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SAPO VERDE

Humberto estaba muy triste entre los yuyos del charco. Ni ganas de saltar tenía. Y
es que le había contado que las mariposas de Jazmín de Enfrente andaban diciendo
que él era un sapo feucho, feísimo y refeo.

-Feucho puede ser – dijo, mirándose en el agua oscura -, pero tanto como refeo... para
mí que exageran... Los ojos un poquito saltones, eso sí. La piel un poco gruesa, eso
también. Pero ¡qué sonrisa!

Y después de mirarse un rato le comentó a una mosca curiosa pero prudente que
andaba dándole vueltas sin acercarse demasiado:

-Lo que a mí me falta son colores. ¿No te parece? Verde, verde, todo verde. Porque,
pensándolo bien, si tuviese colores sería igualito, igualito a las mariposas.

La mosca por las dudas, no hizo ningún comentario.

Y Humberto se puso la boina y salió corriendo a buscar colores al almacén Los


Bichos.

Timoteo, uno de los ratones más atentos que se vieron nunca, lo recibió, como
siempre, con muchas palabras:

- ¿Qué lo trae por aquí, Humberto? ¿Anda buscando fosforitos para cantar de noche?
A propósito, tengo una boina a cuadros que le va a venir de perlas.

-Nada de eso, Timoteo. Ando necesitando colores.

- ¿Piensa usted pintar la casa?

-Usted ni se imagina, Timoteo, ni se imagina.

Y Humberto se llevó el azul, el amarillo, el colorado, el fucsia y el anaranjado. El


verde no, porque ¿para qué puede querer más verde un sapo verde?

En cuanto llegó al charco se sacó la boina, se preparó un pincel con pastos secos y
empezó: una pata azul, la otra anaranjada, una mancha amarilla en la cabeza, una
estrellita colorada en el lomo, el buche fucsia. Cada tanto se echaba una ojeadita en el
espejo del charco.

Cuando terminó tenía más colorinches que la más pintona de las mariposas. Y
entonces sí que se puso contento el sapo Humberto: no le quedaba ni un cachito de
verde. ¡Igualito a las mariposas!

Tan alegre estaba y tanto saltó que las mariposas del Jazmín lo vieron y se vinieron
en bandada para el charco.

-Más que feo. ¿Refeísimo? – dijo una de pintitas azules, tapándose los ojos con las
patas.

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- ¡Feón! ¡Contrafeo al resto! – terminó otra, sacudiéndose las antenas con las
carcajadas.

-Además de sapo, y feo, mal vestido – dijo una de negro, muy elegante.

-Lo único que falta es que quiera volar – se burló otra desde el aire.

¡Pobre Humberto! Y él que estaba tan contento con su corbatita fucsia. Tanta
vergüenza sintió que se tiró al charco para esconderse, y se quedó un rato largo en el
fondo, mirando como el agua le borraba los colores.

Cuando salió todo verde, como siempre, todavía estaban las mariposas riéndose como
locas.

- ¡Sapo verde! ¡Sa-po verde!

La que se le paraba en la cabeza le hacía cosquillas con las patas.

Pero en eso pasó un calandria, una calandria lindísima, linda con ganas, tan
requetelinda, que las mariposas se callaron para mirarla revolotear entre los yuyos.

Al ver el charco bajó para tomar un poco de agua y peinarse las plumas con el pico, y
lo vio a Humberto en la orilla, verde, tristón y solo. Entonces dio en voz bien alta:

- ¡Qué sapo tan buen mozo! ¡Y que bien le siente el verde!

Humberto le dio las gracias con su sonrisa gigante de sapo y las mariposas del
Jazmín perdieron los colores de pura vergüenza, y así anduvieron, caiduchas y
transparentes, todo el verano.

De Graciela Montes

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PATITO COLETÓN
Una vez había una pata que tenía seis patitos.

-Cua cua cua... vayamos al arroyo, hijitos.

-Cua cua cua... sí mamita – decían los patitos y se iban detrás de ella todos en hilera.

Había un patito que siempre se quedaba atrás. Se llamaba Coletón.

-Coletón – le decía la mamá – no seas distraído. El día menos pensado te vas a perder,
cua cua cua...

-Bueno mamá – le decía Coletón.

Un día iban a la laguna: la mamá adelante – cua cua cua -, y detrás los patitos.

El último era patito Coletón. Se quedó mirando unas flores y cuando alzó la
cabeza... ¡estaba solo!

-Cua cua cua... ¿dónde está mi mamá? ¡Yo tengo que encontrar a mi mamá!

En eso vio algo que se movía.

- ¡Será mi mamá! – exclamó el patito. Y salió corriendo. Se encontró con una oveja.

-Buenos días, patito, ¿qué andás haciendo?

-Estoy buscando a mi mamá.

- ¿No seré yo tu mamá?

-No, porque mi mamá tiene plumas y usted tiene lana – dijo Coletón – cua cua cua –
y siguió buscando.

Allá vio algo que se movía. Coletón, corrió y encontró una perdiz.

-Buenos días, patito, ¿qué andás haciendo?

-Estoy buscando a mi mamá.

- ¿No seré yo tu mamá?

-No, porque mi mamá tiene el pico ancho y no finito como el suyo.

Y patito Coletón siguió caminando.

- ¿Y dónde estará mi mamá?, cua cua cua...

De pronto vio algo que se movía. Patito Coletón corrió y se encontró con un conejo.

-Buenos días, patito, ¿qué andás haciendo solito?

-Estoy buscando a mi mamá.

- ¿No seré yo tu mamá? Porque yo como pastitos y semillitas.

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-No, porque usted tiene cuatro patas y mi mamá tiene dos.

Patito Coletón estaba muy cansado y tenía ganas de llorar.

En eso oyó allá a lo lejos:

- ¡Cua cua cua...!

Patito Coletón corrió, corrió, y corrió... ¡Y encontró a su mamá!

- ¿Viste patito?

-Perdón, mamita – le dijo llorando – siempre iré a tu lado, mi alita con tu alita.

Y entonces la mamá lo perdonó.

De Martha Salotti

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PAT, PIT, POT
Una vez había una coneja que tenía tres conejitos: Pat, Pit, Pot. Los tres eran
igualitos a su mamá: tenían el pelito blanco, las orejas largas, los ojos colorados y un
hociquito que siempre se movía.

Un día mamá coneja tenía que salir. Antes de irse le recomendó:

- Cuidadito con salir de la madriguera hasta que yo no vuelva.

