Hartmann. Como hemos visto, para el
primero, los amantes son “traidores” que perpetúan el sufri­
miento, mientras que para su seguidor ecléctico, se trata de
individuos que sacrifican su bien individual por el bien de la
humanidad. La existencia de un plan de liberación y progre­
siva realización de la Idea a través de los períodos históricos,
requiere, en el pensamiento hartmanniano, la sucesión de las
generaciones y no la retirada ascética por negación puramen­
te individual del destino de dolor inherente a la vida.
También difieren ambos filósofos en cuanto al carácter
del placer. El optimismo que deriva de postular la existencia
de la Idea lleva a E. von Hartmann a criticar la división reali­
zada por Schopenhauer entre placeres físicos e intelectuales.
El placer no es únicamente supresión del dolor sino realidad
positiva, independiente del dolor, es satisfacción de la Volun­
tad. Un sentimiento de placer derivado de la satisfacción de la
Voluntad es la resultante del apetito, del deseo sexual, de la
curiosidad científica o del amor al arte. No es necesario pos­
tular el cese de un sufrimiento para explicar el placer, ya que
éste puede originarse a partir de un estado de indiferencia.
Asistimos, pues, a una revalorización del placer en el
seno mismo del pensamiento pesimista.
Sin embargo, ambos pensadores concuerdan en el carác­
ter pesimista de su Weltanschauung. A pesar de que E. von
Hartmann otorga al placer una realidad positiva no derivada
del dolor, un detallado recuento del gozo y el sufrimiento de
los seres vivos le muestra la abrumadora supremacía del se­
gundo sobre el primero. Admás, el placer se presenta en la
Filosofía de lo Inconsciente como el anzuelo necesario para
conducir a los individuos a realizar los fines superiores me-
tafísicos.
Pero la astucia del Inconsciente es también en E. von
Hartmann clemencia maternal de la Naturaleza, que aunque
exige sacrificios al individuo, al mismo tiempo le ofrece re­
compensas. Compara el filósofo las exigencias que la socie­
dad tiene con los hombres y las encuentra indudablemente
más duras, ya que actúan a menudo por medio de la amenaza
del castigo, por el temor y no por la promesa de un placer,
como es el caso de la Naturaleza.
Para E. von Hartmann, la capacidad de experimentar pla­
cer es propia de organizaciones complejas de la vida y no la
poseen las plantas o los animales inferiores, que actúan
compulsivamente dirigidos por las finalidades instintivas. El
desarrollo del cerebro y, por lo tanto, de la conciencia, per­
mite al individuo una creciente autonomía con respecto a los
dictados del Inconsciente. Es entonces cuando se hace nece­
sario articular otros medios que aseguren el cumplimiento de
los actos necesarios a la continuidad de la vida. De esta ma­
nera, el placer es un estímulo que incita a los individuos a re­
alizar aquellas acciones que ya no pueden ser cumplidas por
obediencia directa a los mandatos inconscientes.
La especie humana ha demostrado ser capaz de negarse a
llevar a cabo aquello que los impulsos sexuales tienen como
meta. Sin embargo, advierte el pensador, el precio que pagan
los individuos que eligen la castidad es muy elevado, ya que
los instintos no satisfechos son fuente de grandes sinsabores.
Pero tampoco la satisfacción del deseo sexual será ca­
mino hacia la felicidad, muy por el contrario. Nuestros dos
pesimistas están de acuerdo en afirmar que el matrimonio es
siempre causa de desdicha. Schopenhauer afirma que el amor
realizado, generalmente termina en la unión con una mujer
desagradable y odiada. Observemos que el sujeto del discurso
filosófico se revela aquí, abiertamente, como masculino. Pre­
cisamente en temas como el de la sexualidad, es donde más
con mayor nitidez se percibe la parcialidad que lo invalida en
tanto discurso universal.
Nos hallamos, pues, ante la manifestación más simple del
sexismo en la Filosofía. Celia Amorós se refiere a este fenó­
meno en los siguientes términos: “la ideología sexista en filo­
sofía (...) afecta al propio discurso de la genericidad, convir­
tiéndolo en un discurso limitado, resentido de la falsedad que
lleva consigo la percepción distorsionada de la misma, preci­
samente para un discurso que se pretende a sí mismo el dis­
curso de la autoconciencia de la especie”43.
Debemos señalar, sin embargo, que en E. von Hartmann
encontramos un mayor énfasis en afirmar la infelicidad do­
méstica como un mal que concierne a los dos cónyuges. Para
este filósofo, el matrimonio es un mal, pero un mal necesario,
dada la superioridad del Inconsciente y de sus objetivos sobre
la voluntad consciente particular. La ley suprema de la filoso­
fía práctica será, entonces, la sumisión a los intereses genera­
les, al progreso de la especie hacia el suicidio cósmico, sacri­
ficando el bien individual. Los cálculos individualistas de la
razón son reemplazados, en el individuo que ha comprendido
las leyes de la vida, por una actitud de entrega confiada a los
dictámenes de la Naturaleza.
El Inconsciente hartmanniano no posee conciencia de sí
como el Creador judeo-cristiano. La constitución de su ser-
para-sí depende de su realización en los individuos y en la
Historia, a la manera de la Idea en el romanticismo e ide­
alismo alemanes. Será la especie humana, en tanto aquella
que ha alcanzado el mayor desarrollo de la conciencia, la que
cargue con la responsabilidad de la redención. Por ello, el fi­
lósofo considera una actitud egoísta y condenable toda acción
que, guiada por el cálculo racional, evite los sacrificios que
implica la obediencia a las leyes de la Naturaleza. Dentro de
este tipo de acción egoísta, quedan comprendidos: el suicidio
como decisión puramente individual, el ascetismo schopen-
haueriano que no es más que un intento de salvación aislada
de los demás y también, en el otro extremo del espectro
psico-social, los amores pasajeros que no buscan más que la
voluptuosidad.
De esta forma, nos hallamos ante una legitimación de las
instituciones establecidas basada en la naturaleza. Partiendo

43 Amorós, C., Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona,


ed. Anthropos, 1985, pág. 24.
de la existencia del vínculo matrimonial en la sociedad que le
es dado observar, el filósofo busca en las demás especies un
lazo que se le asemeje. Después de narrar algunos casos de
parejas de animales estrechamente unidas que prefirieron la
muerte a la separación, concluye que sólo un instinto puede
tener tal fuerza. Su definición del matrimonio, independiente
de las ceremonias civiles o religiosas, como voluntad de
unión duradera, le permite afirmar que la institución matri­
monial es natural y no cultural. Existiría en el ser humano,
hombre o mujer, el instinto de formar un hogar, instinto que
no se detiene frente a las innumerables dificultades y desdi­
chas que puede acarrear semejante voluntad a quien no posee
los medios económicos necesarios. Señalemos que E. von
Hartmann emplea los términos “esposos” y “unión conyugal”
también para los animales.
Como prueba de la fuerza del instinto materno, el filó­
sofo alude a la felicidad que toda madre, aún siendo una mu­
jer culta, encuentra en los menesteres fatigosos que implica el
cuidado de un niño. También este instinto explica el hecho de
que las sirvientas acepten cuidar niños ajenos por el mísero
dinero que reciben.
La fidelidad al principio monista de su filosofía lleva a
E. von Hartmann a interrogarse sobre la totalidad de las mani­
festaciones del Inconsciente en el espíritu humano. La existen­
cia posible de un instinto paterno lo sume en la duda. Afirma
su realidad para negarla en la página siguiente. En todo caso,
si instinto hay, éste es muy débil y se halla reemplazado más
bien por la conciencia del deber, por un afecto nacido de la re­
flexión y finalmente por el peso de las costumbres y la noción
de las conveniencias.
Pero hay dos instintos que E. von Hartmann no duda en
atribuir a ambos sexos: los de formación de un hogar y ma­
trimonio. Sustraerse a la ley natural que éste último implica
no constituye, como ya hemos explicado, un valor moral.
Fuera de él sólo puede haber sensualidad culpable o ascetis­
mo asocial.
La definición del amor como deseo inconsciente de en­
gendrar un hijo muestra que el verdadero lugar de los senti­
dos y de la voluptuosidad es el de simples medios de reali­
zación del fin del Inconsciente. Su elevación a objetivos en sí
implica una degradación del amor. Y el filósofo agrega que,
con esta revelación de los fines verdaderos de la pasión amo­
rosa, espera hacer callar a quienes la denigran y mostrar su
valor moral y trascendente a quienes la veneran como mera
relación personal.
La actitud de E. von Hartmann a este respecto nos recuer­
da la de San Pablo frente a los padres de la Iglesia que predi­
caban un ascetismo férreo incompatible con la sociedad44. Por
considerar que no todos los individuos se hallan preparados
para rechazar la vida y a la espera de que tal estado de espíritu
advenga en el futuro de la humanidad, el matrimonio es con­
siderado la única vía aceptable para dar curso a la sexualidad.
El vínculo conyugal es pensado por Schopenhauer y
E. von Hartmann en peculiar unión de conceptos biológicos y
metafísicos, convirtiéndose, de esta manera, la institución so­
cial del matrimonio en relación natural y destino ontològico.
Incluso las variantes de poligamia y monogamia son explica­
das por la diversidad del instinto de hombres y mujeres en la
naturaleza.
Con este argumento, nos hallamos en plena elaboración
filosófica de la causa atribuida comúnmente a la moral de la
doble norma, característica de la sociedad patriarcal: el hom­
bre es instintivamente polígamo debido a su capacidad de fer­
tilizar a muchas mujeres en un corto período de tiempo; la ne­
cesidad de éstas de tener a su lado un hombre que alimente y
proteja al hijo las hace naturalmente constantes. Por ello, am­
bos filósofos considerarán la fidelidad conyugal masculina
como artificial. El adulterio femenino, en cambio, será abso­
lutamente injustificable ya que no existe en la mujer ningún
instinto que lo explique. Naturalmente monógama, sólo una
degeneración incomprensible puede llevarla a quebrantar las
leyes de su sexo.

44 Sobre la oposición de San Pablo al ascetismo cristiano, cfr. Alzon, C.,


“Wilhelm Reich face au mariage en Droit canon”, en Partisans. Sexualité
et répression (II), julio-octubre, 1972, París, Maspero, págs. 114-130.
Observemos que esta desigual consideración del adulte­
rio de ambos sexos encuentra en el siglo XIX su aplicación
práctica a través del Código civil napoleónico que perdona al
marido que mata a la adúltera y castiga sólo con una multa al
esposo que engaña a su mujer. Por otro lado, considerará
adulterio una sola relación sexual de la mujer fuera del matri­
monio y, en el caso masculino, sólo verá adulterio cuando el
hombre mantiene una concubina bajo el techo conyugal. Esta
legislación llega hasta el siglo XX, extendiendo su influencia
a muchos países que tomaron el Código napoleónico como
modelo.
Y aunque nos parezca que los argumentos biologistas que
sustentaban esta moral de la doble norma no merecen siquiera
nuestra atención en la actualidad y que no vale la pena dete­
nerse en ellos, corresponde señalar que no se hallan absoluta­
mente desterrados de las explicaciones “científicas” actuales.
Un ejemplo de esta persistencia de la fundamentación pseu­
do-biològica, discurso que parece calcado de los filósofos que
nos ocupan, lo encontraremos en las intervenciones de ciertos
especialistas que colaboraron en El hecho femenino, estudio
interdisciplinario sobre la mujer publicado en 1978 por el
“Centre Royaumont pour une Science de 1’homme”45.

B reve historia de u n instinto

La decidida afirmación hartmanniana de la existencia de


un instinto maternal que llevaría a las mujeres a aceptar sin
reticencias los dictados de lo Uno-Inconsciente invita a su
contrastación con el estudio de Elisabeth Badinter sobre este
polémico tema46.
Esta autora combina enfoques filosóficos e históricos
para mostrar la dialéctica que en los tres últimos siglos ha

45 Le fait féminin, París, Fayard, 1978. Actas del Coloquio de Royau­


mont publicadas bajo la dirección de Evelyn Sullerot.
46 Badinter, E., L’amour en plus. Histoire de l’amour maternel (xvilème-
XX siècle), Paris, Flammarion, 1980.
configurado las relaciones materno-filiales. Sus investigacio­
nes nos permiten comprender que la mujer-madre a la que se
refiere E. von Hartmann, hombre del siglo XIX, es la con­
creción de un paradigma que había sido impuesto por filóso­
fos, médicos, moralistas y hasta autoridades policiales des­
pués de una larga batalla desarrollada durante el siglo XVIII.
La dedicación exclusiva y apasionada de las mujeres por
sus hijos, un siglo antes de las elucubraciones de Hartmann,
no era, por lo general, más que un deseo expresado por quie­
nes se preocupaban por la alta mortalidad infantil causada
por el abandono en que se hallaban los niños.
Durante el siglo de las luces, para mantener al niño ale­
jado de su hogar, en donde sólo se lo consideraba un estorbo,
si sobrevivía al viaje rumbo a la casa de la nodriza y a los es­
casos cuidados de ésta, generalmente miserable y poco escru­
pulosa, se lo enviaba inmediatamente a un internado, o con­
vento si era niña.
Poco a poco, en los siglos XVII y XVIII, el envío de los re­
cién nacidos a casa de una nodriza en el campo se extendió
desde las capas privilegiadas de la población a las medias de
comerciantes y magistrados y, finalmente, a los estratos más
bajos cuyas mujeres no podían asumir su cuidado por el tra­
bajo agotador al que estaban sometidas. La noticia de la
muerte del niño era, a menudo, recibida como un alivio.
Entre las voces indignadas que protestan por esta indi­
ferencia de las madres hacia sus hijos, destaca la de Jean Jac-
ques Rousseau. Pero está lejos de ser la única. Se esgrime el
ejemplo de la Naturaleza como modelo que ha de ser imitado:
hembras de especies feroces, salvajes del Nuevo Mundo, mu­
jeres de la Antigüedad parecían cuidar de su prole con un
amor que las civilizadas europeas no parecían poseer.
Así, afirma Prost de Royer en su Memoria sobre la con­
servación de los niños que “la mayoría de las madres no es­
cuchan a la naturaleza”47.
El interés del Estado moderno y de sus ideólogos por el
aumento de la natalidad (cada niño será considerado fuerza de
trabajo y eventual soldado) dio fuerte impulso a este discurso
de la maternidad como realización de la naturaleza femenina.
De esta manera, nos encontramos en pleno siglo XIX con la fa­
milia burguesa organizada en tomo a la mujer-madre que reina
en el ámbito de lo privado tras haber renunciado a las veleida­
des mundanas o intelectuales de las antiguas aristócratas.
Observa E. Badinter que quienes más rápida y calurosa­
mente acogieron los consejos rousseaunianos sobre la educa­
ción y cuidado de los niños fueron aquellas burguesas que
por no tener pretensiones intelectuales ni prestigio derivado
de su rango en la nobleza vieron, inconscientemente, en esta
nueva profesión de fe una ilusión para sus vidas y un aumen­
to de poder sobre los hombres en la esfera familiar.
La mística de la madre inaugura un nuevo estatus de la
mujer como lo prueban algunos estudios de derecho de la
época. Sus funciones inalienables, su figura irremplazable,
implican un recorte de la autoridad del padre y un prestigio
acrecentado.
Por nuestra parte, nos parece importante señalar que si el
desinterés de las mujeres por la maternidad había sido conde­
nado como un renegar de la Naturaleza, la entronización de la
mujer-madre pronto será percibida en sus aspectos negativos.
La nueva mujer “natural”, toda ella instinto materno, en
tanto representante de las fuerzas inconscientes de la especie
de las que extrae sus derechos y poderes, atrae sobre sí el ren­
cor de un varón que siente su libertad amenazada por las cre­
cientes responsabilidades familiares. Este rencor se evidencia
con el pesimismo, de forma muy acentuada en Schopenhauer
y moderada en E. von Hartmann. La mujer-trampa de la espe­
cie hace naufragar la posibilidad humana del hombre de supe­
rar los condicionamientos naturales. Es culpable-inocente ya
que su constitución ontològica no le permite poseer una ver­
dadera responsabilidad, como tampoco le concede un verda­
dero saber. La mujer se caracteriza por la superficialidad de la
cortesía, el adorno o el barniz de cultura, de la misma manera
en que su ser mismo es superficie atractiva que oculta los tur­
bulentos abismos de esa ansiedad nunca satisfecha que es la
Voluntad de vivir o Uno-Inconsciente.
En el siglo en que se elabora el discurso filosófico pesi­
mista que nos ocupa, se produjeron importantes cambios en la
estructura familiar, transformaciones con respecto a las cuales
la filosofía no permanece indiferente.
En Europa, el siglo XIX marca el paso del modelo agrario
de familia al modelo burgués e industrial. La familia pierde
su rol de unidad de producción. Los hijos ya no son riqueza,
en tanto mano de obra para trabajar la tierra. Se atenderá a la
calidad sobre la cantidad: menos hijos pero mejor cuidados.
Un número elevado de hijos significa el peligro de descenso
social para una clase media precaria, la realidad de la miseria
para el obrero y el riesgo de dispersión del capital para el bur­
gués48. No deseamos, sin embargo, reducir la visión negativa
que la filosofía dio de la reproducción de la vida a un mero
reflejo de las condiciones infraestructurales. Creemos que el
fenómeno es más complejo y ha de ser visto desde distintos
ángulos, todos ellos complementarios. Así, por ejemplo, el
mismo énfasis que el pensamiento ha puesto en el individuo
conduce a una mayor sensibilidad con respecto al sufrimiento
y a un interrogante sobre el valor del sacrificio.
La Naturaleza es vivida como una trampa tendida al in­
dividuo en parte porque su ritmo ha entrado en contradicción
con las nuevas estructuras socio-económicas. Esta situación
no es totalmente nueva en la historia de la humanidad ya que,
de una manera u otra, ésta se vio a menudo forzada a limitar
la natalidad a tasas adecuadas a sus medios de subsistencia.
Pero durante largos períodos históricos, esta necesidad
fue asumida en diversas prácticas sin que se la enunciara
claramente a nivel del discurso. Entre los distintos medios
de que los pueblos prehistóricos e históricos se valieron para
ello, los más corrientes fueron la abstinencia sexual (de­

48 Para una exposición de los cambios producidos en el tránsito de la


familia tradicional agraria a la industria urbana, de los fenómenos infraes­
tructurales que lo indujeron así como del debate ideológico que lo acom­
pañó, ver el estudio de Abel Jeanniére titulado “Du parental au conjugal”,
en Sexualité humaine, Centre d’Etudes Laénnec, París, P. Lethielleux,
1966, págs. 171-191.
terminada y justificada por ritos y mitos apropiados), el
aborto, el infanticidio (en especial el femenino, del que China
nos ofrece un ejemplo contemporáneo) y esa forma particular
del infanticidio que es la negligencia sistemática. Los es­
tudios antropológicos muestran la relación indirecta entre
guerra y control de la natalidad en los pueblos pre-indus-
triales49, a través de la elevada tasa de mortalidad infantil fe­
menina generada por una mayor valorización y corres­
pondiente atención preferencial al varón, en tanto futuro gue­
rrero.
Lo que quizás constituye el rasgo peculiar del siglo pa­
sado es la articulación de esta necesidad con una reflexión
sobre el individuo y su aspiración a la felicidad y a la liber­
tad. El sujeto del pensamiento, heredero de la Ilustración, se
siente amenazado por las fuerzas de la Naturaleza que lo ha­
bitan, fuerzas que todavía no es capaz de controlar total­
mente.
El individualismo encuentra sus límites en una institución
familiar elevada a ley natural. La limitación progresiva de las
relaciones sexuales al marco jurídico y religioso del matrimo­
nio, difícil proceso histórico de implantación del vínculo con­
yugal a través de los siglos50, cristaliza en esta definición
filosófica naturalista de su esencia.
La mujer, dotada del instinto materno que en ella cul­
tivaran pensadores y médicos, aparece, bajo esta nueva luz,
como uno más de los males propios de la existencia. La joven
seductora esconde a la madre que reclama el sacrificio del
placer y el final de la libertad. Declarada representante del In­
consciente, su estrella seguirá los vaivenes de la valoración
que a éste se asigne.

49 Ver al respecto el capítulo titulado “Regulación demográfica y gue­


rra” de la Introducción a la antropología general de Marvin Harris, trad.
al español de J. Oliver Sánchez Fernández, Madrid, Alianza Ed., 1981.
50 Cfr. Duby, G., Le chevalier, la dame et le prêtre. Le mariage dans la
France féodale, Paris, Hachette, 1981.
La r e b e lió n d e l s u j e t o m a s c u lin o

Frente a la sexualidad de finalidad reproductora, califica­


da de trampa de la especie, el sujeto masculino elaborará una
respuesta que, sin redefinir en profundidad los elementos en
juego, recupere el placer, liberado de sus consecuencias ne­
gativas. Esta opción será la del erotismo transgresivo. Aun­
que nos ocuparemos de esta nueva formulación de la sexuali­
dad en los dos últimos capítulos de nuestro estudio, avanza­
mos aquí algunos conceptos que nos parece importante poner
en relación con las teorías pesimistas.
En el erotismo transgresivo, la mujer no es un sujeto con
el cual sellar un contrato que respete la dignidad del indivi­
duo al tiempo que permita el goce de su cuerpo a la manera
del derecho real-personal de Kant51, sino un fragmento de na­
turaleza que se resiste a reconocerse como tal y al que será
necesario doblegar.
La violación, que Schopenhauer había ya justificado
como acto necesario para la especie, es redefinida en térmi­
nos gnoseológicos en el siglo XX. La relación sexual es con­
cebida sobre el modelo de la violación y el sacrificio ritual.
La sistematización y exposición completa de esta tendencia
se halla en Georges Bataille.
El erotismo es definido por Georges Bataille como: “la
aprobación de la vida hasta en la misma muerte”52 y es di­
ferenciado de la actividad sexual como una forma particular
que ésta ha tomado en los seres humanos al independizarse
de la reproducción.
Sin embargo, una vez subrayada la distinción, el autor se­
ñala que la diferenciación no puede ser completa ya que la

51 La noción del derecho real-personal de Kant es comentada por


René Schérer en “Sexualidad y pasión. Sobre la Filosofía moderna de la
sexualidad”, en ed. de Femando Savater, Filosofía y sexualidad, op. cit.,
págs. 149-173.
52 Bataille, G., L’érotisme, París, Ed. du Minuit, 1957, pág. 17.
esencia del erotismo continúa estrechamente ligada al hecho
reproductivo. Este último es caracterizado como una mo­
mentánea supresión de la discontinuidad de los seres que
permite la aparición de un nuevo ser discontinuo. Al igual
que la muerte, es continuidad de los seres en tanto supresión
de las barreras del ente individual, disolución en el todo.
Erotismo y muerte estarían profundamente unidos por su
esencia.
Para Bataille, la violencia es parte indisociable del ero­
tismo por la sencilla razón de que, sin ella, no puede haber
superación de la resistencia del individuo que se afirma en su
discontinuidad, en su ser independiente de lo otro. Sacrificios
rituales y relación sexual tienen, entonces, la misma estruc­
tura y el mismo fin: superación de lo individual, destrucción
de sus límites y puesta de manifiesto de la continuidad del
ser. Son vías privilegiadas de acceso a lo Absoluto.
Bajo el título de “La comparación antigua del sacrificio y
de la conjunción erótica”, Bataille se refiere al sacrificio
como una manera, propia de las religiones antiguas y abando­
nada por el cristianismo, de acceder a la realidad del ser a tra­
vés de la violencia. El sacrificador suprime el carácter dife­
renciado de su víctima y la devuelve a la continuidad del ser,
a la vida en su grandiosa y dinámica inconsciencia.
Al pasar inmediatamente a la comparación con el erotis­
mo, no nos depara demasiadas sorpresas al revelamos los in­
térpretes de esta tragedia. Los prejuicios vulgares se cubren
con el ropaje suntuoso del discurso filosófico patriarcal pero
el reparto de los personajes es el mismo de siempre. En una
apología del sacrificio y la violencia, no cuesta mucho adivi­
nar que el varón recibirá el papel de victimario y la mujer, el
de víctima: (la violencia) “es deseada como la acción de
aquel que desnuda a su víctima, a la que desea y quiere pe­
netrar. El amante produce la disgregación de la mujer amada
como el sacrificador sangriento realiza la del hombre o ani­
mal inmolado. En las manos del que la asalta, la mujer es
desposeída de su ser. Junto con su pudor, pierde esa firme ba­
rrera que la separaba de los demás y la hacía impenetrable.
Bruscamente, se abre a la violencia del juego sexual desenca­
denado en los órganos de la reproducción, se abre a la vio­
lencia impersonal que la desborda desde afuera”53.
El discurso irracionalista de afirmación de la Vida ter­
mina confirmando las relaciones de poder existentes. Su rei­
vindicación de la muerte como contrapartida de la Vida no es
ajena al uso que, cotidianamente, las voluntades particulares
dominantes hacen de la violencia para imponerse. El papel
de víctima necesaria para tal experiencia gnoseológica lo
tendrá siempre el ya dominado: mujeres, minorías étnicas,
animales. Estas tres categorías han sido señaladas por Hork-
heimer y Adorno como blanco favorito de la crueldad y el
odio54.
Si con el pesimismo, el acceso a la verdad residía en el
reconocimiento de la mujer como trampa del Inconsciente
cósmico, con el erotismo transgresivo, el conocimiento autén­
tico es definido como rechazo de un orden falso y apropia­
ción de aquello que se oculta tras él, como violación de una
femineidad que intenta vanamente refugiarse en normas
y prohibiciones que limitan el deseo y la imaginación del
hombre.
“Hombre” debe aquí ser entendido en su doble acepción
de género humano y de varón. En el primer sentido, se trata
de una crítica a los moldes sociales de pensamiento y a la
rigidez de los conceptos. En el segundo, nos hallamos ante un
rechazo de los términos del contrato entre los sexos y frente
a una identificación de la potencia viril con la Vida avasa­
lladora.
Toda una retórica de metáforas fálicas expresa esta
concepción del mundo. Como ya advirtiera Kate Millet res­
pecto a Norman Mailer, la sexualidad, comprendida como re­
lación de poder, toma visos de metafísica55. Pero esto sólo
puede ser comprendido en todas sus implicaciones contempo-

53 Ibid, págs. 100-101.


54 Horkheimer, M., Adorno, T., La dialéctica de la Ilustración, Buenos
Aires, Sur.
55 Millet, K., Política sexual, trad, al español A.M. Bravo García,
México D.F., Aguilar, 1975.
raneas dentro del marco de ese proceso por el que la metafí­
sica, respondiendo a un movimiento general del discurso en
la sociedad occidental que Foucault llamara “dispositivo de
sexualidad”, termina por identificar al deseo sexual con el
fundamento mismo de la realidad.
C a p ítu lo II

La mediadora

Cuando se agotan ciertas formas bárbaras


de explotación de la naturaleza, cuando
ya 110 se controlan mecanismos delirantes
de organización-desorganización de la pro­
ducción y de la vida social, se invoca a la
mujer como mediadora de una vuelta a la
naturaleza maltratada, tomándola como
coartada de la autocrítica de una determi­
nada forma de civilización hecha sola­
mente a medias
C e l ia A m o ró s

Hemos mostrado que la elevación de la sexualidad a


clave ontológica se produjo en un momento de crisis de la ra­
zón. Rebajada a subproducto de la Voluntad de vivir, la razón
que otrora fuera esencia de la realidad se ve reducida a mero
instrumento. El lugar central asignado a la sexualidad con el
pesimismo conlleva una redefinición de los sexos en la que la
mujer, concebida como el ser por el que el Inconsciente cós­
mico se impone al individuo varón, es la culpable-inocente de
la perpetuación de la Vida, o sea, del mal.
Veremos, ahora, que otras voces surgen, desde la confu­
sión provocada por el derrumbe de ios grandes sistemas me-
tafísicos, para cambiar de signo esta antigua identificación de
la mujer con la Naturaleza. En la búsqueda de un nuevo suelo
ontològico, la sexualidad, y la mujer como su representante,
serán positivamente valoradas. El rescate de antiguos mitos,
la Mujer-Mesías sansimoniana, la mirada hacia el Oriente, la
creación masculina de la “femme-enfant” o mujer paradigmá­
tica, constituirán diversas formas tendentes a un mismo obje­
tivo: encontrar en ese Otro misterioso que es el segundo sexo
el sentido que el varón de la angustia existencial ha perdido.
Se ha afirmado que el discurso amoroso es a menudo un
pretexto, un tópico que permite hablar de otros temas como el
arte, la relación entre los signos, el mundo, etc. Su función
sería la de ser un significante de otro discurso que lo deter­
mina por completo, de manera oculta1. Como ejemplo ex­
tremo de esta instrumentalización de Eros, podríamos citar la
poesía cortés que, en la interpretación de Denis de Rouge-
mont, habla de la “Dama” para referirse al alma prisionera
del cuerpo. El amor cortés sería la máscara bajo la cual se ex­
presaban las místicas heréticas. Hoy, desaparecido el medio
que profesaba tales creencias, las palabras desacralizadas pa­
recen sólo referirse al amor entre los sexos y sólo un análisis
en profundidad puede redescubrir el sentido de aspiración hu­
mana hacia lo absoluto2. En cambio, el pansexualismo de
grandes sectores de la cultura del siglo XX no responde a una
voluntad de lenguaje críptico o meramente estético sino a una
cosmovisión fundada en el pensamiento analógico.
Si en este entramado de correspondencias, la sexualidad
puede ser calificada de Gran Significante, en tanto señala lo
que no es ella, también es el Gran Significado al que todo re­
fiere.
La sexualidad, como significado invasor, ocupa el lugar

1 Cfr. Discours et idéologie, Le discours amoureux, Université de la


Sorbonne nouvelle, Paris III, 1986.
2 Cfr. Rougemont, D., L’amour et l’occident, Ed. 10/18, Paris, Pion,
1972.
abandonado por las antiguas esencias. Nuevo ser inmutable,
se presenta como voluntad de poder, como devenir de un
mismo deseo.

Pero, alejándose del pesimismo y de su moral de la


aniquilación, el nuevo discurso sobre la sexualidad tomará
justamente el rumbo opuesto. En tanto fundamento, la sexua­
lidad será la Verdad y sus prácticas una vía de acceso a lo Ab­
soluto. La razón masculina buscará en el cuerpo femenino, al
que identifica con la Naturaleza, un olvido oportuno de los
fracasos históricos.

La p é r d i d a d e l s e n t id o

Ya el análisis kantiano había afirmado la imposibilidad


del conocimiento absoluto. Sólo nos es accesible el fenó­
meno, resultado de la aplicación de las formas puras de la
sensibilidad y las categorías del entendimiento. Todo objeto
se convierte así en una construcción en la que interviene acti­
vamente el sujeto. Hegel subraya la paradoja de una obje­
tividad y verdad objetiva definidas como subjetividad3. Si
bien la verdad reside en el concepto éste ha sido declarado
vacío y perteneciente a lo que hoy llamaríamos “estructura”
del sujeto.
La crítica kantiana del conocimiento tendrá consecuencias
que exceden el ámbito de la gnoseología. Las derivaciones se­
rán particularmente trágicas para la disciplina filosófica que
concierne la acción humana: la Etica.
Si aceptamos el planteamiento que Adorno y Horkheimer
hacen en La dialéctica de la Ilustración, nos vemos obligados
a admitir que la razón llega a este resultado porque su esencia
misma es negativa. La razón se autodestruye. El primer paso
habría sido dado con la desaparición de los mitos. El mito es
la primitiva manifestación de la razón con vistas a superar el

3 Hegel, W.F., Ciencia de la lôgica, tomo II, trad. R. Mondolfo, Bue­


nos Aires, ed. Solar Hachette, 1968, pâg. 518.
miedo frente a la Naturaleza. Esta es apaciguada, manejada,
clasificada y ordenada de acuerdo a una serie de relatos y
símbolos.
Pero la razón no se detiene en su tendencia de reducción
a la unidad y bajo la forma de religiones solares procede a
sustituir a los mitos. Espíritu y materia son separados. Con la
derrota de las religiones frente a la economía capitalista y a la
Ilustración que la acompaña y expresa, la misma Ilustración
trata desesperadamente de suplantar el vacío de sentido con
teorías morales que ocupen el lugar vacante. A este momento
corresponde el imperativo categórico kantiano. Pero el es­
fuerzo será inútil. Toda norma superior al sujeto se halla mi­
nada por la misma debilidad: la carencia de un fundamento.
La Filosofía se reducirá a la Lógica que es instrumento de
manipulación útil para la ciencia.
Emanuele Severino interpreta esta dimisión de la razón
en lo que se refiere a la pregunta por el sentido como fide­
lidad al origen de la misma filosofía occidental4. La episteme
había sido erigida como medio de superar el terror provocado
por el devenir imprevisible. Los sistemas metafísicos impo­
nían un orden y un sentido al cambio caótico del mundo feno­
ménico pero la contrapartida era el sacrificio de la libertad
del sujeto en el altar los principios superiores, trascen­
dentes. La filosofía contemporánea procede al desmante-
lamiento de toda afirmación metafísica en nombre de la liber­
tad y de la verdad. Con ello cumple el destino que marcara su
origen ya que, nacida como reacción defensiva ante el miedo
de una naturaleza en continuo devenir, tiene a este último
como su fundamento. La ausencia actual de un sentido o cen­
tro que organice la multiplicidad de lo real nos devuelve a la
experiencia del devenir: a la experiencia del ser como breve
intervalo entre el surgir y el hundirse en la nada.
Es evidente que la actividad de destrucción de todo sis­
tema filosófico, la imposibilidad de construir una teoría pos­
terior al gran sistema hegeliano adquiere en la interpretación
de Severino rasgos mucho más positivos que en la lectura que
de ella hicieron los dos frankfurtianos anteriormente nombra­
dos. El mundo de la ciencia y la técnica actuales no es cani­
balismo de la razón sino el último Remedio encontrado, la
estrategia contemporánea para hacer frente al sentido origina­
rio del devenir, al sentido que los griegos dieron al pasaje de
la nada al ser y del ser a la nada. El filósofo italiano no ve la
transformación de la filosofía hasta su división en diversas
disciplinas científicas como un proceso de degradación y de
abandono de su destino. La incapacidad actual de proponer
verdades absolutas reside en la contradicción inherente a la
filosofía misma que reconoce el devenir para luego intentar
descubrir valores eternos.

En todo caso, resulta claro que todas éstas son reflexio­


nes que surgen de lo que se dio en llamar la crisis de la ra­
zón. El pensamiento discursivo se confiesa incapaz de reve­
lar el sentido del mundo. Al culminar su tarea de crítica de
las religiones y las ideologías, la razón ilustrada deja a los
seres humanos libres pero también huérfanos. Las morales
heterónomas ofrecían un sólido apoyo para la fragilidad del
individuo. La teología y la metafísica nos mostraban la ar­
monía secreta bajo el aparente caos que implica el vivir
como entes entre otros entes. La paulatina desaparición de
las grandes respuestas deja una triple opción al individuo
contemporáneo: insistir sin éxito en la construcción de una
nueva episteme o adherir a alguna ya en plaza; darse de lleno
a la praxis, dedicarse, con fe en el progreso, a la trans­
formación de la naturaleza por la técnica sin mayores exi­
gencias gnoseológicas; o, por último, rebelarse frente a este
conformismo que traza límites precisos al conocimiento hu­
mano de la realidad e intentar otras vías de acceso a lo Abso­
luto. Con esta última opción, asistiremos al auge de las ten­
dencias irracionalistas.
El lenguaje conceptual será considerado como traición al
sujeto. Ya habíamos visto con Schopenhauer que la razón era
reducida a la capacidad de fijar significados con vistas a la ma­
nipulación de la realidad fenoménica.
El lenguaje será el enemigo que llevamos con nosotros
mismos, un Otro que habla en nuestro lugar. Nos consti­
tuimos en el lenguaje pero lo hacemos como inevitable error
y falsificación de la realidad. Las palabras se interponen entre
la intuición, lo vivido y el yo. Nos hallamos aquí en el ex­
tremo opuesto a la interpretación que hace Hegel del pasaje
de los sentimientos al habla: “lo que fue consciente pasó ya,
cesó. Ha entrado en la forma de la reflexión y al tener esta
forma se ve desplazado por la determinación siguiente. (...) El
hablar es la forma más pura de la objetividad para lo sub­
jetivo, lo cual no es aún nada objetivo, pero sí un movimiento
hacia la objetividad”5.
Cuando el sistema hegeliano se derrumba y la crítica filo­
sófica posterior muestra que la pretendida objetividad era
subjetividad que hundía sus raíces en lo histórico y empírico,
las categorías del pensamiento inherentes al lenguaje van co­
brando un aspecto extraño y hostil a la experiencia interior.
Esta última se presenta bajo el signo de lo inmediato que es
asimilado a lo puro. La intuición es elevada por encima de la
razón. En literatura, se privilegia la poesía sobre la prosa por­
que la poesía elude el filtro racional del lector para producir
el efecto buscado directamente en su interioridad. Así, para
Bergson la intuición artística nos permite acceder a lo que es
peculiar de cada cosa o de nosotros mismos. Afirma que las
palabras constituyen un obstáculo entre lo que las cosas son
en sí, en su individualidad, y nuestra conciencia de ellas: “no
vemos las cosas mismas; generalmente, nos limitamos a leer

5 Hegel, G.W.F, Escritos de juventud, trad. de Z. Szankay y J.M. Ri-


palda, México, F.C.E., 1978, pág. 168.
etiquetas pegadas sobre ellas. Esta tendencia, nacida de la ne­
cesidad, se acentuó aún más por influencia del lenguaje. Pues
las palabras, a excepción de los nombres propios, designan
géneros. La palabra, que sólo señala en la cosa su función
más común y su aspecto banal, se insinúa entre ella y noso­
tros, y llegaría a ocultar su forma a nuestros ojos si esta forma
no estuviera ya disimulada detrás de las necesidades que cre­
aron a la misma palabra”6. Aplicadas a nosotros mismos, a
nuestros estados de ánimo, las palabras producen el mismo
efecto: anonimato del concepto, indiferenciación en lo que
es único. Las palabras son algo muerto que sólo puede ser
útil para la manipulación del mundo exterior. Surgidas de
la actividad de la inteligencia del homo faber, su ineptitud
para hacemos descubrir el mundo real es algo evidente para
Bergson.

Cuando en los años sesenta, con la contracultura, este re­


chazo del conocimiento racional como vía privilegiada de co­
nocimiento se transforma en movimiento social, nace un gran
interés por la tradición oriental del silencio, en particular por
la escuela zen. Entre sus aspectos principales, destacaremos
su irracionalidad estrechamente vinculada con una visión
intuitiva de la verdadera realidad7. El pensamiento Zen parte
del convencimiento de la inutilidad de todo esfuerzo por arri­
bar al conocimiento auténtico del ser a través del razona­
miento discursivo. El satori es una visión o percepción de la
esencia de los entes, descubrimiento del ser por la mirada, si
bien no se trata de la mirada común, sino de una mirada que
revela la multiplicidad como espejismo.
En tanto este conocimiento deriva de una percepción o
visión privilegiada, su traducción al lenguaje es imposible.
Por lo tanto se presenta como una experiencia incomunicable.
Aquel que la ha vivido no puede explicarla al profano y todos

6 Bergson, H., Le rire, Œuvres, París, Presses Universitaires de


France, 1963, pág. 460, la traducción es nuestra.
7 Cfr. Suzuki, D.T., Essais sur le bouddhisme zen, Deuxième série,
trad. al francés de J. Herbert, Paris, ed. Albin Michel, 1972, págs. 22-29.
los argumentos lógicos con que éste refuta la posibilidad de
tal experiencia se desmoronan frente a lo absolutamente otro,
frente a aquello que la lógica y la argumentación metafísica
no pueden alcanzar.
El budismo Zen propone una técnica para llegar al satori.
Se trata del kó-an, generalmente una pregunta o respuesta
incomprensibles para el entendimiento. El discípulo debe
esforzarse en comprenderlo fijando toda su atención en él.
Ello no significa que en esas breves frases se halle resumido
el conocimiento absoluto que el discípulo espera. Dado que el
satori no puede ser transmitido por el lenguaje, debemos su­
poner que su función es otra. El objetivo del kó-an es deso­
rientar el intelecto ya que éste dificulta el acceso a lo Abso­
luto. El kó-an ofrece un material no procesable por el inte­
lecto discursivo y despierta en cambio la voluntad y la
afectividad, generalmente sometidas al control racional limi­
tativo.
En su estudio sobre la contracultura, dice Theodore Ros-
zak, refiriéndose a los maestros del misticismo oriental:
“Afortunadamente, nuestros jóvenes disconformes han reco­
gido su ejemplo, y hoy es uno de los más acusados acentos de
la contracultura”8. Volveremos más adelante sobre esta se­
ducción ejercida por Oriente. Por ahora, deseamos destacar la
persistencia, en este movimiento del siglo XX, de la búsqueda
romántica de vías de conocimiento no racionales que condu­
cirían a una nueva sociedad del futuro. Para superar la socie­
dad tecnocrática, “se requiere nada menos que la subversión
de la visión científica del mundo, con todo su apego a un
modo de consciencia egocéntrico y cerebral. En su lugar,
tiene que ponerse una nueva cultura en la que las facultades
no intelectivas de la personalidad —las que nacen del mundo
de la imaginación y la fantasía y de la experiencia de la co­
munión humana— sean los nuevos árbitros de la bondad y lo
bueno, de la verdad y la belleza”9.

