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Bioética frente a ciencia y técnica

Kottow M.
Bioética frente a ciencia y ética.
En Kottow M. Introducción a la bioética.
2ª ed. Santiago, Ed.
Mediterráneo, 2005:145-158.

Aspectos bioéticos en investigación científica

Las responsabilidades del científico crecen a medida que se incrementa el saber y


aumenta el poderío técnico. Ya ahora, en los comienzos de las preocupaciones éticas en
estas materias, hay un desfase que muestra el lento despegue del discurso bioético en
comparación con la aceleración instrumental de la humanidad civilizada. Por de pronto, la
comunidad científica les reconoce a sus miembros una responsabilidad interna,
expresada en el desarrollo de sus investigaciones en un clima de veracidad, lucidez,
prudencia en el uso de recursos y lealtad en la competencia. Esta responsabilidad
corresponde a los deberes del científico y determina las cualidades de un buen
investigador; su fiscalización es materia de códigos profesionales y de las instituciones en
las cuales trabaja.
Más allá de estas exigencias de desempeño probo, el científico también adquiere
compromisos ineludibles con la sociedad. Ha de enfrentar los efectos o resultados de sus
estudios, asumir responsablemente las tareas o roles que la sociedad asigna a un
investigador científico, cumplir con normas éticas generalmente válidas, y ceñirse a la
legalidad vigente. Este compromiso social formal es reconocido por la comunidad
científica, pero los científicos insisten que más allá de la probidad profesional y del
cumplimiento de su rol social, requieren para la investigación fructífera un clima
valóricamente neutro e inmune a consideraciones éticas. El rechazo a asumir
responsabilidades morales se refiere a que el trabajo intelectual y metódico de investigar
no está en deuda con esquemas determinados de valores, y que los resultados obtenidos
no implican recomendación alguna de que sean aplicados o no. Las eventuales puestas
en práctica del saber acumulado no son responsabilidad de la ciencia sino del poder
político y de intereses sociales ajenos a la investigación.
Esta inocencia moral fue sin duda válida mientras la ciencia era contemplativa y
teórica, y posiblemente pueda aún sustentarse en tanto la experimentación se limite al
registro de variables o a estudios teóricos de tipo matemático o filosófico, aun cuando
éstos también consumen recursos y esfuerzos humanos que han de ser justificados. Al
iniciarse con Galileo el método de manipular las condiciones de un experimento, dejó la
ciencia de ser pura elucubración y observación pasiva para convertirse en una mezcla de
teoría y praxis. El enriquecimiento del pensar mediante la investigación metódica se
acompañó de la propuesta presentada por F. Bacon, celebrando el conocimiento como el
mejor camino para dominar la naturaleza y dar satisfacción a los deseos humanos. Con
este giro pragmático, la actividad científica necesariamente se somete a una regulación
ética y legal, la libertad de la investigación no pudiendo ya desinteresarse del contexto
social en que se da. Al mismo tiempo se erosiona la diferencia entre ciencia pura y
aplicada, pues las técnicas de investigación van ligadas al enriquecimiento de la
instrumentación aplicada, la técnica recursivamente potenciando las capacidades
experimentales hasta conformar una amalgama indisoluble de tecnociencia. La prioridad
del autárquico saber por el saber sufre ciertas limitaciones relativas cuando la
investigación compromete animales, volatiliza productos irreemplazabIes, o cuando su
magnitud tiene consecuencias tóxicas eventualmente catastróficas. Estas restricciones se
hacen rigurosas y absolutas cuando el sujeto investigado es el ser humano.

