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INSTITUTO DE CAPACITACION Y ESPECIALIZACION PADRE HURTADO

MANUAL:
EL COMPORTAMIENTO
DELICTIVO DE LOS
ADOLESCENTES
INFRACTORES DE LEY

ICEPH
2017

ICEPH – INSTITUTO DE CAPACITACION Y ESPECIALIZACION PADRE HURTADO


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INDICE
TEMA PAGINA
COMPORTAMIENTO DELICTIVO DE LOS ADOLESCENTES
INFRACTORES DE LEY
INTRODUCCION
DELINCUENCIA JUVENIL 5
Diferencia entre desviación, marginación, anomia 7
Perfil del delincuente juvenil 7
Procedencia social de los delincuentes juveniles 11
TEORÍAS CRIMINOLÓGICAS SOBRE DELINCUENCIA JUVENIL 13
Teorías psicoanalíticas.
La tesis de Lombroso
Tesis psiquiátricas. Tipologías sobre la personalidad criminal 14
Otras investigaciones biológicas: Herencia y Genética. 17
Teorías sociológicas 20
Teoría de la socialización deficiente
Escuela Cartográfica y la Escuela Sociológica Francesa
Escuela de Chicago: Teorías Ecológicas. 22
Los Glueck: efectos criminógenos de los brocken home 24
Teorías del aprendizaje 25
La teoría de la asociación diferencial o de los constructos 26
diferenciales
Teoría de las subculturas 27
Teoría de la Estructura Social defectuosa 33
Teoría de la Anomia.
Teoría de la desigualdad de oportunidades 37
Teoría de la Tensión o Frustración. 39
Teoría del Control o Arraigo Social 40
Teoría del Self -Control 42
TEORÍAS DE LA CRIMINALIZACIÓN 45
Teoría del Etiquetado o de la reacción Social
Criminología Crítica 48
Teorías Integradoras 52
FAMILIA Y DELINCUENCIA 56
Supervisión parental y delincuencia 58
Causas de la delincuencia juvenil
LA COMISIÓN DE UN DELITO DE UN ADOLESCENTE 66
El concepto de riesgo
Factores que inciden en la comisión de un delito de un adolescente
ADOLESCENTES Y JOVENES QUE AGREDEN SEXUALMENTE 73
Agresores sexuales adolescentes y juveniles 74
Conducta sexual abusiva realizada por adolescentes 75
Características de los jóvenes que agreden sexualmente 76
Conductas sexuales abusivas y características de la ofensa
Características de la ofensa sexual 77
Conducta criminal no sexual
Etiología 78
CONSUMO DE DROGA EN INFRACTORES DE LA LEY 82
ADOLESCENTES.

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Asociación entre delito y droga 84


PREDICCION Y PROMOCIÓN DE LA DELINCUENCIA JUVENIL 85
La prevención del delito 88
Iniciativas en prevención del delito
Medidas de prevención del delito de acuerdo a su objetivo, 95
definición, epistemología
Iniciativa según el público objetivo 96
Tipos de iniciativas de prevención de acuerdo al público de 97
intervención
La prevención de la violencia delictiva de los adolescentes y el rol 98
de la comunidad
Condiciones para la construcción de una identidad juvenil 104
articuladora e integradora de su propio desarrollo
La recreación y el deporte 106
Espacios físicos y promoción de la cultura 107

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INTRODUCCION.

La delincuencia juvenil es un fenómeno social muy representativo desde el siglo


pasado. Se trata de un problema criminológico en permanente aumento en el mundo
entero, tanto por su incremento cuantitativo como por su progresiva peligrosidad
(cualitativo), que pone en riesgo la seguridad pública, atentando, asimismo, contra
las buenas costumbres establecidas por la sociedad. Se extiende desde las zonas
más industrializadas hasta los rincones más precarios, involucrando desde las
familias ricas o acomodadas hasta las de más bajos recursos.

Los datos que podemos obtener al respecto, son parciales, ya que suele tratarse de
un fenómeno oculto. Sólo los delitos denunciados son incluidos en las estadísticas
oficiales y entre uno y otro puede haber diferencias del cincuenta por ciento o más y,
además, teniendo en cuenta que como los autores de la inmensa mayoría de los
delitos contra la propiedad no son atrapados ni individualizados no hay datos
oficiales precisos sobre su edad. y la magnitud de las denuncias varía según el delito
y el año. Confundir la delincuencia general de una población con la que se denuncia,
trae consigo, un conocimiento insuficiente sobre la cantidad, origen y desarrollo de la
criminalidad, que a su vez hace poco eficaz, cualquier medida social o penal para
controlarla. La población reclusa constituye solo una pequeña parte de la población
delincuente real, no representa todo el universo. Se considera así, un grupo
incompleto, constituido por infractores sancionados, amonestados, o
institucionalizados, pero que no son todos los delincuentes, sino los que cometen
delitos más graves, por lo que no es representativa en cuanto a la conducta
instrumentada. La mayor participación de personas más jóvenes en hechos
delictivos, se advierte en forma indirecta a partir de indicadores tales como el
aumento de adolescentes en la población carcelaria, o en los autores de homicidios.

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DELINCUENCIA JUVENIL

Definir lo que constituye delincuencia juvenil resulta ciertamente problemático.


Mientras en algunos países la delincuencia juvenil es una calificación que se obtiene
de aplicar definiciones del Código Penal cuando esas infracciones son cometidas
por menores de edad, en otros, la delincuencia juvenil incluye una gran variedad de
actos en adición a los que se encuentran enumerados en sus leyes de fondo. De tal
suerte, las figuras estadísticas de ciertos países se encuentran artificialmente
abultadas en lo que respecta a la delincuencia juvenil, mientras que en otros no
reflejan esas figuras, sino un limitad número de conductas desviadas.

La cuestión sobre el concepto de delincuencia juvenil nos obliga, ante todo, a


esclarecer dos conceptos: delincuencia y juvenil.

Ante todo, siempre se ha considerado que la delincuencia es un fenómeno


específico y agudo de desviación e inadaptación. En este sentido, se ha dicho que
“delincuencia es la conducta resultante del fracaso del individuo en adaptarse a las
demandas de la sociedad en que vive”, definición que realmente significa todo y
nada, en cuanto cabe preguntarse si se refiere a todas las demandas y, si a unas
cuantas, cuáles, y si realmente puede esperarse que toda persona, sea menor o
adulta, se adapte, sin más, a las demandas de una sociedad dada.

Pese a que por influjo de la escuela clásica del Derecho penal y el positivismo
psicobiológico, ha sido frecuente considerar el fenómeno de la delincuencia como
una realidad exclusivamente individual; sin embargo, actualmente la mayoría de los
criminólogos afirman que la delincuencia es un fenómeno estrechamente vinculado a
cada tipo de sociedad y es un reflejo de las principales características de la misma,
por lo que, si se quiere comprender el fenómeno de la delincuencia resulta
imprescindible conocer los fundamentos básicos de cada clase de sociedad, con sus
funciones y disfunciones.

Las modificaciones producidas en el ámbito de la punibilidad, especialmente visibles


a través de la delincuencia de tráfico, económica y contra el medio ambiente. Pero
por muy correcta que sea esta hipótesis, en la misma medida y amplitud parece

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estar necesitada de concreción, pues no permite explicar por qué y en qué dirección
cambia dentro de una época el concepto de delito, incluso tiene que cambiar, y,
además, por qué el ámbito de lo punible puede configurarse de modo muy diferente
dentro de un círculo cultural.
Teniendo en cuenta lo que ha quedado expuesto, se define la delincuencia como el
fenómeno social constituido por el conjunto de las infracciones, contra las normas
fundamentales de convivencia, producidas en un tiempo y lugar determinados.

Por su parte, se unen en un concepto el conjunto de delincuencia y criminalidad


como fenómeno individual y socio-político, afectante a toda la sociedad, cuya
prevención, control y tratamiento requiere de la cooperación de la comunidad al
mismo tiempo que un adecuado sistema penal.

Visto el concepto de delincuencia, resulta necesario delimitar el adjetivo de juvenil,


es decir, ¿cuándo la delincuencia es juvenil?

Dentro del campo de las ciencias penales viene entendiéndose por delincuencia
juvenil la llevada a cabo por personas que no han alcanzado aún la mayoría de
edad, mayoría de edad evidentemente penal, pues no en todos los países coincide
la mayoría de edad penal con la mayoría de edad política y civil, y que supone una
frontera o barrera temporal que tanto la conciencia social como la legal han fijado
para marcar el tránsito desde el mundo de los menores al mundo de los adultos.
Lo expuesto, permite afirmar que el término delincuencia juvenil es un concepto
eminentemente socio-histórico. Y en este sentido, se define al delincuente juvenil
como una figura cultural, porque su definición y tratamiento legal responde a
distintos factores en distintas naciones, reflejando una mezcla de conceptos
psicológicos y legales. Técnicamente, el delincuente juvenil es aquella persona que
no posee la mayoría de edad penal y que comete un hecho que está castigado por
las leyes.

En el ámbito de la criminología el concepto de joven debe ser entendido en un


sentido amplio, abarcando las edades comprendidas entre los 14 y los 21 años,
haciendo dentro de este tramo de edades una subdivisión entre jóvenes y
semiadultos.

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En definitiva, y teniendo en cuenta todo lo expuesto, podemos definir la delincuencia


juvenil en Chile como el fenómeno social constituido por el conjunto de las
infracciones penales cometidas por los mayores de 14 años y menores de 18 años.

 Diferenciación entre Desviación, marginación y anomia

Sentado el concepto de delincuencia juvenil, debemos diferenciarlo de otros


conceptos próximos o afines, fundamentalmente de aquellos que por tener un
terreno común con la delincuencia como es la noción de conflicto social, entendido
como la lucha por los valores y por el status, el poder y los recursos escasos en cuyo
proceso las partes enfrentadas optan por anular, dañar o eliminar a sus contrarios;
se prestan con frecuencia a la confusión. Tales conceptos son los de desviación,
marginación y anomia.

Pero se han definido la desviación como el comportamiento o conducta que viola el


código normativo observado por un grupo y que éste espera sea cumplido por el
individuo, que ahora se convierte en sujeto activo de la citada trasgresión. Todo ello
es fruto del rompimiento, por parte de este individuo, con el sistema establecido.

La marginación social puede ser entendida como la situación psicosocial en la que


se ve envuelta una persona en virtud de la insuficiencia de recursos, la precariedad
o total ausencia de status social y la exclusión total o parcial de las formas de vida
mínimamente próximas a las del modelo prevalente en la comunidad.

La marginación no puede confundirse con situación delincuencial, aunque sí es


cierto que, con gran frecuencia conduce a ella.

La anomia, que etimológicamente significa sin ley, es en realidad un caso específico


de desviación, porque los comportamientos disconformes tienen origen, en muchas
ocasiones, en un contexto anómico.

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Es una situación que puede surgir en periodos de rápida transformación social y


política en los que resulta difícil saber qué pautas o normas sociales y jurídicas
deber ser seguidas.

Dentro de este ámbito de anomia debe incluirse también la situación de la persona la


cual se califica como marginal, que vive entre dos o más culturas diferentes,
siguiendo unas veces las pautas de una y otras, como es el caso de las minorías
étnicas.

 El perfil del delincuente juvenil.

La doctrina especializada está haciendo hincapié en los últimos años, en la


importancia de subrayar los aspectos cognitivos interpersonales en la descripción del
carácter del delincuente juvenil, como una prometedora vía tanto para establecer
eficaces programas de prevención como para elaborar modelos educacionales que
permitan una eficaz reeducación. Juntamente con ello, las mayorías de los estudios
descriptivos de la carrera delictiva señalan una serie de factores individuales y
biográficos que caracterizan al delincuente juvenil y que llevan a la conclusión de
que el delincuente juvenil es una persona con un gran conjunto de deficiencias, y
una de ellas es que comete delitos.

Atendiendo a sus rasgos peculiares de personalidad o de índole psicosocial, se


señala tres categorías tipológicas de los menores delincuentes:

1. Una primera categoría de jóvenes delincuentes vendría definida por rasgos de


anormalidad patológica, fundamentalmente:

 Menores delincuentes por psicopatías: aquí el punto de referencia lo


constituye la existencia de alguna de las formas de psicopatía, entendida
como la patología integrada, conjuntamente, de la incapacidad de quien la
padece de sentir o manifestar simpatía o alguna clase de calor humano para
con el prójimo, en virtud de la cual se le utiliza y manipula en beneficio del
propio interés, y de la habilidad para manifestarse con falsa sinceridad en

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orden a hacer creer a sus víctimas que es inocente o que está profundamente
arrepentido, y todo ello, para seguir manipulando y mintiendo.

Consecuencia de ello, es que el menor es incapaz de adaptarse a su contexto


y actuar como tal, porque el trastorno de la personalidad que sufre, le impide
inhibirse respecto de conductas o comportamientos contrarios a las normas.

El menor psicópata tiende a perpetrar actos antisociales según la orientación


nuclear de la propia psicopatía, siendo de destacar en este sentido los actos
que expresan frialdad y crueldad por parte del sujeto.

 Menores delincuentes por neurosis: la neurosis consiste en una grave


perturbación del psiquismo de carácter sobrevenido y que se manifiesta en
desórdenes de la conducta, pudiendo ser su origen muy diverso como
fracasos, frustraciones, abandono o pérdida de seres muy queridos, etc.

Criminológicamente, el neurótico trata de hacer desaparecer la situación de


angustia que sufre cometiendo delitos con el fin de obtener un castigo que le
permita liberarse del sentimiento de culpabilidad que sobre él pesa, y esto es
también válido para el menor neurótico, aunque sean muchos menos que los
adultos.

 Menores delincuentes por auto referencias subliminadas de la realidad:


aquí se incluyen los menores que, por la confluencia de predisposiciones
psicobiológicas llegan a mezclar fantasía y juego de una forma tan intensa
que empiezan a vivir fuera de la realidad. Es precisamente ese estado
anómalo el que puede conducirlos a cometer actos antisociales.

2. Una segunda categoría integrada por jóvenes con rasgos de anormalidad no


patológica, y en la que entrarían:

 Menores delincuentes con trastorno antisocial de la personalidad: se


trata de menores cuyas principales características son la hiperactividad,

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excitabilidad, ausencia de sentimiento de culpa, culpabilidad con los animales


y las personas, fracaso escolar, y son poco o nada comunicativos.

Una de las principales causas de este trastorno es la ausencia o la figura


distorsionada de la madre, aunque tampoco ha de infravalorarse la
disfuncionalidad del rol paterno, pues según algunos trabajos, el crecer sin
padre acarrea al niño nocivas consecuencias que afectan al campo de la
delincuencia.

En muchos casos se trata de menores que viven en la calle, en situación de


permanente abandono, porque nos encontramos con menores que, a su
edad, acumulan graves frustraciones, rencores y cólera contra la sociedad, y
que tienen un mismo denominador común: el desamor, la falta de
comprensión y de cariño, así como de atención y cuidado de sus padres.

En definitiva, son jóvenes con una desviada socialización primaria que acaba
por abocarles a la delincuencia.

 Menores delincuentes con reacción de huida: En este caso se trata


normalmente de menores que han sufrido maltrato en el hogar y por ello
abandonan el mismo. Son menores psicológicamente débiles, y que, en lugar
de responder a la agresión, eligen la huida sin plazos, y casi siempre sin
rumbo.

Ese alejamiento les hace propicios al reclutamiento por parte de los


responsables de la delincuencia organizada, que les escogen para llevar a
cabo actuaciones simples, pero de gran riesgo como el transporte de drogas
en su propio cuerpo.

3. En una tercera categoría se incluye a aquellos menores delincuentes que


presentan rasgos de personalidad estadísticamente normales o próximos a la
normalidad.

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Son aquellos afectados por situaciones disfuncionales que no perturban de


manera especialmente anormal, ni la conciencia, ni la capacidad espontánea de
decisión ni la emotividad o afectividad. Esta sería la categoría que englobaría a la
mayor parte de los menores delincuentes, entre los que podemos incluir, sin
ánimo exhaustivo, los siguientes:

 Aquellos que llevan a cabo simples actos de vandalismo, ataques al mobiliario


urbano, etc., como consecuencia de las perturbaciones psicobiológicas que
producen la pre adolescencia y la adolescencia por motivos de desarrollo y
cambio.
 Los que cometen pequeños hurtos, robos o fraudes por motivos de
autoafirmación personal frente a compañeros, creyendo suscitar en ellos
admiración.
 Los que cometen delitos contra el patrimonio o la indemnidad sexual por puro
placer, siendo incapaces de resistir a sus estímulos seductores.
Los que delinquen para satisfacer meras apetencias consumistas.

 Procedencia social de los delincuentes juveniles


Respecto a la procedencia social de los delincuentes juveniles, los investigadores
han convenido, por lo general, en que las personas de la clase social ínfima están
supe representadas, y las de las clases medias sub representadas en los grupos de
delincuentes, pero la verdadera magnitud de la propensión de cada clase no está
clara del todo.

En este sentido uno de los factores importantes que tienen probabilidad de poner en
marcha el mecanismo que puede llevarnos a cualquiera a ser delincuente, es la baja
categoría en el sistema de las clases sociales, la deficiencia en la educación, la
pobreza, un ambiente familiar inadecuado o perturbado, la residencia en un mal
vecindario y pertenencia a una familia numerosa. Así, destacaba que, entre las
familias de la clase más baja, muchas residían en barrios miserables, no limitaban el
número de hijos y sufrían pobreza y falta de educación. Dicho con otras palabras, los
factores adversos tendían a presentarse todos juntos y a actuar recíprocamente uno
sobre otros hasta el punto de crear una situación generadora de delitos.

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Sin embargo, ya por entonces, algunos desafiaban la opinión de que el


comportamiento delictivo es más preponderante entre jóvenes de clase inferior, y
explicaban el hecho de que estuvieran más representados ante los Tribunales en
mayor número diciendo que las clases bajas están más expuestas a ser detenidas y
llevadas ante la justicia por malas acciones que serían juzgadas de otro modo si
fueran cometidas por personas de la clase media o alta.

A continuación, enumeraremos los conceptos relacionados con la delincuencia


juvenil:
 Criminalidad: Calidad o circunstancia, que hace que una acción sea
criminosa. Numero de crímenes o delitos cometidos en un territorio y tiempo
determinado.

En esta segunda acepción la criminología y la criminalística tienen gran


importancia social, por cuanto sirven para determinar estadísticamente la cuantía
total o clasificada de los delitos y su diferenciación, por sexo, edad, raza, religión y
otras circunstancias de interés.

 Criminología: Ciencia complementaria del derecho penal, que tiene por


objeto la explicación de la criminalidad y de la conducta delictiva individual, a
fin de lograr un mejor entendimiento de la personalidad del delincuente y la
adecuada aplicación de una política criminal y de las sanciones penales.

 Delincuencia: Se conoce como el fenómeno de delinquir

 Delincuente: Aquel que comete actos tipificados como delitos.


 Adolescente: Todo joven de ambos sexos que se halle en la edad
comprendida entre los 12 y 17 años de edad.
Trastorno: Desorden del sistema, puede ser mental, psicológico. Patológico, etc.
Marginado: Apartado de todo lo que le rodea.
Marginarse: Significa “Apartarse de algo” “Salirse de lugar”.
Marginado Social: Es aquel que rompe las normas establecidas por la sociedad.
Precario: Algo o alguno de poca posibilidad, así como de poca estabilidad, inseguro.

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TEORÍAS CRIMINOLÓGICAS SOBRE DELINCUENCIA JUVENIL

TEORÍAS PSICOBIOLÓGICAS
Los defensores de estas teorías tratan de explicar el comportamiento criminal en
función de anomalías o disfunciones orgánicas, en la creencia de que son factores
endógenos o internos del individuo, los que al concurrir en algunas personas les
llevan a una predisposición congénita para la comisión de actos antisociales o
delictivos. Del estudio de los rasgos biológicos o del estudio psicológico de la
personalidad criminal tratan de obtener aquellos factores que predisponen a algunas
personas al delito.

 La tesis de Lombroso. La Escuela positivista italiana (Ferri y Garofalo).


La doctrina se muestra prácticamente unánime al considerar que la Criminología, tal
y como la conocemos hoy en día, con el rango de una ciencia empírica
independiente del Derecho penal y de otras ciencias afines, se debe a Cesare
Lombroso, quien fundamentalmente en su famosísima obra L’Uomo delinquente,
desarrolló su teoría sobre el “delincuente nato” o “criminal atávico”.

Mantenía Lombroso en base a sus estudios biológicos y antropomórficos realizados


sobre presidiarios que el delincuente era una especie de ser atávico “que reproduce
en su persona los instintos feroces de la humanidad primitiva y los animales
inferiores”, degenerado, marcado por una serie de anomalías corporales y

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cerebrales fácilmente reconocibles (mandíbulas enormes, pómulos altos, orejas


grandes, frente prominente, insensibilidad al dolor, tatuajes, etc.).

El delincuente nato se caracterizaba por los siguientes rasgos psicológicos:


o Insensibilidad moral.
o Precocidad antisocial.
o Vanidad.
o Imprevisión.
o Incorregibilidad.

La conclusión a la que llegaba no podía ser otra que la existencia de individuos


que debían ser considerados delincuentes desde su nacimiento, ya que estaban
fuertemente predestinados al delito.
Aunque matizando las ideas de Lombroso, Enrico Ferri y Raffaele Garofalo (los
máximos exponentes junto al primero de la Escuela positivista italiana) otorgaron de
igual modo un gran valor a los estudios basados en la predisposición biológica al
delito, aunque también reconocieron que factores exógenos al delincuente, de tipo
social, tenían influencia en la predisposición al mismo.

En la misma línea, Garofalo dice que “existe una clase de criminales que tienen
anomalías psíquicas, y muy frecuentemente anomalías anatómicas, no patológicas,
pero con carácter degenerativo o regresivo, y a veces atípico, (...) que
carecen, en fin, de todo sentimiento altruista y obran únicamente bajo el imperio de
sus deseos. Estos son los que cometen asesinatos por motivos puramente egoístas,
sin influencia alguna de prejuicios, sin la complicidad indirecta del medio social”.

Pero existen además para Garofalo dos subclases de delincuentes, en los que se
observa la influencia del medio social en la delincuencia. Al respecto dice:
“Individualizada la primera por el escaso sentimiento de piedad. En su virtud pueden
perpetrar acciones antisociales y de gran trascendencia bajo el influjo de estímulos
sociales, políticos o religiosos. La segunda queda integrada por individuos carentes
del sentimiento de probidad (sea por atavismo o herencia, potenciados con
mensajes del medio social) que afecta, generalmente, a las formas menos violentas
de la criminalidad”

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A partir de esta concepción, Ferri estableció su Ley de saturación criminal, según la


cual “el nivel de la criminalidad viene determinado cada año por las diferentes
condiciones del medio físico y social, combinados con las tendencias congénitas y
con los impulsos ocasionales de los individuos”.

La defensa de estas ideas fue lo que originó que los autores de esta escuela
fundamentaran sus teorías en el concepto acuñado por Garofalo de temibilità o
peligrosidad social.

 Tesis psiquiátricas. Tipologías sobre la personalidad criminal


Estas teorías basan gran parte de sus investigaciones en intentar establecer una
relación entre delincuencia y la forma del cuerpo humano. Los precursores en este
campo fueron Ernst Kretschmer y William Sheldon, alcanzando su mayor auge con
las investigaciones sobre la personalidad criminal de Hans Eysenck.
Ernst Kretschmer fue el primero en desarrollar una teoría en la que intentaba
establecer una correlación psicosomática entre los tipos constitucionales,
identificándolos en cuatro tipos con diferentes características corporales:
leptosomático o asténico, atlético, pícnico y un tipo mixto. Por otra parte, distingue
dos tipos somáticos: el ciclotípico y el esquizotípico. Los esquizotípicos eran
personas fuertes y musculadas, y tenían más posibilidades de delinquir que los
ciclotípicos, que eran débiles y delgados.

Desarrollando los trabajos anteriores de Kretschmer, Sheldon distinguió tres tipos


somáticos a los que les correspondía un temperamento particular: el endomorfo (de
constitución suave y grueso) que son personas lentas, cómodas, sociables y
extrovertidas; el mesomorfo (de constitución sólida, muscular y atlética) que son
agresivos y activos; y los ectomorfos (de constitución frágil y delgada) que tienen un
carácter moderado e introvertido. Todas las personas poseen estas características
en mayor o menor grado. Sheldon realizó un sistema para medir cada una de estas
características en una escala de 1 a 7. El mejor balance individual se correspondía
con un resultado de 4-4-4 mientras que, por ejemplo, una persona con un resultado
de 4-2-7 sería fuertemente ectomorfo, con una cantidad media de características
endomórficas y pocas características mesomórficas.

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De estos tres tipos somáticos, señalaba el autor, en base a una investigación


realizada sobre 200 delincuentes juveniles con edades comprendidas entre 15 y 24
años, que fueron comparados con 4.000 estudiantes, que cada tipo incluía una
personalidad diferente y favorecía una manera diferente de actividad delictiva. Los
endomorfos tenían una inclinación a la delincuencia ocasional, cometiendo fraudes o
estafas. El tipo ectomorfo podía en ocasiones perpetrar hurtos o robos. Por último, el
tipo mesoformo era propenso a la delincuencia habitual, empleando violencia en sus
actos, cometiendo robos, e incluso homicidios. Por tanto, correspondía a las
personas (al menos así ocurría en los delincuentes juveniles) del tipo mesomorfo
una mayor predisposición a la comisión de delitos que las personas de los otros
tipos. Además, Sheldon después de comparar los “delinquency scores” de los
jóvenes examinados, con los de sus padres, concluye afirmando que la tendencia a
la criminalidad es hereditaria.

