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Biblioteca Fundación Universitaria Tecnológico Comfenalco

Título: Género y conflicto: Estudios empíricos y documentales / Autores: Aura Alicia Cardozo
Rusinque, Angie Vanessa Posso Meza, Cielo Isabel Ladrón de Guevara Vásquez, Daniel Macía Agudelo,
Diana Espinosa Jaramillo, Ingrid Tatiana Chaparro Montilla, Katterine Vargas Cantillo, Marina Begoña
Martínez González, Mariana Inés Tezón, María Isabel Erazo Cortés, Nathalia Quiroz Molinares.
Descripción: Cartagena de Indias : Sello Editorial Tecnológico Comfenalco, 2018. | Incluye referencias
bibliográficas al final de cada capítulo.
Identificadores: ISBN 978-958-56891-6-9
Temas: LEMB: Mujeres (Género) | Conflicto | Violencia sexual - Colombia.
Clasificación: DDC305.42 -- dc23
Registro disponible en http://biblioteca.tecnologicocomfenalco.edu.co

GÉNERO Y CONFLICTO Rector


Estudios empíricos y documentales Claudio Osorio Lentino

Compiladora Vicerrector Académico


Cielo Isabel Ladrón de Guevara Vásquez Alejandro Dáger Otero

Autores Directora de Investigación


Aura Alicia Cardozo Rusinque Ganiveth Manjarrez Paba
Angie Vanessa Posso Meza
Cielo Isabel Ladrón de Guevara Vásquez Decana de la Facultad de Ciencias
Daniel Macía Agudelo Sociales y Humanas
Diana Espinosa Jaramillo Diana Margarita Berrocal Garcerant
Ingrid Tatiana Chaparro Montilla
Katterine Vargas Cantillo Proyecto de investigación
Marina Begoña Martínez González Conocimientos empíricos y documentales
Mariana Inés Tezón existentes sobre género y conflicto en diversos
María Isabel Erazo Cortés contextos.
Nathalia Quiroz Molinares.
Todos los derechos reservados.
ISBN 978-958-56891-6-9 Prohibida su reproducción total o parcial
Por cualquier medio sin permiso del editor.
Editorial Tecnológico Comfenalco
Fundación Universitaria Tecnológico 2018
Comfenalco Sede A: Barrio España Cr. 44D
No 30A - 91 Teléfonos: (57) (5) 6723700
Cartagena de Indias D. T. y C., Colombia
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Diseño y diagramación
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Tels.: 57-5 672 2518
E-mail: comercial@alpha.co
www.alpha.co
Cartagena de Indias, Bolívar, Colombia
Autores

Aura Alicia Cardozo Rusinque


Psicóloga, Doctora en Psicología de la Universidad del Norte, Ma-
gíster en Estudios Políticos de la Universidad Javeriana, Especialista en
Estudios Pedagógicos de la Universidad de la Costa CUC. Docente-in-
vestigadora en temas asociados a reconstrucción del tejido social, capital
social y salud mental en población vulnerable y, en temas asociados a
conflicto, mediación y convivencia escolar. Con experiencia en el campo
del diseño y administración de programas académicos y conocimiento
en la elaboración, seguimiento y evaluación de proyectos de desarrollo
social, derechos humanos y educación no formal con comunidades.

Angie Vanessa Posso Meza


Estudiante de psicología en la Universidad de la Costa y de filosofía
en la Universidad del Atlántico. Con un destacado desempeño en ambas
carreras por su participación activa en las aulas y un buen promedio
académico. Acreedora del tercer lugar en la primera versión de las
competencias escriturales de la Universidad de la Costa en el año 2016
y cursó becada un semestre de intercambio estudiantil en la Universidad
Continental del Perú durante el 2017. Actualmente, forma parte del
semillero de investigación del programa de psicología, aportando a
investigaciones en torno a la mujer en el posconflicto del área social y
además en temas del área clínica y epistemología.

Cielo Isabel Ladrón De Guevara Vásquez


Posee el título de Psicóloga y es Especialista en Investigación Aplicada
a la Educación. Además, cuenta con un Magíster en Educación con
Mención Currículo e Innovaciones Didácticas. Actualmente, es candidata
a Doctora en Humanidades con Mención Ciencias de la Educación en la
Universidad Nacional de Rosario, Argentina. A la fecha, se desempeña
como investigadora del grupo de Sociales y Jurídicas, avalado por
Colciencias, y como docente asociada del Programa de Psicología de la
Fundación Universitaria Tecnológico Comfenalco, Cartagena, Colombia.
Cuenta con más de quince años de experiencia en área educativa y social,
como consultora de proyectos sociales y educativos con comunidades
indígenas, afrodescendientes y vulnerables en la Costa Caribe y en la
Provincia de Darién, Panamá.

Daniel Macía Agudelo


Psicólogo con experiencia en la planeación, gestión y seguimiento
de actividades de salud mental con comunidades afectadas por desastres,
conflictos armados y otras situaciones de violencia en Colombia, Irak,
Etiopía y Sudán del Sur. 

Diana Espinosa Jaramillo


Estudiante de décimo semestre del Programa de Psicología del Tecno-
lógico Comfenalco y auxiliar de investigación en proyectos orientados por
docentes investigadoras de la línea contextos, conflictos y actores.

Ingrid Tatiana Chaparro Montilla


Fonoaudióloga. Especialista en Terapia Miofuncional y Máster en Reha-
bilitación Vocal de la Universidad Autónoma de Barcelona. Docente e inves-
tigadora de la Corporación Universitaria Iberoamericana. Se ha desempeña-
do como profesional en el área clínica, unidad de cuidados intensivos, UCI
neonatal y consulta externa en la ciudad de Bogotá y en Barcelona – España.

Katterine Vargas Cantillo


Psicóloga social Doctoranda en Psicología de la Universidad del Norte,
catedrática en el área social, con 15 años de experiencia en trabajo con
comunidades y en la realización de proyectos de intervención social,
entre sus áreas de interés se encuentra la violencia de género, la violencia
sociopolítica y económica, la cultura ciudadana y la cultura política. 

Marina Begoña Martínez González


Posee el título de Psicóloga y de Doctora en Ciencias Sociales, ambos
fueron otorgados por la Universidad del Norte. En la actualidad, se
desempeña como profesora investigadora de la Universidad de la Costa
(CUC) y ocupa el cargo de Directora del Departamento de Psicología de
las Interacciones Sociales. Está adscrita al Grupo de Investigación Cultura,
Educación y Sociedad, perteneciente a la CUC. Entre sus líneas de trabajo
se encuentran: los efectos psicosociales del desplazamiento forzado, la
legitimación de la violencia en la infancia y los procesos de innovación
social en el campo de la evaluación y la intervención psicosocial.

Mariana Inés Tezón


Doctora en Psicología (UNSL), Magíster en Cooperación Internacional
para el Desarrollo (ELACID-USB), especialista en pedagogía de las
diferencias (FLACSO-Argentina) y psicóloga (UBA), cuenta con una sólida
formación en la investigación en ciencias sociales y humanas (CIIPME-
CONICET). Profesora titular de la Fundación Universitaria Tecnológico
Comfenalco, Cartagena de Indias, Colombia. Perfil laboral: investigación
en ciencias sociales, con énfasis en psicología: estudios en terreno con
relevancia en psicología social, política y educacional en Latinoamérica y
el Caribe. Asesoría en diseño metodológico en ciencias humanas y sociales.
Relevamiento y análisis de datos cualitativos y cuantitativos. Docencia en
grado y postgrado universitario.

María Isabel Erazo Cortés


Psicóloga y estudiante de la Maestría en Problemáticas Sociales
Infanto-Juveniles de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Docente-
investigadora del Programa de Psicología de la Corporación Universitaria
Iberoamericana y orientadora del Semillero de Investigación PSISMO
(Psicología Social en Movimiento) de la misma institución.

Nathalia Quiroz Molinares


Psicóloga, egresada de la Universidad del Norte, Doctoranda en
Psicología de la misma institución y con estudios técnicos certificados en
el área de criminalística. Posee experiencia en la coordinación de proyectos
de investigación, en las áreas de psicología forense y neuropsicología en
temas relacionados a las secuelas cognitivas de la violencia de pareja.
Miembro de la Asociación Iberoamericana de Psicología Jurídica (AIPJ).
Tabla de contenido
11 Prólogo
Aleida Fajardo Rodríguez

19 Capítulo I
El proceso de la investigación
Cielo Isabel Ladrón de Guevara Vásquez

25 Capítulo II
Concepciones de conflicto y género
Mariana Inés Tezón
Cielo Isabel Ladrón de Guevara Vásquez
Diana Espinosa Jaramillo

39 Capítulo III
Violencia sexual en contextos de conflicto armado
Daniel Macía Agudelo

53 Capítulo IV
Del conflicto a la construcción de paz: perspectiva de lideresas
comunitarias
Aura Alicia Cardozo Rusinque
Angie Vanessa Posso Meza
Marina Begoña Martínez González

81 Capítulo V
Transgresión y transformación: Estudio sobre la construcción de
identidad en mujeres trans
María Isabel Erazo Cortés
Ingrid Tatiana Chaparro Montilla

111 Capítulo VI
La invisibilización de la violencia en la construcción de la masculinidad
Nathalia Quiroz Molinares
Katterine Vargas Cantillo 
Prólogo
Aleida Fajardo Rodríguez

A través de este libro, el(a) lector(a) se encontrará con una serie de


investigaciones que comparten la categoría género como eje orientador,
y que se caracterizan por el recurso de miradas diversas tanto a nivel
teórico como a nivel metodológico: recogen aspectos como los
elementos y prácticas sociales y culturales que permean la definición
de esta categoría, el asunto de las violencias físicas y/o simbólicas que
han atravesado en diversos momentos históricos su construcción, el
carácter problematizador que ha encarnado esta categoría en escenarios
sociales, al cuestionar lo hegemónico y a los elementos que aportan en la
construcción de masculinidades y feminidades, con particular interés en
el papel que juegan estas en diversos contextos y escenarios de conflicto
sociopolítico.

Aunado a lo anterior, la mayoría de los capítulos recoge aspectos en


torno a la presencia de una relación cercana entre la garantía de derechos
de género y el desarrollo social y cultural. El cual se refleja en la reducción
de fenómenos de exclusión y segregación, asociados a identidades de
género no hegemónicas y en la prevención de conflictos de orden social.
En este contexto, las investigaciones destacan también la relevancia
fundamental de la visibilización de actores sociales que han sido excluidos
de las dinámicas de decisión del conflicto sociopolítico como por ejemplo
las mujeres rurales, las mujeres con situaciones de desventaja económica,
las mujeres transgénero, las mujeres de grupos étnicos.

La investigación se presenta entonces como un recurso para ampliar


la mirada en torno a las relaciones de poder y dominación, pero también
en torno a los procesos de deconstrucción y resistencias individuales
y colectivas y a la visibilización de nuevas miradas que median en
transformaciones para la resignificación de los asuntos relacionados con
el género. En relación con lo anterior, se puede destacar que los resultados
de las investigaciones presentadas tienen una particular relevancia en los

11
escenarios de posconflicto, posacuerdo colombiano, dado que permiten
ampliar la mirada, acogiendo la voz de diversos actores sociales.

A nivel metodológico, la mayoría de investigaciones asumen un


enfoque cualitativo con abordajes que van desde los estudios de corte
fenomenológico hasta los diseños de corte narrativo. De otro lado, la
revisión sistemática ha sido privilegiada en una de las investigaciones
presentadas.

El Capítulo I, recoge los elementos teórico-metodológicos y las


apuestas compartidas por los autores en función de la categoría género.
Contextualiza también en torno a la relación entre género y fenómenos
sociales como la exclusión, el conflicto y la violencia.

Por otra parte, el Capítulo II, denominado “Concepciones de conflicto


y género”, aborda discusiones en torno al desarrollo social y al género.
Destacando que una característica necesaria para superar el conflicto social
y para -el caso de Colombia- el logro de transiciones en clave de desarrollo,
es la inclusión activa de las discusiones sobre género y la prevención de
las prácticas y formas explícitas o implícitas en la cultura que impidan la
autonomía en función del género.

Inicialmente presenta aproximaciones teóricas en torno a algunos


elementos explicativos de la violencia, apoyándose en un modelo
estructural que destaca cómo eventualmente esta se naturaliza en los
entornos sociales y cómo, en este escenario, emerge como una forma de
resolución de conflictos, “que se va normalizando y permeando las formas
de relación en la cultura”.

De otro lado, aborda el conflicto entendiéndolo como multicausal:


como producto de diferentes condiciones de desigualdad, de expresiones
de violencia (como por ejemplo la violencia cultural), de múltiples pobrezas
(como la pobreza de protección, pobreza de participación, pobreza de
entendimiento), combinación de factores internos y externos.

Con estos elementos da paso a una reflexión que recoge la relación


entre conflicto y desarrollo, entendido este desde numerosas miradas
que lo destacan como una condición de la vida social, que se evidencia

12
en gran medida en la garantía de derechos humanos (particularmente de
las poblaciones históricamente vulneradas). En este sentido, se destaca el
desarrollo humano y social como una posibilidad que reducirá escenarios
de conflictividad y creará las condiciones para una paz sostenible.

Un siguiente apartado del capítulo aborda otras miradas del género


dentro de las que se encuentran las miradas socio-culturalistas, las
consideraciones marxistas, la perspectiva psicológica (con un enfoque
bio-psico-social), postura que podría denominarse relacional contextual
que implica “entender el género como un poderoso sistema de relaciones
socioculturales y sexuales basado en diferencias con las que son constituidos
y formados los cuerpos”.

Por otra parte, el Capítulo III, denominado “Violencia Sexual en


contextos de conflicto armado”, aborda una de las formas concretas en las
cuales el conflicto armado se ha hecho tangible en los cuerpos de las mujeres,
destacando la gravedad de este fenómeno tanto por sus implicaciones en
términos de violaciones a los derechos humanos, como por los elementos
de orden simbólico y relacional que este conlleva (dentro de estos destacan
los daños físicos y psicológicos, riesgo para el desarrollo de problemas de
salud mental, estigmatización social y comunitaria).

Tomando como referentes algunos momentos históricos asociados


a escenarios de conflicto sociopolítico y/o étnico, destacan diferentes
connotaciones asociadas al uso de la violencia sexual hacia las mujeres.
Destacando sentidos diversos en relación a la práctica del hecho violento.
Para el caso colombiano por ejemplo (acogiendo a Anne Linder, 2017), el
autor destaca que la violencia sexual es “un arma ejemplarizante utilizada
para intentar amedrentar a mujeres que ejercen algún tipo de liderazgo en
sus comunidades o cuya voz va en contravía de los intereses de alguna de
las partes en conflicto”.

Con estos elementos el autor desarrolla una serie de retos en el


abordaje de la violencia sexual, los cuales se relacionan con la necesidad
de optimización de rutas de atención y sensibilidad social (que permitan
superar prácticas estigmatizantes), superar la estigmatización de las
prácticas de violencia en función del género y la garantía efectiva del
acceso integral a salud.

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La siguiente parte del capítulo está dedicada a exponer una serie de
observaciones producto de las experiencias del investigador en contextos
afectados por conflictos armados en Colombia, Sudán del Sur, Irak y
Etiopía, en relación con dificultades que se encuentran en cuanto a atención
y acceso a servicios de salud para sobrevivientes de violencia sexual. El
autor rastrea múltiples dimensiones del fenómeno concluyendo que se
da un mayor énfasis en la intervención comparado con la promoción, las
dificultades en el acceso a servicios de salud para las víctimas, producto en
parte por el desconocimiento y/o escasa efectividad de las rutas de atención,
los procesos de revictimización derivados de la deficiente preparación
de los(as) funcionarias(os) del sector salud, deficiente atención en salud
mental, lo que incide en los procesos de recuperación de las mujeres
sobrevivientes de eventos de violencia sexual.

Teniendo en cuenta lo anterior, el autor recoge dos elementos


centrales para superar los anteriores aspectos: por una parte, destaca
la necesidad del fortalecimiento de las rutas y procesos de atención, y
por otra, la importancia de la prevención en tiempos de paz, como una
necesidad sentida, involucrando tanto hombres como mujeres en dichos
procesos.

De otro lado, el Capítulo IV, denominado “Del conflicto a la


construcción de paz: perspectiva de lideresas comunitarias”, ilustra en un
primer momento el rol de las mujeres en función de la construcción de
paz en diferentes escenarios con antecedentes de violencia sociopolítica
(por ejemplo, en las diferentes dictaduras vivenciadas en América Latina).
De lo anterior destaca tres escenarios que dan lugar a la participación de la
mujer en los conflictos latinoamericanos (acogiendo a Ormachea-Choque,
2013): 1. Como combatientes ejerciendo liderazgo; 2. Como víctimas
dada la violación de sus derechos humanos; y, 3. Como constructoras de
paz para ofrecer resistencia a la violencia. De otra parte, para el caso del
conflicto colombiano, destaca que de los anteriores escenarios, ha sido más
frecuente ser víctima de violaciones a sus derechos humanos y con un rol
asociado a la construcción de paz. Para el autor, en función de los hechos
de violencia, las mujeres en Colombia (si bien han participado también)
no han tenido una alta representación, por ejemplo, en escenarios como
el acuerdo de paz firmado con las FARC.

14
La siguiente parte del capítulo está centrada en la reflexión crítica en
torno al rol de las mujeres en escenarios de posconflicto, destacando que
a mayor participación de las mujeres en los escenarios de negociación
(del conflicto), mayor posibilidad de éxito en la fase del posconflicto. A
partir de los procesos efectuados en Latinoamérica, el autor destaca tres
vías en las cuales las mujeres han efectuado procesos de participación en
escenarios del posconflicto en el contexto latinoamericano: participación
política y liderazgo, a través de las narrativas u expresión literaria, y a
través de otras formas de arte como el cine, la fotografía, la pintura.

Al trasladar esta reflexión al contexto colombiano, destaca el rol central


de las mujeres en relación con la reconstrucción del tejido social (mediante
estrategias de orden simbólico como por ejemplo la colcha de retazos, e
iniciativas productivas). Destaca como un reto relevante en un escenario
de posconflicto, el curso a valores como la afectividad, la solidaridad, la
cooperación, la relación con la corporalidad.

La parte final de este capítulo está destinada a la presentación de una


experiencia aplicada a un grupo de mujeres habitantes de la ciudad de
Barranquilla, mediante la cual las investigadoras identificaron aspectos
centrales en torno al rol de las mujeres en escenarios de posconflicto, las
categorías emergentes de esta investigación fueron: empatía, derechos
humanos, comunicación, justicia, discriminación, construcción de paz
en la cotidianidad, perdón y reconciliación. Las cuales se relacionan
con elementos desarrollados previamente en el capítulo en función del
liderazgo comunitario, reconstrucción de formas de relación, participación
y garantía de derechos.

Por otra parte, en el Capítulo V denominado “Transgresión y


Transformación: Estudio sobre la construcción de identidad en mujeres
trans”, las autoras evidencian desde una postura crítica la relación entre los
desarrollos normativos tendientes a la garantía de derechos de las mujeres
trans y los procesos de reconocimiento del cuerpo como medio para la
expresión política, donde se validan las identidades de género y sexuales
no normativas, que vehiculiza el ejercicio de la ciudadanía.

En relación con lo anterior, las autoras destacan que los procesos de


construcción de género, cuerpo y comunicación, así como de participación

15
política están relacionados con la construcción de la identidad personal,
grupal y comunitaria. En este sentido, el capítulo problematiza de forma
abundante el asunto de la identidad y la construcción de la misma en
función de escenarios sociales cambiantes, “a través de discursos, prácticas
y posiciones diferentes, a menudo cruzados y antagónicos”. Lo anterior
para destacar que en este proceso se ponen en escena “la mismidad”, la
“otredad”, la cultura y los tránsitos vitales que permiten comprender en
mayor profundidad académica y personal la construcción de identidades
sexuales y de género no normativas. Los anteriores aspectos permiten a
las autoras enunciar cómo en la construcción de la identidad a través del
otro también tiene que ver con la postura política.

La siguiente parte del capítulo está destinada a la presentación de los


hallazgos de la investigación Mujeres trans, Transgresión y Transformación:
Estudio sobre la construcción de identidad en mujeres trans a partir de
las categorías comunicación, corporalidad y participación política, la cual
acude a una metodología cualitativa y un diseño fenomenológico.

Dentro de las conclusiones, las autoras recogen que se considera


necesario reivindicar la reconstrucción del cuerpo que hacen las personas
trans. A través de las modificaciones corporales permanentes, transitorias,
hormonales, quirúrgicas, artesanales, el cuerpo trans comunica per
se: la historia de la resistencia al disciplinamiento de los cuerpos y de
las prácticas sexuales; la tenacidad con que se enfrentan las categorías
binarias que caracterizan el discurso occidental (lo bello y lo feo, lo sano
y lo enfermo, lo anormal y lo normal, lo masculino y lo femenino); las
luchas por la garantía de derechos y las ciudadanías; las naturalizaciones
o problematizaciones (Montero, 2004) de todo tipo de violencias (física,
verbal, psicológica, simbólica, sexual, patrimonial); la ambigüedad legítima
y dinámica en la que se puede transitar la vida misma.