- Si mamá – dijeron los tres conejitos.

Entonces mamá les dio un beso y se fue.

Después de un rato, Pot empezó a aburrirse. Entonces les propuso a sus hermanos:

- ¿Qué les parece si fuéramos a la huerta a comer un repollito?

-No - dijo Pit-, mamá no quiere.

-Volvemos enseguida- dijo Pat.

-Miren que el perro es muy malo- les recordó Pit.

-Bah, el perro será malo, pero nosotros somos conejitos valientes- exclamó Pot-; ¡en
marcha!

Los tres conejitos salieron de la madriguera. Pit iba último lleno de miedo.

Por fin llegaron al alambrado de la huerta.

-Busquemos el agujerito que hay debajo del alambrado, y entró en la huerta.

Antes de pasar miraron por todos lados.

-Parece que no hay nadie- dijo Pot despacito- Vamos.

Primero pasó Pot por debajo del alambrado, y entró en la huerta.

Después pasó Pat, y entró en la huerta.

-Vamos, Pit- le dijieron.

Pero Pit no pasaba. Les decía:

-Vengan chicos, volvamos a casa, yo tengo miedo.

- ¿Volver a casa sin haber comido un rico repollo? ¡Jamás! nosotros somos valientes.

Y se fueron saliendo.

En eso se oyó a lo lejos: - guau, guau, guau... ¡Era el perro!

- ¡El perro, chicos vengan! – gritaba el pobre Pit.

Cuando Pot y Pat oyeron al perro empezaron a disparar. ¡Cómo corrían!

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Pat se cayó en un charco. Pot se lastimó con un alambre, pero seguían corriendo,
corriendo...

Por allá vieron aparecer al perro con la lengua afuera- Guau, guau...

¡Por fin llegaron al agujerito del alambrado!

-Ahí vienen ahí viene- decían los pobres conejitos-, pronto Pat.

Y cuando acaba de pasar Pot, justito el perro ¡qué peligro corrieron!

Con decirles que a Pot, casi le arrancó tres pelitos de la cola.

De Martha Salotti

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DON FRESQUETE
Había una vez un señor todo de nieve.

Se llamaba Don Fresquete.

¿Este señor blanco había caído de la luna?

No.

Simplemente, lo habían fabricado los chicos, durante toda la tarde, poniendo bolita
de nieve, sobre bolita de nieve.

A las pocas horas, el montón de nieve se había convertido en Don Fresquete.

Y los chicos lo festejaron, bailando a su alrededor.

Como hacían mucho escándalo, una abuela se asomó a la puerta a ver qué pasaba.

Y los chicos estaban cantando una canción que decía:

“A la rueda de Firulete, tiene frío Don Fresquete”.

Como todo el mundo sabe, los señores de nieve suelen quedarse quietitos en su lugar.

Como no tiene piernas, no sabe caminar ni correr.

Pero parece ser que Don Fresquete resultó ser un señor de nieve muy distinto.

Muy sinvergüenza, sí señor.

A la mañana siguiente, cuando los chicos se levantaron, corrieron a la ventana para


decirle buenos días, pero...

¡Don Fresquete había desaparecido!

En el suelo, escrito con un dedo sobre la nieve, había un mensaje que decía:

“Se ha marchado Don Fresquete a volar en barrilete”.

Los chicos miraron hacia arriba y alcanzaron a ver, allá muy lejos a Don Fresquete
que volaba tan campante, prendido de la cola de un barrilete.

De repente parecía un ángel y de repente parecía una nube gorda.

¡Buen viaje, Don Fresquete!

María Elena Walsh

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A QUE SABE LA LUNA
Hacía mucho tiempo que los animales

deseaban averiguar a qué sabía la luna.

¿Sería dulce o salada?

Tan solo querían probar un pedacito.

Por las noches, miraban ansiosos hacia el cielo.

Se estiraban e intentaban cogerla,

alargando el cuello, las piernas y los brazos.

Pero todo fue en vano,

y ni el animal más grande

pudo alcanzarla.

Un buen día, la pequeña tortuga

decidió subir a la montaña más alta

para poder tocar la luna.

Desde allí arriba, la luna estaba más cerca;

pero la tortuga no podía tocarla.

Entonces, llamó al elefante.

― Si te subes a mi espalda,

tal vez lleguemos a la luna.

Esta pensó que se trataba de un juego

y, a medida que el elefante se acercaba,

ella se alejaba un poco.

Como el elefante no pudo tocar la luna,

llamó a la jirafa.

― Si te subes a mi espalda,

a lo mejor la alcanzamos.

Pero al ver a la jirafa, la luna se distancio un poco más.

La jirafa estiró y estiró el cuello cuanto pudo,

pero no sirvió de nada.

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Y llamó a la cebra.

― Si te subes a mi espalda,

es probable que nos acerquemos más a ella.

La luna empezaba a divertirse con aquel juego,

y se alejó otro poquito.

La cebra se esforzó mucho, mucho,

pero tampoco pudo tocar la luna.

Y llamó al león.

― Si te subes a mi espalda,

quizá podamos alcanzarla.

Pero cuando la luna vio al león,

volvió a subir algo más.

Tampoco esta vez lograron tocar la luna,

y llamaron al zorro.

― Verás cómo lo conseguimos

si te subes a mi espalda ― dijo el león.

Al avistar al zorro,

la luna se alejó de nuevo.

Ahora solo faltaba un poquito de nada para tocar la luna,

pero esta se desvanecía más y más.

Y el zorro llamó al mono.

― Seguro que esta vez lo logramos.

¡Anda, súbete a mi espalda!

La luna vio al mono y retrocedió.

El mono ya podría oler la luna,

pero de tocarla, ¡ni hablar!

Y llamó al ratón.

― Súbete a mi espalda y tocaremos la luna.

Esta vio al ratón y pensó:

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― Seguro que un animal tan pequeño

no podrá cogerme.

Y como empezaba a aburrirse con aquel juego,

la luna se quedó justo donde estaba.

Entonces, el ratón subió por encima

de la tortuga,

del elefante,

de la jirafa,

de la cebra,

del león,

del zorro,

del mono

y…

...de un mordisco,

arrancó un trozo pequeño de luna.

Lo saboreó complacido

y después fue dando un pedacito

al mono, al zorro, al león, a la cebra,

a la jirafa, al elefante y a la tortuga.

Y la luna le supo exactamente a aquello

que más le gustaba a cada uno.

