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-¡Papá, ya es hora!
-¿De qué?
-¡De que nazca…! ¡De yo parir! -exclamó Laura, frustrada, debido a que
había llegado al recibo con la mano sobre su abultado vientre. Su padre, a su
juicio, sacaba de sus casillas a cualquier mortal con sus preguntas inoportunas.
Sara, la esposa de Daniel y madre de la futura adolescente parturienta,
llegó a la habitación con una palidez de muerto, y un enorme bolso que
llevaba casi a rastras. Intentó llevar en él hasta más allá de lo necesario para el
momento en que su hija diera a luz.
-¡Prepara la camioneta, y llama a doña Carla! -dijo con voz trémula.
**
Doña Carla llegó a toda carrera pese a su edad y su también estado
avanzado de gravidez.
-¡Ya llamé al doctor Poleo! ¡Ya tienen la camilla para Laurita! ¿Qué
esperamos? ¡Vámonos!
Llegaron rápidamente al hospital. En efecto, Laura fue atendida tras un
fugaz cruce de palabras entre doña Carla y una enfermera. Otros pacientes se
quejaron abiertamente de la preferencia por la muchacha, pues se encontraban
dos preñadas más, y ya habían sido rechazadas por segunda vez por “escasez
de camas”.
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Travis Jackson llegó a tierra tras caer la noche. Estaba muy agotado por el
viaje, pero feliz por haber logrado cruzar el charco, y encontrarse muy pronto
con el canciller y el presidente de la República. Las riquezas minerales y
pesqueras del país no eran nada despreciables, y el Reino Unido aportaría lo
necesario para explotarlas.
Jackson quedó muy agradado de las bellas y sensuales azafatas producto
del mestizaje latinoamericano del que tanto había oído hablar. También fue de
su gusto saber que no necesitaría ropa de invierno durante su “indefinida”
estadía en la embajada británica como encargado de negocios. ¡Cómo deseaba
ver el mar en “eterno verano”!
De pronto pensó en Megan, su difunta esposa, quien probablemente le
hubiese gustado conocer la belleza y el calor tropicales. Travis Jr., Allison y
los dos nietos que le dio ésta no compartirían la hipotética opinión de su
madre. Sabían de los altos índices delictivos del país, y llegaron a decir una
vez que no irían jamás a un país “donde los podrían matar”.
En la terminal aérea lo recibió un agregado de la embajada. El anfitrión le
habló con su correcto inglés, pero Jackson le contestó con un gracioso
castellano. Míster Jackson era un caballero de buen temperamento y muy
risueño. Rechazó trasladarse en un vehículo de la embajada británica, y optó
por un taxi para conocer las “maravillas de la ciudad”.
Junto a su compañero, el diplomático se subió a un Ford Fiesta de color
blanco que no llevaba matrículas de taxi, por lo que el costo de la carrera
desde el aeropuerto hasta la embajada (incluido el “tour”) sería más barato. El
conductor era de unos treinta años de edad, muy locuaz y con un alto tono de
voz, por lo tanto, entraron rápidamente en confianza.
-¿Usted es de los Estados Unidos?
-¡No! Yo ser inglés, de Manchester.
- ¡Del Manchester United! -respondió a todas risas el taxista.
A los otros dos hombres también les hizo gracia el chiste.
**
Mistress Brown se hallaba en su despacho de la embajada británica
bebiendo un té como buena inglesa, sin embargo, eran más de las cinco.
Esperaba ansiosa la llegada de Míster Jackson y del otro caballero que fue en
su busca en el aeropuerto internacional de la capital del país.
Kim Brown era una dama de edad madura, y su atractivo se debía a su
pulcra presentación personal. Su distinción, sin ánimos de exagerar, podría
compararse con la de Margaret Thatcher o de la misma Isabel II. El mobiliario
rigurosamente cuidado contribuía también a su serena elegancia.
Culminaba su último sorbo de la infusión cuando apareció un empleado
anunciando que Travis Jackson ya había sido recibido en tierra. La dama se lo
agradeció con amabilidad y se levantó de su sillón para disponerse a ajustar
los últimos detalles de lo que sería la reunión con el nuevo encargado de
negocios.