Finalmente, en el Capítulo VI denominado “La invisibilización de la


violencia en la construcción de la masculinidad”, se aborda la relación
entre las prácticas simbólicas propias de la estructura social y su influencia
en las dinámicas relacionales hombre-mujer.

Para lo anterior presenta los resultados de una revisión documental


en la cual se aborda el asunto de la construcción de masculinidades.

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Como criterios técnicos de la revisión, los resultados a los artículos
encontrados por medio de las palabras clave: “Masculinidades,
Construcción de masculinidades, Nuevas masculinidades”; consultados
en las bases de datos: Science direct, Scielo, Springer, Doaj y Proquest.
Como criterio de inclusión, privilegiaron artículos de corte cualitativo
originales que estudiaban específicamente la temática de la construcción
de la masculinidad. Los insumos de análisis finales fueron 7 artículos
(publicados en los últimos 8 años).

Producto de esta revisión se identifica que, si bien la construcción de la


masculinidad ha estado también enmarcada en conductas violentas que se
han invisibilizado hacia el hombre, las investigaciones revisadas permiten
señalar que se han dado cambios en la concepción de la masculinidad;
gradualmente, se da un mayor reconocimiento a las mujeres, trascendiendo
el rol tradicional. Se ha dado en alguna medida una incursión gradual
de los hombres en escenarios domésticos y el cuidado del hogar y en la
resolución de conflictos acudiendo a formas alternativas al maltrato y/o la
imposición de la fuerza.

Por otra parte, se identifica también el papel relevante de algunas


representaciones sociales de lo masculino y lo femenino, arraigadas en
la cultura, las cuales median tanto en los roles, como en las formas de
relación entre hombres y mujeres. Dentro de estas destacan, la relación de
la masculinidad con el desempeño sexual, el rol proveedor masculino en la
familia, el control del inicio de la actividad sexual de las mujeres.

La revisión permite destacar las tensiones entre las prácticas


hegemónicas y los cambios emergentes conducentes a nuevas prácticas y
vivencias del género, los cuales se relacionan también con los referentes
y los estereotipos sociales compartidos por un grupo social y las nuevas
significaciones y prácticas en torno a la vivencia de lo masculino o lo
femenino. Otros elementos que podrían relacionarse con esta tensión
tienen que ver con la clase social, el grupo etario, la etnia y el entorno
sociocultural.

Los anteriores elementos permiten destacar como un elemento retador,


tanto para hombres como para mujeres, la transformación y vivencia de
los roles de género, en escenarios de igualdad y garantía de la autonomía

17
e individualidad. Implica también problematizar y ampliar la mirada en
torno a los efectos del patriarcado tanto para hombres como para mujeres.

En este sentido, las autoras destacan que pensar que la igualdad


de género se dará a través de políticas públicas es desconocer, que las
diferencias mismas de los géneros con sus ventajas y desventajas, se
dan a través de procesos sociales dinámicos, y que llegar a las nuevas
masculinidades o a las masculinidades multiopcionales, es un cambio que
requiere grandes transformaciones sociales (Connell, 2015). En la parte
final del capítulo se presentan algunas reflexiones relacionadas con los
alcances y limitaciones del estudio y algunos retos identificados para el
abordaje a nivel investigativo de las masculinidades.

18
Capítulo I
El proceso de la investigación
Cielo Isabel Ladrón de Guevara Vásquez

19
Este libro, resultado de investi­gación, nació del proyecto titu­lado
Conocimientos empíricos y documentales en torno al tema de género y conflicto,
con el propósito de generar reflexiones sobre la construcción social y
cultural del ser varón y mujer en diversos contextos y conflictos del país.
De ahí que surge como una iniciativa para visibilizar el trabajo que se ha
realizado de los tópicos centrales del libro en las ciudades de Cartagena,
Barranquilla y Bogotá, a través de la Red Interdisciplinaria de Estudios de
Género (RIEGE) que agrega a investigadores, grupos de investigación,
ONG, entre otras instituciones, para reflexionar, estudiar el género y las
categorías asociadas a este.

La red apuesta por el trabajo en equipo y la interdisciplinariedad desde


las ciencias sociales y humanas, las cuales comprenden todas las disciplinas
que se ocupan del estudio del hombre como individuo y como miembro
de una sociedad, grupo o comunidad; estas disciplinas han estudiado
la conducta humana a través de la historia y en diferentes sociedades
(Martínez y Guerrero, 2009, p. 28). Razón por la cual, en esta versión
del segundo libro de la red, se ha orientado el estudio a los problemas de
investigación de la violencia sexual contra las mujeres en contextos de
conflicto armado y de manera específica a las mujeres afrocolombianas
sobrevivientes de violencia sexual en el marco del conflicto armado
colombiano, identificando redes de apoyo y resignificación de experiencias
desde sus prácticas culturales tradicionales, además del papel que la mujer
ocupada en el posconflicto en Colombia, y se analizó la construcción de
identidad en mujeres trans y como último problema estudiado se abordó
la invisibilización de la violencia en la construcción de la masculinidad.
Problemas que permitirán abordar el conflicto en las sociedades y el papel
de las minorías en el desarrollo social.

De ahí que se estableció, como objetivo general, sistematizar los


conocimientos empíricos y documentales en torno a las categorías género
y conflicto, en las ciudades de Barranquilla, Cartagena y Bogotá.

Los objetivos específicos son los siguientes:

- Caracterizar la violencia sexual contra las mujeres en contextos de


conflicto armado.

20
- Reconocer el papel de la mujer en el posconflicto.
- Describir la construcción de identidad en mujeres trans a partir de
las categorías comunicación, corporalidad y participación política.
- Explorar por medio de estudios documentales, la invisibilización
de la violencia en la construcción de la masculinidad

Enfoque de la investigación
La metodología se ha sustentado desde los enfoques cualitativos y
cuantitativos. En cuanto a lo cualitativo, se fundamenta conceptual y
epistemológicamente en la fenomenología, la cual se encarga de describir
la experiencia sin acudir a explicaciones causales, lo que favoreció
un nuevo marco de comprensión y de análisis de la realidad humana,
desde el estudio de cuatro elementos “existenciales” básicos, que según
Mannen (1990) son: el espacio vivido (espacialidad), el cuerpo vivido
(corporeidad), el tiempo vivido (temporalidad) y las relaciones humanas
vividas (relacionabilidad o comunalidad). Elementos claves de estudio
para el análisis cualitativo presentado en los capítulos de este libro
(Guardián-Fernández, 2007, p. 91).

Con respecto a lo cuantitativo se aplicó una revisión sistemática de


la literatura científica, relacionada con las variables masculinidades,
construcción de masculinidades, nuevas masculinidades, como palabras
claves para la recolección y análisis de los datos, para ello se consultaron
bases de datos como Science direct, Scielo, Springer, Doaj y Proquest.

Técnicas para la recolección de la información


Las técnicas empleadas en los estudios empíricos y documentales
de este libro, fueron las siguientes: revisión documental, grupo focal,
historias de vidas y observación participante, medios que fueron esenciales
para ahondar en los sujetos participantes y en sus vivencias, para ello se
aplicaron todos los procedimientos éticos adecuados para el trabajo con
personas y comunidades, siempre salvaguardando su integridad.

21
Métodos de análisis
Para el análisis de los resultados de los estudios se aplicaron los
siguientes métodos:

La teoría fundada en los datos, la cual afirma que la teoría emerge


desde los datos, lo que permite construir teoría, hipótesis, conceptos y
proposiciones, partiendo específicamente de los datos y no de supuestos a
priori de los investigadores. Y a través del método comparativo constante,
el investigador codifica y analiza datos para generar conceptos (Glaser y
Strauss, 1967; Cuñat, 2007).

Análisis de contenido y de discurso se extiende su alcance a las relaciones


semánticas y pragmáticas que vinculan el texto con el contexto, es decir,
a algo más que el contenido del texto, ya que una cosa es explicar lo que
aparece en un texto o predecir lo que puede aparecer y otra muy distinta
es analizar el texto como el producto dinámico de un juego de relaciones
sociales en el que los hablantes despliegan estrategias discursivas, explotan
el significado implícito de las proposiciones de sus enunciados. (Sayago,
2014, p. 3).

Diseños narrativos, estos pretenden entender la sucesión de hechos,


situaciones, fenómenos, procesos y eventos donde se involucran
pensamientos, sentimientos, emociones e interacciones, a través de
las vivencias contadas por quienes los experimentaron. Se centran en
“narrativas”, entendidas como historias relatadas por los participantes
de la investigación (Hernández Sampieri, Fernández Collado y Baptista
Lucio, 2014, pp. 487 - 488).

22
Referencias bibliográficas
Cuñat, R. (2007). Aplicación de la teoría fundamentada (grounded theory)
al estudio del proceso de creación de empresas. XX Congreso anual de
AEDEM. Vol. 2. p. 44.

Guardián–Fernández, A. (2007). El paradigma cualitativo en la Investigación.


Costa Rica: Colección: Investigación y Desarrollo Educativo Regional
(IDER).

Hernández Sampieri, R.; Fernández Collado, C. y Baptista Lucio, M.


(2014). Metodología de la investigación. 6ta. Edición. Madrid:
McGraw-Hill Interamericana.

Sayago, S. (2014). El análisis del discurso como técnica de investigación


cualitativa y cuantitativa en las ciencias sociales. Cinta Moebio 49:
1-10.

23
24
Capítulo II
Concepciones de conflicto y género
Mariana Inés Tezón
Cielo Isabel Ladrón de Guevara Vásquez
Diana Espinosa Jaramillo

25
Conflicto como violencia social
La teoría de los conflictos en el mundo, sus dinámicas y consecuencias,
remiten específicamente a teóricos como Galtung, apuntando al
entendimiento desde una perspectiva lógica como metodología del
fenómeno (Calderón Concha, 2009).

En el caso de los conflictos sociales y políticos en el mundo, la


teoría entra en una relación con la realidad mediante la descripción del
denominado Triángulo de la Violencia, un modelo teórico que analiza
la formación y evolución de la violencia y el conflicto como un hecho
natural y permanente en los seres humanos, es decir estructural (Galtung,
2004). Esta perspectiva analiza que las conflictivas sociales y políticas de
los países responden a modelos estructurales de violencia que presentan
las sociedades más vulnerables a la guerra. Por lo general, las familias y
comunidades más propensas a sufrir la guerra y los conflictos internos
pertenecen a sectores vulnerables y rurales, donde las condiciones de
irregularidad económica e institucional imposibilitan el desarrollo integral
de los habitantes.

De esta gran ola de violencia, se derivan los conflictos mediante las


acciones de los grupos armados que se dedican a robos, control de zonas
y peleas callejeras, debido a las faltas de oportunidades que surgen en
este tipo de sociedades, sobretodo se atribuyen las problemáticas sociales
a la falta de una economía sostenible y al abandono del gobierno a sus
localidades. A esto, Galtung le denomina violencia directa debido a que
hay un actor específico que genera violencia, esta se hace notoria por la
presencia y surgimiento continuo de la falta de seguridad, equidad y paz
en las comunidades.

Ahora bien, varios actores coinciden en que los altos índices de


pobreza implican una violencia estructural al referirse a las consecuencias
que trae aparejada la desigualdad económica y social en la distribución
de los recursos en una comunidad (Galtung, 1985). La desigualdad es un
factor sumamente importante cuando uno se refiere a la conceptualización
del conflicto. Un estudio del Banco Mundial (2011) sobre los conflictos
mundiales alude a que hay una relación directa entre la falta de apoyo

26
nacional, local o internacional y la violencia. Es decir, que en donde
se reflejan en forma directa la violencia en mayor escala es donde las
condiciones y posibilidades son limitadas. Un ejemplo claro de esto, se
refiere a los desplazamientos forzados en diferentes países que han sufrido
el conflicto armado, ya que este ha causado una gran problemática social,
no solo a nivel económico sino también fallas en cuanto a la educación,
la salud, la participación política, presentando una marcada situación de
desigualdad (Perea Mojica, 2015).

Otra categoría que alude al conflicto y que completa el triángulo de


Galtung es la violencia cultural, cuya manifestación abarca los medios
simbólicos y comunicacionales que, de alguna manera, justifican
cualquier tipo de acción que destruya la especie (Cerón, 2011; Galtung,
1985). La violencia cultural es visible en las poblaciones cuando las
dinámicas violentas y conflictos trascienden de generaciones, y refleja
gracias a la historia y al modo de vida de familiares, los estragos del
conflicto y la violencia de la zona, el miedo es una de las herencias de esta
época, los nuevos roles sociales y los patrones de crianza. La respuesta
a la resolución de conflictos internos es la violencia, es decir heredan
costumbres dejadas por los grupos armados ilegales que fomentan
el maltrato y la nueva formación de ciclos de violencia como forma de
resolución de conflictos (Banco Mundial, 2011). En este sentido, es que
se cuestiona, desde muchas perspectivas, el término posconflicto, ya que
las dinámicas violentas no necesariamente dejan de ser una realidad al
surgir, a lo largo del tiempo, en otros grupos armados paralelos tales
como bandas criminales, las pandillas juveniles y agrupaciones de
microtráfico que transforman la violencia anterior en dinámicas de
nuevos conflictos sociales (Springer, 2012).

Siguiendo esta línea, la autora Sirvent (2004; 2007) refiere que el


conflicto social es generado a causa de un tridente de múltiples pobrezas: no
solamente una pobreza de tipo económica y social sino también aquella
que se refiere a: i) pobreza de protección: miedo generado por la violencia
histórica que obstaculiza los canales de participación de la sociedad en
los procesos de reparación; ii) pobreza de participación: obstaculización
del empoderamiento de la población a causa de cuestiones contextuales
tales como la debilidad de la institucionalidad frente a la violencia hacia la
comunidad; iii) pobreza de entendimiento: agudización del pensamiento

27
único y fatalista que convierte a las víctimas en victimarios y responsables
de lo sucedido en el territorio, naturalizando las injusticias.

A su vez, el conflicto suele tener causas internas como externas. En


cuanto a lo interno, las dinámicas políticas, económicas y de seguridad
de Estado suelen ser la antesala de la violencia. En cuanto a la violencia
exterior, tales como la inseguridad internacional, el tráfico de drogas, el
conflicto por tierras, etc., pueden dar lugar a un debilitamiento institucional
que genere violencia entre países. En este punto el Banco Mundial (2011)
hace hincapié en que el conflicto siempre se genera por la combinación de
factores internos y externos, ya que hay países que internamente pueden
no cumplir con los requisitos básicos de desarrollo, pero no entran en
conflicto; es decir “cuando los Estados, los mercados y las instituciones
sociales no garantizan la seguridad básica, la justicia y las oportunidades
económicas a los ciudadanos, los conflictos pueden multiplicarse” (p. 23).

Desarrollo y Conflictos sociales


Desde la secretaría general de la ONU (en Declaración sobre el Derecho
al Desarrollo) se han dado las características centrales del desarrollo para
el ser humano. Como primer punto hay que tener en cuenta el carácter
fundamental del desarrollo, esto es que este es un objetivo esencial para
toda persona y toda comunidad y como fin último debe garantizar el
disfrute de los DDHH. Desde esta concepción, el desarrollo no es un “deber
ser social”, sino una condición de la vida social y por tanto un requisito
inherente a toda obligación (Domenach, 1973).

Siguiendo esta línea, es que se busca impulsar alternativas integrales


para el desarrollo económico y social de las poblaciones más afectadas por
los conflictos (sean internos o externos), generando un círculo virtuoso
entre beneficios ambientales, sociales y económicos lo que reducirá los
escenarios de conflictividad y creará las condiciones para una paz sostenible
(Conpes 3850, 2015). Bajo esta concepción, los países trabajan pensando
las estrategias de desarrollo en torno a los objetivos de un desarrollo que
sea y posibilite la sostenibilidad.

28
De allí, es que surge el análisis de los 17 Objetivos de Desarrollo
Sostenible (ODS 2015-2030) para luchar contra la desigualdad y la
injusticia. En cuanto, a su relación con los conflictos sociales, políticos y
armados, hay ciertos objetivos que son más relevantes en su cumplimiento
que otros: el Objetivo 1 propone poner fin a la pobreza en todas sus formas
en todo el mundo, lo cual se hace necesario frente al conflicto armado ya
que se estima que este contribuyó a aumentar los índices de pobreza (que
una persona vive con menos de 1,25 dólar al día). Esto va más allá de la
capacidad de ingreso, sino que también incluye la falta de oportunidades
y de acceso hacia los servicios que satisfacen las necesidades básicas de las
víctimas. Por tanto, se relaciona con el Objetivo 2 el cual promueve poner
fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y
promover la agricultura sostenible: esto mismo se ve obstaculizado en los
sectores rurales víctimas del conflicto, donde el desplazamiento forzado
pone freno a una posibilidad de desarrollo sostenible local, expulsando
a campesinos de las regiones. A su vez, otro Objetivo como el 4 apunta
a garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover
oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos, lo cual es
muy relevante al momento de plantear políticas de reparación y protección
integral de las víctimas del conflicto armado en Colombia. Por su parte,
el Objetivo 5 permite pensar cómo empoderar a las mujeres y niñas en
cuestiones de igualdad de género, lo cual apunta a una paz duradera y
sostenible en los pueblos víctimas del maltrato hacia la mujer.

De la misma manera, el número 8 apunta a que las comunidades


víctimas de conflictos sociales o políticos puedan promover un crecimiento
económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo
y el trabajo decente para todos. Esto mismo apunta a reducir la desigualdad
que deja como consecuencia el conflicto armado en las comunidades, lo
cual responde al Objetivo 10. Por último, otro de los objetivos pertinentes
en la temática planteada es el 16; el mismo apunta a la promoción de
sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el
acceso a la justicia para todos y crear instituciones eficaces, responsables
e inclusivas a todos los niveles. Es necesario detenerse en este último ya
que implica la posibilidad de reducir la violencia, el maltrato y tortura
hacia los niños de las comunidades vulnerables; reducir la corrupción y
falta de articulación de las instituciones haciéndolas más responsables y
eficaces; garantizar la inclusión, la participación de las comunidades en las

29
tomas de decisiones; articular la participación de las regiones en torno a la
gobernanza mundial (ONU, 2015) 1

Siguiendo esta línea, se evidencia que el conflicto en las sociedades


puede trabajarse en torno al cambio de políticas respecto al desarrollo
social de las mismas. Así, desde la perspectiva del conflicto es necesario
hacer énfasis en las minorías y comunidades excluidas con el fin de
prevenir la violencia y generar acceso a una paz más estable, equitativa y
duradera.

En ese sentido, la delimitación en la conceptualización del género,


responde a las necesidades contextuales e históricas en materia de
prevención de los conflictos sociales. Con esto, se entiende que las
relaciones interpersonales de dominación, naturalizadas en la modernidad,
comienzan hacer ruido en la posmodernidad junto con otras minorías
vulneradas en sus derechos. Frente a esta visibilización del concepto
“género”, es como la concepción y significado de este ha sido estudiado,
revisado e interpelado por varias disciplinas en los últimos años,
disciplinas que abordan el campo social, político, económico e histórico
de las ciencias.

Fundamentación teórica multidisciplinar del concepto de género


La naturaleza variante del concepto de género se puede ver reflejada
en la evolución histórica a lo largo del tiempo en los conceptos de
masculinidad y feminidad, los cuales son interpretados de multiplicidad
de formas en las diferentes culturas, e incluso definidos por diferentes
personas que pertenezcan a la misma estructura social. Es debido a esto
la importancia de estudiar el género y sus diferentes interpretaciones y
las repercusiones de estas en los diferentes ámbitos de la vida en sociedad
(Barberá, 1998). A continuación, se expondrán diferentes concepciones de
género, con el fin de abordar de forma integradora y crítica los principales
aspectos conceptuales e históricos que han estructurado al concepto de
género.

1 ONU (2015). Objetivos de desarrollo sostenible. 17 Objetivos para trasformar


nuestro mundo. Recuperado de http://www.un.org/sustainabledevelopment/es/
globalpartnerships/

30
Orígenes del concepto de género en el patriarcado
Si se quiere comprender la naturaleza diversa del concepto de género
es importante tener en cuenta las raíces más primitivas de la necesidad de
reconocer la igualdad de las mujeres frente al hombre en la sociedad. Estos
orígenes podrían salir a flote si se analiza la historia del patriarcado como
norma social predominante en la mayoría de las culturas.

Hincapié (2014) en un artículo donde hace una revisión crítica a los


conceptos de género, resalta la publicación de un trabajo sobre la historia
de las mujeres y el estudio de género en 1986 elaborado por Joan W. Scott,
quien basa su trabajo a través de la pregunta ¿Cómo actúa el género en las
relaciones humanas? Responder una pregunta como la anterior formulada
supone establecer un panorama de posturas referente a lo que se entiende
por género.