8 Roszac, T., El nacimiento de una contracultura, Barcelona, Kairos,


1970, pág. 97. Edición original en inglés de 1968.
9 Ibid, pág. 65.
En el siglo XX, el asalto a la razón enquistada en el uso
normal, convencional y aceptado del lenguaje había inaugu­
rado sus estrategias con el surrealismo, en juegos como el
“cadavre exquis” y en la escritura automática. Esta surge de
una experiencia personal de Bretón narrada en Manifiesto del
surrealismo. La repetición involuntaria y obsesionante de una
frase desprovista de significado en términos de experiencia
corriente pero portadora de gran valor poético revela al autor
de Arcano 17 la existencia en su interioridad de un discurso
que resiste el control consciente. La utilización de este dis­
curso con fines poéticos conducirá a los Campos magnéticos
escritos en colaboración con Philippe Soupault.
Desprovista de control racional, la elección en los planos
de los ejes sintagmático y paradigmático produce combina­
ciones insólitas que los surrealistas juzgaron más auténticas
que las comunes. Por su surgir espontáneo, independiente de
una voluntad domesticada por la sociedad y la Historia,
tendieron a considerarla como la expresión del pensar en li­
bertad capaz de descifrar el cosmos.
Mircea Eliade apunta a la relación entre surrealismo y ex­
periencia religiosa cuando explica la afirmación de los surre­
alistas de que cualquier hombre puede ser poeta en tanto se
abandone a la corriente del inconsciente con la técnica de la
escritura automática. Según el historiador de las religiones,
en la base de esta práctica literaria se hallaría el carácter filo­
sófico, poético y místico del inconsciente puesto de ma­
nifiesto por la terapia analítica junguiana.
Recordemos la oposición animus/anima que establece
Jung para lo que serían, a su juicio, la parte masculina y fe­
menina del individuo. Mientras que las imágenes serían pro­
ducto del aspecto femenino del individuo, los conceptos se
originarían en la actividad del intelecto, en el mundo mascu­
lino de las, relaciones sociales. La sospechosa similitud de
esta división con los roles sexuales tal como éstos se presen­
tan en la sociedad (femineidad nutricia, afectiva, fértil / mas-
culinidad fría, dominadora) sería explicable por una relación
causal cuyo punto de partida se hallaría en las instancias
psico-biológicas.
Las imágenes míticas continuarían, de esta manera, habi­
tando el inconsciente tal como antes habitaban las religiones
y mitologías. En él, cumplirían la función de todo sistema re­
ligioso definida por Eliade como guía en el perfeccionamien­
to del ser humano10. Esta lectura junguiana de la creación su­
rrealista se halla muy próxima a la interpretación que los mis­
mos surrealistas hacían de los productos del inconsciente a
pesar de que siempre, aunque con algunas críticas y reticen­
cias, se declararon admiradores de Freud.
La profunda diferencia entre Freud y los surrealistas se
manifiesta ya en la actitud distante y desconfiada con que el
médico vienés respondió al entusiasmo de los surrealistas por
sus teorías. Ello se debe a que el psicoanálisis forma parte del
intento científico de control y racionalización creciente de la
realidad.
Para Freud, el sueño es la vía privilegiada que llevará a la
curación del paciente individual y no a la transformación de
la realidad social por influjo del inconsciente. La indagación
científica del inconsciente es una tarea de conquista en la que
el intelecto, como todo conquistador, impone sus leyes, clasi­
fica, reparte y distribuye, terminando así definitivamente con
el misterio de la tierra ignota y los reinos desconocidos.
Entre las ideas y métodos que los surrealistas tomaron de
Freud, el más importante es el método de interpretación de
los sueños tal como lo afirma el mismo Bretón en Los vasos
comunicantes. Pero no es de menor importancia el lugar asig­
nado a la sexualidad en la realidad del inconsciente.
Siguiendo a Freud, los surrealistas interpretarán situacio­
nes y objetos como portadores de una significación sexual.
Ello explica, según Xaviére Gauthier, la interpretación que
Bretón hiciera de la célebre frase de Lautréamont (“Her­
moso...como el encuentro fortuito de una máquina de .escribir
y un paraguas sobre una mesa de disección”). Para el autor de
los manifiestos del surrealismo, el paraguas representa al
hombre, la máquina de coser a la mujer y la mesa de disec­

10 Eliade, M., Images et symboles. Essais sur le symbolisme magico-


religieux, Paris, Gallimard, 1952, pág. 15.
ción no puede ser sino la cama en donde los sexos se encuen­
tran, lugar de la vida y de la muerte.

Esta similitud en la significación acordada a ciertos sím­


bolos por antiguas culturas y por los surrealistas no ha de sor­
prendemos si recordamos que éstos últimos se proponen ex­
plorar el inconsciente tal como Freud decide investigar sus le­
yes de funcionamiento y su estructura. Pero el proyecto de
ambos es profundamente diferente, tanto en su base teórica
como en sus objetivos.
Mientras que el médico vienés, imbuido de positivismo,
postula la existencia de un inconsciente individual, suscepti­
ble de ser estudiado por el intelecto y convenientemente con­
trolado, si ello fuera necesario a los fines de una mejor adap­
tación a la sociedad establecida, los surrealistas apuntan a un
inconsciente de tradición romántico-irracionalista y esperan
de su revelación un cambio radical de las relaciones sociales.
Según Michel Carrouges11, el interés y la importancia acorda­
dos por los surrealistas a la imaginación en libertad han de ser
interpretados en este sentido. Por ella, el hombre renovaría y
redescubriría sus lazos con el cosmos, al cual pertenece.
Bajo este enfoque, algunos (y sólo algunos) productos de
la imaginación serían elaboraciones cuya clave explicativa
se encuentra en la biología. Así lo explica Roger Caillois12,
el cual, siguiendo el análisis bergsoniano de la facultad miti-
ficadora, considera que los mitos tendrían por función reem­
plazar los instintos perdidos a lo largo de la evolución. En
virtud de ello, sería necesario comparar estas construcciones
de la mente humana con las conductas animales genética­
mente determinadas, para comprobar sus posibles corres­
pondencias.
De esta manera, el inconsciente al que se refiere el surre­
alismo sin especificar claramente sus características, implica
tres niveles o realidades que es posible diferenciar: el incons-

11 Carrouges, M., André Breton et les données fondamentales du surréa­


lisme, Paris, Gallimard, 1950, págs. 359-360.
12 Caillois, R., Le mythe et l’homme, Paris, Gallimard, 1972, pág. 23.
cíente individual, el inconsciente colectivo y el inconsciente
cósmico.
La adhesión surrealista a la teoría freudiana del incons­
ciente individual convive con la noción de un inconsciente
cósmico. Esta suposición de un inconsciente cósmico se re­
vela opuesta al dualismo racionalista que separa materia y
espíritu. Una cosmovisión similar acerca los surrealistas a los
románticos alemanes.
La esperanza romántica de una conciliación final de los
contrarios alienta a los surrealistas en su búsqueda del hom­
bre nuevo
Mircea Eliade califica a Freud de “último positivista” 13
por su interpretación reduccionista de una pretendida sexuali­
dad pura. Su Historia de las religiones nos muestra que la
sexualidad ha sido, generalmente, investida de una signifi­
cación polivalente. Según Eliade, con excepción de las so­
ciedades modernas, la sexualidad ha sido siempre entendida
como una hierofanía. Así, la siembra es asimilada al acto
sexual en casi todas las culturas. Este valor simbólico agre­
gado se justifica en una concepción del mundo como sistema
de correspondencias. La realidad del objeto que se transforma
en símbolo es, en este tipo de pensamiento propio de las so­
ciedades arcaicas, una realidad abierta. Su apertura consiste
en significar un ámbito que trasciende la realidad inmediata
sin que ésta sea ignorada. Veremos que este aspecto de la se­
xualidad será recuperado, bajo nuevas formas, en el siglo XX.
La Europa racionalista redescubre los símbolos bajo la
influencia de las culturas de Asia, Africa y Oceanía. Los sím­
bolos como medio de conocimiento son revalorizados por el
surrealismo que se interesa también por fenómenos tales
como el esoterismo, el absurdo, la literatura negra, etc. Para
Eliade, este retomo de la cultura occidental a sistemas de
pensamiento que otorgan un lugar privilegiado a los símbolos
es la necesaria y saludable reacción a una crisis de sentido.
Citando a Jung, describe esta crisis como desequilibrio psí­
quico debido a la pérdida de contacto con las imágenes ar-
quetípicas, fuentes inspiradoras de la imaginación.
Según Eliade, los símbolos pueden ser un remedio contra
el nihilismo y el relativismo historicista que han privado al
hombre moderno de todo apoyo en un sentido revelado. No
se trata de buscar nuevas creencias en culturas exóticas sino
de reconocer en esas civilizaciones remotas las mismas imá­
genes que Bachelard descubriera en la creación poética occi­
dental. Bajo este punto de vista, la literatura aparece como
aquella instancia que guardó las ancestrales imágenes arquetí-
picas y las defendió de la embestida racionalista al disfrazar­
las de capricho subjetivo y diversión gratuita. La literatura se
muestra así como la gran continuadora de los temas míticos.
Microcosmos en el macrocosmos, según el surrealismo,
el ser humano puede en virtud del pensamiento analógico
descubrir la realidad como sistema de relaciones. Estas re­
laciones no se reducen a la causalidad admitida por las cien­
cias. Se trata de relaciones misteriosas entre los hechos, los
objetos del mundo externo y el deseo del ego. El azar objeti­
vo al que alude Bretón es la prueba de una afinidad secreta
entre diversos elementos que la conciencia y la lógica comu­
nes consideran reunidos por exclusiva casualidad. Advierte
sin embargo Ferdinand Alquié14 que esta búsqueda de lo “su-
pra-real” tiene como objetivo combatir la alienación de una
conciencia moderna reducida al conocimiento de la realidad
objetiva; no se trata pues de un simple retomo al pensamiento
primitivo, la “supra-realidad” (“surréalité”) es pensada en
todo momento como inmanente a la realidad.

M ujer y erotismo

“Para nosotros, jóvenes surrealistas de 1924, la gran


‘prostituta’ era la razón. Considerábamos que cartesianos,
volterianos y otros funcionarios de la inteligencia sólo la ha­

14 Alquié, F., Philosophie du surréalisme, París, Flammarion, 1955,


pág. 202.
bían hecho servir para la conservación de valores estableci­
dos y muertos a la vez” 15.
Interesante metáfora la de la prostituta como símbolo de
la razón envilecida. Contra esta prostituta, los surrealistas
crearán el mito de la mujer pura, la mujer-niña, la célebre
“femme-enfant” que marcara toda la cultura de nuestro siglo.
Nadja, arquetipo de la “femme-enfant”, posee dotes de viden­
cia, percibe una realidad liberada de las formas puras de la
sensibilidad y las categorías kantianas. Con ella y con la teo­
ría del azar objetivo de André Breton, se desarrolla en el su­
rrealismo una iniciativa de acceso a lo Absoluto que pres­
cinde del conocimiento discursivo.
Cuando Simone de Beauvoir analiza la imagen de la mu­
jer en la obra de André Breton16, subraya la función gnoseo-
lógica que adquiere el erotismo con este autor. Para el funda­
dor del surrealismo, el amor de la pareja es la única vía de
salvación posible para el hombre. Sólo gracias a la mediación
de la “femme-enfant”, esencia de la femineidad, puede tener
el varón un contacto con la realidad primordial concebida, a
diferencia de las esencias platónicas, como un constante de­
venir.
Retomando las ideas de Fourier y de Saint Simon, Breton
proclama en Arcano 17 el carácter redentor de la mujer, la
única capaz de salvar a la humanidad por el amor. Su proxi­
midad a la Naturaleza hace de ella la mediación privilegiada
para corregir el error en el rumbo tomado por la civilización.
Para que ello sea posible, es necesario que las mujeres reco­
nozcan, redescubran su esencia indisolublemente ligada a la
Vida. Aclara Breton que esta asunción de la propia identidad
femenina suele verse dificultada por la función represora de
la civilización que impide el desarrollo de las potencialidades
inherentes al sexo. Para Simone de Beauvoir, esta concepción
de la mujer se remonta a los gnósticos. La define como un

15 Masson, A., Le rebelle du surréalisme. Ecrits, París, Hermann, 1976,


págs. 16-17.
16 De Beauvoir, S., Le deuxième sexe, vol. I, Paris, Gallimard, 1949,
págs. 355-363.
naturalismo esotérico que hace de “La mujer” lo absoluta­
mente Otro.
En un momento clave de la crisis contemporánea, con el
surrealismo, el Inconsciente supuestamente capaz de revita-
lizar la percepción, de renovar la comprensión del mundo
tomó cuerpo de mujer. Pero esto no es totalmente nuevo. Ya
el pesimismo había señalado el lazo privilegiado que unía
al Inconsciente con “la” mujer. Pero en tanto que ese Uno-
Inconsciente era fuerza ciega enemiga del individuo, la mujer
formaba parte del velo de Maya que garantizaba la repro­
ducción del dolor.
Ahora, una revalorización del Inconsciente, concebido
como fuente de energías para un mundo exhausto, conlleva la
consecuente visión positiva de “la” mujer. La identificación
Mujer=Inconsciente no sufre cambios, sólo se alteran los va­
lores asignados.
La mujer se convertirá en mediadora entre el hombre y
un mundo de signos que es necesario descifrar. Sobre ella re­
posa la esperanza en un sentido oculto que libere de la terri­
ble conciencia de un devenir ciego y arbitrario.
Esta mujer-niña mediadora es “a la vez hada y mujer,
hada por lo que la une a las profundidades del inconsciente,
al universo de los cuentos, a la naturaleza de lo imaginario, o
sea, a la literatura, principio de la metamorfosis, Melusina en
Arcano 17, mujer porque es ese hada encamada en el cuerpo
más emocionante, más perturbador que cualquier otro y de
ninguna manera fuera de alcance, al contrario, un cuerpo que
se deja experimentar y vivir bajo el modo de una participa­
ción embriagadora”17.
El proyecto surrealista entiende abrirse paso a través de
la “belleza convulsiva” de la “femme-enfant” y de la poesía.
Coincidimos con Ferdinand Alquié en considerar que hay en
los surrealistas, en especial en Bretón, un rechazo de la expli­
cación positivista del amor como producto del instinto sexual

17 Pfeiffer, J., “La médiatrice”, Obligues, núms. 14-15, Nyons, 1977,


pág. 16.
en beneficio de una concepción que hace del amor una vía de
acceso a la espiritualidad18. Sin embargo, es necesario subra­
yar que esta vía presenta al cuerpo femenino como el objeto
paradigmático del deseo. Sensualidad y pureza se unen en la
figura de la mujer surrealista.
En su lectura marxista y psicoanalítica del surrealismo,
destaca Xaviére Gauthier19 que en él las mujeres son repre­
sentadas a menudo, tanto en la pintura, poesía o escultura, por
medio de imágenes vegetales: flores, frutos, plantas acuáticas
que se prestan a ser consumidas. Recordemos a este propósito
la asimilación hegeliana de la mujer al mundo vegetal: “La
diferencia entre el hombre y la mujer es la que hay entre el
animal y la planta; el animal corresponde más al carácter del
hombre, la planta más al de la mujer, que está más cercana al
tranquilo desarrollo que tiene como principio la unidad inde­
terminada de la sensación”20. Enfoques filosóficos muy dis­
tintos coinciden en esta identificación de la mujer con la na­
turaleza. Si la comparación se hace con animales y plantas, el
sexo femenino es identificado con las segundas. Si el símil
pone en correlación a seres humanos y animales, éstos
corresponderán a lo femenino. La mujer se verá identificada
en ambos casos con lo más cercano a la vida natural incons­
ciente.
El surrealismo adjudica también a las mujeres atributos
que la religión otorga a la Virgen María en las Letanías, califi­
cativos tales como: “admirable”, “Rosa mística”, “fiel”, “Con­
suelo de los desdichados”, etc.
Las flores simbolizarían la pureza y la vida a la que alu­
den los desnudos femeninos que Delvaux pinta junto al hom­
bre del traje y sombrero, atento lector de un periódico. La
asignación del par Naturaleza-cultura a la diferencia de los
sexos encuentra en este pintor su manifestación más clara.
Gauthier sugiere también que las metáforas utilizadas por

18 Alquié, F. op. cit., pág. 130.


19 Gauthier, X., Surréalisme et sexualité, París, Idées NRF, 1971.
20 Hegel, W.F., Principios de la Filosofia del Derecho, Buenos Aires,
Ed. Sudamericana, 1975, pág. 213.
los surrealistas, así como los deseos expresados (comer, be­
ber) muestran una vivencia del amor como posesión, vivencia
que para la autora es una manifestación propia del modo
capitalista de percibir ia realidad. Creemos que esta última in­
terpretación limita a un período histórico particular un fenó­
meno que lo excede ampliamente, como es posible compro­
bar con los datos de la observación etnográfica.
Junto a esta exaltación de la Mujer-Naturaleza esotérica,
asistimos a un retomo del mito de la hierogamia cósmica pre­
sente en numerosas culturas arcaicas. La realidad se sexua-
liza, todo habla de secretas correspondencias con los princi­
pios masculino y femenino y su unión erótica.
De esta manera, podemos considerar al pansexualismo no
sólo como manifestación de una tendencia relativamente re­
ciente en la Historia que Foucault denomina “dispositivo de
sexualidad”, sino también como un retomo a un tipo de pen­
samiento mítico de carácter arcaico. Este pensamiento, del
cual el género gramatical podría ser una huella lingüística,
concibe la relación entre los objetos como una hierogamia
cósmica apoyada en ciertos casos por analogías semánticas.
Destaca Bachelard que en la poesía o en la alquimia se realiza
una sexualización del mundo. El género lingüístico la hace
posible para aquellas palabras que designan objetos inanima­
dos. De esta manera, la lengua ejerce una influencia determi­
nante en los sentimientos del poeta. El masculino y el feme­
nino dan connotaciones particulares a las cosas nombradas
orientando de esta forma el soñar propio de la poesía.
Por medio del método fenomenológico de las variacio­
nes, Bachelard muestra la importancia de los géneros para
nuestra percepción de las palabras. Todo un sistema de lazos
afectivos puesto en funcionamiento por el género gramatical
estructura la relación entre las palabras. Como muestra de
esto último, recordaremos el estudio de Gérard Genette21 so­
bre un caso particular de esta influencia del género de las len­
guas naturales sobre la percepción de la realidad: el par de

21 Genette, G., “Le jour, la nuit” en Figures II, París, Seuil, 1969.
opuestos “jour/nuit” en la poesía francesa. Ambas palabras
constituyen una oposición del tipo “término no marcado/tér­
mino marcado” ya que “jour”, en tanto unidad de veinticuatro
horas, posee un valor semántico más amplio que incluye la
“nuit”. Es el mismo tipo de oposición que enfrenta “hom-
mes/femmes”, una oposición privativa cuyo contenido se­
mántico puede ser caracterizado como una distinción entre la
norma y la desviación. Si el día es el término normal y la no­
che representa la desviación de la norma, el carácter trans-
gresivo de la poesía nocturna y la preferencia de los poetas
por la noche se hallan prefigurados en el par de opuestos ci­
tado. La oposición gramatical de géneros permite presentar el
par “jour/nuit” como una pareja unida por el amor. La noche,
percibida como mujer o madre universal, será amada por el
día masculino o por el poeta. Observemos que el caso estu­
diado es perfectamente traducible a la lengua española en la
que las oposiciones “día/noche”, “hombre/mujer” funcionan
con los mismos valores semánticos y metafóricos.
Si bien los símbolos de lo masculino y lo femenino no al­
canzan la universalidad que muchos investigadores desearían
adjudicarles, es sorprendente su repetición en diversas cultu­
ras y épocas históricas. La difusión y la enculturación no pa­
recen criterios explicativos suficientes. Pero tampoco es ne­
cesario recurrir a un inconsciente colectivo, instancia cuya
existencia se postula basándose solamente en el fenómeno
que se quiere explicar. Nos inclinamos a considerar que el
materialismo cultural es lo que mejor podría dar cuenta del fe­
nómeno. Según este enfoque, condiciones materiales simila­
res producen características culturales similares. Si evitamos
el error frecuente de confundir matrilinealidad con matriar­
cado, estaremos de acuerdo en afirmar que la organización de
todas las sociedades conocidas hasta el presente es patriarcal.
Teniendo en cuenta este fenómeno, no resulta extraño que sus
símbolos presenten gran parecido o incluso se repitan.
Elementos tales como el agua y la tierra son experimenta­
dos como femeninos. Tanto en el romanticismo como en el
surrealismo, la mujer, en tanto eterno femenino, aparece li­
gada a la tierra y al agua, identificada a la Naturaleza y asi­
milable, por lo tanto, a la Gran Madre de las más antiguas
mitologías. Estos símbolos de lo femenino son incluidos por
Gilbert Durand22 en un conjunto al que llama “régimen noc­
turno de la imagen” En él, la mujer puede adquirir carácter
de redentora, aparecer como la Naturaleza maternal en la
cual refugiarse. A esta imagen se asocian representaciones
de la intimidad tales como el sótano, el laberinto, el man-
dala, la ciudad como totalidad cerrada, el jardín y en general
todo espacio bien delimitado que implique una cierta inte­
rioridad.
El pez (“pez soluble” de Bretón) y el camaleón son figu­
ras que se inscriben en la tradición surrealista como repre­
sentaciones del devenir constante y de una realidad alejada de
la rigidez de los conceptos. Estas imágenes teriomorfas y
evocadoras del agua apuntan a una mayor plasticidad de la
percepción que alcance a reconocer lo absoluto como anula­
ción de los contrarios.
Así, las connotaciones de fertilidad que los pueblos del
pasado y los estudiados por la etnografía daban a los símbo­
los asociados a lo femenino se transforman en el siglo XX oc­
cidental en invocaciones a la fertilidad del espíritu. El dis­
curso malthusiano y las condiciones de vida moderna dejan
sentir su influencia. La esterilidad que se desea combatir es la
del intelecto. Las famosas parejas surrealistas no se caracteri­
zaron precisamente por ser prolíficas en hijos.
En la trama de significaciones mágicas y religiosas en
que diferentes culturas presentan a la serpiente, hallamos,
próxima de ella, a la lluvia o al agua en general en sus dis­
tintas manifestaciones. La fertilidad es la significación que
subyace a tal acercamiento de ambos símbolos, relación que
se verifica en las culturas agrarias precolombinas, de la India
y europeas.

22 Durand, G., Les structures anthropologiques de l’imaginaire, Paris,


Bordas, 1984, pâgs. 256-293.
Como ya hemos visto, Schopenhauer y los médicos filó­
sofos del siglo XIX habían expuesto las razones “científicas”
que daban cuenta de las Nadja “avant la lettre”. Su explica­
ción no era poética sino fisiológica. Puesto que el instinto, en
el ser humano y en los animales, tiene su sede en el sistema
ganglionar que genera el deseo y las representaciones subjeti­
vas que lo acompañan, un mayor desarrollo cerebral y una
disminución de la importancia del sistema ganglionar permi­
ten al varón una mayor independencia con respecto a los ins­
tintos. La hembra humana se encontraría a medio camino en­
tre la animalidad y la plenitud de lo humano. Por ello, el va­
lor que el hombre concede a la mujer que ama no es, para el
pesimismo, más que error, ilusión y trampa de la especie.
En cambio, con una importante vertiente del surrealismo,
ese gran movimiento cultural que impregnó toda la cultura
occidental del siglo XX, la identificación de la mujer con la
naturaleza adquiere rasgos positivos en tanto lo irracional es
considerado la vía privilegiada de acceso a lo Absoluto. Con
esa naturaleza despojada de Historia a la manera en que las
mujeres de Delvaux se hallan despojadas de ropa junto a se­
ñores de traje y sombrero que se interesan por las actualida­
des o la cultura, se intenta superar la crisis de sentido contem­
poránea.
El cuerpo femenino aparece como mediación que pres­
cinde del logos, como inmediatez de la primitiva unidad de la
Vida a disposición de filósofos angustiados. Es Naturaleza en
el sentido que le dieran los románticos y Schelling: totalidad
orgánica en la que lo viviente y lo inanimado se confunden.
Esta naturaleza femenina aparece como incapaz de autocon-
ciencia. Los filósofos y los intelectuales en general serán los
encargados de revelar la verdadera naturaleza femenina que
las mujeres no siempre son capaces de comprender.
El problema de la fragmentación de la realidad como re­
sultado de la aplicación de la razón y de su mecanismo divi-
sor al infinito (en el sentido del infinito malo hegeliano) no
encontrará su resolución en el plano del concepto sino en el
de la intuición facilitada por esa Naturaleza condensada que
es el cuerpo de la mujer.
Pero este microcosmos en el que todo es movimiento y
transformación viscosa es valorado positivamente en tanto
manifestación inmediata de la unidad de aquello que la con­
ciencia separa. A diferencia de la mirada del hombre de cien­
cia que diferenciará órganos y funciones diversas, el pensa­
miento analógico encontrará el universo entero en el interior
de un cuerpo femenino. Las imágenes líquidas y nocturnas
sugerirán la inextricable unidad de lo viviente. Recordemos
lo viscoso en la caracterización que hizo Jean-Paul Sartre de
la mujer en El Ser y la Nada.
Si para explicar ese cuerpo el pensamiento analógico
recurre a la química, esta química será misteriosa, por lo
tanto, prácticamente inapresable en un sistema limitado de
conocimientos, más propia de un saber esotérico que de uno
empírico, remota porque viene de tiempos inmemoriales
e inalcanzables en los que la vida se inició y, finalmente,
próxima ya que subsiste en nosotros aunque a menudo lo
olvidemos y constituye la condición necesaria de toda exis­
tencia.

La mujer se convierte en testimonio de la presencia de la


Naturaleza como fundamento. Su cuerpo, abandonado a los
procesos metabólicos que no requieren ninguna actividad
consciente, constituye un apropiado punto de partida para la
reflexión filosófica sobre la Naturaleza y sobre la unión
mente-cuerpo, que la conciencia masculina del filósofo vive
como fragmentada y dividida.
Entre la admiración y el horror, el observador masculino
va más allá de la atractiva apariencia de las formas para des­
cubrir lo que ellas encierran. Esta estrategia del pensamiento
es similar a la que nos brindan los modelos de cera de ciertos
museos del siglo XVIII que representaban a mujeres jóvenes y
bellas en actitudes sensuales, desnudas, a menudo con un co­
llar de perlas adornando el cuello. Al levantar la parte externa
del tórax, podía estudiarse la anatomía interna. En el útero
generalmente había un feto, signo de la función esencial­
mente reproductora de la mujer. Si esta representación anató­
mica así como los cuadros de la misma época que mostraban
médicos seccionando y analizando cuerpos femeninos han
sido caracterizados como una asimilación de la mujer a la
Naturaleza entendida ésta como objeto de la ciencia, como
realidad controlada y domesticada, la representación surrea­
lista puede ser comprendida como identificación de la mujer
a la Naturaleza concebida como realidad salvaje, irreductible
a los embates del intelecto clasificador. Para L.J. Jordanova23,
son éstos los dos sentidos asignados a la Naturaleza por el de­
sarrollo de las ciencias biológicas y la tecnología.
Si bien Jordanova elogia la importancia dada por Simone
de Beauvoir a los mitos en relación a la condición femenina,
considera que el error de la autora de El segundo sexo, como
el de los estructuralistas, fue ignorar el carácter histórico de
los pares opuestos Naturaleza/Cultura, Mujer/Hombre. La au­
tora francesa habría desconocido la importancia de la reifica-
ción operada por las ciencias.
Los investigadores de fines del siglo XVIII y del siglo XIX
explicaron la totalidad de las diferencias entre los dos sexos
por la constitución anatómica de ambos y su teleología pro­
pia. Resulta particularmente interesante al respecto, además
del ensayo de Geneviève Fraisse ya citado, el estudio de
Michèle Le Doeuff sobre la obra del médico Pierre Roussel24,
análisis que intenta poner de manifiesto los mecanismos
ideológicos por los que un saber particular (en este caso la
Medicina) suplantó a la religión y a la Filosofía en la justifi­
cación de las desigualdades sociales. Observemos la similitud
de dirección de estos estudios con los últimos trabajos de
Foucault. La misma sospecha sobre la “objetividad” de las
ciencias que toman por objeto de estudio al ser humano guía

23 Jordanova, L.J., “Natural facts: a historical perspective on science


and sexuality”, en C. Mac Cormack, M. Strathem, Nature, Culture and
Gender, Nueva York, Cambridge University Press, 1980, pâgs. 42-69.
24 Le Doeuff, M., L’imaginaire philosophique, Paris, Payot, 1980.
las investigaciones de Michel Foucault sobre el nacimiento
de la prisión y las tecnologías emparentadas con ella, sobre el
conocimiento psiquiátrico y la constitución de un saber cien­
tífico sobre el sexo.
Según Jordanova, esta particular construcción de con­
ceptos genéricos reificados no puede explicarse como reflejo
de las condiciones materiales sino como proyecto de una cla­
se media intelectual con planteamientos de reforma social
que veía en las ciencias el motor del progreso y en las muje­
res el peligro de la tradición y al mismo tiempo las garantes
de la familia y de su necesario mantenimiento con vistas a
mejorar la vida social.
En La flauta mágica de Mozart se encontraría así un
ejemplo de la relación entre los significados otorgados al par
genérico en la época y los conflictos políticos de ésta. Bajo la
forma de una lucha entre un linaje patriarcal y otro matriarcal,
en esa ópera se enfrentan la Razón ilustrada y la tradición y
absolutismo reaccionarios. La victoria final masculina forma
parte del mensaje transmitido por la obra: la lucha contra la
monarquía es también una lucha contra las mujeres y su “natu­
ral” relación con las supersticiones y la fuerza del clero25.
Tras el desencanto de la Razón ilustrada, la mujer, siem­
pre como soporte sensible de una conceptualización que le es
ajena, adquiere los rasgos de la Naturaleza redentora. Pero
esta connotación positiva de la Naturaleza pertenece también
al pensamiento ilustrado. La revalorización del concepto de
naturaleza puede ser interpretada como uno más de los sínto­
mas de la revolución burguesa que se está gestando. Corres­
pondería a la necesidad de encontrar un nuevo paradigma de
legitimidad que reemplazara a Dios, a la Iglesia y al monarca.
En esta línea de interpretación de la oposición Natura­
leza/Cultura, Maurice Bloch y Jean Bloch26 insisten sobre el

25 Ibid.
26 Bloch, M. y Bloch J.H., “Women and the dialectics of nature in
eighteen-century French thought”, en Mac Cormack, C., Strathern, M.,
op. cit., pägs. 25-41.
carácter confuso y variable del contenido de ambos con­
ceptos. Por su relación con los acontecimientos sociales y po­
líticos del siglo XVIII, ambas nociones presentan diferentes
significados aun en un mismo autor. Resumimos en el cuadro
que sigue los distintos sentidos que los autores del estudio ci­
tado afirman haber hallado:
Naturaleza sociedad
Estado primigenio de la sociedad sociedad corrupta
cuerpo humano y sus funciones leyes
instintos, emociones, sexualidad artes y ciencias
orden universal usos y costumbres de las clases
privilegiadas
armonía de los seres vivos y su
entorno: forma de vida de los
pueblos primitivos cultura (en sentido antropológico)

Tales diferencias de su campo semántico probarían que


no se trata de estructuras esenciales de la mente tal como los
estructuralistas posteriores a Lévi-Strauss lo entienden sino
de una articulación polémica propia de los siglos XVII y XVIII
cuya función fue la de criticar los poderes establecidos. Sin
embargo, señalan ambos autores que cuando el par Naturale­
za/Cultura se articula con el par genérico, los pensadores del
XVIII suelen caer en contradicciones debido a la emergencia
de fragmentos ideológicos “dormidos” en un discurso que
pretende ser de ruptura.
Así por ejemplo, Diderot, en una exigencia revolucionaria
de libertad y felicidad para todos los seres humanos, elogia la
moral sexual permisiva de hombres y mujeres en su utopía de
Tahití para luego terminar señalando las conveniencias que tal
organización tendría en vistas a la procreación y a la mayor
unión resultante entre los hombres al compartir a las mujeres.
Más clara aún se presenta la contradicción en Rousseau, que
abandona su postura radical e innovadora sobre la educación
cuando de mujeres se trata. La Naturaleza que era guía inme­
jorable en la educación de Emilio, no lo será para Sofía, la
Eva de este nuevo Adán, la cual, por ser ella misma naturaleza
(en otro sentido), se verá condenada por Rousseau al acata­
miento de las normas de la misma sociedadque el pensador
criticara tan acerbamente.
En Bemardin de Saint Pierre, considerado prerromántico,
los valores paradigmáticos de la naturaleza se encamarán en la
mujer. La famosa novela Pablo y Virginia sugiere que la
moralidad natural femenina puede redimir al mundo. No es
otra la esperanza de Bretón, pero en el camino se han produ­
cido cambios. Ya no es una natural bondad maternal lo que se
alaba, sino una natural capacidad cognoscitiva de aprehensión
de la realidad liberada de los esquemas limitativos del in­
telecto.

Cabe observar que aunque los contenidos que se incluyen


en el concepto de “naturaleza” cambian, se mantiene constan­
te la asignación de la mujer al ámbito de lo natural como
opuesto a lo cultural, sea éste último concebido como hazaña
de la humanidad o error trágico de la especie. Al respecto,
destaca Celia Amorós que: “la idea ilustrada de naturaleza
como paradigma legitimador, lejos de introducir algún ele­
mento de reorganización en los espacios simbólicos adjudi­
cados ideológicamente al hombre y a la mujer, consagró
—malgré revoluciones copemicanas— los viejos lugares ‘na­
turales’ aristotélicos” (...)27.
Por otro lado, esta renovación del concepto de naturaleza
conlleva la originalidad de identificar a la mujer con la Natu­
raleza prescindiendo de todo orden espiritual trascendente, li­
mitándose a apelar al simple orden de la Naturaleza como
justificación. Resulta entonces que: “la categoría de natura­
leza cumple así, a la vez, la función de juez que asigna su lu­
gar a cada parte y de lugar asignado a una de las partes”28.

Deseamos subrayar la importancia que tienen los valores


acordados al cuerpo y a la sexualidad en la definición de

27 Amorós, C., Hacia una crítica..., op. cit., Barcelona, Anthropos,


1985, pág. 24.
28 Ibid, pág. 162.
aquello que será la Naturaleza. Es el momento de recordar
que el arte (al que actualmente hay que agregar la publici­
dad) ha representado hasta la saciedad el cuerpo femenino y
muy pocas veces el masculino. Además, el desnudo puede
asumir distintos significados según las posturas en que se lo
muestre: pasivo, activo, sensual, deportivo, etc. Si dar mate­
rialidad a un cuerpo masculino se revela una empresa difícil,
más complicado aún es hacer de él un objeto de deseo. In­
cluso en una sociedad como la griega clásica, en la que los
amores masculinos no se hallaban al margen de lo aceptado,
observa Michel Foucault29 una cierta ambivalencia en la ac­
titud que hacia ellos se reserva en los textos. El problema re­
sidía en la reducción del cuerpo del joven a objeto de placer.
En cualquier caso, esta reducción no debía nunca ser asu­
mida por el muchacho. Tampoco se admitía que pudiera en­
contrar goce en la relación que mantuviera con el hombre
enamorado que lo buscaba y sólo debía acceder a los deseos
de éste por complacencia y admiración. La jerarquía poten­
cial que le concede el futuro despliegue de su virilidad es la
causa de tales límites y el fundamento del consejo de ir
transformando progresivamente el amor en “philia”, en la
medida en que la edad del joven ya no se adecuara a tales
relaciones.
Por ello, los varones no parecen ser considerados deposi­
tarios aptos de la carga simbólica contenida en la noción de
Naturaleza. Esta incluye entre sus significados (resumidos en
el cuadro expuesto más arriba) el de ser corporalidad, cuerpo
vivo y sus impulsos, sexualidad y afectividad. ¿Quiénes sino
las mujeres representaron tradicionalmente estas instancias en
grado sumo a través de sus roles de objetos del deseo sexual
masculino, senos que alimentan, sentimientos que no temen
el ridículo?

29 Este aspecto del Eros clásico es eestudiado por M. Foucault en


L’usage des plaisirs, segundo volumen de Histoire de la sexualité, París,
Gallimard, 1984.
N o s t a l g ia s d e l s u e l o o n t o l ò g ic o

De acuerdo a lo ya expuesto, podemos decir que la duali­


dad genérica recibe dos formulaciones que son solidarias. La
primera, de carácter ontológico, hace de ciertas figuras feme­
ninas la encamación misma de la Naturaleza, del Incons­
ciente como fuerza cósmica, como voluntad de Vida frente a
un varón lastrado por toda la Historia occidental y sus innu­
merables realizaciones culturales. Estrechamente ligada a esta
perspectiva, la segunda formulación, de tipo gnoseológico,
presenta al par genérico como dos formas diferentes de
conocimiento: intuición versus razón.
La imposibilidad de conocer la realidad, el noúmeno, se
transforma en incapacidad existencial de realizar la síntesis
de pensamiento y acción.
Recordemos la afirmación de Klages, filósofo del irracio-
nalismo: “La ley del intelecto nos separa del ritmo de la vida
cósmica”30. La razón como forma de la inautenticidad es acu­
sada de pertenecer a una Historia que no es progreso sino de­
formación de una naturaleza primitiva superior. Desde esta
perspectiva, el pensamiento racional no es ya el maravilloso
estandarte que la Ilustración levanta frente al oscurantismo y
los poderes establecidos.
Aceptar la clasificación de la realidad que la cultura im­
pone a través de ese sistema de signos que es el lenguaje
equivale a un suicidio, a la aceptación de una existencia alie­
nada. El pensamiento entra en crisis.
Celia Amorós caracteriza al hombre de la angustia
existencial como un emergente de la crisis patriarcal o genea­
lógica. Esta crea individuos desarraigados, descritos por Kier-
kegaard como al borde de la locura sin poder alcanzarla, sin
poder morir porque no pueden vivir. El existencialismo daría
una respuesta a la crisis genealógica al trasponer las coorde­

30 Klages, L., Vom Kosmogonischen Eros, Segunda edición, Munich,


1926, pág. 63.
nadas temporales al ámbito de la subjetividad. De ahí una
tendencia al nominalismo, ya que lo real será lo individual y
lo universal sólo tendrá realidad en tanto pensado31. Nuestra
filósofa señala que en Kierkegaard y Sartre, la existencia
como problematicidad se presenta como algo masculino32.
Esta existencia añora la inmediatez del simple dejarse vivir y
la capacidad de poseer una creencia sin que la razón se encar­
gue de disolverla.
Este mito de la mujer-naturaleza-mediadora se reactiva
en un momento de crisis de valores. De ahí el interés con que
Kierkegaard estudia la relación de Fausto y Margarita. El cé­
lebre personaje de la obra de Goethe goza con la fe de la jo­
ven y suspende ante ella su actitud de militancia escéptica:
“El escéptico es de este modo la figura del caballero deca­
dente y en crisis”33 El seductor kierkegaardiano se convierte
en un exaltado poeta de la femineidad entendida como poder
de la pura intuición, inmediatez no corrompida por la razón
ilustrada. Sin embargo, a través de esta última logra seducir y
él mismo no deja de experimentar esa hipertrofia de la razón
como una superioridad que lo coloca por encima de la simple
inocencia tan envidiada.