Para terminar con la descripción de las investigaciones sobre la personalidad


criminal, examinaremos la tesis defendida por Eysenck, quizá más completa que las
de los autores anteriormente citados, ya que no solo se limita a analizar las variantes
genéticas que influyen en el comportamiento delictivo, sino que reconoce además la
decisiva influencia de los factores ambientales (familiares). La formulación de
Eysenck resulta sumamente interesante ya que los dos factores que investiga
(predisposición genética y ambiente familiar) adquieren una enorme trascendencia
en la infancia.

Eysenck sostiene que “si no se comprende la forma en que la delincuencia innata, la


predisposición de la persona a cometer un delito, se traduce en la realidad, será muy
difícil, o imposible, efectuar investigaciones sobre las influencias ambientales
que determinan la criminalidad o falta de criminalidad de una persona en particular”.

Tal como desarrolla Eysenck su Teoría de la condicionabilidad del delincuente,


entiende que el comportamiento se adquiere por aprendizaje (donde interviene el
sistema nervioso central) y por condicionamiento (regido por el sistema nervioso
autónomo). En sentido contrario, un comportamiento antisocial o una conducta
delictiva obedece a un aprendizaje deficiente de las normas sociales en forma

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condicionada. Reconoce en primer lugar, la importancia del sistema nervioso


heredado por la persona, distinguiendo varios tipos de personalidad, desde la
introversión (personas reservadas, introspectivas, tranquilas, ordenadas, pacientes y
fiables) a la extraversión (seres sociables, excitables, impulsivos, despreocupados,
optimistas, impacientes y agresivos), y según a la categoría a que se pertenezca
será más fácil o más difícil el ser condicionado. Las personas extrovertidas son más
difíciles de condicionar que las personas introvertidas. En segundo término, destaca
también la calidad del condicionamiento recibido en su ambiente familiar. La suma
de estos dos factores, forma la personalidad al término de la primera infancia, y
según el grado de introversión-extraversión en la que se encuentre la persona,
quedará determinada la propensión de la misma al delito. La criminalidad es un
rasgo del carácter que viene determinado genético o biológicamente, pero que
puede ser suavizado (según las reflexiones de la teoría del aprendizaje) mediante un
adecuado condicionamiento en el ambiente familiar.

Pese al gran número de estudios empíricos llevados a cabo a partir de las


características de la personalidad de los delincuentes, a mi modo de ver, los intentos
realizados para encontrar los rasgos o caracteres de una “personalidad criminal”
unitaria, válida y diferencial desde una perspectiva global han resultado infructuosos,
lo que quizá sea debido tal como mantiene Echeburua, a “el peso específico de las
variables situacionales, a la heterogeneidad de las personas implicadas en
actividades delictivas y por la diversidad misma de los delitos”.

 Otras investigaciones biológicas. Herencia y genética.


Indudablemente, la idea de que la herencia genética es la responsable de la
criminalidad, resulta sumamente atractiva. No sorprende, por tanto, que haya gozado
de amplia popularidad a la hora de intentar explicar los comportamientos criminales.
Si a esto unimos los últimos avances científicos realizados en el campo de la
genética, las teorías biocriminológicas realizadas en la actualidad, deben ser
consideradas con un mayor grado de rigor y seriedad.

Un intento de determinar si la herencia es una parte importante en la inducción al


crimen, consistió en buscar similitudes en los comportamientos de individuos que
estaban genéticamente relacionados unos con otros. Este fue el propósito del

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general pedigree or family studies, el cual se basaba en la presunción de que


existen familias con una herencia genética común, más determinadas hacia el
crimen que otras.

Un estudio de este tipo realizado en España, destinado a averiguar la ascendencia


criminal de 250 chicos delincuentes, no llevó, en palabras de su autor, “a nada
positivo a favor de la transmisión hereditaria de la criminalidad.

Una teoría muy difundida, a la vez que limitada y contestada, es la que intentó hallar
la causa de la predisposición genética al delito en la alteración cromosómica. Cada
ser humano contiene pares de cromosomas. Un par son los cromosomas sexuales,
que determinan las características sexuales de los individuos. La pareja normal de
cromosomas complementarios es en la mujer XX y en el hombre XY. En un número
muy reducido de casos se encuentran hombres cuya combinación de cromosomas
sexuales es XYY (lo que se conoce como síndrome de Klinefelter). Lo que estas
investigaciones intentaron demostrar, sin conseguirlo, es que todos los hombres con
esta alteración cromosómica tenían una predisposición congénita al delito.

Estudios como los desarrollados en instituciones mentales por Jacobs et al (1965),


Price et al (1966) o Shaw y Roth (1974), mostraron que la característica física más
notable en los hombres con alteración cromosómica XYY, consistía en que eran
extremadamente altos comparados con los otros pacientes. Además, tenían un buen
desarrollo genital y tendencia a un leve acné, así como una apariencia de
inferioridad intelectual. Pero ni estos estudios, ni otros posteriores como el de Witkin
et al (1976), encontraron ningún dato fiable que relacionara esta alteración
cromosómica con comportamientos agresivos y/o delincuentes.

Un gran eco recibió también los estudios sobre gemelos y adopción (twin and
adoption studies). Los estudios sobre gemelos parten de la comparación entre
gemelos univitelinos, monozigóticos o idénticos (procedentes del mismo óvulo), que
es el tipo más raro, ya que comparten el 100% de sus genes, con gemelos
bivitelinos, dizigóticos o fraternos (procedentes de dos óvulos distintos), que
únicamente comparten alrededor del 50% de los genes. Estudios como el de
Christiansen (1968) en Dinamarca, - quien estudió 3.568 pares de daneses nacidos

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entre 1881 y 1910, encontrando que el 52% de los gemelos idénticos


(monozigóticos) tenían el mismo grado de actividad criminal registrada, mientras que
sólo el 22% de los gemelos dizigóticos alcanzaban similares grados de criminalidad-
,34 o el de Rowe y col. (1989) en Estados Unidos, permiten afirmar que el índice o la
tasa de delincuencia de los gemelos monozigóticos es más alta que en los
dizigóticos. Además, estos datos persisten incluso cuando los gemelos fueron
separados al nacer y residen en entornos sociales diferentes. Estos resultados
permiten concluir señalando que no hay un solo componente genético de la
delincuencia, pero si que la genética puede predisponer a algunos individuos a caer
en la delincuencia.

En parecidos términos los estudios sobre adopción representan un intento de


determinar la relación entre la contribución genética y el medio ambiente en el
comportamiento humano. Los estudios de adopción parecen proporcionar un mejor
control de las posibles influencias medioambientales que otros métodos de
investigación como los estudios de gemelos. En estos estudios se busca comprobar
si los niños adoptados, cuyos padres biológicos habían tenido conductas delictivas,
eran más proclives a tener comportamientos delictivos que los otros niños
adoptados, cuyos padres biológicos presentaban un comportamiento normal.

Hutchings y Mednick (1977) examinaron todos los casos de adopciones de varones


habidos en Copenhague entre 1927 y 1941 donde los padres adoptivos no tuvieran
conexión con los niños. Al menos la mitad de los chicos que fueron condenados por
crímenes tenían padres biológicos con antecedentes penales. De los chicos que no
tuvieron condenas, justo por debajo de un tercio, tenían padres biológicos con
antecedentes penales. Los autores también consideraron la interrelación entre la
criminalidad de los padres biológicos y adoptivos. El efecto de ser los dos criminales
era más fuerte que los efectos de uno sólo, aunque la criminalidad de los padres
adoptivos tenía un mayor impacto que la de los padres biológicos. Encontraron
sugerencias de que alguna predisposición genética al delito puede existir (los padres
biológicos), pero la delincuencia es más factible que ocurra en ciertas condiciones
medioambientales (los padres adoptivos).

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Otros estudios más recientes -de los que uno de los más frecuentemente citados es
el de Mednick et al (1984, 1987)38 en Dinamarca-, obtuvieron resultados y
conclusiones similares.

Estudio representativo de la criminalidad de varones adoptados en Dinamarca,


en función de la criminalidad en sus padres biológicos y adoptivos

Status criminal de sus padres


Ninguno Adoptivo Biológico Ambos
Proporción de adoptados que fueron 13,5% 14.7% 20% 24.5%
criminales
Total, adoptados 2492 204 1226 143
Fuente: Mednick, Gabrielli y Hutchings (1984)

Los Scandinavian twin and adoption studies sugieren que el riesgo subyacente de la
herencia del crimen es del 30% al 40%, aunque recuerdan que la herencia depende
en gran medida de la cultura y de la naturaleza humana.

En la actualidad la ciencia se muestra todavía incapaz de determinar científicamente


una influencia de factores biológicos (somáticos, genéticos o hereditarios) en la
predisposición al delito, por lo que, parafraseando a Taylor, Walton y Young
podemos concluir manifestando que “el hecho de que las personas tengan
configuraciones cromosómicas distintas o tipos biofisiológicos diferentes puede ser
interesante para explicar las diferencias constitucionales de los hombres, pero nada
aporta a la explicación de la conducta desviada como acción social”.

TEORÍAS SOCIOLÓGICAS
La moderna Sociología criminal contempla el delito como un fenómeno social,
procediendo a su explicación desde diversos enfoques teóricos.

 Teorías de la socialización deficiente


Este grupo de teorías que vamos a intentar explicar a continuación, tienen en
común, en mayor o menor grado, el que centran su explicación de la delincuencia en
procesos deficientes de socialización de los individuos, ya sea por un defectuoso

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aprendizaje en la infancia o por imitar, asociarse o integrarse en diversos grupos o


subculturas delincuentes.

 La Escuela Cartográfica y la Escuela sociológica francesa: Antecedentes


En la primera mitad del siglo XIX comienza a tener una cierta importancia en el
estudio de la criminalidad la elaboración y análisis de las estadísticas criminales. A
ello se dedican un grupo de eminentes sociólogos franceses (la llamada Estadística
Moral o Escuela Cartográfica, cuyos principales representantes son Quételet y
Guerry, y, posteriormente la Escuela Sociológica o Escuela Francesa de Lyon, cuyos
autores más destacados fueron Lacassgne y Tarde) que abordan el fenómeno
criminal al amparo de los datos que les ofrecen las estadísticas criminales,
estudiando el crimen como un fenómeno social y, oponiéndose por tanto a las ideas
predominantes de la Escuela positiva italiana, principalmente a la concepción del
criminal nato de Lombroso y al carácter biológico de la criminalidad.

Poco tiempo después de la publicación (en Francia) de las primeras estadísticas


criminales de ámbito nacional, de la época moderna, Guerry publicó un trabajo en el
que mediante la utilización de mapas ecológicos representaba diferentes índices
criminales en relación con varios factores sociales, sobresaliendo los estudios que
relacionaban el crimen y la pobreza, y la falta de educación asociada al crimen. Las
conclusiones obtenidas por el autor de este estudio fueron respecto del primer factor,
que la pobreza no es en sí misma causa de los delitos contra la propiedad, más bien
el factor principal reside en la oportunidad. En relación a la segunda cuestión objeto
de análisis, llegó a una conclusión mediante la que demostraba que las áreas con
unos niveles de educación más altos, tenían los índices de crímenes violentos más
altos, mientras que los índices más bajos de tales crímenes se correspondían con
los niveles bajos de educación.

El estudio y análisis de las estadísticas criminales, llevó a Adolphe Quételet a


formular por primera vez la hipótesis de la deprivación relativa, referida a la toma de
conciencia de las personas de las desigualdades sociales, lo que puede dar lugar a
la aparición de sentimientos de injusticia y resentimiento, como factor influyente en el
delito en las clases pobres de las ciudades, afirmando que el crimen es el resultado
necesario de nuestra organización social, de tal forma que “la sociedad prepara a los

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criminales y los culpables son solamente los instrumentos que los ejecutan”.
Observó, a su vez, que los jóvenes eran más propensos que los adultos al crimen. Y,
sobre todo, desarrolló como producto de la observación del crimen en las
estadísticas, las Leyes térmicas de la delincuencia. Para Quételet, el crimen es un
fenómeno social, de masas; es una magnitud asombrosamente regular y constante;
y es un fenómeno normal, en el sentido de inevitable, constante, regular, necesario.

Alexandre Lacassagne resalta la importancia del medio social (milieu). Observó dos
clases de factores criminógenos: individuales (de carácter somático o físico) que sólo
serían predisponentes y sociales, que serían los verdaderamente determinantes, los
decisivos en la adopción de comportamientos criminales. Propugnaba el estudio de
los criminales en relación y en función del medio social, entendido en un sentido
amplio (climático, físico y, sobre todo, humano). Para él “el medio social es el caldo
de cultivo (bouillon de culture) de la criminalidad”. Establecía que “la sociedad
encierra en sí los gérmenes de todos los crímenes que se van a cometer. Ella es la
que en cierta manera los prepara, y el culpable no es más que el instrumento que los
ejecuta”. Según esta posición, la criminalidad puede disminuir si las causas sociales
que la producen cambian o se transforman.

El último y más reputado componente de esta escuela fue Gabriel Tarde, quien
propuso una serie de leyes para una mejor comprensión de la criminalidad, siendo
las más conocidas y aceptadas las Leyes de la imitación.

A juicio de Tarde un hombre imita a otro en proporción a la frecuencia de contactos


que tengan entre si. Estos contactos serán frecuentes y múltiples en las
grandes ciudades, donde alcanzan sus cotas máximas los fenómenos de imitación,
aunque tenderán a tener poca estabilidad. Es lo que el autor denomina como
“moda”. Por el contrario, en los núcleos urbanos pequeños los contactos serán más
frecuentes, pero entre un número de personas más reducido, manifestándose
entonces el fenómeno de la imitación bajo la forma del respeto a la “tradición”.

Tarde aplicó esta ley al estudio de la criminalidad, llegando a la conclusión que el


crimen al ser un comportamiento social, puede ser un comportamiento imitado y,

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dependiendo del lugar donde se desarrolle, podrá ser objeto de una moda o
convertirse en una costumbre, en una tradición que se transmite.

 La Escuela de Chicago. Teorías ecológicas


Esta escuela, fundada en la ciudad de Chicago por Robert E. Park, se caracterizó
por estudiar la criminalidad desde una perspectiva ecológica, relacionando el
fenómeno criminal con la estructura social en la que se desenvuelve y en función del
ambiente que la rodea (desorganización social). Sus principales exponentes fueron
Clifford R. Shaw y Henry D. McKay, quienes desarrollaron sus más importantes
trabajos en tres áreas: Los estudios ecológicos que analizaban la distribución
geográfica de la delincuencia en Chicago y otras ciudades. La creación de unos
programas de prevención de la delincuencia conocidos como el Chicago Area
Project. La tercera contribución fue una colección de autobiografías de delincuentes
que produjeron tres historias reales.

La idea central de la Escuela ecológica, fue la “hipótesis zonal”, realizada por Ernest
W. Burgess como ilustración de su análisis de la delincuencia en la ciudad de
Chicago. Él divide la ciudad en cinco zonas concéntricas. La zona del interior era el
distrito central de negocios (zona 1). La zona más próxima es la “zona de transición”,
un área deteriorada donde se pueden encontrar fábricas, suburbios y el barrio chino
(zona 2). Más allá se encuentra la tercera zona en la que habitan la gente corriente
trabajadora (muchos de los cuales han “escapado” de la zona 2), y las zonas 4 y 5,
con cada vez más afluencia de hogares fuera del alcance de los suburbios. La
hipótesis era que los nuevos inmigrantes que inicialmente se instalaban en la zona
de transición, si prosperaban se trasladaban más lejos, hacia la zona 5. Si la ciudad
crecía considerablemente, áreas que habían estado en las zonas 3 y 4 podían
encontrarse formando parte de la zona de transición, con el correspondiente
deterioro de la misma.

Para Burgess, la zona denominada de transición era un área con graves carencias
de integración, a la que constantemente llegaban inmigrantes de diferentes culturas,
y donde los niños en particular tenían dividida su lealtad entre sus costumbres de
procedencia y su nuevo hogar. Era una zona de desorden y potencialmente
delincuente.

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La mejor aplicación de la sociología urbana de la Escuela de Chicago en relación


con el crimen y la delincuencia, se encuentra en Shaw y McKay, quienes parten de
que el fundamento o la base de una carrera criminal adulta comienza a una
temprana edad, por eso el mejor camino para prevenir el crimen es prevenir la
delincuencia juvenil. La piedra angular de su método de estudio de la delincuencia
juvenil (los estudios ecológicos de la delincuencia iniciados por Burgess), es el
estudio de sus barrios, para lo que llevan a cabo, en la ciudad de Chicago, una
interrelación entre 1) las zonas donde viven los delincuentes juveniles (spot maps);
2) el porcentaje total de la población juvenil, y los datos específicos de quienes se
han relacionado con el sistema de justicia criminal (rate maps); y 3) la distribución de
la delincuencia a lo largo de las distintas zonas de la ciudad (zone maps).

Para Shaw y McKay la conclusión de su estudio continuado a lo largo de varios


años, radica en que la diferencia entre delincuentes y no delincuentes no reside en
rasgos o caracteres individuales (personalidad, inteligencia o condición física), sino
en las características de los respectivos barrios en los que viven. Más
específicamente, afirman que los barrios en los que hay un índice mayor de
delincuencia, también acogen otra serie de problemas como invasión de industrias,
inmigración, edificios deteriorados, mortalidad infantil y enfermedades siendo, a su
vez, los residentes en estos barrios los más desfavorecidos económicamente de la
ciudad. Explican claramente la emergencia de tradiciones criminales y delincuentes
en estos barrios desorganizados socialmente, revistiendo una particular importancia
la íntima asociación de los niños con bandas y otras formas de organizaciones
criminales, ya que los contactos con estos grupos, en virtud de su participación en
sus actividades les hace aprender las técnicas de actuación, y además les relaciona
con sus compañeros en la delincuencia, adquiriendo las actitudes propias de su
posición como miembros de esos grupos.
Los orígenes de la delincuencia urbana para Shaw y McKay quedan descritos
de la siguiente forma:

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Negocio
Invasión Áreas de
transmisión
Desorganización Áreas de
cultural
social delincuencia
De
Inmigración/ delincuencia
Inmigración

Para los autores la delincuencia “hunde sus raíces en la vida dinámica de la


comunidad”, resumiendo su análisis de la siguiente manera: “en las áreas de rentas
bajas, donde hay una gran miseria y frustración; donde, en la historia de la ciudad,
grupos de inmigrantes y emigrantes han traído juntos una gran variedad de
instituciones y tradiciones culturalmente divergentes; y donde existen grandes
disparidades entre los valores sociales a los que aspira la población y la
disponibilidad de facilidades para adquirir esos valores de forma convencional, el
desarrollo del crimen es una forma de vida organizada muy marcada”.

Desde esta perspectiva, para los autores la solución al problema de la criminalidad,


no reside en tratamientos individualizados a los delincuentes, sino en
apuntalar el tradicional control social en los barrios desorganizados para lograr su
estabilización.

 Los GLUECK: efectos criminógenos de los broken homes. (Remisión).


Con el término broken homes se refiere la literatura norteamericana a estructuras
familiares que han sufrido trastornos en la misma por separación, divorcio, o
fallecimiento de los padres. Una investigación realizada por Sheldon y Eleanor
Glueck (1950) demostró que el 60% de los delincuentes provenían de estos hogares
desestructurados, mientras que la cifra en los no-delincuentes solamente alcanzaba
el 34%.

En sentido contrario, Gibson (1969) observó relaciones significativas entre aquellos


hogares rotos por abandono del padre o la madre y conductas delictivas, pero no
encontró relaciones en aquellas familias en las que se producía la muerte de alguno
de los progenitores. Según estos datos se desprende que la relación entre

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delincuencia y hogares rotos depende de las causas de la ausencia de algunos de


los progenitores, así como de la interacción con otros factores personales como la
inteligencia del menor y factores socio-culturales como situación económica familiar,
educación, creencias religiosas, etc.

Estudios más recientes, como el desarrollado por Edward Wells y Joseph H. Rankin,
llegan a las siguientes conclusiones:

1. La prevalencia de delincuencia en hogares rotos es un 10 – 15% más alta que


en los hogares convencionales.

2. La correlación entre hogares rotos y delincuencia es más fuerte en relación


con las malas conductas de los jóvenes (status offenses) y más débil respecto
de conductas criminales más serias.

3. La influencia de los hogares rotos en la delincuencia juvenil es ligeramente


superior en aquellas familias rotas por separación o divorcio, que en las que
muere uno de los padres.

4. No hay diferencias apreciables o consistentes en el impacto de los hogares


rotos entre chicas y chicos o entre jóvenes blancos o de color.

5. No son consistentes los efectos de la edad de los jóvenes en la ruptura y los


negativos efectos de la familia separada.

6. No hay evidencias consistentes de los con frecuencia citados impactos


negativos de los padrastros en la delincuencia juvenil.

 Teorías del aprendizaje:


Albert Bandura, el principal exponente de la teoría del aprendizaje social, explica la
conducta humana en los siguientes términos: consiste en “una interacción recíproca
y continua entre los determinantes cognoscitivos, los comportamentales y los
ambientales”, subrayando el decisivo papel que desempeñan las variables sociales

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para explicar el desarrollo y modificación de la conducta humana, así como la


formación de la personalidad individual.

De suma importancia debemos considerar el que el autor se haya centrado en la


conducta infantil, resaltando la continuidad del aprendizaje social de la infancia a la
madurez y, destacando, a su vez, la trascendencia que tienen las experiencias de
aprendizaje de la niñez y la adolescencia para provocar, moldear y mantener pautas
de conducta.

Para comprender las alteraciones del comportamiento, parten Bandura y Walters de


“examinar con cuidado el proceso por el que se alcanza la socialización de la
conducta y seleccionar las dimensiones o variables de la conducta infantil que
parezcan tener importancia en el proceso de socialización”. Del mismo modo
intentan explicar la “conducta desviada” desde los principios del aprendizaje social,
incidiendo en tres aspectos, sustanciales:

1. las características de comportamiento de los modelos sociales, a los que el


niño ha estado expuesto (aprendizaje por observación o imitación);
2. las contingencias de refuerzo de su historia de aprendizaje; y
3. los métodos de instrucción que se han utilizado para desarrollar y modificar
su conducta social.

 La teoría de la asociación diferencial o de los contactos diferenciales de


Edwin Sutherland
Parte de la hipótesis de que el comportamiento desviado o delincuencial, al igual que
el comportamiento normal o social, es aprendido. Las personas (y en mayor medida
los jóvenes cuyo carácter se encuentra todavía en un proceso de formación) al vivir
en sociedad se relacionan continuamente con otras personas, pudiendo convivir y
relacionarse más a menudo con personas respetuosas de la ley o, por el contrario,
con personas cuyo comportamiento no respeta la ley y fomenta la violación de la
misma. La conclusión a la que llega Sutherland se puede resumir de la siguiente
manera: una persona se vuelve delincuente o tendrá mayores posibilidades de
delinquir cuando las actitudes positivas frente al comportamiento desviado superan
cuantitativamente a los juicios negativos, esto es, porque ha aprendido a definir con

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más frecuencia una situación en términos de violación de la ley que en términos de


respeto a la misma.

La sistemática de la teoría de Sutherland queda claramente reflejada en las


siguientes nueve proposiciones:
1. El comportamiento criminal se aprende.
2. El comportamiento criminal se aprende en interacción con otras personas
mediante un proceso de comunicación.
3. La parte principal del aprendizaje del comportamiento criminal ocurre con
grupos de personas íntimas.
4. Cuando el comportamiento criminal se aprende, el aprendizaje incluye a)
técnicas para la comisión del crimen... (b) la específica dirección de motivos,
impulsos, razones y actitudes.
5. La dirección específica de motivos e impulsos se aprende de definiciones de
los preceptos legales ya sea como favorable o desfavorable.
6. Una persona se convierte en delincuente porque adquiere un exceso de
definiciones favorables a la violación de la ley que supera las definiciones
desfavorables a la violación de la ley.
7. Las asociaciones diferenciales pueden variar en frecuencia, duración,
prioridad e intensidad.
8. El proceso de aprendizaje del comportamiento criminal por asociación con
modelos criminales y no criminales implica y conlleva todos los mecanismos
que son necesarios en cualquier proceso de aprendizaje.

Aunque el comportamiento criminal es una expresión de necesidades y valores


generales, los motivos y necesidades generales no explican el comportamiento
criminal.

Esta asociación con grupos criminales o no-criminales, diferente, diferenciada o


diferencial, era para Sutherland la única posible explicación del comportamiento
criminal.

 Teoría de las subculturas.

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El representante más importante es Albert Cohen, alcanzó gran notoriedad y resulta


sumamente interesante ya que situó como el eje central de su explicación, el
problema de la criminalidad juvenil

El punto de partida para el desarrollo de su teoría de las subculturas fue la


proposición de que “toda acción es el resultado de continuados esfuerzos para
solucionar problemas de adaptación”, esto es, su falta de reconocimiento por el
grupo de referencia. Según Cohen, la mayoría de los problemas de adaptación se
solucionan de forma normal, pero en algunos casos, las personas eligen soluciones
desviadas. El porqué eligen esas alternativas desviadas hay que buscarlo en los
“grupos de referencia” que tienen a su alrededor. Las personas seleccionan, en un
primer momento, las soluciones que son compatibles con las expectativas de sus
grupos de referencia corrientes, pero cuando estas soluciones no son adecuadas, se
buscan otros grupos cuya cultura proporcione respuestas adecuadas. Finalmente, la
subcultura surge cuando hay un número de personas con similares problemas de
adaptación para los cuales no existen soluciones institucionalizadas ni tampoco
grupos de referencia alternativos que proporcionen otro tipo de respuestas.
Entonces, es muy probable que, si las circunstancias los favorecen este grupo de
personas desubicado, acabe por encontrarse y unirse, creando una subcultura
nueva, en la que solucionen sus problemas de aceptación social.

Resumiendo, el joven en conflicto o inadaptado puede optar por tres alternativas:


1º. Incorporarse al ámbito cultural de los jóvenes de clase media, aunque suponga
competir en inferioridad de condiciones.
2º. Integrarse en la cultura de otros jóvenes de la calle, renunciando a sus
aspiraciones.
3º. Integrarse en una subcultura delincuente.