Es por esto que Hincapié (2014) menciona autores como Mary O´


Brien (1981), quien tiene la postura de que los varones a lo largo de la
historia se han apoderado de la interpretación de la posición social de
la mujer en la sociedad a través de la maternidad como una imposición
social, entiendo el género desde la antropología como un espacio de
relaciones de dominación, en donde el hombre ejerce dominio absoluto
sobre las mujeres y sus hijos. Esta apropiación de las mujeres como
maquinas reproductoras, implica la premisa de una dominación única y
prevaleciente a lo largo del tiempo, sin oportunidad de hacer de la mujer
un sujeto histórico, pues no tendría esta influencia en los cambios sociales
que se han venido dando por dicha dominación frente al varón, arrastrada
por las imposiciones y decisiones del hombre. Esta postura, como se
puede observar, ve en el patriarcado, los orígenes del concepto de género
a través de las relaciones de poder.

Sin embargo, existen autores que también desde la perspectiva


antropológica contradicen la postura anterior, como lo es Benjamín (1996)
quien duda de esas raíces de la concepción de género basadas en relaciones
de dominación puesto que la dominación en sí es sinónimo de ausencia de
relación, ya que implica no participar de los términos a través de los cuales
se construye el mundo en el que se habita. Dicho esto, sostener que la

31
historia de las mujeres únicamente es la herencia a la dominación implica
ignorar los reclamos de autonomía y la capacidad de agencia de la mujer,
y solo ser vista como un sujeto pasivo en la transformación social y en sus
propias vidas, en donde se considera al varón como único responsable y
sujeto de cambio (Hincapié, 2014).

Consideraciones marxistas del concepto de género


La postura marxista nació como una respuesta al esencialismo
biológico de posturas frente al género y el feminismo como la anterior
descrita, centrándose más esta en las condiciones materiales de la vida
social. Benston (1975) afirmó que las raíces de la inferioridad social de
las mujeres tienen sus bases en las economías. Esto quiere decir que dicha
desigualdad entre hombres y mujeres en realidad no es otra cosa que
la forma como han sido distribuidos los bienes, dejando a un lado por
completo las teorías basadas en la naturaleza reproductiva de la mujer. Sin
embargo, esta postura no explica por qué la desigualdad social y sexual a
lo largo del tiempo, parece ser relativamente constante, incluso anterior
a la emergencia de la lógica del capital como sistema político, económico
y cultural.

Es a partir de estos vacíos de dicha postura que autores como Dupont


(1975) oponen varias críticas, señalando que la abolición de la clase obrera
y de la clase burguesa, no hará desaparecer la imposición del rol sumiso
y pasivo que les han otorgado a las mujeres. Entre otras cosas, porque los
movimientos de izquierda que dimanan de Marx y Engels no analizan
directamente la opresión de las mujeres (sino que la señalan como un
subproducto de la lucha de clases) y porque su preocupación no es la
emancipación de las mujeres sino del proletariado. Scott (1999) sostiene
que el enfoque del feminismo marxista ha buscado encontrar una base
material para el género en las reglas y normas de distribución del trabajo
y los bienes. Esta búsqueda ha tenido el inconveniente de limitar las
posibilidades críticas si no se tiene al capitalismo, los modos de producción
y la división social del trabajo como núcleos de análisis. En sentido estricto,
se asume que la fuerza económica y su causalidad determinan los modos
en que la desigualdad sexual y social se distribuye.

32
Si se quiere analizar las concepciones de género desde el marxismo,
conceptos como cultura, formación, agencia, subjetividad y cuerpos
raciales, entre otros, no son considerados de manera suficiente y las
cuestiones de género y sexuales a lo sumo, se introducen como derivados
de la dominación material y económica. Por lo tanto, se puede concluir
que el marxismo no responde o por lo menos no es la postura más viable y
oportuna para analizar la desigualdad histórica entre hombres y mujeres,
pues no contempla la complejidad de aspectos que abarcan el análisis del
concepto de género y sus implicaciones en las sociedades (Butler, 2001).
La construcción de los géneros habría que entenderse como un poderoso
compromiso que no se reduce a la determinación material, en la que
entran en juego, además, la moral, la subjetividad y los valores socio-
culturales, ya que sin esto es imposible discutir críticamente las relaciones
entre hombres y mujeres (Haug, 2006).

El concepto de género desde la psicología


Teniendo en cuenta las conclusiones del análisis crítico que le han hecho
varios autores que se han preocupado por el análisis de las concepciones
del género a la postura marxista, es oportuno hallar una disciplina que
contemple la complejidad de dicho concepto, una de estas ciencias ha sido
la psicología.

A lo largo de la historia, la psicología se ha planteado leyes y principios


generales del comportamiento de las personas, es por esto que se entiende
a la psicología como una ciencia que estudia el comportamiento, no del
hombre, más bien del ser humano.

Lo anterior definición incluyente de la psicología refleja de forma más


global la complejidad de sus estudios. Es por esto que, desde la perspectiva
psicológica, el género se concibe como un conjunto de procesos, de
naturaleza bio-psico-social, la cual se presenta con las características de a)
poseer una vinculación con el sexo, b) una categorización social normativa,
c) una construcción subjetiva d) ser un sistema dinámico interactivo, e) su
contextualización histórica y cultural.

33
Como se puede ver, el concepto que la psicología tiene de género
engloba una diversidad de aspectos que son necesarios abarcar para tratar
de entender la complejidad del concepto. Ahora bien, desde la teoría general
de sistemas, el género es considerado como una dimensión específica, que
forma parte de la realidad subjetiva del comportamiento humano. Por
tanto, como componente integrante de la realidad subjetiva, el género es
un concepto que ha venido variando por su naturaleza dinámica sujeta a
cambios en las construcciones sociales que se han venido dando a lo largo
de la historia (Barberá, 1998).

Sin embargo, al existir tantas subjetividades del género las diferentes


disciplinas que lo estudian se han de preocupar por abordar la problemática
en los estudios el sesgo androcéntrico que prima en las investigaciones en
especial las de psicología (Barberá, 1998).

Este sesgo se manifiesta cuando la palabra hombre suele ser utilizada,


de forma muy ambigua, para generalizar a toda la población, ya que es
entendida como sinónimo de persona, excluyendo por completo la
opción de mujer diferenciada del hombre. En cuanto al género, este sesgo
trasciende más allá del lenguaje y expresiones gramaticales, puesto que es
observable en muchas disciplinas científicas a través de la utilización de
muestras conformadas solo por varones, cuando estos solo representan
el 50 % de la población humana, derivando a partir de sus análisis
conclusiones generalizadas a toda la humanidad (Barberá, 1998).

Concepciones de género desde la teoría francesa psicoanalítica


Haraway planteó que en una sociedad en la que la heterosexualidad
es una norma cultural impuesta, por principio las mujeres tendrán
que estar sometidas para poder satisfacer la expectativa que la cultura
permanentemente acentúa, afirmando así que no puede haber otro
resultado a partir de esto (1995).

Desde la perspectiva psicoanalítica, al analizar las concepciones de


género se basa en las premisas de Freud, en la modalidad de las relaciones
objetales, reduce las relaciones de género al drama de la novela familiar,
dejando sin argumentos lógicos cómo es que estructuras de jerarquía

34
cultural y social se mantienen a fuerza de los intercambios domésticos:
“Esta interpretación limita el concepto de género a la familia y a la
experiencia doméstica” (Scott, 1999, p. 54), por lo que no deja espacio para
que las ciencias sociales y los estudios culturales relacionen el género con
la economía, la política, la raza y el nacionalismo, por ejemplo.

Luego de plasmar críticamente el panorama de enfoques aquí


expuestos, es posible entender el género como un poderoso sistema de
relaciones socioculturales y sexuales basado en diferencias con las que son
constituidos y formados los cuerpos. De esta forma, el género (al igual que
el sexo) en ninguna instancia escapa al poder, sino que precisamente es el
poder social el que, al enterrar las diferencias en los cuerpos, produce el
género tanto como el sexo (Hincapié, 2014).

Entonces podemos concluir que las personas no tienen un género,


pues este no es una cualidad sustantiva, sino un modo de organización
histórica, social y cultural. Ahora bien, al considerar el género como
categoría analítica, es este un poderoso instrumento a partir del cual
podemos construir teorías sobre la desigualdad con la cual es constituido
el cuerpo social y la subjetividad (Hincapié, 2014).

Siguiendo estas líneas, el presente libro determinará posturas diferentes


en los estudios destinados a delimitar políticas, representaciones e
imaginarios sobre las relaciones, los conflictos y el género.

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37
38
Capítulo III
Violencia sexual en contextos
de conflicto armado
Daniel Macía Agudelo

39
“En esta guerra ha habido innumerables víctimas, mujeres y hombres.
Todos han sufrido y han experimentado enormes impactos
traumáticos y pérdidas irreparables. Sin duda, muchos más hombres
que mujeres han perdido el bien más importante: la propia vida.
Pero cuando nos aproximamos a las lógicas de la guerra,
encontramos diferencias significativas en las formas
concretas en cómo han sido afectadas las mujeres”

Ruta Pacífica de las Mujeres, Colombia (2014)

La violencia sexual es definida por la Organización Mundial de la Salud


(2002a) como cualquier acto sexual o el intento de consumarlo, así como
comentarios o insinuaciones de carácter sexual que no son deseados o no
cuentan con el consentimiento de quien los recibe, además de cualquier
acción orientada a la comercialización o uso, sin importar el modo, de
la sexualidad de una persona a través de la fuerza o aprovechando una
posición de poder. De todo ello no son atenuantes la relación entre víctima
y perpetrador ni el espacio donde se presenta la situación.

Esta salvedad es importante porque, contrario a lo que suele suponerse,


la mayoría de los casos conocidos de violencia sexual se presentan en el
entorno privado, en lugares conocidos para la víctima y con una persona
cercana como perpetrador. A pesar de que en situaciones disruptivas
como los conflictos armados la dinámica varía integrando nuevos
componentes, la violencia sexual es un fenómeno que se presenta
principalmente en el ámbito doméstico y ligado a relaciones afectivas
cercanas (Delargy, 2013).

Así pues, la guerra y el militarismo, estandartes de una realidad


patriarcal, no hacen sino llevar al extremo una situación que en el día
a día es ya altamente nociva dada una nefasta combinación: la violencia
física convierte a las mujeres en objetos mientras que la violencia
simbólica intenta privarlas de la palabra, camino principal para recobrar
el valor humano.

La violencia sexual constituye una grave violación a los derechos


humanos, tanto en tiempos de paz como cuando se da en el marco de

40
un conflicto armado, generándose en este último caso un incremento
en las cifras y atentando también contra lo estipulado por el Derecho
Internacional Humanitario2 (Correa, 2014; Gaggioli, 2014).

El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a través de la Resolución


1325 (2000), entre otros comunicados, exhorta a las partes en conflicto a
adoptar medidas especiales para proteger a las mujeres y las niñas de violencia
por razón de género, particularmente de la violación y otras formas de abusos
sexuales. No obstante, en el marco de los conflictos, la violencia sexual ha
representado un medio de humillación simbólica de las fuerzas enemigas
a través de la agresión a las mujeres, reforzando así la idea de la mujer
como propiedad y dejando un mensaje agresivo al pretender señalar la
incapacidad del bando contrario de protegerlas. La coerción, los altos
niveles de pobreza, la elevada demanda de servicios sexuales y la legitimidad
que en ciertos entornos tiene el inicio temprano de las relaciones sexuales,
entran a complicar aún más el problema (Médicos Sin Fronteras, 2017)

La infortunada mezcla entre violencia sexual y conflictos armados ha


existido desde tiempos remotos (Martín y Lirola, 2013). Sin embargo, solo
hasta la Guerra de los Balcanes3 se convirtió en un problema relevante
para la comunidad internacional y comenzó a ser reconocida, visibilizada
y documentada también como un arma de guerra. Muy probablemente,
como lo afirma Skjelsbaek (2010), por tratarse de un conflicto luchado
entre europeos en territorio europeo.

Lo cierto es que el uso de la violencia sexual como arma de guerra ha


sido tan generalizado que en los últimos años ha llegado a considerarse
como un componente inevitable de los conflictos armados. Aun así, como
afirma Elisabeth Wood:

2 Como está consignado en el IV Convenio de Ginebra y sus Protocolos Adicionales, y como lo


contempla el derecho consuetudinario, aplicable a conflictos nacionales e internacionales, cuando
la violación, así como otras manifestaciones de la violencia sexual se cometen en el marco de un
conflicto armado, se infringe lo estipulado por el Derecho Internacional Humanitario (DIH) que
obliga a todas las partes en conflicto a hacer caso a la prohibición de ejercer la violencia sexual,
estando también todos los Estados en la obligación de juzgar a los perpetradores, materiales e
intelectuales. Todas las partes en un conflicto armado deben acatar la prohibición de la violencia
sexual y todos los Estados tienen la obligación de llevar a juicio a sus autores (CICR, 2014).
3 Más puntualmente hasta la guerra en Bosnia (1992–1995).

41
Hay grupos armados que no ejercen la violencia sexual contra los
civiles. Entonces es también posible argumentar que la violación no es
un acto inevitable de la guerra como a veces se proclama, y que por el
contrario sí existen fundamentos importantes para responsabilizar a los
grupos armados que sí ejercen la violencia sexual (Centro Nacional de
Memoria Histórica de Colombia, 2017, p. 48)

En esta misma línea, menciona un reporte que muestra que de 177


actores involucrados en guerras civiles que tuvieron lugar en veinte
naciones africanas entre los años 2000 y 2009, el 59% no perpetró actos
de violación en el marco del conflicto (Wood, 2015). Lo anterior se ve
también evidenciado en confrontaciones igualmente crudas como la
Palestino-Israelí, donde a pesar de la brutalidad y el alto nivel de violencia,
la incidencia de acciones relacionadas con violencia sexual como arma
de guerra ha sido significativamente menor (Villelas, Urrutia, Royo &
Villelas, 2016)

Adicionalmente, dependiendo de la naturaleza del conflicto y las


agendas de las fuerzas en disputa, se presentan también variaciones en la
instrumentalización de las conductas sexuales violentas. Por ejemplo, en
el caso ya citado de la Crisis de Los Balcanes, la violación fue utilizada por
integrantes de las fuerzas serbias contra mujeres bosniacas como parte
integral de lo que claramente constituía un intento de limpieza étnica.

En Colombia, por su parte, país que ha sufrido lo que se considera un


conflicto armado de larga duración y baja intensidad, la violencia sexual ha
constituido, como lo afirma Anne Linder4 (2017), un arma ejemplarizante
utilizada para intentar amedrentar a mujeres que ejercen algún tipo de
liderazgo en sus comunidades o cuya voz va en contravía de los intereses
de alguna de las partes en conflicto.

En la actualidad, la violencia sexual es reconocida por el impacto


negativo que tiene en términos de salud pública y sobre el bienestar de
quienes la sufren, en el corto, mediano y largo plazo (Bernard, 2015). En
el caso colombiano, surge como agravante que las zonas más afectadas
por el conflicto armado son las que a su vez presentan también los peores
4 Experta en violencia sexual en contextos de conflicto del Comité Internacional de la Cruz
Roja—CICR.

42
indicadores en salud, incluyendo la atención a casos de violencia sexual.
Tal precariedad está relacionada no solo con el acceso a los servicios
en las zonas más afectadas sino también con la falta de idoneidad del
personal sanitario y policivo y la carencia de estructuras y mecanismos de
atención adecuados y seguros para las víctimas (Observatorio Nacional
de Salud, 2017).

En cuanto a las consecuencias físicas, dependiendo del tipo de


violencia ejercida, las víctimas pueden sufrir heridas (tanto genitales
como no genitales) y en casos extremos incluso la muerte, bien sea como
producto del acto violento en sí o de situaciones derivadas de este, como el
suicidio o como castigo tras atribuirse a ellas la responsabilidad del hecho
que han sufrido, por ejemplo. Además, la violencia sexual constituye un
factor de riesgo relevante para situaciones como embarazos no deseados,
interrupción voluntaria del embarazo en condiciones inadecuadas por
fuera del sistema de salud, contagio de enfermedades de transmisión
sexual, entre otras (Médicos Sin Fronteras, 2011).

El impacto en lo físico es equivalente al daño que se genera también en lo


psicológico. En sus casos más severos, la violencia sexual es considerada como
una de las situaciones con mayor potencial traumatizante, convirtiéndose
también en un importante factor de riesgo para el desarrollo de problemas
de salud mental caracterizados por sintomatología y cuadros relacionados
principalmente con depresión, ansiedad y reacciones postraumáticas. A lo
anterior se suman las implicaciones sociales y comunitarias que a través
del estigma, el rechazo y el ostracismo dificultan más la situación de las
sobrevivientes (OMS, 2013).

A lo anterior se suma el impacto extendido que la violencia sexual, y


en particular la violación, causa sobre aquellas mujeres que no han sido
víctimas directas, quienes se ven afectadas pues la constante amenaza se
instaura en sus cotidianidades con una importante carga de temor que
trae como consecuencia, por ejemplo, el abandono del territorio con todas
sus implicaciones (Mesa de Trabajo Mujer y Conflicto Armado, 2002).

A pesar de la gravedad que reviste, darle dimensiones reales al problema


sigue siendo una tarea extraordinariamente compleja. De acuerdo con
Cabra, Infante y Sosa (2010) las múltiples barreras de acceso a la atención,

43
los riesgos físicos y emocionales que afrontan las víctimas, el temor por
las reacciones de la comunidad y por posibles amenazas, los sentimientos
acentuados de culpa y vergüenza, y el desconocimiento que aún existe
sobre el tema, truncan la búsqueda de ayuda, quedando la mayoría de los
casos sumidos en el silencio.

Si bien la información disponible en cuanto a incidencia del problema


es precaria, es evidente que la violencia sexual es un flagelo que atenta
principalmente contra las mujeres y contra aquellos individuos que no
encajan en los códigos patriarcales que rigen los conflictos armados y las
dinámicas sociales de la actualidad5. Por si el abordaje del tema no fuera ya
lo suficientemente complejo, esto supone un reto: el de no estereotipar a
las mujeres como víctimas y a los hombres como victimarios; enfoque que
debilita la percepción sobre la capacidad de acción de las primeras mientras
que refuerza la pretendida invulnerabilidad que se le suele atribuir a los
segundos (Storr, 2011).

La violencia sexual, una mirada desde el terreno


En contextos de crisis, y dados sus altos niveles de incidencia e
impacto, el abordaje integral de la violencia sexual se ha convertido en un
componente fundamental de las intervenciones humanitarias, trayendo
como consecuencia un avance en la comprensión del problema a través
de más y mejor información al respecto, tanto a nivel de registro de casos
como de guías, protocolos y pautas para su abordaje.

No obstante, en el terreno, aún son muchas y pronunciadas –algunas


veces infranqueables- las dificultades que se encuentran en cuanto a
atención y acceso a servicios para sobrevivientes de violencia sexual.
En este sentido, expondré una serie de observaciones producto de mis
experiencias en contextos afectados por conflictos armados en Colombia,
Sudán del Sur, Irak y Etiopía, países afectados por conflictos armados
en los que, más allá de las profundas diferencias sociales e históricas, en
consonancia con la realidad internacional, es posible identificar patrones
en los que el hecho de ser mujer constituye un factor de alto riesgo.
5 El Sistema de Vigilancia en Salud Pública SIVIGILA (2016) –Colombia- reportó un total de
17.689 casos de violencia sexual en el país en 2015. Según el informe el 88% de las víctimas
fueron mujeres

44
¿Qué es violencia sexual?, ¿Soy una víctima?
En primer lugar, la comprensión que tienen algunas comunidades
sobre violencia sexual se limita en muchos casos al acto de violación
perpetrado por un individuo diferente a la pareja, quedando fuera de
foco toda una gama de manifestaciones igualmente nocivas y mucho
más frecuentes de la misma. Por su parte, muchos de los intentos
externos que buscan socializar dentro de las comunidades los alcances y
manifestaciones de la violencia sexual no logran su objetivo al no tener
en cuenta canales adecuados de comunicación, el contexto del mensaje
ni la forma en que interactúa la violencia sexual con la cultura, las
tradiciones y la cosmovisión local.

Lo anterior representa un primer obstáculo pero está lejos de ser


el último. En efecto, aunque la víctima reconozca haber vivido una
experiencia de violencia sexual, en el imaginario social de algunas
comunidades afectadas por conflictos armados persiste la tendencia a
señalar a la víctima como culpable de haberla provocado, lo que 1) aumenta
la carga emocional para quien la sufre; 2) obstaculiza sus posibilidades de
buscar ayuda; y 3) concede al perpetrador una especie de indulto social
que ocasiona que, en muchos casos, sea la víctima y no el agresor quien
reciba el peso de castigos y acciones de control social.

A todo ello se suma el hecho de que, en tales contextos, se suelen


contar en la lista de perpetradores de violencia sexual miembros
de organismos e instituciones que tienen como mandato proteger
y gestionar la atención y el cuidado de la ciudadanía en general y de
las personas sobrevivientes en particular, lo que evidencia el peso
subyacente que en muchas situaciones de violencia ejercen las relaciones
de poder, sin importar su naturaleza, y lo que genera en la víctima y
entre la población en general un sentimiento de desconfianza hacia la
institucionalidad y las estructuras dirigidas a la ayuda.