Este varón contemporáneo busca la proximidad de una


mujer que por su relación inmediata con el mundo lo reconci­
lie con él y represente la esperanza de superar la escisión en­
tre sujeto y objeto, pensamiento y acción. Sujeto profunda­
mente moderno que, a falta de una moral por la que guiarse,
suele dirigir sus acciones por normas estéticas, cree encontrar

31 Amorós, C., Sóren Kierkegaard o la subjetividad del caballero. Un


estudio a la luz de las paradojas del patriarcado, Barcelona, Anthropos.
1987, págs. 174-175 y pág. 242.
32 Cfr. Amorós, C., Hacia una crítica..., op. cit., págs. 51-52 y pág. 112.
En el caso de Sartre, nuestra filósofa señala un cambio de punto de vista
relacionado con la obra de Simone de Beauvoir El segundo sexo, la cual
lo habría llevado a introducir personajes femeninos para representar la au­
tenticidad moral.
33 Amorós, C., Sóren Kierkegaard..., op. cit., pág. 112.
en algunas mujeres ese suelo ontològico que Heidegger buscó
en los campesinos.
Los mismos reproches que Adorno hiciera a este filó­
sofo34 pueden aplicarse a esta idealización de la mujer : en
primer lugar, tal búsqueda se basa en la creencia de que exis­
ten cosas primeras en las que reside la verdad, cuando desde
Hegel el pensamiento dialéctico nos muestra que no hay tales
cosas y que todo es producto de la mediación.
En la alabanza de Heidegger a la sencillez del pensa­
miento campesino como pensamiento genuino se oculta un
procedimiento ideológico que consiste en presentar como re­
laciones sustanciales lo que no es más que un residuo de anti­
guas relaciones socioeconómicas destinadas a desaparecer
con la sociedad industrial.

Pero para la escuela de Frankfurt no resulta tan evidente que


los roles sexuales de nuestra sociedad sean relaciones sociales35
ni que los integrantes de los grupos genéricos resulten un pro­
ducto de esas relaciones y no elementos anteriores a éstas.
Así, Horkheimer afirma la necesidad de una autoridad
paterna para el surgimiento de la conciencia y de una madre
naturaleza amante dedicada por completo a la educación de
sus hijos. Y para completar esta nostalgia de un suelo ontolò­
gico, el filósofo agrega que Nietzsche no se equivocó al ase­
gurar que la mujer perdería con la obtención de la igualdad de
derechos aquello que la distinguía y le confería mayor valor:
“su pensamiento no cosificado ni meramente pragmático”36.

34 Adorno, T., Terminología filosófica, vol. I, trad. española de R. Sán­


chez Ortiz de Urbina, Madrid, Taurus, 1976, págs. 112-120.
35 Sobre el impacto del análisis feminista en las ciencias humanas y el
cambio epistemológico que introdujo en el estudio de la relación entre los
sexos, considerada hasta ese momento como perteneciente al ámbito de lo
natural, ver Colette Guillaumin, “Femmes et théories de la société: Re­
marques sur les effets théoriques de la colère des opprimées”, en Sociolo­
gie et Sociétés, vol. XIII, núm. 2, octubre 1981, Presses de l ’Université
de Montréal, págs. 19-32.
36 Horkheimer, M., A la búsqueda del sentido, Salamanca, ed. Sí­
gueme, 1976, págs. 119.
De esta manera, las mujeres se convierten en un sujeto
revolucionario en la lucha contra la razón instrumental. Su
revolución consistiría, paradójicamente, en no cambiar el es­
tado de cosas existente y mantenerse suficientemente alejadas
del poder como para no contaminarse con él. El prudente per­
severar en su marginación relativa les garantizará la conser­
vación de esa frescura e inocencia que tanto necesita y tanto
aprecia el hombre (entiéndase “varón”) agobiado bajo el peso
de siglos de administración racional de la naturaleza.
Nos hallamos aquí ante la elevación a términos filosófi­
cos de una opinión común que pretende que con la igualdad
de derechos entre los sexos el mundo dividido en términos de
Naturaleza y Logos dominador quedará reducido a este se­
gundo término de la oposición. La hipótesis de que un reparto
más equilibrado e igualitario de los roles permitiría a los va­
rones desarrollar cualidades hasta ahora “femeninas” no es si­
quiera considerada.
El terror ante la posibilidad de un mundo totalmente re­
gido por valores “masculinos” sirve, de buena o mala fe, para
el mantenimiento y cultivo de las diferencias.
Géneros y sexualidad parecen ser el límite en el que se
detienen los pensamientos que pretendieron ser más osados.
Cuando se le preguntó a Horkheimer cómo justificaba el
apoyo que había dado a la encíclica del papa Pablo VI en la
que se prohibía el uso de métodos anticonceptivos artificiales
a los católicos, respondió: “La teoría crítica, y yo he hablado
como crítico teórico, tiene una doble función. Quiere indicar
lo que ha de cambiar pero también lo que ha de mantenerse.
Por ello tiene también la función de mostrar el precio que no­
sotros hemos de pagar por esta o aquella medida y por tal o
cual progreso. La “pildora” hemos de pagarla con la muerte
del amor erótico. (....) Si se quita el tabú de lo sexual se de­
rrumba con ello la barrera que fomenta el anhelo, perdiendo
entonces el amor su base”37.
Vemos, pues, que el sacrificio de las mujeres es impres­
cindible. Sin esa identidad femenina construida sobre el pu­
dor, la humanidad perdería uno de los pocos rasgos de tras­
cendencia que le quedan en esta civilización tecnológica: el
amor. La artificialidad del pudor, su carácter de virtud del so­
metimiento no parecen preocupar a este teórico “crítico”.
Como hemos dicho, la crítica suele detenerse a menudo
cuando se llega al terreno del sexo-género y la sexualidad.

LA TENTACIÓN DEL ESENCIALISMO

La confusión entre causas sociológicas y psico-biológicas


de la diferencia de género es compartida por artistas y es­
pecialistas del pensamiento conceptual. Esto último es más
injustificable e incomprensible. Cuando abordan estos temas
suele predominar la vaguedad del discurso y la falta de clari­
dad en la elaboración de las categorías aplicadas.
Al respecto, afirma Nicole-Claude Mathieu38, que de las
tres variables fundamentales usadas en sociología y psico-
sociología (categoría socio-profesional o clase social, edad y
sexo), la tercera aún no ha sido objeto de una definición pro­
piamente sociológica.
La primera variable ha sido definida de manera perti­
nente por criterios sociológicos y no psicológicos o bioló­
gicos. No sólo se ha descrito a grupos sociales determinados
sino que también se ha estudiado su relación, con lo cual se
obtuvo una problemática de conjunto. Para la edad, el proce­
so de definición sociológica fue más lento y sólo reciente­
mente se llegó a una noción de edad social. Este estadio no ha
sido alcanzado en lo que se refiere a las categorías de sexo,
que aun se confunden con datos biológicos inmediatos.
Esta deficiencia en la reflexión sobre la dualidad genérica
conduce al fenómeno de la reificación, que se caracteriza por
definir los sexos en términos de categorías independientes del
sistema de relaciones sociales que las constituyen. La diferen­
cia biológica servirá de base para una interpretación de las

38 Mathieu, N., “Notes pour une définition sociologique des catégories


de sexe”, Epistémologie sociologique, II, 1971, pâgs. 19-39.
demás diferencias como “naturales”. La autora francesa se­
ñala en otro de sus trabajos39 que esta reificación conduce a
otorgar a los sexos atributos generales y a producir un dis­
curso sobre los contenidos que le son propios a cada uno. Se
hace así una descripción de los símbolos, de las representa­
ciones que pertenecen a cada sexo, luego se los contrapone
subrayando sus diferencias y, si es posible, presentándolos
como opuestos. Por último, se justifica tal oposición por las
diferencias biológicas que llevarían a actuar, pensar y ver el
mundo bajo dos formas muy disímiles.
Tal procedimiento se ha llevado a cabo en la sociología,
la antropología, la psicología, la literatura, la crítica literaria y
la filosofía. Todas ellas conservan en la mayor parte de los
casos un discurso esencialista en lo que se refiere a las cate­
gorías de sexo. Este pensamiento esencialista constituye a
menudo un enclave aislado dentro de un discurso general dia­
léctico, fenómeno residual que atribuimos al carácter relativa­
mente reciente de la incorporación de las mujeres al mercado
de trabajo y a la lenta asimilación de las teorías feministas
por parte de las ciencias humanas.

Enfrentado a la disolución de las creencias y a la com­


pleja red de interacciones en que la dialéctica convierte a la
realidad, el pensamiento se verá tentado a recurrir a esos resi­
duos de esencialismo para encontrar en ellos un nuevo para­
digma que sea capaz de vehicular antiguos contenidos. La
empresa de recuperación del sentido intentará llevarse a cabo
por una hipóstasis de lo femenino. Este procedimiento se ve
facilitado por la particular conceptualización que el pen­
samiento patriarcal aplica a las mujeres: éstas no acceden
a la individualidad sino que permanecen confundidas en el
género40.

39 Mathieu, N.C., “Homme culture, femme nature?”, L’Homme, julio-


septiembre, 1973, pág. 106.
40 Sobre la identificación de las mujeres al género, ver Amorós, C.,
“Espacio de los iguales, espacio de las idénticas. Notas sobre poder y
principio de individuación”, Arbor, núms. 503-4.
El acceso a la individualidad requiere la autoconciencia y
para el pensamiento patriarcal las mujeres son inmediatez
natural incapaz de reflexión. Comparadas al varón problemá­
tico y desgarrado se asemejan más a arquetipos, a proyeccio­
nes simbólicas del hombre.
Nos parece apropiado recordar aquí la noción de “in­
consciente productivo” que Deleuze y Guattari oponen en el
Anti-Edipo al inconsciente representativo de Freud. El psico­
análisis político y social que los primeros se proponen postula
un campo social investido inmediatamente por la libido: “La
libido se caracteriza por invadir el campo social bajo formas
inconscientes y de esta manera alucinar la totalidad de la His­
toria, delirar las civilizaciones, los continentes y las razas”41
y, añadiríamos nosotros (una vez más los críticos osados se
detienen ante el límite) alucinar, delirar los sexos.
La libido contiene siempre un momento social y político
en el que se articulan las categorías de sexo. Esta articulación
es, en cada caso, dependiente de la Historia y dentro de ésta,
variable según los avatares personales de los individuos. Por
ello, aunque aceptamos las limitaciones que Gayle Rubin42
señala respecto a un análisis de la sexualidad que pretenda
explicar todo desde la perspectiva de género, consideramos
que ésta es fundamental.
En Heidegger no encontramos referencias directas al ca­
rácter genérico, masculino o femenino del discurso filosófico.
Sin embargo, en una publicación coordinada por Luce Iriga-
ray, teórica feminista de la diferencia, Jean-Joseph Goux
afirma que en su obra existe una crítica implícita al pensa­
miento filosófico masculino y una invitación a escuchar la
voz, apenas audible ya, de la raíz materna43. Según esta par­

41 Deleuze, G., Guattari, f., Capitalisme et schizophrénie. L’Anti-Œdi-


pe, Paris, ed. de Minuit, 1972, pág. 117.
42 Rubin, G., “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radi­
cal de la sexualidad”, en Placer y peligro. Explorando la sexualidad fe ­
menina, Vanee, C. (comp.), Madrid, ed. Revolución, págs. 113-190.
43 Goux, J.J., “U oubli de Hestia”, en Langages núm. 85, Le sexe lin­
guistique, Larousse, marzo 1987, págs. 55-61.
ticular lectura, el papel de Hestia como fundadora y guar-
diana del hogar habría sido menospreciado y olvidado por
una metafísica elaborada por los varones.
Esta interpretación se apoya en la afirmación de Heideg­
ger de que la filosofía se aleja del ser en la medida en que, a
partir de Platón, el ser es proyectado fuera de la tierra. El pre­
fijo “da” del Dasein indicaría ya desde Sein und Zeit la inten­
ción heideggeriana de instalar al hombre nuevamente en ese
“habitar” que es el ser. La misma investigación etimológica
del sentido primero del verbo “ser” lleva al filósofo a iden­
tificar “ser” y “habitar”, “permanecer”. En los comentarios
que dedica a la poesía de Hölderlin dice: “Suevia, la voz de la
madre, señala la esencia de la tierra patria. En la cercanía al
origen está fundamentada la vecindad a lo más gozoso”44.
Aquí tenemos una prueba de que la tierra como símbolo
femenino sigue activo en la imaginación de los filósofos o, al
menos en este caso, en la de sus intérpretes.
Este intento de lectura de Heidegger desde un feminismo
de la diferencia corresponde, en el terreno de la filosofía, a
los intentos de Luce Irigaray y Julia Kristeva en el ámbito del
psicoanálisis. La primera reivindica un eterno femenino
irracional enclavado en el cuerpo sexuado45. La segunda, a
pesar de su proclamado nominalismo, tiende a la definición
esencialista cuando ve en “lo semiótico” o expresión del im­
pulso libidinal por la entonación y el ritmo el elemento feme­
nino y maternal de las prácticas significativas46. Como muy
bien apunta Michéle Le Doeuff47, el feminismo de la diferen­
cia se halla afectado por una eterna aporía: pretende otorgar
valor a lo diferente pero su exaltación de “la” diferencia y su

44 Heidegger, M., Interpretaciones sobre la poesía de Hölderlin, trad. al


español de J.M. Valverde, Barcelona, Ariel, 1983, pág. 44.
45 Irigaray, L., Spéculum de l’autre femme, Paris, Ed. de Minuit, 1974,
y Ce sexe qui n’en est pas un, Paris, Ed. de Minuit, 1977.
46 Para una exhaustiva crítica de J. Kristeva, ver Nancy Fraser, Hiparquia,
comunicación del II Encuentro Internacional de Feminismo Filosófico,
Buenos Aires, noviembre de 1989, traducción al español de M.L. Femenías.
47 Le Doeuf, M., L’étude et le rouet. Des femmes, de la philosophie, Pa­
ris, Seuil, 1989, pág. 251.
construcción de un sistema binario implica, en realidad, la su­
presión de las infinitas diferencias entre los individuos.

Razón e intuición escindidas y paradigmáticamente re­


presentadas por la dualidad dé los sexos manifiestan en su
mutua atracción la necesidad de integrar los dos modos del
conocimiento en un sistema de oposiciones que no es ajeno a
los avatares de la conciencia contemporánea. Resumimos en
el cuadro que sigue sus principales contenidos:

Yo masculino Vida, Naturaleza, mujer


autoconciencia cuerpo, animal misterioso
análisis, límites unidad de los entes
clasificación unidad del sujeto y el objeto
razón aplicada a sus propios
materiales históricamente
acumulados intuición inmersa en el devenir
hastío pasión
intelecto estéril poesía, arte, metafísica espontánea
decadente primitivo

U lises interroga a lo O tro

Dentro de este sistema de pensamiento por oposiciones


genéricas, a los ojos del hombre, las mujeres se hallan más
cercanas a los animales, como lo prueba la frecuente relación
que la Filosofía hace entre mujer y animales y el arte esta­
blece, por ejemplo, entre la imagen enigmática de los gatos y
la Otra inalcanzable y deseada, inabordable desde el intelecto
masculino (al respecto, nos limitaremos a recordar el célebre
poema “Los gatos” de Charles Baudelaire como exponente de
calidad de una asimilación que ya es popular y trivial).
Si aceptamos la lectura que Horkheimer y Adorno hicie­
ron de la Ilíada en la Dialéctica de la Ilustración y vemos en
Ulises al yo individual que lucha contra la Naturaleza no so­
metida en una laboriosa constitución del ego a partir del
enfrentamiento con ella y sólo a través de él, podríamos aven­
turar que el héroe contemporáneo que nos ocupa es este mis­
mo Ulises que al término del camino, desengañado, pretende
desandarlo interrogando a las mismas fuerzas que sometió;
convencido de que poseen el secreto que lo salvará.
En su empeño olvida que esta pura Naturaleza que busca
no es más que la contrapartida de la constitución de su propio
sujeto, una especie de imagen en negativo de sí mismo o con­
junto de elementos rechazados e hipostasiados. En esta pre­
tendida inmediatez, cree ahora que reside el Centro, el lugar
desde el que todo adquiere sentido y vuelve sus ojos hacia
aquellas representaciones míticas que, bajo la forma de una
hierogamia cósmica, postularon la posibilidad de la unión de
los principios que fueran separados.

Ya nos hemos referido al interés suscitado por Oriente en


el momento de la contracultura. Pero esta atracción se re­
monta al romanticismo y a su búsqueda de conocimiento por
vías no racionales. La actitud del occidental respecto a las
doctrinas orientales será ecléctica. Tomará aquellos conteni­
dos que conecten con sus preocupaciones y mitos propios.
Particularmente interesante nos parece la relación que es­
tablecen los sansimonianos en el siglo pasado entre el necesa­
rio peregrinar a Oriente en búsqueda de la Verdad y la figura
de la Mujer-Mesías, salvadora de la humanidad. “Sé donde
está la Madre:, en Oriente. Ha llegado el día. No es solamente
un viaje hacia el Oriente, es un viaje hacia la Mujer. Es en
Oriente sobre todo donde la mujer es esclava, es en Oriente
donde hay que anunciar la igualdad del hombre y de la mujer.
Los caballeros fueron a la cruzada para encontrar la tumba de
Cristo. ¡Nosotros, compañeros de la Mujer, a Oriente no ire­
mos a buscar el sepulcro sino la Vida! La Madre está en
Oriente”48. Junto a esta exaltación de la Mujer, Enfantin pro­
mueve la entrada de las mujeres en el grupo y el abandono de
los criterios tradicionales de fidelidad en la pareja. Se avanza
hacia una nueva moral sexual liberadora para las mujeres.
Pero, como señala Neus Campillo en su estudio sobre los san-

48 Citado por Neus Campillo en Filosofía contemporánea desde una


perspectiva no androcéntrica, A. Puleo coord., Madrid, MEC, en prensa.
simonianos, “toda la larga búsqueda de la Mujer-Mesías va
mostrando cómo el papel femenino tiende a considerarse por
encima y fuera de lo racional”49. Pero, mientras se exaltan los
valores místicos de la Mujer, se termina apartando a las muje­
res concretas de la Asociación porque los “compañeros de la
Mujer” afirman necesitar un retiro tranquilo en un momento
particularmente difícil de enfrentamiento con los poderes
públicos.
El caso de los seguidores de Saint Simón es paradigmá­
tico pero lo mismo podría señalarse en otros grupos como el
surrealista. El discurso de la excelencia y la supra-raciona-
lidad superior de las mujeres convive muy cómodamente con
las prácticas de exclusión y la fraternidad masculina del
grupo de los pares. Al fin y al cabo, la realidad concreta sólo
se deja apresar por los pedestres mecanismos de la razón y el
ejercicio del poder no escapa a esta pragmática verdad.

El auge del tantrismo en Occidente, durante la contra­


cultura, ha de ser comprendido dentro de la identificación de
la mujer con la sexualidad y la energía cósmica de la Natura­
leza necesarias para renovar el espíritu. Al respecto, señala
Joseph Vicent Marqués que la reciente difusión de la filosofía
oriental suele ir acompañada de un ánimo crítico respecto a
los valores masculinos y una propuesta de que el varón
asuma la parte “femenina” de la afectividad, la no agresivi­
dad, etc. Sin embargo, advierte Vicent Marqués que esta posi­
ción “es discutible también en cuanto presupone que algo es
en sí mismo masculino o femenino, perpetuando así la confu­
sión patriarcal”50.

Resumiremos rápidamente la doctrina tántrica que parece


condensar y llevar al paroxismo la estrategia patriarcal de
identificar mujer, Naturaleza y sexualidad y recurrir a esta

49 Ibid.
50 Vicent Marqués, J., Osbome, R., Sexualidad y sexismo, Madrid, Uni­
versidad Nacional de Educación a Distancia-Fundación Universidad Em­
presa, 1991.
amalgama cuando por diversas razones decide abandonar la
exclusividad de la vía de la razón.
“Vedanta” significa etimológicamente “fin del Veda”,
enseñanza última en el sentido de posterior (porque se funda
en las ¡Jpanishads que son la última parte de los Vedas), y de
superior (ya que es el conocimiento supremo de los Vedas).
Este conocimiento no es comunicable a la manera en que los
otros conocimientos lo son. Sólo puede ser alcanzado por una
experiencia radical y personal del sujeto. El contenido del Ve-
danta se halla reunido en los Brahmasütras de Bádarayana.
Estos, a su vez, han sido comentados abundantemente. De los
comentarios, los más importantes son los de Shankara y Ra-
manuja.
El núcleo de la enseñanza del Vedanta reside en la doc­
trina de la no-dualidad. El Principio Supremo no admite nin­
guna determinación y es, por lo tanto, lo Absoluto. No hay
nada fuera de él. El mundo no es más que una realidad iluso­
ria. Por esta razón, René Guénon afirma que el Vedanta no
puede ser considerado un panteísmo como algunos occidenta­
les han creído51. Sin embargo, a pesar de lo que afirma Gué­
non, el carácter ilusorio del mundo no sólo ha sido objeto de
controversia o interpretación errada en Occidente sino tam­
bién dentro del Vedanta mismo, ya que no puede negarse toda
realidad al mundo si éste es una manifestación de “brahman”.
El objetivo fundamental de la teoría del Vedanta es la li­
beración o “mukti”. El individuo que llega a identificarse con
el ser supremo se libera de toda dependencia y se transforma
en un “yogi” o “liberado viviente”, diferente del “liberado de
la forma” que es posterior a la muerte. La liberación es
desprendimiento de la cadena de causas y efectos. La acción
es inferior a este conocimiento supremo porque la acción sólo
permite acceder a otras acciones.
Este anhelo de superación individual, este modelo de su­
perhombre guía las prácticas del tantrismo, doctrina que
alcanzó su plena configuración hacia el siglo X y que terminó

51 Guénon, R., Introduction générale à l’étude des doctrines hindoues,


Paris, Librairie des Sciences politiques et sociales M. Rivière, 1921.
imponiendo su sello a todas las formas del hinduismo. Los
“tantra”, a diferencia de otros textos hindúes, insisten en el
carácter femenino de la energía cósmica que en sánscrito re­
cibe el nombre de “shakti”. La “shakti” se halla tanto en el
macrocosmos o naturaleza como en el microcosmos o indivi­
duo. La salvación de este último consiste en activar el princi­
pio femenino que en él subyace dormido. El estado latente en
que se encuentra la energía femenina en el hombre es expre­
sado en el tantrismo por la imagen de la “kundalini” o ser­
piente enrollada que descansa en la región sacra de la co­
lumna vertebral y a la que el adepto debe despertar para que
se extienda por el cuerpo liberando su energía.
El yoga tántrico inicia en la adoración de la Diosa por me­
dio de diferentes prácticas entre las que se cuenta una forma ri-
tualizada de la unión sexual. El objetivo final es llegar incluso
a identificarse con la Diosa liberándose de la determinación
del ego. En algunas de sus sectas la mujer es sagrada en tanto
encamación del principio cósmico femenino, de la Madre, de
la Diosa, de la Naturaleza o “Prakriti”. Mircea Eliade presenta
al tantrismo como una de las formas del mito de la hierogamia
cósmica ya que en su unión sexual ritualizada o “maithuna” la
mujer-Prakriti-Shakti se une al varón-Shiva o Espíritu puro52.
Recordemos también, con este historiador de las religiones,
que el mito de la hierogamia cósmica no es universal.
La mujer tántrica es una mediadora ya que representa a la
naturaleza femenina en todos sus aspectos y la salvación se
obtiene a través de la unión sexual con ella. La pérdida de la
conciencia propia del placer orgàsmico es así convertida en
experiencia inmediata que lleva al nirvana. Aunque la doc­
trina enseña que la “shakti” es la energía misma y que el
“brahman” o principio masculino es impasible y ha perdido el
papel fundamental que le daba el hinduismo, en el acto sexual
tántrico la mujer es totalmente pasiva e impersonal: “puro
principio sin rostro ni nombre”53 mientras que el varón es su­
jeto activo.

52 Eliade, M., Le sacré et le profane, París, Gallimard, 1965, pág. 144.


53 Rougemont, D., op. cit., pág. 129.
Subraya Denis de Rougemont la importancia creciente de
la figura de la mujer mediadora en el siglo XX, tal como se
había producido en el siglo XII, y toma del tantrismo un nom­
bre para este fenómeno. Lo llama “retomo de la shakti”. La
“femme-enfant” de la literatura, el interés por el catarismo,
los estudios de Adrian Turel sobre el matriarcado, de Robert
Graves sobre la Gran Diosa, de Jung sobre la Sophia y la Vir­
gen Madre, las voces que anuncian un retomo y una próxima
hegemonía del principio femenino subyugado por el patria­
rcado: son todos síntomas, para este pensador francés, de una
crisis que, desde su punto de vista, se halla relacionada con la
crisis del matrimonio minado por el triunfo del mito del
amor-pasión. No creemos que esta respuesta agote la signifi­
cación del fenómeno, aunque aporta interesantes elementos
de juicio sobre el pensar y sentir contemporáneos.

El peregrinaje a Oriente, el retomo a los mitos arcaicos,


la exploración de los mundos oníricos, son síntomas de la cri­
sis de la razón y, al mismo tiempo, el intento de la misma ra­
zón por superarla. La Mujer-energía cósmica del Vedanta
representa, en grado sumo, lo que el agotado intelecto occi­
dental reclama: la mediación necesaria para una nueva alian­
za con la Vida.
Reciclaje de antiguos mitos, invención de otros nuevos,
ambos son intentos de superación de la crisis de un pensa­
miento en el que la Mujer en tanto género asimilado a la se­
xualidad es alternativamente glorificada o denigrada según se
asigne a ésta última un papel liberador o esclavizador del va­
rón. Y, aunque las diferencias sean muchas en el camino que
va de la identificación del acto sexual a la impureza y el
pecado con el cristianismo, del instinto sexual como trampa
de la especie y cadena interminable de dolor en Schopen­
hauer hasta la liberación por el sexo, ya sea en su forma ritua-
lizada tántrica (y en sus correspondientes vulgarizaciones
para uso occidental) o en su famosa revolución sexual de los
sesenta, nos hallamos siempre ante elaboraciones del pensa­
miento patriarcal en las que el sujeto masculino del discurso
se autodefine como sujeto universal.
Un romanticismo psicoanalitico

El inconsciente conserva los objetivos del


vencido principio del piacer (...) El re­
tomo de lo reprimido da forma a la histo­
ria prohibida y subterránea de la civiliza­
ción

H erbert M a r c u se

D e l p e s im is m o a l a a c e p t a c ió n d e l a V id a

Con Schopenhauer y Edouard Von Hartmann el individuo


ya reconoció humildemente su pertenencia a un todo no ra­
cional. Atrás quedaron los sueños de la diferencia absoluta,
del dualismo espíritu-materia, mente-cuerpo. Y a pesar de
que el pensamiento de estos filósofos guarda aún el eco de los
tiempos en que el hombre afirmaba orgulloso su esencia radi­
calmente distinta de los demás entes, la vorágine del In­
consciente anuncia la certeza del origen. Origen desolador
por su espantosa y muda indiferencia, por su ciego empecina­
miento que, en la inocencia de la vida carente de reflexión, se
arroja una y otra vez a un destino de dolor y muerte.
El pathos que caracterizaba esta concepción era el pesi­
mismo. Aunque se apelara a la Idea, como es el caso en E. Von
Hartmann, el horizonte de la inmanencia amenazaba con sus
límites cada vez más cercanos.
Si bien el impacto de tal descubrimiento incitaba inicial­
mente a la piedad, la destrucción provocada en el nivel de los
valores terminaba por inhibir toda acción.
Como ya hemos visto, la única militancia coherente pa­
reció a los pesimistas aquella que precipitara el emerger de la
conciencia en todos los seres humanos para llegar a la des­
trucción final y con ella al término de una larga y absurda
historia de dolor.
El hombre, que se reconoce por fin como una excre­
cencia de la naturaleza, considera que es su responsabilidad
el liberarla, junto con él, por medio de la aniquilación. Sólo
una destrucción total puede acabar con el mal porque éste no
es el fruto azaroso de las circunstancias sino el resultado de la
esencia misma de la Vida. El mal ha perdido su significación
trascendente, ya no es pecado. La noción de mal es simple­
mente la de sufrimiento. La Vida ha manifestado ser incapaz
de cumplir los requisitos de la felicidad ilustrada. La cantidad
de dolores y privaciones que existen en el mundo supera am­
pliamente la de placeres. El tribunal de la razón ha fijado el
objetivo a un nivel demasiado elevado como para que esta
inexplicable voluntad de vivir pueda alcanzarlo. La sentencia
será pues inapelable: lo único que puede desearse es el re­
tomo a la Nada.
Pero el camino de esta nueva autoconciencia en el hombre
occidental estaba muy lejos de haber sido totalmente recorrido.
Quizás debido a que la vida no puede desear la muerte para sí
misma de manera consecuente durante largo tiempo, pronto
surgió desde el seno mismo de esa autoconciencia desesperada
la orgullosa reivindicación de sus propios límites en un pensa­
miento profundamente desafiante. El superhombre nietzsche-
ano acepta la vida en un universo en que los dioses han muerto
y como prueba máxima de su actitud heroica ha de responder,
sin dudarlo un instante: “sí” al eterno retomo de lo mismo.
Schopenhauer ya había previsto la posibilidad de esta actitud
cuando hablaba de “un hombre que asimilara completamente
estas verdades que acabo de exponer, pero no se hallase en es­
tado de reconocer (...) que el fondo de la vida es un dolor per­
petuo, y que, por el contrario, estuviera satisfecho con la exis­
tencia y encontrándola a su gusto deseara con ánimo sereno que
su vida durase eternamente y recomenzara sin cesar”1.
Afirmarse como vida, aceptar lo Otro que causaba horror
como fundamento e identidad propia: éste es el segundo mo­
mento de la autoconciencia pesimista convertida ahora a un
optimismo que guarda dentro de sí el recuerdo de la desilu­
sión primera.
La desilusión ya no tendrá los matices de pérdida que la
caracterizaran, ahora será militancia activa y recibirá el nom­
bre de “genealogía de la moral” o voluntad de “desmitifi-
cación”.
Poco a poco, el mal se desplaza desde el núcleo mismo
de la Vida hacia la mentira que la cubre y limita. La Vida en­
juicia ahora a la razón por su visión estrecha y su falsa con­
ciencia. La Ciencia, la Moral, la Filosofía son, todas ellas, ne­
gación de la extraordinaria fuerza de la Vida. Y, paradoja de
la dialéctica histórica y filosófica, se acudirá a esta fuente
inagotable de energía cuando la razón tambaleante ya no se
considere capaz de asumir la conducción de los hombres ha­
cia la utopía.

E l su je t o r e v o l u c io n a r io p u l s io n a l

A los años sesenta y a sus representantes, desde los fa­


mosos creadores a los desconocidos seguidores, podría
aplicarse el análisis que Habermas hace de Marcuse. Nos dice
que el autor de Eros y Civilización espera: “el nacimiento de
una subjetividad rebelde a partir de una naturaleza que es an­
terior a la individuación y a la razón (...) Marcuse tiene una
confianza milenarista en la dinámica renovadora de las pul­
siones que opera a lo largo de la historia, que acabará rom­
piendo con la historia, y que al fin dejará que emerja lo que
entonces aparecerá como prehistoria”2.
Para Habermas, esta actitud implica una contradicción.
Esta consistiría en intentar dar un fundamento biológico al
socialismo, el cual se caracteriza justamente por considerar al
individuo como un producto histórico. La pulsión de soli­
daridad así como el ímpetu revolucionario de la libido a los
que acude Marcuse para dar apoyo científico a su utopía se
hallarían en abierta oposición a los principios del materia­
lismo histórico. A esta objeción, responde Marcuse afirman­
do que si bien la estructura pulsional es la de una dualidad
de principios (Eros y Tánatos), siempre es posible modificarla.
Por otro lado, las formas que toman estas pulsiones estarían
siempre condicionadas por la historia y la organización social.
Con Marcuse, nos hallamos ante una acerba crítica a la ra­
zón instrumental que aliada a una falsa moral y a las estructu­
ras políticas y sociales se convierte en barrera para el desa­
rrollo de la especie. Pero esta última tiene una reserva gené­
tica de energía y de orientación que explica la lucha heroica de
ciertos individuos frente a aquello que atenta contra la vida.
Así, la revolución es presentada como un movimiento del
ser que busca su realización. En el Prefacio político de 1966 a
Eros y Civilización3, Marcuse acude a conceptos tales como
“revolución instintiva” y “odio biológico”, e interpreta el fenó­
meno de la aparición de las guerrillas como símbolo de la re­
belión de las pulsiones contra la maquinaria social represora.

A LA BÚSQUEDA DE LA RECONCILIACIÓN DE RAZÓN


Y NATURALEZA

Marcuse compartía el enfoque de Adorno y Horkheimer


según el cual el dominio de la naturaleza externa por la razón
instrumental había implicado un sometimiento paralelo de la

2 Habermas, J., Perfiles filosófico-políticos, trad, al español de M. Ji­


ménez Redondo, Madrid, Taurus, 1975, pág. 293.
3 Marcuse, H., Psicoanálisis y política, Barcelona, ed. Península,
1969, pág. 155.
naturaleza interna del hombre. Para estos filósofos se plantea
entonces la necesidad de una reconciliación entre la natura­
leza y la civilización. Este tema, cuyo planteamiento proviene
del siglo XVIII, es tratado ahora en términos freudianos y
postmarxistas. Sin embargo, guarda el “potencial místico que
desde Schelling corrió mezclado con el romántico”4.
Su idea central es la de que el hombre sólo podrá libe­
rarse cuando la naturaleza también sea libre. El desarrollo de
la razón y con ella el surgimiento de la identidad del yo, de la
ciencia y de la técnica aparecen en La dialéctica de la Ilus­
tración como formas de la misma naturaleza y los hombres
como animales que han logrado un poder mayor al de todos
los demás pero que no han podido superar ese estadio natural.
Desde esta perspectiva, con la Ilustración el yo se declara
independiente y amo de la naturaleza sin percibir la relación
dialéctica que lo ha constituido como identidad a partir de la
naturaleza indiferenciada. El dominio de la naturaleza de que
se jacta la Ilustración es también dominio de la Naturaleza
interna. Así, el hombre ha quedado cercenado, escindido,
progresivamente empobrecido a medida que su poderío téc­
nico crecía. La Ilustración habría sido ciega respecto a la
prehistoria de la subjetividad. Con respecto a ello observa
Adorno que “la razón es naturaleza como fuerza física desga­
jada para los fines de la autoconservación. Pero una vez sepa­
rada de la naturaleza y enfrentada a ella, se convierte también
en lo otro de la naturaleza. Y en este efímero despuntar sobre
la naturaleza, la razón es idéntica y no idéntica con la natura­
leza, es decir, algo dialéctico por su propio concepto”5.
La posición de Marcuse, si bien coincide en las líneas
fundamentales con este planteamiento, difiere respecto de él
en la evaluación que hace de la técnica en el período en que
escribe Eros y Civilización. En ese momento, todavía se ma­
nifiesta optimista al considerar que el creciente desarrollo

4 Cfr. Habermas, J., op. cit., págs. 147-149.


5 Adorno, T., Dialéctica negativa. Citado por Habermas en Perfiles fi-
losófico-políticos (pág. 151) por considerar que este párrafo resume la
idea desarrollada en la Dialéctica de la Ilustración.
científico-técnico podrá liberar a los hombres del trabajo alie­
nado y la instancia pulsional humana será capaz de oponerse
a las estructuras capitalistas bajo la forma de una subjetividad
rebelde.

Ante el espectáculo de la sexualidad reprimida, surge la


sospecha de que tal represión se halla en relación con las in­
justicias sociales, con la alienación y el imperialismo. Nos ha­
llamos pues ante un nuevo sujeto revolucionario nombrado en
el lugar que quedara vacante por la deserción del proletariado.

Los MOTIVOS DE LA IZQUIERDA FREUDIANA

La peculiar combinación de categorías freudianas y mar-


xistas que encontramos en autores como Wilhem Reich y
Marcuse corresponde a un cuádruple intento.
En primer lugar, se quería sacar a la teoría marxista del
“impasse” provocado por la no realización de la revolución y
la capacidad de autopreservación de las estructuras capitalis­
tas: se propondrá una nueva mediación subjetiva entre prác­
tica y situación histórica, ya que la firme objetividad de ésta
última no permite suponer otro potencial revolucionario. En
Marcuse particularmente, se producirá un giro hacia la antro­
pología y un “repliegue” hacia el existencialismo y la crítica
de la ciencia y la técnica como proyectos que han de ser
superados. En opinión de Habermas, será la primitiva forma­
ción heideggeriana de este filósofo la que le ofrecerá un re­
curso frente al agotamiento del análisis marxista ortodoxo
confrontado a una situación histórica irreductible a las previ­
siones de la teoría inicial. Recordemos que la desconfianza
hacia la ciencia y la tecnología es un tema heideggeriano re­
tomado por Marcuse en One Dimensional Man (1964). En
esta obra, el filósofo frankfurtiano abandona la esperanza que
en Eros and Civilization (1953) había puesto en la capacidad
liberadora de la tecnología. Se agudiza la crítica a una ciencia
basada en la dominación de la naturaleza a través de concep­
tos operacionales y el tono es mucho más pesimista.
Marcuse se interesó por Marx en el momento en que el
descubrimiento de sus manuscritos económico-filosóficos
producía una renovación de los estudios del materialismo
histórico6. De estos manuscritos, el filósofo resaltará los con­
ceptos de “alienación” y “conciencia”. El primero en su as­
pecto humano integral y no únicamente como separación en­
tre proletariado y medios de producción. El segundo como
superación del aparente determinismo economicista de El
Capital, determinismo según el cual la revolución era inevita­
ble debido a mecanismos internos de la economía.
El concepto de conciencia permitiría a Marcuse explicar
la no realización de la revolución esperada. La conciencia
revolucionaria era imprescindible para que las potencialida­
des de cambio inherentes a la estructura económica pudieran
actualizarse.

En segundo lugar, se intentaban explicar las causas por


las que las masas actuaban a menudo en contra de sus propios
intereses, como lo probara el fenómeno del fascismo: a esta
necesidad responde tempranamente Reich con su teoría del
carácter. Según ella, la ideología internalizada tomaba cuerpo
en la estructura caracterológica del individuo, lo cual explica­
ría el desajuste entre necesidades económicas y actitudes psi­
cológicas de los individuos. El medio por el cual la ideología
es internalizada es la familia. Esta es responsable no sólo del
destino del individuo que en ella se forma sino del desarrollo
de la política y la economía, si bien ésta última era lo que
determinaba el tipo de estructura familiar. De esta forma se
cerraba el círculo dialéctico entre realidad económica e ins­
tancia psíquica.

6 Sobre la interpretación marcusiana de Marx, ver Robinson, P., La iz­


quierda freudiana. Los aportes de Reich, Roheim y Marcuse, trad de Fio-
real Mazia, Barcelona, Granica ed., 1977. Para Robinson, constituye un
hecho prodigioso que Marx no sea nombrado en Eros y Civilización ya
que este libro sería, en su opinión, la traducción de las categorías psicoló­
gicas de Freud a categorías políticas e históricas marxistas.
El tercer objetivo era denunciar y prevenir el peligro
existente en el rumbo tomado por el marxismo en los estados
socialistas: la evidente represión sexual impuesta por la buro­
cracia en el poder no pasó desapercibida a los ojos de Reich,
quien, en cierta manera, había ya hecho una experiencia de
ella con el fracaso de su proyecto de consultorios de educa­
ción sexual durante su militancia en el partido comunista. En
La revolución sexual, critica la actitud reaccionaria de mu­
chos comunistas que durante la revolución rusa, apoyándose
en la creencia de la oposición irreductible entre sexualidad y
cultura, consideraron que el interés por el problema de la
sexualidad se basaba en un propósito deliberado de restar
fuerza a la lucha de clases7. Para ellos, la instauración de la
dictadura del proletariado solucionaría automáticamente to­
dos los problemas sexuales.
Marcuse también insiste en que el objetivo de la revo­
lución no ha de ser meramente la substitución de una clase do­
minante por otra sino el nacimiento de un hombre nuevo en el
que la energía destructiva quede sometida a la energía erótica.
No es otra la intención de los estudiantes del mayo francés.