En palabras de Cohen, la subcultura delincuente puede concebirse como “un


sistema de convicciones y valores que se desarrolla en un proceso de interacción
comunicativa entre niños, que por su posición en la estructura social están en una
situación similar para la resolución de los problemas de adecuación, para los que la
cultura en vigor no proporciona soluciones satisfactorias”.

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Cohen en sus trabajos parte del hecho de que el sistema de valores y de normas de
la clase media es el relevante y dominante en una sociedad. Este sistema de valores
es el que rige también para aquellas capas o clases más bajas de la sociedad, que
intentan acceder a las mismas metas que las clases medias, pero con un hándicap
incorporado en cuanto que no disponen de los mismos medios económicos,
educativos, culturales y tradicionales. Al no tener los jóvenes de las capas bajas de
la sociedad las mismas posibilidades para acceder a aquellos fines y metas que la
sociedad les ofrece, se produce un problema de adecuación entre las aspiraciones
de los jóvenes de las capas inferiores y las posibilidades reales de acceso a las
mismas. Esta situación, según Cohen, les provoca una situación de tensión y
preocupación en sus vidas, lo que él denomina un “estatus de frustración” (status
frustration). Al no tener posibilidades reales de acceder a integrarse en el sistema de
valores y normas de la clase social dominante, los jóvenes intentan resolver este
problema uniéndose a un grupo subculturalmente establecido, en el que se vean
reconocidos y apoyados por otros miembros. Estos grupos crean una subcultura
propia (alejada de la socialmente aceptada) en el que encuentran unos valores y un
status en el que se reconocen y en el que resulta más fácil la supervivencia. Por
tanto, es la naturaleza de nuestra cultura la que favorece la formación de las
subculturas delincuentes.

En su obra Delinquent Boys, Cohen identifica cinco notas características de la


delincuencia de grupos o bandas de clase social baja. Se refiere a lo que él
denomina calidad no utilitaria, destructividad, negativismo total, gratificación
inmediata y desafío a la autoridad. Juntas comprenden o integran la subcultura de la
delincuencia:

1. No utilitaria o gratuita (nonutilitarianism): significa una delincuencia cuyos


hechos no persiguen un beneficio económico o un ánimo de lucro
determinado, sino que en la mayoría de los casos persigue otros objetivos
que les permite alcanzar gloria o realizar proezas, lo que les otorga una
profunda satisfacción.

2. Maliciosa (maliciousness): la mayor parte de la actividad delincuente de las


bandas es “just plain mean”. Su único propósito es causar daño y problemas a

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la gente, conseguir que su vida resulte infeliz, incomoda y desagradable. Los


actos de vandalismo son buenos ejemplos.

3. Negativa (negativism): la subcultura delincuente no tiene unos valores y unas


reglas diferentes de las normas que rigen para la gente “respetable”, sino que
se produce una situación en la que se da una “polaridad negativa” con las
normas de la clase media. Esto es, la subcultura delincuente toma las normas
de la cultura circundante, pero las invierte, convirtiendo en justo para ellos, lo
que resulta injusto para las normas de la cultura circundante. En palabras de
David, “parece derivar su sentido del hecho mismo de que está prohibida”.

4. Hedonismo inmediato (short-run hedonism): tienen poco interés en metas a


largo plazo, en planificar actividades y en desarrollar actividades que
únicamente se puedan adquirir mediante la práctica, la deliberación y el
estudio. La subcultura delincuente busca una gratificación inmediata. Son
jóvenes impacientes, impetuosos y actúan por diversión teniendo poco en
cuenta las ganancias remotas y los costes.

Esta búsqueda de la gratificación inmediata es la respuesta que ofrece Cohen


para explicar la delincuencia juvenil de clase media. A su juicio, la juventud de
clase media se orienta hedónicamente hacia lo que se denomina “cultura de
la juventud”, caracterizada por la búsqueda de placeres, satisfacciones y
emancipación del control de los adultos. Esta conducta, según Cohen, tiene
motivaciones específicas que pueden generar conductas delincuentes.

5. Autonomía (group autonomy): los miembros de la subcultura delincuente se


oponen a toda restricción o control de su comportamiento excepto cuando
este se debe a una imposición informal por otros compañeros de su mismo
grupo. Ellos desafían, desobedecen o ignoran la autoridad ejercida por los
padres, profesores y otros agentes de control social. La subcultura
delincuente proporciona a sus integrantes un propósito, una forma de vida,
que demanda lealtad, reciprocidad y colaboración mutua, subordinando los
deseos o aspiraciones personales a las demandas y prioridades del grupo.

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El desarrollo de la teoría elaborada por Cohen, puede resumirse gráficamente de la


siguiente forma:

Sueño
Americano
(éxito)
+
Estatus de Formación Malicioso
Socialización Fracaso
frustración de negativo
Clase baja de estas
perdida de reacción No utilitario
medidas
+ autoestima delincuencia

Institucionalización
escolar de la clase
media

Al desarrollar su teoría Cohen ponía un especial énfasis en el papel de la escuela.


Se centraba en los jóvenes de clase social baja y la tensión o preocupación que les
invadía al tener que medirse en desigualdad de condiciones con los jóvenes de
clase media. Según su teoría:
1. Muchos jóvenes de clase baja (especialmente varones) obtenían malos
resultados en la escuela.
2. El rendimiento escolar está en relación con la delincuencia.
3. El mal rendimiento escolar es el resultado de un conflicto entre los valores
dominantes de la clase media predominantes en el sistema escolar y los
valores de los jóvenes de clase baja.
4. Los delincuentes juveniles de clase baja forman subculturas delincuentes
buscando reducir su frustración y obtener un mejor concepto de sí mismos,
manteniendo valores antisociales.

La discrepancia entre las normas de la subcultura (puesta de manifiesto por Cohen)


y las dominantes para toda la sociedad, así como las explicaciones de la teoría de la
asociación diferencial de Sutherland, se intenta explicar mediante la teoría de las
técnicas de neutralización (Theory of neutralization and drift) elaborada por David
Matza y Gresham Sykes.

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Argumentan los autores que la teoría del aprendizaje social presenta un cuadro
demasiado simple, y que también es demasiado determinista, ya que presentan a los
adolescentes como delincuentes o no delincuentes, cuando la realidad señala que
los delincuentes juveniles no son diferentes del todo de los otros jóvenes. Matza
mantiene que los delincuentes juveniles están por lo menos en parte comprometidos
con el orden social dominante, la mayor parte del tiempo los delincuentes actúan
convencionalmente, y que la delincuencia es una forma de vida para sólo un puñado
de individuos. La mayoría de la delincuencia es trivial y ocurre usualmente en el
periodo entre la infancia y la edad adulta cuando la aceptación por su grupo social o
generacional se considera importante.

En contra de la separación entre delincuencia y cultura predominante, argumentan


Matza y Sykes, que la cultura predominante tiene por debajo de ella unos valores
subterráneos, que existen cara a cara con los valores convencionales. Destacan que
determinados grupos, como es el caso de los delincuentes juveniles, tienden a
acentuar lo que ellos denominan valores subterráneos, a expensas de los valores
formales.

Quizás más importante sea lo que Sykes y Matza desarrollan como “técnicas de
neutralización”. Entienden que las leyes son inconsistentes y vulnerables, ya que
contienen sus propias formas de neutralización. Especialmente las leyes penales
son susceptibles de neutralización porque las condiciones de aplicación y de
inaplicación, vienen explícitamente indicadas. Por ello, toda clase de personas
puede reclamar varias clases de justificaciones en la creencia u opinión que ellos,
bajo ciertas circunstancias atenuantes, no están obligados por la ley. El clásico
ejemplo es la “legítima defensa”. Para los autores la neutralización comprende
palabras y frases que excusan o justifican el comportamiento contrario a la ley,
razones que se esgrimen después de cometida una acción ilegal para justificarse y
ahuyentar cualquier sentimiento de culpa en el sujeto.

Sykes y Matza clasifican las excusas y justificaciones que sirven a esta función de
liberación o expiación moral en cinco tipos, formando en conjunto lo que denominan
“técnicas de neutralización”

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1. Negación de responsabilidad: los delincuentes apelan a una serie de razones


como el alcohol, las malas compañías, etc., para eludir su responsabilidad.
Cometen sus delitos por causas externas.

2. Negación del daño: los delincuentes esgrimen que nada ni nadie resultó
herido por su acción. Son delitos que no tienen una víctima concreta, sino que
puede serlo cualquiera, como en el caso de la venta de drogas, prostitución,
juego ilegal, etc.

3. Negación de la víctima: se da este supuesto cuando el delincuente comete


una acción delictiva contra una víctima por la que tiene resentimiento al
sentirse, a su vez, víctima de la situación. Esta técnica suele ser utilizada para
racionalizar crímenes cometidos por odio o venganza y violencia contra
minorías raciales.

4. Condena de los denunciantes: “los delincuentes cambian el foco de atención


de sus propios actos desviados a los motivos y comportamientos de quienes
desaprueban sus violaciones”. En este caso los delincuentes rechazan toda
autoridad sobre ellos, por parte de los padres, policías y jueces, a los que
acusan de corruptos que no merecen ningún respeto.

5. Apelar a grandes lealtades: muchos delincuentes juveniles esgrimen que la


lealtad a sus amigos, su banda o su grupo, se encuentra por encima de
cualquier demanda social. Los controles sociales internos y externos puede
ser neutralizados sacrificando las demandas del grueso de la sociedad por las
demandas de pequeños grupos a los que pertenecen los delincuentes.

 Teorías de la estructura social defectuosa


Las teorías agrupadas en este epígrafe asumen en distinta medida que la causa
primaria o principal de la delincuencia radica en el trastorno y la inestabilidad de las
estructuras e instituciones sociales. Consideran el delito como una consecuencia de
la desorganización social.

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 Teoría de la anomia (Durkheim y Merton)


Las contribuciones teóricas de Émile Durkheim sientan las bases para la
introducción de la Sociología en la ciencia de la Criminología dominada hasta
entonces por las inspiraciones biopsicológicas de la escuela positivista italiana.
Además, este autor adquiere gran notoriedad por la trascendencia de dos de sus
formulaciones: la consideración del delito como un fenómeno social normal
(examinada al principio del capítulo anterior) y la teoría de la anomia.

Aunque se cita a Durkheim como el primero que utilizó el término “anomia” referido
al delito, no llegó a desarrollar una teoría completa de la misma, sino que
prácticamente, se limitó a introducir el concepto, de una forma un tanto indefinida, a
lo largo de toda su obra, aunque principalmente en su monografía sobre el suicidio.

Para Durkheim, el concepto de anomia expresa las crisis, perturbaciones de orden


colectivo y desmoronamiento de las normas y valores vigentes en una sociedad (el
orden social), como consecuencia de una transformación o cambio social producido
súbitamente. Manifiesta el autor que en todas las sociedades (en un momento
histórico determinado) existe una especie de reglamentación u orden social
establecido y reconocido como equitativo por la generalidad de los sujetos que “fija
con una precisión relativa, el máximum de bienestar que cada clase de sociedad
puede legítimamente buscar o alcanzar”. En esta situación la generalidad de los
individuos, se dan cuenta vagamente del punto extremo a donde pueden ir sus
ambiciones y no aspiran a nada más allá, ya que los individuos con una sana
constitución moral, son respetuosos y dóciles con las reglas sociales y sienten que
no está bien exigir más. “Cada uno, por lo menos en general, está entonces en
armonía con su condición y no desea más que lo que pueda legítimamente esperar,
como precio normal de su actividad”.

Cuando la sociedad está perturbada, tanto da que sea por crisis dolorosas o felices,
o por transformaciones demasiado súbitas, es transitoriamente incapaz de ejercer
ese orden social; “se han llevado a efecto [las transformaciones sociales] con una
extrema rapidez, y los intereses en conflicto no han tenido todavía el tiempo de
equilibrarse”, lo que lleva a los individuos que no son capaces de adaptarse a la
nueva situación, al suicidio (suicidio anómico) o al crimen, ya que “este trastorno de

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todas sus costumbres le produce un estado de sobreexcitación aguda, que tiende


necesariamente a aliviarse por actos destructivos”.

Lo que Durkheim pone de relieve es que, en la sociedad actual, debido sobre todo al
progreso económico, se producen una serie de crisis económicas (utiliza el término
crisis para referirse tanto a los desastres económicos como a las épocas de bonanza
y crecimiento económico) que alteran la armonía social, produciendo unos bruscos
cambios y desbarajustes sociales que dejan a muchos individuos sin un referente en
el que apoyarse o sin metas que alcanzar, haciendo que el individuo se sienta
perdido, desorientado y sin referencias en un mundo complejo, ya sea porque
personas de clases sociales altas se vean avocadas a condiciones por debajo de las
acostumbradas, o en el caso contrario, personas de clase social baja que en épocas
de bonanza se imponen unas metas que no les corresponden y no pueden alcanzar
por medios legítimos. En ambos supuestos se produce el estado de anomia que
lleva al suicidio o a la criminalidad. Por tanto, para Durkheim la anomia es “un
fenómeno social que debido a la falta de regulación suficiente (entendido como una
falta de normas), empuja a los individuos a la desintegración y al no conformismo y,
en último término al delito”.

Quien verdaderamente desarrolló la teoría de la anomia formulada por Durkheim,


relacionándola con las distintas formas de conducta desviada fue Robert K. Merton,
al desarrollar la teoría de la estructura social y de la anomia, en su obra
Social Theory and Social Structure (1949) donde se propuso descubrir, desde un
punto de vista sociológico, “como algunas estructuras sociales ejercen una presión
definida sobre ciertas personas de la sociedad para que sigan una conducta
inconformista y no una conducta conformista”.

Merton parte de conceptos similares a los de Durkheim al manifestar que, entre los
diferentes elementos de las estructuras sociales y culturales, dos son de importancia
inmediata: “el primero consiste en objetivos, propósitos e intereses culturalmente
definidos, sustentados como objetivos legítimos por todos los individuos de la
sociedad (...). Un segundo elemento de la estructura cultural define, regula y controla
los modos admisibles de alcanzar esos objetivos”. Mientras las satisfacciones
resultantes para los individuos se ajusten a las dos presiones culturales, a saber,

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satisfacciones procedentes de la consecución de los objetivos y satisfacciones


nacidas en forma directa de los modos institucionalmente canalizados de
alcanzarlos, se conserva un equilibrio efectivo entre esos dos aspectos de la
estructura social. Cuando se produce una disociación entre las aspiraciones
culturalmente prescritas y los caminos socialmente estructurales para llegar a ellas,
fundamentalmente cuando se da una
excesiva importancia a los objetivos, sin importar el cómo se obtengan, la sociedad
se hace inestable y se produce la anomia. La anomia es concebida, según Merton,
como “la quiebra de la estructura cultural, que tiene lugar en particular cuando hay
una disyunción aguda entre las normas y los objetivos culturales y las capacidades
socialmente estructuradas de los individuos del grupo para obrar de acuerdo con
ellos”.

Para averiguar cuáles son las conductas de adaptación de los individuos


pertenecientes a una cultura en la que la importancia de las meta-éxitos
predominantes prevalecen sobre los procedimientos institucionales para alcanzar
esas metas, formula Merton una “Tipología de los modos de adaptación individual”,
considerando cinco tipos de adaptación:

Modos de adaptación Metas culturales Medios institucionalizados


I. Conformidad + +
II. Innovación + -
III. Ritualismo - +
IV. Retraimiento - -
V. Rebelión + +
- -

La estructura social examinada por Merton (el conflicto entre las metas culturales y la
posibilidad de emplear medios institucionales o vías legítimas) produce una
tendencia hacia la anomia y la conducta divergente, produciendo manifestaciones
concretas como la delincuencia y el crimen. Veamos, a continuación, como la teoría
de la estructura social y de la anomia enunciada por Merton, intenta explicar la
conducta divergente asociada al crimen y a la delincuencia.

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La primera forma de conducta divergente o desviada identificada en la tipología


expuesta anteriormente recibió el nombre de “innovación”, significando “un rechazo
de las prácticas institucionales, pero conservando las metas culturales”. (Esta
conducta es el que se encuentra más fuertemente relacionado con la delincuencia).
La presión social creada por esta discrepancia entre las metas culturalmente
inducidas y las oportunidades socialmente estructuradas, es lo que lleva a algunos
individuos a la realización de actos delictivos, siendo esto más corriente en los
estratos inferiores de la sociedad, que es donde a juicio de Merton, “se ejercen las
presiones más fuertes hacia la desviación”. Esto es así, porque “los incentivos para
el éxito los proporcionan los valores consagrados de la cultura” y, además “las vías
disponibles para avanzar hacia esa meta están limitadas en gran medida por la
estructura de clases”, lo que significa que no todas las personas capaces pueden
acceder mediante vías legítimas a esas meta-éxitos, sino que se encuentra limitada
a los miembros de clases medias altas, siendo este avance hacia la meta-éxito hasta
cierto punto difícil y complicado para los individuos situados en los niveles más bajos
de la estructura social, que son los que cuentan con una escasa instrucción formal y
pocos recursos económicos. “La presión dominante empuja hacia la atenuación
gradual de los esfuerzos legítimos, pero en general ineficaces, y el uso creciente de
expedientes ilegítimos, pero más o menos eficaces", lo que conlleva a una elevada
proporción de conducta desviada.

Del análisis teórico desarrollado por Merton se observa con claridad que es de gran
ayuda a la hora de explicar las correlaciones variables entre delincuencia y pobreza.
Para el autor, “la ‘pobreza’ no es una variable aislada que opere exactamente de la
misma manera en todas partes; no es más que una variable de un complejo de
variables sociales y culturales reconocidamente interdependientes. La pobreza como
tal y la consiguiente limitación de oportunidades no bastan para producir una
proporción muy alta de conducta delictiva. Aun la notoria “pobreza en medio de la
abundancia” no conduce de manera inevitable a ese resultado. Pero cuando la
pobreza y las desventajas que la acompañan para competir por los valores culturales
aprobados para todos los individuos de la sociedad, se enlazan con la importancia
cultural del éxito pecuniario como meta predominante, el resultado normal son altas
proporciones de conducta delictuosa".

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 Teoría de la desigualdad de oportunidades


Una combinación de la teoría de la anomia y de la teoría de la asociación diferencial,
en la que también intervienen elementos de la teoría de la subcultura, constituye la
teoría de la desigualdad de oportunidades desarrollada por Richard Cloward y Lloyd
Ohlin.
En palabras de los propios autores, “el concepto de la estructura de la desigualdad
de oportunidades nos permite unir la teoría de la anomia, que reconoce el concepto
de diferencias en el acceso a medios legítimos, y la “tradición de Chicago” en la que
el concepto de diferencias en el acceso a los medios ilegítimos está implícito”.

Estos autores aceptan muchos de los argumentos esgrimidos por Merton. Admiten
que en la sociedad norteamericana se produce una profunda desigualdad entre
diversas clases sociales a la hora de acceder de un modo legítimo a las metas
cultural y socialmente aceptadas. En respuesta a esta frustración los miembros de
los grupos más deprimidos utilizan medios ilegítimos para conseguirlo. Pero no en
todos los casos, ¿por qué? De acuerdo con Cloward y Ohlin, la clave se encuentra
en el diferente o desigual acceso a las oportunidades ilegítimas. Mantienen que los
medios ilegítimos no son igualmente accesibles para todos. El adquirir un rol o papel
conformista o desviado no es necesariamente algo fácil o sencillo de disponer; su
acceso depende de una variedad de factores, como la posición económica, la edad,
el sexo, la raza, la personalidad, etc.

Solamente en aquellos barrios en los que el crimen aparece como algo estable e
institucionalizado, operará como un fértil campo de aprendizaje en el medio
ambiente de los jóvenes. Por ello Cloward y Ohlin concentran su teoría de las
diferentes oportunidades en un grupo: los jóvenes varones de clase social baja que
viven en grandes centros urbanos.

Según sean los diferentes tipos de barrios de clase baja, serán los diferentes tipos
de subculturas delincuentes, distinguiendo los autores tres grandes grupos de
subculturas juveniles:

1. Subcultura criminal: este tipo de subcultura aparecerá fácilmente en aquellos


barrios de clase baja relativamente estables, en el que la mayoría de los

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miembros de la comunidad se conocen unos a otros y aparece la delincuencia


y la corrupción como una forma de vida aceptada por la comunidad y muy
difundida en la misma como algo normal. En este tipo de barrios el rol criminal
de los adultos es el modelo a imitar por los jóvenes que son socializados en
una subcultura criminal en la que disponen de todos los medios y
oportunidades para aprender este tipo de comportamiento. Se produce un
adoctrinamiento en el delito.
2. Subcultura del conflicto: En contraste con el tipo anterior, esta subcultura
aparece en aquellos barrios menos estables, caracterizados por su
desorganización social, en la que la mayoría de sus residentes viven en
grandes edificios que generan una clase de personas aisladas y anónimas, en
los que no hay contacto entre generaciones de delincuentes. En este tipo de
barrio las oportunidades ilegítimas de acceder a la delincuencia no son tan
fáciles, pero promueve el uso de la violencia para alcanzar un status o
representatividad.
3. Subcultura de la retirada o del abandono: Finalmente, hay individuos en todas
las comunidades de clase social baja que fracasan en ambas estructuras de
oportunidades (legítimas e ilegítimas). Estos “dobles fracasados” forman una
subcultura retratista. Ellos elegirán una forma de vida fuera de su comunidad
en torno a las drogas, el alcohol o cualquier otra fórmula de evasión.
En el esquema siguiente aparecen reflejados los principales constructos teóricos de
la teoría de la desigualdad de oportunidades de Cloward y Ohlin:

 Teoría de la tensión o de la frustración

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Robert Agnew mantiene que existen más tipos de tensión o frustración, además de
la formulación criminológica tradicional que distingue entre aspiraciones y logros. En
su teoría de la tensión o de la frustración, otorga un énfasis relevante a las
relaciones negativas, los estímulos nocivos y sucesos vitales estresantes.
Categoriza esta tensión o frustración en tres grandes tipos, todos los cuales pueden
producir furia y frustración hasta el punto de llevar al crimen y la delincuencia.

 El primer gran tipo es una tensión experimentada como resultado de un fallo


en el logro de metas u objetivos positivamente apreciados. En los niños y
adolescentes el concepto que tienen de sí mismos, de su propia valía forma
parte importante del desarrollo de la personalidad, por lo que su pérdida
constituye un estresor psicosocial significativo que conlleva una seria
amenaza. El fracaso del niño o adolescente en alguna tarea que el considere
importante, puede producir una merma de su autoestima, produciendo un
cambio tal en su comportamiento que produzca una valoración negativa del
niño sobre sí mismo.

 El segundo gran grupo de tensión es el resultado del rechazo o la eliminación


de logros positivos anteriormente alcanzados. Esta tensión se produce por
sucesos estresantes de la vida de los jóvenes como una ruptura de una
intensa relación de amor durante la adolescencia, la enfermedad o la muerte
de un amigo especial, el despido de un trabajo o el traslado de colegio o de
barrio (sobre todo si este traslado produce en los jóvenes una importante
ruptura de lazos o relaciones personales, o supone un cambio a una
subcultura diferente, etc.).

 El tercer tipo de tensión es el producido por la exposición a estímulos


negativos o nocivos. Este tipo de tensión se puede producir por experiencias
negativas como ser molestado o ridiculizado por sus compañeros de clase,
una humillación pública importante o por experiencias personales
atemorizantes o traumáticas que constituyan una amenaza para el futuro del
niño, derivadas de desastres naturales, un accidente, abusos o malos tratos.

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En conclusión, Agnew considera que la situación de frustración se produce cuando


la persona no es tratada por los demás como quisiera ser tratada.

Según el autor, el comportamiento desviado o delincuente puede ser una solución a


la frustración, que algunas personas utilicen para mejorar sus logros, aportar nuevos
estímulos que sustituyan a los perdidos o para huir de estímulos negativos o
nocivos.

 Teoría del control o arraigo social (Hirschi)


A grandes rasgos, lo más importante de la teoría del control o arraigo social
formulada por Travis Hirschi, consiste en distinguir entre el control ejercido desde
fuentes externas al individuo y el control ejercido por el propio individuo. Al primero
le denominaremos “control social” y al segundo “autocontrol”. La sociedad se
esfuerza en presionar a sus miembros con modelos de conformidad. En principio, es
el control social el que opera de freno para evitar la comisión de delitos. Las
personas que carecen de vínculos sociales estarán más predispuestas a delinquir
que aquellas que tienen fuertes vínculos con la sociedad. “La delincuencia se
produce cuando los vínculos que nos unen a la sociedad se rompen o se debilitan”.

Para explicar la conducta conforme a las normas sociales o “conformidad” Hirschi


hace un especial hincapié en cuatro variables de control, representadas cada una de
ellas por un fuerte vínculo social: afecto, compromiso, participación y creencia.

Afecto: es un vínculo de carácter afectivo, desarrollado mediante una interacción (o


relación) íntima y continuada.
Esta conexión pondrá en evidencia, -según sea el cariño de los padres hacia los
hijos, la medida en que los padres o profesores supervisan su comportamiento, y se
comunican con ellos-, el grado en que los adolescentes se sientan comprendidos,
perfectamente bien ubicados en el colegio, y se mostrarán respetuosos respecto de
las opiniones de sus padres y profesores. Este vínculo utilizado en este sentido, se
encuentra muy unido al concepto de la asociación diferencial de Sutherland, excepto
que enfatiza en la idea que el vínculo de carácter afectivo es más importante que el
contenido específico del aprendizaje al que pueda dar resultado. Para Hirschi, tal
enfoque tiene la ventaja de evitar “el problema de explicar los cambios situados en la

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“conciencia” en el vínculo hacia los otros antes de que forme parte de su


personalidad”.