Aquella noche, los animales durmieron muy muy juntos.

El pez, que lo había visto todo y

no entendía nada, dijo:

― ¡Vaya, vaya! Tanto esfuerzo para llegar

a esa luna que está en el cielo.

¿Acaso no verán que aquí, en el agua,

hay otra más cerca?

Michael Grejniec

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CUENTO BARBUDO

En Grandelia, ningún Grandelín lleva las barbas, así como Blas Singular: él las
tiene largas... largas... larguísimas...

Coloradas y espesas, le crecen tanto porque todos los días las pone en remojo y – otro
rato- las riega, como si en lugar de barbas fueran plantitas.

Está muy orgulloso de ellas. Y desde la última Navidad, orgullosísimo y con razón,
puesto que sus barbas le sirvieron para algo más que para sentirse bien y
compadrearse entre sus vecinos.

Se estaba realizando un campeonato de bolitas para padres, cuando se desató la


tormenta. De pronto.

Esa mañana se había presentado tan cálida y soleada que ninguno de los papás
había llevado paraguas, ni piloto, ni botas de goma, ni galochas...

Tampoco Blas Singular.

A quién se le iba a ocurrir que caería semejante relámpago, un fuerte viento


remolineaba las copas de los árboles haciendo volar todos los sombreros.

También el de Blas.

Los Grendelines que estaban reunidos en la plaza, dispararon – entonces- hacia sus
casas. Blas también y caminando para atrás – como es costumbre- pero a toda
velocidad.

El espejito retrovisor que llevaba para no chocar, tropezar o caerse se empañó a causa
de la lluvia y por eso le pasó lo le pasó: casi pisa a una pareja de zorzales que piaba
tristecito sobre las nubosas raíces de un ombú.

Por suerte, oyó los pío pi justito a tiempo de evitar el pisotón.

- ¡Menos mal ¡- pensó Blas- y con lo que le gustan los pájaros y la pena que sintió al
encontrar esos dos lastimados, decidió ayudarlos.

La tormenta aullaba como un lobo.

¡Qué desgracia! Solamente pudo ayudar a uno de los zorzales: el almita del otro
acababa de volar rumbo al cielo de los pájaros...

Blas tomó – con suma delicadeza- el pequeñísimo cuerpecito helado del que aún
estaba con vida y le susurró: - No tengas miedo zorzalito...

-Zorzala.... Soy una Zorzala.... – pió la pajarita- Estaba a punto de poner mis
huevitos cuando a nuestro nido se lo tragó el viento... y mi marido... pobrecito...

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-Aquí tendrás tu nuevo nido, señora zorzala y podrás poner tus huevitos sin ningún
peligro nuevo- le dijo Blas.

Entonces, ubicó la avecita entre sus espesas barbas y continuó la marcha atrás
rumbo a su casa.

Durante los días siguientes – los necesarios para que la pajarita empollara los huevos
que había puesto en ese nido raro y abundante- Blas guardó el secreto.

Ni siquiera a su familia le contó acerca del tesoro viviente que protegían sus barbas...

Pensaba darles una hermosa sorpresa, un regalo para Navidad que se acercaba, un
regalo que nunca entes habían recibido y que seguramente nunca volverían a recibir.

Por eso, se ocultaba para alimentar a la señora zorzal. ¡Cuántos brotecitos tiernos,
cuántas semillitas fueron a para a sus barbas!

Llegó la noche buena. La familia Singular – a pleno- se ubicó en torno al pino


adornado en el jardín: era el momento de abrir los regalos.

Precisamente en ese instante se abrieron – tríquitin tric- uno detrás de otro, los cinco
huevitos de la señora zorzal.

- ¡Tú barba gorjea, papi! –se asombraron sus hijos-.

- ¡Una barba cantarina! - exclamó la esposa, quedándose boquiabierta como los


chicos.

-Es mi regalo de Navidad –anunció Blas, mientras la pajarita y sus pichones piaban
alegremente y a más no poder.

Sólo después de un rato, Blas le contó lo sucedido a su sorprendidísima familia. Fue


cuando cinco cabecitas peladas y una bien emplumadita asomaron sus picos a través
de las barbas.

La familia tuvo –a partir de esa noche y hasta que los alados inquilinos aprendieron
a volar- la más bella cajita de música.

Gracias al buen corazón de Blas.

Y a sus barbas claro.

De Elsa Bornemann

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COLA DE FLOR
Un día de invierno, le brotó a Saverio una margarita en la punta de la cola.

Era lindísimo sentirse un perro que, en vez de terminar en perro, terminaba en flor.

- Grupi, grupi- ladró Saverio con los ojos redondos - ¿Y ahora qué hago?

Pero no tuvo mucho tiempo para pensar. Tía Sidoria lo paró sobre una carpeta con
flecos, en el aparador.

-Tururú- dijo- justo hoy vienen mis amigas a tomar el té, y no conseg uí flores para
adornar la casa.

Saverio, trabajarás de florero esta tarde.

-Grupi, grupi- rezongó el perrito. Yo me aburro aquí haciendo de florero.

- ¡Quietito, quietito, y la cola bien alta para que se vea la margarita!

Llegaron las amigas de tía Sidoria. Todas tenían sombreros llenos de plumas y
frutas y decían uia, aia, oia.

Saverio se asustó muchísimo ante tanto ruido y escondió la cola entre las patas. Pero
cuando más la estaba escondiendo, una señora vio la flor y dijo:

-Uia, aia, oia. Voy a deshojar esta margarita con me- quiere- mucho- poquito- nada,
para ver si mi novio se acuerda de mí.

Entonces Saverio dio un gran salto por la ventana, llegó hasta la estrella de dulce de
leche, miró si los platos voladores tenían sopa y después aterrizó en una esquina
celeste.

Había mucha gente apuradísima. A nadie se le ocurrió que era muy lindo ver un
perro con cola florecida, sobre todo en invierno.

Los señores y señoras querían quitar a Saverio la margarita.

Un señor novio la quería para ponérsela en el ojal.

Una señora gorda, para adornar una torta de chocolate y manteca.

Una señora flaca, para hacer té de margarita con limón.

Un domador, para hacerle chúmbale al león.

Y un verdulero, para ponérsela en la oreja y cantar “cómo te floreás, José”.

Saverio se escapaba y espiaba, desde detrás de los buzones, asustado y triste.

Hasta que empezó a llover una lluvia cantora. Con la lluvia llegó Laurita, la chica
del paraguas rojo.

