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13/11/2018 Anatomía del fascismo | viajeporlascienciassociales

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Anatomía del fascismo

12 Martes Feb 2013

P H ,N H

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Según el historiador Robert Paxton, el siglo XIX se caracterizó por el nacimiento de tres grandes
corrientes ideológicas: el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo. Pero en el siglo XX surgiría una
cuarta sumamente destructiva y nociva para la sociedad: el fascismo. Sus peligros aún no están
exorcizados del todo, por ello, nunca está de más volver a ahondar en sus orígenes y sus peligrosos
planteamientos totalitarios. El fascismo fue un fenómeno complejo que cobró una fuerza inusitada a
partir de la Primera Guerra Mundial. Sus raíces son profundas, no se sabe con certeza cuál fue el primer
país impulsor, aunque el nombre lo puso Mussolini, los fascios. Y como matiza, este autor, este no surgió
como debilidad de las democracias, si bien se aprovechó de este clima inestable propiciado por la guerra
mundial para fortalecerse.

En unos países encontró, prontamente, su camino, caso de Italia, en otros, de forma más tardía pero más
virulenta, como Alemania, halló su espacio político y, en otros, donde podía haberse desarrollado,
incluida Gran Bretaña o Francia, no lo hizo. De los dos modelos, el fascismo italiano y germano, se
destacan notables diferencias, como ocurre con el liberalismo, si bien el perfil básico es el mismo. Una
ideología estatalista (el estado lo es todo), sobre la que prima la autoridad de un líder carismático
imbuido con poderes sagrados, una política de masas, en donde el individuo queda subordinado a la
nación y a sus intereses, una arbitrariedad en la justicia y la autoridad mal entendida, que hacen
palidecer el Estado de derecho y, finalmente, que no por último, un contenido racista o antisemita (sobre
todo, en el lado alemán).

Los procesos que llevaron a que en Alemania o Italia emergiera y acabara por consolidarse una
estructura de Estado totalitario fue muy diferente, pero las dos partieron de una crisis interna de las
instituciones democráticas. En Italia, como consecuencia de la debilidad provocada por una victoria
insuficiente en la guerra. En Alemania, principalmente, la clave vino a ser el crack del 29, a partir de ese
momento, el partido nazi dejó de ser una formación minoritaria para alzarse en el primer y único partido
de masas fascista que llegaría al poder de una forma legal (aunque nunca alcanzaría más allá del 37% de
los votos en unas elecciones libres). Tal y como señala Paxton y otros autores, todo podía haber sido
diferente.

La evolución del fascismo vino en consonancia con sus perversas virtudes, el oportunismo político y su
capacidad de adaptación, frente a los partidos tradicionales. Estas dos fueron sus mejores armas en el
momento precioso (y en sí mismas, también, el peligro que abrigaban en su haber), así como, por
supuesto, el uso recurrente de la violencia. Es este punto en donde los nuevos estudios sobre la
Alemania nazi nos descubren el modo tan eficaz con el que aquí se ejerció un selectivo terror político.
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Una violencia dirigida contra determinados grupos sociales, no contra la sociedad en general, lo que
hizo que fuera una violencia tolerable para las clases medias al estimar, falsamente, que les evitaría males
mayores (aunque, a la postre, acabará arrastrándolos a una guerra mundial sumamente destructiva). A
diferencia del fascismo italiano, que provocó muchos más muertos en sus orígenes, para crear las
favorables condiciones que permitieron, a pesar de ser un grupo minoritario, convertir a Mussolini en
dictador, en Alemania la utilización de la fuerza fue mayormente después, con el fin de acabar con la
oposición y los indeseables. No obstante, para ambos casos, Paxton señala que el fascismo nunca hubiera
podido implementarse en ambas sociedades si no lo hubiesen permitido ni hubiesen colaborado o
apoyado las elites conservadoras.

Creyeron que sería un muro de contención al comunismo, al que temían tanto, a veces de forma
injustificada y por eso estimaron más conveniente ceder el mando a Hitler y Mussolini, en la ingenuidad
de creer que serían capaces de controlarlos. Nunca entrevieron el carácter perverso y manipulador que el
fascismo traía consigo. Su ideal era proceder a llevar a cabo la revolución fascista, construir un nuevo
modelo de hombre y sociedad, en el que el espíritu nacional emergiera, borrando o extirpando aquellos
cuerpos gangrenados de la sociedad, incluidos, en su origen, el capitalismo egoísta.

Para ello, hicieron un control abusivo de la educación y de la sociedad, establecieron el partido único y
unas organizaciones afines, para establecer un rígido y uniformador control de la sociedad, que nunca
fue posible del todo. Pero las nuevas estructuras del poder fascista, el partido, más que nada,
convivieron con las tradicionales creando un Estado dual o en paralelo, con sus contradicciones y
armonías; puesto que su proyecto requería de una activa participación de las elites conservadoras, del
Ejército y de la Iglesia (en mayor medida, en el caso de Italia, pero no menos importante en Alemania).
Eso no evitó tensiones ante las políticas antieconómicas planteadas por la obsesión de la autarquía, en el
intento de preparar a la sociedad para la guerra que se avecinaba; o tensiones en el mismo seno del
fascismo de aquellos que en su purismo ideológico querían alcanzar el mito de la nación fascista hasta
sus últimas consecuencias. Por todo, el fascismo cabe definirse como una ideología incoherente,
demagógica, oportunista, más espiritual que pragmática. Era más un artículo de fe que un conjunto de
realidades, vertebrado únicamente por el carisma del líder, más que por un ideario concreto. Su fin,
alcanzar una sociedad primitiva, ellos serían los señores, bajo el estandarte del imperialismo, utilizando
un nacionalismo racista como elemento cohesionador.

El fascismo supo jugar con las propias debilidades del sistema para enraizarse, si bien se mostró que no
era un sistema político viable, aunque la guerra no hubiera determinado su suerte porque primaba el
egoísmo, la corrupción y las confrontaciones internas que solo podían regularse en la medida en que las
políticas tuvieran éxito.
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