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Doña Carla era una vecina muy cercana a su familia, mas a Daniel le
extrañó el repentino interés de ésta por Laura desde su embarazo. La señora
argumentaba que, por la relación de vecinos con Sara y Daniel, y sus buenos
contactos como enfermera jubilada del hospital de la ciudad, ayudaría a la
jovencita con los chequeos y demás.
Asimismo, aprovechó que también se encontraba en estado de gravidez
(nunca se supo quién era el padre, y sus otros hijos ya vivían aparte) para
compartir con Laura lo necesario para recibir a la criatura; pese a que Daniel
(y Yoni a duras penas) aportaron dinero para albergar a la nueva miembro de
humilde familia.
-¿Cómo logra esa señora embarazada correr de un lado a otro…? Además,
no es tan joven para... –preguntó Daniel mientras estaban en la sala de espera
del centro de salud. Las horas de espera entre enfermos y negligencias, y la
tormenta de dudas lo estaban llevando al borde de la desesperación.
Sara no supo qué contestarle al marido, por lo que fijó la mirada a un cartel
hecho a mano por estudiantes de enfermería titulado “EL COLERA”, así, sin
la tilde respectiva en la primera vocal del sustantivo. Daniel levantó la barbilla
para que la mujer contestara lo que él sospechaba que jamás escucharía de sus
labios.
-¡No sé…! -respondió finalmente.
Una enfermera novata se les acercó a los padres de Laura anunciando el
nacimiento de una niña, y el excelente estado de salud de ambas. Agregó con
picardía, que pese a sus 17 primaveras, Laura actuó con aplomo durante el
proceso del alumbramiento. “¡Se comportó como una macha!”, exclamó la
principianta.
**
En otro ángulo del hospital, Doña Carla y el regente, el doctor Poleo,
hablaban con voz muy baja.
-¿Y esa gente se creerá eso? -preguntó el galeno.
-¡Sólo me importa que Laura y la mamá “se lo crean”! Esa niña estará
mejor en mis manos…
Unos gritos desgarradores se oyeron al final de pasillo. Doña Carla y el
director del hospital se asomaron, y vieron a una mujer llorando de rodillas y
con la cabeza entre los brazos. No era nada que los sorprendiera estando
dentro de un hospital, pero Carla cortó la conversación, y se dirigió a donde
estaba la recién parida.
Poleo vio marchar a la mujer mientras recordaba el día cuando lo visitó y
le presentó el caso. En ese entonces, tuvo ganas de interrumpir su discurso,
pero de inmediato descartó hacerlo. Carla como si le hubiese adivinado sus
pensamientos le dijo que todo estaría bajo control, y que no había nada que
temer.
-La mamá de la muchacha no quiere que nadie se entere que me dará la
niña… Y muchos menos sus familiares… ¿Y sabe una cosa, doctor? ¡Tanto la
muchachita esa como el quien la embarazó querían un aborto! ¡Ella me dijo
que él le conseguiría unas pastillas…!
-¡Mire, Carla, de corazón le digo que usted puede hacer lo que le parezca
pero YO no responderé por ello! ¡Sé mucho de usted más de lo que cree!
(Carla vio hacia otra dirección unos segundos, pero de nuevo le sostuvo la
mirada a Poleo).
-Yo sé hacer mis cosas, doctor… -le respondió calmadamente.
“¡No responderé por eso!”, se repitió aquella noche el jefe del nosocomio
cuando doña Carla cruzaba hacia las habitaciones. Los gritos del final del
pasillo se intensificaron porque presuntamente se habría formado una pelea: se
oían rugir unas voces masculinas; y el doctor Poleo se dirigió rápidamente al
sentido contrario de donde provenían.
**
En el barrio se corrió como pólvora la adopción, pero no era la primera
vez. Se especulaba mucho de la procedencia del hijo menor de Carla, y de una
niña (ya una mujer) que era hija de una vecina. Incluso, se discutió de otras
adopciones irregulares que se habrían gestado en el hospital a través de la
entonces enfermera en ejercicio.