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Con el predominio de las ciencias de la vida, la experimentación da otro salto
cualitativo. Ya no sólo crea situaciones artificiales sino verdaderos modelos
experimentales vivos, los que a su vez pasan a ser nuevos entes -bacterias clonadas,
cepas de ratas cancerosas, células reproducidas in vitro, quimeras-. A más tardar ahora,
la investigación en ciencias biológicas ya no puede sustraerse al análisis bioético,
habiendo trascendido la aséptica observación para provocar en seres vivos cambios cuyo
carácter y magnitud no son predecibles precisamente porque están inmersos en las
incógnitas que se investiga (vestigare = seguir la huella) [1].
Preocupada de las alteraciones imprevisibles e irreversibles que la ciencia puede
estar provocando en la biósfera, la bioética ha sugerido moratorias y un
desaceleramiento del ritmo de investigación, propuestas que han sido poco convincentes
tanto por la dinámica desarrollista de la actividad científica como por su infestación con
intereses económicos. Frenar la ciencia no es realista ni deseable, ya que de la
investigación provienen propuestas para la sobrevivencia de la humanidad y porque de
ella también se espera soluciones a los problemas que la ciencia misma ha creado:
disposición de desechos atómicos, restablecimiento del ozono, control de bacterias
genéticamente alteradas, descontaminación, seguridad en el empleo de cultivos y
productos transgénicos, etc. La investigación científica debe continuar, pero la injerencia
de la bioética ha de darse en todas las etapas y en forma permanente. Políticos y
economistas hablan de desarrollo sustentable según criterios de costos y beneficios;
estos cálculos son falentes en la medida que no consideran elementos de justicia
distributiva en la ponderación de quienes benefician y sufren los efectos secundarios,
habiendo escasa coincidencia entre los pocos a quienes favorece y la mayoría que
absorbe los efectos indeseados. Nuevas vetas de actividad y de lucro científico se han
abierto en las ciencias de la vida con el desarrollo de la biotecnociencia, involucrada en la
investigación y manipulación de los complejos funcionales de los seres vivos, lo cual
significa un nuevo y complejo campo de reflexión.

El imperativo tecnológico

El filósofo H. Jonas utilizó el término “imperativo tecnológico” para acusar la


tendencia histórica, y contemporáneamente muy prevalente entre los científicos, de
invariablemente aplicar todas las capacidades técnicas adquiridas. Esta compulsión de
hacer efectivo todo poder de realización es ciego a las implicaciones éticas que emergen
y a las perspectivas que se modifican.
Existe una doble vertiente argumentativa que busca justificar la expansión
irrestricta de ciencia y técnica. En primer término, la comunidad científica reclama la
autonomía de elegir libremente los temas que investigará y las áreas de conocimiento
que pretende explorar, so pretexto que la ciencia es neutra a los valores. En segundo
lugar, la aplicación de lo investigado se cautelaría mediante un eficiente control político
que desautorizará programas dañinos y fomentará los beneficiosos. En este enfoque
aparece beneficiosa la energía atómica por constituir una fuente energética que ahorra o
suple recursos naturales; los posibles efectos deletéreos como la radioactividad
ambiental o el uso bélico de armas nucleares serían males anulables mediante una buena
administración política.
Las voces de cautela argumentan desde la historia, mostrando la ineficacia de
toda regulación política, que ha permitido los accidentes nucleares, los holocaustos,
bombas atómicas, la acumulación de arsenales de armas biológicas y químicas, la
construcción de medios de transportes riesgosos, la destrucción de nichos biológicos en
pos de materias primas, etc. El intento de domesticar el imperativo tecnológico sería
demasiado débil y tardío, por lo que se debe diseñar una política de desarrollo científico y
técnico que coarte desde sus inicios las vías de investigación potencialmente riesgosas.

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El diálogo había sido mayoritariamente estéril hasta que se generalizó la
conciencia de la fragilidad de los sistemas macroeconómicos que, cíclica o crónicamente,
se enfrentan con escasez de recursos que obliga a seleccionar y limitar las áreas de
expansión científica. Queda en la práctica coartada la supuesta libertad de los científicos,
los que se ven obligados a buscar apoyos pecuniarios y a enfrentar las reticencias de los
diversos auspiciadores. Las autoridades y fuentes de financiamiento exigen investigar en
forma atingente a los problemas que estiman más agudos y a hacerlo eficientemente, de
modo que los costos estén en relación con los resultados y que éstos sean utilizables. Si
los investigadores deben adecuar su quehacer a las necesidades prácticas de quienes los
financian, resulta igualmente coherente la introducción de argumentos éticos para
encauzar a los científicos a ocuparse de los problemas más vigentes y a evitar áreas que
generen capacidades de acción conflictivas o francamente deletéreas.