Por si esto fuera poco, aun cuando quien sufre la violencia se sobrepone
a estas relaciones de poder que reducen su capacidad de agencia, a la
limitada comprensión que culturalmente se tiene del fenómeno y a los
sesgos idiosincráticos que la culpabilizan de aquello de lo que en realidad
es víctima, una barrera más se interpone en su camino hacia la búsqueda
de ayuda: el desconocimiento de las rutas de atención.

45
¿A dónde voy?, ¿Dónde puedo recibir ayuda?
En aquellos casos en los que las mujeres logran sortear, a veces a precios
muy altos en lo físico y lo emocional, los primeros escollos en la búsqueda
de ayuda, enfrentan entonces el desconocimiento de las rutas de atención,
que en un medio donde prima la intervención sobre la prevención, es
producto de procesos de socialización insuficientes y descontextualizados.
A lo anterior se suma que en dichos entornos, la violencia sexual sigue
siendo asumida, a nivel institucional y comunitario, como un problema
primordialmente legal, desconociendo en muchos casos la prioridad y la
urgencia de la respuesta integral y efectiva en salud.

En lo que a la salud respecta, en zonas de conflicto, las víctimas deben


muchas veces, en tal estado de vulnerabilidad, recorrer grandes distancias para
llegar al sitio de atención más cercano, donde en muchos casos encuentran
desde el inicio más barreras para recibir la atención que por derecho les
corresponde. Un buen ejemplo resulta el de las múltiples ocasiones en las
que, como trabajador de una ONG que hacía presencia en Colombia en los
ríos de la costa pacífica caucana, tuve conocimiento del cobro ilegal de dinero
en servicios de urgencias a sobrevivientes de violaciones, desconociendo o
pasando por alto que las mismas constituyen una urgencia vital cuya atención,
por ley, no puede estar condicionada a pago alguno.

La re-victimización es otro peso que suelen sumar quienes han experi-


mentado violencia sexual, y se sigue presentando tanto a nivel comunitario
como en lugares destinados a la atención. Principalmente en regiones apar-
tadas, el personal al frente de los servicios de atención no suele estar lo sufi-
cientemente preparado para abordar de manera efectiva y humana casos de
violencia sexual, dándosele en ocasiones un trato inadecuado a la paciente
que incluye un manejo deficiente de la información y la confidencialidad, lo
que expone a la víctima a nuevas experiencias de abuso y violencia.

Todo ello se debe al precario conocimiento que los prestadores de


servicios de salud tienen sobre las leyes, protocolos y guías6 para la correcta
atención a las sobrevivientes y la deficiente infraestructura física de los
centros de atención, que no suelen contar con espacios ajustados a los

6 Se ha identificado, por ejemplo, la tendencia a dirigir los procesos de formación en violencia


sexual a personal sanitario, dejando sin incluir trabajadores que juegan un papel fundamental en
la ruta de atención –como vigilantes, por ejemplo, que generalmente son el primer contacto de
las sobrevivientes al intentar acceder al servicio-.

46
estándares recomendados para brindar atención sanitaria a sobrevivientes
de violencia sexual, llevándose a cabo la atención de la misma en lugares
sin la suficiente privacidad y que no cuentan con características físicas
básicas (ventilación, iluminación, ubicación y dotación) para brindar una
atención que ayude a disminuir el sufrimiento y restituir la dignidad.

Por último, el componente de salud mental sigue siendo un punto


débil de la atención pues el servicio brindado generalmente no incluye
acompañamiento psicológico, necesario para una recuperación integral, y
cuando lo incluye, este generalmente no cumple con estándares de calidad
y continuidad que aseguren un impacto positivo en la situación de la
sobreviviente.

Pactos sociales y desprotección de las víctimas


En ocasiones, existe complicidad entre los encargados de la atención
(autoridades y personal sanitario) y los perpetradores, en lo que parece
ser un pacto social de dominación, a veces tácito y a veces explícito. Dicho
pacto se ve ilustrado en una situación que me resultó especialmente
diciente mientras trabajaba en Ogaden, región somalí de Etiopía: una
mujer que intentaba denunciar ante las autoridades la violación de la
que había sido víctima, tuvo que sufrir manifestaciones posteriores de
violencia por parte del perpetrador cuando este fue avisado de la situación
por el policía que atendía el caso.

Así, en zonas de conflicto, aunque no de manera excluyente respecto


a otros contextos, se evidencia que las medidas efectivas de protección a
las víctimas de violencia sexual son insuficientes, en los casos en los que
existen, y que, en ocasiones, se toman desde la institucionalidad medidas
que terminan por exponer aún más a la víctima poniéndola en un nivel de
riesgo mucho mayor.

A pesar de la adopción de estándares internacionales para la


reparación de las víctimas del conflicto armado en Colombia, del
reconocimiento de la necesidad de verdad, justicia, reparación y no
repetición y de haber desarrollado un marco legal específico7, son aún
7 En el que es de especial relevancia la Ley 1719 de 2014, a través de la cual se dictan medidas
para proteger a las sobrevivientes de violencia sexual, en especial a aquellas que la vivieron en el
marco del conflicto armado (Ley 1719, 2014).

47
muchas las transformaciones que deberán seguirse dando en el país
a nivel estructural y social para poder empezar a hablar de cambios
profundos en este aspecto.

El reconocimiento aún tan reciente de la violencia sexual en referencia


a su instrumentalización en los conflictos armados ha traído como
consecuencia una limitada disponibilidad de estudios y experiencias
documentadas. Sin embargo, en los últimos años, la comunidad
internacional ha comenzado a brindar una mirada más cercana al
problema, a través del llamado a reforzar el compromiso y la acción en el
ámbito nacional, promover respuestas de prevención primaria, integrar
en los diferentes procesos al sector educación, fortalecer la capacidad de
respuesta del sector salud, estructurar el apoyo a las mujeres que conviven
con la violencia, sensibilizar a las personas que integran los sistemas de
justicia penal en todos sus niveles y brindar apoyo y colaboración a las
iniciativas de investigación (OMS, 2009).

Todas estas son medidas plausibles por las que habrá que trabajar cada
vez más fuerte tanto dentro como fuera del terreno. Los conflictos armados
efectivamente hacen más profundas las condiciones de vulnerabilidad a las
que ya de por sí se enfrentan las mujeres en todo el mundo –con matices
de acuerdo a uno u otro lugar, tiempo o cultura—en razón de su sexo y de
unas relaciones de poder que las infravaloran.

Si se piensa en una solución profunda y permanente del problema,


no obstante, habría que afirmar, con Jefferson Lashawn (2015), que es
en la cotidianidad en tiempos de paz donde se deben centrar esfuerzos
que permitan transformar una realidad donde confluyen tanto los
comportamientos que discriminan y degradan de forma habitual y
extendida a las mujeres como el desinterés de las mayorías a tomar en
serio la necesidad de un trabajo integral, inclusivo y continuo orientado
a la promoción de la salud y la prevención de la violencia sexual. Los
hombres, principales perpetradores pero también grandes ausentes en
las medidas que buscan prevenir el problema, deben ser integrados e
integrarse autónomamente a la situación desde posiciones distintas a la
del agresor, brindando también su aporte al esfuerzo por superar el lastre
de la violencia en general y de la violencia sexual en particular.

48
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51
52
Capítulo IV
Del conflicto a la construcción de paz:
perspectiva de lideresas comunitarias
Aura A. Cardozo Rusinque
Angie V. Posso Meza
Marina B. Martínez González

53
Agradecimiento por su apoyo a Bianca Stuparic Villamizar
Agradecimiento muy especial a las mujeres participantes
por sus valiosos aportes, su sinceridad y generosidad.

Mujeres en construcción de paz: un ideal surgido en las entrañas


del mito.
Destacar el rol de las mujeres como hacedoras de la paz, no es una idea
nueva. Desde los anales de la historia y en la cuna misma de la civilización
occidental, ya los griegos destacaban en su tradición y mitología, la
importancia de las mujeres en la resolución de los conflictos o como
figuras estrategas y reflexivas que a través de la persuasión y el uso de la
razón lograban conquistar lo que los hombres no lograban con la guerra.
Dice Cajigas (2004) que “desde la comedia de Aristófanes ‘Lisístrata’ de
441 A.C. encontramos una motivante exposición de una táctica para darle
fin a la guerra” (p. 5). Lisístrata, como líder de mujeres que hacían parte de
zonas de conflictos lleva la solución producto del consenso.

Al prepararse para el solemne juramento que harán todas las mujeres


de abstenerse de los hombres luego de haberlos excitado al máximo,
invoca a la soberana persuasión -Peithó-. El corifeo de los hombres
que llevan el fuego invoca a la soberana Victoria, la famosa Nike de
los combates que sólo se alcanza cuando el enemigo es derrotado.
Lisístrata, como líder de las mujeres, busca persuadir al enemigo, no
vencerlo. (Cajigas, 2004, p. 6)

Otro ejemplo de esto se encuentra en el mito de la denominación de la


ciudad de Atenas, donde se encuentra que los dioses Atenea y Poseidón se
disputaban por ser los patronos de una ciudad cuyo nombre se colocaría
tras la victoria del vencedor. Acordaron como resolución dar a los
citadinos cada uno un regalo y estos según su utilidad, decidirían el dios
que patrocinaría a la ciudad. En una de las versiones dícese que Poseidón
golpeó el suelo con su tridente y creó el caballo, símbolo de guerra, mientras
que Atenea por su parte golpeó el suelo con su lanza y brotó un olivo
domesticado, símbolo de paz. Cecrops, rey de dicha ciudad, decidió que el
olivo por su madera, frutos y aceite era la ofrenda ganadora (Benavides,

54
2012). Así, la ciudad terminó tomando el nombre de la inteligente diosa.
Más allá de cualquier interpretación de ambos textos hay algo de fondo y
es, la mujer como representante de la paz.

La mujer en el contexto del conflicto armado en países Latinoamericanos


La guerra es un doloroso drama que, hasta el día de hoy, sigue
impactando la vida de millones de seres humanos, en uno de los
momentos civilizatorios que podrían pensarse de mayor alcance dados
el desarrollo y progreso globalizado. Un mundo interconectado, pero
donde la confrontación negativa brilla en cada rincón del mundo con
ráfagas de fusil antes que con actos simbólicos para celebrar la paz.
Colombia es solo un país más en la historia reciente de la humanidad
que ha estado inmerso en un conflicto armado. En medio del drama, nos
vienen informes desde los diversos confines del orbe, dando cuenta de
mecanismos de resolución implementados por las sociedades y del rol
que la mujer ha jugado en los mismos.

La historia latinoamericana ha dado muestras del papel de la mujer en


el ámbito de los conflictos generados especialmente con el desarrollo de la
confrontación ideológica en el marco de la guerra fría, que ha tenido para
el caso de Colombia un alcance que supera los años 80 hasta nuestros días.
Son representativos en el marco de estas confrontaciones el caso de Chile
con la dictadura de Pinochet, Nicaragua con la dictadura de la familia
Somoza; Paraguay, con Alfredo Stroessner, Argentina con Juan Domingo
Perón; Perú con Manuel Odría; Venezuela con el Coronel Marco Pérez
y la lista sigue (Arratia, 2010). Frente a este panorama, el conflicto cobra
vida y da origen a los grupos armados al margen de la ley, generando los
horrores de la violencia a lo largo y ancho del subcontinente americano,
donde la mujer ha jugado un papel significativo en las diferentes aristas de
los conflictos.

Desde la perspectiva de Andrade-Salazar et al. (2016, p. 295) la mujer


“se convierte en el blanco de acciones terroristas, dada su condición
humana, así puede ser utilizada como arma de guerra, reclutada, obligada
a servir a otro e incluso a abortar como medida de aseguramiento de su
pertenencia a ciertos grupos”. Esto permite encontrar tres escenarios que

55
dan lugar a la participación de la mujer en los conflictos latinoamericanos
(Ormachea-Choque, 2013): 1. Como combatientes ejerciendo liderazgo;
2. Como víctimas dada la violación de sus derechos humanos; y, 3. Como
constructoras de paz para ofrecer resistencia a la violencia.

Al analizar el rol de las mujeres como agentes armados fuera del


marco de la ley, se encuentra que hubo distintas manifestaciones de su
participación a lo largo del territorio latinoamericano.

En el caso del Perú, su participación fue un tanto excepcional porque,


gracias al dominio de algunos presupuestos de género y discursos
feministas, se logró vincular a mujeres, jóvenes profesionales, estudiantes,
campesinas, al conflicto armado, tanto así que entre las milicias de
Sendero Luminoso, aproximadamente el 40% eran mujeres, “nunca en una
guerrilla latinoamericana se había visto a las mujeres en rangos tan altos
de jerarquía, dirigiendo operaciones y encargándose de las ejecuciones”
(Boutron, 2014, p. 238).

En Nicaragua, Salvador y Guatemala, el rol de las mujeres en los


conflictos fue más pasivo, o bien no se visibilizan como actor armado,
dado que ellas aun cuando podían estar a favor de los grupos insurgentes,
siguieron atendiendo las labores de la casa. Este escenario fue propicio para
construir paz desde el hogar, ya que al acompañarse en dolor, a manera
de resiliencia comienzan a desarrollar medidas de afrontamiento que les
permitieron resistir tiempos de violencia y servir de apoyo y sostén para
las comunidades (Mendia, 2010).

Sin embargo, muchas veces la violencia misma no lo permite porque


cuando es opresiva “las mujeres víctimas de la guerra, son coartadas de su
posibilidad de expresión bajo la amenaza del desplazamiento, la tortura y
la desaparición forzosa, motivo por el cual ellas silencian sus protestas y
ejercen liderazgos camuflados bajo otras figuras de poder en la comunidad”
(Andrade-Salazar et al., 2016, p. 292). Así emerge la participación de
la mujer como víctima. Aquí son los cuerpos quienes sufren la primera
secuela del conflicto armado al ser “destrozados, mutilados y violados”
(Villegas, 2010, p. 7).

56
La mujer en el contexto del conflicto colombiano
De acuerdo con el Consejo Noruego para Refugiados (2014) el conflicto
colombiano es el más largo del mundo. Responde a una construcción
histórica de dos siglos de polarización que nos ha puesto en dos orillas
que parecen irreconciliables, que se asentaron profundamente a partir
del surgimiento de la insurgencia en los años 60 para impactar a más de
cinco generaciones en todo el territorio nacional. Como consecuencia de
esto, se generaron flagelos como los grandes procesos de desplazamiento
forzado, crímenes selectivos, masacres, secuestros, desaparición forzada,
que se agudizaron en una compleja combinación de actores armados desde
los años 80 con la aparición del paramilitarismo y el narcotráfico.

Dada esta situación, cargamos con una historia marcada por la violación
sistemática de los derechos (CIDH, 2018) que a pesar del fin del conflicto
con las FARC no disminuye, especialmente con la población civil y líderes
comunitarios. Este lastre impacta profundamente a la nación de manera
directa e indirecta en todos los aspectos de la vida, entre ellos la salud
mental (Fernández et al., 2014; Aslund, Starrin & Nilsson, 2014; Utria-
Utria et al, 2015); pérdida de la identidad social y desarraigo cultural,
debilitamiento en la estructura familiar patriarcal y de los roles de los
géneros en las prácticas de sexualidad (Correa et al., 2009; Bello , 2004), el
resquebrajamiento del tejido social y del capital social (Hurtado, García &
Copete, 2013), empobrecimiento representado en el 28% de la población
equivalente a 13,64 millones de personas pobres en el país y un 8.5% en
pobreza extrema (CEPAL, 2018), lo cual deteriora el bienestar y calidad de
vida de una parte significativa de la población.

Estos aspectos si bien afectan a la sociedad en general, son las mujeres


quienes se han visto profundamente afectadas con heridas que marcan sus
vidas de manera significativa, desde los diferentes escenarios en que se
han visto vinculadas al conflicto armado.

Como víctimas, en cuanto constituyen el 49.73% de las 8.347.566


personas en el Registro Único de Víctimas (2018), esto es 4.151.416
mujeres, de las cuales 3.780.667 fueron desplazadas de manera forzada;
458.781 víctimas de feminicidio y 191.784 amenazadas; 77.100 víctimas de

57
desaparición forzada; 47.627 perdieron sus muebles e inmuebles; 40.231
víctimas de actos terroristas, atentados, combates y hostigamientos y
17.350 víctimas de abuso sexual en la guerra.

Como victimarias, las mujeres han participado activamente en el


conflicto, vinculándose a los grupos armados ilegales donde han alcanzado
niveles jerárquicos, y ejercieron violencia a una escala de gran magnitud.
Ejemplo de ello, son las mujeres de las FARC quienes tuvieron un rol
de combatientes y algunas lograron ascender hasta mandos medios. Las
razones que llevaron a estas mujeres a ingresar a las FARC son diversas,
descontento con la sociedad en la que vivían, curiosidad, otras por
lograr prestigio y respeto dentro de la comunidad, o porque se sentían
atraídas por las armas y el estilo de vida al interior de estos grupos, lo cual
independientemente de la razón, la presencia de un conflicto armado las
condujo a asumir roles y las enfrentó al horror de la violencia (Barros &
Rojas, 2015).

Mujeres en el posconflicto y construcción de paz dentro del contexto


latinoamericano.
Antes de adentrarnos en el tema en cuestión, se hace pertinente
mencionar que han habido a nivel global unas contribuciones
importantísimas en la documentación sobre la mujer como hacedora de
paz en diversos conflictos a nivel mundial, pero no se profundizarán en
este capítulo. Solo por citar algunos casos, se recuerda el de las mujeres
activistas del norte de Uganda bajo el nombre de Intercambio Cultural
Internacional de Mujeres Isis (Isis-WICCE en inglés) que replantearon
el modelo de posconflicto dándose cuenta que para la reconstrucción
de paz no solo se necesitaba escuchar las voces de las afectadas, sino que
había que ofrecer atención médica inmediata (Chigudu, 2016). El segundo
ejemplo ha sido el de las mujeres en Liberia, que como menciona Spain
(2018) se han caracterizado por su liderazgo e iniciativas por la inclusión
en la construcción de paz incidiendo en el cambio de las normatividades
del posconflicto. Finalmente, otro ejemplo destacable es el caso de
Rwuanda (Anderson & Swiss, 2014) donde lograron una equidad política
en cuanto al número de mujeres en un parlamento con un porcentaje
de participación del 64%. Estos lugares, tanto Liberia, como Uganda y

58
Rwuanda son considerados casos exitosos de posconflictos que según
Tajali (2013) y Anderson et al (2014) los ha favorecido el hecho de que
exista una equidad de género en la distribución de cargos públicos.

Desde la perspectiva de ONU Mujeres (2017), cuando las mujeres


ejercen influencia en los procesos de negociación se ha presentado una
mayor oportunidad para llegar a un acuerdo dado que su participación
como testigos, firmantes, mediadoras y/o negociadoras registran un
aumento de un 20% en la probabilidad de alcanzar un acuerdo de paz
perdurable en los siguientes dos años a los acuerdos, con posibilidad de
aumentar un 35% a lo largo del tiempo. A esto se suma la probabilidad de
mayor estabilidad política, tendencia a resolver los conflictos por la vía
negociada, a preocuparse por los problemas sociales, fundamentales en
procesos de reconciliación.

En el caso que nos concierne en este apartado, los procesos de


posconflicto en Latinoamérica no son ejemplos de visibilidad de las
mujeres en la negociación: “ausencia es la palabra utilizada por algunas
investigadoras como el concepto que mejor expresa la forma en que las
mujeres participaron en los procesos formales de la reconstrucción de
posconflicto en Centroamérica (Nicaragua, Guatemala, El Salvador)”
(Mendia, 2010, p. 57). En este caso hablan de la ausencia física en las
mesas de negociación, en los procesos de demanda en los acuerdos de paz,
en el reconocimiento de la contribución de las mujeres en las luchas a
favor de los desaparecidos, los derechos humanos y la paz, ausencia de
su voz en cuanto a las denuncias y dolores, invisibilidad de sus esfuerzos
en la reconciliación familiar y social, etc. Esto encuentra su explicación
en que las mujeres “a menudo están excluidas de la reconstrucción de las
sociedades del posconflicto por lo tanto, abordar el desconocimiento de
las mujeres y el de la dominación masculina casi nunca está en la agenda de
la reconstrucción porque los hombres establecieron esa agenda” (Garnnet,
2010, p. 3). Han sido los hombres en las negociaciones y reconstrucción
de paz en el posconflicto los que han definido los puntos de esa agenda,
las prioridades y la planificación de los programas de intervención para el
restablecimiento del trauma psicosocial.

Esto resulta contradictorio porque a pesar de las evidencias de la


importancia y efectos de la participación de la mujer en los procesos de

59
negociación, en tanto impulsan acuerdos perdurables y generan una mayor
tendencia a la estabilidad política, la mujer juega un papel profundamente
limitado en dichos procesos (UN Women, 2012). Un estudio realizado
por ONU Mujeres con una muestra de 31 procesos de paz que tuvieron
lugar entre 1992 y 2011, señala que solo un 4% de los signatarios, un
2,4% de los mediadores principales, un 3,7% de los testigos y un 9% de los
negociadores fueron mujeres (UN Women, 2012).