- ¡Qué cosa tan linda! – le dijo al perro- ¿Qué hiciste para que te floreciera la cola?

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-No sé- dijo Saverio con un poco de vergüenza - Soy un perrito muy qué-sé-yo. Me
pasan cosas que a veces no entiendo.

-Es muy lindo tener margaritas en la cola, sobre todo en invierno.

- ¿No me querés quitar la margarita como todos los demás? – preguntó Saverio
asombradísimo.

- ¡No, no! - dijo Laurita riendo y, al reírse, la lluvia pintó la esquina de azul. ¿Vamos
a pasear?

La lluvia cantora tenía el tamaño del paraguas. Laurita y Saverio se fueron


saltando y se llevaron con ellos la lluvia y el paraguas.

Y arriba del paraguas, arriba, bien arriba de todo, se abrió otra margarita blanca y
mojada.

Laura Devetach.

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CHIRIBIN CHIN CHIN
Había una vez un rey que se llamaba don Pirulín Chiribín Chin Chin.

Un día este rey se fue en bicicleta a pasear por el bosque. Al cruzar un caminito olió
un perfume perfumado y oloroso.

- ¡Hummmm...! Este olorcito me dio un hambre terrible... - dijo el rey, y se metió por
el caminito misterioso con la bicicleta y todo.

El rey iba persiguiendo con su nariz aquel olor delicioso. Por eso dobló para este lado,
después para este otro lado, dio una vuelta para atrás, pegó tres saltitos y al fin llegó
a una panadería que era de la paloma Chiribín Chin Cheta.

Entonces vio unos pancitos dorados y calentitos, recién salidos del horno. Ahí el rey
se relamió del gusto, se puso la corona que llevaba en el bolsillo y dijo:

- ¡Yo, el rey don Pirulín, quiero un pan Chiribín Chin Chin...!

En seguida se asomó la paloma Chiribín Chin Cheta y dijo enojada:

-Mire, don Pirulín, primero se saluda, después se pide permiso y recién después puede
comprar mi pan.

Claro. El rey se dio cuenta de que se había olvidado de todo eso. Entonces hizo ¡ejem,
ejem...! saludó, pidió permiso para pasar, y con voz suave pidió un pancito si no es
mucha molestia.

Chiribín Chin Cheta contestó el saludo, dijo “pase usted”, y explicó que cada pan
costaba una moneda, ni más ni menos.

El rey don Pirulín buscó en este bolsillo y no encontró nada. Después miró en otro
bolsillo y tampoco encontró nada. En fin: este rey no tenía monedas. Ni una partida
por el medio. Ni la más mínima moneda.

Entinces don Pirulín Chribín Chin Chin se quitó la coronita, suspiró y se sentó en el
suelo. Después se puso bastante triste y ahí quedó.

- ¡Qué pena ...! – se lamentó- Mi barriguita hacía run run run de hambre.

Y la paloma panadera tuvo pena del rey. Por eso le dijo:

-Bueno, bueno, bueno. No se me ponga triste, majestad. ¡Qué es esto! Vamos, venga
para acá. Yo le voy a regalar y listo... a ver: elija el que más le guste.

El rey se puso tan pero tan contento, que dio como tres saltitos. Eligió un pan y se lo
comió sin dejar ni las miguitas. Después dijo gracias y se fue.

Pedaleó por el caminito, después dobló para este lado, dobló para el otro, dio una vuelta
para atrás, pegó tres saltitos y al fin llegó al palacio.

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Entonces fue al trono y llamó a la reina Pirulina Chiribín Chin China y a los
príncipes Chiribín Chin Chitos. Y les dijo un secreto bsss... bsss.

Al día siguiente toda la familia salió del palacio. Llevaban una maceta con una flor.
Atrás iban los soldados, el perro y el loro Agapìto.

Cuando llegaron en puntas de pie a la panadería del bosque, un soldado tocó la


corneta ¡tarará- ta- ta...!

Entonces salió la paloma y el rey le regaló la maceta y le dijo un verso:

Te regalo esta maceta

Chiribín Chin Cheta

y te regalo esta rosa

¡porque fuiste generosa!

Entonces todos se pusieron a bailar, a jugar y a saltar. Y colorín colorado, se acabó el


cuento del Chiribín.

Carlos Joaquín Durán

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EL ERIZO SORPRESA
El hermoso jardín del Señor Gubbin lucía descuidado debido a la gran cantidad de
hojas secas que el viento del otoño había soplado allí. De modo que una mañana
decidió limpiarlo. Tomó un rastrillo, una pala y un balde y empezó a recoger las
hojas. Pero... de repente... ¡qué sorpresa se llevó! Debajo de una de las montañitas de
hojas secas se había escondido un ericito, buscando seguramente un lugar para
dormir durante el invierno. Estaba enrollado, parecía una bolita de púas.

-Pobre animalito...- dijo el Señor Gubbin. Ahora no va a tener donde dormir... Veré
qué puedo hacer con él. Y envolviéndolo en su pañuelo, lo llevó hacia la casa.

- ¡Dina! ¡Dina! - el Señor Gubbin llamó a su esposa, pero ella había salido de
compras.

-Qué lástima- pensó, -Dina sabría qué hacer con este ericito que no tiene cama para
dormir durante el invierno... Bueno, hasta que ella regrese lo voy a poner adentro de
ese florero. Y el señor Gubbin tomó un jarrón vacío que estaba sobre la mesa de la
cocina y metió adentro al erizo.

Cuando la señora volvió a la casa, fue directamente hacia la cocina... y, ¿qué fue lo
primero que vio? ¡Pues al ericito, asomándose en el florero!

- ¡Oh, qué maravilla! –exclamó- ¡Alguien me ha regalado este precioso cactus! ¡Pero
qué seco que parece! ¡Lo voy a regar inmediatamente!

Enseguida el ericito sintió que le caía una ducha de agua fría.

- ¡Glub, glub! - dijo y saltó del florero.

- ¡Glub, glub! - y empezó a caminar sobre la mesa.

- ¡Socorro! ¡Socorro! - gritó la Señora Gubbin asustadísima - ¡Se me escapa el


cactus!

Al oír sus gritos, el Señor Gubbin corrió hacía la cocina.

–No es un cactus, querida- le explicó, muerto de risa. –Es un pequeño erizo que
encontré debajo de las hojas. ¡Necesita una camita, no un baño!