Experimentación en biología

El método científico entiende la realidad como objeto de observación y de


experimentación, que también es observación pero con variables controladas. Hipócrates
ya fue un maestro de la observación clínica acuciosa pero no controlada. El experimento
médico es de utilización mucho más reciente, habiendo comenzado con el estudio de
laboratorio en animales para proseguir con la investigación de líquidos y tejidos aislados
del organismo humano, situaciones todas ellas que no implicaban riesgo para seres
humanos. Dentro de los métodos precursores de la investigación en el cuerpo humano
están los ensayos terapéuticos, que se limitan a aplicar métodos de tratamiento cuyos
resultados son aún inciertos pero que se basan en hipótesis plausibles y en ser
alternativas más eficaces de lo que el estado del arte ofrece. Característico de estos
ensayos iniciados a mediados del siglo XIX fue su aplicación en casos desesperados -L.
Pasteur aplicando por primera vez su vacuna contra el cólera-, o en estudios
autoexperimentales -J. Hunter inoculándose material luético, F. Sertürner
experimentalmente administrándose morfina-, lo cual le da a estos estudios un carácter
muy diferente al de la investigación terapéutica contemporánea.
En pleno auge de la investigación en ciencias naturales, C. Bernard estableció las
etapas de lo que consideraba una medicina experimental legítima: observación,
experimentación en animales, observación comparada en el hombre enfermo, abstención
o interrupción si el método terapéutico investigado es inútil o nocivo.
El experimento biológico siempre tiene repercusiones directas, indirectas,
potenciales o perceptibles en la vida humana, de allí que está orientado por dos vectores
infaltables, necesarios más no suficientes:

1) Toda investigación biológica está sometida a normas éticas, ya que interfiere en


fenómenos vitales directa o indirectamente relacionados con vida humana.
2) Toda investigación biológica, a medida que se hace más inmediata en relación
con la vida humana, y sobre todo si se hace con seres humanos, se justifica sólo
si sus objetivos son claramente benéficos para la humanidad, realizándose con
sujetos autónomamente consentientes.

Por todo lo anterior es fácilmente comprensible que toda investigación biológica


de tipo experimental -que interfiere en fenómenos vitales más allá de la observación- sea
susceptible de igual análisis bioético que la investigación con fines médicos y
terapéuticos.
Los aspectos éticos de la experimentación emergieron explosivamente con los
ensayos en humanos efectuados a gran escala por el régimen nacionalsocialista de
Alemania entre 1933 y 1945, que tenían características de profunda inmoralidad y franca
criminalidad: se realizaban contra la voluntad de los probandos (sujetos en los cuales se