Sin embargo, se pueden destacar contribuciones que dan otra


perspectiva en cuanto a la participación de las mujeres en el posconflicto,
como lo es el caso de Michelle Bachelet en Chile, que dentro de su plan
nacional ha normativizado la atención a las mujeres y niñas del conflicto
armado; en Perú la directora Claudia Llosa nominada al Oscar con la película
La teta asustada a través del cine reconstruye la sensibilidad con respecto
a las víctimas del conflicto (Rueda, 2015; Rojas, 2017), también las siete
narradoras, Jennifer Thorndike, Christhiane Félip Vidal, Nataly Villena,
Ysa Navarro, Karina Pacheco, Claudia Salazar Jiménez y Julia Wong
(Ferreira, 2017), que desde los cuentos se solidarizan con las mujeres y
niñas víctimas del conflicto armado en este mismo país. Se puede resumir
entonces tres formas de construcción de paz: 1. Participación política y
liderazgo, 2. A través de las narrativas u expresión literaria, y 3. A través
de otras formas de arte como el cine, la fotografía, la pintura.

Grosso modo se ha hecho una generalización de la participación de la


mujer, pero muy seguramente han de haber en toda Latinoamérica varios
casos en los que las mujeres construyen paz desde sus hogares y otras
formas de participación que aún quedan por ser exploradas y visibilizadas.

Mujeres en el posconflicto y construcción de paz dentro del contexto


colombiano.
Las mujeres en Colombia han participado en el proceso de negociación,
donde lograron incluir aspectos asociados a la mujer y a la violencia de
género durante el conflicto. Sin embargo, solo tuvo una inclusión de
signatarias y mediadoras de un 3 %. De acuerdo a la Oficina del Alto
Comisionado para la Paz (2016), la participación de las mujeres se centró
en lograr la inclusión de temas relacionados con la igualdad, violencia y

60
perspectiva de género y en la mesa hubo una participación de 36 mujeres
víctimas del conflicto armado. Le antecedieron algunas reuniones
encaminadas a realizar aportes a la construcción de la paz como la Cumbre
Nacional de Mujeres y Paz en el 2013, donde se llegó a la conclusión de
establecer la importancia de la participación de la mujer en el procesos
de paz, aportando su experiencia, sus aprendizajes y su trabajo (Muñoz-
Pallares & Ramírez, 2013).

Además de participar en este escenario, las mujeres víctimas en


Colombia han jugado un papel fundamental en la construcción de espacios
encaminados a dar respuestas oportunas para las necesidades de esta
población, desde antes de los acuerdos y como parte de un largo proceso
de construcción de paz (USAID, Organización Internacional para las
Migraciones , Unidad de Atención y Reparación a las Víctimas, s.f.) y se
proyecta como un factor fundamental en el posconflicto, con el rol que
desempeña en la reconstrucción del tejido social y la normalización del país.

En los últimos años, se han conformado organizaciones de mujeres


de diferentes lugares de la geografía nacional, que han encaminado sus
esfuerzos a la reconstrucción del tejido social con el objetivo de aportar
a la construcción de paz (PNUD y UNIFEM, 2010). Ejemplo de esto lo
constituyen las tejedoras de Mampuján en Montes de María-Colombia
(Parra, 2014), que a través de los mantos han relatado la historia de aquel
pueblo afectado por el conflicto armado y en medio de tejidos cosen el dolor
de sus heridas logrando contribuir a la reconciliación de la comunidad
con la sociedad colombiana; las Mujeres Emprendedoras Castilleras, de El
Castillo y la Asociación de Mujeres por Vistahermosa (Asomuvi), ambas
del Meta, quienes “han abierto espacios para su inclusión social y política
y han gestionado el apoyo de organizaciones nacionales y de cooperación
internacional para impulsar sus iniciativas” (PNUD et al, 2010, p. 7).

Finalmente, abordar el papel de la mujer en el postconflicto implica


hacer énfasis en su rol de restitución social y la reconstrucción de la paz,
en especial en cuanto se legitimen y valoricen valores femeninos como la
afectividad solidaria, la cooperación, la inteligencia emocional, la empatía,
la intuición y la sabiduría del cuerpo, con los cuales según ONU Mujeres
(Segundo Foro, Palabra de Mujer, 2015) las mujeres entren a enfrentar
otros roles y retos en esta nueva etapa por la que atraviesa el país.

61
Las voces de la mujer desde las profundidades de las comunidades:
una experiencia con grupo focal.
Las mujeres en las comunidades han desarrollado un proceso
silencioso, pero fortalecido, desde la formación que desde diferentes
ámbitos de las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales
han aportado y mediante sus propios procesos de organización
comunitarias de base. Muestra de ello es la capacidad de dar respuesta
teniendo en cuenta diversas aristas en torno a la necesidad de aportar en
la construcción de paz.

En un grupo focal con mujeres de una comunidad vulnerable de la


ciudad de Barranquilla, se formuló una pregunta central en torno a cuál
piensan ellas es el papel que pueden jugar en la construcción de paz. Se
encontraron aportes significativos en varias dimensiones que van desde
la cotidianidad de la familia hasta procesos organizativos que consolidan
una acción en torno a este reto que las convoca y las convierte en
líderes comunitarias y sociales. Las categorías que fueron emergiendo
del grupo focal fueron: la empatía, derechos humanos, comunicación,
justicia, discriminación, construcción de paz en la cotidianidad, perdón y
reconciliación.

Empatía. La palabra empatía es de origen griego empátheia que


significa “emocionado” y se define como la intención de comprender los
sentimientos y emociones, intentando experimentar de forma objetiva y
racional lo que siente otro individuo. Es la participación afectiva de una
persona en una realidad ajena a ella, generalmente en los sentimientos
de otra persona. Desde la perspectiva de Molina (2017), la posibilidad
de ampliar los repertorios interpretativos mediante la empatía, genera
consideración por el otro como requisito para restaurar el vínculo social.
Parte de este sentimiento implica poder comprender que la construcción
de paz es un proceso, que no es fácil transitar, dadas sus propias dinámicas
y contradicciones de una nación acostumbrada a vivir en el conflicto y con
un profundo temor al cambio, a la incertidumbre y a lo emergente, lo cual
está impregnado de una diversidad de interpretaciones y de perspectivas
que han marcado la historia de la nación y que se constituyen en una huella
del conflicto en la vida de todos.

62
La empatía presente en la mujeres participantes se expresa en
afirmaciones como: “es necesario comprender que los combatientes fueron
a la guerrilla por causas ajenas a su voluntad”, o esta interpretación de la
pertenencia a la vinculación a grupos armados: “otros fueron, especialmente
profesionales, porque pensaron que podían cambiar el mundo”, o visto de
manera menos descalificadora: “eran revolucionarios que querían mejorar la
sociedad”.

Entender lo que pasó, resulta fundamental para lograr la empatía.


Las participantes daban sus propias versiones, producto de sus vivencias.
Esto nos da una idea de la profunda necesidad que tienen las personas de
conocer la verdad, como base de la reconciliación. Uno de los componentes
fundamentales de la Justicia Transicional es la verdad como parte de la
empatía, en el sentido que permito romper con el silencio de los hechos y
el encubrimiento de los victimarios, propiciando reconocimiento político
y ético de la población.

“Preguntarse cosas como las causas del conflicto… pero ¿quién lo comenzó?
Fueron ellos, ¿por qué se exigió?, ¿por qué siguieron?”; “Se sentían vulnerados
en sus derechos, y así se formaron muchos”; “Yo creo que muchas personas son
víctimas, pero no se han informado el porqué de la guerra, porqué se agarró
la guerra”.

A lo que ellas se respondían entre sí:

“La guerra la inició el Estado, la guerra la inició el ejército, inició en la


historia y los principales que vulneraban los derechos era el Estado, por eso
se creó la primera guerrilla, para defendernos del Estado, no de los que usan
corbata… hablo del ejército, él entraba a las casas, que nos vulneraban nuestros
derechos… Esa gente comenzó a defenderse y se llamaron guerrilla, bueno,
guerrilla no, ellos tenían otro nombre que ahora no recuerdo, pero esa era la
forma de defenderse de la guerra…”

Derechos humanos. Son entendidos como las condiciones


indispensables para garantizar la dignidad humana y hacer posible que las
personas vivan en un entorno de libertad, justicia y paz. La declaración de
los derechos humanos se realiza por parte de la Organización de Naciones
Unidas en el año de 1948, comienza con consideraciones fundamentales

63
como “que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base
el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales
e inalienables de todos los miembros de la familia humana y que su
desconocimiento o falta de aplicación han generado actos de barbarie,
horror y miseria y en su lugar promover el desarrollo de relaciones
amistosas entre las naciones, quienes han reafirmado, los derechos
fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana
y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado
resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro
de un concepto más amplio de la libertad” (preámbulo de la declaración).

Desde la perspectiva de varias de las mujeres participantes, aparecen


diferentes aspectos asociados a los derechos humanos. Para las participantes
es parte de su papel como constructoras de paz, la posibilidad de aportar
en la defensa y exigibilidad de los derechos humanos, especialmente de las
víctimas, tal como lo expresa la siguiente participante:

“¿Qué se puede aportar? Defender los derechos humanos de las víctimas,


ayudar a restablecer derechos de mujeres y jóvenes”, o de otra participante
quien dice: “Porque no creo que aquí hayan mujeres que digan que no se
puede lograr la paz, sí se puede lograr en torno a que se logren restablecer los
derechos que fueron vulnerados. Entre los niños y las mujeres que fueron las
más masacradas podemos decir en estos…60 años de guerra, si otros países lo
han logrado, ¿por qué nosotros no lo podemos lograr?, para ello es necesario
defender los derechos de todos, pero especialmente de las víctimas”.

Comunicación. Una comunicación entendida como la capacidad de


reconocernos como otro en la convivencia, que permita espacio y tiempo
para escuchar al otro, ser capaces de ir más allá de la lógica de fines y
medios para explorar otras posibilidades, establecer lazos y puentes para
encontrarnos con el otro y ser un medio para que la palabra circule,
se lea y se interprete a partir del establecimiento de nuevas formas de
relacionarnos (Hoyos, 2001).

Esta categoría representó una constante en el discurso de las líderes


comunitarias donde identificaban la necesidad de una comunicación y
diálogo, incluyendo la forma de comunicarse a través de las redes sociales,
haciendo un claro llamado a que es a partir de conversar que se pueden

64
llegar a acuerdos, empezando por la familia y la comunidad, pero teniendo
en cuenta los medios de comunicación y el uso las redes sociales de manera
positiva, lo cual es expresado en la siguiente intervención: “Nosotros debemos
dialogar y conciliarnos con esas personas. Dialogar con esas personas, no ir con
palos, machetes, pistolas… tenemos que dialogar de forma amigable, con buenas
palabras, con buenos términos y dialogar. Sí se puede hacer una conciliación”.

Un componente fundamental de la comunicación incluiría presentar


una información veraz frente al proceso de paz y los acuerdos de La
Habana, los cuales desde la perspectiva de las participantes eran extensos
y confusos, además de la desinformación que se generó a través de los
medios de comunicación y las redes sociales. Esto se evidencia cuando
expresan:

“¿Se acuerda cuando hubo ese sí por la paz que se quedó en el camino? Era por
la mala información que había, porque si nos damos cuenta de todo el proceso,
de la información exacta, de lo que sí iba para la paz, no se dio”; “y mira todo
lo que contenía ese sí por la paz. Muchos hubiesen votado por ese sí por la paz,
pero ¿qué era lo que había?, que la gente, porque yo lo puedo decir, que se le
daba más prioridad a la guerrilla que a las víctimas, o sea, eso es algo que
hay en el ambiente y que ellos como víctimas sienten que es así, que a ellos
se les ha despreciado y que al guerrillero se le ha premiado por lo que le hizo
a la sociedad, pero si en un momento dado nosotros buscamos, analizamos ,
bajamos (información de internet), podemos decir que no es así, que sí está
latente, que hay muchas cosas pendientes por ingresar, pero que sí se puede,
que nosotras podemos construir esa paz”.

Justicia. Otra de las categorías emergentes fue la necesidad de


hacer justicia, siendo una de las categorías de mayor presentación,
entendiéndola de dos formas: como justicia retributiva y como justicia
restaurativa, en todo caso informadas y conociendo sus implicaciones.
La palabra justicia proviene del latín justitia  que significa justo. La justicia
es un concepto que manifiesta la equidad ante un juzgado y un verdugo que
dictaba condena, justa o injustamente. La justicia busca dar a cada uno lo
que le corresponde. La justicia retributiva tiene como propósito el castigo
a la infracción de la ley, y parte de entender una sociedad de individuos que
es regulada por un contrato social. Se enfoca principalmente al tratamiento
que debe dar al ofensor y generalmente deja de lado a la víctima. Mientras

65
que la justicia restaurativa se concentra en reparar el daño causado a las
personas y las relaciones más que a castigar al delincuente, enfocándose en
garantizar la cohesión social (Márquez-Cárdenas, 2007).

Quienes hablaron de la justicia retributiva se mostraron más reacias a la


construcción de paz en los términos que se han planteado en los Acuerdos
de La Habana. Es importante mencionar que esta fue la forma de justicia
que más se planteó por parte de las participantes, lo cual permite reconocer
que no hay una apropiación de la alternativa de la justicia restaurativa,
ya que no se considera suficiente para responder al daño causado en las
victimas. Desde esta perspectiva plantearon:

“Hacer justicia pero en la medida en que la persona que le hizo daño pague,
yo sé que ella se va a sentir bien”. Y en ese orden de ideas: “Si se puede,
que paguen lo que tengan que pagar, si se puede, para que haya perdón.
Mucha gente tiene que pagar por lo que hizo, porque si a mi mamá a la que
le mataron al hijo, a mi hermano, el día en que me digan ‘mira, agarraron a
fulanito el que mató a tu hermano’ tu sientes que esa persona va a pagar todo
ese daño que hizo, va a pagar en cierto momento lo que una vez hizo; que estén
arrepentidos, algunos, porque no todos, pero tu sientes que esa persona está
pagando por lo que hizo”

Por su parte frente a la justicia restaurativa, desde la perspectiva de


Sampedro Arrubla (2005) no reconoce el proceso penal como un simple
proceso de sanción frente a una falta, va más allá, admite que el delito
causa un daño y que este, además de ser sancionado, debe ser reparado
para sanar las heridas. No es una justicia sancionadora, es reparadora, y,
como tal, reconoce que los actores del conflicto deben participar en su
solución, para pasar de castigar al culpable (justicia retributiva) a reparar a
la víctima y restaurar el lazo social fracturado por el infractor.

Subijana-Zunzunegui (2012), presenta una reflexión en torno a la


justicia restaurativa desde un paradigma de humanidad, donde se busquen
satisfacer lo más posible las necesidades de los seres humanos, tanto
víctimas como victimarios participan en el proceso que se promueve ante
jueces o tribunales. Para ello se deberá tener en cuenta el hecho en sí, lo
que ocurrió, la significación jurídica, es decir el sentido que se le atribuye
a lo que sucedió y, la reacción o respuesta que se da conforme al “sentido

66
que se le atribuyeron a los hechos, comprendiendo el sentido subyacente
de los intereses en conflicto” (Subijana-Zunzunegui, 2012, p. 145), para lo
cual se tienen en cuenta la dignidad de la persona, los derechos inviolables
que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad y el respeto
a la ley y al derecho de los demás. Además se consideran las necesidades
del infractor, de la víctima y de la comunidad, lo cual permite a cada uno
ofrecer su versión, “aquella que nace de valores como la comprensión de
lo ocurrido, la responsabilidad por el daño causado, la potencialidad del
desarrollo personal a partir del aprendizaje de la experiencia, la recreación
del vínculo dañado y, finalmente, el compromiso comunitario” (Subijana-
Zunzunegui, 2012, p. 148).

Se presentaron muy pocas respuestas a su favor por parte de las


participantes, ya sea por desconocimiento o por considerar que esta
forma de reparación no responde al grado de afectación que han vivido
las víctimas, aspecto que entra en la categoría de justicia retributiva. Sin
embargo, se alzaron algunas voces que consideran que es importante
conocer las implicaciones de la justicia restaurativa y que debe capacitarse
en el tema, ya que algunas participantes se mostraron conocedoras
y plantearon la necesidad del perdón y la reconciliación e incluso se
ofrecieron a ayudarlas a perdonar, “en razón de la… tranquilidad que ello
trae a quien perdona”. O de intentar explicar a sus compañeras que “A veces
se necesita una justicia que aunque no paguen cárcel, ayuden a las víctimas, es
decir, cosas como el desminado, o el pedir perdón y decir la verdad, aunque a
veces no es lo que se quiere, se puede, pues así avanzamos a la paz”.

Perdón. Se entiende como el proceso en el que se retiran los


sentimientos negativos o las emociones displacenteras (resentimiento,
rabia, ira, deseo de venganza) de alguien a quien se considera responsable
de un daño previamente perpetrado (Pineda- Marin, 2017).

El perdón surge cuando se conocen las razones por las que el agresor
perpetró el daño “y el agredido en un acto de empatía y consideración por
el arrepentimiento o sufrimiento que también presente el agresor decide
sobreponerse al malestar y otorgarle de manera benevolente su derecho
a los sentimientos negativos” (Pineda-Marín, 2017, p. 24). El perdón
como respuesta positiva y saludable, mediante la decisión de liberarse de
la ira y renunciar a la búsqueda de revancha (Peña-Sarmiento & Valencia-

67
Casallas, 2017). Perdonar no es olvidar, en tanto la memoria es un factor
protector de la re-victimización. Pero para perdonar en un contexto de
posconflicto se requiere de un clima que posibilite el perdón.

Conforme a la pregunta ¿Usted cree que puede perdonar?, una de ellas


respondió: “Claro que sí. Porque en el momento que el hizo eso de pronto él
estaba viviendo esa vida, pero si el regresó, de pronto el obtuvo ese perdón, de
pronto se arrepiente de eso que hizo y yo estoy viendo su cambio, entonces sí”. Por
otro lado también se dijo:

“Con el tema del perdón… perdonar no es olvidar, porque relativamente


siempre vamos a recordar algo que nos pasó y siempre vamos a tener presente
si me hicieron algo, X o Y situación que hemos pasado, pues… personalmente
perdono cuando recuerdo algo sin que me duela, cuando recuerdo que alguien
me hizo algo pero bueno, lo que pasé ya no me está doliendo, ya no hay heridas
en mi corazón, mi corazón prácticamente ya está cicatrizado, para mí en eso es
que se basa el perdón, el perdonar es recordar algo sin que nos duela”.

Reconciliación. Del latín reconciliatio : “acción o efecto de volver a


unirse. Dejar atrás una pelea o enfrentamiento”. Es un proceso complejo y
multidimensional (Peña-Sarmiento & Valencia-Casallas, 2017). Alterna-
tiva frente a la transformación pacífica del conflicto encaminado a esce-
narios de convivencia. Busca la reconstrucción de relaciones que se romp-
ieron mediante la construcción de nuevos espacios de interacción, sobre
la base de principios como verdad, justicia y reparación y no repetición.

Implica volver a interactuar y restablecer relaciones con quienes hasta


hace muy poco considerábamos enemigos y esto implica que interactuemos
con ellos en las diferentes esferas de la vida como el trabajo y el vecindario,
a la vez que implica que los excombatientes se readapten a una sociedad
que los ha deshumanizado. Se requiere de la reconciliación de toda la
sociedad (Peña-Sarmiento & Valencia-Casallas, 2017). La reintegración
implica un proceso de reconciliación. No necesariamente la reconciliación
obliga a perdonar o perdonar a reconciliarse.

Frente a la reconciliación las mujeres expresaron que era muy difícil


perdonar y por tanto reconciliarse: “Por eso digo, yo como persona puedo
perdonar, pero es muy difícil yo convivir con esa persona y de eso se trata la

68
reconciliación, es convivir con esa persona”, sin embargo hay participantes
que ven posible la reconciliación: “Creo que sí podemos hacer eso, una
reconciliación entre personas que vivan en el barrio, país, el departamento o la
persona, a través del diálogo, si estamos de acuerdo 2 o 3 personas, si podemos
hacer un proceso de reconciliación”; lo cual reafirmó otra participante cuando
expresó que:

“Pienso que es difícil pero no imposible, si nosotros disponemos nuestro corazón


y… dejamos de ser un poco altivos, o sea un poco la corrupción, el engaño y la
mentira y eso no se hace solo, tenemos que estar todos agarrados de la mano,
porque uno solo no lo puede hacer, tenemos que ir contra las barreras”.

Protagonismo en la construcción de paz y cambio de roles.