Finalmente, el cuarto objetivo que podemos destacar es


dar a la razón un fundamento pulsional para superar la crisis
relativista: ya nos hemos referido a este aspecto del pensa­
miento freudomarxista que sería el propiamente filosófico ya
que, más allá de toda influencia de disciplinas nacidas de la
experiencia clínica, como el psicoanálisis, se inserta en un
desarrollo coherente de la misma filosofía.

L a s r a z o n e s d e l a l ib id o

Marcuse justifica el recurso al psicoanálisis por una ra­


zón histórica: según este pensador, el capitalismo tardío se
caracterizaría por una manipulación de los sustratos más pro­

7 Cfr. Reich, W, La revolución sexual. Para una estructura de carác­


ter autónoma del hombre, trad de Sergio Moratiel, Barcelona, ed. Planeta
de Agostini, 1985, págs. 192-193.
fundos del individuo, manipulación facilitada por el mayor
conocimiento que se tiene de la estructura psíquica.
Las pulsiones que en el capitalismo liberal quedaban al
amparo de la familia, ahora pierden privacidad y son maneja­
das directamente por el poder. Entre los resultados de tal polí­
tica se contaría la sobreactivación del impulso de destrucción.
A pesar de la pertinencia de este argumento, creemos que
esta inclusión de categorías biológicas en el discurso filo­
sófico es una de las formas que toma esa tendencia del pen­
samiento que, influyendo en Marcuse a través de Adorno y
Horkheimer, remonta a Schopenhauer y Nietzsche. Eros y Ci­
vilización exalta la figura de éste último por haber afirmado
que “la humanidad debe llegar a asociar la mala conciencia
no con la afirmación sino con la negación de los instintos de
la vida”8.

En su Diálogo con Herbert Marcuse, que data de 1977,


Habermas traza un recorrido posible del pensamiento del au­
tor de Razón y Revolución según el cual Marcuse habría to­
mado la idea de razón de Hegel pero, al advertir los límites
del idealismo, confiere a esa noción de razón un contenido
pulsional para otorgarle validez universal.
De esta manera, la razón no será estructura del universo
ni tampoco el fruto de un acuerdo en y por el lenguaje, sino
objeto de conocimiento intuitivo, dependiente del sentido co­
mún y de los instintos. Como éstos pueden equivocarse y lle­
gar a ser incapaces, por la deformación sufrida en sociedad,
de distinguir lo conveniente para la vida (es decir, aquello
que la fomente y la haga más placentera), Marcuse asigna a
las vanguardias esclarecidas el papel de guía por medio de
una dictadura pedagógica en la tradición de Platón.

8 Marcuse, H., Eros y civilización, trad. J. García Ponce, Barcelona,


Seix Barral, 1968, pág. 121. Según Marcuse, Nietzsche, Fourier y Schiller
fueron precursores de Freud: el primero por haber realizado la crítica del
racionalismo y analizado la mala conciencia como resultado de la nega­
ción de los instintos vitales, el segundo por haber intuido la interrelación
entre libertad política y sexualidad y el último por haber destacado el ca­
rácter lúdico y erótico de la actitud estética.
Señala Robinson9 que la idea de una sexualidad esencial­
mente liberadora le fue sugerida a Marcuse por la lectura de
Sartre. En su crítica al filósofo existencialista titulada “Exis­
tentialism: Remarks on Jean-Paul Sartre’s L’Être et le néant”
publicada el 3 de marzo de 1948 en Philosophy and Pheno­
menological Research, Marcuse se muestra atraído por la
caracterización sartreana de la sexualidad a la que interpreta
como muda rebelión de un alcance mucho mayor y más pro­
fundo que la categoría del para-sí y la estructura proyectiva
del existencialismo: “El deseo sexual revela su objeto como
despojado de todas las actitudes, gestos y afiliaciones que lo
convierten en un instrumento estandarizado, revela el cuerpo
como carne, y con ello, como una fascinante revelación de
facticidad. La esclavización y la represión quedan anuladas,
no en la esfera de la actividad proyectiva intencional sino en
el cuerpo vivido como carne, en la red de la inercia” 10.
En Eros y Civilización, reaparecería esta idea de una co-
sificación liberadora, de una abolición revolucionaria de la
intencionalidad. Tal cosificación correspondería al principio
del placer y se opondría al principio de ejecución. Este último
es la variante capitalista del principio de realidad. En él se
encuentran resumidas las nociones marxistas de alienación y
reificación. Por el principio de ejecución, el cuerpo deja de
ser un objeto libidinal para pasar a convertirse en instrumento
de trabajo compulsivo.
Para Marcuse, la “tiranía genital” encuentra su expli­

9 Robinson, P., op. cit., págs. 159-161. De todas maneras, debemos te­
ner en cuenta que la actitud de Marcuse respecto a la significación de la
sexualidad fue matizada por el desarrollo de su concepto de “desublima­
ción represiva” (El hombre unidimensional, trad. A. Elorza, Barcelona,
ed. Planeta-Agostini, 1985, págs. 107-108) que denunciaba la utilización
de la sexualidad como un elemento más de control y de reproducción del
sistema social establecido.
10 Citado por Robinson, op. cit., pág. 161.
cación en una estrategia de desexualización del cuerpo que
tiene como finalidad la destrucción de sus capacidades de
buscar y sentir placer. La concentración de la libido en la
zona genital se hallaría, pues, en relación con el principio de
ejecución.
Observemos que la astucia de la naturaleza o del In­
consciente para perpetuarse en contra de los intereses del
individuo, astucia tradicionalmente reconocida por el saber
popular y centro de atención de la metafísica con los pesi­
mistas del siglo XIX, se transforma aquí en astucia de los po­
deres establecidos para subordinar el placer a la reproducción
y a las exigencias de la economía.

R eich o la liberación sex ua l y política

La independencia de la sexualidad respecto a la repro­


ducción se afirma de manera radical en la teoría de Reich
quien, sin lugar a dudas, inspira, al menos en parte, los desa­
rrollos marcusianos. Con Wilhem Reich, el orgasmo se con­
vierte en una pieza fundamental del sistema de regulación de
energía propio del ser humano. Su realización efectiva es
condición del equilibrio psicofísico del individuo.
Para Reich, liberación sexual y liberación política van a la
par. Ambas se implican, ya que por la primera es posible obte­
ner una actitud de rebeldía frente al autoritarismo. La libera­
ción sexual se convierte en motor de la liberación política. De
ahí la importancia acordada a toda práctica que ayude al indi­
viduo, en especial a los jóvenes, a realizarse sexualmente.
La revista francesa Partisans, que ya en su número 32-33
de octubre-noviembre de 1966 publicara textos de W. Reich,
resume en varios de sus artículos de un número de 1972 las
teorías reichianas sobre la articulación de sexualidad y polí­
tica11. Se recuerda, en el de Bertell Ollman en particular, que

11 Este número 66-67 de julio-octubre de 1972 de la revista Partisans,


ed. Maspero, afirma en su artículo de introducción, titulado “Sexualidad
y represión (II)” y firmado por B. Fraenkel, que los acontecimientos de
la represión sexual afecta el carácter del individuo; que
Reich, basándose en las observaciones antropológicas de Ma­
linowski afirmó que el individuo reprimido tiene inhibidas
sus capacidades de rebelión, de pensamiento, de curiosidad y
crítica al tiempo que aumenta su depresión, su sentimiento de
disgusto, nerviosismo, dificultades en el trabajo e inclinacio­
nes al crimen y las perversiones (entre las que incluía la ho­
mosexualidad). La sexualidad se diferenciaría de una simple
necesidad natural en el hecho de que a la sexualidad está uni­
da la capacidad de desarrollar una personalidad sin trabas, ca­
paz de rebelarse frente a la opresión.
En otro artículo del mismo número de Partisans (pági­
nas 83-97), se acude a Freud para denunciar que la represión
sexual genera una personalidad tendente a la identificación
con un jefe-padre. Este lazo de identificación es de naturaleza
libidinosa y constituye la base del culto a la personalidad del
lider. A través de él, los individuos se sienten ligados entre sí
y la cohesión reina en las instituciones. Por ello, las ins­
tituciones autoritarias se manifiestan contrarias a la entrada
de la mujer y del sexo en su interior. La sexualidad libre ac­
tuaría de por sí como disolvente de las organizaciones autori­
tarias.
En Capitalismo y Esquizofrenia. El Anti-Edipo, que apa­
reció en 1972, Deleuze y Guattari hacían de Reich el funda­
dor de una psiquiatría materialista que señala la relación del
deseo y la sociedad. El máximo descubrimiento de Reich,
para estos autores, era el haber mostrado que la represión del
deseo dependía de la represión social necesaria para la con­
servación de la forma de producción vigente. Y aunque seña­
laban ciertos límites del análisis reichiano12, reconocían la
deuda que ligaba su propio pensamiento al de aquel médico
clínico que elevó el deseo a combate revolucionario.

mayo del sesenta y ocho, la popularización de las tesis de W. Reich y de


H. Marcuse, sólo conocidas por unos pocos cuando Partisans publicara su
número 28 en abril de 1966, justifica el dedicar nuevamente un ejemplar
de la revista al freudomarxismo.
Algunas pintadas de los muros de París en mayo del se­
senta y ocho daban cuenta de la presencia de Reich y Mar-
cuse en las barricadas. Así, por ejemplo, ésta escrita en la
Sorbona: “Cuanto más hago el amor más ganas tengo de ha­
cer la revolución. Cuanto más hago la revolución más ganas
tengo de hacer el amor”.

La actividad revolucionaria se convierte en realización de


la verdadera naturaleza, en un liberarse de las trabas de la ci­
vilización opresora para, simplemente, dejarse llevar por los
impulsos normales y espontáneos del ser humano. El deseo
adquiere un papel fundamental en las expectativas de cambio
social de la época. Si desear era agregar nuevas cadenas a la
existencia concebida como Maya en el pesimismo decimo­
nónico occidental, con los nuevos tiempos el deseo es acceso
a la verdad en una realidad que se enorgullece del conoci­
miento de su finitud.
A la manera surrealista, se concede al deseo un poder in­
conmensurable. Deleuze y Guattari afirman que el capitalis­
mo es incapaz de soportar la más mínima manifestación de
deseo verdadero porque éste, aún en sus manifestaciones apa­
rentemente más anodinas tiene capacidad de destrucción de
sus estructuras de base.
“Creemos en el deseo como en lo irracional de toda
racionalidad13. El deseo explica la actualización de la poten­
cialidad revolucionaria porque, tomando el lugar de la razón
práctica kantiana, abre el campo de lo inesperado, el ámbito
de la libertad. Se lo definirá como: “ruptura de la causalidad
que obliga a volver a escribir la historia en la realidad
misma” 14.

Desde la genitalidad preconizada por Reich hasta la


apoteosis del deseo en Deleuze y Guattari pasando por la
sexualidad polimorfa marcusiana hay numerosos matices
diversos que no son reductibles a la unidad de un discurso

13 Ibid, pág. 455.


14 Ibid, págs. 453-454.
monolítico. Sin embargo, podemos considerarlos expresiones
de una tendencia que identifica el aspecto pulsional del ser
humano con su realidad más auténtica, poniendo todo el
empeño posible en una crítica del yo como máscara o defor­
mación causada por la cultura.
También se sitúa en esta línea David Cooper, quien en su
intervención en el Coloquio de Milán de 1975 sobre sexualidad
y política15 hace del orgasmo una “política” de subversión del
lenguaje ordinario, apta para transformarlo hasta alcanzar los
“silencios perfectos” y minar la conciencia normal, considera­
da “anti-orgásmica”. El éxtasis del orgasmo aparece como ca­
paz de destruir el tiempo burgués de la producción, tiempo ca­
racterizado por su mensurabilidad y división en vistas al apro­
vechamiento capitalista. Este representante de la antipsiquiatría
opone “Sexualidad Procreadora” a “Sexualidad Orgàsmica”.
Esta última es concebida como la sexualidad revolucionaria.
La hipótesis freudiana de la existencia de una pulsión de
agresión precipitó la ruptura entre Reich y su maestro. A los
ojos del disidente, esta concepción freudiana se asemejaba a
la del pecado original. Reich, en la línea de Rousseau aposta­
ría por la natural bondad humana.
En la década de los treinta, la explicación que Marcuse
daba de la agresión era similar: sadismo y masoquismo eran
actitudes inducidas por la sociedad a través de la represión
sexual. Más tarde, aunque introdujera el doble principio de Eros
y Thanatos, seguiría afirmando la capacidad de la sexualidad
para canalizar y restar energía a los impulsos destructivos.
Para Reich, el carácter es una enfermedad que el análisis
debía poner al descubierto y desactivar para liberar las poten­
cialidades del inconsciente. En La función del orgasmo, el
modelo psíquico posee una estructura tripartita16 que presen­
tamos esquematizada en el cuadro que sigue:

15 Cooper, D, “La politique de l’orgasme”, en Sexualité et politique.


Documents du Congrès International de Psychanalyse, Milán 25-28 de
noviembre de 1975, presentación de A. Verdiglione, 10/18, Giangiacomo
Feltrinelli Editore, 1975, págs. 161-170.
16 Reich, W., La función del orgasmo, Buenos Aires, ed. Paidós, 1955.
plano superficial autodominio, cortesía compulsiva,
o superestructura sociabilidad artificial
caracterológica

plano medio surgido —— inconsciente freudiano


de la represión con su sadismo, perversiones,
envidia, etc.

plano profundo —— sociabilidad y sexualidad naturales,


placer en el trabajo y capacidad
de amar

Según este modelo, el carácter como máscara se hacía


necesario para reprimir la agresividad y las perversiones sur­
gidas por influencia de la sociedad. Para disolver el carácter,
Reich proponía la potencia liberadora del orgasmo.
Reich llevó hasta sus extremas consecuencias la teoría
freudiana de la existencia de la energía sexual, ya que ter­
minó por “descubrir” en 1939 su realidad física: el orgón.
Consecuentemente, el carácter eminentemente verbal de la
cura psicoanalítica clásica fue progresivamente reemplazado
por terapias corporales.
En 1951, el orgón ya no era solamente la energía vital
sino “la materia primordial” responsable de la existencia de
todos los entes. La teoría del orgón era, para Reich, la supera­
ción de la dicotomía occidental entre ciencia mecanicista y
religión mistificadora. Observemos que su pensamiento se
desliza hacia posturas netamente románticas en las que el ca­
rácter o yo que limita la personalidad habría surgido, ya no
únicamente por una represión de origen económico y social,
sino por un proceso aún más fundamental.
En esta etapa final de su vida (correspondiente a Cosmic
Superimposition, 1951) Reich planteó la hipótesis de que la
energía orgónica cósmica habría tomado conciencia de sí
progresivamente, perdiendo al mismo tiempo su espontanei­
dad emocional, oponiendo a las fuerzas biológicas la estruc­
tura caracterológica propia del patriarcado. El desastroso es­
tado de la humanidad actual se debería, así, al progreso del
conocimiento (teoría que parece relacionarse con el mito bí­
blico del árbol de la ciencia paradisíaco).

D is o l u c ió n d e l y o y r e a l iz a c ió n f in a l d e l in c o n s c ie n t e

Al término de su recorrido histórico por los estadios de la


ilusión, el yo pesimista hartmaniano debía alcanzar, junto con
su pleno desarrollo, la apatía necesaria para no dejarse arras­
trar por el torbellino de los deseos. Esta indiferencia era posi­
tivamente valorada. Se trataba del momento que más tarde
Nietzsche ilustrara con la figura del último hombre del nihi­
lismo que sólo es capaz de desear la nada. Este hombre deca­
dente debía ser, para Nietzsche, reemplazado por el hombre
que quiere morir activamente, con lo que se produciría el
tránsito del nihilismo tradicional que condena el devenir y la
multiplicidad, al nihilismo nietzscheano de afirmación de la
vida y goce en lo múltiple.
Decíamos entonces, que se reniega de esa conquista de
la indiferencia aunque se conserva el objetivo de la unión fi­
nal, el anhelo de acceso a lo indiferenciado concebido, no
como unidad y reposo, sino en tanto vorágine dionisíaca. La
disolución del yo se convierte en un imperativo.
En ambos casos se trata de realizar la finalidad del in­
consciente17 el cual es considerado la realidad auténtica. De
ahí la virulencia de los ataques de Marcuse al revisionismo
freudiano culturalista al que califica de “ética idealista” por
haber abandonado las hipótesis freudianas del impulso de

17 Así, leemos en E. von Hartmann: “Al trabajar para desarrollar la con­


ciencia hasta que la conciencia de la humanidad entera se haya hecho pe­
simista, realizamos la finalidad del Inconsciente” (op. cit., vol. n, pág. 477).
muerte y el deseo edípico. En Eros y Civilización son blanco
de sus diatribas Erich Fromm, Karen Homey y Harry Stack
Sullivan, revisionistas que dieron una explicación sociológica
a los conflictos que para Freud tenían una base biológica.
En lo que podríamos considerar el extremo de esta ten­
dencia, Deleuze y Guattari acusan al freudismo de hacer una
representación antropomórfica y molar de la sexualidad (idea
de un solo sexo, el masculino acompañado del temor a la cas­
tración o de dos sexos, como en Melanie Klein) la cual en re­
alidad es no humana, inconsciente molecular, máquinas del
deseo. Sostienen con Nietzsche la coextensividad de hombre
y naturaleza. El sujeto es el inconsciente que se produce y re­
produce. Después de la transmutación de los valores, el Ser
ha descendido, definitiva y radicalmente, a la Tierra: “Ya no
se opone el devenir al Ser, lo múltiple a lo Uno (estas mismas
oposiciones eran las categorías del nihilismo). Al contrario,
se afirma lo Uno de lo múltiple, el Ser del devenir. O bien,
como dice Nietzsche, se afirma la necesidad del azar. Dioniso
es juguetón”18.
Esta nueva definición del ser exige renunciar no sólo a
valores morales consagrados sino también a otras mistifica­
ciones, entre ellas una particularmente difícil de destruir: la
mistificación del yo. Ahora el yo deberá fragmentarse en la
realidad del deseo.
El deseo no es ya deseo de personas o cosas sino de me­
dios, vibraciones y flujos. El deseo es nómada y se fija en
grandes extensiones de mundo, de las cuales las personas son
puntos de conjunción o disyunción. Esta concepción se acom­
paña de un repudio total a los procesos de sublimación: “en
realidad, la sexualidad está en todas partes” 19.

Pero ¿cuál es el deseo verdadero, revolucionario, y cuál


el deseo que tiene por objeto las estructuras sociales de domi­
nación existentes? Para los autores del Anti-Edipo la res­
puesta parece encontrarse en su concepción del inconsciente

18 Deleuze, G .,Nietzsche, París, PUF, 1968, pág. 32.


19 Deleuze, G., Guattari, F., op. cit., pág. 348.
molecular opuesto al inconsciente molar y en el objeto de
amor no figurativo: “Hemos visto que, a través de la repro­
ducción y sus objetos (determinados familiar o genéticamen­
te), el inconsciente siempre se reproduce a sí mismo en un
movimiento cíclico y huérfano, ciclo de destino en el que
siempre sigue siendo el sujeto. Precisamente sobre este punto
descansa la independencia de derecho de la sexualidad en re­
lación con la generación”20. Sólo hay máquinas de deseo y má­
quinas sociales. El mundo se fragmenta hasta el infinito y las
personas se descomponen en procesos y elementos de un flu­
jo universal. Lo discontinuo no es más que apariencia bajo la
que subyace la continuidad de la materia. El “esquizo-análi-
sis” tendrá como tarea fundamental la destrucción del yo con­
siderado normal, continuando así con la labor emprendida por
escritores tales como Lawrence y Miller, expresamente seña­
lados en el Anti-Edipo como precursores. ¿Puede conside­
rarse una simple casualidad que estos autores hayan justa­
mente sido los que eligiera Kate Millet como ejemplos para­
digmáticos para su análisis de la política sexual del patriarcado?
Si Schopenhauer es superado por Nietzsche ello se debe,
según Deleuze afirma en 1968 en Diferencia y repetición21, a
que Nietzsche descubrió que el yo no habría de disolverse en
un impersonal o universal abstracto sino que el mismo yo era
un universal abstracto que ha de disolverse en los factores
individualizantes, en las singularidades pre-individuales del
flujo dionisiaco.

Ecos ROMÁNTICOS DEL MAYO FRANCÉS: EL HOMBRE NUEVO

El objetivo será crear un hombre nuevo que, como en el


proyecto romántico, sepa potenciar su sensibilidad frente a un
intelecto desmesuradamente desarrollado en el sentido opues­
to a los intereses de la vida. Marcuse reconocerá en Schiller a
un precursor de su propuesta: reforzar por medio de la activi­

20 Ibid, pág. 345.


21 Deleuze, G., Dijférence et répétition, París, PUF, 1968, pág. 332.
dad lúdica el componente natural del ser humano que se halla
oprimido, sofocado por la civilización y su alienado trabajo.
Esta necesidad de suprimir la escisión en el hombre se
expresa en los muros de la Sorbona donde, durante los acon­
tecimientos de mayo del sesenta y ocho, podía leerse: “La
inteligencia camina más que el corazón pero no va tan lejos
(Proverbio chino)”
Los sesentaiochistas manifestaban la nostalgia de un
tiempo edénico teñida de un optimismo que ve en ese París
revolucionario la vuelta a la edad de oro, a los días del reen­
cuentro entre los seres humanos, la llegada del futuro.
El proyecto del “hombre nuevo” combina así un mito del
Edén perdido con una imagen de la sociedad futura ideal. Al
hombre nuevo se llegaría recuperando el placer lúdico, el ero­
tismo y hasta reivindicando algunos estados psíquicos llama­
dos “patológicos”. El erotismo es concebido como momento
de supresión de lo histórico, como triunfo del principio del
placer sobre el de realidad y de esta manera como otra forma
de eludir las estructuras productivistas de la sociedad.
Se reivindica el orgasmo como medio de anular el ego, la
historia personal, el logos, y producir la fusión de los sexos,
la indiferenciación primitiva, la unidad de lo que la razón
continuamente separa en opuestos. Es también un retomo al
tiempo mítico que establece la abolición del tiempo profano.
El cuerpo se transforma en mapa cósmico y su recorrido es
un viaje al origen no deformado por la civilización.

La sexualidad adquiere el papel de inductora del éxtasis y


fuente de energías renovadas. Como las prácticas chamáni-
cas, revela sus secretas relaciones con el mito del Centro del
mundo o lugar que permite el paso a la realidad absoluta22.
Para Reich, la sexualidad y sociabilidad naturales hacían
del niño un ser “divino” al que posteriormente la sociedad se

22 Sobre las relaciones entre la nostalgia del paraíso, el mito del Centro
del Mundo y el éxtasis chamánico, ver M. Eliade, Images et symboles,
op. cit., pág. 70, así como su tratamiento del chamanismo en Traité d’His­
toire des religions, op. cit.
encargaba de reprimir y deformar.La creencia de que existió
una época de plenitud anterior al mundo actual es de origen
arcaico. Remontarse a aquella época por medio de la memo­
ria asociada a diversas prácticas (ritos, yoga, etc) permite re­
cuperar la energía vital que la caracterizaba y supone un rena­
cimiento relacionado con los mitos cosmogónicos. El histori-
cismo representa la actitud totalmente opuesta, ya que no
establece ese tipo de diferencias cualitativas entre los perío­
dos históricos. Con él se produce la secularización total del
tiempo. Eliade23 pone de relieve la similitud de la creencia en
un tiempo primordial con la terapia psicoanalítica en la que el
paciente debe regresar hasta un “paraíso” que, y aquí reside la
diferencia, ya no está fuera de la Historia, sino en la propia
experiencia vital del individuo. La época privilegiada por el
psicoanálisis freudiano es la infancia, época del origen que
determina todo el resto de la vida.
Si trasladamos las observaciones de Eliade al pensa­
miento de Reich, el paralelismo con el mito de los orígenes es
aún mayor ya que este psicoanalista plantea la existencia de
un período histórico privilegiado con cuyo fin habría comen­
zado la decadencia y el sufrimiento.

E l m it o d e l m a t r ia r c a d o p r im it iv o

Basándose en Bachofen, Engels y Malinowski, Reich


dividió la Historia en dos grandes períodos: el matriarcal,
poseedor de una estructura de carácter genital, y el patriarcal
(cuyo comienzo situaba unos cuatro mil años antes de Cristo)
generador de un carácter neurótico tendente a la sumisión24.

23 Eliade, M., Mythes, rêves et mystères, París, Gallimard, 1957, pági­


nas 49-59.
24 Encontramos referencias al matriarcado originario y a la libertad y
felicidad sexuales que le eran propios en Reich, W, La revolución sexual,
Planeta Agostini, 1985, págs. 174-176, y un tratamiento extenso del tema
en su estudio de 1931 (L’irruption de la morale sexuelle. Etude des origi­
nes du caractère compulsif de la morale sexuelle, trad. P. Kamnitzer, Pa-
Esta última se conseguía por medio de la represión de la
sexualidad natural del niño. Su función no era la construcción
de una cultura como lo había supuesto Freud, sino el mante­
nimiento del poder autoritario.
El matriarcado era asimilado al comunismo primitivo. El
carácter genital que le era propio permitía la autodetermi­
nación del individuo y ello gracias a la inexistencia de la fa­
milia nuclear y su típica represión sexual. In illo tempore no
existían ni el Estado ni la explotación del hombre por el hom­
bre. El matriarcado originario era el tiempo de la libertad y la
felicidad sexuales. Con la aparición del patriarcado surgían
las clases sociales y la moralidad contraria a la economía
sexual natural.
Esta teoría de la Historia fue también calurosamente
acogida por ciertas corrientes feministas surgidas del espíritu
contestatario de mayo del sesenta y ocho. Así, y para citar un
ejemplo entre muchos otros, observemos que a pesar de re­
conocer que los datos de la antropología son adversos al pos­
tulado de un matriarcado primitivo, Séverine Auffret prefiere
conservar la hipótesis de una organización no represiva y
matriarcal que habría precedido a la irrupción del patriarcado
y a la instauración de la sociedad de clases. El capítulo pri­
mero de su ensayo histórico-filosófico sobre la escisión se ti­
tula “Metamorfosis de la serpiente”. En él, bajo la imagen de
la serpiente de múltiples colas y cabezas, elabora un mito
que según sus declaraciones iniciales, no pretende revelar li­
teralmente la verdad sino sólo apuntar a ella como lo hizo
Platón. Esta serpiente representa la Vida que, al descompo­
nerse en múltiples fragmentos, diera origen a animales y se­
res humanos, individuos sexuados que se buscan incansable­
mente.
Los comienzos de la vida humana son descritos como fe­
lices y sin enfrentamientos intra-específicos, las armas sólo
sirven para cazar. En aquel tiempo primordial, no había reli­
gión que instituyera un más allá sagrado. Sólo el cuerpo era

rís, Payot, 1972) en donde se detiene sobre los datos aportados por Bro­
nislaw Malinowski en The Sexual Life of savages publicado en 1930.
sagrado porque en él se consumaba el misterio de la Gran
Serpiente, el gran arcano del origen común, de la viscosidad e
indiferenciación de la Vida. Actualmente, en cambio, víc­
timas de la máscara del ego: “El Erotismo inquieta. En él, la
Serpiente-Caracol vuelve a formarse. ¿Quién no teme encon­
trar en el fondo de sí mismo a la Gran Serpiente, negadora de
la creencia en el sí mismo?”25. La imagen de la serpiente per­
tenece al régimen nocturno de la imagen al que nos refiriéra­
mos en el capítulo anterior al hablar de la recuperación de
símbolos arcaicos por las corrientes irracionalistas contempo­
ráneas. La serpiente, símbolo asociado a la sexualidad, está
presente en numerosas culturas. Es un animal lunar, al que se
asigna alternativamente, valor femenino o masculino, y a ve­
ces se lo representa como hermafrodita26. Eliade subraya sus
relaciones con la mujer y la luna. Su lazo con estas dos últi­
mas se debe a la cualidad de transformación que se le atri­
buye. Este poder de transformación es concebido también
como capacidad de regeneración. Así como la luna pasa por
distintas fases que son interpretadas como de muerte y renaci­
miento, también la serpiente cambia y desaparece en las
profundidades de la tierra para reaparecer más tarde. Los ci­
clos menstruales femeninos revelarían secretas corresponden­
cias con el astro regulador de la fertilidad. La serpiente, en
tanto animal lunar, es considerado en distintas culturas como
poseedor de poder fertilizante y símbolo mismo de la fertili­
dad. Este atributo la relaciona consecuentemente con la
Tierra en tanto madre de todos los seres y seno donde todos
vuelven. Por ello, este animal acompaña a las representa­
ciones y los ritos de las Grandes Diosas de la fertilidad, y es
también motivo funerario.
Pero no es menos importante su representación como
símbolo fálico, valor que le es otorgado por su similitud
con el miembro viril y su capacidad de penetrar en las

25 Auffret, S., Des couteaux contre des femmes. De l’excision, Paris, ed.
des femmes, 1982, pâgs. 219-228.
26 Cfr. Eliade, M, Traité d ’Histoire des religions, Paris, Payot, 1986,
pâgs. 146-152 y Durand, G., op. cit., pâgs. 366-368.
cavidades de la tierra. Tanto en las culturas mediterráneas
como en las paleo-orientales, el falo era significado por me­
dio de la serpiente, que formaba parte, así, de los ritos de
iniciación. Es portadora del esperma e iniciadora en los mis­
terios de la génesis y la destrucción, enigmas de la tempo­
ralidad.
Durand insiste en este aspecto de complementaridad de
la vida y la muerte, en esta implicación mutua del comienzo
y el fin. El símbolo del uróboros, serpiente que devora su
cola, alude al ciclo vital y su dialéctica de los contrarios.
Esta metamorfosis continua es inapresable por medio de las
palabras. Además, el orden del discurso, desarrollo lineal a
partir de un comienzo fijo, es totalmente inadecuado a su ex­
presión.
Por otro lado, en el ciclo de transformaciones de la vida
y del cosmos en su totalidad, elegir un comienzo para la ex­
plicación es tan sólo una concesión necesaria a la limitada
comprensión humana.
Las imágenes del dormir, del sueño invernal, se reiteran
en esta evocación mítica de la aurora de la especie realizada
por Séverine Auffret. La conciencia y el yo aún no habían
implantado su represión despiadada de los cuerpos.
Cómo no recordar, ante un texto como éste, las lucu­
braciones de la metafísica romántica sobre el pasado de la
humanidad: entre ellas, la reactivación del mito de la andro-
ginia originaria. Los filósofos románticos, para quienes el
mundo que llamamos corrientemente “objetivo” no era más
que una construcción intersubjetiva hecha de convenciones
útiles, afirmaron también que el hombre primitivo soñaba
más que el civilizado. Su estado natural era el sueño. Sólo la
razón, como deformación posterior, lo exiló de ese mundo de
los sueños, espacio privilegiado que revela la unidad de la
realidad.
E l p a t r ia r c a d o : in d is p e n s a b l e m o m e n t o d e l a n e g a c ió n

Los sentimientos de pertenencia a la Totalidad, la as­


piración a la unión de sujeto y objeto, recibieron por parte de
Freud un tratamiento similar al que concediera a la religión.
Escéptico, explicó en el primer capítulo de El Malestar en la
Cultura tal sentimiento “oceánico” como un residuo en algu­
nos individuos del yo indiferenciado del niño que aún no se
reconoce distinto del mundo exterior. En tal sentido lo consi­
deró una actitud eminentemente narcisista y primitiva que,
aunque puede encontrarse junto a un yo maduro, es anterior
a la constitución de éste y a la aceptación del principio de
realidad.
Tampoco plantea Freud la existencia de un matriarcado
primitivo coincidente con una época de felicidad y libertad
paradisíacas. Por el contrario, su hipótesis filogenética mues­
tra la horda primitiva sujeta a la autoridad implacable del
padre que introduce la represión de la libido necesaria para
echar las bases de la cultura. El patriarcado es la defensa
necesaria para no sucumbir a la seducción de la madre. En su
lectura de Freud, Marcuse subraya el peligro representado por
la figura de la madre que “era Eros y Tanatos en unión inme­
diata, natural.(...) Quizá el tabú del incesto fue la primera
gran protección contra el instinto de la muerte: el tabú sobre
el Nirvana, sobre el impulso regresivo hacia la paz que se
levantaba en el camino del progreso, de la Vida misma”27.

Marcuse combina su aceptación de la dualidad de princi­


pios freudiana (Eros y Tánatos) con la hipótesis filogenética
del médico vienés. En el origen no está el paraíso sino la do­
minación y la violencia. Pero la diferencia con Freud es muy
grande y proviene, creemos, de la adhesión de Marcuse a la
teoría hegeliana que le ocupara anteriormente.

27 Marcuse, H., Eros y civilización, op. cit., págs. 80-81.


Reason and Revolution. Hegel and the Rise o f Social
Theory (1941), así como un ensayo de 1932 sobre la ontolo-
gía hegeliana, prueban la atracción ejercida por Hegel y su
teoría de la Historia como un progreso hacia la libertad. Pero
justamente, la dialéctica hegeliana no concibe este progreso
como una marcha lineal sino como un camino en el que la
destrucción y el sometimiento mismo son momentos necesa­
rios que alcanzan su justificación a partir de la comprensión
del todo del que forman parte.
Así, la interpretación hegeliana de Freud hará del patriar­
cado autoritario el paso necesario, pero provisional, para fun­
dar la civilización por medio de los procesos de sublimación.
De esta manera, se comprende que las teorías más controver­
tidas y pesimistas del fundador del psicoanálisis hayan sido
resucitadas por Marcuse con ánimo revolucionario.
El subtítulo de Eros and Civilisation: A Philosophical In-
quiry into Freud, anuncia este objetivo de analizar la metapsi-
cología freudiana, aspecto de la teoría abandonado, rechaza­
do, por los seguidores de Freud. Para Marcuse, si bien Freud
insistió en la imposibilidad de una civilización no represiva,
su aspecto revolucionario radica en la denuncia del carácter
represivo de todas las instituciones y de todos los valores de
la civilización, así como en haber señalado, con su radical
materialismo, el fundamento biológico sobre el cual se apo­
yan y al cual reprimen.
En el origen está la dominación del padre, pero la re­
vuelta que lo elimina vuelve a entronizar los mismos valores
represivos porque ya habían sido interiorizados y porque res­
ponden al principio de realidad que exige la postergación y
sublimación de los impulsos frente a la tendencia natural a la
satisfacción inmediata.
No obstante, esta oposición entre el principio de realidad
y el principio del placer, oposición que Freud creyó eterna, es
para Marcuse únicamente un momento necesario que el
desarrollo de la técnica permitirá superar.
En la sociedad igualitaria y justa del futuro, la sublima­
ción represiva impuesta por la lógica de la dominación será
reemplazada por la sublimación no represiva. Relaciones an­
tiguamente no eróticas entre los individuos y entre éstos y
su medio ambiente serán erotizadas. El juego y el placer
transformarán el trabajo. El mito del matriarcado primitivo,
inexistente en la teoría filogenética propuesta por Freud y
aceptada por Marcuse, es proyectado por este último hacia el
futuro como sociedad del mañana.

L a s REPRESENTANTES DE EROS

Marcuse llama a las mujeres al protagonismo en el espe­


rado retomo de lo reprimido. En una conferencia del año
1974 titulada “Marxismo y feminismo”28 afirma que la igual­
dad económica, social y cultural a la que las mujeres aspiran
implicaría en el capitalismo renunciar a las cualidades fe­
meninas valiosas y adoptar la competitividad y agresión
masculinas. Las cualidades de las mujeres son las propias de
Eros y son, por lo tanto, lo opuesto a las que estructuran a la
sociedad patriarcal. Resulta evidente la correspondencia de
esta afirmación con la de Horkheimer (a la que ya nos re­
firiéramos en el segundo capítulo) sobre el pensamiento
femenino no cosificado ni contaminado por el pragmatismo
reinante.
Esta esperanza en los poderes liberadores de la diferencia
es compartida por el movimiento feminista lacaniano y mar-
xista “Psicoanálisis y Política” (“Psychanalyse et Politique”),
surgido tras los acontecimientos de mayo del sesenta y ocho.
“Psy et Po” ve en una sexualidad femenina reprimida el mo­
tor de un cambio social futuro. Señalemos que esta posición
de las lacanianas marxistas las coloca en la tradición del fe­
minismo francés decimonónico que veía en las mujeres a lo
Otro con virtudes redentoras29, y las aleja de los planteamien­

28 Marcuse. H., “Marxismo y feminismo” (1974), en Calas de nuestro


tiempo, Barcelona, ed. Icaria, 1976.
29 Cfr. Offen, K., “Defining Feminism: A comparative Historical
Approach”, en Signs, vol. 14, num. 1, otoño 1988, The University of
Chicago Press, Chicago, págs. 119-157.
tos de Simone de Beauvoir, más próximos al feminismo indi­
vidualista anglosajón.
De la mano de la teoría de los instintos vuelve entonces
el paradigma de la Naturaleza para fundamentar la ética revo­
lucionaria. Lamenta Celia Amorós30 que incluso desde el
marxismo se recurra a un nuevo realismo de los universales
(el de las mujeres como género con cualidades esenciales que
le son propias) para elegir un nuevo sujeto que salve a la hu­
manidad.
En nuestro siglo, esta tentativa se encuentra presente ya
en el surrealismo en el que la mujer-Naturaleza-Tierra per­
mite al hombre reconciliarse con el mundo en el cual es un
extranjero. En tanto es principio metafísico de vida y muerte,
le da al hombre la fuerza necesaria para luchar. Es su salva­
dora en la visión paradisíaca del orden socialista futuro ofre­
cida por Paul Eluard31. En Arcano 17, Bretón anuncia el fin
del dominio masculino y la llegada de los nuevos tiempos:
“Ya ha llegado el momento de hacer valer las ideas de la mu­
jer sobre las del hombre, cuya bancarrota se produce hoy bas­
tante tumultuosamente”32. Y en el catálogo de la exposición
internacional del surrealismo (1959-1960) se dedica un gran
espacio a Challes Fourier, creador del falansterismo, el cual
ya había hablado de la fuerza revolucionaria de las mujeres.

Esta esperanza reside en la Otredad, en la misteriosa po­


tencialidad que se atribuye a las mujeres en tanto género.
Como ámbito de lo desconocido y reserva humana de la
Naturaleza, las cualidades resultantes de las funciones so-

30 Amorós, C., Hacia una crítica..., op. cit., pág. 316.


31 Sobre Paul Eluard y el mito de la mujer salvadora ver X. Gauthier,
op.cit., págs. 123-145. La autora también se refiere a Aragón para comen­
tar que el otorgar el poder a la mujer es una de las formas masculinas de
conservarlo. Si bien su apreciación puede ser justa en estos casos, preten­
der, como lo hace, que la crítica misógina de Crevel a Bretón sea justa es
como proponer el humor “paillard” de los chistes verdes como alternativa
válida a la mistificación de los trovadores.
32 Bretón, A., Arcane 17, París, Pauvert, 1965, pág. 62 (la trad. es
nuestra).
cíales que les son asignadas aparecen como caracteres onto-
lógicos.
Sobre esta ontologización, recordemos la que hace Jean-
Paul Sartre en El ser y la nada. Este filósofo acuerda a la va­
gina la categoría de marca ontológica: “en sí, la mujer llama a
una carne extraña que debe transformarla en plenitud de ser
por penetración y disolución. A la inversa, la mujer siente su
condición como una llamada, precisamente porque está “agu­
jereada” (...) el sexo es agujero”33.
Si la mujer representa el sexo por antonomasia, si a ella
se han adjudicado los elementos depreciados de la naturaleza
humana, lo “viscoso” y “blando” sartriano, es normal que
cuando tales elementos son revalorizados en una operación
de salvación de la humanidad sepultada bajo el peso del inte­
lecto y de las instituciones sociales, se haga del colectivo fe­
menino la encamación misma de la libido revolucionaria.
Vemos pues que, si el deber ético de las mujeres ha su­
perado los límites de la familia a los que la confinaba la Fe­
nomenología del Espíritu hegeliana, si se espera ahora de
ellas una actividad que revolucione la polis, ello se debe a
que la eticidad ha sido vinculada a la autenticidad de una in­
tuición pura, no afectada por las mediaciones del mundo del
espíritu.