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investiga), pretendían generar conocimientos que no eran relevantes ni terapéuticamente
útiles, y se llevaban a cabo con brutal despreocupación por los sufrimientos, los daños y
las muertes que provocaban. Tales prácticas motivaron en 1947 la promulgación del
Código de Nüremberg que exige: participación voluntaria y revocable del sujeto,
justificados motivos y datos sólidos de que el experimento puede ser benéfico y que no
será dañino, relevancia del estudio planeado, calificación científica de los investigadores y
evaluación técnica del protocolo experimental, suspensión de un proceso experimental
que deja de cumplir con estas condiciones [2].
Pese a la vigencia de estas normas, se develan cada cierto tiempo nuevas e
inconcebiblemente brutales contravenciones a la ética de la investigación, habiendo
hecho historia los experimentos de hepatitis en niños (Willowbrook), de cáncer en
ancianos (Hospital Judío de Enfermedades Crónicas, Brooklyn), de sífilis en negros
(Tuskegee Valley), etc. Todos estos protocolos se desarrollaban a sabiendas que se
estaba infligiendo riesgos y produciendo daños en ausencia de beneficios terapéuticos
para los probandos involucrados, los que a su vez eran mantenidos en total ignorancia de
lo que sucedía.
Las insuficiencias del Código de Nüremberg llevaron a nuevas recomendaciones,
contenidas en la Declaración de Helsinki de 1964, donde se ratifica el Código anterior
pero completándolo con ciertos aspectos fundamentales y sobre todo distinguiendo entre
la experimentación terapéutica y la que no lo es. Esta más reciente declaración requiere,
además de razonables expectativas de utilidad, de la anuencia del paciente y que no se
le someta a experimentos con fines ajenos a sus necesidades terapéuticas. Para los
experimentos no terapéuticos, se ratifican exigencias similares a las de Nüremberg. La
Declaración de Helsinki ha sido revisada en cinco oportunidades, la más reciente en el
año 2000 en Edimburgo. Esta última versión ha sido controvertida por su reprobación del
uso de placebos y por requerir que los probandos/pacientes tengan acceso a los
beneficios terapéuticos que emanen de la investigación en la cual participan y cuya
disponibilidad debe continuar más allá de la compleción del estudio. Ambas exigencias
han sido combatidas por los intereses de las instituciones patrocinantes y de los
científicos, llevando a una situación conflictiva entre los intereses creados que sugieren
un doble estándar ético que sea menos riguroso frente a las realidades de los países
huéspedes de lo exigido en sus propias naciones, y a las protestas de los países más
pobres que se resisten a ser tratados como campo de experimentación con una ética
abreviada [3, 4]. Conflictos adicionales y aún no resueltos se generan por la explícita
exigencia de la Declaración de Helsinki de cautelar al máximo los intereses y las
necesidades de los pacientes-probandos en estudios clínicos tanto terapéuticos como no
terapéuticos. Los investigadores prefieren distinguir entre ambas situaciones, estimando
que la ética clínica es privativa para el paciente, en tanto que su incorporación a un
estudio lo transforma en probando sujeto a una ética de investigación que no ha de
cuidar los requerimientos terapéuticos sino la limpidez del protocolo científico.
Las Declaraciones son necesarias pero no suficientes para legitimar la
experimentación en seres vivos. Existe actualmente un amplio debate sobre la
experimentación en seres cuya humanidad no es universalmente reconocida -embriones
menores de 14 días-, en individuos cautivos o dependientes, o en seres humanos que no
están en condiciones de otorgar, negar o revocar su consentimiento al experimento;
igualmente se debate sobre la utilización de ciertos métodos experimentales
aparentemente establecidos, como los estudios clínicos randomizados, las aplicaciones
experimentales en situaciones terapéuticas desesperadas, y la experimentación no
terapéutica.
¿En qué medida se puede investigar en medicina con los criterios y
procedimientos utilizados en las ciencias naturales? El método científico acumula datos
para establecer regularidades y poder predecir futuros comportamientos de fenómenos.
Dada la variabilidad de los fenómenos clínicos y la imprecisión de las exploraciones