Las mujeres han asumido de manera sistemática un rol como agentes
de reconstrucción de paz desde experiencias personales hasta en el
contexto comunitario, con un liderazgo positivo y con el desarrollo de
capacidades para comprender y dar sentido a las experiencias vividas,
superando las relaciones antagónicas como amigo-enemigo y aportando
a la reconciliación. Lo cual ha sido parte de ese nuevo lugar que adquiere
la mujer cuando se ve enfrentada a la adversidad, asumiendo papeles
significativos como respuesta a la violencia a la que ha sido sometida en el
marco del conflicto, pero también a las nuevas demandas que enfrentan
en los lugares de asentamiento donde se han visto enfrentadas a sobrevivir
y a proteger a sus familias, generando valiosas experiencias de paz, más
allá de los escenarios de ámbito nacional que han sido fundamentales, tal
como lo afirman Andrade-Salazar, et al (2016) “su papel en los procesos
de mediación y decisión en acciones de conflictos locales (jueces de paz),
escenario en el cual su función conciliadora es vital para avanzar con los
diálogos encaminados al perdón” (p. 299).

Las mujeres participantes también destacaron expresiones como las


siguientes que evidencian empoderamiento femenino en la construcción
comunitaria de la paz, incluso en medio de una sociedad donde todavía el
machismo es un obstáculo:

“Que nosotras construimos el país, nosotras tenemos un gobernante pero las


que lo construimos somos nosotras, si nosotras las mujeres nos uniéramos más,
lucháramos más, este país cambiaría desde el cielo a la tierra; las que podemos

69
hacer de todo somos nosotras las mujeres, aunque digan que es el hombre
quien voltea, somos nosotras las administradoras de la casa, de la plata, lo que
pasa es que nosotras no nos hemos dado la importancia y el poder que nosotras
como mujeres tenemos en la familia, en la sociedad”.

“Pero eso viene de un sistema… de un sistema patriarcal que tiene muchos,


muchísimos años, donde se ha denigrado el valor de la mujer, donde la mujer
solo servía para asear su casa y parir, y muchísimas mujeres aun todavía
creen en lo mismo, entonces cuando la mujer se despierta, se libera de eso, ya
la mujer es esto y lo otro y entre nosotras mismas vemos a una mujer que está
liberada así y asa’o, entre nosotras mismas seguimos en las mismas”.

Prejuicio y discriminación. La discriminación se constituye en una


categoría de la cual las mujeres se sienten especialmente afectadas. La
discriminación social debilita el tejido y la cohesión social, en tanto se
constituye en actos lo que se origina en los prejuicios y que se nutren de
condiciones sociales o psicológicas asociadas a diferencias sociales, estatus
o posesión de poder. Son expresión de los juicios cargados “de sentimientos
negativos hacia los individuos o los grupos que tienen una pertenencia
social distinta a la propia, lo que causa por lo general, un rechazo. Un
prejuicio es una actitud, lo que implica una dimensión evaluativa acerca
de un grupo social particular” (Prevert, Navarro y Bogalska-Martin, 2012,
p. 11) que lleva finalmente a la discriminación como la expresión de
comportamientos negativos contra grupos sociales específicos.

Para las mujeres participantes en el grupo focal, se presenta un


señalamiento que se realiza desde el contexto social a diferentes grupos
que son categorizados por su condición de reincorporados o de víctimas,
encontrando para ambos excusas para mantenerlos aislados especialmente
si son mujeres. Para el primer caso expresan que los excombatientes
“quedan señalados por la sociedad”, y para el segundo respecto a las víctimas,
“algunas quedaron con cicatrices en el alma, en el rostro, pero hoy en día viven con
el fantasma de que la sociedad… quedan discriminados, que no les dan trabajo”,
“que no salían a la calle porque pues… las señalaban”.

Construir paz en la cotidianidad. Una categoría que se presentó


de diferentes maneras está asociada a la posibilidad de contribuir a la
construcción de paz desde la cotidianidad. Dentro de los aportes desde

70
el mundo de la vida cotidiana la mayoría de las mujeres participantes
consideraron que es en la familia donde se puede contribuir a la
construcción de paz, tal como lo evidencia la participante:

“O sea, yo pienso que se puede contribuir con respecto a mis hijos, yo voy
formando a mis hijos, o sea yo le digo papi, tú tienes que aprender a no ser
agresivo, pero si mami, fulanito me dice esto y lo otro yo tengo que pegarle y
eso entonces yo le digo, no mi amor, no tienes por qué ser así, o sea cálmate y
… no seas así, porque eso no lleva a nada, o sea, eso le inculco a mis hijos y el
respeto a las demás personas, o sea todo eso trato de inculcarle a mis hijos para
un futuro mejor en la comunidad y en la sociedad”. “Seguir adelante, saber
tener hijos, inculcarle valores, por eso la comunidad está como está, porque no
inculcan valores y no tienen a Dios en su corazón”.

Otro ámbito mencionado es el establecimiento de buenas relaciones


con los vecinos y la comunidad:

“Pero no vemos que las personas más cercanas a nosotros son nuestros vecinos,
entonces con un saludo, así, con una palabra que se le dé a una persona ya
tienes a un amigo, a una persona que va ayudarte, a extenderte la mano en un
momento de necesidad, porque a veces si nosotros vamos por una calle y no le
hablamos a nadie ¿será que nosotros estamos ayudando en algo?, a la paz, a la
cordialidad, al respeto, nada”; “como dijo aquí la tía… este respetándonos entre
nosotros mismos y ayudándonos sí se puede contribuir”.

Otras formas de contribución identificadas por las líderes comunitarias


fueron las siguientes:

“Pienso que es seguir capacitándonos y es seguir y no quedarnos allí, entonces


como dicen que la mujer es para la casa, para los hijos, hoy en día todavía veo
eso, que trabaje el hombre y la mujer en la casa, o sea, para mí personalmente
sería capacitarnos y no quedarnos allí”.

Muchas participaciones ejemplificaron espacios de construcción


cotidiana de convivencia y paz, el cumplimiento de valores y normas, el
respeto por el vecino, por el pasajero, por el estudiante, por las mujeres.
Dimensiones que ampliarían la intención de este documento, pero que
alimentan la idea de que se construye la paz en la forma de relacionarnos
y de hacer efectiva la ciudadanía y la democracia.

71
Conclusiones
Las mujeres frente al posconflicto y la posibilidad de contribuir a
la construcción de paz, han jugado un papel preponderante desde los
albores de la historia, quizá no son visibilizadas o convocadas de manera
significativa, pero sí han sido fundamentales en la consolidación de
la paz y en la reconstrucción del tejido social. Las evidencias muestran
además que a nivel global se han definido diferentes convenciones, cartas,
organizaciones que reivindican los derechos y las posibilidades que tienen
las mujeres como agentes fundamentales en la reconstrucción del tejido
social, la reconciliación, el perdón y la transformación de las relaciones
hacía la construcción de una cultura de paz.

En el contexto latinoamericano todavía los procesos de posconflicto


y la lucha por el reconocimiento están en construcción y visibilización,
hacia la consecución de garantías políticas, económicas y sociales, normas
de inclusión en los programas de posconflicto y mayor igualdad en la
repartición de cargos políticos.

En Colombia las mujeres han sido protagonistas de las dinámicas


sociales que se han definido tanto en el conflicto armado, como en los
procesos de negociación y en la construcción de paz. Llegar a la comunidad
en busca de mujeres que quisieran participar en este trabajo, nos llevó a
una dolorosa y a la vez enriquecedora experiencia. Muchas de ellas habían
sido víctimas, habían vivido el flagelo del conflicto e incluso la habían
enfrentado en sus cuerpos. Sin embargo, expresaron su liderazgo, su
voluntad de hacer parte desde su cotidianidad y comunidad para hacer
posible el perdón, la reconciliación y finalmente la paz.

Las mujeres que participaron en este trabajo han mostrado una


disposición que viene desde su historia, desde sus vivencias en el mundo
rural y en los procesos de asentamiento en los márgenes de la ciudad, con
la esperanza de un mundo mejor para ellas, sus hijos y sus familias. Sin
embargo, hay heridas que en algunas de las mujeres participantes están
todavía sangrantes y anegan sus vidas en un dolor que no se agota en
la distancia ni en el tiempo, después de vivir experiencias asociadas a la
violencia. Parte de esto se evidencia en el lugar que han ganado con en su

72
capacidad de liderazgo siendo no solo gestoras de cambio, sino sanadoras
con su palabra y su experiencia.

Las mujeres entrevistadas están ávidas de formación, buscan


conocimientos y se interesan por ganar herramientas que les permitan ser
activas en el mejoramiento de sus vidas y la de sus comunidades. Muchas
de ellas participan en procesos tanto con instituciones gubernamentales
como no gubernamentales.

Las mujeres enfatizaron aspectos significativos para la construcción y


consolidación de la paz, tales como la defensa de los derechos humanos, la
comunicación y el diálogo, la justicia, la no discriminación, el perdón, la
empatía, y la reconciliación, lo cual se consolida con el fortalecimiento de
procesos organizativos, y en el cambio de comportamiento en las relaciones
y el cumplimiento de valores en la vida cotidiana para hacer efectiva la
convivencia en paz. La normalización del país y la consolidación de la
paz pasan por un periodo similar al que nos ha costado vivir en conflicto,
es un proceso, por lo que indica tiempos de acción que no se realizan
de la noche a la mañana, y como sugiere Pineda-Marín (2017), hay que
reconocer que el pasado nos marca la vida como nación y que es con el
cambio en la forma de vernos y relacionarnos que podremos comenzar a
construir otras formas de relacionarnos y convivir.

Referencias bibliográficas
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los Derechos Humanos sobre la situación de los derechos humanos en
Colombia. Recuperado de: http://www.hchr.org.co/index.
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79
80
Capítulo V
Transgresión y transformación:
Estudio sobre la construcción de
identidad en mujeres trans
María Isabel Erazo Cortés
Ingrid Tatiana Chaparro

81
Introducción
Colombia se ha adherido al enfoque de derechos en un proceso que se
fortalece en la década de los 90, a partir de la Constitución de 1991. Dicho
enfoque, está orientado a la promoción y protección de los derechos
humanos, analiza las desigualdades que se encuentran como núcleo
de los problemas, corrige prácticas discriminatorias y problematiza el
reparto injusto del poder (ONU, 2006). Dentro de estas poblaciones que
han sido víctimas de posturas y prácticas discriminatorias están quienes
tienen construcciones de identidad de género y sexuales diversas como las
personas trans.

A pesar de que en Colombia se han adherido distintos instrumentos


internacionales8, se reconoce constitucionalmente el derecho al libre
desarrollo de personalidad y se rige por los principios de igualdad y no
discriminación, las prácticas sociales e institucionales distan mucho de
lo normativo y de los esfuerzos que el Estado ha hecho en las últimas
décadas para la garantía de los derechos de las poblaciones excluidas como
las personas trans.

Dentro del marco de estos reconocimientos de las realidades políticas y


sociales, en el contexto nacional, en los últimos años se han podido observar
avances en el reconocimiento de los derechos de la comunidad LGBTI
como la aprobación del matrimonio igualitario mediante Sentencia de la
Corte Constitucional Colombiana: SU214/16 y la adopción igualitaria:
Sentencia C-683/15. Si bien hay franjas amplias de la población que aún
tienen fuertes resistencias a la inclusión de las diversidades, se reafirma
que en términos de derechos civiles ha habido avances.

Sin embargo, se debe tener en cuenta que no todas las personas


que tienen identidades sexuales y de género diversas se ajustan a la
heteronormatividad; no están interesadas en las prácticas sociales y

8 La Declaración Universal de los Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derecho Civiles


y Políticos, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, la Declaración
Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, el Protocolo de San Salvador, los Principios de Yogyakarta sobre la aplicación de
la Legislación Internacional de Derechos Humanos a las Cuestiones de Orientación Sexual e
Identidad de Género.

82
culturales más tradicionales como contraer matrimonio, paternal y/o
maternal. Hay quienes desean otras cosas, entre ellas ejercer sus derechos
políticos y su ciudadanía de otras maneras. Es a través del mismo ejercicio
de la sexualidad y del cuerpo que se hace y se vive lo político. Desde la
distancia de la postura heteronormativa empieza a construirse otra forma
de ciudadanía, que tiene que ver con el cuerpo como un escenario político
donde se validan las identidades de género y sexuales no normativas, sus
prácticas y se visibilizan a través de distintas formas de comunicación
y todo lo anterior se convierte en una identidad individual, grupal y
comunitaria que vehiculiza el ejercicio de la ciudadanía.

El presente texto es producto de una investigación denominada: Mujeres


trans, Transgresión y transformación: Estudio sobre la construcción
de identidad en mujeres trans a partir de las categorías comunicación,
corporalidad y participación política. De metodología cualitativa, con
diseño fenomenológico. Realizada durante el año 2017, patrocinada por
la Corporación Universitaria Iberoamericana de la ciudad de Bogotá. Se
realizó con 11 mujeres trans que habitan o transitan el territorio social
constituido en el barrio Santafé de la ciudad de Bogotá.

En primera instancia se presentarán algunos conceptos que guiaron


conceptualmente la investigación, en las categorías conceptuales más
gruesas. En una segunda parte, se presentarán los detalles del abordaje
metodológico. En un tercer momento, se presentarán los resultados de la
investigación para entrar a la discusión en el mismo acápite. Finalmente,
se presentarán las conclusiones del trabajo.

Identidad
Concepto y acercamientos
En los estudios recientes en las áreas sociales e incluso humanidades,
el concepto de identidad ha cobrado especial relevancia. La comprensión
de las dinámicas, los procesos y los contenidos de las formas en que las
personas construyen el significado de “sí mismos” y de su relación con
“el otro” así como la relación con el entorno, resulta interesante. De la
Torre (2001), cuando habla de la identidad de un sujeto individual o
colectivo hace referencia a “procesos que nos permiten asumir que ese

83
sujeto, en determinado momento y contexto, es y tiene conciencia de
ser él mismo, y que esa conciencia de sí se expresa (con mayor o menor
elaboración) en su capacidad para diferenciarse de otros, identificarse con
determinadas categorías, desarrollar sentimientos de pertenencia, mirarse
reflexivamente y establecer narrativamente su continuidad a través de
transformaciones y cambios”.

También se ha mencionado que la identidad se construye en ejercicio


del reconocimiento de la diferencia con los demás, no al margen de esta
diferencia, sino a partir de ella misma. Los significados se construyen
a través de la relación con el otro. (Hall, 2003; Butler 1993). Haciendo
hincapié en lo anterior, el autor también refiere que se usan recursos
de la historia, la lengua, la cultura en el proceso de la construcción de la
identidad personal.

Como en otras muchas áreas de la conformación de las personas, la


identidad es un proceso que se da de manera individual, pero que está
afectado profundamente por lo social. Y es a través de la palabra, la
interacción con los demás que cobra vida y se constituye y se transforma:
“Precisamente porque las identidades se construyen dentro del discurso y
no fuera de él, debemos considerarlas producidas en ámbitos históricos
e institucionales específicos en el interior de las formaciones y prácticas
discursiva específicas, mediante estrategias enunciativas específicas” (Hall,
2003, p. 18).

Robbins (2003), citado por Hall (2003), propone una serie de figuras
que en el espacio de los estudios culturales que permiten teorizar sobre
el asunto de la identidad: “diferencia, fragmentación, hibridez, frontera
y diáspora.” (p. 153). En este estudio, donde se explora la forma de
construir la identidad transgénero se tendrá en cuenta una de ellas:
la fragmentación. En ella “se enfatiza la multiplicidad de identidades
y posiciones dentro de cualquier identidad aparente. De tal modo, ve
una identidad específica concreta o vivida como «una especie de unidad
desarmada y rearmada»” (p. 155).

Hall (2003), finalmente manifiesta que las identidades están cada


vez más fragmentadas y/o fracturadas, “nunca son singulares, sino
construidas de múltiples maneras a través de discursos, prácticas y

84
posiciones diferentes, a menudo cruzados y antagónicos. Están sujetas a
una historización radical, y en un proceso de cambio y transformación”
(Hall, 2003, p. 17). Esto puede verse especialmente en las dinámicas
que caracterizan la construcción de la identidad transgénero, tan ricas y
nutridas de diversas categorías identitarias que se suman, se contraponen,
se dividen, se reconcilian y vuelven a tomar distancia, en una suerte de
vida en permanente movimiento y fluidez.

Butler (1993) refiere que todas las identidades actúan por medio de la
exclusión, “a través de la construcción discursiva de un afuera constitutivo
y la producción de sujetos abyectos y marginados, aparentemente al
margen del campo de lo simbólico, lo representable —«la producción
de un “afuera”, un dominio de efectos inteligibles» (1993, pág. 22), que
luego retorna para trastornar y perturbar las exclusiones prematuramente
llamadas «identidades».” (Hall, 2003, p. 35).

Realidades diversas
La lógica binaria en la comprensión del mundo ha ido fracturándose
en los últimos años. Han emergido nuevas formas de mirar “al otro” y de
mirarse a sí mismo. Expresión de ello es el proceso de construcción de la
identidad de género, que se entiende como la construcción cultural que
se da en el marco de las relaciones sociales, “se configura en un proceso
de heterodesignación y de autonombramiento (generalmente asociado
con la autoconstrucción del sujeto político y social)” Alcaldía Mayor de
Bogotá (2013, p. 32). Es importante el carácter social, cultural e histórico
que contribuye en la construcción personal de las identidades de género
y sexual: “(…) el axioma foucaultiano del carácter socio-histórico de la
actividad sexual plantea que la sexualidad no es una esencia inmutable,
transcultural y ahistórica, sino una actividad humana sujeta a condiciones
sociales y culturales que están sujetas a interpretación y valoración por
parte de un amplio número de discursos no sólo teóricos” (López, 2008,
p. 126).

Hay unas expresiones del género y sus identificaciones que resultan


socialmente más complejas: las identidades trans. Son las personas
que nacieron con un sexo biológico determinado y experimentan una

85
sensación subjetiva de molestia con los roles de género estáticos asignados
socialmente y que se ven obligados a representar. Por tanto, hacen
transformaciones corporales, psicológicas, sociales, culturales y políticas
para dar forma a aquello con lo que sienten que se identifican mejor en
términos de los roles de género.

Esta categoría tiene un paraguas amplio de posibilidades de


identificación: trasngenerista, travesti, transformista, transexual. Lo
importante es resaltar que para la comunidad, la identidad trans es una
postura política: “(…) construcción de identidad política, donde las
personas asumen, se construyen y auto determinan como trans para
hablar de la experiencia de tránsito entre los sexos y el género, la que se
constituye en una propuesta cultural y política frente a la opresión de los
sistemas sexo-género hegemónicos.”, Alcaldía Mayor de Bogotá (2013,
pp. 32 -33).

Corporalidad
El cuerpo es considerado un “agente y un lugar de intersección tanto
del orden individual y psicológico como social; así mismo, es visto como
ser biológico pero también como una entidad consciente, experiencial,
actuante e interpretadora”. Lyon y Barbalet, citados por Esteban (2013,
p. 25). En la presente investigación, ese rol de lazo comunicante entre lo
biológico, lo psicológico y lo social, cobra especial relevancia, considerando
que el cuerpo representa para las identidades trans, el escenario primordial
de la comunicación, de la expresión, de la participación y del “performance”.

Debe considerarse la importancia del cuerpo en la experiencia del ciclo


vital, Merleu-Ponty (1945) plantea que el cuerpo “es el vehículo del ser en
el mundo”. Cuerpo y mundo son indisociables, en la medida en que es a
través del mundo que el individuo toma conciencia del cuerpo, al mismo
tiempo que es a través de este que toma conciencia del mundo.

Esteban (2013) refiere que “el cuerpo permite acceder a un análisis


de la existencia humana y la cultura, las relaciones entre sujeto, cuerpo y
sociedad, entre naturaleza y cultura, entre lo orgánico y lo cultural, de la
construcción, pero también de la fragmentación del sujeto” (p. 28).

86
Torras (2007) entiende el cuerpo como una frontera entre lo interno
y lo externo, que tiene una relación en doble vía con el entorno social y
cultural, pues el cuerpo lo compone, pero también está instituido por él
(Ibid, 2007).

Finalmente, Torras (2007) reflexiona en torno al género en relación con


el cuerpo, y rescata la propuesta de Butler, que nos lleva a pensar el cuerpo
y el género como el resultado de la naturaleza cultural y política, que no
son innatas, ni preceden al sistema social, y que son parte de este proceso,
por tanto no se deben separar, pues están ligadas al discurso, como parte
del lenguaje, y por ende, de la cultura; así mismo la capacidad de actuar
que tienen los sujetos existe en relación a lo que denomina condición
textual y discursiva, pues las conductas, las apariencias, las características
y acciones de los cuerpos y de los textos, se pueden homologar con la
gramática en el lenguaje, convirtiéndose en la gramática de los cuerpos, el
cuerpo no puede desatarse de las construcciones que le componen, porque
entonces dejaría de ser cuerpo, es entonces cuando se hace indudable que
el cuerpo es evidente, y a la vez, simbólico y complejo.

Participación política
Montero (2004), define la participación comunitaria como “un proceso
organizado, colectivo, libre, incluyente, en el cual hay variedad de actores,
de actividades y de grados de compromiso, que está orientado por valores y
objetivos compartidos, en cuya consecución se producen transformaciones
comunitarias e individuales” (p. 229). Dicha participación, según la misma
autora, representa unos beneficios importantes para las personas: el
desarrollo y crecimiento personal, el logro de objetivos beneficiosos para
la comunidad, la satisfacción de necesidades conjuntas, el desarrollo del
sentido de comunidad y por tanto de filiación y membresía. Se sabe que
esta participación comunitaria tiene un efecto político (Montero, 2004)
pues en este ejercicio se construye ciudadanía, se despliega y robustece la
sociedad civil y hay un aumento de la responsabilidad social.