El r o s t r o t e m ib l e d e l a n e g a t iv id a d

Pero de la oscuridad de esa Otredad misteriosa también


surgirán las Ménades, la violencia del deseo, la destrucción
necesaria en la época de Zaratustra. Porque aunque Zaratustra
no sea Dionisos, al menos lo anuncia. Ejercita el no sagrado
transnihilista que ha superado la negación nihilista de la vida
y de alguna manera anticipa la afirmación dionisíaca del de­
venir34. Encamarán la negatividad necesaria para la restau­

33 Sartre, J.P. L’Etre et le Néant. Essai d ’ontologie phénoménologique,


Gallimard, 1943, pâg. 706.
34 Cfr. Deleuze, G., Nietzsche, op. cit., pâg. 44.
ración de los valores de la vida. Serán retomo de la Natu­
raleza reprimida, vuelta deseada pero al mismo tiempo temi­
da. Se mantiene así la secreta ambigüedad que Horkheimer y
Adorno manifestaran en la Dialéctica de la Ilustración res­
pecto a la posible reconciliación con la naturaleza: oscilación
entre la creencia en el amor como unión de lo escindido y el
miedo a perder la individualidad y el bagaje de la civilización
cuando la naturaleza aparece bajo la faz terrible y cautivante
de las sirenas que invitan al yo a abandonarse en lo indeter­
minado de su seno para alcanzar la felicidad inmediata pero
también, con ella, la aniquilación.
De esta manera, tras las exaltadas y entusiastas visiones
acerca de la negatividad femenina encontraremos agazapada
la silueta sombría y monstruosa de lo no humano.
Eros o el poder de las sombras

Las leyes de la naturaleza se mantienen


por una m ezcla de partes equivalentes de
crimen y virtud, la naturaleza renace por
medio de la destrucción, subsiste gracias
a crímenes, en una palabra, vive en virtud
de la muerte

M arqués de Sade

D e l a t r a m p a d e l a e s p e c ie a l a l ib e r a c ió n

Hemos visto que el camino que lleva a la afirmación de


la sexualidad como fundamento a lo largo de los siglos XIX y
XX se inicia con la mirada sobrecogida que el pesimismo
arroja sobre la vorágine del Inconsciente. Avanza luego hacia
una consideración positiva que, inviniendo los valores ante­
riormente asignados, acepta la vida en su cruel y encamada
realidad y abandona el ideal de una perfección y una quietud
que sólo se encuentran en la muerte. Por otro lado, la sexuali­
dad dejará de ser considerada como sinónimo de repro­
ducción y ambos conceptos comenzarán a gozar de una cierta
autonomía.
Sin embargo, aunque se independiza de la función repro­
ductora, el placer sexual continúa investido de una importan­
cia desmesurada. Desde el repudio y la represión hasta la
exaltación de la libertad, la sexualidad no llega a ser con­
siderada como un simple aspecto de la vida del ser humano,
tan necesario como muchos otros.
Inmersos en la misma cultura que analizamos, podríamos
creer que esto se debe a alguna cualidad ontològica especial
que otras actividades humanas no poseen. Los análisis fou-
caultianos de la Historia de la sexualidad1 nos permiten evi­
tar este error; ellos nos muestran que en la Grecia clásica los
autores que se ocuparon de la moral no concedían una mayor
atención a los placeres derivados del sexo que a aquellos
obtenidos por la bebida o la comida. Para todos los placeres
sin distinción se aconsejaba la misma actitud: la mesura,
aguardar que la necesidad se manifieste y que llegue el mo­
mento oportuno. La templanza (sophrosyne) era virtud reco­
mendada, en particular a los jefes, con respecto a todos los
placeres, sin distinciones que hicieran de alguno de ellos en
particular, el que ostentaba poderes o peligros especiales.
El nuevo paradigma de nuestro siglo, ejemplarmente ma­
nifestado en la obra de Wilhem Reich, constituiría a los ojos
de Edouard von Hartmann una nueva recaída en el tercer
estadio de la ilusión. Pero nuestro pesimista debería reco­
nocer con sorpresa varios cambios significativos respecto a
su época. Aquello que fuera denunciado como la más clara
manifestación de la actividad del Inconsciente, la trampa a
través de la cual el sufrimiento se hacía interminable, se halla
ahora disociado de la reproducción y concebido como el po­
der por el que el individuo se realiza en plenitud. El breve in­
tervalo de placer que la naturaleza ofrecía en su astucia para
recompensar, pobremente, el sacrificio de una generación en
aras de la siguiente se convierte en elemento indispensable y
duradero en la formación y expresión de la personalidad del
individuo.

1 Foucault, M., L’usage des plaisirs, vol II de Histoire de la sexua­


lité, Paris, Gallimard, 1984.
Paradoja de la Historia: las cadenas que ataban a la espe­
cie y al destino de dolor pasan a ser percibidas como instru­
mento de la liberación. El fenómeno en el que los pesimistas
vieran la arrolladora potencia del Inconsciente y la nulidad
del individuo deviene la esencia de este último. Con el pro­
ceso de medicalización de la sexualidad, la personalidad será
explicada de acuerdo a un sistema clasificatorio que trans­
forma, como denunciara M. Foucault, las prácticas sexuales
en esencias.

P a r a d ig m a s d e l a in o c e n c ia y d e l a t r a n s g r e s ió n

Pero, al mismo tiempo, la separación de sexualidad y re­


producción se ve acompañada por una revalorización de las
prácticas calificadas de “perversas”, fenómeno que no en­
contramos en la obra de Reich. Robinson2 reconoce que el te­
mor de este psicoanalista, sobre todo al final de su vida, de
que sus teorías fueran utilizadas con fines contrarios a los su­
yos, se vio justificado con los escritos de William Burroughs
y Alien Ginsberg quienes, junto a la generación “beat”, ha­
brían falseado el punto de vista reichiano, al tiempo que invo­
caban su autoridad.
Reich predicó una liberación sexual en la que el sexo
“natural” era únicamente genital y heterosexual. Entre otras
críticas recibió las de Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut3,
quienes le reprochan el haber construido una teoría sexoló-
gica fálica, fundada exclusivamente en el modelo de sexuali­
dad masculino. Para estos autores, habría, en Reich, una vo­
luntad de limitar el deseo y el placer a las zonas y las prácti­

2 Robinson, P., op. cit., pág. 66.


3 Bruckner, R, Finkielkraut, A., Le nouveau désordre amoureux, París,
Seuil, 1977, págs. 31-41. También Robinson (op. cit., pág. 53) critica el
“puritanismo” de Reich que consideraba que en una sociedad no represiva
habría de desaparecer toda obscenidad y comicidad basada en la sexua­
lidad.
cas aceptadas tradicionalmente en Occidente y respaldadas,
ahora, por una etiqueta científica que las ubica en el orden
de lo natural y por un aval revolucionario que las presenta
como la meta de la liberación. La primera resultante de tal ac­
titud sería el desconocimiento y la negación del erotismo fe­
menino.
Por nuestra parte, recordemos que en La revolución
sexual, Reich afirma que la verdadera localización erótica fe­
menina es la vagina y no el clítoris, como sostenían algunos
higienistas de la época. La frigidez del sesenta por ciento de
las alemanas es explicada por Reich como producto de la in­
hibición debido a la acción de la moral en la sociedad auto­
ritaria. Nos encontramos así con una sexualidad “verdadera”
funcionando como paradigma de la autenticidad y supremo
rechazo de los moldes deformantes de una estructura social
represora. Por el carácter de verdad originaria que se le asig­
na, en su nuevo puesto de retomo de la Naturaleza liberada,
es Gran Significante y Gran Significado cargado de conte­
nido ético.
De este modo, no se separa de la definición normativa
común. Como observa José Antonio Nieto: “Todas las socie­
dades humanas, sin excepción, son coitocéntricas. La sexuali­
dad se entiende y se explica prioritariamente en función del
coito” y “señalar subliminalmente que el coito es la primera
o/y única vía de la sexualidad es hacer del coito una reli­
gión”4.
Por otro lado, esta definición coitocéntrica hace que todo
el peso de la contracepción recaiga en las mujeres.
La segunda resultante limitadora de las teorías de Reich
es el rechazo total de la homosexualidad. Esta última actitud
es compartida por la mayor parte de los surrealistas, para
quienes el objeto de deseo es fundamentalmente la mujer. Sin
embargo existen importantes excepciones, entre las que se
cuentan Aragón, Desnos y Crevel. El Heliogábalo de Anto-

4 Nieto, J.A., Cultura y sociedad en las prácticas sexuales, Universi­


dad Nacional de Educación a Distancia-Fundación Universidad Empresa,
Madrid, 1991, págs. 89 y 91.
nin Artaud presenta a la pederastía como desorden e inver­
sión de los roles asignados por un poder político que revela
su relación con la sexualidad .
Se han reconocido dos actitudes diferentes frente a la
sexualidad en el movimiento surrealista5: la primera es la de
una reivindicación de la libertad sexual negada por la socie­
dad. Esta actitud se apoya en un mito de la inocencia y pureza
originarias y de la necesidad de volver a la edad de oro per­
dida a través de un acto sexual investido de virtudes purifica-
doras. Para Gauthier, se trata de un resabio de la moral cris­
tiana. Observemos que esta tendencia coincide plenamente
con los planteamientos reichianos.
La segunda actitud sería una afirmación de la noción de
transgresión en tanto fuente de placer y de lo prohibido como
condición necesaria para el nacimiento del deseo. Este punto
de vista, próximo a Bataille, valoriza el carácter misterioso de
la sexualidad y sus connotaciones de profanación.
Cercano a esta revalorización de las perversiones, Mar-
cuse ve en ellas el rechazo de ese principio de actuación que
ha limitado la sexualidad a un fin útil para la especie y la so­
ciedad explotadora. Bajo este enfoque, las perversiones apa­
recen como la instauración del principio del placer en liber­
tad. Por ello, el filósofo las relaciona estrechamente con la
fantasía. En las perversiones, Eros y Tánatos mostrarían su
identidad en el intento de regreso al principio del Nirvana
combatido por la sociedad.
De esta manera, el sadismo ejercido en una relación
libremente aceptada por las partes corresponderá a una “sus­
tancia instintiva” completamente distinta de las formas “inhu­
manas”, “compulsivas” y “destructivas” que genera la cultura
represiva6. Habrá pues un sadismo aceptable, instintivo y nor­
mal y otro sadismo condenable, capitalista y cultural.

5 Para la actitud de los surrealistas respecto a la homosexualidad, ver


Gauthier, X, op. cit., págs. 65-67 y págs. 233-235. Para las dos tendencias
diferentes ante la sexualidad dentro del movimiento, ver págs. 195-206.
6 Con referencia a las perversiones en Marcuse, cfr. Eros y Civiliza­
ción, op. cit., págs. 58-59. Respecto al sadismo, ver pág. 190.
Este giro en la concepción de la libido se halla rela­
cionado con la aceptación por Marcuse de la pulsión de
muerte que Reich rechazara. Eros no será ya pura luz de una
naturaleza bienhechora degradada por la sociedad y, aunque
conservará el nuevo significado que le otorga valores de libe­
ración, en su seno comienzan a agitarse fuerzas sombrías co­
nocidas de antaño.

Así, poco a poco y llevados por los nuevos vientos de la


liberación sexual, retomarán viejos fantasmas del patriarcado.
No será en Marcuse en quien encontremos desarrollada su
teorización. Se acercan a ella sin explicitarla Deleuze y Guat-
tari cuando hacen de D.H. Lawrence y Henry Miller los pro­
fetas del amor revolucionario, aun cuando moderen seme­
jante afirmación con alguna reflexión crítica.
El Foucault de Historia de la locura en la época clásica
se pronuncia gravemente a favor de una libido sádica a la que
no considera una deformación producida por la organización
social explotadora sino, por el contrario, expresión pura de la
naturaleza que, al igual que la locura, posee la capacidad de
hacer añicos una razón represora tambaleante. Así, nos dice
refiriéndose al marco en el que se desarrollan las actividades
de los héroes del marqués de Sade: “La locura del deseo, los
asesinatos sin sentido, las pasiones más irracionales son sabi­
duría y razón puesto que pertenecen al orden natural. Todo lo
que la moral y la religión, todo lo que una sociedad mal he­
cha ha podido sofocar en el hombre, renace en el castillo de
los crímenes. Allí, el hombre está finalmente en armonía con
su naturaleza”7.
La cruzada contra la razón occidental hará de Sade héroe
y mártir que sucumbió a la represión de la razón y su siglo.
Frente a los filósofos de la Ilustración que alababan el poder
de la razón libre, Foucault reivindica a Sade y, con él, su ala­
banza de una razón sometida a los deseos y las pasiones. Este
enfoque nos presenta el libertinaje y la Ilustración enfrenta­

7 Foucault, M., Histoire de la folie à l’âge classique, Paris, Gallimard,


1972, pâg. 552.
dos en un combate cuyo resultado, provisional y nunca abso­
luto, conocemos todos: la normalización de la sexualidad,
conseguida en nombre de una ciencia que pretende ser “obje­
tiva” y que no es, a menudo, más que el nuevo nombre de la
vieja moral.
En la denuncia foucaultiana de la ética familiar burguesa,
creemos que se produce una confusión similar a la que Fou­
cault pretende desenmascarar. Pero este fenómeno no es
particular de Foucault sino que es propio de su época. La
crítica a la razón ilustrada olvida el aspecto emancipatorio de
ésta para sólo subrayar su desarrollo como razón instru­
mental.
Coincidimos con Foucault cuando afirma que la progresi­
va implantación, en los siglos XVII y XVIII, de la institución
familiar como modelo de normalidad marca los límites de lo
que se considerará racional y determina, en contrapartida, el
resto de las prácticas sexuales como locura en la que el ser
humano se abandona a peligrosas pulsiones. Subrayando la
relación entre ideología y tratamiento clínico de la locura, se­
ñala Foucault que, en el siglo XIX, se intenta dar un carácter
familiar al asilo. El loco es considerado un niño al que hay
que reeducar y el guardia que le cuida se cubre de la autori­
dad moral de la razón. Se abandonan las armas o la violencia
física para reemplazarlas por la psicología. Tuke fue quien
más insistió en la necesidad de instaurar una familia simulada
que rodeara al enfermo de un ambiente que se consideraba
puro, ya que la familia era identificada a la pureza primitiva
opuesta a la corrupción de los medios sociales pervertidos.
Sobre este prestigio concedido al patriarcado, el psicoanálisis
elaborará más tarde, afirma Foucault, su nuevo mito: el de la
necesidad y existencia eterna de la familia patriarcal.
Por esta relación entre moral y razón, se internará a aque­
llos que, sin haber cometido actos criminales, son suscepti­
bles del juicio moral de las autoridades. Poco a poco, se forja
el discurso sobre una nueva forma de locura que ya no es la
del delirio sino la de la razón sometida a la naturaleza, a los
impulsos más primitivos. El evolucionismo del siglo XIX verá
en ella la verdad del hombre aún no sometido a la moral. De
esta forma, la locura terminará siendo explicada como fruto
del deterninismo natural.
“En todo tiempo y probablemente en todas las culturas, la
sexualidad ha sido integrada en un sistema de reglas, pero
sólo en la nuestra y en una fecha relativamente reciente, ha
sido dividida de manera tan rigurosa entre Razón y Sinrazón,
y pronto, por vía de consecuencia y de degradación, entre sa­
lud y enfermedad, normal y anormal”8. En la clasificación bi­
partita racional-irracional, todo lo que no se adecúa al modelo
familiar es arrojado en bloque a las turbias profundidades de
una naturaleza humana que hay que sofocar y controlar.
¿Pero no está aceptando Foucault esta uniformización de lo
reprimido al reivindicar, también en bloque, lo anteriormente
condenado?
Si al abandonar la visión platónica que diferenciaba el
amor según distintos niveles (locura de los sentidos, em­
briaguez sublime del alma), la nueva división inaugurada por
la Modernidad sólo reconoce dos especies: amor acorde con
la razón y amor carente de razón, ¿no constituye una vía im­
practicable la rehabilitación de ciertas prácticas como la ho­
mosexualidad sin desprenderlas de la leyenda negra de vio­
lencia y de muerte en que se vieron envueltas a través del
proceso de su repudio y medicalización?

U na estética del m al

La Histoire de la sexualité parece haber superado esta se­


ducción de la violencia que caracterizó a la crítica radical que
pfetendía denunciar esa otra violencia ya instalada y, por lo
tanto, inaceptable.
Esta fascinación por la violencia formó parte de una re­
vuelta frente a lo establecido, en nombre de lo negado o des­
preciado, actitud que se inscribe en un sentir próximo al ro­
manticismo alemán pasando por los románticos menores

8 Ibid, pág. 103.

138
franceses (recordemos el gusto por lo macabro de Philothé
O ’Neddy y su influencia sobre Baudelaire) hasta el surrea­
lismo y las corrientes de pensamiento reveladoras de la huella
de Nietzsche.
Esta pertenencia histórica hace decir a Foucault que exis­
ten dos experiencias de la locura: una es la medicalización y
el control que se inicia en el siglo XVII y corresponde a la
conciencia crítica anteriormente expresada en el ámbito del
discurso por Erasmo, mientras que la otra parte de la expe­
riencia, parte fundamental oculta por la medicalización, es su
“elemento trágico”, su carácter de revelación cósmica que
sólo se recupera con artistas como Goya y Artaud o pensado­
res como Nietzsche. El delirio de la destrucción adquiere va­
lor cognoscitivo y la locura es una “revelación de que lo oní­
rico es real, de que la delgada superficie de la ilusión se abre
a una profundidad irrecusable”9.
El inconsciente como portador de una verdad mons­
truosa, pero verdad al fin, no es algo nuevo en la historia de
la conciencia humana, y así nos lo recuerda Foucault al re­
ferirse a la relación existente en el Renacimiento entre saber
esotérico, monstruosidad animal y locura. Pero la percepción
crítica de la locura se expresará en el discurso racional y
autodenominado “científico” que culmina con la psicoterapia
freudiana, mientras que la concepción romántica gnoseológi-
ca tomará, en su derrota, el camino de la afirmación negada:
se expresará en el arte que, en tanto tal, goza de la libertad
pero adolece de la nulidad propia del reino de la fantasía.
Esta suprema libertad y sublime miseria del arte será objeto
de la reflexión de Adorno, quien postulará una posible supe­
ración de los límites del hacer artístico a través de la aboli­
ción de sus formas tradicionales. Se trata de liberar al arte de
las convenciones que han llegado a constituir una “segunda
naturaleza”.
De la exaltación de la locura como gnosis, los artistas de­
bieron pasar a una humilde forma del delirio: el sueño. Esta
locura transitoria es valorada en tanto solución de compro­
miso entre las exigencias de la realidad cotidiana y el deseo
de una experiencia metafísica sin retomo.
Para los surrealistas, como para los románticos alemanes,
el sueño no era la vía privilegiada para una investigación re-
ductiva del espíritu sino la puerta que conducía a un contacto
directo con la realidad sin la mediación de las categorías lógi­
cas. En ese sentido, como ya hemos apuntado, su concepción
del sueño se halla más próxima a Jung que a Freud. Para el
punto de vista según el cual el inconsciente individual comu­
nica con el inconsciente colectivo, los mitos y las creaciones
de la imaginación son manifestaciones de este último. Tanto
el sueño como el mito responden a un mismo mecanismo se­
ñalado por Lichtenberg ya en el siglo XVIII: desdoblamiento
de un yo que se habla a sí mismo10. Que lo obvio deje de ser­
lo, que la monótona presencia de los entes se abra a una di­
mensión inesperada, que lo conocido muestre súbitamente un
rostro inquietante: estos son los objetivos del arte que busca
renovar la visión del mundo.
Pero esta gran libertad de expresión del inconsciente no

10 Albert Béguin, en su libro ya citado, subraya la diferencia existente


entre la concepción del sueño en los románticos y en Freud. Para los pri­
meros, se trata de un estado privilegiado que nos pone en contacto con lo
Absoluto, con una realidad común a todos los hombres y a toda la reali­
dad. Para el psicoanálisis freudiano, no es más que una actividad mental
individual, que puede ser analizada en relación con los acontecimientos
de la vida del sujeto. Según A. Béguin, el punto de vista de Jung estaría
más próximo al de los románticos. El psicoanálisis freudiano ortodoxo se
relacionaría con la posición de los realistas del siglo XVIII, mientras que
los románticos se apoyarían en una metafísica idealista. Por otra parte, el
objetivo de los freudianos es terapéutico (la cura), en tanto que los román­
ticos y los místicos buscan un conocimiento superior.
sólo permite la irrupción de la fantasía liberadora que renueva
el sentir y el pensar de la comunidad. A menudo, pone de
manifiesto los esquemas de pensamiento, las concepciones de
la realidad más estereotipadas y tradicionales que no han sido
más que superficialmente remodeladas por una crítica racio­
nal. Este es el caso de las categorías de género y de la sexua­
lidad, las cuales, por mostrar en tales creaciones de la ima­
ginación toda la crudeza de sus componentes ideológicos más
retrógrados, adquieren, paradójicamente, el valor de reve­
laciones de una verdad profunda no mediada por la sociedad.
El artista se presenta a sí mismo como un médium que
actúa poseído por fuerzas oscuras que quieren expresarse. Su
actividad es un descenso a una zona oculta considerada el
fundamento y la verdad del ser humano.
En la línea de la relación establecida por el romanti­
cismo, y también por Schopenhauer, entre patología y genio
artístico, la escritura será asimilada a un exorcismo para libe­
rarse de una posesión maléfica. En ese sentido, es un estado
de trance similar al erotismo. Encontramos esta idea de la
escritura como exorcismo en el segundo Manifiesto de André
Bretón.
La sexualidad como lo maléfico se había manifestado ya
en la literatura fantástica del siglo XIX a través de lo que To-
dorov llama “temas del tú o del discurso”11. En ellos, la libi­
do ocupa un lugar destacado, la mujer suele ser una figura
diabólica y hacen su aparición el incesto, la homosexualidad,
el sadismo, la muerte y la necrofilia. Con relación a estos últi­
mos temas adquiere particular importancia la función social
que Todorov asigna a la literatura fantástica: evitar la censura
de la sociedad y la del propio super-yo al tratar realidades
condenadas.
Con el avance del discurso psicoanalítico, la sexualidad
ya no se encama en figuras diabólicas externas sino que aho­
ra reside en las profundidades de nuestro ser (la parafemalia
decimonónica de seres sobrenaturales queda para las produc­

11 Todorov, T., Introduction à la littérature fantastique, Paris, Ed. du


Seuil, 1970.
ciones baratas destinadas al consumo popular). El arte se ins­
pira, cada vez más directamente, en una ciencia psicológica
en plena expansión. Como el mismo Todorov advierte “los
temas de la literatura fantástica se convierten, literalmente, en
los mismos que los de las investigaciones psicológicas de los
últimos cincuenta años” 12.
A su vez, cerrando el círculo cada vez más perfecto entre
arte e investigación psicológica, los críticos no tardaron en
seguir los pasos del fundador del psicoanálisis y aplicaron a
las obras artísticas los conceptos generados durante la expe­
riencia clínica. Incluso lo que ni el creador ni el público ha­
bían visto nunca como portador de un significado sexual será
interpretado en esa clave. La sexualidad prosigue su marcha
invasora. Ahora es una noche siniestra que nos asedia desde
adentro de nuestro propio ser.

La relación entre la noche y el inconsciente puede ex­


plicarse, en primer lugar, como la normal correlación entre el
momento dedicado al reposo y la pérdida del control cons­
ciente, la cual posibilita el inicio de los sueños. Jung avanza
también otra razón que le fuera sugerida por la reflexión so­
bre los pueblos vivientes considerados primitivos. Observa
que con la caída del sol, el mundo objetivo que la visión ofre­
ce durante el día pierde sus contornos nítidos y comienza a
confundirse con los contenidos de la psiquis del individuo. Se
produce entonces una proyección del inconsciente en el mun­
do exterior13. Este mismo mecanismo interviene en las narra­
ciones fantásticas recuperando, para la conciencia contem­
poránea, una experiencia que ésta abandonara en el devenir
de la Historia.
La oscuridad nocturna instaura una zona de peligro im­
posible de controlar. La irrupción imprevista y siempre te­
mida, desde el seno de las sombras, será acompañada en la
mente contemporánea por el miedo a los aspectos de la psi-

12 Ibid, pàg. 169.


13 Jung, C.G., L’homme à la découverte de son âme, trad. francesa del
Dr. Roland Cohen, Paris, Payot, 1962, pâgs. 132-133.
quis sombríos y caóticos, en los que el yo no se reconoce.
Cuando las urgencias de la vida cotidiana ceden su lugar a la
soledad nocturna, el yo parece sufrir un proceso de desinte­
gración transitoria, viéndose asaltado por imágenes descon­
certantes y a veces pavorosas.
De allí a concebir la conciencia diurna como un producto
socio-cultural y los fantasmas nocturnos como pureza del ori­
gen, verdad terrible pero auténtica, no hay más que un paso.
La legitimidad de la teoría que lo franquea está, sin embargo,
por probarse. Distintas voces, aun dentro del mismo psicoa­
nálisis, se elevaron para criticar el carácter excesivamente si­
niestro que Freud otorgara al inconsciente. Ya nos hemos re­
ferido a la actitud de Reich de no aceptar la existencia de pul­
siones de agresividad innatas. Jung, por su lado, advierte que
la conciencia puede ser mucho más monstruosa y diabólica
que el inconsciente14 y que éste sólo se manifiesta violenta­
mente cuando se desatiende reiteradamente a sus manifesta­
ciones.

O r d e n d e l a v io l e n c ia y v io l e n c ia d e l d e s o r d e n

Pero la violencia seduce con el prestigio de la fuerza. Un


inconsciente monstruoso y cruel, ajeno a toda prudente limi­
tación propia de nuestra vida cotidiana, fascina al intelectual
rebelde. Frente al orden de la violencia institucionalizada,
enarbolará la violencia del desorden. Mientras que la primera
no reconoce su carácter de violencia y predica hipócritamente
los valores de la paz, la segunda lo reivindica con orgullo, ad­
quiriendo, así, el prestigio del acto transgresivo, a falta del
peso de una realidad establecida. En el enfrentamiento entre
Apolo y Dioniso tomará inevitablemente el partido de la divi­
nidad marginal que induce el éxtasis. Con él, desea la aboli­
ción de las individualidades, pobladoras del mundo social

14 Ibid, págs. 259-260. Para apoyar tales aseveraciones, aporta como


ejemplo la triste realidad de la Primera Guerra Mundial. R. Cohén agrega
que el segundo gran conflicto mundial otorga aún más peso al argumento.
diurno que debe ser destruido. Al orden burgués en el que
vive, opondrá el ideal de la desmesura dionisíaca.
Recordemos que en la mitología griega, las Ménades, o
mujeres poseídas, eran las servidoras de Dioniso. Las prime­
ras ménades habían sido las ninfas que alimentaron al dios.
Personificaban a los espíritus orgiásticos de la naturaleza. So­
lían ser representadas desnudas o apenas cubiertas por un
velo, danzando frenéticamente al son de la flauta o el tambo­
ril15. Las bacantes eran sus imitadoras humanas. El culto de
Dioniso les procuraba una locura mística que se acompañaba
de un cierto poder sobre las fieras. El rito incluía la muerte,
por despedazamiento, de cabritos que habían sido amaman­
tados por ellas mismas. Esquilo y Eurípides llevaron el mito a
la tragedia al escenificar el delirio de Agave que, poseída por
el dios, confunde a su hijo con un joven león y lo mata.
Dejaremos de lado el análisis que se impondría en el
marco de un estudio sobre el género en Grecia. No es una
mera casualidad que las seguidoras del dios de la desmesura
sean figuras femeninas en un mundo en el que la razón perte­
nece a los varones. Estos se reconocen justamente “equipolen­
tes en tanto que portadores de ese logos”16 mientras que las
mujeres quedan, como pone de relieve Celia Amorós en su
análisis del poema de Parménides, del lado de la noche y la
privacidad17. El exceso orgiástico presentado como femenino
se inspira probablemente en una visión de la mujer como el
lugar por el que la Naturaleza amenaza invadir la cultura18.

15 E. R. Dodds en Los griegos y lo irracional (trad. de M. Araujo, Ma­


drid, Revista de Occidente, 1960, págs. 249-257) observa que estas figu­
ras míticas tienen sus referentes concretos vivientes en diversas culturas
aún existentes. En estos últimos casos, el trance es obtenido por movi­
mientos de la cabeza hacia adelante y atrás. También reviste gran impor­
tancia la utilización de ciertos instrumentos musicales, en especial los de
percusión y la flauta.
16 Amorós, C., “El nuevo espacio de la polis” en La balsa de la Medu­
sa, 19-20, Madrid, págs. 119-135.
17 Ibid.
18 Con respecto a este temor a la mujer como naturaleza, cfr. Amorós,
C., Hacia una crítica... op. cit., pág. 124.
Nos interesa ahora destacar que la luz bajo la que aparece
lo dionisíaco en el siglo XX forma parte de una interpretación
deformante que Jean Pierre Vemant revela como un producto
del pensamiento contemporáneo19. Este especialista de la an­
tigüedad clásica sugiere que la percepción de muchos estudio­
sos del mundo griego se halla marcada por Nietzsche y su cé­
lebre oposición entre Dioniso y Apolo. Esta influencia deter­
mina una interpretación sesgada del culto dionisíaco y de su
manifestación en la tragedia.
En el origen de esta particular recepción del fenómeno
dionisíaco, Vemant coloca a E. Rohde y entre sus continuado­
res a E.R. Dodds, entre otros. Para Rohde, el dionisismo no
es un elemento propiamente griego sino un injerto extranjero
que más tarde dará lugar al ideal ascético. Según Vemant, no
puede decirse que lo dionisíaco, tal como aparece en Las Ba­
cantes de Eurípides sea lo opuesto a lo racional. Se trata más
bien de la necesaria integración dentro de la polis de los as­
pectos de lo Otro sin los cuales lo Mismo, la identidad firme
representada por Penteo, llevada a la desmesura, termina de­
generando en delirio.
El culto dionisíaco representa la posibilidad de integrar
los elementos de la alteridad en el orden de la ciudad. Cuan­
do ello se hace imposible, el dios se venga introduciendo la
“lussa” o rabia que lleva a Agave a matar a su propio hijo,
confundiéndole con un león. Subraya Vemant, incluso, que el
nombre de “mainades” es utilizado quince veces en referen­
cia a las mujeres de Tebas enloquecidas como castigo de Dio­
niso y se reserva el nombre de “bacantes” a las fieles al dios
que reciben de él el gozo del delirio y la homofagia.
La tragedia de Eurípides, y con ella, la percepción que
los griegos tenían de lo dionisíaco no puede, entonces, ser re­
ducida a una oposición de razón y religión o inteligencia y
afectividad. Por el contrario, ha de ser entendida como una

19 Vemant, J.P., “Le dionysos masqué des Bacchantes d’Euripide”, en


Vemant, J.P., Vidal Naquet, P., Mythe et tragédie, t. II, Paris, ed. La dé­
couverte, 1986.
invitación a aceptar a Dioniso y con él al vino, la fiesta, el
placer sexual y el goce de lo cotidiano.
Las conclusiones de Vemant nos alejan, pues, de la exal­
tación unilateral de una pasión dionisíaca tenebrosa en la que
las pulsiones de Eros y Tánatos se entremezclan hasta volver­
se indiscernibles. Como destaca el último Foucault, el mundo
griego aparece fundamentalmente preocupado por el equili­
brio y la sabia dosificación de elementos dispares. Hasta los
ritos dionisíacos parecen inspirados en el ideal de la medida.
En cambio, el pensamiento contemporáneo verá en Dio­
niso el fundamento irreductibe a la razón. De esta manera,
violencia, sexualidad, locura y muerte son rescatadas y
revalorizadas por el pensamiento contestatario sin quebrar la
identificación que entre ellas hiciera la sociedad establecida
que esa misma crítica pretende abolir.

L a se x u a l id a d c o m o v o l u n t a d d e po d e r

El inconsciente sigue siendo una fuerza amenazante, lo


Otro dentro del individuo. Y el hombre que se expresa, que es
varón, o mujer que ha aceptado la tradición intelectual pa­
triarcal, no siente a este Otro como su tranquila y cotidiana
animalidad, sino como algo monstruoso que adquiere rasgos
metafísicos. El tema de la posesión, tradicional en la litera­
tura fantástica, servirá para plasmar este sentir.
En todo caso, la explicación que Dodds hizo del culto
dionisíaco griego puede aplicarse con toda propiedad a esta
conciencia contemporánea en sus relaciones con el incons­
ciente recién descubierto. Según el autor de Los griegos y lo
irracional, la locura ritual dionisíaca tenía una función catár­
tica. Dioniso era un dios popular. Liberaba de la responsa­
bilidad individual que pesaba sobre los hombros de quienes
comenzaban a separarse de la antigua unidad familiar. El
“ékstasis” constituía una huida del individuo frente a una si­
tuación histórica de crisis de valores.
El énfasis contemporáneo en la posesión del individuo
por un inconsciente pavoroso que determina su conducta, más
allá de su porcentaje de verdad, ¿no es una huida frente a un
conflicto y una responsabilidad que se sienten como dema­
siado pesados o molestos?

Observemos que no son los aspectos automáticos cotidia­


nos del inconsciente los que más interesan o inquietan a la
conciencia del siglo XX. Que gran parte de nuestros actos sea
inconsciente, regida por automatismos del hábito o reflejos de
los sentidos, no genera mayor sobresalto, a pesar de que po­
dría interpretarse como signo inequívoco de nuestra natura­
leza maquínica.
Lo que despertó el interés apasionado de nuestros con­
temporáneos fueron las elaboraciones clínicas y literarias de
un inconsciente identificado con la sexualidad. Creemos que
ésto se debe a que en ella, en tanto relación de poder, reside
un conflicto que la nueva ideología de la sexualidad tratará de
ocultar tras un procedimiento de reificación.
Según los defensores de este nuevo paradigma, el artista,
en su condición privilegiada de medium, restaura la unidad
primigenia destruida por la Ilustración. Ernesto Sàbato así lo
afirma en El escritor y sus fantasmas. Las obsesiones del ar­
tista brotan de ese suelo ontològico en el que residiría nuestra
verdad, surgen de: “los territorios que retrotraen al hombre
hacia la infancia y hacia las regiones inmemoriales de la raza,
allí donde dominan los instintos básicos de la vida y de la
muerte, donde el sexo y el incesto, la paternidad y el parrici­
dio, mueven sus fantasmas”20. Esta región del ser aparece
como Otredad ajena a la sociedad y a la Historia. La repre­
sentan las Furias, divinidades matriarcales ante las que “esa
ambigua deidad que es Atenea, esa feminista”21, reconoce su
inferioridad, su menor antigüedad y sabiduría. La crítica fe­
roz a la Ilustración reducida a razón instrumental se combina
con el ataque a uno de los frutos de la Ilustración: el femi­
nismo de la igualdad.

20 Sàbato, E., El escritor y sus fantasmas, Barcelona, Seix Barrai, 1979,


pág. 203.
21 Ibid, pág. 186.
La referencia al feminismo ilustrado denuncia la voluntad
polémica de este discurso esencialista de la sexualidad. Ante
la crisis de sentido se apela a las Grandes Madres. Se mani­
fiesta gran respeto y veneración atribulada a los principios fe­
meninos arcaicos, mientras se recuerda a las mujeres reales y
contemporáneas que no han de caer en el error racionalista
que les haría perder su saber y poderío ancestrales. La reivin­
dicación romántica del lado femenino de la oposición “ani-
ma/animus” forma parte de la mística de la mujer denunciada
tempranamente por Betty Friedan.
Por otro lado, la asignación de un valor de verdad ori­
ginaria a la sexualidad patriarcal, o sea, a la sexualidad enten­
dida como confusa unión de Eros y Thánatos, permite justifi­
car el hecho de que las relaciones entre los sexos tengan,
generalmente, el carácter de un combate. La Vida suele ser
representada como un monstruoso ser de naturaleza femenina
que intenta poseer al héroe, quien lucha a su vez por domi­
narla22.
Si la libido es, por esencia, tenebrosa, sus manifestaciones
sádicas o masoquistas no han de ser analizadas con criterios
sociológicos sino metafíisicos. De esta forma, se invalida todo
enfoque que estudie tales actitudes sexuales como elementos
de una dialéctica de los colectivos genéricos.
Así, en una vertiente del surrealismo, la sexualidad, tanto
masculina como femenina, adquiere un perfil amenazante. Es
lo monstruoso dentro del individuo. Podríamos caracterizarla
como una voluntad de poder que se manifiesta en una pulsión
de muerte. Dado su carácter de fuerza que posee al individuo,
arrebatándole su capacidad de decisión, a menudo, se presta

22 “Ansioso de venganza y sangre, me lancé con furia sobre la mujer de


piel negra y ojos violetas. Siento el volcán de carne que abre sus fauces
para devorarme y siento que sus entrañas llegan al centro de la tierra. Y
todavía sus fauces estaban chorreando sangre cuando ya me precipitaba
nuevamente sobre ella (...) Y siempre para ser devorado” (Sábato, E., So­
bre héroes y tumbas, Barcelona, Seix Barral, 1981, pág. 446). “La vida,
(...) posesión en las tinieblas (¿mujer, monstruo?), la vida, proxeneta de
la muerte” (Cortázar, J., Rayuela, página 519).
como tema de los relatos fantásticos. Lo Otro ya no es el dia­
blo externo que, con alguna estratagema, lograba introducirse
en el espíritu del poseído: ahora es la verdadera naturaleza
del sujeto.
También los símbolos teriomorfos parecen adecuados a
esta sexualidad. La historia de las artes muestra que, a menu­
do, los animales han representado la parte inconsciente y pri­
mitiva del ser humano. La civilización llevaría adelante el
combate para moderar a este doble inconsciente. Según la
psicología junguiana23, el énfasis de esta lucha habría llevado
al ser humano a una represión excesiva de sus instintos, los
cuales se manifiestan, en los sueños, bajo figura de animales
peligrosos.
Monstruo surgido de la oscuridad, vorágine misteriosa, la
libido arrasa la precaria e inautèntica estabilidad del confor­
mismo en el que el individuo de la sociedad burguesa preten­
día refugiarse. Esta oscura voluntad de poder, invisible para
el individuo diurno, desafía todas las pretensiones de mesura.
Eros, como fuerza de las sombras, horroriza y atrae al
mismo tiempo.

G eorges B ataille : u n a clave teórica

En El erotismo, que resume desarrollos teóricos anterio­


res de Historia del erotismo, Bataille expuso, bajo la forma
del ensayo, una teoría sistemática sobre el erotismo.

23 A. Jaffé, analista de Zurich, secretaria privada y biógrafa de Jung,


analiza en su libro El simbolismo en las artes visuales, la tendencia del
ser humano a adoptar la piedra y el animal como símbolos. La primera
como morada o mediadora de los dioses, el segundo como la parte incons­
ciente y primitiva, el doble del propio yo. Por su parte, G. Durand, en su
obra citada, insiste en la connotación negativa que suelen tener los anima­
les en la imaginación humana. Por un lado, encontraríamos el temor
originado por los animales peligrosos y su transformación en demonios,
por otro, la obsesión del pulular del insecto. El simbolismo teriomorfo se
hallaría, así, relacionado con dos temas negativos: el temor ante el cambio
y el horror provocado por la muerte concebida como devoradora.
Ya nos hemos referido, brevemente, a sus consideracio­
nes sobre la identidad del erotismo con el sacrificio, en el pri­
mer capítulo de este estudio. Habíamos presentado su teoría
enmarcada en el momento de la rebeldía del varón frente a
los lazos que lo sometían a la vida indiferenciada de la espe­
cie, a través de los compromisos contraídos con la mujer. Se
trata de la actitud del erotismo transgresivo.
Volvemos, ahora, a fijar nuestra atención en sus desarro­
llos teóricos sobre el erotismo porque serán una clave para
comprender algunas aparentes incoherencias del discurso ge­
neral sobre la sexualidad.
En efecto, poco a poco, a través de nuestro examen sobre
las formas filosóficas y literarias otorgadas a la sexualidad, se
iba perfilando un interrogante. En un primer momento, había­
mos percibido con claridad una constante identificación de
las mujeres con la naturaleza, identificación correspondiente
a un proceso de reificación. El esencialismo inherente a esta
caracterización de los sexos culminaba en una oposición de
categorías en la que el lugar de la civilización correspondía al
varón. Al término de un largo proceso histórico, la decepción
y la impresión de haber errado en el rumbo tomado por la hu­
manidad, llevó a buscar, en esa “reserva de la naturaleza” que
se consideraba era “la mujer”, el remedio a los males del pre­
sente y el potencial revolucionario que prometía un futuro
distinto. Hasta una parte del feminismo, el feminismo de la
diferencia, admitía, en cierta manera, la definición patriarcal
de la mujer como naturaleza para intentar invertir las valora­
ciones tradicionalmente realizadas y convertir en superiori­
dad lo que fuera considerado signo de debilidad o falta de
evolución.
Sin embargo, junto a esta ya conocida distribución de pa­
peles podemos observar los contornos de una nueva figura de
la naturaleza, esta vez de signo masculino. En el acto sexual
de penetración interpretado por Bataille, el hombre destruía la
aparente individualidad civilizada construida por el pudor
para revelar la naturaleza indivisa en la violenta confusión de
órganos carentes de conciencia. Desde esta perspectiva, el or­
gasmo es la transitoria negación de la individualidad racional
y mesurada.