Sin embargo, todo eso no traspasó de las habladurías de los vecinos. Nadie
quería hacer denuncias porque argumentaban que, primeramente, no eran
asuntos de su incumbencia, además de la falta de pruebas. Asimismo, se
preguntaban, ¿por qué no hacerlo de manera legal y abierta si podría
considerarse un acto de caridad?
-¿Y quién va a creer que mi abuela parió esa niña? –se preguntó una nieta
de Carla cuando supo de la “buena nueva”.
Cuando la adolescente estuvo presente (por deber familiar) en el bautizo de
“su tía”, miró con despreció como muchos le seguían la corriente a Carla.
Quería gritarle a ellos que eran una bola de sinvergüenzas, especialmente a su
abuela con todo su lenguaje muy bien articulado, voz suave, y nombrando
constantemente a Dios y pasajes bíblicos.
No aguantó más, y cuando Carla se encontraba en la cocina en busca de
unas cervezas, su nieta la enfrentó con la misma interrogante que ya se había
hecho. “¡Y no te preocupes, abuela: lamentablemente, debo ser tu cómplice!”.
De inmediato, se retiró de la cocina… y de la reunión.
**
Marco Aurelio Montero era solo unos años mayor que su hermano
Eduardo, pero era muy distinto a él. Delgado y menos extrovertido, trabajaba
como periodista en el departamento de prensa y relaciones públicas de un
importante ministerio. Sus rasgos faciales, sin embargo, eran similares a los de
Edo, aunque tenía la dentadura más prominente.
Ese lunes fue su segundo día de descanso y lamentó no haber acompañado
a Edo a su presentación del proyecto comunitario debido al horario de cierre
del acto. No obstante, su hermano menor lo comprendió, aparte que su madre
tampoco pudo asistir. Sin embargo, era una familia muy unida, y lo fue aún
más tras el fallecimiento de Eduardo Montero padre.
Vilma Alvarado, viuda de Montero sacó a flote a sus hijos sin el apoyo de
sus padres (ambos fallecidos), y de unos hermanos todos ovejas negras.
Trabajó por varios años en una prestigiosa aseguradora, antes de renunciar y
lograr colocarse como gerente general en una tienda por departamentos parte
de una famosa multinacional yanqui.
Con un empleo sólido en la compañía de seguros y por su carácter
determinado, logró colocarle un diploma de periodista de la Bernardette
Soubirous a Marco Aurelio, y próximamente el de Ingeniero de Sistemas a
Eduardo. Asimismo, aprovechó el temperamento de su hijo menor para
explotarlo en el campo deportivo.
Además, tenía una estatura adecuada que lo hizo terminar en un equipo de
baloncesto. El niño Eduardo Montero mostró afición al “básquet” y también al
béisbol. Un tío le decía hasta el fastidio, sobre todo pasado de tragos (y quién
sabe si también de otra cosa) en las reuniones de fin de año, que era idéntico a
Kobe Bryant.
-¡Eduardito, vas a ser el próximo NBA de acá, más allá de parecerte a
Kobe Bryant!
El muchacho casi siempre se lo tomaba a risa aunque terminara echando a
un lado al hermano de su madre. Las afirmaciones de su tío no le eran
finalmente desagradables, sino que, como a todo jovencito, lo hacían soñar
despierto. Se destacó como pívot desde el principio, y se esperaba que entrara
en un equipo de la liga profesional.
Lamentablemente, la tecnología lo atrapó, y poco a poco dejó de correr y
rebotar un balón para instalarse frente a la computadora de la familia. La
inactividad física creció a la par de su estatura, y ganó bastante sobrepeso.
Pese a todo, su madre lo complació cuando le pidió estudiar Ingeniería de
Sistemas en “la Bernardita”.
Marco Aurelio, todo lo contrario a su hermano, no destacó en deportes ni
en nada parecido a que no fuera leer, escribir y conversar de temas de
actualidad con los mayores. Era más comprensivo con su madre, y quizás eso
fue lo que llevó por muchos años a mantener una relación de altibajos con su
hermano menor.