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semiológicas, la medicina obtiene explicaciones que son inductivo-estadísticas,
consistentes en acumular datos y buscar las regularidades de los fenómenos empíricos
para formular leyes a partir de observaciones. Pero la medicina no es fundamentalmente
un quehacer explicativo sino terapéutico. Su herramienta estratégica más potente es el
diagnóstico, que es una hipótesis de trabajo para fundamentar un plan terapéutico. Con
ello, la medicina ya no es una actividad generalizadora y teórica sino, a la inversa, una
ciencia práctica de lo individual, un enfoque racional para solucionar los problemas
clínicos de un paciente determinado, elaborando hipótesis de trabajo y estableciendo
probabilidades terapéuticas, de modo que su forma de razonamiento práctico es más
bien deductivo-nomológica.
Vista la medicina como un quehacer más práctico que teórico, más terapéutico
que explicativo, y más deductivo que inductivo, se concluye que toda investigación
clínicas que utilice a un probando con el fin cognitivo de obtener generalizaciones, estará
impurificando la tarea ético-médica fundamental de ocuparse terapéuticamente del
paciente. El acopio futuro de conocimientos médicos deberá ser rediseñado para
adecuarse a los fines propios de la medicina; en lo ético ello significa la participación del
paciente en una forma como jamás podría plantearse para un animal de laboratorio, y
como difícilmente se cumple en el anonimato y en las incertidumbres de las estrategias
aleatorias [5].
Discurrir sobre los aspectos científicos de la medicina se vuelve especialmente
pertinente desde el advenimiento de la así llamada medicina basada en evidencia, y por
los esquemas de financiamiento de la atención médica que ahorran recursos al negarse a
cubrir terapias que no estén avaladas por evidencia científica [6]. La perspectiva ético-
médica ve aquí problemas importantes, pues la obtención de evidencia dura significa
transformar la relación médico-paciente en una de investigador-probando,
desprotegiendo al enfermo que se somete a estrategias de randomización, doble
enmascaramiento, uso de placebos, desatendiendo aquellos factores subjetivos de la
enfermedad y del tratamiento que no estén protocolizados como evidencia objetiva.
Resulta sospechoso que por un lado se confíe estrictamente en los grandes números,
mientras por el otro se desarrolla la farmacogenética que propone individualizar los
tratamientos medicamentosos en base a perfiles genéticos preparados para cada
paciente.
Queda insoluto acaso la investigación médica debe disponer de recursos cuando
éstos son escasos e insuficientes para la atención médica preventiva y curativa y, en
segundo término, si tiene razón de ser la investigación regional, muchas veces
confirmatoria y repetitiva, o si es preferible establecer canales eficientes de transferencia
de técnicas y conocimientos generados en centros más desarrollados. Los argumentos
para ambos aspectos son conocidos por ser comunes a muchas ramas del saber y del
hacer, de modo que no constituyen materia privativa de la bioética, si bien le interesan
centralmente.
Mientras menos autónomo sea el probando y mientras más distante o improbable
sea la utilidad terapéutica, tanto más difícil es justificar éticamente la experimentación
con seres humanos. La función de cautelar los intereses de probandos en experimentos
humanos realizados en instituciones clínicas sobre todo si son financiados con dineros
públicos, reside en los Comités de Ética creados fundamentalmente para esos fines. El
funcionamiento de estos Comités es a su vez motivo de extensos debates que cuestionan
su representación democrática, su capacidad de reconocer los problemas bioéticos de un
protocolo, sus mecanismos decisionales, etcétera. A pesar de las polémicas, es
indispensable que toda investigación con seres humanos sea evaluada por un Comité de
Bioética idóneo, compuesto de personas competentes en el análisis ético y en la
representación de todos los posibles involucrados, y que sean partícipes de la realidad
nacional y social en la cual la investigación se realizará. Lamentablemente es preciso
recalcar, por cuanto no siempre se cumple, que estos miembros de Comité deben estar

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libres de todo conflicto de intereses con respecto a los patrocinantes del estudio en
cuestión.
Diversos otros campos experimentales tienen sus propios conflictos éticos: en
psicología y en ciencias sociales se debate la legitimidad de experimentos que por su
diseño deben falsear o negar informaciones a los probandos, o los observan sin advertir a
los afectados que están siendo incorporados a un protocolo de estudios. Igualmente
problemáticos, porque poco predecibles, son aquellos experimentos donde el probando
es sometido a circunstancias que presuntamente no dejarán huellas deletéreas. Todas
éstas y otras situaciones despiertan la inquietud acaso se justifica y deben permitirse
actividades científicas que de alguna manera instrumentalizan o ponen en riesgos
imponderables a seres humanos que no beneficiarán del conocimiento buscado.

Experimentación en seres humanos no sentientes y no consentientes

Careciendo los embriones de la maduración neuronal necesaria para sentir dolor, no