De esta forma, el varón se asumía a sí mismo como natu­


raleza, e incluso, como naturaleza en lucha contra una cultura
inautèntica. La definición y clasificación esencialistas se re­
velan más complicadas de lo que en un primer momento pa­
recían. ¿Quién es la Naturaleza y quién la Cultura? ¿Para el
discurso sobre la sexualidad que analizamos, se trata de un
simple problema de elección personal, con respecto al cual
todo intento de explicación desde la perspectiva del género
resulta inadecuada?
Si junto al desenfreno de las Ménades encontramos innu­
merables ejemplos de violencia fálica asumidos por el sujeto
masculino del discurso como manifestaciones de la Naturale­
za, ¿podemos seguir considerando que este discurso patriar­
cal se basa en la identificación mujer-naturaleza, hombre-cul­
tura?
A esta altura de la cuestión, cuando tales interrogantes
nos invitan a limitamos a declarar que se trata de con­
tradicciones internas del patriarcado, de confusiones y pa­
radojas propias de esta ideología, Bataille nos ofrece la solu­
ción del enigma.

S e x u a l id a d -n a t u r a l e z a y e r o t is m o - c u l t u r a

En primer lugar, debemos tener presente que Bataille


distingue la sexualidad del erotismo. La primera corres­
ponde a los impulsos sexuales propios de los animales y,
por lo tanto, del período inmediatamente anterior al tránsito
del animal al hombre, mientras que la segunda constituye un
rasgo típicamente humano, definido como “las asociaciones
y los juicios que tienden a calificar sexualmente objetos, se­
res, lugares y momentos que en sí mismos no tienen nada de
sexual, ni tampoco nada contrario a la sexualidad: ese es el
sentido de la desnudez y de la prohibición del incesto. Así,
la castidad misma es uno de los aspectos del erotismo, es
decir, de la sexualidad propiamente humana”24. Para Batai-
lle, sexualidad y erotismo mantienen una relación que, aun­
que conserva un elemento de causalidad, en tanto el ero­
tismo es un derivado de la sexualidad, es también contrapo­
sición próxima a la del par de opuestos de naturaleza y
cultura.
El erotismo aparece, según la definición que hemos ci­
tado, como extensión de las connotaciones sexuales a entes
o ámbitos que no poseían estas características. En ese senti­
do, se trata de una especie de invasión de la vida por la se­
xualidad. Pero el erotismo no será, de esta manera, simple
pulsión ciega, sino reelaboración simbólica. Su dinámica no
se inscribirá en el proceso circular de repetición de lo
mismo propio de la naturaleza (al menos de la naturaleza tal
como se la presenta tradicionalmente haciendo abstracción
de su carácter evolutivo). Por el contrario, el erotismo apa­
rece, a los ojos de Bataille, como un producto histórico.
Aun más, el erotismo habría sido un mecanismo de homini-
zación.

El movimiento por el cual el erotismo se habría consti­


tuido tiene una estructura triàdica y se considera una manifes­
tación de la dialéctica de la Historia, en la línea expuesta por
Hegel.
Partiríamos, así, de un primer momento o tesis en el que
sólo habría la simple animalidad que se conduce por impulsos
no procesados por la razón y desconoce el pudor, las prohibi­
ciones, la vergüenza y el asco relacionado con las actividades
sexuales y excretorias. Este nivel no es propiamente humano
sino animal. Ninguna sociedad, ni siquiera las más primitivas,
vive en un estado semejante de ausencia de reglas respecto a
la sexualidad.

24 Bataille, G., L’histoire de l’érotisme. Œuvres complètes, t. VIII, pá­


gina 23. En adelante, nos referiremos a esta obra y a esta edición con las
siglas H.E.
S e g u n d o m o m e n t o d e l a d ia l é c t ic a d e l a s e x u a l id a d

El paso a un mundo humano es indisociable del estable­


cimiento de prohibiciones que tienen por objetivo la negación
de la propia animalidad a través de la educación. Esta carac­
terística de negación de la propia animalidad constituiría lo
específicamente humano, junto con otros dos rasgos: la nega­
ción de lo dado inmediatamente, su transformación a través
del trabajo, y la capacidad de conocer la muerte. Señala Ba-
taille que Hegel se refirió a estos dos últimos aspectos pero
no al primero. Esta limitación del autor de la Fenomenología
del Espíritu se habría debido a una inconsciente obediencia al
tabú general que ordena el silencio en lo que se refiere a las
necesidades animales más negadas en nosotros mismos.
A la búsqueda de una explicación de las prohibiciones
que afectan a la sexualidad, Bataille alude a la repugnancia
causada por las actividades excretorias de los órganos adya­
centes. Observa que, si bien las normas de limpieza son muy
diferentes de una sociedad a otra, en toda comunidad humana
existen reglas relativas a ella. El grado de observancia de es­
tas, a menudo determinado por la pertenencia social, ubica a
los hombres en una jerarquía. Dentro de cada cultura, el ma­
yor o menor respeto de las reglas de higiene vigentes, pro­
cede a una clasificación del individuo basada en el horror de
lo bestial.
De este horror a las necesidades animales y a los cadá­
veres y la podredumbre relacionada con la muerte habría sur­
gido el tabú del incesto, el cual marcaría, así, el paso del ani­
mal al hombre. Entre paréntesis, hay que destacar que los
ejemplos que da Bataille sobre el horror causado por la vista
de los cadáveres y la putrefacción son atribuidos a “los primi­
tivos” sin que se sepa a qué pueblos se refiere. Esta vaguedad
en los datos provenientes de la antropología, datos presenta­
dos como fundamento empírico de las lucubraciones meta­
físicas de Bataille, es constante en la obra que estamos anali­
zando.
La fermentación en la podredumbre es un signo del poder
de la Naturaleza. Contra esta fuerza que lo domina, el hombre
habría elevado las prohibiciones. Estas tenían por objetivo
conformar un mundo humano en el que la Vida, fuerza indife-
renciada de la que todo surge y a la que todo vuelve, perma­
neciera, de alguna forma, invisible.
Olvidar el fundamento. He aquí el proyecto de la huma­
nidad en este segundo momento de la historia del erotismo
según Bataille. La repugnancia que las carnes en descomposi­
ción o ciertas sustancias viscosas nos producen, encontraría
su origen en una angustia existencial. Si esta repugnancia no
es compartida por los animales es porque no tiene una ex­
plicación fisiológica. Se trataría, en realidad, de una confusa
percepción de la naturaleza como negación del individuo.
El individuo, en tanto instancia particular, requiere una
estabilidad, una permanencia que es amenazada continua­
mente por lo universal. La vida es vorágine indiferente res­
pecto de esa parcela de conciencia que alcanza a concebir la
totalidad de manera confusa. La vida es “un movimiento tu­
multuoso, que explota y se agota. Su explosión perpetua es
posible con una condición: que los organismos gastados ce­
dan el lugar a otros nuevos, que entren en danza con nuevas
fuerzas”25.
Que la vida implica la muerte, que el reposo y el equi­
librio le son ajenos, que el individuo se preserva sólo por un
breve lapso de tiempo y su existencia es, únicamente, el
efecto de ciegos mecanismos regidos por el azar: todas estas
verdades, intuidas más que pensadas, habrían llevado a la
humanidad, en sus albores, a mirar la sexualidad con des­
confianza.
Observemos, por nuestra parte, que las razones que Ba­
taille supone en el hombre primitivo, son precisamente aque­
llas que hemos señalado como funcionando en la base del
pesimismo decimonónico para cristalizar en la idea de la se­
xualidad como trampa de la especie. Nos preguntamos hasta
qué punto no se trata de una anacrónica transposición, a un
pasado remoto, de las angustias del individuo contempo­
ráneo.
Al respecto, resulta interesante señalar que Bataille, al
igual que lo hiciera Edouard Von Hartmann, se asombra de
que el placer sexual deba encontrarse en órganos repugnan­
tes, en objetos que provocan horror. La palabra “horror” es
repetida en innumerables ocasiones a lo largo de Historia del
erotismo. A menudo, se halla unida en la misma frase con el
término “atracción”. El erotismo correspondería a la tensión
extrema entre el horror de la corrupción ligada al cuerpo y la
atracción que provoca el sentimiento de pérdida. Volveremos
más adelante sobre esta caracterización.

El tabú del incesto

A partir de la lectura de Las estructuras elementales del


parentesco, publicado en 1949, esto es, un año antes de los
primeros esbozos de Historia del erotismo, Bataille aborda
el problema del tabú del incesto. Lamenta que Lévi-Strauss,
llevado por un rigor científico excesivo, haya evitado
extraer conclusiones sobre la estructura del erotismo, de­
ducciones más generales que excedieran el ámbito de las
observaciones realizadas. Es evidente que ésta será la tarea
que proyecta el mismo Bataille: una reflexión no científica
pero, a su manera, rigurosa, en tanto se propone ser siste­
mática.
El tabú del incesto correspondería al deseo de preservar
una zona pura. El establecimiento de prohibiciones, compli­
cados rituales y sistemas de intercambio de mujeres tendría
por objeto el recluir la sexualidad, actividad que recordaba a
los hombres su naturaleza bestial, en la oscuridad y el silen­
cio de la noche y el misterio: “El lugar de la inmundicia es la
sombra donde las miradas no pueden alcanzarla. El secreto es
la condición de la actividad sexual, como lo es también de la
realización de las necesidades naturales. La noche engloba de
esta manera dos mundos distintos pero siempre asociados. El
mismo horror esconde en la misma noche la función sexual y
la excreción”26.
En el tabú del incesto, Bataille ve la primera muestra de
las prohibiciones que niegan la sexualidad natural. De él, re­
sulta el matrimonio como acceso a una vida propiamente hu­
mana, puesto que es respeto de las prohibiciones, limitación
de la animalidad. La esposa-madre recibe la pureza de la ma­
dre y hermanas del esposo, preservadas de actividades degra­
dantes.
Con el intercambio establecido por el tabú del incesto, las
mujeres funcionan como elementos de comunicación entre
los hombres. Bataille subraya que Lévi-Strauss ya caracterizó
este intercambio como “don” y no como simple transacción
comercial, a la manera de las sociedades modernas.
La similitud con el “potlatch” orienta la interpretación
de Bataille hacia una teoría económica general. El objeto
del don no es un simple objeto como cualquier otro. Se trata
de una manifestación de la energía sobrante, es un objeto
de lujo.
Así, para Bataille, la mejor metáfora de la mujer es el
“champagne”: “animado por el movimiento de exuberancia
general y claro símbolo de un exceso de energía”27. Objeto de
consumo de lujo, el champagne se bebe en las grandes oca­
siones. Raro es el caso en que se consuma en soledad. Es mo­
tivo de comunicación entre los hombres, unidos por la fiesta.
La generosidad que implica este consumo en grupo, esta des­
trucción del trabajo útil para obtener honores es, para Batai­
lle, lo contrario del capitalismo, el cual siempre busca la
acumulación, en vistas a aumentar la productividad. Notemos
que esta visión del capitalismo no corresponde ya totalmente
a su realidad actual.
Con el tabú del incesto quedaría, de esta manera, fundado
el erotismo, en tanto éste se caracteriza por suplantar la
satisfacción inmediata por la espera regulada por normas so­
ciales. El don de mujeres es un mecanismo de humanización.

26 Ibid, pág. 47.


27 Ibid, pág. 34.
En él, el personaje principal es el varón donante que aplaza la
satisfacción de sus deseos, en una actitud de la que el animal
es incapaz. “Porque el matrimonio no es tanto un acto de los
cónyuges como del “donante” de la mujer, ese hombre (pa­
dre, hermano) que habría podido gozar libremente de esa mu­
jer (su hija, su hermana) y la da”28. El respeto a las reglas, re­
alzado por la posibilidad siempre presente de recurrir a la
violencia y efectuar una transgresión, va construyendo un
mundo propiamente humano.

Hay que destacar que, en esta construcción histórica de la


esencia humana, el sujeto es total y abiertamente identificado
como masculino. En ello, Bataille se mantiene fiel a la línea
de Lévi-Strauss, más aún: se encamina en la dirección de una
fundamentación metafísica de la pasividad como atributo fe­
menino.
Con respecto a Lévi-Strauss, afirma Carol P. MacCor-
mack29 que este antropólogo continúa en la tradición rousse-
auniana de la mujer pasiva y controlada por el hombre. En
consecuencia, los estructuralistas ignoran todo dato referente
a un cierto poder de las mujeres en las sociedades que estu­
dian, debido a que operan influidos por el paradigma euro­
peo. Para esta autora, no se puede hablar de pasividad y natu­
raleza cuando las mujeres tienen un rol fundamental en la
producción de bienes de las sociedades pre-industriales. Por
otro lado, denuncia como etnocentrismo la caracterización
que autores como Ortner hacen de la mujer, siguiendo a Si-
mone de Beauvoir y su enfoque del cuerpo femenino como
reproductor y causa de su inmanencia, ya que numerosas so­

28 Ibid, pág. 34.


29 El estudio de Mac Cormack (“Nature, culture and gender: a criti­
que”, en Mac Cormack, C., Strathem, M., op. cit., págs. 1-24) trata sobre
la creencia en una diferencia fundamental entre la especie humana y las
animales. Examina las oposiciones naturaleza-cultura y sus transforma­
ciones metafóricas (crudo-cocido, salvaje-domesticado, mujer-hombre)
así como la concepción que Rousseau y, siguiéndole a él, Lévi-Strauss
desarrollaron del tránsito de un estado natural al estado civilizado.
ciedades consideran la reproducción como trascendencia y
eternidad del linaje. No son los objetos los que perduran sino
la vida del grupo.
Desde luego que esta acusación de etnocentrismo puede
aplicarse a Bataille. Pero no se trata sólo de etnocentrismo.
En su afán por superar un análisis puramente economicista, a
veces ignora, otras niega, la posibilidad de que el erotismo
pueda, en algún caso, pertenecer al sistema general de las re­
laciones productivas. Así, considera que la prostitución no
puede ser analizada en términos de compra-venta sino de
don, puesto que ninguna de las dos partes hará un uso pro­
ductivo de lo que recibe, ni siquiera la mujer, la cual utilizará
el dinero para comprar objetos de lujo, tales como joyas o
vestidos que realcen su belleza. Bataille parece sólo conocer
la prostitución del más alto nivel, la única que puede ser, en
parte, comprendida con su concepto de la mujer como objeto
de consumo de lujo.

En todo caso, queda claro que, en esta visión, el tabú del in­
cesto como mecanismo fundamental de desanimalización
afecta al varón que modela su propia estructura pulsional para
habitar un mundo humano. Al mismo tiempo, crea el nuevo
objeto de deseo, no ya meramente sexual sino erótico: lo fe­
menino.

E se “ o s c u r o o bjet o d e l d e s e o ”

Una vez negada la sexualidad natural propia de la simple


animalidad, habrá un retomo o recuperación del primer mo­
mento de la naturaleza, pero se tratará, ahora, de una natu­
raleza maldita, negada por las reglas del mundo humano de la
cultura.
Esta dialéctica de la sexualidad corresponde, según
Bataille, al anhelo de autonomía del hombre. Cuando la natu­
raleza aparecía como la esclavitud a la que debía someterse,
el hombre creó reglas que la negaron, la ocultaron. Buscó el
refugio y la libertad, en un mundo espiritual que se presen­
taba como lo contrario de los límites estrechos de la tempora­
lidad material.
Pero pronto descubrió que ese ámbito de la espirituali­
dad, ganado con la cultura, era también limitado para su sed
de infinito. Como en el anterior momento de negación de la
naturaleza, el hombre reacciona frente a lo dado, negándolo.
Las reglas que había construido para garantizar su indepen­
dencia respecto a los procesos materiales, se le antojan, aho­
ra, límite insoportable y lo que antes había aparecido como
límite, al estar negado, prohibido, se presenta como garantía
de libertad.
En el vértigo de la transgresión, el hombre experimenta­
rá, en este tercer momento, la identidad de la vida y de la
muerte. Esta experiencia singular será posible porque el ho­
rror del objeto viscoso natural se cubre con la máscara de la
belleza. Será la atracción de una mujer joven y hermosa: “ el
objeto del deseo tiene un contenido esencialmente horrible (y
es tan poco objeto como posible), es el objeto erótico viscoso
en el que la virulencia de la vida coincide con la descomposi­
ción de la muerte. En principio no tenemos fuerza para sopor­
tarlo (...) El juego consiste en disimularlo bajo el aspecto más
inocentemente atractivo. Ese aspecto es la belleza”30. Fun­
dando sus afirmaciones en un razonamiento por analogía con
las leyes físicas de acción-reacción, operación de validez un
tanto dudosa, Bataille afirma que aquello que nos repugna,
nos atrae con fuerza proporcional al horror que nos causa.
Consciente de la debilidad de su argumentación, agrega que,
de todas maneras, las cosas no son tan simples ya que un ho­
rror excesivo suele bloquear el deseo.

Con el cuerpo femenino u objeto erótico por excelencia,


el deseo supera el rechazo. Bataille considera que el objeto
erótico es el mismo para hombres y mujeres: se trata siempre
del desnudo femenino. Esta singular afirmación de la homo­
geneidad del deseo se basa en una caracterización particular
del cuerpo de la mujer, relacionada con una identificación del
deseo erótico con la vivencia de la muerte.
La visión de las mucosas internas de los órganos sexuales
ofrece un aspecto similar a una “llaga”. Su humedad recor­
daría al hombre la supuración propia de los procesos de pu­
trefacción. Si a todo esto agregamos la suciedad de los excre­
mentos, la experiencia sexual de intimidad con otro cuerpo se
convierte en experiencia de la vida en el momento de su dis­
gregación.
Este conocimiento inmediato de la unión de la vida y la
muerte se ve facilitado, según Bataille, por las características
del cuerpo femenino: redondez, suavidad, aspecto de “río le­
choso”, que provocan una sensación de “fuga líquida” que
“se abre sobre la muerte como una ventana al patio”31.
La idea no es nueva. Señala Bachelard en El agua y los
sueños32, que el agua no representa únicamente el líquido im­
prescindible para la vida y la fertilidad de la tierra. Para el in­
consciente, el agua es también la muerte, el último viaje, la
desaparición en el infinito. Es el símbolo “profundo” y “orgá­
nico” de la mujer y su llanto.
Bachelard subraya la relación que existe entre la imagen
de los cabellos ondulados y las ondas del agua, citando varios
poemas en los que una de las imágenes sugiere la otra. Esta
recurrencia del tema le lleva a hablar de un “complejo de
Ofelia”, aludiendo al trágico fin de la prometida de Hamlet,
imagen paradigmática del suicidio masoquista en la plenitud
de la vida. Estrechamente ligada a las ensoñaciones sobre la
muerte, el agua es un elemento que produciría un estado de
ánimo melancólico. No sólo porque se halla asociada a la
imagen de las lágrimas, sino porque representa la idea de di­
solución. Para Bachelaíd, es el elemento que simboliza “la
nada sustancial”.
Para Bataille, el objeto del deseo ha de ser un objeto in­
móvil, que presente las características de lo muerto. Esta exi­

31 Ibid, pág. 132.


32 Bachelard, G., L’eau et les reves, París, Corti, 1948, págs. 112-113 y
pág. 125.
gencia es desarrollada explícitamente en su teoría del ero­
tismo. Afirma que el deseo erótico sólo puede fijarse en un
objeto inmóvil, ya que es la pasividad lo que le atrae.
En la base de esta aseveración encontramos su teoría de
la tendencia del ¿ser humano o varón? hacia el abismo, hacia
la destrucción. Observemos que el texto de Bataille habla de
“nosotros” y de “hombres”, sin que se explicite si ese “noso­
tros” y ese “hombres” establece una complicidad, muy proba­
ble, entre el autor y su público de varones, o tiene un alcance
universal. Esta ingenua identificación con el sujeto universal
no es una particular característica de este pensador del ero­
tismo. Por el contrario, es corriente en los filósofos. Por
ejemplo, la encontramos también en Sartre, cuando al anali­
zar el deseo sexual afirma: “deseamos una mujer y no sim­
plemente nuestra satisfacción”33.

El tercer capítulo de la cuarta parte de Historia del ero­


tismo, lleva por título “El temible deseo de perder y perder­
se”. En él, se expone la tentación continua que “nos” acecha
de perder todo lo acumulado, de hacer girar el sentido de
“nuestros” esfuerzos y poner por meta la nada en vez del ser.
Para el autor, se trataría de un impulso originario que explica
el goce que “nos” ocasiona el espectáculo de la destrucción,
al menos en su forma literaria, ficticia. Este impulso hacia la
muerte que la razón, instalada en el poder, no puede com­
prender, habría permitido crear las maravillas de la religión y
del arte. También es el motor de las guerras, que el pensa­
miento racional, según Bataille, no podría explicar.
Nuestras dudas acerca del género del destinatario del dis­
curso de Bataille se hallan fundadas. Resulta muy sugestivo
detenerse, al respecto, en una nota a pie de página del capí­
tulo siguiente. En esta nota, de tipo aclaratorio, Bataille da un
fundamento histórico a su noción de la relación erótica como
“inmolación”. Afirma que, en la Antigüedad, se identificaba
la posesión de una mujer con un rito de sacrificio y que ésta
era tratada como un animal inmolado en el culto, con la sola
diferencia de que en el caso de la mujer no se llegaba a darle
muerte. Por todo ello, agrega Bataille, el centro del erotismo
es ocupado por la mujer más que por el hombre. El varón es
en primer lugar: “animal de trabajo o de guerra. Sin embargo,
he hablado esencialmente del erotismo en nombre del hom­
bre. No he juzgado necesario considerar cada una de las si­
tuaciones de las que he hablado desde el punto de vista de
una mujer”34.
La explicación de porqué no ha juzgado necesario tener
en cuenta el punto de vista femenino respecto al erotismo es
curiosa. Afirma que su objetivo no ha sido una descripción
completa del erotismo sino la captación del proceso a través
del cual “la existencia humana” alcanza la totalidad concreta
en el erotismo. Señalemos los fundamentos que dan cohe­
rencia a esta explicación dentro del sistema de Bataille. En
primer lugar, cuando se trata de la “existencia humana”, lo
que importa es el punto de vista masculino, ya que ha sido el
varón quien a través de la creación, interiorización y trans­
gresión de las reglas, se ha revelado como sujeto de la histo­
ria del erotismo.
En segundo lugar, el objeto erótico es, como se ha visto,
el mismo para ambos sexos: el desnudo femenino. Este cuer­
po de mujer no es, para nuestro pensador, una realidad natural
sino un producto de la historia. Pero la renuncia al esencia-
lismo no le lleva más que a la afirmación de la necesidad his­
tórica. En efecto, el deseo erótico exige que su objeto sea un
sujeto reducido al rango de objeto. El objeto erótico no puede
ser un ser en y para sí sino un ser para otro. Tal sería la condi­
ción del deseo. Cuando ésta no se cumple y el objeto es algo
más que una figura inmóvil, el sujeto del deseo tiende a do­
minarlo y destruirlo para alcanzar la experiencia de lo que ya
no pertenece a la cadena cotidiana de la utilidad propia del
mundo normal. Decíamos que Bataille había abandonado el
esencialismo, aunque no totalmente, para concebir el objeto

34 Bataille, G., H.E, pág. 103.

162
erótico como un producto cultural. En este sentido, reconoce
un valor civilizatorio a la cosificación de la mujer ya que, sin
ella, asegura, no habría sido posible el enriquecimiento del
erotismo: “Si las mujeres no se hubieran convertido en obje­
tos expuestos a la posesión, no habrían podido, como lo han
hecho, convertirse en objetos del deseo erótico: estos objetos
tienen formas, aspectos determinados, que sin duda no tenían
las ménades”35.

El objeto erótico por excelencia es, para Bataille, la pros­


tituta, un ser que ha perdido la característica fundamental de
la persona de ser un fin en sí. Es la figura fundamental del
erotismo. Se oponen a ella, en dos registros diferentes, la mu­
jer que trabaja (recordemos que la prostitución es para Batai­
lle un don y no una transacción comercial) y las Ménades.
La mujer que trabaja no puede ser objeto erótico porque
la actividad endurece sus rasgos, quitándoles el carácter de
indolencia inherente a la belleza femenina. En un hombre, en
cambio, el ocio degrada sus rasgos viriles, suscitando la sos­
pecha de que se trate de un “afeminado”. Esta rotunda afir­
mación provoca un sobresalto al mismo Bataille que se ve en
la obligación de salvar el honor de los varones de su profe­
sión. Aclara, apresuradamente, que el poeta no puede ser con­
siderado ocioso ya que su labor consiste en la creación.
Las Ménades, figura que ya habíamos tratado en este
capítulo, se oponen al objeto erótico por pertenecer al primer
momento de la sexualidad, momento en el que aún no se ha­
bía constituido el símbolo de la femineidad como pasividad.
No suscitan el deseo por ser figuras del movimiento, mera
agitación animal, naturaleza primitiva que todavía no ha sido
negada. Con tales figuras que desconocen lo prohibido y son
pura dinámica de las pulsiones, la transgresión es imposible,
ya que ésta requiere el establecimiento anterior de reglas.

De esta forma, la teoría de Bataille aclara al fin, a su ma­


nera, la confusa noción de naturaleza propia del patriarcado

35 Ibid, pág. 121.


en lo referente a la sexualidad. En los dos extremos de la trí­
ada que compone el movimiento de la historia del erotismo,
nos encontramos con la naturaleza. Las ménades pertenecen
al primer momento o sexualidad natural, animal. El varón que
ha instaurado, en un segundo momento, las prohibiciones que
inauguran el mundo de la cultura, deseará, en un tercer mo­
mento, el del erotismo, transgredir estas reglas y acceder a un
nuevo reino de la libertad: el de la naturaleza maldita. Pero
este acto no es retomo a la animalidad inicial sino animalidad
“sagrada”, nueva sublevación contra el límite, actitud profun­
damente humana de quien busca la plenitud de lo infinito.
A esta fuerza, que emerge de las sombras y hacia ellas se di­
rige, dedicaremos los desarrollos del próximo capítulo.
C a p ít u l o V

Una gnoseologia y una ética de la transgresión

Las mujeres nos han sido dadas para feli­


cidad de todos y no para una felicidad
egoísta y privilegiada. Por lo tanto, todos
los hombres tienen el mismo derecho de
gozar sobre todas las mujeres.

M arqués de S ade

El sexism o se valida ofreciendo el domi­


nio y el simulacro del dominio, la mujer
singular dominada y EL OBJETO TRAN-
SACCIONAL DE LA DOMINACIÓN.

A m el ia V a l c á r c e l

¿ T r a n s g r e s ió n o r e v o l u c ió n ?

Hemos visto que la historia del erotismo, según Bataille,


se caracteriza por presentar tres momentos que constituyen
una tríada dialéctica. La sexualidad o animalidad natural cons­
tituiría la tesis, a la que se oponen, en tanto antítesis, las pro­
hibiciones referidas al acceso al objeto de deseo, definido
como femenino. Este segundo momento, el del tabú, funda lo
humano del hombre y construye ese objeto simbólico lla­
mado “femineidad”. La síntesis, o negación de la negación,
es el estadio de la animalidad sagrada o transgresión. En él, el
hombre vuelve a la naturaleza, la cual ya no es percibida
como lo dado sino como una conquista alcanzada mediante la
negación de las reglas. El retomo a esta naturaleza mediada
o, en palabras de Bataille, “maldita”, constituye el “escán­
dalo” de la inversión de las alianzas.
Si la instauración de reglas había sido una rebelión del
hombre frente a los límites de la animalidad, esta transgresión
de las normas que es el erotismo es, también, una revuelta. Lo
propio del hombre reside, pues, en la no aceptación de los lí­
mites, sean éstos de la índole que sean, naturales o culturales.
Observemos que, en este proceso de “inversión de las
alianzas”, el tercer momento conserva, como todo movimien­
to dialéctico, los momentos anteriores. La transgresión es ne­
gación de las reglas pero necesita de ellas para ser: “esta in­
versión de las alianzas es quizás difícil de comprender, pero
la duplicidad fundamental del erotismo es ininteligible en
tanto no se aprehende la totalidad de este movimiento doble,
de negación y de retomo. Hemos visto que el primer aspecto
del movimiento es el rechazo: la totalidad no se ha desarro­
llado hasta el momento en que, lo que había sido negado
hasta la náusea y guardaba un valor ambiguo, es recordado
como algo deseable”1. La naturaleza ambigua de la transgre­
sión, su dependencia respecto a aquello que niega es reivindi­
cada por Bataille con la misma firmeza con que Sartre la cri­
ticará en su estudio sobre Baudelaire.
Para Sartre, el satanismo baudelairiano elogiado por Ba­
taille es el resultado de la incapacidad de asumir la responsa­
bilidad de la creación de nuevos valores. La trascendencia
como proyecto y la gratuidad de nuestra existencia revelan la
libertad humana, que es lo contrario de una esencia inmuta­
ble. Frente a este descubrimiento, Baudelaire habría elegido
sacralizar a determinados personajes y someterse de principio
a sus normas aunque sus actos infringieran continuamente es­
tas normas. De esta manera, se sublevaría sin llegar a la revo­
lución. Las transgresiones confirmarían la norma. Esta dimi­
sión en la capacidad de crear valores confiere al juicio de los
demás un carácter de fundamento de la propia existencia, con
lo cual se oculta la gratuidad de esta última.
La actitud transgresiva es, para Sartre, similar a la del
niño que encuentra su fundamento absoluto en la mirada de
los padres2. Al reemplazar la crítica por el resentimiento, la
imagen de los padres sigue siendo la de los ídolos de su ni­
ñez. Su rebelión es un juego que carece de eficacia.
En cuanto al pensamiento del mismo Bataille, Sartre lo
considera un manejo superficial de conceptos tomados de di­
ferentes filósofos, en particular Hegel y Heidegger3. Bataille
realizaría una mezcla de filosofía y ciencia sin llegar a po­
seer ninguna de las dos, opinión que compartimos y que en
cierta manera apuntábamos ya en el capítulo precedente al
señalar que los datos de la antropología que Bataille utiliza
como apoyatura empírica de sus desarrollos metafísicos no
están, en ningún momento, debidamente especificados. Coin­
cidimos también con Sartre cuando destaca el origen pro­
fundamente cristiano de Bataille. Lo llama “un nuevo mís­
tico”. Esta caracterización se impone, aún de forma más evi­
dente, cuando nos detenemos en su concepción del erotismo
como Caída, regocijo en la corrupción, conciencia de la
transgresión.
El placer se presenta, de esta manera, como inseparable
de la noción de falta, siendo ésta última la condición de su
experiencia. Por otro lado, no es el placer el objetivo último
sino el acceso a un acto de soberanía, la trascendencia más
allá de los sentidos. Subraya Sartre que el sentimiento de
culpa ligado a la voluptuosidad vivida como transgresión im­
pide el abandono absoluto en el placer. Hay una cierta distan­
cia reflexiva entre el sujeto y el placer.

2 Sartre, J.P., Baudelaire, Paris, Gallimard, 1947, pâgs. 89-90.


3 Ver la critica titulada “Un nuevo mistico” en Sartre, J.P., Situations I,
Paris, Gallimard, 1947, pâgs. 174-229.
En el mismo sentido, Simone de Beauvoir4 sitúa a Sade,
el inspirador de Bataille vía Blanchot, en la tradición puritana
de Kant. Sade considera que un acto es auténticamente libre
cuando no se haya motivado por la afectividad, ya que ésta
constituye la naturaleza en nosotros. Así, el crimen ha de ser
cometido con sangre fría, sin exaltación. La indiferencia fren­
te al sufrimiento ajeno aparece como preparación del espíritu
para la ataraxia.
A su vez, en La Soberanía, Bataille contraataca, llaman­
do “ingenua” la descalificación sartreana de la transgresión y
afirmando que los revolucionarios instauran un nuevo orden
que excluye el acto soberano de la “rebelión”. En ese nuevo
reino revolucionario de la necesidad, el mal, territorio de la
libertad, está excluido5. Bataille reconoce al cristianismo el
mérito de haber identificado voluptuosidad y mal, convir­
tiendo al erotismo en la principal ocasión moderna de la rebe­
lión contra lo prohibido. Así lo habría entendido Baudelaire.
Al carecer del sentimiento de pecado, Sartre sólo conoce
los criterios de utilidad que maneja la razón, criterios que di­
bujan el entramado de un mundo en el que todos los entes se
definen por su pertenencia a una cadena de causalidad y ne­
cesidad, un mundo burgués en el que el acto y la existencia
soberanos han desaparecido. Contra esta reducción de todos
los entes al ser útil, Bataille reivindica el libertinaje y el
satanismo, a los que considera parientes próximos de Nietzs-
che: en todos ellos se produciría la transgresión por la exube­
rancia.
Una lectura del capítulo dedicado a Sade en La literatura
y el mal6 puede resultar sumamente aclaratoria de lo que Ba­
taille entiende por realización de la libertad en el mal. Se
afirma en él que la toma de la Bastilla descubrió al mundo el
manuscrito de las Ciento veinte jornadas de Sodoma, obra en

4 Beauvoir, Simone, Faut-il brûler Sade? (Privilèges), París, Gallimard,


1955, págs. 71-72.
5 Bataille, G., La souveraineté, Œuvres Complètes, t. VIII, París, NRF,
Gallimard, 1976, págs. 434-436.
6 Bataille, G. La littérature et le mal, Paris, Gallimard, 1957.
la que Sade alcanza el máximo del horror. Al escribirla, el
marqués reveló a la conciencia, en términos claros, algo que
permanece oscuro para la mayor parte de los hombres. Esta
revelación se produjo gracias a su estancia en la prisión, ya
que ésta constituyó un obstáculo para la libre realización de
los deseos. En libertad, obrando de acuerdo con sus impulsos,
no se habría detenido a reflexionar sobre el objeto de su de­
seo. Para Bataille, Sade ha descubierto que la sensualidad se
halla estrechamente ligada a la destrucción de su objeto. El
desencadenamiento de las pasiones exige el desencadena­
miento del objeto del deseo, el derrumbe de sus límites, la di­
solución de su ser.
Por lo tanto, el erotismo es una de las vías de reali­
zación del gran sueño filosófico de la unidad del sujeto y el
objeto. Próximos a él, se hallan el éxtasis místico y el sacri­
ficio ritual. Por medio de la conciencia de la sensualidad, el
hombre se hace similar a la Naturaleza, la cual se sirve de
los seres, los utiliza y finalmente los destruye. El descu­
brimiento de las tendencias sádicas en el fondo de sí mis­
mos hace a los hombres conscientes de la fragilidad y la
hipocresía del mundo civilizado. El caos es el reverso de lo
normal.
Si en 1947, fecha de la edición de Situaciones I de J.P.
Sartre, la teoría de la transgresión de Bataille aparecía como
una falsa opción subversiva que infringía las normas para ci­
mentarlas mejor, el pensamiento surgido con el mayo francés
verá en ella la revolución total. Así se desprende del coloquio
de Cérisy titulado “Hacia una Revolución Cultural: Artaud,
Bataille”, celebrado en 1972 bajo la dirección de Philippe
Sollers.
En su intervención, Julia Kristeva destaca la importancia
del punto de vista de Bataille como irrupción del sujeto en la
realidad de la lucha de clases, a través del tema del placer.
Este sujeto había sido expulsado por el marxismo. Para la
ponente, una lectura de Bataille a la luz de Mao muestra la
proximidad del pensador francés con el revolucionario chino,
el cual habría introducido la subjetividad en la teoría y la
práctica del materialismo dialéctico.
Según Kristeva, el problema de mayo del 68 reactualiza a
Bataille: ¿cómo integrar el dogmatismo y el hippismo en que
se divide la juventud? Contraponiendo Hegel y Bataille, afir­
ma que la conciencia de sí hegeliana es una instancia repre­
siva que tiene en el Estado su correlato jurídico. El autor de
El erotismo mostraría a la conciencia de sí disgregándose en
la transgresión. De esta forma, se revela que la unidad de esta
conciencia era: “Hegel suprime la negatividad en la unidad
del concepto y del saber absoluto: Bataille vuelve a encontrar
la negatividad en ese momento reprimido del saber absoluto
que es la experiencia inmediata”7.
Mientras que para Hegel el deseo contribuye a la cons­
titución del sujeto, para Bataille constituye la tendencia del
sujeto hacia el abismo de la indiferenciación. En la fusión de­
saparece el “ipse”.
Sorprendentemente, no hay en la intervención de J. Kris­
teva la más mínima alusión al género-sexo, categoría rele­
vante, desde nuestro punto de vista, en especial si se trata del
erotismo y de una teoría del erotismo que no hace, en ab­
soluto, abstracción de la diferencia sexual. ¿Cómo puede en­
tenderse esta omisión en una supuesta teórica del femi­
nismo?

Consideremos, entonces, por un momento, quiénes son


los protagonistas de la totalidad concreta reivindicada por Ba­
taille. Observemos su distribución de acuerdo al género-sexo
tal como se manifiesta, explícitamente, en Historia del ero­
tismo. Podremos, así, evaluar el alcance revolucionario de la
transgresión, los colectivos que incluye y aquellos que ex­
cluye de la igualdad alcanzada en esa sociedad final a-histó-
rica que Bataille propone como solución al problema de las
guerras.

7 Kristeva, J., “Bataille, l ’expérience et la pratique”, en Bataille, Bar-


thes, R. y alt., dirección Philippe Sollers, París, 10/18,1973, pág. 269.
En la “totalidad concreta” de Bataille, totalidad que co­
rresponde a la estructuración patriarcal, la excepcional mujer-
mediadora tiene su contrapartida en la cotidiana esposa y ma­
dre: “En tanto cosa, a la vez en razón de y a pesar de los celos
masculinos, una esposa es principalmente la mujer que tiene
hijos y se ocupa de la casa: ella toma cuerpo bajo esta forma
a la manera de un ladrillo o un mueble”8.
Y continúa su definición de la esposa contraponiéndola a
la prostituta. Ambas, nos dice, son objetos pasibles de una
evaluación, pero en el caso de la segunda se trata de un objeto
erótico, de un condensado del erotismo, de importancia fun­
damental para la vida propiamente humana del hombre. En el
matrimonio, habría una cierta regresión hacia la sexualidad
animal, ya que la excitación sexual se produciría por la cerca­
nía de los cuerpos en la oscuridad de la alcoba y no por una
“posición de objeto”, como es el caso de la prostituta, sím­
bolo de la femineidad.
A pesar de los matices que Bataille intenta introducir in­
mediatamente, al afirmar que el matrimonio puede unir todos
los aspectos del erotismo (desorden de los sentidos y orden
del hogar, pureza e impureza), toda su teoría apunta a separar
una actividad sexual con fines utilitarios (relaciones de los es­
posos destinadas a la reproducción y al mantenimiento de la
sociedad conyugal) de un erotismo liberado de las miserias
del mundo de la necesidad y considerado acto libre y so­
berano.
Agreguemos que las famosas parejas surrealistas (Aragón
y Elsa, Dalí y Gala, Eluard y Nusch) fueron parejas del ero­
tismo. En general, la actitud de los surrealistas fue reticente
respecto a la procreación y su crítica a las familias que los
domingos pasean su aburrimiento con abuelos, tíos y suegros

8 Bataille, G., H.E., pág. i 21.


se caracterizó por su acidez. Respecto a esta actitud, recorde­
mos que Michel Leiris afirmó en su obra autobiográfica:
“Siendo adulto, nunca pude soportar la idea de tener un hijo,
de traer al mundo a un ser que, por definición, no lo pidió y
terminará fatalmente por morir, después de haber procreado a
su vez”9. En cambio, Bataille se limita a separar el ámbito re­
productivo del erótico en una actitud que tiene una larga tra­
dición patriarcal.
Si la esposa es, en términos de Bataille, un “ladrillo” o un
“mueble” más de la casa, su estatuto no es, evidentemente, el
de sujeto de un contrato sino el de objeto definido por su fun­
ción en el orden social. Este enfoque no es en absoluto nove­
doso y parece calcado de la misma ética griega.
Destaca Foucault10 que las relaciones de marido y mujer
son tratadas en los escritos económicos de Jenofonte asimi­
lándolas al arte político y militar: es el arte de dirigir a los
otros en el que el marido debía ser un pedagogo para la mu­
jer. La premisa de la que se partía era la de una ley natural
que indicaba los ámbitos correspondientes a cada sexo: el in­
terior, la casa, pertenecía a la mujer y el mundo exterior al
hombre. La Erótica, en cambio, era el arte de la conducta del
hombre adulto y el muchacho en sus relaciones amorosas.
“Eros” también podía estar presente en la relación con una
mujer pero no era esencial porque en las relaciones hetero­
sexuales había otras cosas que unían ya a la pareja: oikos, la
casa, y la descendencia. Si reemplazamos al hermoso joven
griego por la prostituta, veremos que el lugar de la esposa no
ha cambiado: “El aspecto de una esposa no puede tener el
sentido del erotismo: tiene el sentido de la vida común de los
esposos en su conjunto” 11, vida común y cotidiana en la que
no hay lugar para el acto soberano de afirmación radical de
la libertad del sujeto.