Ahora cuando ya tenían un poco más de la mayoría de edad, la relación
entre ellos pasaba a un período de madurez. Marco sabía que Eduardo amaba
mucho a su madre, mas su rebeldía (que rozaba en majadería) lo descalificaba
mucho. También era amante de narrar chistes, y de hacer una que otra
travesura que terminaban en pellizcos de doña Vilma.
Pensaba en esos asuntos cuando revisaba la PC que estaba en el cuarto que
compartían cuando sin quererlo abrió la carpeta donde Eduardo guardaba sus
archivos. No pudo evitar ver los nombres de los mismos, y sus ojos pararon en
un documento en Word llamado “25 deseos”. Si pensarlo dos veces hizo doble
clic.
Recordó inmediatamente El librito de instrucciones para la vida de H.
Jackson Brown, Jr., que le había prestado Lumi a Eduardo, y que tanto doña
Vilma como Marco Aurelio leyeron con gusto. Sonrió mientras leía línea por
línea mientras corregía las palabras subrayadas en rojo.
Las 25 cosas que deseo hacer antes de morir, por Jorge Eduardo Montero
Alvarado:
1. Ser ingeniero de sistemas
2. Comerme un pastel entero
3. Coleccionar mis películas de Blue Ray y discos favoritos
4. Hacer crecer más mi colección de Matchbox y Hot Wheels
5. Crear algo innovador para la Red como lo hizo Zuckerberg con
Facebook
6. Comprarme un Mini (pese a mi peso y estatura)
7. No quiero sembrar un árbol, sino subir a él
8. Recorrer la Muralla China
9. Boxear
10. Tocar la batería
11. Bucear
12. Comprar una casa frente el mar, y pasar mi vejez allí
13. Subir una montaña rusa muy alta (la del parque de acá es más baja
que mi cama)
14. Comerme un gran trozo de queso
15. Cantar en un orfeón
16. Recibir un Año Nuevo en la orilla del mar
17. Asistir a unos Juegos Olímpicos de Verano
18. Y a un Mundial de Fútbol
19. Ir a ver una Serie Mundial
20. Y a una Final de la NBA
21. Subir la torre Eiffel
22. Comprar una cuatrimoto
23. Recuperar mi colección de miniaturas de General Motors
24. Comprar un cuatriciclo a pedal
25. Crear un sitio web de noticias junto a mi hermano
Hay algo que no sé cómo expresarlo con claridad pero estos años me han
enseñado a apreciar a quienes uno tiene diferencias. Le he tomado mucho
afecto a mi compañera de estudios (y futura colega) Iluminada Calderón. Sé
que me ha hecho molestar mucho en clases, pero ahora ya no me importa…
Marco Aurelio sintió una emoción intensa que hasta llegar a nublársele la
vista, y no por el secreto descubierto luego del deseo vigésimo quinto, sino por
este mismo. Su hermano, a quien aún tachaba de intolerable por sus
irreverencias, lo estimaba grandemente. Recordó entonces los momentos en
que las diferencias las dejaban de lado.
-¡Marco Aurelio…! ¡Marco Aurelio…! -gritó su madre desde su
habitación.
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Doña Vilma recibió una llamada anónima mientras veía la telenovela de las
nueve. Al principio no quiso atender el móvil pues se encontraba muy agotada
tras otra jornada en la tienda por departamentos que administraba. Una voz
femenina con gran pesadumbre le informó de algo terrible.
-¡¿Qué?! ¿Quién habla? ¡No, no, no! ¡Marco Aurelio!... ¡Marco Aurelio!...
El joven se acercó a toda carrera hasta la habitación.
-¡Tu hermano Eduardo! ¡Le dispararon! -y rompió en llanto totalmente
fuera de sí.
-¿Pero está vivo…?
-¡No sé, no sé, no sé!
**
La viuda de Montero y Marco Aurelio llegaron rápidamente al hospital
central. Con completa ansiedad, preguntaron cómo era el estado de salud de
Eduardo. Un hombretón muy poco amable pidió un momento para averiguar
(fueron unos minutos que se hicieron muy largos).