constituye para muchos investigadores lesión de derechos el utilizarlos como material de
investigación, considerando siempre preferible emplear seres biológicos escasamente
evolucionados si con ello se beneficia a la humanidad. En discordancia con esta
liberalidad está el respeto por el embrión como ser humano -potencial o real- que ya es
depositario de derechos, y que por lo tanto no puede ser degradado a la categoría de
material de experimentación. El afán de conocimiento o las necesidades terapéuticas de
ciertas personas no podrían justificar investigaciones éticamente reprobables. A menos
que se prohíba vigorosamente la experimentación en embriones, se arguye, quedarán
éstos aún más desprotegidos que los animales, eventualmente en riesgo de vivir como
seres humanos programados en el laboratorio.
Toda experimentación en seres humanos que no está avalada por el
consentimiento de los probandos contraviene las declaraciones de Nüremberg y Helsinki,
siendo rechazada por los comités de ética y por muchos comités editoriales de revistas
prestigiadas. En el caso de individuos que consienten pero están sometidos a
mecanismos sutiles de presión -prisioneros, subalternos, estudiantes-, es tan difícil
contar con un consentimiento que no sea producto de un cálculo de conveniencia o del
temor a represalias en caso de negarse a participar, que se considera inadecuado utilizar
probandos que de alguna manera estén cautivos o sean dependientes del investigador.
Igualmente proscrita es toda investigación que informa insuficiente o erróneamente a los
voluntarios.
Cuando el probando no puede dar su consentimiento por ser un niño, un
deficiente mental o una persona neurológica o psíquicamente deteriorada, el eventual
permiso es solicitado al allegado o representante del paciente. Un consentimiento
vicariante de esta naturaleza sólo es justificable para investigaciones terapéuticas que
contemplen el beneficio del probando mismo, pues el representante no tiene el derecho
de extender su consentimiento a experimentos no terapéuticos o a aquéllos que sólo
beneficiarán a terceros.

Ética sustantiva en investigación con humanos consentientes

Dilemas éticos de importancia presentan aun aquellas investigaciones que cuentan


con el consentimiento libremente otorgado por los probandos además de cumplir con las
demás exigencias de relevancia, utilidad terapéutica, depuración técnica y solvencia
científica. Los aspectos hasta aquí reseñados se refieren especialmente a la ética de
procedimientos, donde lo principal es respetar los derechos de las personas involucradas.
A ello hay que agregar consideraciones sobre la ética sustantiva de una investigación: la
necesidad o justificación de un estudio terapéutico se cuestiona cuando hay alternativas
terapéuticas igualmente promisorias, es decir, cuando se produce la llamada

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equiponderación que hace similarmente aconsejable tratar que no tratar, o tratar con
uno u otro método. La equiponderación perfecta -igual atractividad de diversas
alternativas- se da rara vez, generalmente habiendo una inclinación personal del médico
-principio de Papworth de evaluar la situación con una decisión como si fuese en cosa
propia, también llamado estándar de oro-, o una actitud colectiva imperante que hace
preferible una de las opciones.
Una distinción importante reconoce la equiponderación sustentable de la
intolerable. La primera se refiere a alternativas terapéuticas que tienen similar apoyo en
el estado del arte médico, no habiendo razones de peso para preferir una sobre otra ni
urgencia para investigar acaso la convivencia de alternativas necesite ser aclarada en
aras de una buena medicina. En la equiponderación intolerable, las alternativas están en
pugna, descalificándose mutuamente en un desacuerdo que sindica que una de ellas, o
todas, son erróneas y se están aplicando en perjuicio de los pacientes, siendo mandatario
iniciar un estudio comparativo que aporte evidencias sobre los modos terapéuticos que
deben eliminarse.
La equiponderación es una evaluación clínica cuyo objetivo es proteger a los
pacientes de investigaciones innecesarias, siendo un instrumento valioso para evaluar
protocolos de investigación. Es también punto de tope, pues muchos investigadores que
son proclives al uso de placebos argumentan contra la equiponderación. Se contrapone
aquí la ética de cuidados del paciente, que no autoriza riesgos ni insuficiencias
terapéuticas, y la ética de investigación que aboga por una metódica impecable aunque
ello signifique un desmedro en los cuidados clínicos del paciente convertido en probando
[7].
En situaciones clínicas excepcionales, de mal pronóstico, las terapias
experimentales son más razonables que un placebo aun cuando se les conozca una
eficiencia reducida y una impurificación epistemológica en el análisis preciso de las
propuestas terapéuticas en estudio. Así lo han entendido muchos pacientes con SIDA,
quienes no están dispuestos a ser enclaustrados por estudios randomizados donde corren
el riesgo de ser asignados aleatoriamente en el grupo placebo, perdiendo la opción de
una terapia eventualmente útil. Ello hace más complejo y demoroso el estudio de nuevos
fármacos en esta enfermedad y posterga la evaluación de índices terapéuticos
estadísticamente válidos. El dilema ético reside en que el paciente gravemente enfermo
consiente a participar en el estudio terapéutico a fin de estar cerca del progreso, pero no
desea el riesgo de la randomización que lo podría asignar al grupo control. A su vez, el
investigador requiere un protocolo estricto, con distribución al azar, grupos control y
técnica doble enmascarado -ni el médico ni el paciente saben a qué grupo fue éste
asignado-, pero también es sensible a la necesidad de hacer uso de toda posibilidad
terapéutica en enfermedades letales.