Compromiso: es un vínculo de carácter utilitario que puede ser definido como el


grado según el cual los propios intereses individuales han sido invertidos en un
conjunto de actividades fijas o establecidas. Para Hirschi este es el “componente
racional de la conformidad”, entendido como la manera racional de calcular el
potencial de ganancias y pérdidas que los individuos contemplan al realizar una
conducta desviada, “tienen que considerar los costes de su comportamiento
desviado, el riesgo que corren de perder la inversión realizada mediante su
comportamiento convencional”. El concepto de compromiso asume que la
organización de la sociedad es tal que el interés de muchas personas puede ser
puesto en peligro si se ven envueltos en actividades criminales. La mayoría de la
gente, simplemente por el proceso de vivir en una sociedad organizada, adquiere
una reputación y unas perspectivas que no quieren poner en peligro de perder.
Estas “ambiciones” y/o “aspiraciones” juegan un importante papel para producir la
conformidad.

Participación: como factor de control social, se reconoce una antigua tesis al


resaltar que “indudablemente, muchas personas eligen una vida conforme a la ley
por falta de oportunidades de hacerlo de otra manera”. El sentimiento común que
sugiere que la delincuencia juvenil se puede prevenir ayudando a los jóvenes a estar
ocupados y fuera de las calles, encuentra aquí un pequeño soporte doctrinal, al
examinar como la participación, -definida en términos de cantidad de tiempo y
energía consagrado a realizar asiduamente algún tipo de actividad-, representa un
importante factor de control social.

Creencia: representa un vínculo de carácter ideológico, que para el autor no


equivale a profundas convicciones morales, sino que sugiere más bien el sentimiento
de que ciertos valores y normas cuentan con el respaldo de aprobación social. Opina
que las creencias personales no son interiorizadas profundamente, sino que están
necesitadas de un refuerzo social constante. Nos abstenemos de delinquir por
respeto a la Ley o porque sabemos que ese acto está mal.

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Hirschi resalta la importancia de dos sistemas convencionales de control social, a


través de los cuales los adolescentes pueden desarrollar adecuadamente sus
vínculos con la sociedad: la familia y la escuela. El cariño y afecto a los padres, así
como el ser un buen estudiante, fortalece su moral y hará menos probable la
comisión de delitos. “Los sentimientos positivos hacia estas instituciones de control y
hacia la autoridad personal es la primera línea del control social”.

La aplicación de esta teoría supone que mejorando el arraigo social de los jóvenes
(apego a los padres, compromiso con valores prosociales, participación en
actividades prosociales y fortalecimiento de las creencias morales) se logrará una
reducción del comportamiento delictivo de los jóvenes.

 Teoría del Self-control


Michael Gottfredson y Travis Hirschi desarrollaron una explicación general de la
conducta criminal, (que es válida tanto para el comportamiento criminal, como para
el desviado e imprudente) que partía
significativamente de los anteriores trabajos de HirschI.

Dos son los postulados básicos de la teoría del control de Hirschi y Gottfredson:

 su validez para todos los comportamientos o conductas en las que el autor


busca obtener placeres inmediatos o beneficios a corto plazo, tendiendo a
evitar costes a largo plazo.
 el cometer un tipo u otro de delito, no viene motivado por causa alguna, sino
únicamente por la elección del individuo.
En esta teoría, los delitos y otras conductas desviadas no se comprenden desde la
naturaleza humana de los actos antisociales, sino desde la tendencia natural a usar
medios eficientes para perseguir sus propios intereses.

A tenor de sus postulados, las teorías positivistas confunden motivos y causas,


asumen que una explicación completa identifica los motivos y las causas de los
actos particulares. Por el contrario, en su teoría del control, los motivos directos nos
son problemáticos, y la disponibilidad de objetivos es en sí misma causa del delito.

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Los autores abandonan la idea que expresaba que los refuerzos continuados de los
vínculos sociales aislaban a las personas de implicaciones ilegales, a favor de la
proposición que defiende que el self-control (o autocontrol), interiorizado a edades
tempranas, determinará quien puede ser presa de la seducción por el crimen.
Basándose en factores acerca de la naturaleza del crimen descubiertos por
investigaciones empíricas como: gratificaciones inmediatas, excitación, beneficios a
corto plazo, etc.; en que los delincuentes no planean sus conductas, así como que
estas conductas no son especializadas o sofisticadas, sino que responden casi
siempre a oportunidades de realizar conductas ilegales que se les presentan;
Gottfredson e Hirschi proponen el autocontrol como la mejor manera que tiene la
gente de resistencia al crimen y a aquellas otras conductas que les ofrecen
gratificaciones inmediatas, siendo éste definido como “el rasgo individual que explica
las variaciones en la probabilidad de ser atraídos por semejantes actos” (aquellos en
los que el autor ignora las consecuencias negativas a largo plazo).

 Implicaciones del Self-Control (auto-control)


HirschI y Gottfredson mantienen a tenor de su concepción, que los rasgos o
caracteres básicos de los comportamientos criminales, desviados e imprudentes, se
muestran consistente con:

 Las investigaciones que demuestran la importancia de la familia como causa


de la delincuencia;
 Las investigaciones que demuestran la importancia de la oportunidad en la
comisión de actos criminales;
 Las investigaciones que demuestran un marcado declinar, por la edad, en
todas las clases de comportamientos criminales. Para Hirschi y Gottfredson,
los datos empíricos que demuestran un declinar en los índices de
delincuencia con la edad, están fuera de duda.

Al mismo tiempo, esta conceptualización de rasgos básicos es inconsistente con:

 La idea de una carrera criminal;


 La idea del crimen organizado;

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 La idea de que las causas de la “delincuencia juvenil” son diferentes de las


causas de los “delitos adultos”;
 La idea de que las causas de los crímenes de “cuello blanco”, son diferentes
de las de los crímenes “ordinarios”;
 La idea que el crimen se aprende, que es necesario que se adquiera de otra
gente.

En lo que aquí nos interesa, el estudio de la delincuencia juvenil, la teoría del self-
control de Hirschi y Gottfredson, nos ofrece un par de cuestiones sumamente
interesantes: por un lado, que el crimen aumenta claramente con la edad hasta la
mitad o el final de la adolescencia, y entonces declina rápida y continuadamente
durante toda la vida-; por otro lado, la afirmación que las causas de la delincuencia
juvenil no son diferentes del resto de la delincuencia adulta. Para los autores, la
división tradicional de los problemas etiológicos en segmentos juveniles y adultos,
tiene una utilidad poco probable, porqué las causas de la delincuencia son iguales a
cualquier edad. La edad se relaciona con importantes sucesos, a su vez
relacionados con la delincuencia, como el abandono escolar, el matrimonio, y el
trabajo, pero esa relación no es suficiente para explicar la delincuencia, ya que ésta
puede ser explicada sin hacer referencia a ella.

Además de las cuestiones examinadas, Hirschi y Gottfredson realizan otra serie de


puntualizaciones respecto de la influencia de la edad en la delincuencia: la
distribución del crimen por edades no varía a través de las condiciones sociales y
culturales. Esto significa que la relación entre la edad y el crimen se muestra
invariable en relación con factores como el tiempo y lugar de la comisión del delito, o
con el sexo y la raza de los delincuentes, no ocurriendo lo mismo respecto del tipo
de delitos, donde la edad si tiene una especial incidencia, creando una diferencia
entre los delitos contra la propiedad y los delitos contra las personas.

Como el camino de la delincuencia se inicia a edades muy tempranas, inciden en


que la interiorización del autocontrol depende de cómo haya sido inculcado por sus
padres en los primeros años de la niñez. Los niños educados con cariño por sus
padres y correctamente supervisados de tal forma que fueron oportunamente
castigados cuando tenían mal comportamiento, desarrollarán el autocontrol

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necesario para resistir las fáciles tentaciones que ofrece la delincuencia y,


sostendrán el duro trabajo necesario para tener éxito en la escuela, el trabajo y el
matrimonio.

TEORÍAS DE LA CRIMINALIZACIÓN

En contraste con las teorías de la Criminalidad o teorías tradicionales, en la segunda


mitad del siglo pasado apareció una nueva corriente criminológica (en buena parte
influenciada por las ideas del marxismo, pero sobre todo interesada en cuestionar a
la Criminología tradicional) que, discutiendo el concepto mismo de delincuencia,
introdujo una visión crítica y compleja de este fenómeno. Parte de la premisa de que
las normas y su aplicación no constituyen una realidad objetiva y neutral, sino que
configuran una forma de control cultural y socialmente determinado. Partiendo de
esta premisa, la Criminología Crítica ya no busca como objetivo el comprender
porqué una persona infringe las normas, sino que intenta comprender los
mecanismos a través de los cuales las instituciones encargadas del control social
definen y sancionan la delincuencia.

 Teoría del etiquetado o de la reacción social (labeling)


El interés principal de la teoría del etiquetado o labeling consiste en estudiar el
proceso de atribución de definiciones negativas, esto es la acción de etiquetado, los
mecanismos del control social que consiguen el etiquetamiento, los procesos de
estigmatización y exclusión de los delincuentes. En palabras de Herrero, “su
metodología consiste en rehuir de la formulación de cualquier clase de etiología
criminal, porqué, según ellas, el crimen no es algo ontológico, sino definitorial. Es
decir, no existe tanta criminalidad cuanta incriminación”. Esta teoría atribuye
importancia por un lado a los órganos de control social, que aplican las normas
según determinados estereotipos, atribuyendo la etiqueta de delincuentes a algunos
individuos en particular; por otro lado, estudia con detenimiento las transformaciones
que se verifican en la identidad del individuo que ha sido registrado con la etiqueta o
estigma de delincuente.

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Esta teoría que afirma “que el sistema de justicia juvenil es en gran medida causante
del problema de la delincuencia y que propugna la salida del sistema de la mayoría
de los jóvenes” ha sido introducida por la Criminología norteamericana siendo
desarrollada por la considerada como “nueva escuela de Chicago” o “2ª generación
de la Escuela de Chicago” cuyos principales exponentes son Edwin M.
Lemert y Howard S. Becker.

El punto de partida de Lemert de desviación primaria y secundaria es una de las más


importantes construcciones teóricas desde la perspectiva del labeling. Lemert
centraliza su atención en la interacción entre los agentes del control social y los
delincuentes y, en como ciertos sujetos vienen a ser etiquetados como criminales,
delincuentes o desviados. De acuerdo con su construcción, la desviación primaria se
produce por causas o factores individuales (es un comportamiento desviado
ocasional que es excusado, racionalizado, o si no socialmente aceptado) y la
desviación secundaria es una responsabilidad de la sociedad (es la desviación de
quien ha sufrido una severa reacción social para reparar la desviación primaria). La
reacción social ante una conducta desviada, consigue una transformación de la
identidad individual, asignándole un nuevo rol o status, produciéndose un efecto de
estigmatización de la persona.

La secuencia de interacción hacia la desviación secundaria, es lo que en esta teoría


se denomina el “modelo de desviación por rotulación de secuencias”, el cual se
articula de la siguiente manera:

1. Desviación primaria: producida por la inadaptación escolar y motivada por el


escaso capital cultural (absentismo, mal comportamiento, etc.).

2. Castigo (malas notas, suspensos y advertencias o amonestaciones del


maestro).

3. Nueva desviación primaria.

4. Mayor castigo y tentativa de exclusión de la escuela (amenaza de expulsión

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expulsión temporal).

5. Desviación ulterior u hostilidad por el castigo recibido (enfrentamiento con el


maestro, con los compañeros...).

6. Refuerzo de la conducta desviada como reacción al etiquetaje y al castigo.

7. Aceptación de su status de inadaptado y esfuerzo para su perfeccionamiento,


sobre la base del nuevo rol asociado a dicho status (comportamiento
delictivo).

Una revisión de las principales teorías del Labeling, no puede estar completa sin
realizar una mención a los trabajos desarrollados en este campo por Howard S.
Becker, que realizó un estudio sociológico de la desviación, basándose en dos
grupos de personas (fumadores de marihuana y músicos de jazz), que quedó
plasmado en un libro de culto, publicado en, y titulado Outsiders.

Los grupos sociales crean la desviación e instituyen las normas por las que
transgresiones del orden establecido constituyen la desviación. Al aplicar estas
normas a ciertos individuos se les etiqueta como desviados. Desde el punto de vista
de Becker, la desviación no es una cualidad del acto cometido por una persona, sino
más bien, una consecuencia de la aplicación, por otras personas, de normas que le
sancionan como un “trasgresor”. El desviado es aquel que ha sido etiquetado como
tal, y el comportamiento desviado es aquél que la colectividad califica con esa
etiqueta.

Becker afirma que un comportamiento puede ser etiquetado o identificado como


criminal, pero esto no significa que el comportamiento en sí mismo sea constitutivo
de delito. El comportamiento es criminalizado mediante un proceso de percepción y
reacción social interpretado y aplicado por los agentes legales.

Sostiene que los actos “realmente” desviados son aquellos que la sociedad
considera como tales, aspecto éste que es importante reconocer a la hora de realizar
un análisis completo del comportamiento desviado. Al combinar esta dimensión con

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los criterios de la conformidad (o no conformidad) de un acto a una norma particular,


se puede construir una tabla que permite distinguir los diferentes tipos de desviación

TIPOS DE COMPORTAMIENTOS DESVIADOS


Conformidad a la norma No conformidad
Percibidos como desviados Falsamente acusado desviación plena
No percibidos como desviados Conformes desviación secreta

Dos de estos tipos de comportamiento no necesitan mayor explicación. El


comportamiento conforme es simplemente aquel que respeta y obedece las normas
y que así lo perciben las otras personas; en sentido contrario, el comportamiento
plenamente desviado es aquel que se opone o enfrenta a la norma y que es
percibido como tal.

Las otras dos posibilidades de comportamiento son más interesantes para Becker.
La situación del que es falsamente acusado, acoge una persona que es vista por los
otros como que ha realizado algún comportamiento impropio, inadecuado o desviado
cuando esto no es cierto. Entonces, el individuo falsamente acusado será
indebidamente juzgado e incorrectamente etiquetado como desviado. En el lado
contrario, la desviación secreta consiste en que una persona comete un acto
irregular, pero este no es percibido por la sociedad como una trasgresión de las
normas y no entraña por tanto ninguna reacción.

En conclusión, el modelo secuencial del comportamiento desviado de Becker parte


de la premisa de que “los modelos de comportamiento se desarrollan siguiendo una
secuencia ordenada”. La desviación es una sucesión de fases o etapas, de cambios
de comportamiento y de perspectivas del individuo. La explicación de cualquier fase
o etapa constituye un elemento de explicación del comportamiento final. Becker
describe en este modelo secuencial del comportamiento desviado que la cualidad de
los actos no importa, es la aplicación de la etiqueta la que determina cuando un
individuo es desviado.

A modo de conclusión, desde la perspectiva del labeling, podemos esquematizar el


desarrollo secuencial de la delincuencia, de acuerdo con las siguientes premisas:

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Variedad Desviación Etiqueta Propia Implicación


de Causas inicial o oficial de imagen de Continuada
e primaria desviado/d
desviado/ de
influencias elincuente desviación o
delincuente
delincuencia

 La Criminología crítica
Partiendo de teorías críticas anteriores como la teoría del etiquetamiento y las
teorías del conflicto, pero avanzando un paso más en la crítica al sistema, adquirió,
en los años sesenta y setenta, un gran auge una nueva corriente criminológica,
denominada “Criminología radical” o “Criminología crítica” principalmente a través de
las aportaciones, de la escuela de Criminología de Berkeley, -que tanta importancia
tuvo en el desarrollo de la Criminología crítica americana-, adquiriendo una particular
relevancia la investigación de Anthony M. Platt sobre las instituciones orientadas al
control de la delincuencia juvenil; así como por los estudios y trabajos realizados, a
este lado del Atlántico, por la Criminología anglosajona representada por Ian Taylor,
Paul Walton y Jock Young.

La Criminología crítica o teoría radical de la desviación, según Hirst “procura explicar


y justificar al delincuente como producto de las relaciones sociales, situar al criminal
como víctima del proceso de rotulación y castigo que opera al servicio de los
intereses del régimen establecido, y cuestionar la naturaleza de las leyes y valores
como propios de ese régimen”.

Para Platt “una criminología radical exige una redefinición de su objeto de estudio,
sus temas y sus objetivos. (...) Una perspectiva radical define el delito como una
violación de derechos humanos definidos políticamente: (...) Con una definición
radical, fundada en los derechos humanos, la solución del “crimen” reside en la
transformación revolucionaria de la sociedad y la eliminación de los sistemas
económicos y políticos de explotación”.

En la que quizás sea su obra más paradigmática, La nueva Criminología, Taylor,


Walton y Young, realizan una exhaustiva crítica (radical) de las teorías existentes
sobre el crimen, la desviación y el control social, “ofreciendo [implícitamente] en su

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lugar una explicación sociológicamente más amplia de la génesis del crimen, y, en


particular, un planteo transaccional del fenómeno social del crimen”, pero donde
apenas esbozaban los postulados teóricos de la nueva Criminología que ellos
defendían.

Sostienen que la criminología radical si quiere avanzar como ciencia debe tener el
objetivo de construir una teoría que de sentido a los cambios de “la estructura del
control social, la ley y el delito”, abogan por una criminología normativamente
comprometida por la supresión de las desigualdades sociales, para lo que debe
disponer de “la libertad de cuestionar no solamente las causas del delito sino
también las de las normas, que, en sentido propio, crean el delito: o sea las normas
legales”. El plan debe consistir, entonces, en construir una criminología materialista
(acorde con el método del materialismo histórico acuñado por el marxismo) que
asuma “la tarea de buscar explicaciones de la subsistencia, la innovación o la
derogación de las normas jurídicas y sociales sobre la base de los intereses que
respaldan, de las funciones que cumplen en determinado régimen material o de
producción en sociedades fundadas en la propiedad, comprendiendo que tales
normas jurídicas están inextricablemente ligadas con las contradicciones en
desarrollo en esas sociedades”. A tenor de esto, para los partidarios de la
criminología crítica “las causas del delito están irremediablemente relacionadas con
la forma que revisten los ordenamientos sociales de la época. El delito es siempre
ese comportamiento que se considera problemático en el marco de esos
ordenamientos sociales; para que el delito sea abolido, entonces, esos mismos
ordenamientos deben ser objeto de un cambio social fundamental”.

A su juicio una teoría social de la desviación debe contener los siguientes


elementos: debe entender los orígenes mediatos del acto desviado “en función de la
situación económica y política rápidamente cambiante de la sociedad industrial
avanzada; debe poder explicar los diferentes acontecimientos, experiencias o
cambios estructurales que precipitan el acto desviado; tiene que poder explicar la
relación entre las creencias y la acción, entre la “racionalidad óptima que los
hombres han elegido y la conducta que realmente manifiestan (por ejemplo, un
adolescente puede optar por el hedonismo, el rechazo o la autoafirmación, sin que
tenga posibilidad alguna de poner nada de ello en práctica), esto es que el hombre

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cuando opta por conducirse en forma desviada, elige a conciencia; debe explicar las
posibilidades y las condiciones que determinan la reacción del grupo social contra el
desviado; debe instaurar un modelo efectivo de los imperativos políticos y
económicos que sirven de base a la persecución de ciertos tipos de delincuencia o
para lograr que ciertos comportamientos dejen de figurar en la categoría de ilegales;
exige entender que la reacción que tiene el hombre ante el rechazo o la
estigmatización está vinculada con la elección consciente que precipitó su infracción
inicial.

La criminología crítica ha contemplado también, aunque de un modo global y


siguiendo sus postulados, la problemática de la delincuencia e inadaptación juvenil.

En su obra The Child Savers, Platt discute el contexto político que originó los
tribunales juveniles y critica abiertamente la filosofía que los inspiró. Mantiene que
los tribunales juveniles se crearon para satisfacer los intereses de las clases-medias
dominantes. Veía los tribunales juveniles como una expresión de los valores de la
clase media y de la filosofía de los grupos políticos conservadores, y explica como
las clases sociales dominantes crearon definiciones de delitos para controlar a las
clases sociales subordinadas:

“El sistema de justicia juvenil fue parte de un movimiento general dirigido por el
colectivo capitalista hacia el desarrollo de mano de obra laboral e industrial
especializada y disciplinada mediante la creación de nuevos programas de
adjudicación y control de jóvenes “delincuentes”, “dependientes” y “abandonados”.

En contra de la opinión mayoritaria que apreciaba como revolucionaria la creación de


los tribunales juveniles, Platt mantiene que: “el movimiento para salvar a los niños”
no significó más que la afirmación de valores tradicionales como la autoridad
paterna, educación, vida familiar y las virtudes de la vida rural que estaban en
declive en esa época. Fue un movimiento prohibicionista, en sentido general, que
creía que el progreso social dependía del refuerzo legal, la estricta supervisión del
tiempo libre y de ocio de los niños, y la regulación de diversiones ilícitas. Lo que
aparentemente comenzó como un movimiento para humanizar las vidas de los
adolescentes pronto desarrolló un programa de absolutismo moral que propugnaba

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la salvación de los jóvenes de películas, pornografía, tabaco, alcohol, y de todas


aquellas otras cosas que pudieran robarles su inocencia.

A su vez, Taylor explica los problemas de la juventud analizando su situación en la


sociedad actual, sociedades capitalistas de libre mercado, regidas por un afán
consumista desmedido, en el que las diferencias entre clases sociales han
aumentado, imponiéndose la consigna de “tanto tienes, tanto vales”, lo que crea una
serie de ganadores y perdedores, en las que las frustraciones y las dificultades
hacen que gran parte de la juventud sea definida como perdedores. De la serie de
graves problemas que atañen a la juventud, menciona como más relevantes los
siguientes:

Se ha producido un paulatino empobrecimiento de la población. Esto implica una


serie de consecuencias negativas para la gente joven en dos sentidos distintos (pero
conectados): las experiencias de penuria y escasez vividas durante la infancia y, a
su vez, durante la transición de la escuela al mundo laboral. A su juicio, la ampliación
de la distancia material entre los pobres y el consumo de bienes de mercado debería
verse como el factor que más ha contribuido a la explosión de todo tipo de hurtos,
robos y otras formas de delitos patrimoniales en países como Inglaterra y Gales en
los años 80 y 90.

Íntimamente relacionado con la situación anterior, otorga gran importancia al


desempleo juvenil, así como a la expansión del número de jóvenes que trabajan en
condiciones de explotación (física y psíquica), y el gran número de jóvenes
empleados en trabajos con contratos temporales y mal remunerados. Resalta
también, la evidencia de que mucha gente joven pospone proyectos de formar un
hogar (y casarse), y continúan viviendo en casa de sus padres. Mientras tanto, se ha
producido un incremento en el número de jóvenes sin hogar, que viven y trabajan en
las calles.

Por último, la inseguridad y el riesgo en el que viven los jóvenes hoy en día, reflejado
en la proliferación de delitos de abusos sexuales de niños y adolescentes, y en la
omnipresencia de drogas y alcohol, son otros factores a los que otorga gran
importancia.

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La conclusión más inmediata que se nos ocurre sobre el tratamiento de la


delincuencia juvenil por los seguidores de la Criminología crítica, no puede ser otra
que la distinta forma de encarar el problema, si la comparamos con la Criminología
tradicional. Los partidarios de la teoría de la desviación, no buscan las causas o
factores que influyen o concurren en el delito, sino que, sobre todo, intentan resaltar
los problemas de la sociedad, para solucionarlos, lo que a su vez solucionará, en
gran medida, la delincuencia.

TEORÍAS INTEGRADORAS

Estas teorías intentan integrar el caudal de conocimientos acumulados por las


distintas teorías criminológicas para conseguir un mejor y más completo
conocimiento de la delincuencia. La integración requiere según Cid y Larrauri,
“aceptar que el objeto básico de las teorías criminológicas es establecer factores
asociados a la delincuencia y que, por tanto, puede suceder perfectamente que un
fenómeno delictivo aparezca asociado con factores señalados por diversas teorías”.
Parten de integrar y relacionar los factores individuales o personales que pueden
influir en el delito con los factores sociales y los factores estructurales.

Elliot y col., desarrollan una teoría integradora que explícitamente combina las
teorías de la tensión o frustración, las teorías del control y las teorías del aprendizaje
social de cara a explicar la delincuencia y el uso de drogas. Estos autores mediante
la integración de estas teorías proponen una singular línea causal que incluye
variables desde las tres teorías, lo que se observa con claridad
en el siguiente esquema.

Tensión/
Frustración

Socialización Débil vinculo Fuerte vínculo Comportamiento


Inadecuada convencional delincuencial delincuente

Desorganización
Social

Una de las teorías más comprensivas generadas para explicar los resultados de un
proyecto de investigación longitudinal, (parte del Estudio de Cambridge) es la teoría

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integradora propuesta por David P. Farrington, cuyos aspectos más relevantes


describimos a continuación. El punto de partida de su teoría viene inspirado en
encontrar una explicación de la delincuencia, integrando los aspectos más
relevantes de cinco grandes teorías: la teoría de las subculturas de Cohen, la teoría
de la desigualdad de oportunidades de Cloward y Ohlin, la teoría del aprendizaje
social de Trasler, la teoría del control de Hirschi, y la teoría de la asociación
diferencial de Sutherland y Cressey.