La Señora Gubbin fue entonces a buscar una caja de madera, le puso tierra y la llenó
de hojas secas. Después, puso al ericito adentro y lo cubrió con más hojas. Y allí lo
dejaron dormir feliz durante todo el invierno, en un rincón del galponcito del jardín.

Cuando llegó la primavera, el ericito se despertó y ayudó al Señor Gubbin en el


cuidado del jardín, comiéndose las babosas y otros bichos que podían arruinar las
plantas. De vez en cuando, iba a la cocina, porque la Señora Gubbin le daba leche y
pan. Y allí, sobre la mesa, lucía un hermoso cactus lleno de púas como él, un cactus
que el Señor Gubbin le había regalado a su esposa para el día de su cumpleaños.

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EL GARBANZO PELIGROSO
Un día un garbanzo peligroso se cauó debajo de la cama. Hizo Kek, y despertó a la
pulga, que vivía sobre el gato.

La pulga hizo bu, y despertó al gato que se colgó de la soga de la cama.

La campana hizo clim clom, y despertó a las palomas azules.

Las palomas hicieron rucucú y despertaron a las gallinas.

Las gallinas hicieron cloquis, y despertaron a tía Sidona para que les diera de comer
maíz.

Tía Sidona hizo muaaa y despertó al ratón que duerme en su zapato.

El ratón tropezó con el garbanzo peligroso, que seguramente estaba por explotar como
una bomba.

La pulga del gato, el gato, las palomas, las gallinas, y tía Sidona, salieron corriendo
de la casa y se sentaron en la vereda de enfrente, a esperar que el garbanzo peligroso
hiciera BUMM.

Pero el garbanzo se había dormido debajo de la cama, con un sueño chiquito y


redondo. Como tía Sidona estaba cansada de esperar, tapándose los oídos, tomó una
jaula y una escoba y valientemente fue a cazar al garbanzo peligrosos.

Y lo cazó. Y lo encerró en la jaula.

Un garbanzo peligroso debe ser encerrado dijo el gato.

Cavó apuradísimo un pocito, y allí fue a parar el garbanzo.

Las gallinas taparon el pozo con las patas, y las palomas con el pico.

Pero entonces, el garbanzo peligroso empezó a cantar, como cantan los garbanzos
cuando están bajo tierra.

Y cantando, se puso a brotar y a crecer.

Llenó el patio de hojitas, de ramas que parecían serpentinas, de flores y de vainas


llenas de garbanzos peligrosos, redondos, redondos, que ahora sirven a los chicos
para contar en la escuela y para jugar a las bolitas.

Laura Devetach

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EL GRILLITO PERDIDO
Había una vez un grillito que llegó a la puerta de un hormiguero, muerto de hambre
y con la guitarrita rota.

Las hormigas entraban y salían, sin decirle nada, ni bueno ni malo, al grillito.
Hasta que llegó la tarde, entraron todas en su casita y cerraron la puerta.

- ¡Tan, tan, tan! - llamó el grillito en la puerta.

- ¿Quién es? - preguntó la portera.

-Un grillito perdido, que pide pan para su barriguita y cuerda para su guitarrita.

- ¡Al que pide se lo despide! - dijo la portera y cerró la puerta.

Ssssshhhvv, pasó volando el viento y dejó en medio una gran nube oscura.

- ¡Tan, tan, tan!

- ¿Quién es? - preguntó la portera.

-Un grillito perdido, que pide pan para su barriguita y cuerda para su guitarrita.

- ¡Al que pide se lo despide! ¡Y tras! cerró la puerta.

Tin, tin, tintintiin, tin... empezaron a caer gotitas de agua.

- ¡Tan, tan, tan!

- ¿Quién es? ...-contestó una voz muy suave de una hormiguita que estaba cuidando
la puerta mientras la portera comía.

-Un grillito perdido, que pide pan para su barriguita y cuerda para su guitarrita.

La hormiguita le abrió la puerta y cuando lo vio mojado y tan cansado, lo hizo pasar.

-Camina derechito y no hagas ruido -le dijo- a los siete pasos parate, dobla a la
derecha y acuéstate a dormir.

El grillito caminó uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete pasos, dobló a la derecha, vio
un montoncito de paja amarilla, y como estaba muy cansado, se acostó y se durmió.

A la mañana siguiente, la hormiguita lo despertó y le preguntó:

-Grillito ¿qué quieres?

-Pan para la barriguita y cuerda para mi guitarrita.

La hormiga se fue y volvió enseguida con una miga de pan y una hebra muy fina.

El grillito comió, arregló su guitarrita, y luego en agradecimiento, tocó y cantó muy


hermosas canciones, casi todas trataban cosas del río.

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- ¡Grillito, qué canciones tan lindas!, ¿por qué no te quedas a vivir conmigo? - le dijo
la hormiguita. Y el grillo se quedó. Así pasaron los días muy felices hasta que llegó
el verano y la hormiguita tuvo que salir a trabajar.

-Por favor, grillito, no armes ruido ni te muevas hasta que yo vuelva- le dijo la
hormiguita antes de salir.

El grillito se quedó todo lo quieto que pudo, pero después pasó un rato, el grillito no
aguantó más –Si no canto me muero- se dijo a sí mismo, y empezó a cantar muy,
muy bajito. Cri, cri, cricri, cri, cricri...

Justo en ese momento estaba la reina inspeccionando el hormiguero acompañada de


dos hormigas guardianas, que son unas hormigas negras, con una mandíbula muy
fuerte. Aunque el grillito cantaba despacito la reina lo oyó.

- ¡Trast, trast

navaja, navaja,

¿quién en mi casa

canta y no trabaja?!

La reina dio media vuelta, caminó los siete pasos, dobló a la derecha y lo encontró.

Sin más ni más, las hormigas guardianas lo tomaron por las alas y ¡zas!, fuera del
hormiguero.

Cuando volvió la hormiguita del trabajo y vio que no estaba su grillito, lloró mucho.
Claro que mientras lloraba, iba pensandoo...

Esperó que se hiciera bien de noche, arregló todas sus cosas y salió sin hacerse notar.
Caminó y caminó y ya en el medio del campo, empezó a llamarlo: “grillito...grillito,
grillito...”

Atravesó bosques y montañas, y cuando ya le dolían todas las patitas, escuchó: “Cri,
cri, cricri, cri...”

Enseguida le reconoció la voz a su grillito y corrió hasta que lo encontró. Se dieron


un abrazo enorme.