9 Citado por Alexandrian en Les libérateurs de Vamour, París, ed. du


Seuil, 1977, págs. 244-247.
10 Foucault, M., L’usage des plaisirs, op. cit.
Pero el varón no se resignará fácilmente a ser esclavo
de la especie y del orden social que él mismo ha construido a
lo largo de la Historia. El “mueble” y el “ladrillo” adquieren
perfiles maléficos. Se acusará a las mujeres de ser pilares del
orden establecido. De esta manera, el sistema patriarcal es
concebido como matriarcal. Se trata de una inversión fre­
cuente en los análisis de muchos intelectuales críticos (y tam­
bién, a menudo, en amargos comentarios del hombre co­
rriente) que acusan al colectivo femenino de poseer secretos
poderes por los que manejaría a la sociedad entera.
Tal denuncia es muy antigua y la encontramos, incluso,
en pensadores que abogaron por los derechos de las mujeres,
como es el caso de Diderot12, el cual se pregunta si no habrá
un complot femenino, una liga que, a la manera de los sacer­
dotes, transmita los conocimientos necesarios para controlar a
los varones con las artes de la hipocresía.
Los dos modelos de mujer que Celia Amorós encontrara
en Kierkegaard13, reaparecen en la teoría de Bataille y sus va­
riantes poéticas: por un lado, la mujer negativa o proyección
masculina ideal que ayuda al hombre a crear espiritualmente
(Simone de Historia del ojo, Nadja de Bretón, por no citar
más que dos, entre infinitos ejemplos e innumerables autores),
por otro lado, la mujer positiva, lastre que domina al hombre
y lo ata al mundo sensible y finito, cargándole de hijos y ocu­
paciones inauténticas.
Porque aunque la mujer sea considerada ontológicamente
inferior e insignificante, tiene el mérito de inspirar espiri­
tualmente al hombre, siempre y cuando éste sea capaz de
mantener con ella una “relación negativa”, es decir, una re­
lación con la Idea y no con una mujer concreta, ya que el lazo
matrimonial convierte a la joven en un lastre. Así, el rechazo
del matrimonio transforma la relación en “místico-estética” a
través de la ruptura. La unión se realizará en el recuerdo. La
melancolía será utilizada por el varón para librarse de las

12 Diderot, D., “Sobre las mujeres”, en Escritos filosóficos, ed. de F.


Savater, Madrid, Editora Nacional, 1975, págs. 235-236.
13 Amorós, C., Soren Kierkegaard..., op. cit., pág. 59.
responsabilidades éticas que entraña una unión estable. Habrá
entonces dos tipos de mujeres, las Nadja y las esposas: con
las primeras se alcanza la pasión pero rápidamente sobre­
viene la ruptura, con las segundas se convive rutinariamente.
Las grandes efusiones sentimentales de las que este varón
es capaz tienen una función estética y cultivan un cierto ma­
soquismo y sentimiento narcisista de compasión para consigo
mismo. La mujer amada es un fantasma que puebla las horas
de soledad sin perturbar en lo más mínimo la organización in­
dependiente de su vida de hombre. El concepto genérico tiene
un enclave tan poderoso que le impide conocer a la mujer
concreta en tanto persona y poder y, de esta manera, esta­
blecer con ella una relación que no esté prevista por la defini­
ción de los sexos previamente establecida.
Las caracterizaciones funcionales de “la” mujer se con­
vierten en esencia y se cree percibir secretas corresponden­
cias entre esta última y el ritmo cósmico o las estructuras his­
tóricas represivas.

R itos de iniciación genérica

Si dirigimos nuestra mirada a otras culturas, nos resultará


sugestiva la correlación existente, en las sociedades pre-in-
dustriales, entre rigurosos ritos de iniciación masculinos y
educación infantil y cuidados delegados en las mujeres14. La
agresividad que se requiere en sociedades pre-estatales beli­
cosas se obtiene a través de un corte drástico con la infancia,
ruptura realizada en el momento de la iniciación que intro­
duce al varón en el mundo de sus iguales. Dado que la educa­

14 Cfr. Harris, M., op. cit., págs. 509-514. Los estudios sobre correla­
ción entre los grados de severidad en los ritos de iniciación masculinos y
varios factores entre los que se cuenta la educación de los niños a cargo
de las mujeres fueron realizados por John Whiting y publicados en 1969
bajo el título de “Effects of Climate on Certain Cultural Practices” en En­
vironment and Cultural *Behavior: Ecological Studies in Cultural
Anthropology, A.P. Vayda, ed., Natural History Press, Garden City, Nueva
York, págs. 416-455.
ción materna produce en el niño una identificación con el
sexo opuesto, los ritos de la pubertad se encargan de cortar
tales lazos e inducir aquellas conductas agresivas que se con­
sideran viriles y prestigiosas.
En la sociedad patriarcal moderna, estos ritos de ini­
ciación masculina han desaparecido, al menos en su forma
tradicional, rígidamente establecida por las costumbres y la
religión. Sin embargo, la subsistencia de los estereotipos se­
xuales implica una serie de conductas masculinas que dan co­
hesión de grupo. Unen a sus integrantes diferenciándolos de
quienes no participan en sus rituales. Como señala Josep-Vi-
cent Marqués, “los varones han creado “androceos” o lugares
donde refugiarse solos, tales como el club inglés o rituales
para hombres solos, como las excursiones de caza o las peñas
futbolísticas” 15. Por su parte, Kate Millet ya había observado
que la camaradería masculina de la sociedad patriarcal se
basa siempre en el deporte y la guerra16. El etólogo I. Eibl
Eibesfeld destaca la subsistencia de los lazos que, proba­
blemente, unieran a los varones primitivos encargados de las
tareas cinegéticas en ese componente fuertemente emotivo
de las asociaciones masculinas actuales, vínculo reforzado
por las aventuras vividas en común (caza, banquetes, etc)17.
También Edgard Morin se refiere al origen de la camaradería
masculina al propugnar la hipótesis de que cuando se pro­
duce el paso gradual de la sociedad primática a la paleo-so­
ciedad (proceso de hominización, postura erguida, enfrenta­
miento del pulgar a los demás dedos y abandono del bosque
para ir a la sabana, probablemente impulsados por la sequía),
se debilita el principio de dominación-jerarquía propio de los
primates en beneficio de una actitud de colaboración y con-
certación para las actividades cinegéticas. Se introduce así

15 Vicent Marqués, J., Osbome, R., Sexualidad y sexismo, op. cit.,


pág. 44.
16 Millet, K., op. cit.
17 Eibl Eibesfeld, I., Amor y odio. Historia natural de las pautas ele­
mentales de comportamiento, trad. de Félix Blanco, México, Siglo XXI
ed., pág. 155.
un principio cooperativo-socialista de organización. La com­
petencia entre los machos adultos se debilita, afirmándose
los lazos de amistad masculina (conservación creciente de
los lazos afectivos de la infancia en individuos adultos). Pa­
ralelamente, aparece una bio-clase o primera clase social, la
de los hombres, que monopolizan las actividades de la caza
y su tecnología dejando a las mujeres la recolección. La evo­
lución de cuadrúpedos a bípedos dificulta el traslado de las
mujeres con la cría colgada en la espalda durante las expedi­
ciones de caza a la manera de las cuadrillas de babuinos que
recorren la sabana. Esta clase de los hombres adultos con­
vierte a las hembras de las sociedades de homínidos en “me­
nores sociales, políticos, económicos y culturales”18.
Es necesario destacar que el discurso sexista hace más
llevaderas las desigualdades de clase y de poder porque ofre­
ce “la mujer singular dominada y EL OBJETO TRANSACCIO-
NAL DE LA DOMINACIÓN, la condición del discurso de los que
son iguales en su superioridad a un tercero-segunda fuera del
discurso y sin discurso”19. La barrera de las clases sociales y
las determinaciones individuales adquiere cierta permeabili­
dad gracias a la pertenencia a un mismo colectivo: el de los
varones.
Frente a las profundas simpatías masculinas u homofilia,
a menudo se dice que existe un índice de homosexualidad la­
tente. Esta explicación pasa por alto, en gran medida, la
existencia de dos género-sexos con subculturas propias dife­
rentes que los separan y fomentan las amistades intra-genéri-
cas. Por ello, creemos que tales sentimientos han de ser en­
tendidos como producto de la identificación con su género-
sexo, definido como el mejor y más importante. Este
fenómeno puede alcanzar altos niveles de contenido libidinal,
como puede observarse especialmente en los “androceos”.

18 Morin, E., El paradigma perdido, el paraíso olvidado. Ensayo de


bioantropología, Barcelona, Kairós, 1974, pág. 80.
19 Valcárcel, A., Sexo y filosofía. Sobre “mujer” y “poder", Barcelona,
Anthropos, 1991, pág. 116.
A la luz del concepto de género, se aclaran numerosas in­
cógnitas, la similitud de conductas se manifiesta como signo
de un entramado profundo, signo que no remite, únicamente a
una historia personal, sino a la coherencia de un sistema de
categorías.
Definiremos este sistema, a la manera de Colette Guillau-
min, como: “la faz mental de las relaciones concretas”20. Con
esta caracterización de los conceptos que articulan la relación
de los géneros, la socióloga francesa pretende destacar que
los conceptos mismos constituyen una relación social. No son
reflejos de las relaciones sociales sino una particular forma de
las relaciones sociales.
La conciencia de pertenencia al colectivo masculino in­
cluye, de manera confusa o teóricamente elaborada, una con­
cepción de la sexualidad como transgresión, como agresión y
conquista propias del género.

LA ANIMALIDAD SAGRADA

En el capítulo precedente, nos hemos referido ya a la


existencia de una identificación del varón con la Naturaleza.
Paradójica a primera vista, puesto que contradice la tradicio­
nal adjudicación de la mujer al ámbito de lo natural, opuesto
a la Cultura, esta caracterización de la virilidad manifiesta su
coherencia cuando examinamos la teoría de Georges Bataille.
El hombre-Naturaleza de Bataille surge en el tercer mo­
mento de la historia de la sexualidad propuesta por este pen­
sador. No es simple inmediatez sino asunción voluntaria del
potencial de energía instintiva. Nace de un proceso de doble
negación: primitiva negación de la animalidad en tanto meca­
nismo ciego que ata al individuo a la especie y a su reproduc­
ción, y posterior rechazo de las barreras sociales de conten­
ción de la animalidad primitiva.
Si el rechazo originario de la Naturaleza había tenido por
objetivo el olvido de lo precario del ser humano, de la carne,
para exaltar la parte espiritual, independiente de las necesida­
des animales, la transgresión lleva a lo divino, Inaugura la di­
mensión de lo sagrado (lo prohibido), gracias a la liberación
“explosiva” de las fuerzas animales que interrumpe la mono­
tonía de la vida servil.
Lo sagrado, para Bataille, no puede ser comprendido por
el intelecto, el cual sólo pregunta por la utilidad de cada cosa.
El intelecto se hallaría aquejado por el infinito malo hege-
liano. La unidad del mundo sagrado, en cambio, es la unidad
en la agitación violenta de lo prohibido y su transgresión, del
horror y del deseo. Esta agitación es contrapuesta a la regula­
ridad tranquila del mundo profano.
Nos hallamos así ante una “naturaleza transfigurada” y
sagrada porque es “el salto en lo desconocido cuyo impulso
es la animalidad”21. No podía ser menos, puesto que su pro­
tagonista es el varón, género-sexo asociado a todas las insti­
tuciones y prácticas de reconocido valor eminente. Ocurre,
entonces, con la oposición naturaleza-cultura, lo que sucede
en el ámbito práctico. Así como las mujeres acceden a las
profesiones cuando éstas se hallan devaluadas o su misma lle­
gada a ellas produce esa devaluación, el descenso de la razón
en la cotización del mundo intelectual abandona la racionali­
dad al colectivo femenino, reservándose los prestigios de una
irracionalidad genial.

Desde antiguo, el toro pareció un adecuado símbolo de la


virilidad en tanto se trataba de representar a ésta como la
esencia del poder. Zeus fue concebido bajo la forma de un
toro. También con esta figura, el primitivo deus otiosus de los
súmeros fue relacionado con la lluvia que fecundaba la tierra,
Diosa Madre, otorgándosele la función agraria genésica. In-
dra y Rudra, su antecesor pre-ario, tomaron la apariencia del
toro, símbolo del espíritu combativo viril y las fuerzas de la
sangre. Su culto incluía los ritos de iniciación de los jóvenes
en el momento de su ingreso a la “casa de los hombres”.
El caballo ha sido otra de las representaciones de esta
animalidad sagrada del hombre-Naturaleza. No podemos de­
jar de recordar su tratamiento como arquetipo en el psicoaná­
lisis de Jung22, quien, reuniendo datos del folklore, la mitolo­
gía y los sueños considera a este animal como símbolo de los
elementos instintivos del individuo. El caballo sería una me­
táfora de cierta parte del cuerpo humano y sus sensaciones: el
abdomen. Esta relación se haría patente en la figura de los
centauros transgresores que, como señala Roger Caillois23,
amigo y compañero de aventuras intelectuales de G. Bataille,
son manifestaciones de la hybris griega, portadores del carác­
ter “caliente” fecundante del acto sexual , el cual, por magia
simpática, comunicaba con las potencias cósmicas, dando a
los excesos sexuales de las orgías su función de renovar el
mundo.
Por último, recordemos el temible caballo blanco de la
mitología europea24. Criatura de la noche, ligada a los miste­
rios subterráneos, fuerza de las sombras, es, sin embargo, li­
beración de las ataduras de un orden falso. Señalemos que
una leyenda lo vincula con Cronos, el tiempo, el cual habría
engendrado dos demonios hipomorfos al cortar el miembro
viril de Urano. Imagen del movimiento, de la carrera enlo­
quecida que supera las fuerzas humanas, este caballo reuniría
en sí el temor al cambio y a la sexualidad.

S ig n o s g e n é r ic o s d e l o r d e n y e l d e s o r d e n

La rebelión que se expresa en esta animalidad viril sa­


grada es doble. Por un lado, manifiesta una voluntad contes­
tataria frente a las normas sociales de un mundo inautèntico.
Por otro, el rechazo es aun más profundo, ya que afecta a la
necesaria aceptación de la contingencia y de la temporalidad.

22 Jung, C.G., op. cit., pâg. 269.


23 Caillois, R., L’homme et le sacré, Paris, Gallimard, 1950, pâgs. 152-3.
24 Cfr. Durand, G., op. cit., pâg. 79.
El varón transgresor no acepta la limitación que la exis­
tencia del otro implica para su propio yo. Este último es vi­
vido como esencialmente invasor, por lo que su desarrollo
sólo parece posible a través de actividades de conquista y po­
sesión.
Lo que le subleva no es, únicamente, un orden social ina­
decuado sino el mismo orden cósmico en tanto no le es dado
alterarlo sino que, por el contrario, depende de él. El intento
de abandonar la temporalidad por medio del éxtasis responde
al deseo de romper todas las cadenas.
En esta búsqueda de la libertad total, comienza a ver en
su compañera de ruta una manifestación más de Maya, la ilu­
sión que encadena el espíritu a los avatares de la carne. Un
odio sordo, una antigua desconfianza inspirará sus relaciones
con “la” mujer. Matrimonio y paternidad aparecen como la
caída en el orden establecido inautèntico.
Pero no hace falta que “la” mujer sea vista como respon­
sable de la caída del varón en los límites del matrimonio.
También las reivindicaciones feministas de respeto a la per­
sona serán consideradas como un injusto recorte a la sobera­
nía del individuo (que, por supuesto, es varón). De este
modo, podemos leer, por ejemplo, en la España actual, una
interpretación de la posmodemidad como “feminización” y
“puritanismo” que ha terminado con la sexualidad. Este pro­
ceso se manifestaría, según Manuel Delgado Ruiz, en fenó­
menos tales como la penalización del acoso sexual en el tra­
bajo, actividad erótica de probada “saludabilidad” que, por
consistir en relaciones, “como no puede ocurrir de otra forma,
debía implicar una forma u otra de insistencias y ensayos”25.
Otro de los signos de este proceso de “feminización” y muer­
te de la sexualidad, siempre según este autor, sería la “hipo­
condría actual” que conduce a la generalización del uso de
los preservativos. Adhiriéndose a las tesis de Agustín García
Calvo, Delgado Ruiz sostiene que la campaña de las autorida­

25 Delgado Ruiz y otros, La sexualidad en la sociedad contemporánea.


Lecturas antropológicas, Madrid, Universidad Nacional de Educación a
Distancia-Fundación Universidad Empresa, 1991, pág. 57.
des para difundir el uso del condón es “en el fondo mucho
más represiva y reaccionaria que la de la Iglesia”26.
Estos varones transgresores se sienten decepcionados por
la instrumentalización de ciertos medios en lo que debe ser
una ceremonia ontologizante de posesión. Decididamente,
con este varón transgresor no hay manera de salir de la alter­
nativa paradójica del “doble vínculo”: trampa de la especie o
fría Atenea, nunca pueden las mujeres tener una actitud co­
rrecta fuera de la de desaparecer para siempre después del
contacto sexual, a la manera de la anónima prostituta. Y aún
en ese caso, no deja de ser una figura maldita.

La é t i c a t r a n s g r e s i v a d e l p a t r i a r c a d o

Con el erotismo transgresivo de Bataille, el contacto


sexual se establece en una zona de categorías ontológicas
definidas a priori. Los papeles son distribuidos de acuerdo a
la pertenencia al género-sexo. La mujer es objeto del deseo y
peligrosa trampa tendida por la Vida al varón-individuo. Pero
éste no necesitará reprimir sus deseos a la manera de los san­
tos varones cristianos, ascetas que veían en los placeres del
sexo la pérdida de su más preciada libertad espiritual. Tam­
poco se entregará al placer con la amarga convicción de ser
manipulado por la astucia del Inconsciente. Por el contrario,
su estrategia ha de consistir en volver contra la mujer-araña
sus propias armas. Tendrá que eludir la sexualidad-trampa
tendida por la especie o la sexualidad consensuada y “light”
de la sociedad democrática, en la transgresión soberana libe­
radora. Así, Delgado Ruiz afirma que la única alternativa que
le queda al varón que busca sexo es “echarse al monte y con­
tinuar el combate por la satisfacción y el orgasmo empleando
un sistema de guerrillas basado en la emboscada”27. A sus
ojos, la desexualización y feminización de la sociedad es la
causa del aumento de los delitos sexuales. Por nuestra parte y

26 Ibid, pág. 79.


27 Ibid, pág. 58.
al margen de lo tratado, nos podemos preguntar si aumentan
los delitos sexuales o su denuncia y, en el caso de que hubie­
ran aumentado efectivamente, si no sería una consecuencia de
que las mujeres hayan abandonado el hogar y se desplacen
más libremente que antes.

La concepción del falo como arma no es nueva. Las ar­


mas con punta son isomórficas con el falo en numerosas cul­
turas. El cortar y traspasar propio de estas armas (contraria­
mente a las masas, por ejemplo, que aplastan) se hallan aso­
ciados a los esquemas de verticalidad y ascensión en los que
se da la lucha de los héroes solares contra los monstruos28.
Así, la espada de la justicia, y el falo en tanto le es asociado,
son símbolos del poder que separa el bien del mal. La vio­
lación es concebida como alteración del orden femenino re­
presivo.

La violación se convierte en un acto ético tras la desapa­


rición del Supremo Varón, del Padre eterno celoso a quien no
se debe arrebatar las vírgenes.
“Dios ha muerto” (...) “Todos nosotros somos sus asesi­
nos” (...) “¿La grandeza de este acto no es demasiado grande
para nosotros? ¿No estamos forzados a convertimos en dio­
ses, al menos para parecer dignos de los dioses?”29. Pero ya
mucho antes de que este grito, hecho de orfandad y orgullo,
recorriera la Tierra, comenzó a producirse el traspaso de la
soberanía de Dios a los individuos unidos por el pacto social.
Con el pensamiento de los filósofos de la Ilustración, la
autoridad del Padre Eterno, concretada en el mundo en la fi­
gura del monarca por derecho divino, inicia una lenta dis­
gregación. El Dios personal se hace más abstracto hasta con­
vertirse en el “Ser Supremo” de la Revolución Francesa. Dios
ya no delega, como lo hacía con Bossuet, su poder a los prín­
cipes. Ahora, la autoridad reside en el pacto que constituye la

28 Cfr. Durand, G., op. cit., pâgs. 179-187.


29 Nietzsche, F., El Gay saber, Libro tercero, Obras complétas, Tomo
VI, Buenos Aires, Aguilar, 1949, pâg. 170.
nación. Así se expresa, claramente, en el artículo “Autoridad
política” del primer tomo de la Enciclopedia: “El príncipe re­
cibe de sus mismos súbditos la autoridad que tiene sobre
ellos; y esta autoridad está limitada por las leyes de la natura­
leza y del Estado” (...) “Las condiciones de este pacto son di­
ferentes en los diferentes Estados. Pero, en todos lados, la na­
ción tiene el derecho de mantener a pesar de todo el contrato
que ha hecho”30.

¿Pero quiénes son los firmantes de ese pacto? Es el mo­


mento de recordar que las ideas ilustradas de igualdad, su im­
pulso nominalista, llegó a generar un feminismo articulado
incluso a nivel teórico. Pero este feminismo ilustrado no pudo
imponer su dirección al proceso histórico. Las exigencias del
marqués de Condorcet relativas a la inclusión de las mujeres
en el derecho de ciudadanía31 no pasaron, en el momento en
que fueran publicadas, de ser una utopía. La Declaración de
los derechos de la mujer y la ciudadana de Olympe de Gou-
ges condujo a su autora al cadalso durante el Terror.
El pacto que inaugura la caída de las monarquías por
derecho divino es un acuerdo entre varones. Destaca Celia
Amorós32 que en el Leviatán se hace explícita la exclusión
del colectivo femenino del espacio público al erigir a los
varones en únicos intérpretes válidos, exclusivos “portadores
del Logos” que, en tanto cabezas de familia, pueden interpre­
tar la voluntad de la mujer.
De esta manera, llegamos al “espacio de los iguales”:
“las relaciones de los varones entre sí, en tanto que patriarca­
les, constituyen el ámbito interclasista correlativo a una espe­

30 Diderot, D, Artículo “Autorité politique” de la Encyclopédie, ou


Dictionnaire raisonné des Sciences, des arts et des métiers par une so­
ciété de gens de Lettres, Paris, Pergamon Press.
31 Condorcet, A.C., marqués de, “Sur l ’admission des femmes au droit
de cité”, en Journal de la société de 1789, 3/7/1790. Traducción espa­
ñola de Puleo, A., La Ilustración olvidada: el feminismo francés del si­
glo XVIII, de próxima publicación en editorial Anthropos.
32 Amorós, C., Mujer, participación, cultura política y Estado, Buenos
Aires, ed. de la Flor, 1990, págs. 26-27.
cié de pacto juramentado por el que cada varón se reconoce
para ser reconocido por el otro, al que a su vez reconoce,
como aquél que puede poder, como el candidato a la ocupa­
ción de un ubi en ese espacio, rígido y metaestable a la vez,
que se autoconstituye al mismo tiempo como ordenador de
los otros espacios”33.
Aquello que no es sujeto del pacto será objeto a distribuir
por y entre los pactantes. Si la violación ya no puede ser ofen­
sa a un Dios Padre, se constituirá en falta solamente cuando
lesione los intereses de otro varón, cuando sea un atentado a
su honor y propiedad.
La pérdida de importancia de la familia como núcleo de
producción provocará nuevos reajustes en la ética. Pero la
devaluación de las estructuras familiares tradicionales no se
ve acompañada por una aceptación completa de las mujeres
como individuos. Como prueba de ello, nos remitimos al se­
gundo capítulo de este libro.
En tanto continúan estando marginadas del poder, las mu­
jeres no logran acceder a la categoría de individuo y siguen
siendo percibidas como género. Por ello, su voluntad indivi­
dual es inexistente para el varón transgresor, que sólo puede
concebir el rechazo como resultado de la represión social. Por
si fuera necesario insistir más aún, diremos con Amelia Val-
cárcel que “reclamar la individualidad es el necesario golpe
en la base del estereotipo genérico”34. Aceptar, o incluso rei­
vindicar como lo hace el feminismo de la diferencia, la defi­
nición del género es resignarse a la imposición de una hetero-
designación. Y esta filósofa afirma que es tarea de la Filo­
sofía feminista el preguntarse por la construcción de los
géneros, mostrarlos como constructos.
Mientras tanto, seguimos bajo la tiranía de las esencias.
Cuando una mujer-género se niegue al deseo erótico de un
varón-individuo, el varón transgresor considerará que res­
ponde a los imperativos obsoletos del sistema represor anti­

33 Amorós, C., “Espacio de las iguales, espacio de las idénticas...”,


art. citado, Arbor, núms. 503-4.
34 Valcárcel, A., op. cit., pág. 153.
sexual. Se convertirá en su representación misma, a la cual
hay que vencer para liberar el deseo, alcanzando así la sobe­
ranía.

U n a d if íc il c o n j u n c ió n d e i g u a l d a d y s o b e r a n í a

Bataille advierte que la desaparición del monarca del An­


tiguo Régimen no implica la soberanía de todos los indivi­
duos. Por el contrario, según su enfoque35, en el nuevo orden
habría un retroceso respecto al anterior. En la sociedad bur­
guesa, nadie es soberano y no existe siquiera una repre­
sentación del ser completo, de la soberanía, a la manera en
que lo era el mismo rey por derecho divino.
¿Qué es lo soberano para el teórico de la transgresión? Es
lo feudal, lo sádico, la embriaguez del obrero. Soberano es un
acto gratuito, un acto puro sin presente ni futuro. Es lo sagra­
do, noción que ha desaparecido en la sociedad burguesa, có­
moda y cobardemente instalada sobre el principio de utilidad.
Esta sociedad ha querido olvidar la muerte, ha deseado
ignorar la precariedad sobre la que vivimos, día a día, hasta
desaparecer en el torbellino de la indiferenciación, en el mo­
mento en que se derrumban los limites del ser determinado.
Sin embargo, el conocimiento de la muerte constituye la
esencia de lo humano. Pero no es un mero saber teórico sino
una fascinación que dirige al hombre hacia el borde mismo
de su perdición. Existe en él una tendencia hacia la pérdida
de energías, un gusto por el consumo desenfrenado. Esta
tendencia, propia de la soberanía, es absolutamente contra­
ria, según Bataille, a las prácticas burguesas e inapresable
para el pensamiento propio de éstas: la razón asexuada
occidental. La recurrente realidad misma de la guerra se en­
carga de refutar esta razón débil, incapaz de dar cuenta de su
objeto36.

35 Bataille, G., La souveraineté, op. cit., pág. 298.


36 Bataille, G., H.E., pág. 91.
“De manera fundamental, la impulsión del hombre sobe­
rano hace de él un asesino. La muerte es la negación ilimitada
del mundo de la práctica”37. La soberanía es la negación de lo
prohibido, por eso Sade es su expresión extrema. Basándose
en la interpretación que Maurice Blanchot hiciera de Sade,
Bataille ve en la obra de éste último un descubrimiento fun­
damental: el erotismo implica la total negación de los parte-
naires, la completa indiferencia acerca de sus intereses y sus
vidas. El falso principio de la soledad absoluta, principio que
no se cumple en ningún individuo, habría permitido a Sade
mostrar la verdad de la relación entre el erotismo y el crimen.
Debemos, sin embargo, destacar una importante diferen­
cia entre Sade y Bataille. El pesimismo de Sade lo llevaba a
un rechazo de la reproducción que se traducía en el consejo
dado a las libertinas de preferir la sodomía para liberarse de
las cargas de la maternidad. “No tengáis nunca hijos, nada da
menos placer”38. Por otro lado, y esto es fundamental para el
tema que estamos tratando, en Sade no hay pacto entre los
hombres, entre otras razones, porque el varón es también ob­
jeto sexual del libertino, cosa que no ocurre en Bataille que se
muestra horrorizado por la homosexualidad.
Nos parece importante recordar que Foucault39 observa
que en los textos que tratan del amor entre varones en la Gre­
cia Clásica existe una marcada dificultad para denotar la rela­

37 Bataille, G., Annexes. Œuvres Complètes, T. VIII, pág. 491.


38 Sade, marqués de, Histoire de Juliette ou Les prospérités du vice,
T. I, Paris, 10/18, 1976, pág. 110.
39 Cfr. Foucault, M, L’usage des plaisirs, op. cit., pág. 243 y “Entre­
vista a Foucault” en Homosexualidad, Literatura y política, Steiner, G.
comp., trad. de R. Serratacó y J. Aguilar, Madrid, Alianza Ed., 1982. Fou­
cault no se interroga sobre el porqué de estos significados de superioridad
e inferioridad otorgados al acto sexual. Se limita a describirlos crítica­
mente. Señalemos de paso que el prólogo de Steiner apuesta por un esen-
cialismo contrario a todo enfoque constructivista. Para Steiner, los homo­
sexuales y las mujeres, marcados por la biología, serían particularmente
aptos para la creación dependiente de la imaginación y los sentidos mien­
tras que las teorías abstractas corresponderían al dominio exclusivo y pri­
vilegiado de los hombres.
ción erótica. Respecto a la moral griega de los aphrodisia,
este pensador habla de una “antinomia del muchacho” por la
que, si bien se considera que el joven puede ser un objeto de
placer, el acto de penetración, concebido como posesión y
dominación, resulta inconveniente para su dignidad futura de
varón.
Como podemos ver, la concepción misma del acto sexual
como negación del Otro se revela difícilmente compatible
con el pacto de los iguales fundador de la democracia.
Para Bataille, como para Blanchot, la ternura y la co­
municación con el partenaire ocultan el hecho fundamental
de que el erotismo es tendencia hacia la destrucción, es odio,
es fiebre que se opone al mundo ordenado y razonable de lo
útil. Sólo la pérdida, el gasto inútil, la destrucción, dan felici­
dad. El hombre soberano es un asesino en potencia. Por ello,
el erotismo está siempre relacionado con lo sucio, con la
prostitución y, en último extremo, con el sufrimiento y la
muerte sádicas. Recordemos que esta caracterización de la se­
xualidad constituía la otra tendencia surrealista. Así, Robert
Desnos había publicado en 1927 una obra titulada La liber­
tad o el amor en la que abundaban las alusiones al marqués
de Sade y a Lautréamont. En ella, el crimen sexual, represen­
tado por la figura mítica de Jack el Destripador, es reivindi­
cado como acto revolucionario que la sociedad burguesa con­
dena porque es incapaz de comprenderlo. El famoso criminal
es calificado de “héroe sobrenatural” acusado por un tribunal
de “viejos ciegos” y de “burgueses panzones”. Pero Desnos
vaticina que una población “de gran cultura moral” recono­
cerá finalmente su valor y le levantará una estatua, sus críme­
nes serán llamados “obra de arte”.
De esta manera, el sadismo se presenta como la verdad
del erotismo, como su punto máximo que está presente, sin
embargo, aunque de manera velada, en la sexualidad del indi­
viduo “normal”. En sus comentarios sobre Nietzsche y Tilo­
mas Mann40, Bataille afirma que la voluptuosidad del mal es
un valor soberano porque es vivida como completa inutilidad
y como peligroso descenso a la corrupción, como abandono
del mundo puro construido por las reglas.
Desde otra perspectiva, los teóricos de la escuela de
Frankfurt recuerdan que la piedad es error y pecado en Nietz-
sche porque se opone a la ley natural del predominio del más
fuerte. Con ello, Nietzsche retoma un tema tratado desde la
virtus romana a Spinoza y la moral de la eficiencia contem­
poránea: la inferioridad de la conmiseratio comparada con el
valor viril. La piedad, a la que se considera típicamente feme­
nina, tiene, frente a la filosofía, un carácter deficiente en tanto
es limitada y acepta la diferencia en su actividad misma. Así,
con su crítica, la filosofía presenta dos vertientes: por un
lado, ha permitido la instrumentación del argumento para
convertirlo en injusticia y autoritarismo fascista, mientras la
piedad, descalificada, cede su lugar a la opresión reivindicada
como un valor; por otro lado, las teorías pesimistas que reve­
lan la identidad de razón y dominación serían más accesibles
a la piedad que las de los moralistas burgueses. El rechazo de
la piedad en Nietzsche es negación de la resignación que
acepta el mal y trata de paliarlo con medios limitados.
Nos podemos preguntar porqué para Sade o Bataille el
único acto realmente soberano es aquel por el que se realiza
el mal. ¿no es posible producir un acto libre a partir de una
afirmación del bien? ¿Qué son mal y bien desde esta perspec­
tiva? De manera rápida se puede responder a esta última pre­
gunta diciendo que el mal sería todo aquello que perjudica al
otro, aquello que no puede ser deseado por el otro. Esté es el
mal que provoca placer a los personajes de Sade. El bien, en­
tendido como virtud, es concebido como hipocresía o, en el
mejor de los casos, sentimiento de los débiles que perma­
necen sordos a los consejos de la Naturaleza. Esta es despia­
dada con sus hijos y su ejemplo nos muestra el auténtico re­
sorte de la Vida: la destrucción. El bien con mayúsculas no
existe o, en todo caso, ha de ser interpretado por cada particu­
lar como aquello que mayor placer le produzca.
Pero en esta nueva definición del bien, el mal tiene un lu­
gar de privilegio. Realizar el mal no es únicamente trans­
gredir las leyes irracionales de una sociedad injusta. Más allá
de este aspecto que podría tener caracteres de contestación a
una estructura que se rechaza, está la noción de mal como su­
peración del límite del propio yo, como voluntad de dominio
aniquiladora. El amor aparece como una forma del odio. No
se trata de un odio por motivos particulares sino de un odio
ontològico nacido del sentimiento de otredad. El Otro es el lí­
mite y el deseo sexual es un intento de superar los límites del
ser determinado para convertirse en lo que no se es.
En el sadismo, el dolor de la víctima confirma la potencia
del verdugo. La capacidad de imponer su propia voluntad en
la carne de un ser sometido concede al mal su apariencia so­
berana.
La acción solidaria, en cambio, es vivida como limitada,
puesto que es un hacer que reconoce al otro y a sus ne­
cesidades y placeres. “Porque la solidaridad impide que el
hombre ocupe el lugar que designa la palabra “soberanía”: el
respeto de los hombres unos por los otros acarrea un ciclo de
servidumbre en el que no subsisten más que los momentos
subordinados y en el que, finalmente, nos faltamos a ese res­
peto puesto que privamos al hombre en general de sus mo­
mentos soberanos (de lo más precioso que tiene)”41.
El fragmento de Historia del erotismo que acabamos de
reproducir plantea el problema fundamental de la ética de la
transgresión: el orden de una sociedad basada en la igualdad,
la libertad y la fraternidad resulta incompatible con la necesi­
dad del hombre de afirmarse a través de un acto soberano, el
cual, como ya hemos visto, implica la negación de los otros y
tiende, incluso, a su destrucción.
El respeto de los derechos individuales reduce, según este
punto de vista, a todos los hombres al estado de servidumbre,
puesto que ninguno puede ser tratado como medio para satis­
facer los deseos negadores de otro. Todos son fin en sí mis­
mos y como tal se reconocen.
Así, el estado moderno que proclama la libertad y sobe­
ranía de todos los individuos representa, en realidad, la impo­
sibilidad de todos sus miembros de acceder a la soberanía. La
esencia del hombre es incompatible con una sociedad igua­
litaria. Esta idea se halla expuesta ya en la obra del marqués
de Sade.
Señala Simone de Beauvoir42 que para los intelectuales
de la Ilustración que habían reemplazado el orden divino por
el orden natural, la Naturaleza aparecía como el Bien Su­
premo que debía guiar la conducta de los hombres. Sade, si­
guiendo la tradición inglesa afirmó que la Naturaleza misma
contenía el mal. Y además, sostuvo la idea de que era nece­
sario imitarla. Tal actitud implicaba el descrédito de la moral
universal que el hedonismo del siglo XVIII pretendía instalar
sobre la base de la armonización de los intereses particulares
y la general tendencia al placer. A pesar de que en algunos
pasajes, Sade parece adherirse al mecanicismo de La Mettrie,
su concepto de Naturaleza no se reduce al de simple combi­
nación mecánica de elementos. La representa como una
fuerza maligna que se complace en crear y destruir a sus cria­
turas. Por otro lado, la noción de libre arbitrio encuentra su
lugar en el elogio del crimen.
El paradigma de la Naturaleza como violencia e injusticia
que se debe aceptar es característico del pensamiento de dere­
chas. Sin embargo, no le es exclusivo, ya que el patriarcado,
cualquiera sea su signo, también lo reivindica.
Beauvoir interpreta las fantasías sexuales de Sade como
medio simbólico de conservar un poder que la nobleza había
perdido. Apoya su hipótesis en el hecho de que tales prácticas
no fueron exclusivas de Sade. Las orgías sanguinarias del du­
que de Charolais eran famosas en la época. El placer buscado
era el que provenía de doblegar la voluntad de la víctima,
vencer su resistencia, confirmando la autoridad del verdugo.
Quizás este carácter de reacción de la casta nobiliaria
frente a la supresión de los privilegios explica la existencia de
un gran protagonismo femenino en Sade. La relativa indepen­

42 Beauvoir, S. de, Faut-il..., op. cit., págs. 57-60.

190
dencia de las mujeres de la nobleza del Antiguo Régimen
puede haber inspirado personajes como Juliette. No preten­
demos, de ninguna manera, hacer de Sade un feminista, sino
simplemente, subrayar cierta diferencia entre el sadismo de
Sade y el de sus epígonos.
Para Bataille, masoquismo y sadismo son características
que corresponden, un poco por naturaleza y otro poco por
Historia, al sexo femenino y masculino respectivamente. Las
variantes que pueda ofrecer la realidad sólo serán alteraciones
de la normalidad: “Dejo de lado la homosexualidad que no
aporta al cuadro general más que extrañas variantes de interés
secundario; y el masoquismo, que sólo me parece una altera­
ción del carácter sexual, o sea, un hombre con conducta fe­
menina frente a una mujer de conducta masculina”43. Esta
apreciación sobre masoquismo y sadismo coincide con las re­
presentaciones surrealistas que, como señala X. Gauthier, di­
fieren de Sade porque el ejecutante es un hombre y la víctima
una mujer en la casi totalidad de los casos.
Destaquemos, sin embargo, que generalmente, como en
este caso, tales precisiones respecto a lo propio de cada sexo
aparecen en discretas notas a pie de página, con lo que este
discurso de Bataille sobre el erotismo aparenta, en una lectura
rápida, tener un alcance universal.
Distribuida de esta manera la voluntad de dominio y
destrucción, resulta más fácil solucionar el problema que se
plantea Bataille: cómo eliminar las guerras del panorama his­
tórico del futuro. Si, como en su teoría, el trabajo, la guerra y
el erotismo extraen la energía de un mismo fondo de reservas,
será necesario dar una solución conjunta a sus problemas.
Para Bataille, la primera condición de desaparición de las
guerras es la disminución del desequilibrio de los niveles de
vida entre los hombres. La segunda consiste en dar mayor
energía al erotismo ya que es necesario canalizar las energías
excedentes que, de otra manera, conducen a ese frenesí de
destrucción llamado “guerra”. Si se cumplieran ambas condi-
ciones, se llegaría al final de la Historia con una sociedad sin
grandes disparidades en los niveles de vida. Su forma expre­
siva sería la actividad erótica. Tales son las conclusiones reu­
nidas en el epílogo de Historia de del erotismo.
Como podemos observar, algunos de los planteamientos
centrales del Marcuse de Eros y Civilización están ya presen­
tes en Bataille. Puesto que ambos pensadores parten de la
unión de Eros y Tánatos, concluyen que la descarga de la
agresividad puede encontrar un cauce adecuado y relativa­
mente inocuo en el erotismo. Siguen, al respecto, las líneas
fundamentales de la teoría de Freud para quien la pulsión de
muerte aumenta su fuerza cuando la pulsión sexual dismi­
nuye por el efecto de la represión. Cuando los impulsos de
muerte se mezclan con los elementos eróticos son inofensi­
vos, de lo contrario se vuelcan en el exterior bajo un com­
portamiento agresivo o se descargan contra el propio yo del
individuo que intenta sofocarlos.
En las conclusiones con las que Bataille eleva el ero­
tismo a clave ontológico-política, no hay ninguna referencia
a los colectivos genéricos. Su lenguaje adopta una aparente
neutralidad que olvida la diferencia de los sexos resaltada a
lo largo de todo el ensayo. Será nuestro, pues, el trabajo de
establecer las conexiones que la coherencia lógica de su sis­
tema impone.
Recordemos que el objeto erótico por excelencia fue de­
finido por Bataille como la prostituta, a la que otorga una im­
portancia fundamental en la formación de “nuestra” sensibili­
dad. Las protestas de ciertos espíritus “solidarios”, que no so­
portan las miserias de la prostitución, no harían más que
disimular la hipocresía general. La prostituta es una figura
clave de la civilización en tanto que receptora de la agresivi­
dad, de ese odio ontològico que encerraría el erotismo.
En sus referencias a la esclavitud como intento de reducir
los hombres a objetos, Bataille afirma su convicción de que
tal tentativa se halla condenada, tarde o temprano, al fracaso
ya que no es posible transformar en simple medio a un ser
que tiene su fin en sí mismo. La esclavitud será sentida siem­
pre por los opresores como una “ficción” que se acomoda a
sus intereses. Nuestro teórico del erotismo tiene profundas
creencias democráticas que le inspiran un gran respeto hacia
el espacio de los iguales inaugurado por la Modernidad. Su
problema es, justamente, el de preservarlo, eliminando de su
interior las tensiones originadas por las tendencias destructi­
vas de la naturaleza maligna del hombre.
Será necesario, pues, el sacrificio de, al menos, cierta
parte del colectivo femenino. Estas sacerdotisas de Eros-Tá-
natos renunciarán a su condición de ser-en-y-para-sí, transfor­
mándose en ser-para-otro, denigrado pero indispensable para
que subsistan los aspectos puros de la totalidad concreta.
La idea de la prostituta como supremo lugar del vicio que
preserva, con su existencia, los ámbitos de pureza no es muy
novedosa. Ya había sido expresada, entre otros, por San
Agustín y Santo Tomás. Pero la relación se establecía, en es­
tos pensadores, con las categorías de libertinaje y virtud. Ba-
taille, para quien Freud no ha pasado en vano, introduce el
tema de la canalización de la violencia. La idea central, sin
embargo, ya había sido expuesta de forma mucho más clara
por el mismo Sade que dice: “al hombre le gusta mandar, ser
obedecido, rodearse de esclavos obligados a satisfacerlo,
ahora bien: en todas las ocasiones en que no deis al hombre el
medio secreto de exhalar la dosis de despotismo que la natu­
raleza puso en el fondo de su corazón, se arrojará para ejer­
cerlo sobre los objetos que le rodeen, provocará pertur­
baciones al gobierno”44. La solución propuesta por Sade es
organizar la prostitución como válvula de seguridad del Es­
tado. El espíritu “contestatario” de Bataille muestra su núcleo
profundamente conservador. Sin embargo, insistimos en una
diferencia entre ambos pensadores: en Sade, el varón como
objeto posible de deseo elimina la hermandad de los varones
mientras que la heterosexualidad de Bataille asegura la so­
beranía preservando un coto de caza femenino específico al
margen de la asociación necesaria entre iguales que se res­
petan.