Mediante esta teoría, Farrington trata de explicar cómo se produce la delincuencia


juvenil (para ello intenta aplicarla a las variedades más comunes de delincuencia
juvenil masculina). En su opinión la delincuencia se produce mediante un proceso de
interacción entre el individuo y el ambiente, que él divide en cuatro etapas (a la que
posteriormente añade una quinta):

1. En la primera etapa, surge la motivación. Esto sugiere que los principales


deseos que actualmente producen actos delictivos son deseos de bienes
materiales, de prestigio social y búsqueda de excitación. Estos deseos
pueden ser inducidos culturalmente o pueden responder a situaciones
específicas. Puede ser que el deseo de búsqueda de excitación sea grande
entre niños de familias pobres porque la excitación es más altamente valorada
por la gente de clase baja que por la gente de clase media, porqué los chicos
pobres llevan unas vidas más aburridas o porqué son menos capaces de
posponer gratificaciones inmediatas a favor de metas a largo plazo.
2. En la segunda etapa, se busca el método legal o ilegal de satisfacer los
deseos. Es muy sugerente que alguna gente (sobre todo los jóvenes de clase
baja) tengan menos posibilidades o capacidad de satisfacer sus deseos
mediante métodos legales o socialmente aprobados, y por ello tiendan a
elegir métodos ilegales o desaprobados socialmente. La relativa incapacidad
de los jóvenes pobres para alcanzar metas u objetivos mediante métodos
legítimos puede ser, en parte, porque tienden a faltar a la escuela y, por tanto,
tienden a llevar comportamientos erráticos y empleos de bajo nivel. La falta a
la escuela resulta, a menudo, una consecuencia de la falta de estímulo
intelectual proporcionado por sus padres en un entorno de clase baja, y a la
falta de énfasis en conceptos abstractos.

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3. En la tercera etapa, la motivación para cometer actos delictivos se magnifica


o disminuye por las creencias y actitudes interiorizadas sobre el significado de
infringir la ley, que han sido desarrolladas mediante un proceso de
aprendizaje como resultado de una historia de recompensas y castigos. La
creencia que la delincuencia es mala, o una firme conciencia tiende a
desarrollarse si sus padres se muestran a favor de las normas legales, si
llevan a cabo una estrecha supervisión sobre los niños, y si castigan los
comportamientos socialmente desaprobados usando disciplinas de cariño y
orientación. Por el contrario, la creencia que la delincuencia es legítima,
tiende a fortalecerse si los niños han sido expuestos a actitudes y
comportamientos favorables a la delincuencia, especialmente por miembros
de su familia y sus amigos.
4. La cuarta etapa supone un proceso de decisión en una situación particular
que se verá afectada por los factores situacionales inmediatos. Si la
motivación para cometer el acto delictivo sobrevive a la tercera etapa, que
esta se convierta en realidad, en cada situación, dependerá de los costes,
beneficios y probabilidades del posible resultado.
5. Las consecuencias del delinquir influyen en la tendencia criminal y en los
cálculos coste -beneficios de futuros delitos.

Aplicando esta teoría a los resultados obtenidos en el London longitudinal project,


Farrington llega a la conclusión que los jóvenes pertenecientes a familias de clase
baja serán especialmente propensos a cometer actos delictivos porque no podrán
alcanzar legalmente sus metas u objetivos (en parte por su tendencia a faltar a la
escuela) y, posiblemente, porque valoren altamente algunas metas. Los niños que
han sido maltratados por sus padres tendrán más probabilidades de cometer delitos
porque no tienen adquiridos controles internos sobre comportamientos
desaprobados socialmente, mientras que los niños pertenecientes a familias
criminales y los que tienen amigos delincuentes tienden a desarrollar actitudes en
contra del sistema y a creer que la delincuencia tiene justificación.

A modo de conclusión, Farrington señala que “La delincuencia alcanza su cota


máxima entre los 14 y los 20 años, porque los chicos (especialmente aquellos de
clase baja que abandonaron la escuela) tienen fuertes deseos de excitación, cosas

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materiales, y estatus entre sus iguales, pocas posibilidades de satisfacer estos


deseos legalmente, y poco que perder. Por el contrario, después de los 20 años, los
deseos se atenúan o se vuelven más realistas, hay más posibilidades de adquirir
esas metas más limitadas legalmente, y los costos de la delincuencia son mayores”.

FAMILIA Y DELINCUENCIA

Las relaciones afectivas entre padres e hijos son fundamentales para el desarrollo
adecuado del individuo. Por ello, se sugiere que la ausencia de tales vínculos
incrementará, de manera importante, la probabilidad de que el hijo se involucre en
actividades delictivas. Esta relación entre falta de apego a la familia y delincuencia

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estaría fundamentada, a nivel teórico en las Teorías de Control Social. Hirschi (1969)
considera que el apego entre padres e hijos permite a los padres controlar, de
manera directa e indirecta, la conducta del hijo, recibir información acerca de sus
actividades y establecer relaciones de afecto y respeto que favorezcan el proceso de
socialización. La ausencia de apego elimina la posibilidad de que los padres
establezcan controles, con lo cual el proceso de socialización se dificulta, y aumenta
la probabilidad de que el hijo desarrolle una conducta delictiva. Los resultados de
diversas investigaciones confirman que la inexistencia de vínculos afectivos y/o la
presencia del conflicto en las relaciones entre padres e hijos se asocian con la
delincuencia del adolescente.

A un nivel más específico, los estudios acerca de la relación entre las interacciones
afectivas en el hogar y la delincuencia juvenil, se han ocupado, fundamentalmente
de las interacciones entre el padre y la madre, y entre el adolescente y cada uno de
sus padres.

La inexistencia de una adecuada relación afectiva entre el padre y la madre es


importante, no sólo porque la ausencia de apego entre ellos genera conflicto, y el
conflicto incrementa la probabilidad de delincuencia, sino también porque el
desacuerdo generado por el conflicto debilita su autoridad de cara a los hijos,
haciendo más difícil la tarea de socialización

La investigación sobre este punto ha confirmado la existencia de una relación clara


entre conflicto parental y delincuencia del adolescente. Tal relación se ha encontrado
tanto en estudios transversales como longitudinales, y tanto en trabajos basados en
autoinformes del adolescente como en aquellos en los que la información se recoge
de los padres.

Glueck y Glueck (1950, 1968), comparando un grupo de adolescentes no


delincuentes con otro de delincuentes detectados (oficiales), encuentran que los
adolescentes delincuentes informan de unas relaciones significativamente menos
afectuosas entre sus padres que los adolescentes no delincuentes. Norland y col.
(1979) y Reiss (1975) señalan la existencia de estas mismas diferencias
comparando delincuentes no detectados con no delincuentes; y Empey y Lubeck

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(1971a) confirman estos hallazgos en un estudio en el que utilizan ambos tipos de


delincuencia (detectada y no detectada).

Del mismo modo, el trabajo de Gove y Crutchfield (1982), realizado en base a las
respuestas de los padres a entrevistas sistemáticas, evidencia que las
características del matrimonio de los padres juegan un papel importante en la
aparición de la conducta delictiva de los adolescentes varones, en el sentido de que
unas relaciones maritales poco afectuosas correlacionan con delincuencia del hijo.

Los estudios longitudinales encuentran resultados muy similares, proporcionando


mayor validez a los hallazgos de las investigaciones transversales. Así, West (1969),
Farrington (1973) y Farrington y West (1971), trabajando con datos recogidos de los
adolescentes y sus padres durante un período de catorce años, concluyen que una
de las principales características de las familias de los adolescentes que desarrollan
conductas delictivas es la ausencia de armonía en las relaciones entre los padres.

En cuanto a las relaciones afectivas entre el hijo y sus padres, tradicionalmente, se


ha asignado un papel crucial a las relaciones afectivas con la madre en el proceso
de desarrollo de los hijos. Por ello, la hipótesis de que la ausencia de vinculación
afectiva con la madre tiene un importante efecto sobre la conducta desviada del hijo
es uno de los puntos de partida de algunas investigaciones en el área de la
delincuencia juvenil. Los resultados de estas investigaciones muestran que el
rechazo mutuo entre la madre y el hijo se asocia fuertemente con la conducta
delictiva del adolescente. De nuevo, este hallazgo aparece tanto en estudios
transversales realizados en base a autoinformes del adolescente (Glueck y Glueck,
1950; Hirschi, 1969), como en aquellos en los que se recogen los datos de los
padres. Los hallazgos del estudio longitudinal llevado a cabo por McCord (1979)
recogiendo información a lo largo de cinco años, mediante la observación directa de
la conducta de padres e hijos en el hogar, confirman que el rechazo de la madre
hacia el hijo, y la ausencia de confianza entre ambos es uno de los principales
predictores de la conducta delictiva del adolescente.'

Debido al papel predominante atribuido a las relaciones afectivas entre la madre y el


hijo, algunas investigaciones han obviado el análisis de los vínculos afectivos padre-

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hijo de cara a la aparición de conducta delictiva en el adolescente. Sin embargo, los


resultados de las investigaciones que han tenido en cuenta esta variable muestran
que el impacto de la falta de apego entre padre e hijo sobre la delincuencia del joven
es similar al de la ausencia de relaciones afectivas con la madre.

La conclusión general de los estudios acerca de la relación entre vínculos afectivos


familiares y delincuencia juvenil sería entonces, que la existencia de unas relaciones
afectivas adecuadas entre ambos padres y entre éstos y el hijo se asocia con
ausencia de delincuencia, mientras que el conflicto y/o las relaciones no afectuosas
entre padres e hijos se asocian con conducta delictiva del adolescente

 Supervisión parental y delincuencia juvenil


El otro aspecto de la socialización de los hijos primordialmente analizado en los
estudios sobre familia y delincuencia juvenil es el control (supervisión) ejercido por
los padres sobre la conducta de los hijos.

La supervisión paterna es uno de los mecanismos a través de los cuales los padres
promueven la internalización de normas en los hijos. La internalización de normas es
esencial para que el individuo se integre adecuadamente en la sociedad, dado que si
el sujeto no internaliza las normas sociales, cuando no esté sometido a un control
externo no contará con ningún tipo de control interno que inhiba su conducta.

Los estudios que han analizado la importancia de la supervisión parental en la


conducta delictiva del adolescente encuentran, consistemente, que una supervisión
débil o excesivamente rígida se relaciona con la conducta desviada.

La mayor parte de estas investigaciones han encontrado relación entre supervisión


paterna débil o escasa y delincuencia (Fischer, 1983). Así, Glueck y Glueck (1970)
trabajando con un grupo de delincuentes detectados y otro de no delincuentes,
encuentran que una de las variables más importantes y significativas para establecer
diferencias entre ambos grupos es la supervisión parental, siendo ésta
significativamente menor en el grupo de delincuentes. En este mismo sentido,
autores como Stanfield (1966), Hischi (1969), Cortés y Gatti (1972), West y
Farrington (1977) y Wilson (1980) señalan que los padres de los adolescentes

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delincuentes tienen, generalmente, escaso control e información acerca de las


actividades de sus hijos. Del mismo modo, Goldstein (1984), en un estudio realizado
con datos recogidos en la familia y la escuela, encuentra que la escasa o insuficiente
supervisión paterna es el “factor crucial” con respecto al desarrollo de conducta
delictiva por parte de los adolescentes.

McCord (1979) confirma que la supervisión débil durante la infancia es uno de los
principales predictores de la criminalidad posterior. Algunos otros estudios han
encontrado, sin embargo, relación entre supervisión excesivamente rígida y
delincuencia. En este sentido, Kogan (1980) afirma que las familias de adolescentes
delincuentes suelen estar excesivamente orientadas hacia el control, intentando,
incluso, incrementar el nivel de cohesión familiar (generalmente bajo) aumentando el
grado de control ejercido sobre los hijos. Kogan considera que este énfasis excesivo
en el control, sobre todo en la adolescencia puede generar conflicto en las
relaciones entre padres e hijos, incrementando, de este modo, la probabilidad de la
conducta delictiva del adolescente.

Glueck y Glueck (1968) trabajando con autoinformes de adolescentes, encuentran


evidencia de que tanto la supervisión paterna escasa como la excesivamente estricta
se relacionan con conducta desviada del hijo. Conger (1977) confirma estos
resultados en un estudio realizado en base a datos recogidos de los padres. Por
último, el trabajo de Wright (1982) realizado para determinar la relación entre la
conducta desviada de los adolescentes y la edad en la que los padres les permiten
una mayor autonomía (reduciendo la supervisión), muestra que la conducta desviada
es más probable entre aquellos jóvenes que o bien disponen de libertad a edades
tempranas, o bien están excesivamente controlados durante la fase intermedia de la
adolescencia (alrededor de los quince años). Es decir, aunque existe mayor
evidencia empírica de la relación entre ausencia de supervisión y delincuencia, la
supervisión muy estricta o el control excesivo, especialmente en la adolescencia, se
han relacionado también empíricamente con la conducta delictiva del hijo
.
En general, la literatura revisada sugiere que tanto los vínculos afectivos entre
padres e hijos, como el grado de supervisión de los padres sobre la conducta del
hijo, juegan un papel fundamental en la conducta delictiva del adolescente.

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 Función paterna
La conexión entre la ausencia del padre y delincuencia surge de múltiples trabajos
de investigación, siendo ello un buen predictor no solo de delincuencia sino también
de diversas adicciones. (Gottfredson y Hirschi,1990) y (Stern, Northman y Van
Slyk,1984).

La figura paterna juega un rol fundamental en:


Instaurar la capacidad de control de impulsos agresivos, es decir en la
autorregulación. (Lisak y Roth 1990-Biller y Trotter, 1994)

1. Incorporación de la capacidad para postergar gratificaciones y buen predictor


de empatía en el adulto (Sagi,1982- Biller,1993).
2. Prohibición del incesto como fundante de la cultura. Estructuración de lo
intrapsíquico (Freud).
3. Asignar lugares y roles en la familia, protegiendo el encuadre familiar.
4. Promover la emancipación o salida o de los hijos de la familia, asegurando
5. su apertura al grupo social. (Berenstein,1976 y 1981).

 Causas de la delincuencia juvenil


Los estudios criminológicos mundiales señalan la multicausalidad del fenómeno de
la delincuencia juvenil. Pero, aunque nos basemos en cuestiones jurídicas, cada
Estado está sujeto a su propio sistema jurídico.

¿Qué es lo que hace que un joven delinca?

En el origen de la transgresión adolescente encontramos varios tipos de causas: Hay


jóvenes que cometen hechos que la ley califica como delitos, generalmente hurtos y
robos con violencia en las cosas, por actitudes de contraposición a su familia y a las
reglas sociales; otros en cambio, responden a claros, aunque no siempre explícitos,
mandatos familiares y de su medio social.

o Genética:
La idea de que la herencia tenga influenza en la criminalidad, no implica que todo

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crimen tenga un origen hereditario, ni que este tipo de factores sean, por sí solos,
capaces de producir la desviación criminal.

Según estudios realizados, se cree que un niño que fuera creado en una familia
criminal, aprendiera modelos antisociales de conducta, los cuales a su vez enseñara
a sus propios hijos.

Goring y Lund demuestran que los criminales con ambos padres criminales se
encuentran en proporción mayor que aquellos en los que solo uno de los padres es
criminal.

Kuttner demuestra que los hijos de criminales delinquen con más frecuencia que los
hijastros de los mismos.

Estudios realizados en niños adoptados sugirieron la presencia de un componente


genético para la agresividad, aunque no siempre para la delincuencia. El riesgo de
trastorno disocial se incrementa entre la descendencia de padres que tuvieron ese
trastorno, trastorno antisocial de la personalidad y trastornos inducidos por consumo
de sustancias.

Los estudios de adopción de niños cuyos padres biológicos eran delincuentes tenían
más probabilidades de presentar TCD, que los hijos adoptados cuyos padres
biológicos no lo eran. Los estudios realizados en gemelos han indicado una tasa de
concordancia mayor para el comportamiento delincuente en los gemelos
monocigotas que en los dicigotas.

o Factores Neurobiológicos:

 Predominio relativo del sistema de recompensas sobre el inhibitorio,


posiblemente por disfunción del sistema septo hipotalámico.
 Déficit en funcionamiento corteza prefrontal
 Alteración de los sistemas. Serotoninérgico y adrenérgico
 Hipertiroidismo. Sme. disfórico de la fase luteínica

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 Hormonales: Se ha relacionado agresividad y testosterona plasmática en


varones adolescentes debido a la elevada proporción de trastorno disocial en
ellos, no así en prepúberes.
 La epilepsia. Es ampliamente conocida como enfermedad criminógena.
Puede hablarse de una personalidad epiléptica, caracterizada por la
excitación, la agresividad y la suspicacia, agravada en los menores por falta
de inhibidores.
 Las secuelas de meningitis o de meningoencefalitis, cuando afectan las
estructuras del sistema límbico, determinan conductas agresivas en los
menores.
 Las anomalías físicas y funcionales, son importantes en cuanto pueden
impedir al
 menor a estudiar o trabajar adecuadamente. Se presenta en el menor un
complejo de inferioridad y resentimiento contra la sociedad, lo que puede
llevarlo a adoptar actitudes antisociales.
 Retraso psicomotor
 Crisis convulsivas. Crisis psicomotoras
 Traumatismos craneoencefálicos. Traumatismos perinatales.
 Graves problemas de aprendizaje y comunicación. - Ondas lentas en el EEG.

o Factores Psicopatológicos:

 Trastornos de Conducta Disocial, T. Oposicionista-desafiante,


 T. de Personalidad (Bordeline, Antisocial)
 Esquizofrenia. Trastorno Bipolar y otros.
 Tóxicos: Alcohol- Sustancias psicoactivas

o Factores Sociales:
 Desigualdad económica:
 Desempleo- Desocupación
 Baja escolaridad- Analfabetismo
 Medios de comunicación: Actualmente ciertos programas televisivos e Internet
reemplazan a la familia como formadora de costumbres sociales.

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 Escuela: desempeña un papel importante como agente socializador para


niños y adolescentes. La institución escolar utiliza medios, procedimientos y
métodos para mantener el orden y la disciplina las que son aplicadas a
aquellos que violan las normas que rigen el comportamiento escolar. Sin
embargo, es necesario saber las causas que desencadenan el
comportamiento en el adolescente. De no profundizarse en las razones de
esa conducta las medidas disciplinarias no cumplirán su objetivo educativo,
en tanto el adolescente mantiene los problemas, considerando a sus
maestros como sus enemigos que solo lo juzgan, por lo que se distancia aún
más de la escuela, reforzándose la conducta desviada.
 En algunos casos, el énfasis academicista o la excesiva competitividad a este
nivel, promueven la aparición de comportamientos violentos o delictivos
 Subcultura delincuente: La pandilla; la vida callejera; el espíritu de burla a la
policía y a la vigilancia, Existen comunidades o barrios en donde los jóvenes
deben participar en “ritos de iniciación” para pertenecer a un grupo (robar,
asaltar, cometer violación)

o Factores Familiares:
Concordamos en el rol de modelo que representan los padres. La necesidad de
aprender conductas adultas, de imitar ese modelo cercano, de seguir el ejemplo de
los padres se incluye en la función educativa de la familia. No obstante, los
adolescentes encuentran en ocasiones que el espejo está "empañado". Existen
grupos familiares portadores de "indicadores de desajuste social". Los factores
hallados con mayor frecuencia en la familia de adolescentes con antecedentes
delictivos son:

 Rechazo parental.
 Ausencia de la figura paterna.
 Inestabilidad conyugal.
 Falta de atención al niño (abandono físico o emocional).
 Bajo nivel socio-económico. Por su imposibilidad de progresar y de lograr
metas, se considera que ubican naturalmente en estratos socioeconómicos
más bajos.
 baja cohesión familiar.

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 Carencia de herramientas afectivas, cognitivas y conductuales. Esto trae


aparejado:
a. déficit en la comunicación intrafamiliar o patrones de comunicación
predominantemente físicos.
b. dificultad paterno-materna de asumir su rol con autoridad o lo hacen con
disciplinas muy severas.
 Familia numerosa
 Historia de institucionalizaciones
 Cambio frecuente de educadores:
 Promiscuidad
 Historia de abuso sexual intrafamiliar
 Conductas adictivas o delictivas en progenitores (sobre todo el alcoholismo
 paterno).
 Enfermedades mentales en familiares directos.

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FACTORES QUE INCIDEN EN LA COMISIÓN DE UN DELITO DE UN


ADOLESCENTE

 El concepto de factores de riesgo


Los factores de riesgo son variables que pueden afectar negativamente el desarrollo
de las personas.

En términos más específicos, cuando se habla de factores de riesgo se hace


referencia a la presencia de situaciones contextuales o personales que, al estar
presentes, incrementan la probabilidad de desarrollar problemas emocionales,
conductuales o de salud. Estos problemas promueven la ocurrencia de desajustes
adaptativos que dificultarían el logro del desarrollo esperado para el joven en cuanto
a su transición de niño a adulto responsable y capaz de
contribuir y participar activamente en la sociedad
El desarrollo de los individuos no se da en forma aislada, ya que viven y se
relacionan con una compleja red de sistemas interconectados, como la escuela, la
familia, los grupos de pares y otras instituciones o situaciones que influyen en forma
directa o indirecta en el desarrollo de las personas, y cuyas características pueden
convertirse tanto en factores protectores (ver más adelante) como de riesgo. Es así
como actualmente se considera la situación de “estar en
riesgo psicosocial” como un estado complejo, que es definido por la intervención de
múltiples situaciones.

 Factores que inciden en la comisión de un delito de un adolescente


Las causas de la conducta delictiva de niños y adolescentes se deben a diferentes
factores, entre los cuales se pueden señalar los siguientes:

a. Factor Personal: consiste en las anormalidades mentales (idiocia, imbecilidad y


retardo), la psicopatía, la psicosis, las desviaciones psíquicas y demás
enfermedades mentales, que se encuentran en la mayor parte de los jóvenes
delincuentes y que provienen de alteraciones pre concepcionales del germen,
que pueden determinarse mejor así:

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1. Padres anormales, en quienes existen neuropatías fijadas en la familia,


engendran hijos predispuesto a las mismas neuropatías o que sufren de
tensiones en el desarrollo intelectual.

2. Padres alcohólicos, sifilíticos o tuberculosos, tienen descendientes


degenerado, que resultan epilépticos, neurasténicos, histéricos, débiles
mentales o anómalos del sentido y del carácter.

3. Concurrencia en ambos padres de una condición anormal neuropática con


una infección toxica, que agrava los caracteres de degeneración del
descendiente.

b. Factores Sociales: estos resultan del ambiente familiar o extra familiar; esto es,
hogar y medio social.

Acerca del hogar adecuado e inadecuado se señalan los hogares incompletos


miserables e incompetentes como causa del abandono del niño y jóvenes.
Se hace referencia al medio escolar y al medio profesional a tratar de los derechos
del niño, bien a ser educado, y a no ser sometido a trabajos ni empleos que
destruyan su salud física y su moralidad.

c. Factores Extra familiares: Se han estimado como tales: el urbanismo, que


desintegra la familia, porque aleja los obreros de su casa obligados a trabajar
todo el día en fabrica y talleres distantes.

d. El Cinematógrafo: que es una clase de dos horas, por lo menos, acerca de los
temas frecuentes de las películas: Crímenes, adulterios, seducciones, amores
ilícitos, enseñanza sobre caricias, obscenidades, desarrollo de pasiones innobles
como el odio, la venganza, el rencor. El Artículo 79 de la Ley Orgánica de la
Protección al Niño y al Adolescente prohíbe a los menores de dieciocho años la
entrada a espectáculos contrarios a la moral y a las buenas costumbres.

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Entre los lugares de moralidad dudosa pueden incluirse, además de los locales de
cine, los night clubes, bares, botiquines, juegos prohibidos, galleras, carrera de
caballo, apuesta, casa de citas y espectáculos de obscenos.

e. Las Malas compañías, que se explican por varias causas: espíritu de


asociación; una vida desagradable en un hogar frío, donde no exista compresión,
la influencia que ejercen en los niños los jóvenes depravados y de costumbre
perniciosa una vez el espíritu errabundo; la pandilla; la vida callejera; el espíritu
de burla a la policía y a la vigilancia, y la inasistencia escolar.

f. El vicio en las ciudades, que propicia el libertinaje. Este se presenta en los


adolescentes por desenfreno en las obras y en las palabras. Niños que juegan,
beben licor, fuman cigarrillos, insultan a los demás, cometen irrespetos
frecuentes o malas acciones. Niñas entregadas prematuramente a la prostitución,
que se emborrachan y bailan en el cabaret, gritan y cantan canciones inmorales y
ofenden a la moralidad pública con sus expresiones, gestos y actos indecentes.

g. La vagancia, que, en los adolescentes, es distinta de la del adulto. Sus causas


pueden situarse en el propio carácter vicioso, en sus tendencias nomádicas,
deportivas o aventureras; en sus defectos mentales, como la fuga del epiléptico y
el anhelo ambulatorio; en la atracción al riesgo, que se han denominado causas
endógenas. O bien, en el hogar desecho la pobreza, la insuficiencia escolar, el
comercio callejero de venta de billetes, granjerías, limpieza de zapatos, etc., la
atracción de las pandillas, que son causas erógenas, y originan frecuentes fugas
de la casa y de la escuela.

h. La mendicidad, estado habitual que presenta al joven ambulando por calles o


lugares públicos. La mendicidad se divide en tres periodos: el primero, cuando va
en brazo del padre o explotador que lo presenta en estado lastimoso para excitar
a la compasión; el segundo, de la escuela, cuando la vida de mendigo le priva de
una educación por inasistencia escolar; y el tercero, del aprendizaje, en que se
usa de mentiras denigrantes y condescendencias peores.

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i. Los errores educativos, La ausencia de reglas y control puede producir


indecisión e inseguridad, y la ansiedad de este proceso puede producir también
en el niño agresividad e inadaptación; de ahí la búsqueda ulterior de
compensación y el refugio en la banda.

Como se puede apreciar, la multiplicidad de orígenes de los factores de riesgo


contribuye a la complejidad del estudio de la génesis y mantención de determinados
comportamientos problemáticos. Antiguamente, se pensaba que ciertos factores
podían tener una influencia causal directa sobre el desarrollo de algunos problemas,
sin embargo, al avanzar la investigación se ha ido descubriendo que los factores
coexisten, interactúan y son mediados por una gran variedad de otras variables que
intervienen en la cadena causal del desarrollo de los comportamientos
problemáticos. De este modo, características individuales pueden interactuar con
características contextuales. Por ejemplo, el hecho de que un niño presente
hiperactividad no implica que éste iniciará una inminente carrera delictiva. Niños
hiperactivos e impulsivos generalmente evocan rechazo en las personas que los
rodean (padres, profesores, etc.), quienes tienden a distanciarse del niño o actuar de
modo coercitivo con él. Este tipo de interacciones son un antecedente que determina
una larga historia de desajustes conductuales que, a su vez, contribuyen a agudizar
el cuadro. En el ejemplo anterior se ilustra cómo estos factores, además, pueden
presentar efectos interactivos que se refuerzan mutuamente.