El grillito se dio cuenta de lo cansada que estaba su hormiguita y de inmediato le


hizo una hamaca con un yuyito, sacó la guitarrita y empezó a cantar aquellas
canciones tan hermosas, sobre todo las que trataban del río...

Desde entonces, andan por los campos trotando muy felices, la hormiguita y el
grillito.

20
EL HOMBRECITO VERDE
Era una casita verde, con ventanas verdes y verdes chimeneas. La casita estaba en el
medio del bosque verde de un país verde, en un planeta verde.

Se hamacaba en un sillón con verde balanceo y le burbujeaban los ojos verdes, de


verdes ganas de saber el final de la historia que contaba su libro verde.

Estaba verde de contento porque se había asegurado que nadie, nadie, vendría a
interrumpir ese momento verde.

Sólo se oía el ruido verde del fuego que ponía dulces las ventanas verdes de la casa.

El tiempo pasaba verde, verde, verdemente.

De pronto sonaron en la puerta tres golpes verdes.

- ¿Quién es? –preguntó con verde asombro el hombrecito. - ¿Quién llama hoy a mi
puerta verde? - respondió un silencio verde.

El hombrecito cerró su libro verde, caminó sobre su alfombra verde, y con verde
intriga abrió de un golpe la puerta verde de su casa verde.

Ante él estaba el hombrecito rojo, que parpadeó rojamente confuso. Con sonrisa roja y
rojos pasitos para atrás dijo:

-Disculpe, señor, creo que me equivoqué de cuento.

Laura Devetach

21
EL LEÓN FORTUNATO Y SUS AMIGOS
El león Fortunato era amigo de todos los animalitos de la selva. Una mañana
Fortunato oyó decir que al león lo llamaban “El rey de la selva”.

- ¡Madre mía! ...- dijo Fortunato- ¡así que soy un rey y yo no sabía nada de nada!...

Enseguida se fabricó una coronita redonda, redonda y empezó a caminar dándose


mucha importancia.

Entonces apareció el mono Pepo que le dijo:

- ¡Hola Fortunato! ¿Qué tal si jugamos una mancha venenosa?

Pero el león Fortunato contestó con voz de persona importante:

- ¡Un momento, mono Pepo! Antes de hablarme tenés que hacer una reverencia.

Como el mono Pepo no sabía hacer reverencia, ahí nomás hizo pito catalán a
Fortunato, dos morisquetas y como tres burlas. Después salió chillando, corriendo y
riéndose como un condenado.

Claro, esto no le gustó al león, y ya estaba por empezar a correr a Pepo, cuando se
acordó de la coronita redonda, redonda.

- A ver si se me cae la corona...- dijo Fortunato, y se quedó quietito, así de duro.

Al rato apareció el hipopótamo Pimpotón. El hipopótamo le dijo:

-Hola Fortunato... ¿Qué tal si jugamos al oficio mudo? ¿Dale?

Pero el león Fortunato contestó con voz de persona importante:

- ¡Un momento, señor Pimpotón! Antes de hablarme, tiene que hacerme la reverencia.
Si no, no vale.

Pero el hipopótamo Pimpotón no sabía hacer ni una reverencia, así que se fue a jugar
con el mono Pepo.

Esa mañana, el león Fortunato se aburrió completamente. Mientras estaba muy


durito con su corona redonda, redonda, veía cómo jugaban sus amigos.

Por eso cuando llegó la tarde, Fortunato llamó a todos diciendo:

- ¡Chicos...! ¡Vengan...! ¡Acabo de inventar un juego...! -

Los animalitos rodearon al león.

- ¿Qué juego? - preguntaron.

-Van a ver... –explicó Fortunato- Pepo hará de príncipe. Pimpotón va a hacer de conde.
La lechuza Pola será una marquesa y el loro Polidoro hará de marqués ¿les gusta?

- ¡Sí...! ¡Qué lindo...! - dijeron todos.

22
- ¿Y qué tenemos que hacer?

El león Fortunato explicó:

-No tienen que hacer nada. Se me quedan ahí quietitos y listo. Sin moverse, ¿eh?

Nada de moverse ni reírse. Listos... ¡ya!

Los animalitos se quedaron quietitos y mudos.

Parecían estatuitas. El león los vigilaba muy serio. Pero al rato se empezaron a
aburrir.

Quisieron jugar a algo distinto, para moverse, correr y saltar. Pero apenitas se
movían Fortunato los miraba enojadísimo y les decía:

- ¡Epa...! ¡Cuidadito!

Y así estaban todos, cuando se oyó la voz de la mamá de Fortunato:

-Nene...a tomar la leche...

Entonces Fortunato se volvió para contestar.

Los animalitos aprovecharon y se movieron.

Pero Fortunato se volvió otra vez y les dijo:

- ¡Epa...! ¡Los vi!

Cuando el león Fortunato se dio vuelta para contestar a la mamá leona, los
animalitos dieron otra vez un saltito. Fortunato los veía y los animalitos volvían a
ponerse duros y quietitos.

Y al fin se armó un juego.

Fortunato miraba para otro lado. Los animalitos daban unos saltitos. Fortunato los
miraba. Los animalitos se quedaban duros, aguantándose la risa.

- ¡Viva...! –gritaron todos- ¡Acabamos de inventar el juego de león Fortunato...!

El rey de la selva colgó su coronita redonda, redonda de una rama. No quiso ser más
rey y prefirió ser amigo de sus amigos y listo.

Y colorín, colorado y jugaron al juego inventado.

Carlos Joaquín Durán

23
EL VENDEDOR DE GORRAS
Había una vez... un vendedor de gorras que se llamaba Don Gorrín. Este vendedor
era diferente a los otros. No tenía una valija, ni una casa con vidriera. Don Gorrín
llevaba sus gorras... ¡sobre la cabeza! Primero se ponía una gorra blanca y negra,
llena de cuadritos, encima de ésta apilaba las gorras azules, las gorras amarillas, las
gorras rojas y las gorras verdes. Y así caminaba por un pueblo, diciendo:

- ¡Gorras, gorras! ¡A veinte pesos cada una! ¿Quién compra gorras?

Un mediodía muy caluroso, el vendedor se sintió cansado y triste porque después de


mucho caminar no había vendido nada. Entonces abandonó el pueblo en donde nadie
necesitaba sus gorras y caminó y caminó, hasta que llegó al campo. Allí encontró
un árbol de tronco grueso y sombra fresca. Se sentó, se aseguró de que la pila de
gorras estuviese derechita sobre su cabeza y, apoyando su espalda en el tronco del
árbol, se quedó dormido.