44 Sade, Marqués, La philosophie dans le boudoir, pág. 135.


Junto a la figura de la prostituta, Bataille presenta a sus
heroínas que son, como destaca Alexandrian45, auténticas
“santas” que, soportando la repugnancia que les produce la
sexualidad y dándose por completo a ella, inician al varón en
los misterios del goce en el suplicio. Son Simone, Charlotte,
Sainte y Mme Edwarda. Esta última, encerrada en un burdel,
sale de él vestida de blanco, como las demás heroínas, simbo­
lizando así su eterna pureza, imprescindible para que pueda
ser mancillada una y otra vez.

El erotismo transgresivo ofrece, entonces, una posibi­


lidad económica de alcanzar la soberanía. La violencia del
asesinato será reemplazada por la “petite mort” del acto eró­
tico, por la inmolación de la mujer en el abrazo sexual, sacri­
ficio sin consecuencias graves para el orden de los iguales,
dado que lo que se destruye es tan sólo el pudor constitutivo
de la personalidad femenina. Al mismo tiempo, se termina
con la pretensión inautèntica de ciertas mujeres de ser inde­
pendientemente de la potencia fálica invasora. La paz de­
pende del libre acceso de los individuos del pacto al acto so­
berano.

Siguiendo el trazado de la influencia de la teoría de la


transgresión de Bataille, llegaremos a Franz Fanón que
considerará lo patológico como violencia catártica necesaria
y eficaz en tanto es lucha del oprimido. Este pensador del
anti-colonialismo influyó, a su vez, en Eldridge Cleaver, teó­
rico de los Black Panthers, fanoniano confeso que llevó a la
práctica su fe en el erotismo transgresivo. Cleaver afirmó co­
menzar violando mujeres negras para especializarse y llevar a
cabo, más tarde, su transgresión de la sociedad racista.

45 Cfr. Alexandrian, op. cit. Señalemos que Alexandrian formó parte


del movimiento surrealista y coincide con Bataille en poner a “la” mujer
como centro de atención en lo que concierne al erotismo. Para Alexan­
drian, Bataille habría reconocido su diferencia y su importancia sin caer
en el “error” de Kate Millet y otras feministas que exigen la igualdad para
un ser “diferente y privilegiado” en su sensibilidad.
Franz Fanón y el sociólogo negro Calvin C. Hemton con­
sideraron que los fantasmas masoquistas de la mujer blanca
se hallaban en la base de las violaciones realizadas por ne­
gros. Los revolucionarios blancos apoyaron estas posiciones,
viendo en la violación un derecho insurreccional. Incluso en­
tre las mujeres blancas, militantes revolucionarias, hubo gran
resistencia a analizar este tipo de agresión porque temían caer
en actitudes racistas. Theodore Roszak, advierte en su estudio
sobre la contracultura el peligro de esta tendencia a la amal­
gama entre actitud contestataria y virilidad agresiva afir­
mando que “Cleaver, al igual que los neoizquierdistas, parece
concebir la lucha por la liberación como acción específica de
hombres viriles” y denuncia en esta ideología “un aborrecible
estereotipo sexual a un nivel de consciencia más hondo que el
prejuicio de raza”46. También se refiere explícitamente a la
estética de la sexualidad transgresiva del grupo musical “The
Doors” calificándola de “frenesí dionisíaco de pacotilla”47.
En esta nueva ética de la transgresión, subestimada ahora
la función de reproductora, “la” mujer recibe una nueva asig­
nación en los espacios de poder de la sociedad ideal: será el
medio por el cual la animalidad sagrada realice el prodigioso
salto que le otorga su verdadero estatus humano, el estatus de
hombre soberano.
La antigua agresividad fálica de carácter filogenético pre­
sente en la monta ritualizada de los primates se perpetúa en la
especie humana a través de la cultura. Entre sus manifestacio­
nes menos elaboradas, podemos citar fenómenos comunes a
distintos pueblos como la monta agresiva en los juegos de ni­
ños, las maldiciones fálicas, ciertos ritos amenazantes, los di­
bujos fálicos contra el mal de ojo, etc.48 Recordemos que en­
tre los primates, la presentación de los órganos genitales en la

46 Roszak, T., op. cit., pág. 79-80.


47 Ibid, pág. 90.
48 Cfr. Eibl-Eibesfeldt, I., El hombre preprogramado... op. cit.. Entre
los objetos culturales que la etologia ha mostrado como estrechamente re­
lacionados con la agresividad fálica destacan las estatuas de los guardia­
nes de Bali y los amuletos en forma de seta del Japón.
hembra reviste el carácter de un acto de sumisión. La pre­
sentación de la región anal de los machos inferiores a los supe­
riores es un gesto de apaciguamiento imitado de las hembras.
Sin embargo, la misma etología subraya que el contacto
sexual tiene una función vinculadora y no implica necesaria­
mente una manifestación de agresión. Por lo tanto, la exacer­
bación de su componente agresiva en determinados momen­
tos de la cultura humana responde a la dinámica misma de la
dominación, a sus resortes políticos.
Por otro lado, queremos destacar que el error que gene­
ralmente subyace tanto a la aplicación de las observaciones
de la etología al ser humano en clave biologista, como al re­
chazo absoluto de toda posible explicación de lo humano
desde la etología consiste en creer que todas las conductas de
los animales superiores se hallan genéticamente determina­
das. Así, se ve la conducta animal como el ámbito del deter-
minismo y se pretende extender la pertinencia de esta expli­
cación a la especie humana (por ejemplo, Desmond Morris)
o, por el contrario, se teme tanto el biologismo reaccionario
que se opta por ignorar los datos preciosos que las especies
cercanas a la nuestra pueden ofrecer. El planteamiento co­
rrecto49, desde nuestro punto de vista, exige ampliar la expli­
cación culturalista a las especies animales superiores, puesto
que sus conductas ya son el resultado de mediaciones entre lo
biológico y lo social.

La relación de la agresividad fálica con situaciones de


poder y prestigio es tan estrecha que fascina a amplios secto­
res del género-sexo masculino con independencia de su signo
político y nivel cultural (compárese las lucubraciones metafí­
sicas de un Bataille con los mensajes correspondientes del
“hard rock” surgido de los barrios marginales de las grandes
urbes industriales). Esta agresividad puede erigirse, incluso,
en definición constitutiva del género, especialmente en un
momento de reafirmación de sus derechos.
Soberanía de los iguales gracias a la no inclusión de uno
de los géneros en los beneficios del pacto. La tierra de nadie
de las mujeres, a las que un sistema de alianzas familiares ca­
duco ya no protege bajo el nombre del varón propietario o la
mirada constante y celosa de un Padre Todopoderoso, al no
hallarse constituida por individuos a los que se reconozca ple­
namente una voluntad autónoma, será concebida, en princi­
pio, como propiedad pública. Todos han de tener libre acceso
a ella, con la ventaja, además, de que, al conservar todavía
sobre sí vestigios de las antiguas prohibiciones, constituye el
espacio ideal del acto transgresivo, el cual implica conoci­
miento de lo prohibido y deseado y afirmación de la libertad
del individuo soberano.
Tres momentos de un discurso

El discurso filosófico sobre la sexualidad que hemos ana­


lizado parece jugar con las tres primeras categorías de la ló­
gica hegeliana: Ser, Nada, Devenir. El pesimismo schopen-
haueriano. ve en la sexualidad la manifestación más clara de
un Ser pavoroso y elige la Nada como la vía ética por exce­
lencia. La izquierda freudiana y una vertiente del pensa­
miento surrealista y contracultural confían en la sexualidad
como acceso al Ser auténtico y recuperación de la naturaleza
pulsional que garantice la llegada del hombre nuevo sobre los
valores de verdad y justicia. El erotismo de la transgresión in­
siste en el Devenir o alternancia del Ser y la Nada como com­
ponente fundamental de la experiencia sexual.
Al finalizar nuestro recorrido por las diversas formas que
ha tomado este discurso, nos parece posible diferenciar en él
tres momentos. En el primero, la sexualidad es astucia del
Uno-Inconsciente. En el segundo, la sexualidad es liberación.
En el tercero, la sexualidad es transgresión soberana.
Este esquema presenta los defectos propios de toda
simplificación pero no deforma, en lo sustancial, la realidad
de los complejos movimientos de ideas que pretende reflejar.
Desde cierta perspectiva, el orden de su enumeración puede
verse como una sucesión cronológica. Sin embargo, si aten­
demos a voces disidentes y a tempranos precursores, los tres
momentos se superponen, imbrican y llegan a coexistir.
Es importante destacar que a partir del primero, la
sexualidad asume el papel de clave gnoseològica: revelación
del Ser como energía infinita de la que los individuos son
sólo máscaras transitorias. Conservará este carácter en los dos
momentos siguientes.
Con la creciente sospecha de que el sustrato ontològico
es ajeno a la razón, el filósofo detiene su mirada sobre una
parcela fenoménica tradicionalmente despreciada por el pen­
samiento especulativo. Schopenhauer y Edouard von Hart­
mann verán en la sexualidad la manifestación más clara de la
fuerza impersonal carente de finalidad consciente que consti­
tuye el noumeno, la cosa en sí, la verdad del Ser.
Así como la pluralidad e identidad de los individuos no
son más que el fenómeno bajo el que se nos presenta la Vo­
luntad de Vida, una y única, la atracción sexual sólo es astu­
cia de esta misma Voluntad, de ese Inconsciente cósmico que
se sirve de las identidades individuales, su eterno presente,
para perpetuarse más allá de los límites de cada generación.
Serpiente cósmica de las mil cabezas evocada en los mi­
tos de fertilidad, uróboros que resume en su círculo la dialéc­
tica de los contrarios, la mutua implicación de nacimiento y
muerte, esta Voluntad de Vida o Uno-Inconsciente es empeci­
nada energía que inspira a los individuos motivos que única­
mente contribuirán a multiplicar y eternizar el dolor. En bus­
ca de un placer efímero, los seres vivos actúan contra su pro­
pio interés, condenando a la prole a las mismas cadenas y
miserias a las que han sido condenados ellos mismos al nacer.
Pero si en animales y plantas el Inconsciente comandaba
la acción sin interferencias, la complejidad del ser humano,
provisto de razón especulativa y no meramente instrumental,
hace de la sexualidad no sólo clave gnoseològica sino tam­
bién clave ética.
El ser que ha accedido a la comprensión de la verdad me­
tafísica señalada por el pesimismo se ve colocado frente a
una encrucijada del obrar cuando el impulso sexual hace sen­
tir sus exigencias.
La renuncia, el rechazo a convertirse en medio de una fi­
nalidad ciega y cruel será un acto ético fundamental. Una in­
mensa piedad surgida de la contemplación de la multiplicidad
de seres sufrientes, de la terrorífica visión de una Voluntad
que se tortura y devora a sí misma, preside la decisión de
quienes, en contra de la tendencia de un Occidente sólida­
mente instalado en la metafísica del Ser, eligen la Nada como
el supremo bien.
La convicción de lo absurdo de la existencia conduce,
pues, a una denuncia de la sexualidad como trampa y culpa.
El énfasis cristiano en la culpa se traslada desde el placer a su
consecuencia: la procreación.
La auténtica culpa del hombre que se abandona a las
pulsiones sexuales reside en la responsabilidad que, en tanto
ser consciente, posee respecto a la continuación de la serie del
dolor, del nacimiento y la muerte. Utilizamos aquí el término
“hombre” en su habitual ambigüedad semántica por la que de­
signa al varón y a la totalidad de la especie, pero también en
su sentido estrecho de género-sexo masculino ya que tanto
Schopenhauer como Edouard von Hartmann consideraron que
el Uno-Inconsciente se manifiesta con una forma y una inten­
sidad distintas en cada sexo.
Según sus teorías, las mujeres se hallarían bajo el imperio
directo del Inconsciente, lo cual explicaría la existencia de un
instinto maternal frente a la probable ausencia del instinto pa­
ternal. Ellas sólo encontrarían la felicidad en el cumplimiento
de las leyes naturales.
Hemos seguido la argumentación de ambos filósofos en lo
referente a las diferencias genéricas y hemos visto que se apo­
yaban en los estudios de medicina filosófica de la época. Esta
conceptualización de las mujeres como organismos sometidos
totalmente a las exigencias reproductoras de la especie respon­
dían, según lo han demostrado estudios recientes, a una volun­
tad de exclusión de las mujeres del nuevo ámbito político de la
democracia inaugurado tras la caída del Antiguo Régimen. He­
mos contrastado las aseveraciones de estos médicos y filósofos
con estudios históricos recientes que demuestran que el
pretendido instinto maternal natural de las mujeres hubo de ser
reforzado desde el siglo XVIII y durante todo el XIX por un muy
cultural discurso de filósofos, moralistas y médicos que repi­
tieron una y mil veces que la mujer que no era capaz de sacrifi­
car todo por la maternidad no merecía el título de “mujer” y
constituía una degeneración de la Naturaleza.
De esta manera, asistimos a un proceso curioso por el
cual el colectivo femenino que ha interiorizado el elogio de la
maternidad rousseauniano se ve ahora denigrado por esta
misma razón. Como podemos comprender por este giro valo-
rativo, la conceptualización del género-sexo femenino mues­
tra una gran dependencia respecto a los avatares de la noción
de Naturaleza y el juicio que la procreación merezca en cada
época. Hemos encontrado otro claro ejemplo de esta depen­
dencia, sobre él volveremos en su momento. Por otro lado, el
mandato de limitarse a la función maternal y la condena a la
obediencia del mandato constituye un caso de situación para­
dójica de “doble vínculo” esquizofrenizante. Hagas lo que ha­
gas, me obedezcas o te subleves, siempre estará mal.
Puesto que, en la visión pesimista, la mujer encama con
mayor intensidad que el hombre las exigencias del Incons­
ciente, se verá en ella una nueva Eva por cuya mediación el
error se reproduce indefinidamente. Máximo engaño de los
velos de Maya del mundo fenoménico, la mujer encadenaría
al varón a las leyes de la Naturaleza, a las fatigas del matri­
monio, concebido éste como institución natural en la que una
generación se sacrifica en aras de la siguiente.
Hemos podido comprobar que el rechazo de la sexua­
lidad, el matrimonio y la procreación poseían un matiz dis­
tinto en Schopenhauer y Edouard von Hartmann. Mientras
que en el primero el repudio era categórico y total, en el se­
gundo se vislumbraba un retomo de la esperanza que modera
el anatema al justificar la sexualidad y la procreación durante
el período histórico transitorio hasta la redención completa de
la humanidad. Esta se produciría gracias al acceso a la
conciencia pesimista por parte de la totalidad de los seres
humanos. Ya no se trata, como en Schopenhauer, de la ini­
ciación azarosa de unos pocos privilegiados al decepcionante
misterio del Ser. Por ello, calificamos este pesimismo de
“optimista”. La Historia inicia su regreso triunfal a la filoso­
fía, aun cuando el contenido de la utopía sea ahora la Nada, el
silencio final de un mundo en el que, como evocara Jules La-
forgue, reina la paz eterna, la muerte, el olvido.

Tras haberse instalado en el corazón mismo de la Metafí­


sica, el Inconsciente, y la sexualidad como su más clara ma­
nifestación, continúan su avance invasor en todos los ámbitos
de la realidad. Hemos considerado este fenómeno como parte
integrante de lo que Foucault llamara “dispositivo de sexuali­
dad” o conjunto de disposiciones y discursos por los que las
prácticas sexuales se convierten en esencia y el yo tiende a
ser identificado con ellas.
Psicoanálisis y surrealismo (y con él la vasta creación ar­
tística que muestra su influjo), a pesar de sus diferencias en la
concepción del inconsciente, coinciden en un pansexualismo
que convierte a la sexualidad en Gran Significante y Gran
Significado que es necesario descubrir en todo. La sexualidad
será la verdad del sujeto e, incluso, en la vertiente mística su­
rrealista: vía real de acceso a lo Absoluto.
En plena crisis de la razón, se revitalizan símbolos arcai­
cos en los que la sexualidad es percibida como hierofanía y
contacto con lo Otro. Se otorgará el papel de mediadora a la
mujer concebida como Naturaleza. Esta nueva inflexión del
pensamiento que asigna a la Naturaleza poderes redentores,
en una sociedad tecnificada sometida a la razón instrumental,
constituye otro ejemplo de la dependencia del concepto de
mujer respecto al de Naturaleza.
El par genérico recibe una formulación ontològica y gno­
seològica acorde al nuevo espíritu que anima la cultura. Tras
el fracaso histórico de la razón, se recurre a los valores
“naturales” de la intuición y la bipolaridad genérica “hom­
bre/mujer” es acoplada a la oposición “intelecto estéril/intui­
ción”. Dentro de esta búsqueda de una solución a la crisis a
través de un Otro femenino definido como intuición y sexua­
lidad, ha de ser inscrita la revalorización occidental de ciertos
aspectos del pensamiento oriental como los rituales tántricos.
El héroe contemporáneo, el hombre de la angustia exis-
tencial, puro logos despojado de la fe en un sentido de la vida
y de la Historia, busca un suelo ontològico en la pretendida
inmediatez de una mujer que es también, en realidad, el fruto
de las mediaciones por las que se constituyó el género-sexo
masculino. Esta imagen en negativo subyuga la fantasía de fi­
lósofos y artistas que se verán tentados a recurrir a esta an­
tigua reificación de los géneros para fundar un nuevo sentido.
Como Schopenhauer ya previera en el apartado LIV del
Libro cuarto de El mundo como voluntad y representación,
era posible que hubiera filósofos que a partir de la compren­
sión de la desoladora insustancialidad del ser humano, a pesar
de reconocer a la Vida como vorágine en la que el individuo
es siempre sólo un medio, no extrajeran las mismas conclu­
siones y terminaran por aceptar el destino trágico e incluso lo
reivindicaran con orgullo hasta el extremo de concebir con
serenidad el eterno retomo de lo mismo.
Así, tras el abatimiento experimentado al descubrir el ca­
rácter irracional del fundamento ontológico y la insignifican­
cia del individuo, la autoconciencia se refugia en una orgu-
llosa reafirmación de la finitud y del poder de la Vida. En la
línea iniciada por Nietzsche, se intentará proceder a una des-
mitificación o genealogía reveladora de la nulidad de los va­
lores tradicionalmente reconocidos, acusados ahora de ser
enemigos de la Vida.
La autoconciencia de ser parte de la Naturaleza y estar
condenados al sufrimiento, autoconciencia que llevara en un
primer momento al deseo de autoaniquilación y a la condena
de la sexualidad percibida como astucia del Inconsciente,
transforma su ánimo desilusionado en tarea de desmitifica-
ción y reconciliación con la Naturaleza.
De esta forma, se instala plenamente el segundo mo­
mento del discurso sobre la sexualidad iniciado con el surrea­
lismo y el psicoanálisis. Será la izquierda freudiana quien
haga de las pulsiones sexuales el motor de la esperada revolu­
ción socialista. La vida instintiva asegurará la aparición del
nuevo sujeto revolucionario.
Con ello, la izquierda freudiana realiza un cuádruple in­
tento: renovar la teoría marxista, explicar los motivos anture­
volucionarios de las masas, denunciar el socialismo burocra-
tizado y —lo que es propiamente filosófico— dar un fun­
damento pulsional a la razón para superar la crisis relativista.
En la nueva visión de la sexualidad, ésta ha sido des­
vinculada de la procreación. El descubrimiento de la astucia
de la Naturaleza deja su lugar a la denuncia de la astucia de
los poderes establecidos que reprimen las pulsiones para do­
minar y explotar a los individuos. Los valores se invierten y
el deseo ya no es cadena ni servidumbre, sino poder revo­
lucionario.
Lo auténtico es lo pulsional y el yo aparece como una de­
formación. Desde este enfoque, la razón especulativa scho-
penhaueriana que conduce al ascetismo sólo sería una instan­
cia super-yoica represora.
La sexualidad sigue siendo clave gnoseológica que nos
permite conocer nuestra verdadera identidad, valorada ahora
de muy distinta manera. También continúa siendo una clave
ética por considerarse que permite la realización del ser autén­
tico de cada individuo y de la colectividad.
Comparando la teoría del orgón, materia primordial de
Wilhem Reich, con la filosofía de la Historia de Edouard von
Hartmann hemos podido comprobar que, a partir de un mis­
mo postulado (el de lo indiferenciado como auténtica reali­
dad), se produce, con Reich, un abandono de la idea de apatía
valiosa, pero existe una continuidad en el objetivo de disolver
las individualidades percibidas como ilusión fenoménica. El
extremo de esta tendencia estaría dado por Deleuze y Guattari
con su noción del inconsciente maquínico revolucionario.
Pero mientras que los pesimistas aspiraban a la disolu­
ción del yo en el reposo de la Nada, el pensamiento que se
impone con el mayo francés busca la disgregación del yo en
la multiplicidad del Ser-deseo, puro dinamismo del incons­
ciente.
A esta nueva configuración de la utopía, sueño de la uni­
dad primitiva y del erotismo en libertad, corresponde la
reelaboración hecha por Reich de la hipótesis del matriarcado
originario propia de la tradición marxista inaugurada por En-
gels. Aunque su realidad histórica fue desmentida por la in­
vestigación antropológica contemporánea, los planteamientos
teóricos del feminismo de la diferencia continuaron fieles a
esta línea al seguir postulándolo como aurora de la especie en
el convencimiento, erróneo a nuestro parecer, de que toda
reivindicación y exigencia de cambio social había de ser fun­
dada en el prestigio de una verdad del origen.
Marcuse tomará el paradigma ilustrado de la Naturaleza
y hará de las mujeres las representantes privilegiadas de Eros.
Anunciará, también, el fin próximo del patriarcado, período
que consideraba necesario pero provisional en la evolución
de la humanidad.
De esta manera, el discurso revolucionario sobre la
sexualidad se vale de categorías resultantes de un proceso de
reificación por el que los sexos son definidos sin tener en
cuenta el sistema de relaciones sociales que los constituyen.
Tomando como punto de partida la diferencia biológica, todas
las demás diferencias existentes entre los géneros se conside­
ran “naturales”. Concebidas como género, las mujeres son
pensadas como lo Otro, lo “viscoso” y lo “blando” sartreano
ajeno a la razón instrumental dominadora. Serán ahora la li­
bido que retoma como arrasadora violencia. Siempre ligadas
a la sexualidad en el imaginario filosófico, las mujeres se
convierten en las necesarias Ménades destructoras, en la en­
carnación misma del deseo destinado a ejercer el no sagrado
transnihilista de la época de Zaratustra que supere la negación
nihilista de la vida y avance hacia la afirmación dionisíaca
del devenir.
Sin embargo, la pregonada negatividad necesaria de este
nuevo sujeto revolucionario no deja de despertar angustias en
sus mismos heraldos.

Al servirse de las categorías reificadas de género-sexo, el


discurso de la liberación de la sexualidad permitirá, sin ha­
berlo pretendido, la progresiva reintroducción de los fantas­
mas patriarcales propios de una sociedad a la que pretendió
transformar de raíz.
Así, Marcuse que, inspirado por la lectura de Sartre, ha­
bía visto en la sexualidad una cosificación liberadora que res­
pondía al principio del placer contra el principio de actua­
ción, distinguirá un sadismo de origen cultural y represivo de
un sadismo natural que, en tanto manifestación de la libido,
es también revolucionario rechazo del principio de actuación
que rige la sociedad capitalista. El Foucault de Historia de la
locura reivindica la sexualidad sádica que, junto con la pér­
dida de la razón, recibirá el título de experiencia cósmica.
Filósofos y artistas insistirán en el lado siniestro del in­
consciente. Frente a la violencia institucionalizada y enmas­
carada, el intelectual rebelde se ve tentado a oponer la violen­
cia del desorden. Eros y Tánatos vuelven a unirse en un lazo
tenebroso que el arte de inspiración psicoanalítica recrea en
sus nocturnas criaturas monstruosas.
La expansión de este discurso de la sexualidad permite a
su vez que estas creaciones artísticas sean interpretadas por
una crítica derivada del psicoanálisis, el cual reafirma sus pro­
pias posiciones al descubrir en el arte aquello que el arte ha to­
mado de él. El círculo interpretativo se cierra sobre sí mismo.
A diferencia de la cultura griega clásica, que no daba un
lugar especial a la sexualidad y colocaba sus placeres entre
los de la comida y la bebida, aconsejando para todos ellos el
mismo ideal de mesura, el discurso contemporáneo, fiel a la
noción de sexualidad como clave gnoseológica y ética, le
concede un tratamiento especial y una importancia sin prece­
dentes. Eros se convierte en lo amenazante, en el aspecto
sombrío de Dioniso, el cual ya no es la embriaguez lúdica
que J.P. Vemant opone a la interpretación contemporánea de
este culto griego, sino la locura y la muerte.

El énfasis en la violencia del deseo y en los componentes


agresivos de la sexualidad consagra, en realidad, un para­
digma patriarcal, una visión esencialista de la sexualidad que
encubre, bajo una interpretación metafísica, la dialéctica con­
flictiva de los colectivos genéricos.
De pura luz y fraterna unidad liberadora reichiana, la
sexualidad pasa a ser presentada como fuerza tenebrosa, ani­
malidad amenazante, voluntad de poder indisociable de la
pulsión de muerte. Pasamos así al tercer momento del discur­
so de la sexualidad, representado tempranamente en su cús­
pide contemporánea por Georges Bataille.
Este tercer momento comparte elementos de los dos que
expusimos anteriormente. Del pesimismo conserva la visión
negativa de la sexualidad en tanto ésta se le aparece como re­
velación de la materia indiferenciada y el caos al que nos
condenará la muerte. El impulso sexual superaría, con su po­
deroso imperativo, los límites y el orden de un mundo hu­
mano que ha elegido olvidar su origen animal y su trágica
finitud.
Pero con el discurso de la sexualidad liberadora comparte
la aceptación de la sexualidad y el valor que le atribuye como
realización del individuo.
Recordemos que Bataille distingue entre sexualidad y
erotismo, entendiendo por la primera la pura inmediatez del
inconsciente personificado en las Ménades y por el segundo,
el fruto de una realidad mediada por las prohibiciones.
Esta oposición de sexualidad y erotismo debe ser anali­
zada desde el punto de vista de las categorías de género. Así,
según la Historia del erotismo de Bataille, la sexualidad
correspondería al enfrentamiento de la mujer-Naturaleza y el
hombre-Cultura. La esclavitud de la Vida, denunciada por los
pesimistas, fue eludida por el hombre que construyó un
mundo de pureza preservada por normas que restringían la
sexualidad y la obligaban, al menos, a permanecer oculta en
la oscuridad de lo privado y la noche.
Una vez liberado, aunque sea parcialmente, del imperio
de los sentidos, el hombre experimentó las reglas que él mis­
mo había creado como un nuevo límite y deseó a la Natura­
leza, antes temida y repudiada. De esta manera, nació el ero­
tismo o sexualidad negada. En él, un hombre transgresor que
encama la animalidad sagrada o sed de infinito y consecuente
negación de todos los límites, se rebela contra un orden
“matriarcal”, inautèntico y anti-sexual.
Bataille también coincide con los pesimistas en el con­
cepto de la Vida como ciego poder de destrucción y regene­
ración pero, mientras que con éstos asistíamos al rechazo ho­
rrorizado, hay en el pensador francés una aceptación nietzs­
cheana desafiante y una continuidad de la tradición libertina.
Si el pesimismo elegía la Nada, Bataille se decide por la
transgresión en la que el sujeto se acepta como devenir pero
rechaza la inscripción en la serie genealógica.
El reconocimiento de la Vida como vértigo aniquilador
genera un intento de identificación con ella, tal como lo dese­
ara Sade, según la lectura que del marqués hiciera Maurice
Blanchot. Para Bataille, la literatura y la relación hetero­
sexual son versiones cotidianas, accesibles a todos, de los crí­
menes sadianos por los que el sujeto se afirmaba como so­
berano.
Con el erotismo asimilado a un sacrificio ritual en el que
el sacrificador es el varón (naturalmente sádico) y la mujer
(naturalmente masoquista) es la víctima, se cumpliría el obje­
tivo más profundo del deseo: la destrucción de su objeto, la
abolición del ser-otro que constituye su límite.
El erotismo es elevado a la categoría de realización del
sueño filosófico de la unidad de sujeto y objeto, imposible de
alcanzar en el plano del logos. Por el erotismo, el hombre al­
canzaría una vivencia que ha desaparecido en la sociedad
burguesa desacralizada en donde toda experiencia es reducida
a cadenas causales, según el mecanismo propio de la razón
instrumental.
En el erotismo o sexualidad transgresora, se consumiría
la “parte maldita”. La liberación de la energía que tiende a la
destrucción eliminaría, así, el peligro siempre latente de las
guerras. Según Bataille, la paz sólo será garantizada por un
mayor equilibrio en los niveles de vida de los hombres y una
menor disparidad en el acceso a la soberanía a través de la
experiencia erótica por parte de los varones.
El espacio de los iguales, inaugurado por la revolución
que derrocó a la monarquía por derecho divino para instaurar
el derecho basado en el contrato, conserva, así, la posibilidad
para cada varón de experimentar el ser soberano en la “petite
mort” del éxtasis sexual.
La relación heterosexual aparece como el último y pre­
cioso vestigio de la relación del señor y el siervo en la que el
primero puede experimentar y ver reconocida su soberanía.
Es experiencia cósmica también, en la medida en que revela
el Ser como poder, experiencia posible en el marco de una so­
ciedad democrática en tanto no desaparezcan ni la oposición
genérica ni el objeto erótico simbólico que, para Bataille, es
la prostituta o esencia de lo femenino.
Esta teoría del erotismo transgresivo resume y da aires de
modernidad a la vieja concepción patriarcal de la sexualidad,
originada probablemente en primitivas conductas de monta
agresiva, filogenéticamente determinadas, hoy observables en
los primates. Planteamos la hipótesis de que este significado
haya llegado hasta nosotros a través de la cultura que, como
para muchas otras conductas, suplantó la determinación gené­
tica asegurando las mismas funciones.
La difusión de la teoría del erotismo transgresivo a través
del arte y la entusiasta aceptación acrítica que recibió por
parte de intelectuales que se querían a sí mismos progresistas
pueden explicarse por su adecuación a las relaciones vigentes
entre los sexos y por su exaltación del vínculo intragenérico
masculino en un período que Celia Amorós calificó de “crisis
de legitimación patriarcal”.
Hemos afirmado que los tres momentos del discurso so­
bre la sexualidad que distinguimos coexisten y suelen imbri­
carse unos en otros en la conciencia contemporánea.
Más allá de las elaboraciones organizadas y sistemáticas
del filósofo, los fragmentos de discurso se confunden y con­
viven a pesar de las contradicciones que los separan.
Por si fuera necesario, repitamos una vez más, con el
Foucault de La volonté de savoir, que la sexualidad es una
construcción. En ningún caso se trata de un dato inmediato,
de una instancia originaria fundante.
Por otro lado, el mito que la interpreta es, como ya seña­
laran Adorno y Horkheimer respecto a todo mito, un bal­
buceo de la razón dominadora y no una alternativa a esta últi­
ma. El mito ya es la razón misma que, por medio de símbolos
y relatos, intenta clasificar y ordenar la naturaleza para con­
trolarla.
Hemos insistido en la reificación de los conceptos de gé-
nero-sexo con que se opera en los tres momentos del discurso
contemporáneo sobre la sexualidad analizados. Este fenó­
meno de reificación de los géneros implica, inevitablemente,
la correlativa reificación de la sexualidad. El impacto del fe­
minismo, tanto en las ciencias como en la sociedad, entraña
necesariamente la revisión y superación de la dialéctica de la
sexualidad que hemos puesto de manifiesto.
Podemos afirmar con el último Foucault que se suele lla­
mar “sexualidad” a un complejo resultado de infinitas media­
ciones y complejas relaciones de poder. La sexualidad no nos
otorga ya la clave de nuestro ser ni es revelación ontològica
privilegiada. Pero más allá de Foucault, vemos un movi­
miento dialéctico del discurso filosófico sobre la sexualidad
que responde en gran medida a la dinámica conflictiva de las
relaciones entre los sexos. El tema en el que la Filosofía
muestra con mayor claridad su sesgo patriarcal es el de la
sexualidad. Que ésta se convirtiera en un punto central de las
discusiones contemporáneas no puede ser un fenómeno ajeno
a la crisis del secular paradigma de dominación masculina.
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L La sexualidad como astucia del Inconsciente

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El mundo como Voluntad y representación, (sin complementos)
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de Leopoldo Eulogio Palacios, Gredos, 1989.
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1989.
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El prólogo de esta obra fue editado en español en 1968 en
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III. La sexualidad como transgresión soberana


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índice
Prólogo................................................................................. v ii

Introducción ..................................................................... 1

Capítulo I: L a s e x u a l id a d c o m o c lav e o n t o l ò g ic a ................. 5

Capítulo II: L a m e d ia d o r a ....................................................................... 61

Capítulo III: U n r o m a n t ic ism o psic o a n a l ít ic o ................................ 101

Capítulo IV: E r o s o e l po d e r d e l a s s o m b r a s ............................. 131

Capítulo V: U n a g n o s e o l o g ìa y u n a é tic a d e l a t r a n s g r e s ió n 165

Tres momentos de un discurso .......................................... 199


Bibliografía ...................................................................... 213
K-KK lu |M'i>|MTtivu con»tru cti\i»ta fo u c a u ltia iia , «*»ta

D o lirà «•vainilla lo» p rin cip a le s iiv u tu ro «le lu coti-


cep tu alizaciim «!«• la »rxu alid ud «‘il lu fil«i»ofïa ro n -
l«‘ iii|Mirùn<-H y «il re la ció n ro n lu lan in entaila rrini« «le lu rn-
xôii. l’ e ro ou eitfo«pic in clu ye una diinen»H>u ausen te en
F o u c a u lt: el análi»i» «le g é n ero p ro ve n ien te «le la filoHofia fe ­
m inista.
Kl recorri«lo p arte «lei |M-aimi»mo (le S c h o p e n h a u e r y
K. Voti lla rtu iu n n . m om ento p a rticu la rm m o en q iir la soxua-
liilml h ace nu en trad a triu nfal en el rani|>o «ie la F ilo so fía al
c o n v e rtirle en ca te g o ría fiiii«lunieulal «le la M e t a llic a con la
uocitHi ile IniMiiiM'iente. I.a miniiiu «lináiuica «le la h istoria
«leí |M -u»iuiii«'iilo co n d u ce a un »einuido hito rim daiiieu tal: la
re c o n c ilia c ió n co n lu Vidu y el w x o q u e , con Niet/.M-h«-, el
su rre a lism o y R p ira » co m o VI, R e ich y II. Mar«*li»«*, «h**«1!!!-
Imm-h en el pensnniionlo co n te stata rio «leí m ayo fran cé» .
F in alm en te, el r«mcept«> «le erotúwn«» d e C eorfje» B a ta ille ,
»11 h oin h re tran»|trc»«»r «|uc e n c a rn a la an im alid ad »aeratili o
»e«l «le iiin n ito. mui exam in u do* en «u> relacio u ei, con el
inur«|ue» d e S a d e y en »u »¡('nificacMtn en tan to p ro y e c to |M>-
lítico del p a tria rc a d o iiKMlerno.
( i o n io h a s e ñ a l a d o C e lia \m o r« í* a p ro p « t» ilo d e e s t e li­
b r o . " l a rec« » n stru cci« > n «le la h íp ic a p a t r i a r c a l «le lo» tr e »
m o m e n to » e» d e u n a o r i g i n a l i d a d iu i|ic c a l> lf y n o » r e n t it u v e
e n »u o r i f a n ii 'id u d . »i »«■ « ju ie re e l d e s p ü e jju « ’ « liucr«»nico — o ,
••i »«■ p riT ie r« -. la ¡u te lifrih ilid a d s i n c r ó n i c a — d e e » te c o n s -
p e c t o c u y o » “ ligam en t« » » n a t u r a l e s " — c o m o la» c o y u n tu r a «
«leí a v e «pie t r i n c h a e l h u e n c o c i n e r o d e l F p t i m — r e m i t e n u
la m a t r i z » a d ia n a ( a n t i- g e n e a lo f ti» n io m i l i t a n t e . Iihera«*i«>u
c a t ú r t i c u . tran»>tr«-«ioii s o b e ra n a )* * .

E d ic io n e s C á t e d r a
IJiiiverwital ile V alencia
I n s titu to d e la M u je r

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