Experimentación con animales

La transferencia a la biología humana de datos obtenidos en estudios con animales es de


limitada validez; muchas especies son utilizadas por razones de bajos costos, facilidad de
mantenimiento y rapidez de reproducción, sin contemplar que las diferencias biológicas
son demasiado vastas como para permitir extrapolaciones fundadas. Es inevitable, sin
embargo, aplicar a seres humanos solamente aquellas substancias y procedimientos que
hayan sido probados in vivo como razonablemente inocuos y substancialmente
beneficiosos.
La actitud frente a los animales varía desde aceptarlos como instrumentos del
hombre hasta concederles derechos, como lo hacen los liberacionistas. Estos defensores
irrestrictos de los animales tildan de “especista” a quien privilegia a un recién nacido
humano defectuoso y le otorga derechos más sólidos de los que corresponderían a un
animal altamente evolucionado como los primates. Tendría más valor biológico, porque

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es más evolucionado, un mono que un niño con deficiencia mental profunda, y quien no
lo acepta está prejuiciadamente privilegiando a la especie humana por el mero hecho de
pertenecer a ella. Los defensores de los animales toman una actitud que se puede
considerar como evolucionista por hacer primar criterios de desarrollo biológico sobre los
de pertenencia a la humanidad. En algunos países, la presión política en contra del uso
experimental de animales ha logrado que la investigación no terapéutica se reduzca al
uso de células y tejidos cultivados. Las posiciones intermedias aceptan la necesidad de la
experimentación en animales como paso previo a la aplicación en humanos, pero
ratifican la necesidad de otorgarles buen trato, protegerlos de todo sufrimiento evitable y
planificar su utilización sólo en experimentos necesarios, relevantes y terapéuticamente
promisorios [8].

Una proposición canadiense en tal sentido se ha dado a conocer como la doctrina


de las 3-R:

• Reducir el número de animales utilizados.


• Reemplazar en los posibles animales por modelos teóricos y computacionales.
• Resguardar a los animales de todo sufrimiento innecesario, cuidando de
mantenerlos en viveros adecuadamente dotados.

La preocupación por los animales puede ser entendida como proveniente de una
ética de tipo areteico, más que de actos, donde no hay una interlocución ética pero sí
una posición de virtuosismo basada en actitudes de no maltratar a los animales
gratuitamente y sólo utilizarlos en empresas humanas cuando es indispensable, tomando
las precauciones de protegerlos de todo tormento innecesario [9].

• Los científicos insisten en que la adquisición de conocimientos es avalórica e


inmune a ponderación ética.
• La bioética ve en la tecnociencia un desarrollo expansivo, invasivo y lucrativo,
haciendo cada vez más necesario el control ético de la investigación.
• Entre medicina clínica e investigación hay una contraposición insoluble, la
primera ocupándose del paciente singular, la investigación despersonalizando al
probando y privilegiando la estadística sobre el individuo.
• La repetida y profusa ocurrencia de investigaciones inmorales en seres
humanos, requiere la intervención ya indiscutida de Comités de Bioética en
Investigación.
• Los consentimientos informados vicariantes para reclutar probandos
mentalmente incompetentes sólo se justifican para estudios con probabilidades de
beneficios directos para los sujetos incorporados.
• Aun sin concederles derechos a los animales, hay consenso en que su utilización
en experimentos biológicos debe ser hecha con miramientos morales que
reduzcan su sufrimiento.

Bibliografía

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Press, 1998.
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