Los factores de riesgo pueden influir de modo directo o indirecto en el desarrollo de


conductas problemáticas. Del mismo modo, pueden actuar de modo próximo o
distante en el tiempo. Por ejemplo, los factores de riesgo con una ocurrencia próxima
en el tiempo pueden tener una incidencia directa sobre el desarrollo de problemas
conductuales. Asimismo, los factores de riesgo que operan de modo distante en el
tiempo pueden echar a andar mecanismos que exponen
a las personas a otros factores de riesgo que tienen una acción más directa. Por
ejemplo, el hecho de que una familia viva hacinada puede llevar a que un joven
prefiera pasar mucho tiempo en la calle, conducta que lo expone a otros riesgos
asociados a la vida en la calle.

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El fenómeno de la aparición de bandas de delincuentes es típico en los grandes


núcleos urbanos, y más propio de las barriadas periféricas y suburbios marginales,
donde se alcanza un alto grado de desorganización social frente al mundo de
valores considerados normales.

Entre las fuentes del comportamiento de niños y adolescentes que cometen hechos
punibles podemos mencionar que uno de los factores que se une en multitud de
ocasiones a este proceso es la presión social emanada de un medio o unas
condiciones de vida atosigante, el ambiente enrarecido del suburbio sin otras
alternativas culturales o la progresiva frustración a lo largo del desarrollo, que va
generando unos niveles de respuesta violenta imposibles de contener al llegar a la
adolescencia.

Los modelos sociales, a veces presentados en la misma familia, constituyen así


mismo otra importante fuente del comportamiento de niños y adolescentes. No hay
que olvidar lo susceptible que es el muchacho a la imitación y a la influencia que
ésta puede ejercer como método de afirmación personal, capaz de superar al propio
modelo.

Por otro lado, las causas Orgánicas se hallan inscritas en la anatomía del
delincuente desde su nacimiento. La herencia no siempre es decisiva, pero ejerce
constantemente una influencia más o menos favorable, confirmada por los muchos
ejemplos ofrecidos por la misma familia.
También se les atribuye culpabilidad a las alteraciones física ó perturbaciones
afectivas o de personalidad. Sin embargo, parece más oportuno tener en cuenta el
conjunto de los diversos factores que afectan a la conducta del adolescente, y poner
de relieve la interrelación de todas las fuerzas y condiciones, internas y externas,
que intervienen en su desarrollo.

La influencia de las teorías afecta, en definitiva, a un reducido o irrelevante número,


de individuos, y en ningún caso sirve para explicar las complejas causas que
conducen a ciertos jóvenes a la delincuencia. Aunque sea cierto que el niño nace
con unas características genéticas muy concretas que determinan su grado de
agresividad, introversión, actividad, etc. lo cierto es que los estímulos maternos y la

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interacción que crean son muy importantes para la posterior relación del niño con el
medio en que se desenvuelve.

 Las conductas de riesgo


Los factores de riesgo son situaciones o características que disminuyen la
probabilidad de lograr un desarrollo pleno, mientras que el término “conducta de
riesgo” se refiere al resultado sobre el comportamiento que tienen dichos factores.
Los diversos comportamientos de riesgo pueden ser clasificados en 4 grandes
grupos:

a. Uso y abuso de alcohol y drogas.


b. Relaciones sexuales no protegidas.
c. Bajo rendimiento, fracaso o deserción escolar.
d. Delincuencia, crimen o violencia.

A continuación, se desarrollarán someramente estos cuatro tipos de comportamiento


de riesgo. Más adelante se tratarán en mayor detalle los factores de riesgo
asociados a la generación del comportamiento delictivo juvenil.

a. Uso y abuso de alcohol y drogas


Durante la adolescencia se suele experimentar con una gran variedad de drogas
legales, ilegales o controladas. El consumo de drogas se asocia a una amplia gama
de variables individuales y contextuales de riesgo. La investigación ha asociado esto
con antecedentes como problemas de adaptación a la escuela, una pobre relación
con los padres y el consumo de drogas de los padres o de los pares, entre otros.
Entre los factores que protegen contra el consumo de drogas se cuentan los
controles personales tales como creencias religiosas o buen auto-concepto, y
controles sociales como el apoyo social y estilos parentales adecuados.

b. Relaciones sexuales no protegidas o precoces


El que los jóvenes tengan relaciones sexuales precoces o riesgosas se asocia a
variables cognitivas tales como actitudes poco claras hacia la maternidad
adolescente, actitudes de rechazo hacia normas sociales convencionales y estrés
emocional. También se han asociado a ellas variables biológicas, como vivir una

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pubertad temprana, y de comportamiento, como el oposicionismo y los trastornos de


conducta.

Ciertas características familiares como la baja preocupación y una estructura familiar


autoritaria han sido asociadas con este comportamiento de riesgo.

c. Bajo rendimiento, fracaso y deserción escolar


Actualmente se considera que la permanencia escolar es el factor que más influye
en el mejoramiento de las posibilidades futuras de inserción social y desarrollo
personal pleno.

La deserción escolar se ve influida por factores de riesgo como pobreza, bajo apoyo
social para el aprendizaje, dificultades cognitivas, falta de motivación, necesidad de
aprobación por parte de pares con problemas, estilos parentales inadecuados, y,
finalmente, características de la malla curricular y una estructura poco atractiva de
clases.

d. Delincuencia, crimen y violencia


De todos los problemas en los que se pueden ver envueltos los jóvenes, uno de los
que concita mayor preocupación y temor por parte de la opinión pública es la
delincuencia y la violencia. Se han estudiado un sinnúmero de variables de riesgo
que anteceden al desarrollo del comportamiento delictivo como factores sociales,
familiares, las influencias de los pares, y ciertas características cognitivas.

En general, la prevalencia de comportamientos de riesgo antes descritos tiende a ser


más frecuente en los jóvenes que en la población general. Ello debido a que,
durante la adolescencia, más que en cualquier otra etapa de la vida, las personas
exploran y experimentan diversos comportamientos. Por ello, es esperable que los
jóvenes aumenten su incursión en conductas de riesgo.

En este sentido es importante poder distinguir aquellas conductas de riesgo de


carácter experimental, que se manifiestan como parte del desarrollo y que cesan con
el tiempo, de aquellas que persisten y se pueden volver problemáticas.

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4. El Concepto de síndromes de riesgo


Se ha observado que estos 4 grupos de comportamientos de riesgo no parecen ser
problemas aislados, sino que tienden a manifestarse en conjunto. Por ello, hoy se
considera más correcto hablar de síndrome de riesgo que de comportamientos de
riesgo puntuales. Ello también se debe a que hay gran similitud entre los factores
asociados a los 4 grupos antes nombrados.
En otras palabras, muchas veces los mismos factores de riesgo influyen en el
desarrollo de múltiples comportamientos problemáticos.

5. Concepto de factores protectores


Se podría pensar que una situación personal o ambiental que se caracteriza por la
ausencia de factores de riesgo constituye una situación protegida. Sin embargo, de
acuerdo a diversas investigaciones extranjeras, la presencia de factores de riesgo es
más común de lo que se pudiera pensar, y no siempre influye en el desarrollo de
comportamientos de riesgo.

Se ha observado que entre la mitad y dos tercios de los niños viven en hogares que
presentan algún factor de riesgo, como criminalidad familiar, alcoholismo de los
padres, vivencia de abuso, dificultades económicas, entre otros. Pese a ello, no
todas las personas manifiestan comportamientos de riesgo.

Esto se debe a que una proporción las personas se encuentran expuestas a la


presencia de factores de riesgo cuentan, además, con factores protectores que
atenúan el efecto de dichas dificultades, disminuyendo la probabilidad de desarrollar
comportamientos de riesgo.

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ADOLESCENTES Y JÓVENES QUE AGREDEN SEXUALMENTE

Debemos ser conscientes que uno de los más importantes descubrimientos del
primer proyecto de “Save the children” (Alonso, J.M; Horno, P. 2004) y de diferentes
investigaciones sobre el abuso sexual y los delitos contra la libertad sexual, es que
muchos agresores adultos inician su comportamiento desviado cuando son
adolescentes y han llevado a cabo conductas de carácter ofensivo durante muchos
años. Uno de cada dos ofensores sexuales adultos comenzó su comportamiento
abusivo siendo adolescentes (Knight y Prentky, 1993). Así mismo se estima que
aproximadamente un 20% de las violaciones las realizan menores de edad y el 50%
de los agresores cometen su primer abuso antes de la edad adulta (Abel, Mittelman
y Becker, 1985; Groth, Longo y MacFadin, 1982). La estimación es que un 30% de
los abusos son cometidos por menores de edad, pero seguramente existe una
subestimación del problema dado que estos datos solamente son la punta de un
iceberg que progresivamente alcanza mayores dimensiones. En Estados Unidos se
estima que los jóvenes son responsables de más de la quinta parte de las
violaciones y de la mitad de los casos de ofensas sexuales a niños (Hunter, 2000).

Si nos atenemos a las cifras de incidencia y prevalencia debemos de ser conscientes


que los estudios son relativamente recientes y es, a partir de los años 80, cuando
comienza dicha investigación. De los datos aportados por Becket (1999) observamos
que se estima que al menos un tercio de las agresiones sexuales son
responsabilidad de adolescentes y jóvenes. No obstante, hay que ser conscientes de
que muchas de las mismas no son detectadas o comunicadas por razones de
negación y minimización del problema. Aunque la mayoría de los casos suelen
pertenecen al género masculino, son varios los estudios clínicos que nos señalan la
presencia tanto de mujeres adolescentes y prepúberes que manifiestan
comportamientos abusivos

Todos estos argumentos justifican sobremanera la necesidad de atender lo más


tempranamente posible estas circunstancias para evitar que estos jóvenes se
conviertan en adultos agresores. Hay que ser conscientes que estamos anulando un
derecho fundamental de la infancia y es el derecho a la salud. En su artículo 24, la
declaración universal de los derechos del niño dice “Los Estados Partes reconocen

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el derecho del niño al disfrute del más alto nivel posible de salud y a servicios para el
tratamiento de las enfermedades y la rehabilitación de la salud. Los Estados Partes
se esforzarán por asegurar que ningún niño sea privado de su derecho al disfrute de
Adolescentes y jóvenes que agraden sexualmente esos servicios sanitarios”, y esto
incluye a la salud sexual. Un menor que abusa, ofende o agrede sexualmente no es
un menor sano y tiene todo el derecho a recibir apoyo, orientación y tratamiento para
rehabilitar un aspecto que resulta disfuncional en su desarrollo personal, emocional y
social. Llevar a la práctica un programa rehabilitador, promueve la posibilidad real de
romper el ciclo del abuso, el acoso o la agresión.

 Agresores sexuales adolescentes y juveniles


Un agresor sexual joven o adolescente es una persona cuya edad oscila entre los 12
y los 18 años y que comete cualquier acto de tipo sexual, contra la voluntad de la
víctima, sin su consentimiento o de una manera agresiva, explotadora o
amenazante. Los ofensores sexuales adolescentes vienen de todos los entornos
socioeconómicos, etnoculturales, y religiosos. También varían ampliamente en su
nivel de funcionamiento intelectual, su motivación, las víctimas que eligen, y las
conductas que cometen.

Algunos adolescentes abusan sexualmente sólo de niños más pequeños, otros de


víctimas de la misma edad. Algunos utilizan la fuerza o la violencia extrema mientras
otros engañan, presionan sutilmente o manipulan a sus víctimas a la actividad
sexual. La mayoría de los ofensores sexuales adolescentes son conocidos por sus
víctimas.

Algunos adolescentes cometen sólo ofensas sexuales “sin contacto” tales como
voyeurismo (mirar furtivamente), exponer sus partes privadas a otros, hacer
llamadas telefónicas obscenas, frotamiento (frotarse contra otros en lugares
abarrotados), o fetichismo (tal como robar ropa interior). Otros cometen ofensas
sexuales “con contacto” tales como acariciar o penetración con el pene, el dedo u
objetos.

Definir una conducta como que es asalto sexual o abuso puede algunas veces ser
difícil. Es fácil identificar una ofensa sexual cuando hay un amplio desfase de edad

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entre el perpetrador adolescente y la víctima o el abuso involucra fuerza o


penetración. Pero según el desfase de edad se estrecha, y si la conducta involucra
acariciar o una ausencia de fuerza o agresión, es necesario evaluarlo en términos de
coerción, consentimiento, o diferencias de poder.

La coerción ocurre cuando una persona engaña, presiona, o manipula a otra para
que haga algo. Si las víctimas han sido coercionadas, ellas no han dado realmente
el consentimiento. Si el perpetrador está en una posición de poder sobre o tiene
responsabilidad con la víctima, la relación no es igual, así que el consentimiento
realmente no ha sido dado. La ventaja de poder puede venir de un ofensor que es
un hermano mayor, es la niñera de la víctima, es mayor en talla física o más fuerte, o
tiene mayor madurez mental o emocional

Muchas definiciones usan como criterio definitorio de abuso sexual, la diferencia de


edad entre la víctima y el agresor, pero hay que tener presente lo inadecuado de
este criterio si tenemos presente que aproximadamente un 30% de los abusos se
producen entre menores. Resulta por lo tanto más adecuado usar como criterio la
presencia del poder y el control (en el sentido de “asimetría” que propone López,
1995), que el de la edad.

 Conducta sexualmente abusiva realizada por los adolescentes


Se utiliza el término “adolescente” para cubrir a todos los niños y personas jóvenes
entre las edades de 8 y 21 años, aunque más comúnmente la referencia es hasta las
edades de 12-18 años. Antes de que juzguemos a un adolescente como “abusivo”,
necesitamos tener alguna idea de lo que constituye una conducta sexual normal. El
desarrollo sexual normal está pobremente comprendido y los hechos memorables
claros respecto a la conducta sexual, relacionados con la edad, en las sociedades
que cambian rápidamente, aún tienen que ser identificados (López, 2003). No
obstante, hay un inicio de algún consenso en la definición de conducta abusiva que
justifica la intervención.

“Abuso” puede ser definido como “el acto sexual con otra persona que no da o no
puede dar consentimiento informado”. Es un término negativo, que indica cualquier

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acto pretendido o percibido como dañino o humillante, de acuerdo con la víctima o


un extraño afectado. El acto puede emanar de cualquier fuente (padre, extraño u
otro niño) y varían en modalidad desde leve a grave, ya involucré o no daño físico.

Esto es donde los actos abusivos se solapan con “la ofensa sexual”. La única
característica que separa a los dos es que la conducta ofensiva está categorizada
públicamente, entrando así dentro de una definición legal específica, que garantiza
la intervención de los sistemas oficiales y que quizás demanda una respuesta
judicial. La ofensa sexual es una forma de “abuso sexual descubierto” que se estima
que es lo suficientemente serio para garantizar la respuesta oficial. Así todas las
ofensas son una forma de abuso sexual, pero no lo contrario. Como veremos
después, probablemente hay más abuso sexual del que nunca sale a la luz y mucho
de éste, incluso cuando es claramente una ofensa, no es tratada como tal.

 Características de los jóvenes que agreden sexualmente.

Los jóvenes que han cometido ofensas sexuales son una mezcla heterogénea
(Bourke y Donohue, 1996; Knight y Prentky, 1993). Difieren según la víctima y las
características de la ofensa y una amplia gama de otras variables, incluyendo tipos
de conductas ofensoras, historias de maltrato infantil, conocimiento y experiencias
sexuales, funcionamiento académico y cognitivo, y temas de la salud mental (Knight
y Prentky, 1993; Weinrott, 1996).

A pesar de la aparente heterogeneidad de los jóvenes que han ofendido


sexualmente, los hallazgos de los pocos estudios existentes que comparaban a
jóvenes que cometieron ofensas sexuales con aquellos que cometieron otros tipos
de ofensas, frecuentemente no han revelado diferencias significativas entre las
muestras (Becker y Hunter, 1997). Este hallazgo puede sugerir que el número
sustancial de ofensores sexuales juveniles puede no diferir significativamente de
otros ofensores juveniles, aunque subgrupos de jóvenes que cometieron ofensas
sexuales difieren de los jóvenes que cometieron otras ofensas.

 Conductas sexualmente abusivas y características de la ofensa.

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Las conductas sexualmente abusivas varían desde las ofensas sin contacto a actos
con penetración. Las características de la ofensa incluyen factores tales como la
edad y el sexo de la víctima, la relación entre la víctima y el ofensor, y el grado de
coerción y violencia utilizada.

Característica de la ofensa sexual


Dominio Características.
Características de la  Las niñas son el objetivo más frecuente
víctima.  Las víctimas masculinas representan más del 25% de
algunas muestras
Características de la  Las víctimas a menudo son substancialmente más
relación. jóvenes que el ofensor, más que compañeros de
edad
 Las víctimas usualmente son parientes o conocidos,
raramente son extraños
 Cuidar niños frecuentemente proporciona la
oportunidad para ofender
Uso de la agresión  Aunque los ofensores sexuales juveniles usualmente
son físicamente menos violentos que los ofensores
adultos, pueden asegurarse la sumisión de la víctima
a través de la intimidación, amenazas de violencia,
fuerza física, o violencia extrema
 Aproximadamente el 40% de una muestra de 91
jóvenes demostró agresión expresiva en su ofensa(s)
sexual(es)d.
 Los jóvenes que victimizaron a compañeros o adultos
tendían a utilizar más fuerza que aquellos que
victimizaron a niños más pequeños
Disparadores  Algunos de los “disparadores” que han sido descritos
como relacionados con la ofensa sexual incluyen la
rabia, el aburrimiento, y los problemas familiares

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En un estudio de Maine en jóvenes identificados como que habían cometido ofensas


sexuales (Righthand, Hennings, y Wigley, 1989), más de la mitad de los actos
abusivos involucraban contacto oral-genital o intentado o realizando la penetración
vaginal o anal.

 Conducta criminal no sexual


Los ofensores sexuales juveniles frecuentemente se comprometen en conducta
antisocial y criminal no sexual. Tal conducta puede, de hecho, ser bastante típica de
los ofensores sexuales juveniles, especialmente aquellos que se comprometen en
asaltos sexuales con fuerza tales como violación e intento de violación. En una
encuesta nacional, Elliot (citado en Weinrott, 1996) encontró que la mayoría de 80
jóvenes que revelaron una conducta de asalto sexual habían cometido previamente
un asalto no sexual grave, mientras relativamente pocos (7%) habían perpetrado
exclusivamente ofensas sexuales. La conducta criminal no sexual (violenta y no
violenta) está correlacionada con la violencia sexual repetida por los ofensores
sexuales adultos (Chaffin, 1994; Hanson y Buissière, 1996) y también puede ser un
factor de riesgo importante para las ofensas sexuales repetidas por los jóvenes.

 Etiología
Para aproximarnos brevemente a los posibles factores causales y correlacionales
asociados al problema podemos prestar atención a una serie de elementos entre los
que incluimos la historia de maltrato infantil, los factores relacionados con el estilo de
vida familiar, los factores relacionados con las habilidades sociales, los factores de
aprendizaje y de socialización sexual, así como los factores relacionados con la
salud mental y el consumo de sustancias tóxicas.

o Historia de maltrato
El papel que juega el maltrato infantil en la etiología del comportamiento ofensivo
sexual parece notablemente complejo y los estudios que han tratado de dar luz en
este fenómeno tienden a coincidir en que las tasas de victimización sexual, la
precocidad en la experimentación de las conductas de tipo abusivo y la gravedad de
las mismas suelen ser mayores en los adultos ofensores sexuales. Parece existir
consenso en que la transmisión intergeneracional del abuso está presente en una
proporción significativamente mayor que el resto de población.

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o Los estilos de vida familiar


Los elementos relacionados con el estilo de vida que más comúnmente se
encuentran en los ofensores sexuales tienen que ver con la desestructuración de los
núcleos de convivencia. Los perfiles familiares de riesgo son aquellos donde el
menor ha experimentado la separación física y/o emocional de uno o ambos padres
ya sea por la inestabilidad familiar, la separación o el divorcio o por estar sujeto a
una medida de protección o desamparo que lleve a un internamiento en las
residencias de menores de la red de servicios sociales. Así mismo si nos centramos
en los aspectos relacionales propios de las familias desestructuradas observamos
que los modelos de comunicación intrafamiliar suelen ser bastante negativos y
predomina la violencia en los mismos, la crítica excesiva, la desvalorización y la
humillación como métodos disciplinarios.

En el plano de los afectos podemos hablar de una dificultad para encontrar fuentes
de apoyo emocional que suele traducirse en los menores en problemas para
establecer vínculos emocionales y además son frecuentes las referencias de los
menores a la distancia y la inaccesibilidad emocional de sus progenitores. Si
prestamos atención a los modelos de socialización sexual paterna, comprobamos
que el haber sido objeto de abuso sexual o la exposición a sus propias experiencias
sexuales son experiencias que viven con más frecuencia quien manifiesta un
comportamiento ofensivo en su adolescencia y juventud.

Cantón Cortés (1997) sugiere que el modelado ofrecido en las prácticas anteriores
es un mecanismo de aprendizaje que puede intervenir en la conducta de los
agresores sexuales.

o Las habilidades sociales


Son múltiples las investigaciones que nos ofrecen correlaciones entre los déficits en
habilidades sociales y los problemas en el comportamiento sexual sonde prevalecen
las pobres relaciones con compañeros y el aislamiento social (Becker, 1990, Knight y
Prentky, 1993, Feherenbah, 1986, Miner y Crimmins, 1995). La ansiedad social y el
miedo a las interacciones heterosexuales suelen a su vez estar patentes (Katz
1990). La capacidad para construir apegos está más disminuida y eso deriva en un

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pobre ajuste social que repercute en una propensión a las conductas sexualmente
abusivas y agresivas.

o El aprendizaje y la socialización sexual


En este apartado aludiremos a las experiencias de aprendizaje que pueden
condicionar una sexualidad disfuncional futura. Tal y como consideran Echeburúa y
Guerricaechebarria (2000), la aparición reiterada de fantasías sexuales
disfuncionales, asociadas, por ejemplo, al placer de la masturbación, especialmente
en la pubertad y en la adolescencia, pueden facilitar que se condicione una atracción
sexual disfuncional. No hay que olvidar, además, que el sexo puede ser tanto fuente
de placer como elemento reductor del malestar y la ansiedad emocional. Si un
adolescente utiliza este mecanismo como un liberador de la angustia o la rabia
contenida, no podemos olvidar el poderosísimo efecto reforzador que brinda el
orgasmo, de manera que estas pautas de comportamiento sexual disfuncional
queden fijadas ostensiblemente.

En referencia a la socialización aludimos la falta de asunción de normas y límites en


cuanto lo sexualmente saludable y lo que no. En este sentido las pautas educativas
recibidas quizás hayan adolecido de crecimiento moral y/o hayan estado
incorrectamente formadas sin olvidar el modelado como fuente de aprendizaje.

o La salud mental y la personalidad


A pesar de no existir patología grave en los menores que agraden sexualmente si
que son frecuentes los diagnósticos de trastornos del comportamiento y los rasgos
de personalidad antisocial (Kavoussi, Kaplan y Becker, 1988; Miner Siekert y
Ackland, 1997). Así mismo los problemas de control de impulsos o la baja
autoestima que frecuentemente ponen al menor en una posición que Echeburúa y
Gerricaechevarria (2000) denominan “vulnerabilidad psicológica”. Cuando el menor
presenta un vínculo inseguro con sus padres, puede desarrollar una visión negativa
de si mismo y sobre los demás y favorecer la pobre autoestima, las dificultades en la
resolución de problemas, el escaso control de la ira o los pensamientos intrusivos.
Además, Knight y Prentky (1993) observaron que algunos factores característicos de
los niños abusados sexualmente (empatía reducida, incapacidad para reconocer
emociones apropiadas en otros e incapacidad para captar la perspectiva de otra

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persona) pueden tener relevancia para aquellos que agraden sexualmente. Las
distorsiones cognitivas (culpar a la víctima, racionalizar el hecho abusivo…) suelen
también estar presentes en el pensamiento de estos menores.

 El consumo de sustancias tóxicas


Los estudios que valoran la relación entre el comportamiento sexual agresivo y el
consumo de sustancias tóxicas varían ampliamente. Lightfoot y Barbarie (1993)
encontraron cifras que oscilaban entre el 3’4% hasta el 72%. Es claro el potencial
desinhibidor que puede presentar una pauta de abuso de sustancias tóxicas, pero
plantearnos que el consumo de drogas puede considerarse como responsable último
del comportamiento abusivo, vulnera uno de los principios básicos de la intervención
terapéutica con este tipo de problemática y que supone la asunción de
responsabilidad. De otro modo, tal y como dice Noguerol (2005) “significaría
fomentar las justificaciones y las minimizaciones que están en la base de muchas de
estas conductas”.

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CONSUMO DE DROGAS EN INFRACTORES DE LEY ADOLESCENTES

La delincuencia y el consumo de drogas por parte de quienes cometen delitos son


dos fenómenos asociados desde múltiples perspectivas, especialmente, si se
considera el impacto que el consumo de sustancias tiene sobre el comportamiento
delictivo de los jóvenes. En la población general, los últimos estudios realizados por
CONACE muestran un aumento del consumo de marihuana en escolares, una cada
vez más precoz edad de inicio y un consumo crecientemente más parejo entre
hombres y mujeres. De hecho, el 15,2% de los encuestados entre 8° básico y 4°
medio declaran haber consumido marihuana en el último año. Esta cifra implica un
aumento estadísticamente significativo en relación con el bienio anterior, tal como se
muestra en el gráfico N.º 1. Respecto de otras drogas como la cocaína y la pasta
base, su consumo se ha estabilizado y no presenta aumentos o disminuciones
significativas.