La participación política, a su vez, representa “la acción realizada


por ciudadanos privados con el objetivo de influenciar las acciones o
la composición del gobierno nacional o local” (Delfino, G. & Zubieta,

87
E., 2010). Esta participación política incorpora las acciones que están
normalizadas dentro del sistema y que también buscan transformar las
decisiones del gobierno o afectar la agenda pública.

Ciudadanía queer
Las teorías queer se interesan, especialmente, por las cuestiones
relacionadas con la administración y el control del género. “En realidad, se
articulará en torno a una idea central: los cuerpos poseen una significación
política de primer orden” (Sierra, 2009, p. 30). Es desde la distancia de la
postura hegemónica, que empieza a construirse otra forma de ciudadanía,
que tiene que ver con el cuerpo como un escenario político donde se validan
las identidades de género y sexuales no normativas y sus prácticas. Debe
recordarse que “los miembros de tales grupos se sienten excluidos no solo
a causa de su situación socioeconómica sino también como consecuencia
de su identidad sociocultural: su ‘diferencia’” (Kymlicka, 2007).

Butler (1999) refiere que el cuerpo es una “sinécdoque del sistema


social” vulnerables en sus márgenes y por tanto con márgenes peligrosos.
Concurren sistemas abiertos y cualquier tipo de permeabilidad no
regulada se convierte en un riesgo. Por tanto, “en contextos homosexuales
y heterosexuales, las prácticas sexuales que abren superficies y orificios
a una significación erótica y cierran otros circunscriben los límites del
cuerpo en nuevas líneas culturales” (Butler, 1999, p. 260).

Se presentan resistencias a la identidad trans por transgredir principios


básicos de lo biológico, lo moral, lo cultural, lo político. La posibilidad de
transformar etiquetas sociales como “anormalidad, enfermedad, pecado,
delincuencia” es un reto para las identidades trans y se esfuerzan en
encararlo viviendo y ejerciendo la política desde su propio cuerpo, desde
sus tránsitos y desde sus prácticas no heteronormativas.

Comunicación
La comunicación emerge como una categoría fundamental en la
construcción de la identidad, en los ejercicios de reconocimiento de sí
mismo y del “otro”, y también de cómo la cultura en la que se está inmerso

88
comprende a las personas. Las dimensiones intrapersonal, interpersonal y
sociocultural de la comunicación y sus metacompetencias (Bernal, 2003)
dan cuenta de los procesos comunicativos que agencian y permiten la
interacción con el otro en un ejercicio de doble vía ya que esta interacción
impacta en el proceso de identidad.

Se concibe la comunicación inicialmente como la herramienta


fundamental de interacción social, es a partir de la intersubjetividad
que se genera el sentido, los sistemas simbólicos, representativos y
normativos con los que se interpreta el mundo y es en la ejecución del
sistema normativo donde se genera la realidad social. El término de
comunicación se ha definido desde diversas miradas, que constituyen
siempre el enraizamiento del ser humano como un ente no solo biológico
sino social. Bernal (2003) define la comunicación así:

La comunicación humana es un fenómeno complejo, de orden


social, es una actividad que permite la participación y construcción
individual y colectiva, es decir, le permite al individuo construirse
con otros y a su vez construir sociedad; es una esfera que contribuye
al desarrollo humano y social. Es también concebida como un
proceso dinámico, abierto en el que en esencia se promueve una
negociación de significados y sentidos, con lo cual gana el carácter de
ser esencialmente un fenómeno intersubjetivo. (p. 2)

Por tanto, la comunicación como esfera constitutiva del desarrollo


humano forma parte del bienestar del hombre y de su calidad de vida. En
este enfoque las explicaciones de la comunicación humana interpersonal
son interdisciplinarias, se plantea la articulación de esas explicaciones en
una visión holística, es decir, que desde estas explicaciones se integran
todas las categorías y dimensiones que constituyen la comunicación
humana.

La comunicación no verbal es el proceso de comunicación mediante


el envío y recepción de mensajes sin palabras, es decir, mediante indicios,
gestos y signos. Se lleva a cabo sin una estructura sintáctica, por lo que no
pueden analizarse secuencias de constituyentes jerárquicos. Estos mensajes
pueden ser comunicados a través de gestos, lenguaje corporal o postura,
expresión facial y el contacto visual, la comunicación de objetos tales

89
como ropa, peinados o incluso la arquitectura o símbolos y la infografía,
así como a través de un agregado de lo anterior, como la comunicación de
la conducta. Debido a que hay un monitoreo continuo en lo que hacemos
y el otro percibe.

Metodología
La presente investigación se desarrolló desde la metodología de
investigación cualitativa (Flick, 2004). El diseño de investigación es
fenomenológico y se centra en las experiencias individuales subjetivas de
los participantes (Flick, 2004; Salgado, 2007).

La población participante estuvo compuesta por 11 mujeres con


identidad de género trans, mayores de edad, que habitan o transitan el
territorio social constituido en el barrio Santafé de la ciudad de Bogotá.

Las técnicas de recolección de datos y análisis de datos usadas fueron:


Observación participante (Flick, 2015). Permitió a los investigadores
ponerse en mayor contacto con el territorio social donde transcurre la vida
de las personas que participaron de la investigación, las prácticas sociales,
culturales, eventos, actividades, poder participar y observar enriquece el
proceso investigativo y debe agregarse que esta presencia permanente
que da la observación participante facilitó estrechar el vínculo con las
participantes, lo que redundó en beneficios para la investigación. Otra
técnica de recolección de datos fue la entrevista semiestructurada centrada
en el problema (individuales y grupales) (Flick, 2004).

Para el análisis de datos se realizó la trascripción de las grabaciones


de los encuentros, se determinaron unas unidades del registro de texto
en el discurso que son las unidades significativas u oraciones asociadas
a las unidades de contexto que corresponden a las categorías analizadas
en la investigación y sobre ellas se hizo un análisis del discurso a nivel
semántico. Las bitácoras usadas en la observación participante, las notas
y diario de campo enriquecieron el proceso de construcción de informes.

Para el análisis del contenido, se realizó un proceso de codificación de


datos. (Strauss y Corbin citados en Ballas, 2008). Del análisis se pudieron

90
establecer relaciones entre las categorías, las unidades de texto y el cuerpo
teórico que dio encuadre a la investigación. Para complementar el trabajo
se usaron técnicas de codificación como “el uso de preguntas”, el “análisis
por medio de comparaciones” y el “microanálisis” (Ballas, 2008). Para la
sistematización y análisis de los datos se usó como herramienta de apoyo
el programa Atlas Ti.

Sobre las categorías trabajadas en el presente estudio, inicialmente,


se pueden enunciar las siguientes: Género, comunicación, participación
política, cuerpo y construcción de identidad.

Figura 1 Relación entre las categorías iniciales del proceso de investigación:


Comunicación, cuerpo, género, participación política y construcción de identidad.
Todas ellas confluyen en la construcción de la categoría principal que es la
construcción de la identidad.

Para la mejor comprensión del análisis de los datos en función de


las familias conceptuales anteriores, se establecieron unas categorías
integrantes así:

• Comunicación: Dinámicas de comunicación y voz;


• Cuerpo: Corporalidad y performance y transformaciones corpo-
rales;

91
• Participación política: Participación política y roles para el
fortalecimiento de la identidad trans;
• Género: Identidad asociada al género, construcción de género,
estereotipos de género y violencias de género, todas ellas asociadas
a la gran familia denominada “construcción de identidad” que es el
eje que articula todo el estudio.

Como categorías emergentes durante el estudio se pudieron encontrar


las siguientes:

• Procesos de inclusión y exclusión social: Exclusión por construcción


de identidad y acciones para la inclusión social;
• Psicología e identidad trans: Adherencia al proceso, la psicología y
las trans, observaciones al estudio.

A continuación, se presentarán las relaciones de estas familias,


categorías y los análisis que se derivan de conseguir este relacionamiento.

Resultados y discusión
Los siguientes párrafos dan cuenta de las relaciones que se establecieron
entre las categorías conceptuales gruesas de la investigación y los análisis
de las mismas.

Sobre los procesos de construcción de género.


En la exploración sobre los asuntos de género, lo primero que quiere
discutirse es la idea de que las mujeres transgénero quieren ser mujeres de
manera total y completa, renunciando a cualquier masculinidad que haya
en ese cuerpo. Para las trans, la posibilidad más rica de su construcción
subyace justamente en la ambigüedad que le permiten los dos sexos en el
mismo cuerpo. Escobar (2013) lo refiere así: “…narrarse en una identidad
femenina no equivale certeramente a constituirse mujer. En sus relatos,
si bien se refieren a sí mismas en femenino, hay alusión a la materialidad
biológica del cuerpo, un dato que puede mantener al sujeto en la categoría
hombre” Escobar (2013, p.138).

92
No es un ejercicio castrante, por el contrario, resulta un ejercicio
profundamente complementario, donde co-existen múltiples formas de ser
mujer, ser hombre y ser trans. El requerimiento de atención diferenciada
en varios aspectos justifica esta postura. Las necesidades no pueden ser
equiparables y siempre serán distintas biológica y socialmente hablando.
Sin embargo, y pese a comprender la anterior línea argumentativa, no
deja de llamar la atención que el razonamiento de esta “diferencia” remite a
factores biológicos y estos mismos, han justificado enormes desigualdades
y exclusiones históricas para ellas.

Vale la pena referir sobre los estereotipos de género que están muy
presentes en las narrativas de las mujeres trans, que existe una comprensión
tan claramente dicotómica: roles masculinos y femeninos. A estos roles,
se les asocia una estética que en ocasiones resulta por demás saturada. “El
cuerpo trans contiene un exceso de significado en cada aspecto, orientado
a constituir una feminidad o una masculinidad enaltecida, sobrecargada
y también adscrita. Con frecuencia parece encajar en una subjetividad
plegada a las imposiciones de género” (Escobar, 2013, p.144).

Los estereotipos también parecen estar muy presentes en cómo se


viven ciertas prácticas sociales: el cortejo, la relación de pareja, la búsqueda
de trabajo y por supuesto la identidad propia y la identidad con la que se
espera ser asociada.

Sin embargo, hay otras áreas como la participación política en que el


tema de los estereotipos disminuye y más bien, la identidad trans allí se
extiende y se convierte en un universo compartido, matizado de todos
los elementos que caracterizan dicha construcción de género. Sin duda
alguna la construcción de identidad está determinada por la construcción
de género que haga la persona.

Cuerpo e identidad.
El cuerpo trans, resulta uno de los escenarios más fascinantes de la
presente investigación. Tiene que ver con que el cuerpo es el escenario
mismo del performance, de la transformación esencial dentro de la
identidad trans y, además, el papel justamente de mediador entre el

93
individuo y su entorno social. “El cuerpo es una situación histórica, una
manera de hacer, de dramatizar, de reproducir situaciones históricas. La
encarnación manifiesta un conjunto de estrategias, y el género es un estilo
corporal, un acto o conjunto de actos: es intencional y <performativo>”
(Esteban, 2013, p. 64).

Igualmente interesante resulta el rol comunicador asignado al cuerpo,


como primer espacio de la interacción, de la transmisión de los mensajes y de
la construcción de las representaciones que se tienen sobre las identidades
trans. Se pudo establecer que resulta un agente mayor de la comunicación
el mismo cuerpo, por encima de la voz, que resultó ser catalogada como un
rasgo corporal únicamente. El cuerpo resulta el escenario de construcción
de la identidad por excelencia, por lo menos en el grupo de personas que
estuvieron vinculadas a la presente investigación.

Es justamente en ese cuerpo transformado, donde se ve el mejor


escenario de la participación política. Muchas de ellas, entienden su
transformación como el escenario de las acciones afirmativas, de las luchas
por la trasformación no solo individual, sino grupal; de la exigencia de
la garantía de derechos y simbólicamente el mejor lugar para el ejercicio
de la ciudadanía. Son estos “itinerarios corporales” los que mejor las
representan y las visibilizan. “El cuerpo es así entendido como el lugar de
la vivencia, el deseo, la reflexión, la resistencia, la contestación y el cambio
social en diferentes encrucijadas económicas, políticas sexuales, estéticas e
intelectuales” (Esteban, 2013, p. 58).

El performance, es parte esencial de la corporalidad y a su vez, es en esta


corporalidad donde se da el mejor escenario de la participación política
de las identidades trans. Connell (1995) considera que la constitución
de la masculinidad y por tanto la feminidad, “se produce a partir de
una materialidad, una determinada manera de vivir, sentir y poner en
funcionamiento el cuerpo, sancionada dentro de unas instituciones
culturales (como el deporte o el mundo del trabajo) y que por tanto, como
ya se ha apuntado anteriormente, las prácticas de género son prácticas
reflexivo corporales que surgen siempre en la interacción; prácticas que
no son ni internas ni individuales, si no que conforman el mundo social”
(Esteban, 2013, p. 62).

94
Comunicación
Uno de los aspectos que resultó más importante para esta
investigación fue la comunicación. El estudio arrojó como resultados
que la voz no es uno de los canales prioritarios de la comunicación
en este grupo poblacional. Si bien la voz, es un agente “natural de la
comunicación” no resultó ser el más importante. La comunicación
no verbal para esta población resulta más adecuada y eficaz para
transmitir los mensajes y el cuerpo es el medio por el cual quieren ser
leídas e interpretadas. Para prácticas sociales comunes como el cortejo,
el saludo, la expresión de las emociones, el cuerpo es el escenario y el
agente de comunicación.

Ahora bien, con respecto a las prácticas políticas, el cuerpo


cobra aún más valor desde la posibilidad comunicativa. El cuerpo
que expresa y que actúa es el escenario de la transformación social,
grupal y comunitaria. Por tanto, la voz está mucho más asociada a
una característica del cuerpo más que a una agencia exclusiva de la
comunicación.

De otra parte, resulta importante referir que para la población con


la que se desarrolló el presente estudio, no define su voz como una
característica relevante de su construcción de género. Para la mayoría de
ellas, la ambigüedad del rasgo vocal, remite a las propias ambigüedades
de la identidad trans. Las investigadoras han concluido que la voz,
resulta uno de los rasgos de la corporalidad que a pesar de poder ser
transformado, no se hace, se infiere que tiene que ver con que se preserva
la voz al ser un privilegio público de la masculinidad al que no se quiere
renunciar. El mensaje contradictorio que puede dar un cuerpo femenino
con una voz masculina, se convierte en un escenario de la resistencia
política y de la visibilización de la comunidad.

De acuerdo con Bernal (2003) es importante mencionar que en


el contexto de interacción es imposible separar al sujeto biológico y
psicológico del sujeto social. Es imposible aislar las dimensiones del ser
humano pues la acción comunicativa interpersonal implica una serie de
aspectos personales y sociales en escena.

95
En la dimensión interpersonal es donde realmente se da la
comunicación y su eje o núcleo de fundamentación es la interacción, dada
en el fenómeno de relación. Es así, como el problema del otro empieza a
resolverse y como la identidad propia se resuelve en el reconocimiento
del hombre por el hombre, es decir, es el otro el espejo donde uno tiene
que mirarse para reconocerse.

Participación política
La participación política es una categoría característica de la
identidad trans y las redes de participación y fortalecimiento hacen parte
fundamental de este quehacer político que sin duda, busca la mejora de
las condiciones para el ejercicio de la ciudadanía de todo el colectivo. “Ese
paso de lo micropolítico a lo macropolítico tiene entonces que ver con una
politización del cuerpo que trasciende lo singular y asume la perspectiva
de interpelar a la sociedad más cercana, y también a los sentidos que
rigen ampliamente la ciudadanía. Y si bien la disputa refiere a un cuerpo
que transforma el género, los derechos que se buscan difieren según las
urgencias del contexto.” (Escobar, 2013, p. 145)

Las personas de la comunidad trans, han tenido que fortalecer sus


redes: de apoyo, de afecto, instrumentales, simbólicas e institucionales
y así participar políticamente y construir “ciudadanías diferenciadas”
(Young, 1998).

La capacidad de agencia que Montero (2004) ha denominado como


“el proceso mediante el cual los miembros de una comunidad (individuos
interesados y grupos organizados) desarrollan conjuntamente
capacidades y recursos, para controlar su situación de vida, actuando
de manera comprometida, consciente y crítica, para lograr la
transformación de su entorno según sus necesidades y aspiraciones,
transformándose al mismo tiempo a sí mismos”, resulta indispensable
para que las comunidades constituidas por minorías puedan elevar su
voz frente a sus propios procesos; la comprensión de los mismos, sus
realidades y la posibilidad de transmitir a los demás, también reviste
enorme valor. Resulta de vital importancia que la comunidad pueda
expresar no solo sus dificultades, sino los planteamientos, acciones,

96
programas, proyectos, con que se espera conseguir la garantía de
derechos, la interlocución necesaria con el Estado y la interpelación al
resto de la sociedad.

Vale la pena dar cuenta de los ejercicios que emprende la misma


comunidad de mujeres trans (en este caso mujeres que habitan y
transitan el barrio Santafé, en la ciudad de Bogotá) para la visibilización
de su propia comunidad, ejercicios que propenden por sensibilizar
a quienes no pertenecen a esta categoría identitaria, por ejemplo:
hacerse parte de distintas fechas conmemorativas como el día del
orgullo gay, la semana por la igualdad, marcha del sur y la marcha por
la ciudadanía plena. Así mismo, se puede destacar la participación en:
mesas y comités locales de género, en el Consejo Consultivo Distrital
LGBT, comisiones de control social y participación. Igualmente resulta
valioso resaltar el ejercicio del activismo e incidencia política a partir de
distintas expresiones del arte, de conversatorios en distintos escenarios
educativos (de educación formal y no formal en todos sus niveles:
desde la básica hasta la universitaria), pequeños emprendimientos
laborales con o sin auspicio de entidades públicas o privadas. Todos
estos esfuerzos valen la pena en términos de la transformación social
que se espera, a pesar de que en ocasiones, estas acciones siguen siendo
impactadas por las violencias simbólicas de la cultura.

Escobar (2013) señala que para el orden social existente, las líderes
trans denuncian la reiterada expresión de la relación entre cuerpo y
poder. Ellas discuten con las lógicas que rigen la modificación corporal
y la ciudadanía soportada en el género: “Lo que reivindican no es solo la
construcción del cuerpo que quieren (lo contrario a vivir con el cuerpo
que “les tocó”), sino, además, la posibilidad de hacer de sí mismas/os
un sujeto que anhelan, de configurar una historia personal y cotidiana
en el sentido en que su subjetividad particular indica” (Escobar, 2013,
p. 135).

97
Psicología e identidad trans y la categoría construcción de identidad.

Figura 2. Relaciones entre la categoría emergente psicología e identidad


trans y la categoría construcción de identidad.

En el presente gráfico, que se toma del análisis de los datos, apoyado


con el programa AtlasTi, las relaciones de pertenencia, y asociación
entre códigos (sub- categorías) y familias de códigos (categorías teóricas
iniciales) se establecen mediante las flechas de color negro. La relación de
filiación entre la familia de códigos (categorías teóricas iniciales) y códigos
(sub- categorías) se señala con una línea de color rojo.

La figura anterior, presenta las relaciones que se establecen entre


la categoría emergente psicología e identidades trans con la categoría
construcción de identidad. En los siguientes párrafos se procurará dar
cuenta de ellas.

Históricamente, como lo refiere Foucault (2011), nuestra cultura


ha definido la sexualidad de manera sistemática y “naturalmente” como
“un dominio penetrable por procesos patológicos, y que por lo tanto
exigía intervenciones terapéuticas o de normalización; un campo de
significaciones a descifrar; un lugar de procesos ocultos por mecanismos
específicos; un foco de relaciones causales indefinidas; una palabra
oscura que hay que desemboscar y, a la vez, escuchar.” (Foucault, 2011,
p. 67). La sexualidad humana con todos sus matices y complejidades se ha
convertido una de las áreas de estudio más importantes de la psicología.

98
Pero se ha abordado con frecuencia desde una perspectiva que obliga a la
“normalización y la “estandarización” de las prácticas, por tanto, cualquier
cosa que se ubique fuera de ellas, se consideró desajustado y se llevó al
plano de la enfermedad.

El sexo, ya no era parte de los discursos populares sino de los discursos


institucionales como el religioso, el médico, el psiquiátrico, el pedagógico,
el de la justicia penal, entre otros que “irradiaron discursos alrededor del
sexo, intensificando la conciencia de un peligro incesante que a su vez
reactiva la incitación a hablar de él” (Foucault, 2011, p. 31).

Desde este lugar, las distintas ciencias abordaron el asunto de la


conducta sexual, siendo la psicología una de las disciplinas que se convirtió
en uno de los dispositivos más importantes para la patologización de la
conducta sexual. Valga la pena referir que en el caso de las personas
transgénero, estas etiquetas patologizantes persisten hasta hoy.