-¡Mi señora! No lo busque acá… Está en la morgue…
Doña Vilma con las manos en la cabeza se lanzó al suelo.
-¡No, Señor! ¡Nooo! ¡Mi hijo, mi hijo!
-¡¿Cómo se atreve?! -rugió el hermano del estudiante, y se abalanzó hacia
el gigante. Personal de seguridad tuvo que intervenir, y un montón de personas
se asomaron al lugar para luego cuchichear, e incluso reírse de la desgracia
ajena.
-¿Qué es lo que querían? ¿Qué mintiera? -replicó furioso el empleado del
hospital, mientras era retenido por los custodios.
A pocos metros, una mujer le susurró a un hombre.
-¡Siempre es lo mismo! ¡Madres de delincuentes, y creen que morirían de
viejos! ¡Por favor!
El sujeto se encogió de hombros.
**
Tras ver también esa desagradable escena, Daniel le informó a Sara que
deseaba ir a casa para tomar un descanso. “Debía” ir a trabajar la mañana
siguiente, y el estrés causado por el parto de Laura, más el odioso ambiente del
hospital lo tenían hasta la coronilla. A su mujer no le parecieron correctas las
razones, y consultó a doña Carla.
-¡Don Daniel, no se preocupe! ¡Las niñas estarán en buenas manos! ¡Es
más, Sarita, si quieres, vete también! ¡Y dile al resto de tus familiares que si
desean hacerlo…!
-¡No! -interrumpió Sara- No quiero dejar sola a mi hija, y muchos menos a
mi nietecita…
Sin agregar más, el padre de Laura huyó del hospital. Sara lo miró con
extrañeza, pero mucho más con decepción. Daniel comenzó a murmurar
apenas se acercaba al auto. Dentro de él dio un fuerte manotazo al volante, y
se puso las manos en la cabeza y resopló.
-¡Esa vieja maldita Carla cree que soy otro pendejo! ¡Tiene algo entre
manos, pero no tengo un argumento para comprobarlo!
Metió la llave en el encendedor, y partió rápidamente. No quería saber de
nadie. No le importaban ni Laura, ni Sara, ni la recién nacida… Sólo sentía
ganas de retorcerles el cuello a todos. “¡Vieja maldita, traficante de menores!”,
gritó.
Aceleró más el vehículo con el deseo de alejarse de todo, tomando
rápidamente la carretera. No quería llegar a casa, entonces se desvió hacia un
restaurante. Pidió una cerveza y lo que hubiese para comer.
Una muchacha le despachó, quien además le hizo un comentario con total
aspaviento.
-¡Hace rato hubo un atraco, aquí, frente al local! Un cliente salió, y se le
acercaron dos tipos en moto y…
Daniel no tomó mucho en cuenta la narración y se bebió la cerveza casi de
un golpe.
-¡Niña! En este país de mierda sucede de todo… ¡Y lamentablemente todo
es ver, oír y callar!
-¿Por qué?
Daniel se limitó a terminarse su espumosa. Luego pidió otra. Se comió lo
servido con gran avidez, pero no por hambre sino con ganas de acabar con
ello, como deseaba hacerlo con todo lo que sentía por dentro, y lo sentía
incapaz de expresar a otro ser humano. Tras beberse rápidamente la otra
cerveza, pagó y se retiró.
Cuando ya estaba de nuevo en carretera, sintió un fuerte malestar
estomacal, aparte de una pequeña afectación por el alcohol; sin embargo, se
resistía aún a regresar a casa. Definitivamente, no quería saber nada de su
vida… como padre, como marido… y ahora como abuelo. Deseó fuertemente
huir de la realidad.
Odiaba a sus familiares. A Sara, la tachó de imbécil, inepta y estúpida.
Deploró la sumisión que mostraba ante doña Carla desde el embarazo de
Laura. A su vez, la consideraba una cómplice. Desde hace muchos años estaba
desencantado de su mujer, pero no veía otra salida que seguir a su lado.