Tendencias del consumo de marihuana, pasta base y cocaína Prevalencia del último año Fuente:
Sexto estudio nacional de drogas en población escolar en Chile, CONACE, 2005 .

Sin embargo, la situación en la población infractora es distinta. Un reciente estudio


realizado por la Pontificia Universidad Católica de Chile a población adolescente
infractora de ley muestra resultados preocupantes respecto de la prevalencia de
consumo en este segmento. De un total de 4.796 jóvenes que participaban en
programas ambulatorios y en centros privativos de libertad de las regiones I, II, IV, V,
VI, VII, VIII, IX, X y Metropolitana, el 80% declara haber consumido marihuana
alguna vez en la vida, mientras que la mitad señala haber consumido cocaína. En el
caso de la prevalencia de último año, las cifras sólo son algo menores: 70% declara

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haber consumido marihuana y 40%, cocaína. Respecto del consumo de marihuana y


cocaína en los 30 días anteriores a ser detenido, las cifras son también altas: 42%
para marihuana y 17% para cocaína. La siguiente tabla muestra las diferencias de
consumo entre población general e infractores de ley.

Infractores Población general


Marihuana 42% 7%
Cocaína 17% 2%
Fuente: Elaboración a partir de los datos del “Estudio de prevalencia y factores asociados al consumo
de drogas en adolescentes infractores de ley”, Instituto de Sociología, Pontifica Universidad Católica
de Chile, 2006.

Si se considera la edad de inicio, el consumo de drogas también es más precoz en la


población infractora que en la población general de, aproximadamente, la misma
edad. Prácticamente, uno de cada cuatro jóvenes que participaron en la
investigación había iniciado el consumo de drogas a los 12 años y casi el 50%
declaró haber consumido este tipo de sustancias al llegar a la edad de imputabilidad
penal, es decir, a los 14 años. En relación con el abuso - estableciéndose como
medida de análisis el uso diario de alcohol o drogas - los resultados del estudio en la
población infractora son igualmente preocupantes. 22% declara consumir alcohol y
46% fumar marihuana diariamente. Hay que recordar que se trata de jóvenes cuyas
edades fluctúan entre los 13 y los 19 años.

Varios estudios han intentado comprobar la vinculación entre droga y delito. Sin
embargo, debido a que se trata de comportamientos de riesgo que suelen aparecer
juntos y se retroalimentan (Hurtado, 2004), se estima que la prevención de uno
afecta el comportamiento del otro. Aunque existen pocos datos que permitan
asegurar una relación directa entre ambos fenómenos, se puede afirmar que la
droga y el delito son conductas que suelen presentarse juntas, sobre todo en
jóvenes. Para poder establecer con cierta seguridad esta posible asociación, cabe
preguntarse en qué contexto se da la relación entre ambas, como forma de financiar
el hábito, o debido a que el delito se comete bajo estados de alteración de
conciencia.

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Según los datos recogidos por la Universidad Católica y el SENAME, el 17% de los
jóvenes encuestados reconoce haber cometido el delito bajo la influencia de alguna
droga y el 20% bajo la influencia del alcohol. Independientemente de la necesidad
de saber si el joven habría delinquido si es que no hubiera estado bajo los efectos de
las drogas o el alcohol, los datos también muestran una mayor gravedad del ilícito
cometido - en relación con la fuerza o violencia utilizada -. De hecho, el 10% de los
jóvenes que declaran consumo es responsable de un robo con fuerza, mientras que
en el caso de robo con violencia la cifra aumenta a 28%. La relación entre el
consumo problemático de drogas en los jóvenes que han infringido la ley es
preocupante porque existen mayores probabilidades de que ese joven vuelva a
cometer un nuevo delito y, al ser reincidente, se enfrente a una mayor condena.
Cobra relevancia, entonces, la necesidad de tratar el problema del consumo para
terminar con las llamadas “carreras delictivas” influidas, ciertamente, por las drogas y
el alcohol

 Asociación entre delito y drogas

La asociación entre delito y uso de drogas puede estimarse de manera mucho más
precisa dentro de los marcos de un modelo internacional de atribuciones o de
imputación de causalidad. Conforme a ello, se presume por regla general una
relación de causalidad entre delito y drogas bajo cuatro amplias categorías que se
resumen en las siguientes tres situaciones:

a. Delitos Sistemáticos: Los cometidos en el marco del funcionamiento de los


mercados de drogas ilícitas (en el contexto de operaciones de producción,
distribución o comercialización) y/o delitos contra la legislación en materia de
drogas (incluyendo el consumo, la posesión, la venta, el tráfico, etc.).
b. Delitos compulsivos con fines económicos: Los cometidos para obtener
dinero/ bienes/ drogas con el fin de financiar el consumo de drogas y existe
evidencia complementaria que el infractor tiene antecedentes de abuso y/o
dependencia hacia las drogas.
c. Delitos psicofarmacológicos: Los cometidos bajo los efectos de una
sustancia psicoactiva y, al mismo tiempo, se declara que ese delito no se
habría cometido si no se hubiese estado bajo los efectos de la droga aludida.

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Los dos estudios citados han estimado la asociación entre delito/drogas utilizando el
mismo modelo de imputación de causalidad. Los resultados muestran que, en
términos generales, 25% de las infracciones a la Ley cometidas por adolescentes
pueden ser atribuidas al uso de drogas ilícitas, así como el 42% de los delitos
cometidos por la población adulta o mayor de edad. Cuando se agrega el uso de
alcohol, las cifras suben a 34% y 52% respectivamente.

PREDICCIÓN Y PREVENCIÓN DE LA DELINCUENCIA JUVENIL

América Latina, reconocida como la segunda región más violenta del mundo
(Búvinic, Morrison y Shifter, 1999), a partir de la década de los ’80 enfrenta la
violencia, y en especial la violencia delictual, como un problema central que, incluso,
afecta decisivamente sus procesos de desarrollo económico (Londoño y Guerrero,
1999, p. 5).

Es posible evidenciar también que la violencia y la criminalidad afectan la vida diaria


de las personas mediante “el debilitamiento de la noción misma de pertenencia a la
sociedad y la conciencia de la incapacidad del Estado para garantizar la seguridad
de los ciudadanos” (Moraña, 2003, p. 14). Las ciudades se presentan como espacios
donde la violencia es una vivencia cotidiana; se genera una percepción pública que
identifica a la ciudad con la violencia, convirtiendo ambos términos en sinónimos
(Reguillo-Cruz, 2003, p. 54).

En este marco, el aumento de la violencia juvenil es uno de los principales


fenómenos que enfrenta la región. Como víctimas o agresores, los jóvenes son
protagonistas de todas las formas de delitos violentos. Información del Banco
Interamericano de Desarrollo indica que en 1995 aproximadamente el 29% de las
víctimas de homicidios en América Latina tenían entre 10 y 19 años de edad
(Búvinic, Morrison y Shifter, 1998). La Organización Mundial de la Salud estima que
en Latinoamérica la tasa de homicidio de jóvenes entre 10 y 29 años es la más alta
del mundo (WHO, 2002), y que por cada homicidio juvenil entre 20 y 40 jóvenes son
lastimados severamente por causas de la violencia (WHO, 2002).

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Debido a la magnitud de la criminalidad, y también de su correlato subjetivo, durante


los últimos años la violencia y la criminalidad han ocupado un lugar prioritario en la
agenda pública y en las preocupaciones cotidianas de la ciudadanía.

La impronta que la emergencia de esta problemática presenta a los agentes


públicos, ha conducido muchas veces a la elaboración de respuestas simples y de
miradas superficiales al fenómeno de la violencia en la región y en Chile. En este
sentido, la reflexión teórica debe dar cuenta de las perspectivas conceptuales sobre
la violencia para, a partir de ellas, desarrollar el análisis de las políticas e iniciativas
implementadas.

Existe conciencia acerca de la complejidad del fenómeno de la violencia, así como


de sus multicausalidades y dimensiones (Carrión, 1994; Búvinic, Morrison y Shifter,
1999; Arriagada y Godoy, 2000). Dos posturas se plantean a la hora de enfrentar el
problema. Por un lado, están los que buscan identificar la violencia como un
problema individual, que atañe a sujetos concretos que definen racionalmente su
accionar (Barkan, 1997). En el otro bando están quienes reivindican la
caracterización de la violencia como una relación social y como una característica de
la sociedad donde se presentan polos de intereses distintos que desarrollan
conflictos cotidianos, es decir, entendiendo la violencia no como un tema individual
y/o episódico, sino como un elemento constitutivo del entramado social mismo
(Carrión, 1994, p. 4).

Sin embargo, y aun considerando que la violencia es una relación social, su análisis
y abordaje no puede desconocer que violencia y criminalidad se presentan en
formas y magnitudes diversas y específicas en el espacio y el tiempo. Coinciden en
ello quienes enfatizan la existencia de una geografía y cronología de la violencia
criminal (De Roux, 1994). Esta perspectiva permite avanzar en el examen de las
características específicas de la problemática en cada territorio sin por esto caer en
el intento de “dividir la ciudad en zonas de alto riesgo, hacer su epidemiología de
acuerdo a temporalidades y horarios en el que las violencias despliegan su rostro de
muerte (...) suman su retórica estigmatizadora y sus rutinas de reducción de la
complejidad” (Reguillo-Cruz 2003, p. 56). Por esta razón es que rescatamos la
mirada de la geografía y la cronología delictual como medios para reducir la

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magnitud del problema, y no como elementos para el desarrollo de iniciativas de


segregación socio territorial.

Violencia y criminalidad son fenómenos sociales complejos que no pueden ser


enfrentados con una sola estrategia de política pública, sino que requieren de un
diseño que incluya iniciativas dirigidas a los diversos factores causales. Al hablar de
factores vinculados al aumento de la violencia y la criminalidad encontramos
enfoques que hacen hincapié en la importancia de alguno de ellos, pero que
reconocen la necesidad de una estrategia combinada para lograr efectos tangibles y
sostenibles en el tiempo. Pero, a pesar de este aparente consenso sobre la
necesidad de políticas diversas, el debate político de la última década ha estado
centrado en una aparente disputa entre las políticas de mayor control y represión y
aquellas que se focalizan en la prevención.

Las iniciativas centradas en el control y la represión ponen énfasis en las acciones


del sistema de justicia criminal que permiten detectar al individuo que ha cometido
un delito y utilizar los mecanismos legales para establecer su responsabilidad penal.
En líneas generales, las instituciones encargadas del control son la policía y el
sistema judicial. La primera cuenta con facultades para utilizar la fuerza del Estado
como una de sus herramientas principales en el control de la criminalidad (Skolnick,
1966) situando a la sociedad democrática ante el dilema del potencial uso de la
fuerza traducido en violaciones de los derechos humanos. A su vez, el sistema
judicial es el encargado de establecer las responsabilidades penales de los
imputados de algún delito y de imponer las sanciones correspondientes.

Paradojalmente, la justicia hoy aparece desprovista de legitimidad social en la mayor


parte de la región y en el imaginario ciudadano se ha instalado la sensación de que
ella no es igual para todos y de que los delincuentes no son castigados. En Chile
esta situación no es distinta; recientes estudios confirman que los tribunales cuentan
con escasos niveles de confianza por parte de la ciudadanía.

Las políticas de control abarcan un abanico de iniciativas que van desde el


mejoramiento del servicio policial mediante el patrullaje aleatorio y una mayor
rapidez de reacción ante los llamados del público, hasta propuestas legislativas de

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endurecimiento de las sanciones para los victimarios o que buscan restringir los
beneficios carcelarios para la población carcelaria. Cada una de ellas tiene por
objetivo disminuir la criminalidad mediante la detección, disuasión e incapacitación
de los victimarios, y enfatizan la capacidad del Estado para disminuir estos
problemas.

Por otro lado, existen políticas de carácter preventivo de la criminalidad, orientadas a


actuar sobre los factores que potencialmente podrían incitar a los individuos a utilizar
la violencia o a cometer delitos. En esa tarea dichas políticas involucran a nuevos
actores y crean nuevos escenarios de acción, lo que involucra una serie de aristas y
dimensiones que serán analizadas a continuación. Sin embargo, no es nuestro
propósito establecer que estos enfoques (control y prevención) sean dicotómicos,
sino que pueden actuar de manera complementaria. Por tanto, la prevención se
puede identificar no necesariamente por las soluciones que implican sino por los
efectos que tienen en conductas futuras (Sherman, 1998).

A pesar de la importancia de la prevención en el debate sobre la criminalidad, son


pocos los estudios que abordan la complejidad que implica su conceptualización y
su relación con la comunidad.

 La prevención del delito


La prevención de la violencia y la criminalidad no es un concepto unívoco o
restringido a una sola interpretación, por lo que debe ser entendido desde diversos
acercamientos teóricos que conlleven a la definición de variadas tipologías de
acción. Es posible, sin embargo, encontrar un cuerpo conceptual común que permite
abordar de forma integral todos sus aspectos.

 En primer lugar, la prevención es un concepto complejo cuya construcción se


fundamenta en teorías criminológicas (Crawford, 1998) que postulan la
necesidad, en mayor o menor medida, de establecer mecanismos que
busquen evitar la aparición y desarrollo de acciones delictuales. Es necesario
recordar sí que “los aspectos del diseño, implementación y análisis de la
forma como la prevención funciona, traen compromisos con modelos

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particulares sobre la explicación social y la naturaleza humana” (Crawford,


1998, p. 7).

 En segundo término, existe consenso en la literatura sobre el rango de


impacto de la prevención que va desde la criminalidad objetiva hasta la
sensación de temor. Así entendidas, diversas iniciativas de prevención
pueden generar impacto en la tasa de delitos denunciados o bien en la
sensación de inseguridad. Algunos estudios muestran que generalmente los
impactos no inciden en ambas direcciones; es decir, pueden afectar un
aspecto y no necesariamente ambos (Manzi y Helsper, 2003).

 En un tercer punto destaca el hecho de que las políticas preventivas deben


tener como característica principal la focalización espacial, poblacional y
temática para lograr impactos efectivos (Vanderschueren, 2000). La razón de
ello es que responden a factores y problemáticas específicas de una
determinada población.

 En cuarto lugar, las iniciativas de prevención pueden tener consecuencias en


el plano de la criminalidad y de la violencia, pero además tienen el potencial
de promover la solidaridad, el fortalecimiento de las prácticas democráticas y,
por ende, la consolidación de la gobernabilidad. En este punto cabe hacer
mención al actual debate en torno a la criminalización de las políticas
sociales. Dado que, por su amplitud de objetivos y manifestaciones, las
medidas enfocadas hacia la prevención pueden ser consideradas dentro de
las políticas sociales, se corre el riesgo de desarrollar un discurso que
sostenga, por ejemplo, la necesidad de mejores y mayores niveles educativos
o sanitarios para la población de escasos recursos con el objetivo principal de
disminuir las posibilidades de incremento del crimen y no como respuesta a
las necesidades básicas de elevar sus condiciones de vida.

En este sentido, y para cumplir los objetivos de aprendizaje, se seleccionó la


definición de prevención de la criminalidad desarrollada por la Organización de las
Naciones Unidas (ONU) que entiende como preventiva “toda acción orientada a
evitar que el delito ocurra, promoviendo y fortaleciendo la seguridad no sólo a través

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del sistema formal de justicia criminal, sino que también a través de la promoción e
implementación de estrategias que involucran a los diferentes sistemas informales
de prevención, como los colegios, instituciones religiosas y la ciudadanía en general”
(ONU, 2000). Es decir, se reconoce que la criminalidad tiene causas diversas y que,
por ende, para prevenirla se debe actuar en múltiples frentes, con estrategias e
iniciativas que promuevan el involucramiento de diversas instituciones del Estado, de
organizaciones no gubernamentales y de la ciudadanía en general.

Adicionalmente, como la criminalidad tiene una manifestación objetiva y otra


subjetiva (temor) es posible encontrar iniciativas diferentes relacionadas con cada
uno de estos aspectos. Así entendido, hablaremos entonces de iniciativas de
prevención de la criminalidad y de iniciativas de prevención dirigidas a evitar el
aumento del temor ciudadano, que se focalizan en muchos casos en grupos
poblacionales y territorios diferentes de la ciudad.

Por otra parte, es menester indicar que la prevención no se puede desligar del
concepto factor de riesgo, al que se hace alusión en forma frecuente cuando se
habla de la prevención de la criminalidad. Se trata de que son aquellas condiciones
cuya presencia, según la literatura internacional y nacional, aumenta la probabilidad
de que ciertos individuos cometan delitos (Búvinic, Morrison y Shifter, 1999; Carrión,
1994; Guerrero, 1998). Los factores de riesgo se pueden agrupar en dos subgrupos:

 por un lado, están los que atañen directamente al individuo, como


desintegración y violencia familiar, desempleo, deserción escolar, frustración,
adicciones, descomposición social, marginalidad, uso de drogas y tenencia de
armas, entre otros;
 por otro lado, están aquellos factores que se relacionan con el ambiente
donde se cometen los delitos, como la existencia de vigilancia policial,
vigilancia privada o control social informal; utilización de espacios público;
iluminación y confianza en las instituciones de control.

A partir de estas definiciones iniciales es posible establecer diversas tipologías de la


prevención del delito utilizadas en la investigación del tema, así como identificar
aquellas iniciativas de política que pueden ser implementadas en cada caso. En las

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iniciativas de prevención, el enfoque más conocido y utilizado en la actualidad es el


de la salud pública, también conocido como enfoque epidemiológico (Guerrero,
1998), que se basa en la recopilación, análisis e interpretación sistemática de datos
específicos para su utilización en la planificación, ejecución y evaluación de
programas contra la violencia (Búvinic y Morrison, 1999). Este enfoque contempla la
realización de cuatro etapas:

 definición del problema y recolección de información confiable;


 identificación de posibles factores de riesgo;
 desarrollo y puesta a prueba de intervenciones y
 análisis y evaluación de la efectividad de las acciones preventivas
desarrolladas (Búvinic y Morrison, 1999).

Una de las principales aplicaciones de este enfoque se plasmó en el Plan de Acción


Regional sobre Violencia y Salud que desarrolló la Organización Panamericana de la
Salud (OPS) en 1994 (Carrión y Concha, 2000). Este plan buscaba convertirse en
una estrategia integral de prevención de la violencia y de fortalecimiento democrático
en la región. Su objetivo principal fue ampliar la concepción dominante sobre la
forma como disminuir la violencia, que se centraba tradicionalmente en su control.
Este enfoque proviene de una concepción epidemiológica que postula, a grandes
rasgos, que el aumento de la violencia e inseguridad entre los habitantes de las
grandes ciudades debe entenderse como un fenómeno multicausal en el cual
confluyen factores individuales, familiares, sociales y culturales, que inciden en los
patrones de conducta doméstica y social.

Los fundamentos de este enfoque se basan en la concepción de la violencia como


un proceso, que se caracteriza por su multicausalidad y pluralidad, y que debe ser
entendido y abordado integralmente. Es un proceso, por cuanto no es un hecho
puntual que termina con una víctima, sino que hay etapas anteriores y posteriores
que deben ser consideradas en las propuestas de prevención para la percepción, el
control y la rehabilitación. La multicausalidad se refiere a la idea de que la violencia
es un fenómeno complejo y multidimensional. Por ello la violencia es en sí un
fenómeno plural, y debe ser entendida en su real contexto de causas, factores y
efectos para actuar de manera holística. Todo esto implica no sólo generar

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estrategias para abarcar los diferentes tipos de violencia, sino también que las
propuestas de prevención deben vincularse a otras políticas existentes en el mismo
campo y no deben excluir los programas que pueden tener influencia indirecta
(Carrión y Concha, 2000).

Desde esta perspectiva, se busca “gobernar la violencia” desde el diseño de políticas


sociales, culturales, urbanas y de control, así como desde los gobiernos nacionales,
locales, instituciones policiales, organismos no gubernamentales y entidades
académicas de seguridad ciudadana, para minimizar las probabilidades de
ocurrencia del fenómeno a través de la identificación de los factores de riesgo
asociados a ella (Lozano, 1997).

De igual forma, el enfoque epidemiológico identifica tres niveles de intervención


preventiva (primaria, secundaria y terciaria), basándose en la población hacia la cual
se dirigen las medidas y la forma de intervención ofrecida.

 La prevención primaria involucra estrategias dirigidas a la población en


general, que actúan sobre contextos sociales y situacionales para evitar que
ellos favorezcan a la delincuencia, y crea condiciones propicias para
comportamientos legales y pacíficos.
 La prevención secundaria se focaliza en la identificación de potenciales
victimizadores, buscando intervenir en ellos para evitar la comisión de delitos,
lo cual implica la presencia de mecanismos que permitan “corregir” o
“rectificar” personas y/o situaciones problemáticas.
 prevención terciaria se relaciona con victimarios y, por ende, depende del
accionar del sistema de justicia criminal para limitar que estas personas
reiteren su conducta, por medio de medidas de disuasión (vigilancia policial),
represión (encarcelamiento) o rehabilitación.

Además de la clasificación desarrollada desde la epidemiología, encontramos


diversas formas de conceptuar la prevención del delito. En el siguiente cuadro se
presentan algunos de los criterios más utilizados y desarrollados desde las
perspectivas teóricas y de políticas públicas. Dicha sistematización tiene por objetivo
evidenciar la amplia gama de interpretaciones y definiciones que tiene el concepto

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(Crawford, 1998). Asimismo, esto permite identificar diferentes discursos sobre


prevención basados en conceptualizaciones distintas y, por ende, nos obliga a
establecer una definición conceptual y operativa que sea útil para analizar
dimensiones e indicadores de lecciones prometedoras en la prevención del delito.

Caracterización Tipología.
La perspectiva política de las iniciativas Conservadoras
Liberales
Radicales.
Técnicas empleadas en las actividades Punitiva
preventivas Correctiva
Mecánica.
Público objetivo. Victimario
Comunidad
Victima.
Objetivo de intervención. Situacional
Social y comunitaria.
Unidad a ser protegida Individuo
Hogar
Barrio.

Así, el cuadro 1 presenta cinco formas de analizar las iniciativas preventivas. En


primer lugar, la prevención puede ser caracterizada de acuerdo con la perspectiva
política de dichas iniciativas (Iadicola, 1986). En este sentido, las iniciativas de
prevención se clasifican en conservadoras, centradas en la disuasión de la
victimización; liberales, que se centran en el problema del crimen como tema
únicamente social, y radicales, centradas en los problemas de desigualdad
socioeconómica y de exclusión social. Esta caracterización otorga visibilidad al
sustrato político-ideológico que sustenta una intervención gubernamental específica
en los temas de seguridad ciudadana.

En segundo lugar, se alude a las técnicas o medidas empleadas en las actividades


preventivas. Entre ellas figuran las medidas punitivas, ligadas a la disuasión y el
castigo de los delincuentes; las medidas correctivas, orientadas a eliminar las

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condiciones criminógenas que inciden tanto en los victimarios como en las posibles
víctimas, y las medidas mecánicas, que buscan la reducción de oportunidades para
delinquir alterando el medio físico donde ocurren los hechos.

En tercer lugar, las medidas preventivas pueden ser caracterizadas de acuerdo con
el público objetivo al que se dirigen, por lo que se diferenciarían entre aquellas
dirigidas a los victimarios, a las víctimas, y a la comunidad en general.

Una cuarta forma de clasificar las medidas preventivas se centra en el objetivo


mismo de la intervención (Crawford, 1998), y diferencia entre medidas situacionales
–enfocadas en la modificación del espacio urbano y el aumento de la presencia
policial para disminuir las oportunidades para la ejecución de ciertos delitos– y
sociales y /o comunitarias, que buscan incidir sobre las características sociales de la
población en general.

Finalmente, la quinta caracterización obedece a la unidad poblacional, foco o unidad


geográfica a la que se dirigen las iniciativas de política. Por ende, las clasifica en
aquellas dirigidas a los individuos, al hogar y al barrio. El segundo y tercer tipo
pueden tener carácter comunitario (vigilancia barrial, por ejemplo) o situacional
(compra de alarmas y botones de pánico). Las medidas específicas a implementar
en cada uno de los tipos de prevención aludidos son diversas.

A continuación, se propone un esquema de interpretación y análisis de las iniciativas


de prevención desarrolladas, para analizar posteriormente el caso de nuestro país
en mayor profundidad.

 Iniciativas en prevención del delito


A partir del análisis previo consideramos que se puede establecer una tipología útil
para el análisis de la prevención en Chile. Este análisis se realiza en torno a dos
ejes: el tipo de objetivo que define y la población a la que se dirige.

o Iniciativas según su objetivo (definición epidemiológica)


Dentro de esta clasificación es posible identificar aquellas iniciativas que dan cuenta
de la prevención social, la situacional y la comunitaria.

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La prevención social tiene por objetivo evitar la realización del delito a través de la
reducción de los factores de riesgo social que llevan a un individuo a delinquir. Los
objetivos de este tipo de estrategias se localizan sobre las causas o predisposiciones
sociales y psicológicas que hacen que los individuos o grupos sociales ejecuten
delitos (Barkan, 1997).

En segundo lugar, la prevención situacional tiene como objetivo principal reducir las
oportunidades para la comisión de los delitos (Van Dijk y De Waard, 2000; Crawford,
1998), y abarca un abanico de iniciativas que incluye aquellas dirigidas a la
población en general (prevención primaria), la focalización en puntos críticos, la
vigilancia formal e informal y la mejora del diseño urbano. Asimismo, comprende
iniciativas dirigidas a los grupos sociales en riesgo de cometer delitos, que se
centran en el diseño específico de medidas basadas en la predicción del riesgo.
Además, incorpora medidas desarrolladas para disuadir a eventuales delincuentes,
que se relacionan con sistemas de seguridad privados, sistemas de circuitos
cerrados de cámaras e instalación de luminarias.

