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La leyenda de Tecún Umán y su quetzal

El poderoso conquistador español, Don Pedro de Alvarado, llegó cabalgando en su caballo. Era una figura
majestuosa e intimidante, y su caballo, un animal extranjero en Guatemala, se veía exótico y magnífico.

Frente al enemigo, Tecún Umán se sintió un aleteo de miedo en lo más íntimo de su corazón. En este
momento, su ´´nahual´´, un espíritu guardián con la forma de ave quetzal, se posó en su hombro. El gorjeo
melódico del quetzal le dio un poco de consuelo, como si le dijera: «no estás solo, estaré contigo hasta el final».

–Ríndete, Tecún Umán – gritó Don Pedro–. Tenemos armas mejores y un ejército más fuerte. Hasta el Dios
está de nuestro lado. ¡Ríndete al destino!

–No– respondió Tecún Umán con dignidad–. No creo que los dioses hubieran querido que nos rindiéramos sin
luchar.

Entonces empezó la batalla épica de la conquista. Los mayas no eran rival para los ataques sistemáticos y la
tecnología avanzada de los españoles. Así aunque las indígenas superaban en número a los españoles, la guerra
era una efusión de sangre.

De repente, Tecún Umán tuvo un ramalazo de inspiración. Asumió que el caballo era el ´´nahual´´ de Don
Pedro. Así razonó que si matara al caballo, a Don Pedro se le perdería su espíritu guardián y se moriría. El
caballo estaba a su alcance…. ¡fue la perfecta oportunidad! Clavó su lanza en el cuerpo del caballo….

El caballo relinchó de dolor y colapsó, pero Don Pedro no se murió. En este momento Tecún Umán se dio
cuenta de que había hecho un gran error. Los españoles no tenían nahuales: el caballo fue un animal y nada más.
Al momento siguiente, la lanza de Don Pedro le atravesó, directamente en su corazón. Se sintió un dolor agudo
en el pecho, antes de que todo se desvaneciera en la oscuridad.

El quetzal, que volaba por encima de la escena de la batalla, cayó sobre el cuerpo de Tecún Umán. La sangre
fresca del rey indígena manchó los plumas blancos del quetzal, hasta que tuviera una mancha roja en el pecho.
Se dice que incluso hoy en día, los quetzales se nacen con el pecho de rojo brillante, como recuerdo del héroe
valiente que luchó contra viento y marea para preservar la dignidad de su gente.

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