Luego pasó a Laura. ¿Cómo era posible que se empeñara en ser novia de
alguien sin futuro como Yoni? ¿Dónde demonios estaba su sentido común?
¿Por qué diablos Sara no hizo nada para impedir esa relación que trajo como
consecuencia el nacimiento de esa niña? ¿Por qué, pese a las reiteradas peleas
por ello, nada logró en impedirlo como padre?
A través de los años su pequeña familia estaba dividida. Laura comenzó a
distanciarse de su padre al pisar la pubertad, y se refugiaba totalmente en su
madre. Se excusaba con que no podía tratar con él “asuntos de mujeres”, y por
ello, se inclinaba más hacia su progenitora; sin embargo, con problemas más
neutros también hizo lo mismo.
Laura ya no era la niña que llevaba de la mano a hacer las compras cada
domingo en el mercado, ni la que lo acompañaba a ver el boxeo por televisión.
Quizá de haber venido otro hijo a la familia, la realidad fuese otra, pensó
Daniel. No obstante, deseaba sinceramente volver a aquellos tiempos, con los
debidos ajustes.
La inclinación de Laura hacia su madre conllevó a un apoyo acérrimo entre
ambas, incluso en cosas que merecían al menos una observación. Las
opiniones divididas en cuanto a los problemas familiares llevaron a formar dos
bandos. Daniel se sentía más solo que nunca cuando ambas mujeres se ponían
en su contra.
Lo más reciente era el noviazgo con Yoni, y el embarazo posterior.
Asimismo, la penetración de Carla Manzano en la familia, y la total aceptación
de parte de su mujer y su hija de esa interferencia en los asuntos íntimos de
ellos. La salvadora, la solucionadora de problemas, la buena vecina, quizá…
Pero…
Daniel pensó en más. Personas como doña Carla no merecerían el perdón
siquiera. La Justicia es tan ciega que no se da cuenta de que muchos hacen y
deshacen en el mundo, y no reciben castigo, concluyó. Por muchos años había
leído en la prensa acerca de supuestos tráficos de bebés en los hospitales del
país, y al recordarlo se desazonó más.
Entre los espasmos de sus entrañas meditó en decisiones más radicales
como regresar a la casa, buscar sus cosas y separarse de su gente. Luego
insultó mentalmente a todos los que consideraba que le desgraciaron la vida…
“¡Hasta al Yoni ése que a estas alturas del partido, no sabe que ya es papá!”,
pensó.
Ya no aguantó más el dolor de estómago, y sintió una fuerte nausea. Se
detuvo a un lado de la carretera, y vomitó de una manera descomunal. Creyó
en expulsar así su “despreciable vida”. Tras terminar, se hizo a un lado y se
apoyó en el suelo para llorar. Con la escasa fuerza que tenía, se levantó
después.
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Daniel llegó a casa demolido física y espiritualmente. Se desnudó y se
acostó sobre el piso de la sala de estar. No supo cuánto tiempo durmió, pero se
halló más aliviado tras despertarse. Al rato fue a beberse un vaso de agua fría,
y luego encendió el televisor para finalmente acostarse en el sofá.
Transmitían una reposición del noticiario de la noche. Una mujer con la
cara más rígida que la de una estatua narraba de un presunto enfrentamiento
policial en la que fueron abatidos tres jóvenes. Una cuarta persona,
identificada como Iluminada Calderón huyó durante el hecho.
A su vez, continuó la moderadora de noticias, el suceso estaría relacionado
con el asesinato del encargado de negocios del gobierno británico, Travis
Jackson, debido a una supuesta confusión por parte de los cuerpos de
seguridad durante la operación. En ambos hechos estuvo involucrado un Ford
Fiesta de color blanco.
El marido de Sara no quiso saber más detalles del hecho, y buscó alguna
película en otro canal. Dio finalmente con una western, su género favorito, y
se sintió mucho más tranquilo. Ya comenzaba a aceptar la nueva situación de
la familia, incluso, a su modo, pidió perdón a Dios por lo meditado acerca de
su vida y de su familia.
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