La prevención comunitaria incluye iniciativas que combinan la prevención


situacional6 y la prevención social (Chinchilla y Rico, 2000). De acuerdo a sus
objetivos, se incluyen todas las iniciativas destinadas al barrio, entendido como
destino de la política pública y ejecutor de las mismas (Walklate, 2001). De esta
forma, la consolidación de sistemas de control social informal de la criminalidad
podría generar una disminución de dicha problemática. Entre las diversas iniciativas
desarrolladas bajo este tipo de prevención figura la organización de vecinos en
esquemas como los comités de vigilancia (neighborhood watch) o a consolidación de
otro tipo de organización local que permite prevenir la o a consolidación de otro tipo
de organización local que permite prevenir la criminalidad (clubes deportivos, por
ejemplo).

Medidas de prevención del delito de acuerdo a su objetivo, definición


epidemiológica.
TIPO DE SOCIAL COMUNITARIA SITUACIONAL
PREVENCIÓN

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Primaria Educación y Policía Focalización en


socialización comunitaria. puntos críticos.
Conciencia pública. Organización de Vigilancia (gente
Campaña de vecinos sospechosa).
propaganda masiva Reducción de
Vigilancia vecinal oportunidades
Diseño medio
ambiental.
Disuasión general
Secundaria Trabajo con grupos en Policía Focalización en
riesgo de delinquir: comunitaria. puntos críticos.
jóvenes desempleados, Organización de Diseño de
regeneración vecinos medidas en
comunitaria. grupos de alto
Consolidación de la riesgo.
comunidad Predicción de
riesgos y
valoración
Disuasión.
Terciaria Rehabilitación Policía Disuasión
Respuesta frente al comunitaria. individual
comportamiento Mediación Incapacitación
criminal. comunitaria de Valoración de la
Reparación de conflictos peligrosidad y el
consecuencias riesgo

La consolidación de esquemas de policía de tipo comunitario o de cercanía aumenta


los niveles de seguridad de la población y sirve también como mecanismo de
disuasión de la criminalidad. Finalmente, la mediación de conflictos busca que los
actores involucrados tengan un rol central en la resolución de las disputas locales
(Font, 1999).

En términos generales, es posible señalar que la prevención comunitaria no se basa


en concepciones teóricas muy elaboradas, sino más bien da cuenta de una forma de

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reflexionar sobre el delito y las formas de actuar que deben desarrollarse (Sozzo,
1999). Lo que por cierto ha tenido repercusiones en la última década en Chile y en el
resto de América Latina, y se manifiesta en el desarrollo de importantes programas
de prevención del delito como el Plan Nacional de Prevención del Delito en
Argentina y el Programa Comuna Segura Compromiso 100 en Chile.

 Iniciativas según el público objetivo


La segunda forma de analizar las iniciativas de prevención que consideramos en el
presente artículo relaciona el tipo de medida puesta en práctica con el público
objetivo: víctima, victimario y comunidad (ver cuadro 3). Las iniciativas que se
enfocan en las potenciales víctimas pueden tener carácter primario, secundario y
terciario. Las primeras se dirigen a toda la población que puede ser víctima de algún
delito. Algunos ejemplos de este tipo de iniciativas son las campañas de
identificación de lugares riesgosos y de capacitación en actitudes apropiadas frente
a situaciones de peligro. Las de carácter secundario se dirigen a grupos específicos,
diseñando medidas preventivas para grupos de riesgo. Y las terciarias corresponden
a iniciativas orientadas a evitar la reincidencia de victimización y a dar apoyo a las
víctimas. La prevención puede también dirigirse a los potenciales victimarios y a la
comunidad en general y se clasifican nuevamente en medidas primarias,
secundarias y terciarias

A partir de la tipología analizada resulta necesario definir los objetivos de cada una
de las medidas preventivas desarrolladas en detalle a fin de determinar sus posibles
impactos en los diversos ámbitos propuestos. Marco Interpretativo del Estudio 18
Junto a las clasificaciones descritas, cabe destacar un artículo reciente del BID que
distingue las políticas de prevención entres aquellas que desarrollan programas
integrados, es decir, que se orientan a una multiplicidad de factores que originan la
violencia y la criminalidad con medidas que varían desde la prevención hasta el
tratamiento, y aquellas que desarrollan programas focalizados sólo en un
determinado factor de riesgo (Búvinic, Morrison, y Shifter, 1999). Estos últimos son
los que se prestan con mayor facilidad para su exitosa implementación.

Tipos de iniciativas de prevención de acuerdo al público de intervención


TIPO DE DIRIGIDO A DIRIGIDO A LA DIRIGIDO AL

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PREVENCIÓN VICTIMAS COMUNITARIA EVENTUAL


VICTIMARIO
Primaria Diseño urbano Aumento de la Programas
Campañas de vigilancia formal e educacionales
localización de los informal. Reducción de
espacios de riesgo Esquema de “beneficios”
vigilancia vecinal. proporcionados
Cambios en el por el delito
diseño urbano
Secundaria Medidas Focalizar grupos, Trabajo con
preventivas lugares y fuentes grupos
dirigidas a grupos de conflicto que poblacionales en
de riesgo afectan a la riesgo de cometer
Análisis y comunidad delito sobre todo
evaluación del Actividades de jóvenes y
riesgo en diversos mediación desempleados
grupos
Terciaria Iniciativas para Focalización en Rehabilitación
evitar re lugares “calientes” Programas de
victimización. Prevención como entendimiento del
Apoyo a las renovación comportamiento
víctimas. urbana. criminal.
Compensación

Por otra parte, el impacto de la prevención y de los programas focalizados varía en


el tiempo y espacio (Lab, 2000). En términos económicos, diversos estudios afirman
que las estrategias preventivas “son más efectivas en cuanto a costos que las
estrategias de tratamiento, así por ejemplo un programa educativo comprensivo para
padres puede ser altamente rentable” (Búvinic, Morrison y Shifter, 1999, p.19). De
hecho, el análisis comparado de los modelos de intervención que intentan disminuir
la violencia criminal muestra que aquellos altamente represivos y de escaso
contenido preventivo no han sido satisfactorios (Arriagada y Godoy, 2000).

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En síntesis, podemos afirmar que las iniciativas de prevención del delito son diversas
y multidimensionales y, por tanto, debieran ser analizadas desde dimensiones y
perspectivas diversas, pero enfocadas desde un marco teórico que permita
identificar aquellas iniciativas que se transforman en lecciones prometedoras e
incluso en buenas prácticas de prevención del delito. A partir de lo señalado
consideramos importante enfatizar el ámbito comunitario no sólo por sus
implicancias en la participación y sus repercusiones en la consolidación del capital
social, sino también por la presencia de un discurso público y político que privilegia
dicha alternativa de prevención. No obstante, la definición de comunidad presenta
también un serio problema para el diseño de políticas públicas, ya que admite una
serie de interpretaciones conceptuales,

 La prevención de la violencia delictual de los adolescentes y el rol de la


comunidad

El debate propuesto previamente sobre la definición de la prevención y la comunidad


en general toma un cariz aún más complejo al analizar ambos conceptos desde una
perspectiva específica. En nuestra investigación nos planteamos la necesidad de
abordar la temática juvenil como mirada específica. Esta definición nos ha llevado a
analizar la prevención de la violencia y la criminalidad desde la perspectiva de los
jóvenes, así como intentar definir el impacto y el rol de los jóvenes en la comunidad.

Este interés por el tema juvenil asume una complejidad mayor al reconocer que es
imposible hablar de los “jóvenes” en general sin asumir las diferencias existentes
entre los diversos grupos existentes. La misma definición etaria se presenta como un
ejercicio problematizado; por ende, hemos recurrido a una definición restrictiva que
incluye dentro del grupo juvenil a todos aquellos entre los 12 y 18 años.

Partimos de la consideración de que la etapa juvenil es el período en el cual se


produce con mayor intensidad la interacción entre las tendencias individuales, las
adquisiciones psicosociales, las metas socialmente disponibles y las fortalezas y
desventajas del entorno (Krauskopf, 1999). Ello implica que, frente a un constante
proceso de modernización y desarrollo tecnológico, los jóvenes actualmente se
encuentran mucho más expuestos a la redefinición de patrones de consumo que han

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agudizado las diferencias en el acceso de oportunidades y en las condiciones de


vida entre los grupos en ventaja socioeconómica y aquellos que no lo están. En este
sentido, los beneficios del desarrollo tecnológico no favorecen por igual a los jóvenes
de todos los estratos sociales, produciéndose una polarización socioeconómica al
interior de las sociedades nacionales (Beck, 1998). Asimismo, las sociedades
actuales se enfrentan a múltiples riesgos como consecuencia de los procesos de
modernización donde los “peligros decididos y producidos socialmente” sobrepasan
la seguridad y conllevan “un impacto diferencial que agudiza la brecha social” al
acumularse la riqueza “en los estratos más altos, mientras que los riesgos se
acumulan en los más bajos” (Beck, 1998). Lo anterior derivó en que el centro de
interés de la prevención social se basara por mucho tiempo en buscar la eliminación
de los peligros y problemas sociales a los cuales se enfrentan los jóvenes más
desprotegidos y no en el fomento integral de dichos grupos (Krauskopf, 1999)

En este marco, la reflexión teórica y la investigación empírica sobre las causas del
comportamiento considerado antisocial de los jóvenes y de la violencia juvenil
especialmente, da cuenta del desarrollo de dos grandes enfoques de prevención:
por un lado, aquel centrado en los problemas y en la solución de los factores de
riesgo y la disfuncionalidad que ellos producen (orientado a disminuir los factores de
riesgo) y, por otro lado, aquel focalizado en el desarrollo del joven y en sus fortalezas
(fortalecimiento de los factores de protección) (Howell, y Hawkins, 1998). Sin
embargo, frente a ineficacia que han demostrado estas estrategias para prevenir la
delincuencia juvenil y la conducta considerada antisocial, la tendencia actual es
desarrollar modelos integrales que den cuenta de ambos enfoques preventivos,
centrándose especialmente en el desarrollo integral del joven.

En este sentido y partiendo del enfoque epidemiológico, consideramos que los


factores que inciden en la aparición de la violencia juvenil se presentan en cuatro
niveles: individual, familiar, social (pares y escuela) y contextuales (vecindario y
entorno social) (Juveniles Justice Bulletin, 2000).

o Factores individuales: Farrington (1998) analiza como las características


individuales del sujeto, aun cuando no son determinantes, inciden en el
comportamiento violento posterior. En este sentido, el autor define que los

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sujetos presentan un “potencial criminal” que será desarrollado dependiendo


de la existencia de factores insertos en el medio de socialización del sujeto.
Entre estos, son las características sicológicas del individuo las que mayor
grado de incidencia tienen (falta de autocontrol, impulsividad, entre otros).
Otros factores vinculados a este nivel de análisis son: bajo coeficiente
intelectual, falta de capacidad de resolución de conflictos, inhabilidad para
tolerar la frustración, bajo control de sí mismo, hiperactividad, actitudes,
impulsividad y valores favorables hacia conductas y factores de riesgo, entre
otros.

o Factores familiares: Entre los principales encontramos la crisis de autoridad


familiar, lo que se expresa también en violencia familiar, baja cohesión familiar
y comportamiento delictual de los padres. En este sentido, las familias
numerosas, con uno o los dos padres ausentes, problemas conductuales,
dificultades para supervisar las actividades de los menores y presencia de
experiencia de violencia intrafamiliar, constituyen un escenario que potencia la
probabilidad de vinculación con la delincuencia. Si, además, la familia
pertenece al nivel socioeconómico bajo, las presiones por abandonar la
escuela, hacer un “mal” uso del tiempo libre, y la inexistencia de habilidades
para la resolución pacífica de conflictos se profundizan (Fundación Paz
Ciudadana, 1996). En este punto cabe señalar que estudios recientes
realizados con jóvenes infractores, muestran que la variable
“desestructuración familiar”, es decir, la no presencia de una familia
organizada en el sentido tradicional, incide cada vez menos en la comisión de
delitos o comportamientos violentos por parte de los jóvenes frente a la
violencia experimentada dentro del ambiente familiar (Vásquez, 2001, UAH-
Ministerio del Interior, 2003).

o Factores Sociales (pares y escuela): La influencia de pares en la


adolescencia es esencial y a menudo, incluso, sustituye a la familia. Este
proceso se puede identificar con la aparición de pandillas, grafitis u otros
comportamientos considerados fuera de la norma tradicional. Por otra parte,
se evidencia el nivel de violencia en la escuela y/o poca cohesión del equipo
de profesores y/o bajo nivel educativo de la escuela como indicadores. Otro

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factor importante es la deserción escolar; en torno a esta problemática se


establece que mientras menor es la edad en que los jóvenes abandonan la
escuela, mayor es el riesgo de que ingresen a carreras delictuales (Howell, y
Hawkins, 1998).

o Factores del entorno (vecindario): Se relacionan con el entorno


criminogénico, social y físico. Todos los elementos a ser considerados en esta
categoría -la separación de los espacios públicos de sociabilidad informal y la
segmentación de los servicios básicos, especialmente la segmentación de la
oferta educativa- caracterizan los procesos de segregación residencial. En
síntesis, un proceso de fragmentación del espacio en las ciudades que se
destaca por la presencia de espacios que se ubican fuera del sistema. Este
conjunto de factores expone a los jóvenes y los hacen más susceptibles a la
influencia de sus grupos de pares más inmediatos, aislándolos de otro tipo de
influencias que podrían permitirles la construcción de su identidad en mejores
condiciones y una integración social que les otorgaría mayores oportunidades
de desarrollo (Universidad Alberto Hurtado - Ministerio del Interior, 2003). Por
otra parte, es importante resaltar la presencia de dificultades de los jóvenes
para insertarse en el mercado laboral, lo que se evidencia en los indicadores
de desempleo juvenil, que triplican los niveles generales de la población
(CASEN, 2000, Dammert, 2002).

Sin embargo, para comprender cabalmente las características y vinculaciones de la


violencia, se deben considerar otras condiciones estructurales de riesgo que
enmarcan a los factores anteriormente señalados. El riesgo estructural, según Beck
(1998), estaría caracterizado por:

a. Entornos riesgosos, desprotegidos, bélicos y criminalizantes;


b. Territorios donde la identidad positiva del colectivo es denegada socialmente;
c. Carencia de espacios para la incorporación de habilidades y destrezas para la
progresión de la calidad de vida y la incorporación social;
d. Carencia de espacios de expresión y participación juvenil legitimada;
e. La calle como espacio fundamental de socialización y aprendizaje;
f. Percepción estigmatizada de lo juvenil;

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g. Estigmatización de pobreza y violencia juvenil como delincuencia;


h. La re-socialización en la cárcel;
i. La falta de credibilidad de las promesas institucionales (Beck, 1998).

En este sentido, los hallazgos que han producido los estudios respecto a la
incidencia de los factores de riesgo sobre los jóvenes establecen que la efectividad
de las medidas de prevención está asociada a dos condiciones básicas: la
diferenciación de las etapas de la niñez y de la adolescencia en las cuales se
intervenga, por una parte, y la identificación de los niveles de intervención que
involucren: familia, escuela, comunidad, individuo y grupos de amigos.

En este sentido, y aun cuando la reflexión teórica y la investigación empírica dan


cuenta de las serias dificultades que se presentan para establecer los factores con
mayor incidencia sobre la aparición y desarrollo de la conducta antisocial en los
jóvenes, una ponderación de los factores criminogénicos y su encadenamiento
cronológico ha sido sintetizada por los estudios europeos: “En primer lugar se
identifica la presencia de otras conductas marginales o antisociales, es decir, la
relación de pares delincuentes, lo cual supone una estigmatización y
profesionalización (es decir, una asimilación de la delincuencia al resto de las
ocupaciones laborales) del delito, y la adopción de otras formas de conductas
consideradas antisociales. En segundo lugar, viene la reacción social negativa,
sobre todo de carácter informal. En tercer lugar, la escuela y sus problemas, la cual
puede amplificar la falta de adaptación al entorno. Después viene el mal uso del
tiempo libre, seguido por las carencias de seguimiento familiar y, finalmente, las
condiciones socioeconómicas desfavorables.

Según los estudios longitudinales que identificaron el encadenamiento de los


factores, los dos primeros -la familia y el medio socioeconómico- se combinan para
crear condiciones favorables, pero no suficientes para el surgimiento de un
comportamiento considerado antisocial (Sherman, 1998). La relación con la escuela
y el uso del tiempo libre pueden acelerar este proceso; mientras que la presencia de
pares delincuentes puede ser un elemento desencadenante. Con el tiempo la
importancia de los factores varía; la familia pierde peso respecto de la influencia de
los pares y la falta de adaptación en la escuela. Así, el proceso de conversión del

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“potencial criminal” a un acto delictual o antisocial puede ser analizado como un


proceso en el cual el grado de incidencia de los diferentes factores dependerá de la
etapa del ciclo vital del joven y de las características del entorno

Además de la definición de la prevención, específicamente vinculada con la violencia


juvenil, la participación de los jóvenes dentro de la comunidad y su rol en las
iniciativas de prevención debe ser analizada en detalle para evidenciar los desafíos
que esta representa. A continuación, se presenta una breve revisión sobre la
importancia de la participación juvenil como mecanismo de prevención de la
violencia.

 La participación de los jóvenes como factor protector del


comportamiento antisocial
Más allá de la perspectiva centrada en los factores de riesgo, una perspectiva
complementaria se basa en el análisis de los factores protectores (Giller, Haggel y
Rutter, 2000). Perspectiva con un enfoque más integral, que busca disminuir los
factores de riesgo y fortalecer aquellos factores que pueden proteger al joven de
apelar a la violencia como mecanismo de resolución de conflictos e incluso de
cometer un acto delictual. Esta perspectiva propone la necesidad de lograr mejores
vínculos y acercamientos con los jóvenes involucrados, el revelar las propias
necesidades juveniles y el intervenir sobre su ambiente (Giller, Haggel y Rutter,
2000)

Específicamente, en la etapa adolescente aquellos programas exitosos son los que


ponen énfasis en el desarrollo de la persona a través de la intervención directa sobre
su entorno (Krauskopf, 2000). Como se señaló previamente, es en esta etapa donde
el grado de incidencia de los factores familiares disminuye, aumentando la
importancia de los factores asociados a los pares y al entorno. En este sentido,
“proteger” al adolescente de vincularse con pares antisociales o con delincuentes
adultos; fortalecer los vínculos comunitarios, para disminuir la estigmatización y
exclusión y generar las condiciones para el proceso de construcción de identidad,
son objetivos centrales de la prevención.

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Esto se basa en la noción de que el significado y características de la etapa juvenil


varían de acuerdo a las condiciones históricas, socioculturales, económicas y de
género. Con ello van concretándose las bases para la construcción de los roles y
perspectivas de la vida en el contexto de las demandas, recursos y limitaciones que
ofrecen las sociedades en sus entornos específicos (Krauskopf, 2000). Asimismo, es
en esta etapa en que el proceso de construcción de la identidad se presenta como
un elemento central para todo programa que busque abordar las problemáticas
juveniles. La construcción de la identidad juvenil es un proceso personal y
frecuentemente grupal, que puede resolverse mediante el reconocimiento de
características personales y la exploración de nuevas oportunidades y posibilidades.
Cuando las bases del desarrollo de la identidad son deficitarias, la afirmación
adolescente se establece carente de un compromiso estructurante que busque evitar
los peligros para poder preservar los logros presentes y futuros. En cambio, se
incrementan las conductas de riesgo que buscan la satisfacción inmediata o la
autoafirmación a través de acciones efímeras que provocan sensaciones de logro y
reconocimiento, aun cuando sean de tipo negativo. En este sentido, si la
construcción de identidad se da con sentimientos de valor personal y los esfuerzos
por lograr la incorporación social van acompañados de reconocimiento positivo y
elementos de control interno, se incrementa la protección frente al riesgo. En
cambio, si la identidad se construye de modo confuso, incompleto y parcial, con
sentimientos de desvalorización personal y exclusión social, la vulnerabilidad será
mayor y la propensión a adoptar conductas de riesgo para satisfacer a cualquier
costo la deprivación, será más probable.

Condiciones para la construcción de una identidad juvenil articuladora e


integradora de su propio desarrollo
Ejercicio de los derechos juveniles
Expresión de sus capacidades de iniciativa
Aprendizaje de estrategias de anticipación de resultados
Inclusión del manejo de las consecuencias
Desarrollo de habilidades de negociación y toma de decisiones
Existencia de oportunidades de puesta en práctica de la solución de los
problemas y del cuidado mutuo.

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Fuente: Krauskopf, Dina. “Dimensiones críticas en la participación social de las juventudes”. Revisión
del documento “Participación y desarrollo social en la adolescencia”. Costa Rica,1999.

Desde esta perspectiva, la experiencia internacional (Shaw, 2001) muestra que las
estrategias y programas eficaces implementados para trabajar con los jóvenes
cumplen determinados requisitos:

 Hacerlos participar en el diseño e implementación de los programas.


 Centrar la atención en sus fuerzas y no en sus debilidades.
 Generar espacios de participación y recreación.
 Fortalecer sus procesos identitarios.

En este marco, la participación de los jóvenes es fundamental en la definición de sus


necesidades y en los procesos de diseño e implementación de programas de
prevención de la violencia y del delito (Shaw, 2001). Las premisas que existen detrás
de esta perspectiva son:

 Los jóvenes saben mucho más sobre la delincuencia en su área que la


mayor parte de los adultos.
 Es esencial comprender los puntos de vista y las inquietudes de los
jóvenes, especialmente si se sienten victimizados o excluidos.
 Los jóvenes tienen tanto derecho a usar el espacio público como otros
miembros de la comunidad.
 Cuando se permite su participación, es más probable que las
intervenciones respondan a los intereses de los jóvenes.
 Disponen de una gran cantidad de energía, tiempo y capacidad de
compromiso.
 Los jóvenes tienen una percepción especial sobre la manera en que
funcionan los servicios dedicados a esta temática

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Asimismo, la experiencia internacional da cuenta de que la intervención en el ámbito


comunitario, la promoción y el fortalecimiento de actividades culturales, deportivas y
recreacionales, tienen en especial un impacto positivo. La comunidad (entendida con
la variedad de perspectivas destacadas previamente) es reconocida como la
principal institución para la prevención del crimen, puesto que es el ámbito donde
todas las otras instituciones actúan. En este sentido, el éxito o fracaso de
instituciones como la familia, la escuela, las empresas, el comercio o la policía
dependen en medida importante del contexto comunitario donde ellas operan y, por
consiguiente, la eficacia de las políticas, estrategias o prácticas de prevención del
delito dependen de como se pueda desarrollar la vida de una comunidad,
especialmente de aquellas socialmente más vulnerables (Sherman, 1998).

Dentro de las estrategias de prevención, el rol que juega la comunidad ocupa un


lugar prioritario. La movilización de la comunidad en esta área va desde la creación
de organizaciones formales de prevención hasta la movilización de recursos para
resolver problemas específicos. La variedad de formas como se ha involucrado a la
comunidad en la prevención del crimen produce grandes diferencias respecto de los
resultados de las mismas estrategias.

Es así como la experiencia internacional ha demostrado que ambas formas de


involucramiento en la comunidad son necesarias para la obtención de mayores
éxitos en los programas. Así, se hace necesario implementar estrategias orientadas
a la comunidad que consulten tanto la participación de agencias como la
movilización de la propia comunidad.

La evidencia empírica de experiencias orientadas a prevenir la violencia juvenil


muestra que son programas exitosos los que logran incorporar más de una
problemática asociada a la violencia de los jóvenes y se caracterizan por el rol de los
jóvenes en la definición de sus necesidades, así como por la implementación de
respuestas a éstas.

 La recreación y el deporte
Dentro de estas medidas de prevención destacan aquellas que buscan disminuir los
efectos negativos que produce la falta de supervisión de los padres en las horas

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extraescolares de niños y jóvenes y que lleva a que muchos de ellos se socialicen


con “pares violentos”, con delincuentes, y que realicen actividades ilícitas
influenciados por el medio en el cual se desarrollan. La hipótesis de que la
recreación puede prevenir el crimen es ampliamente aceptada en la política
antidelictual. Asimismo, las actividades recreativas no sólo ejercen un rol preventivo
sino también proactivo en cuanto pueden promover el involucramiento de jóvenes en
conductas “pro sociales”. (Tonry y Moore, 1998), el desarrollo de habilidades para la
diversión y, además, pueden motivar la conducta pro social de otros jóvenes del
entorno. Además de reducir comportamientos de riesgo (uso de drogas, riñas,
delitos, etc.), pueden aumentar las aptitudes individuales de los jóvenes, el
desarrollo de pasatiempos, mejorar los resultados escolares y las relaciones
escolares, fortalecer los vínculos y lazos entre los jóvenes y la misma comunidad
(Shaw, 1998).

 Espacios físicos y promoción cultural


Dentro de este tipo de estrategia es posible apreciar también aquellos programas
orientados a generar espacios físicos y públicos que los jóvenes puedan utilizar para
su recreación y realización de actividades en su entorno comunitario. Estos
programas están orientados a disminuir las desconfianzas y estigmatización que los
jóvenes sufren por parte de sus propios vecinos e incluyen el uso creativo de lugares
ya existentes, re-administración de algunos centros comerciales y el desarrollo de
nuevos proyectos liderados por los propios jóvenes. En este sentido, tanto el saber
social de base –proveniente de la experiencia directa de actores y sujetos sociales–
como los estudios que han analizado e intervenido en el problema han detectado
que existe una relación positiva entre prevención y la motivación a participar en
actividades recreativas y culturales. Han probado ser de gran utilidad especialmente
en el caso de jóvenes de sectores socioeconómicamente pobres, a menudo más
agredidos que otros grupos por factores de riesgo como la cesantía, la angustia ante
un futuro incierto y los conflictos personales y familiares con el entorno (Tonry y
Moore, 1998).

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