Un rato después se despertó sintiéndose mucho mejor y dijo:

- ¡Mmmm! ¡Qué linda siesta me dor...!

¡Pero no pudo terminar porque cuando levantó los brazos para desperezarse...! ¡las
gorras habían desaparecido! ¡Sólo le quedaba una! ¡Sólo su gorra de cuadritos!

Se levantó de un salto y empezó a buscarlas, pero no aparecían: ni adelante, ni atrás,


ni a un lado, ni al otro... Ni una gorra azul, ni una amarilla, ni una roja, ni una
verde...

Fue entonces cuando escuchó un ruidito. ¡Miró hacia arriba... y allí estaban sus
gorras! ¡Las tenían puestas los monos!

- ¡Devuélvanme mis gorras! –gritó Don Gorrín, sacudiendo sus brazos. Los monos
hicieron bailar su brazo y le contestaron: “¡i, i, i!”

- ¡Me oyen, monos! ¡Devuélvanme mis gorras! –gritó Don Gorrín, agitando sus dos
brazos. Los monos sacudieron sus brazos, pero no le devolvieron sus gorras;
solamente le dijeron: “¡i, i, i!”. Y siguieron bailando sobre las ramas del árbol.

Enojado, Don Gorrín dio una patada en el suelo y exclamó:

- ¡No me hagan burla, monos! ¡Dije que quiero mis gorras!

Todos los monos dieron una patada sobre las ramas y muy divertidos le dijeron: “¡i,
i, i!”.

- ¿Es que no piensan darme mis gorras? –gritó Don Gorrín, saltando de rabia. Los
monos, saltando también, le cantaron: “¡i, i, i!”

Don Gorrín, desesperado, se sacó su gorra de cuadros y la tiró al suelo diciendo:

¡Aquí tienen otra más!

24
Y ya se iba cuando vio que los monos, los muy copiones, se sacaban las gorras y las
tiraban al suelo...

¡Todas las gorras quedaron desparramadas!

Entonces Don Gorrín se apuró a levantarlas, antes de que los monos bajaran del
árbol. Puso en su cabeza la gorra a cuadritos, encima de esta las gorras azules,
después las amarillas, después las rojas y al final las verdes.

Y muy contento se puso a caminar hacia el pueblo diciendo:

- ¡Gorras, gorras! ¡A veinte pesos cada una!... ¿Quién compra gorras...?

Marta Salotti

25
HISTORIA CON DIBUJO
Había una vez un chico que se llamaba Pololo. Como tenía papel y lápiz, dijo: “Voy a
dibujar un monigote”.

Hizo un redondel grande para el cuerpo, un redondel más chico para la cabeza, dos
brazos, dos piernas, dos ojos y dos orejas. Estaba saliendo muy bien, Pololo dijo al
dibujo: “Vos te vas a llamar Minguito”. Pero cuando estaba por dibujar lo que le
faltaba, oyó la voz de su mamá: “Pololo...a almorzar...”.

Como Pololo era bastante obediente, dejó el lápiz y fue a lavarse las manos. Entonces
Minguito aprovechó que estaba a solas, y despegándose del papel fue en puntitas de
pie hasta la ventana...y escapó. Como lo oyen...

Cuando llegó a la esquina, Minguito se encontró con un gato que se llamaba Felipe
el Precioso. Al ver a Minguito, el gato maulló diciendo: “¡Miau... qué pena...un dibujo
sin melena...!

Al oír esto, Minguito se tocó la cabeza. Cierto, Pololo no le había dibujado melena.
Entonces corrió: “TIC, TIC, TIC...”, entró por la ventana, se acostó sobre el papel, y
estirando la mano se dibujó un montón de rulos. Después Minguito volvió a
escaparse. Con su melena nueva caminó muy campante por la vereda. Al pasar por la
florería, oyó decir a una rosa: “! ¡Qué pena más penosa...! Si tuvieras nariz, olerías
perfume de rosa...”.

Minguito se tocó la cara. Cierto, Pololo no le había dibujado una nariz. Entonces
corrió: “TIC, TIC, TIC...”, entró por la ventana, se acostó sobre el papel, y estirando la
mano tomó el lápiz y se dibujó una nariz hermosa.

Después Minguito volvió a escaparse. Con su nariz flamante llegó hasta la escuela.
Cuando entró vió a los chicos del jardín que estaban sentados. Entonces vio una silla
desocupada y se sentó.

En ese momento, una nena vio a Minguito y le dijo: “Hola, lindo... ¿Cómo te
llamás?”. Pero Minguito no pudo decir ni mu. Hizo fuerzas y más fuerzas. Pero no
pudo decir su nombre. Entonces se tocó la cara y vio lo que pasaba. ¡Le faltaba la
boca...! Ahí nomás corrió y corrió “TIC, TIC, TIC...”, entró por la ventana, se acostó
sobre el papel, y estirando la mano estaba por tomar el lápiz...cuando: ¡Trácate! Llegó
Poloolo. Había terminado de almorzar.

Pololo tomó el papel donde estaba Minguito. Lo dobló, lo metió en su bolsita, se puso el
delantal, le dio un beso a su abuela y salió dando saltitos de la mano de su mamá
rumbo a la escuela.

Pololo entró en la salita de jardín de infantes. Se sentó en su sillita, desdobló el


papel, y con su lápiz le dibujó la boca a Minguito. Entonces fue a mostrarle su
trabajo a la maestra. Cuando ella lo vio, dijo: “! ¡Ah...! ¡Qué maravilla! ¿Cómo se
llama?”.

26
Pololo iba a decir el nombre del monigote; cuando se oyó una voz finita...finita...:

“! ¡Me llamo Minguito!”.

Desde ese día el dibujo de Pololo está adornando la pared del jardín de infantes. Pero
Minguito aprovecha cuando los chicos se van, para salir a correr y a conocer el
mundo.

Si ustedes lo llegan a ver por ahí, llámenlo. Van a ver que viene.

Carlos Joaquín Durán.

27
28
MANDARINA
Una mandarina
llamada Corina
en un mediodía
después de comer
llamó a su madrina
y le dijo:
“Estoy aburrida
de ser mandarina...
¡Quiero ser naranja!
y saltó una zanja
manchándose
todo, todo, todo
su traje con lodo.
Al verse tan negra
se puso a llorar...
y con un cuchillo
(con el filo
y con brillo)
su cáscara sucia
empezó a cortar.
Su traje embarrado
quedó destrozado...
Al oír que lloraba
la pobre Corina,
corriendo,
corriendo,
vino la madrina.
Y se quedó muda
al verla desnuda. Elsa Bornemann

29
LA MUÑECA
Tengo una muñeca
vestida de azul
con su camisita
y su canesú.

La saqué a pasear,
y se me resfrió,
la metí en la cama
con mucho dolor.

Esta mañanita
me dijo el doctor
que le dé jarabe
con un tenedor.

2 y 2 son 4,
4 y 2 son 6,
6 y 2 son 8,
y 8, 16
8-24,
y 8-32,
ya verás muñeca,
si te curo yo.

Anónimo.

30
CÚENTAME UN CUENTO
Ha llegado el momento
de contarte un cuento
si no cierras la puerta
me lo roba el viento.

Érase que se era


el invierno afuera,
los conejos dormían
en la conejera.

Las violetas pintaban


cuadros en el suelo,
como manchas de tinta
sobre un pañuelo.

Las hormigas tenían


lleno el monedero
de granitos de oro
y hojas de ciruelo.

Por el cielo paseaban


las nubes veleras
y las lauchas estaban
en la ratonera.

Eran breves los días


y el sol perezoso
y en su cama de hielo
bostezaba un oso.

31
Cuéntame un cuento
que yo lo escucho.
largo como el invierno
que dure mucho.

Pipo Pescador

EL COMILÓN
Antón, el gordinflón,
Come huevos con jamón
Come pan y mantequilla,
Pastelitos y croquetas;
Come dulce y galletas;
Come cordero y lechón,
Come sandía y melón,
Antón, comilón
¡Por eso es tan gordinflón!

32
LUNA DE VERANO
Luna de verano,
redonda, redonda,
detrás de las talas
la luna se asoma.

Por el cielo sube


y en la noche sola
la luna se ríe
blanca y luminosa.

Una liebre salta


por entre las frondas
y llena de luna
el camino toma.

La libre noche
galopa, galopa
los arboles huyen,
negros en la sombra.

En una colina
se hace la boda
mientras llega a saltos
la liebre rabona.

Luna de verano
regalos de bodas,
sobre el prado bailan
las liebres, la ronda.

33
¡Bro, bro, bro! Un trueno
suena entre las sombras,
y todos escapan,
todos menos ella,
la luna, lunita redonda.

Fermín Estrella Gutiérrez

34
LLUEVE
-Nublado... nublado...
¿A dónde está el sol?
Tapado... tapado...
detrás del telón.

- ¡Teru! ¡teru!... un tero


saluda y se va.
-Señor aguacero,
ya puede empezar.

-Las ranas contentas


tocan el tambor
y el sapo contesta:
- ¡¿Ranas?!... chaparrón.

María Edith Quiroga

35
LLORA LA REGADERA
¡Oh! ¡Llora la regadera!
No quiere ser jardinera...

Kilos de lágrimas tira


hacia la tierra que mira.

Y las plantas enojadas


con sus chinelas mojadas.

le gritan: - “¡No llores más


y vete a dormir en paz!”

se traga quince sedantes


pero aún no es bastante

Llora tanto pobrecita,


que ahoga a una margarita.

En su nariz amarilla
el agua brilla que brilla...

y en vez de una margarita


parece una mar.…chiquita.

Elsa l. Bornemann.

36
¿TE OCURRIÓ?
Se quedó dormido
mi libro de cuentos
y ocurrió un desastre
en sólo un momento.

Se escaparon todos:
los siete enanitos,
el lobo, la abuela
y los tres chanchitos.

Aladino dijo:
- ¡Me escapé sin ropa!
Le alcanzó un zapato
el gato con botas.

El pájaro azul
y el patito feo
se escondieron juntos
detrás de un sombrero.

¿Saben lo que hice


cuando me enteré?
me quedé tranquila,
sentada y pensé.

Me metí en el libro
y la vi tan solita,
que charlé un buen rato
con Caperucita. Edith Mabel Russo

37
EL SAPITO GLO, GLO, GLO
Nadie sabe dónde vive.
Nadie en la casa lo vio.
Pero todos escuchamos
al sapito: glo, glo, glo.

¿Vivirá en la chimenea?
¿Dónde diablo se escondió?
¿Dónde canta cuando llueve
el sapito: Glo... Glo... Glo...?

¿Vive acaso en la azotea?


¿Se ha metido en un rincón?
¿Está debajo de la cama?
¿Vive oculto en una flor?

Nadie sabe dónde vive,


Nadie en la casa lo vio.
Pero todos lo escuchamos
cuando llueve: Glo... Glo... Glo...

José Sebastián Tallón

38
EL INVIERNO DUERME
Sopla que te sopla
llueve que te llueve
montando en el viento
el invierno viene.

Muy blanca, muy blanca


su barba de nieve.
Muy larga, muy larga
su capa de pieles.

Se ríe de todos
el invierno duerme;
arranca los gorros,
empuja a la gente.

Narices y orejas
muy rojas las vuelve
golpea a las puertas
¡y así se divierte!

Amalia de Labra Sanz

39
LA GALLINA BATARAZA
La gallina bataraza
sólo come pan de masa.
No le gusta
la lombriz
ni los granos de maíz.
Ensalada
come poca
porque le ensucia la
boca.
Solo come
pan de masa
la gallina bataraza.

Teresita de Lardizábal

40
HABÍA UNA VEZ
Había una vez
un cuento al revés.
De abajo hacia arriba
la lluvia llovía.
Y hacia atrás se iba
el tren que venía
La luna era sol,
La noche era día,
El lápiz azul,
Muy rojo escribía.

HORACIO GUILLEN

MAÑANA ES DOMINGO
Mañana es domingo,
Se casa Piringo
Con un pajarito
De San Domingo.
- ¿Quién es la madrina?
-Doña Catalina
- ¿Quién es el padrino?
-Don Juan Barrigón.
Que toca la flauta
Con la cola del ratón.

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VERANO
Al verano le gusta
usar sombrilla
y comer ensalada
de apio y frutilla.

Ponerse un traje verde


largo hasta el suelo
y sombrero de paja
con cinta y velo.

Al verano le gusta
pintar manzanas
y bañarse en el río
por las mañanas.

Andar en bicicleta
por la vereda
mientras el sol descansa
en una esfera.

MARTA GIMENEZ PASTOR

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