Considerando lo anterior y las etiquetas sociales, culturales y científicas


que se les asignaron (desviados, perversos, anormales, enfermos) y los
tratamientos, procedimientos e intervenciones para corregirlos, las
personas trans han construido su relación con la psicología y con quienes
la ejercen. Además, debe resaltarse que sobre estas etiquetas académicas
o científicas se construye la identidad, esta es una de las categorías
identitarias más representativas.

La relación de las personas trans con la psicología está llena de


prevenciones, de dolores no resueltos y de una esperanza en la formación
de profesionales que tengan una mayor apertura a la diversidad, a la
diferencia y que tengan una postura no-patologizadora a la hora de
investigar, intervenir y plantear innovaciones. El Manual diagnóstico
y estadístico de los trastornos mentales, DSM V (2013), instrumento
fundamental de la psicología, la medicina y la psiquiatría para el diagnóstico
de la enfermedad, sigue considerando la identidad transgénero como una
patología denominada: Trastornos de la identidad de género.

En Colombia, para cualquier procedimiento de feminización de las


características físicas de las mujeres trans, el sistema de salud requiere que
se dicte este diagnóstico para aprobar y ejecutar cualquier tratamiento,

99
sean ellos quirúrgicos, hormonales o de simple acompañamiento. Por ello,
el tema de “la despatologización del género” se ha convertido en una de las
banderas más importantes de la participación política de las identidades
trans. Esta es una consigna recurrente en marchas, encuentros, talleres y
diferentes acciones que se desarrollan en grupo o comunitariamente.

Inclusión y exclusión social y construcción de identidad

Figura 3. Relaciones entre la categoría emergente inclusión-exclusión


social y la categoría construcción de identidad.

En el presente gráfico, que se toma del análisis de los datos, apoyado


con el programa AtlasTi se muestran las relaciones de pertenencia, y
asociación entre las familias de códigos correspondientes a los procesos de
inclusión y exclusión social y construcción de identidad. Dichas categorías
iniciales se asocian mediante flechas de color negro cuando se establecen
relaciones de pertenencia y asociación con las subcategorías o códigos que
emergieron del proceso de investigación. Así mismo, la filiación entre la
familia de códigos y los códigos se indican con las líneas rojas.

La figura tres presenta las relaciones entre las categorías inclusión y


exclusión social y construcción de identidad. Dentro del análisis de esta
familia conceptual, se establecieron fundamentalmente dos códigos que
se interrelacionan y hacen parte directa de la forma como se construye la
identidad. Los procesos de exclusión social y/o las acciones que se llevan a
cabo para superarlos, constituyen una categoría identitaria valiosa.

100
Los reclamos sobre acciones excluyentes siguen centrados en la falta
de reconocimiento de una identidad que se han esforzado en construir y
pulir. Se planteó lo estético como una de las razones por las cuales pueden
ser las personas discriminadas, más allá del género, establecieron que si las
personas no se ajustan a los cánones vigentes sobre la estética socialmente
compartida, se tienen menos oportunidades en varias áreas como la
romántica, la sexual, la laboral, la social, entre otras (Bourdieu, 2010).

Otra razón por la que existe la percepción de exclusión, tiene que ver
con que socialmente, se ha construido una representación de esta categoría
asociada a la delincuencia, a la inseguridad y al riesgo. “La inseguridad
a menudo se usa, en tanto categoría para describir la realidad, sección
mediática fija y problema público, como sinónimo de delincuencia sin que
haya una identidad entre delito e inseguridad” (Kessler, 2009, p. 11). Y el
mismo autor refiere que en esta confusión que se presenta para la opinión
pública este asunto de la seguridad, con frecuencia se hacen asociaciones
con personas o grupos de personas que se consideran amenazantes pero
que no infringen ninguna ley. Este miedo puede estar fundamentado desde
los comentarios que circulan en la calle, en experiencias que alguna vez
le contaron a alguien y eventualmente pueden fundamentarse en hechos
reales ocurridos. Esta prevención también pasa por un asunto de temor a
las prácticas sexuales que se supone que encarnan las identidades diversas.

Ahora bien, si la exclusión social es un proceso vigente, vale la pena


señalar que la comunidad trans está llevando a cabo varias acciones
individuales, grupales y colectivas que tienden a fortalecer los procesos
de inclusión social. Para ello, ellas refieren varias acciones, por ejemplo:
Compartir saberes, esto hace referencia a enseñar a los demás todo lo que
uno sabe en términos del hacer, del manejo de los territorios sociales,
en función de los procesos de feminización, compartir experiencias de
trabajo y ayudar al otro a mejorar ciertas prácticas. Hablan también de la
necesidad de fortalecerse las unas a las otras, señalarse las capacidades y
ayudarse mutuamente a desarrollarlas, así mismo dar contención, ayuda
cuando es necesario, convirtiéndose ellas entre sí en verdaderos grupos de
apoyo que contribuyen al sentido de comunidad y de filiación.

Quienes participaron en el estudio creen todas que necesitan acceder


a la educación (básica, media y universitaria) para poder superar barreras

101
de exclusión. Esta reflexión resulta muy importante, pues deviene de la
necesidad de capacitarse, empezar a transitar por otros circuitos distintos
y visibilizarse y posicionarse en ellos de modo que reciban beneficios ellas,
pero también la comunidad en general.

Para ellas es de mucha importancia como forma de inclusión que no


sean terceras personas las que hablen por ellas, sino que puedan hacerlo
en primera persona en distintos escenarios, incluyendo los académicos
y científicos. Esto incluye horizontalizar los beneficios que producen las
investigaciones y otros trabajos.

Para las participantes ha resultado valioso y ha tenido un buen resultado


compartirse mutuamente sus redes individuales de apoyo y afecto, hacer
parte de estas redes a distintas actividades que realizan en diversos
escenarios; este intercambio fortalece el tejido social y contribuye en
experiencias de verdadero encuentro y convivencia entre actores sociales.

Para las personas trans, resulta de vital importancia el apoyo


comunitario que se les brinda dentro de los territorios que habitan y
transitan. Que el barrio las reconozca, las identifique, las respete y les dé
un lugar de conciudadanas, resulta para ellas valioso.

La educación no solo debe ser un espacio para ellas; educar a las demás
personas, realizar procesos de sensibilización, psicoeducación, cultura
ciudadana resulta beneficioso para la deconstrucción y reconstrucción de
los imaginarios que se tienen sobre ellas.

Conclusiones
Resulta valioso señalar que los procesos de construcción de género,
cuerpo y comunicación, así como de participación política están
relacionados con la construcción de la identidad personal, grupal y
comunitaria. “El concepto acepta que las identidades nunca se unifican y,
en los tiempos de la modernidad tardía, están cada vez más fragmentadas y
fracturadas; nunca son singulares, sino construidas de múltiples maneras
a través de discursos, prácticas y posiciones diferentes, a menudo cruzados
y antagónicos. Están sujetas a una historización radical, y en un proceso de

102
cambio y transformación” (Hall, 2003, p. 17). Es en este proceso donde se
ponen en escena “la mismidad”, la “otredad”, la cultura y los tránsitos vitales
que permiten comprender en mayor profundidad académica y personal la
construcción de identidades sexuales y de género no normativas.

Además, resulta muy importante observar que la forma recurrente


como se construye la identidad de las personas con quienes se desarrolló
el proceso investigativo, está atravesada por la mirada del otro y la propia
mirada hacia ese otro y todo lo que socialmente representa.

La construcción de la identidad a través del otro también tiene que ver


con la postura política, la participación que tenga la persona en escenarios
de transocialización, de participación política, de entenderse como
colectivo que necesita ser visibilizado, atendido, comprenderse como
sujetos de derecho y conseguir la garantía de los mismos. Desde ese lugar,
la ayuda y el apoyo mutuo entre las personas trans también construyen
identidad.

Cuerpo y mundo son indisociables, es a través del mundo que el


individuo toma conciencia del cuerpo, al mismo tiempo que es a través
de este que toma conciencia del mundo (Merleu-Ponty, 1945), por
tanto, se considera necesario reivindicar la reconstrucción del cuerpo
que hacen las personas trans. A través de las modificaciones corporales
permanentes, transitorias, hormonales, quirúrgicas, artesanales, el cuerpo
trans comunica per se: la historia de la resistencia al disciplinamiento de
los cuerpos y de las prácticas sexuales; la tenacidad con que se enfrentan
las categorías binarias que caracterizan el discurso occidental (lo bello y
lo feo, lo sano y lo enfermo, lo anormal y lo normal, lo masculino y lo
femenino); las luchas por la garantía de derechos y las ciudadanías; las
naturalizaciones o problematizaciones (Montero, 2004) de todo tipo de
violencias (física, verbal, psicológica, simbólica, sexual, patrimonial); la
ambigüedad legítima y dinámica en la que se puede transitar la vida misma.

Se hace obvia la construcción de la identidad basada en la corporalidad.


El punto más importante de la expresión y la comunicación es la posibilidad
de intervenir su propio cuerpo como un lienzo que permite todas las
posibilidades de la expresión.

103
El cuerpo es caracterizado por la voluptuosidad, por un performance
que pone en escena las construcciones sociales de lo femenino. Estas
construcciones, en muchas ocasiones son llevadas al extremo, como
si estuvieran representando el rol de “súper mujeres” desde la apuesta
estética, hasta el mismo ejercicio del rol.

En los discursos de las participantes del estudio, queda claro que una
de las categorías más presentes y reiterativas por las cuales las personas
trans sufren discriminación está asociada con un asunto de clase y de las
posibilidades económicas que se tengan. Para ellas la movilidad de clase
ascendente no resulta fácil, el acceso a educación superior y a la calificación
de su mano de obra tampoco y en esa falta de oportunidades, reside una
de las dificultades para no poder ejercer plenamente los derechos y la
ciudadanía.

Es interesante notar cómo, en el caso de las trans, la construcción de


lo estético, lo que socialmente se percibe como hermoso o monstruoso,
determina tan profundamente su identidad, sus “autos” y la forma como
se relacionan con el mundo. Vale la pena decir, que también es desde esa
apuesta estética que reciben tratos diferenciales. Quienes son más bellas
(en lo socialmente construido y perpetuado) pueden conseguir pareja
más fácilmente, les va mejor en su trabajo, especialmente si se ejerce la
prostitución, logran contactos que para ellas resultan más valiosos, entre
otras realidades que atraviesan en el cotidiano vivir.

Más allá de las acciones que expresan la discriminación, la transfobia


y que no se pueden negar, es necesario referir que la interpretación
subjetiva de la persona de estas acciones emprendidas por terceros agrava
la percepción de marginación en la experiencia individual, afectando
profundamente la calidad de vida, la articulación social y la experiencia de
ciudadanía de las personas.

Bauman (2003), sostiene en su metáfora del “vagabundeo” donde asocia


la construcción de identidad y la posmodernidad, que quienes tienen esta
posibilidad de “vagabundear”, escapan a una red de control social y que sus
movimientos son imprevistos, que no se sabe cuánto tiempo podrá pasar
en un lugar, no tienen destino y no se preocupan mucho por tenerlo.
Esta metáfora puede explicar muy bien la constitución de las identidades,

104
levantadas sobre andamiajes diversos, móviles. Que se arman y desarman,
que prueban distintas maneras de construirse y deconstruirse. Sin
itinerarios anticipados, cada lugar de parada es transitorio, trayectorias
que se arman a partir de fragmentos que se acomodan de uno a la vez. No
se sabe cuánto tiempo estará en esta construcción, “(…) dependerá de la
generosidad y paciencia de los residentes, pero también de las noticias de
otros lugares capaces de despertar nuevas esperanzas (deja a sus espaldas
las esperanzas frustradas y las esperanzas no confirmadas lo empujan hacia
adelante)” (Bauman en Hall, 2003, p. 57).

Este tipo de estudios, demandan a la academia repensar los contenidos


dados en las aulas de los futuros profesionales; requiere a la escena
investigativa una mayor comprensión y compromiso con estas actoras
sociales; señala al Estado la urgencia de pensar y repensar las políticas
públicas y las acciones afirmativas; invita a la sociedad civil y representante
de algunos grupos mayoritarios a replantear la forma de comunicarse,
vincularse, comprender y trabajar con el y por el “otro”, que en ocasiones
resulta tan ajeno.

Para la comunidad trans el que la academia se haga partícipe de los


procesos de visibilización de la comunidad resulta una de las acciones más
necesarias e importantes para la inclusión de las diversas identidades.

Se considera valioso este proceso ya que la comunidad trans requiere


apoyo de la sociedad para la garantía de sus derechos y el pleno ejercicio
de su ciudadanía. Años y años de historia que las ubica en los bordes de
la normalidad y la aceptación social, se necesitan esfuerzos de la academia
y de distintas instancias sociales con algún margen de influencia social,
para transformar los imaginarios y lograr procesos verdaderamente
incluyentes.

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109
110
Capítulo VI
La invisibilización de la violencia en la
construcción de la masculinidad
Nathalia Quiroz Molinares
Katterine Vargas Cantillo

111
Introducción
Son múltiples las investigaciones que analizan la violencia de género
a la luz de la mujer como víctima y el hombre como victimario. Y es
que las cifras de violencia física y psicológica hacia la mujer no pueden
ser subestimadas, en la última revista Forensis del Instituto Nacional de
Medicina Legal y Ciencias Forenses (Medicina Legal, 2017) se reportaron
527,284 casos de violencia de pareja, comprendidos entre los años 2007 y
2016, de los cuales el 86% de los casos fueron contra la mujer. Solo en el
año 2016 se reportaron 50,707 casos de violencia de pareja, de las cuales
43,717 eran casos de violencia hacia la mujer.

Las investigaciones sobre violencia de género han develado que este


tipo de violencia hace parte de una estructura social llena de significados,
mitos, realidades existentes y perpetuadas, que nos encasillan en roles,
estereotipos e ideales de amor, de feminidad y de masculinidad imposibles
de cumplir (Bosch Fiol et al., 2007). Estas estructuras sociales permean
las dinámicas existentes en las relaciones entre hombres y mujeres
perpetuando en muchas ocasiones la hegemonía masculina, legitimando
así los mandatos del patriarcado en donde es necesaria la subordinación
femenina (Ferrer-Pérez & Bosch-Fiol, 2016). Estos mandatos rígidos,
estas estructuras sociales, estas dinámicas, naturalizan la violencia en
todos los aspectos, siendo la violencia de género una de sus caras.

Pero estos escenarios de violencia de pareja no son los únicos en los


que se ven afectados hombres y mujeres, en Colombia solo en el año 2016
se presentaron 10.518 muertes violentas de hombres y 999 de mujeres a
razón de la violencia sociopolítica, además se registraron 1.888 muertes
de hombres por suicidio y 422 de mujeres por esta causa (Medicina Legal,
2017). Y es que a nivel mundial por décadas estas cifras no han cambiado,
la última publicación de Journal of Adolescent Health 62 (2018) retoma
los problemas asociados al bienestar que afectan a hombres y mujeres a
nivel mundial, y cómo los esfuerzos por trabajar factores protectores hacia
la mujer están lejos de acabar. Sin embargo, el trabajo con los hombres es
tímido en cuanto a estos factores de bienestar asociados al género; Patton,
Darmstadt, Petroni, & Sawyer (2018) afirman que:

112
Aunque las tasas de autolesiones tienden a ser más altas en las
adolescentes, las muertes por suicidio son casi universalmente más altos
en adolescentes varones y hombres jóvenes, al igual que los trastornos
por uso de sustancias y riesgos relacionados con el alcohol, el tabaco,
y el uso de drogas ilícitas también son casi en todas partes mayores en
jóvenes hombres. Desde la edad adulta en adelante, los hombres mueren
a tasas más altas que las mujeres; en cambio, las mujeres generalmente
tienen tasas más altas de discapacidad y niveles más bajos de salud
subjetiva. (p. 6)

Es importante comprender que la violencia va mucho más allá de una


violencia explícita que se pueda ejercer entre pares o entre géneros, al
respecto Bourdieu (2000) y Ramírez (2005) afirman que, las relaciones
de dominación cualquiera que estas sean, política, económica, de género,
entre otras, tienen un vínculo indisoluble con la violencia, porque se ejerce
control sobre otro sujeto y esta se presenta de manera directa o simbólica (
Citado por Schongut Grollmus, 2012).

Teniendo en cuenta que la violencia está relacionada con el orden


que se les ha dado a los sujetos en el espacio social, a sus antecedentes
históricos, contextuales y culturales, seguimos vivenciando en la actualidad
la hegemonía masculina, un poder de lo masculino ante lo femenino. El
concepto de hegemonía de Connell (2005), que va más allá de los roles
de poder que pueda ejercer un hombre en una relación con una mujer,
incluye todas las representaciones simbólicas que el contexto ejemplifica
sobre lo masculino, los cuales forman ideales masculinos inalcanzables
para muchos hombres. Sin embargo, estos estados de poder, de jerarquía,
no solo se dan en las relaciones entre hombres y mujeres, sino también
entre los pares masculinos, en donde se presenta una lucha por alcanzar
estos ideales y sostener su virilidad para ser socialmente aceptados tanto
por sus pares, como por el género femenino.

Esta estructura de la violencia afecta de manera directa la salud mental


de las personas, existen diversas revisiones en donde se muestra de manera
explícita la relación existente entre la violencia de género y su afectación
en las mujeres que la padecen. Sin embargo, se ubica a los varones y a la
masculinidad en el lugar del modelo, del ideal, de la normalidad, gracias a
la naturalización de la violencia; Bonino, L. (2000) discierne:

113
Pero ¿de qué normalidad se habla?, ¿la de sujetos que son los que
tienen los problemas psicosociales de más relevancia en la salud
pública ( mucho más frecuentemente que las mujeres): alcoholismo,
drogodependencia, suicidios y los relacionados con el estilo de vida
(cánceres, SIDA, infartos, accidentes y muertes por violencia)?, ¿la de
aquellos que ejercen (mucho más que las mujeres), solos y en grupo, las
mil formas de descuidos, abusos y violencia hacia las personas cercanas
y lejanas, desde la misoginia y la homofobia hasta la violación a niñas/os
y la desaparición de disidentes?, ¿la de una masculinidad cuyos valores
preferentes están generalmente en la base de dichas problemáticas?... las
anormalidades masculinas sólo son validadas en el ámbito de lo penal/
judicial, aludiendo a la maldad, desviación o antisocialidad masculina,
que únicamente pueden ser castigadas o vigiladas. (p. 43)

Esta supremacía que homogeniza la masculinidad ante parámetros


estandarizados, lejos de la individualidad que les enseña roles de poder
y de dominio para lograr adaptarse a un entorno hostil entre sus pares,
donde la agresividad, la rudeza, el liderazgo, juegan un papel determinante
para la adaptabilidad al contexto, hace que se deje a un lado la adopción
de competencias sociales, de integración social, de construcción de
lazos afectivos y redes sociales, por el simple hecho de que estos roles
de cuidado del otro son roles específicos de la feminidad, más no de la
masculinidad, según el orden social establecido transgeneracionalmente
para los géneros. Situación por la cual los hombres están más asociados a
situaciones de conflicto, de competencia, que los llevan a sufrir traumas
físicos, psicológicos y hasta la muerte. Sin embargo, a pesar de esto no
todos los hombres llegan a estos extremos, no todos los hombres ejercen
la violencia física, ni logran estos estándares sociales de masculinidad, y
algunos otros simplemente no les interesa alcanzarlos.

Por lo tanto, es necesario a veces dirigir la mirada sobre los procesos


de dominación en los endogrupos y cómo estos repercuten en las
construcciones sociales. Si esta práctica que coloca a las mujeres en posición
de desventaja frente a otro ser masculino es definida como “violencia
de género”, esta misma denominación podría usarse cuando se trata de
prácticas que someten a diversas construcciones de género dentro de ese
bloque histórico de la masculinidad (Schongut Grollmus, 2012).

114
Teniendo en cuenta los avances relacionados con la igualdad de género,
un estudio realizado en México quiso ahondar más en las relaciones de
noviazgo que se establecen en parejas heterosexuales en jóvenes adultos,
identificando si existían situaciones de maltrato o violencia. El estudio
develó que efectivamente la violencia sigue siendo una de las características
que enmarca a muchas relaciones de noviazgo, sin embargo, uno de los
hallazgos fue que la violencia se está presentando de manera mutua, es
decir, anteriormente cuando se hablaba de violencia en las relaciones de
noviazgo se hacía énfasis en la violencia que se ejercía hacia la mujer por
parte de un hombre dominante, no obstante esta investigación muestra
cómo las mujeres en la actualidad también están ejerciendo actos de
violencia tanto física como psicológica a sus compañeros sentimentales
(Alegría del Ángel & Rodríguez Barraza, 2015). En un estudio realizado
por Villafañe Santiago, Jiménez Chafey, De Jesús Carrasquillo, y Vázquez
Ramos (2012) se identificó que las situaciones de violencia vividas por
jóvenes universitarios más frecuentes son las humillaciones: haber gritado
o insultado a su pareja, haber criticado o humillado, destruir objetos y
golpear la pared cuando se está enojado, y conductas controladoras hacia
su pareja (Villafañe, et al, 2012); en este mismo estudio se ratifica que dicha
violencia se ejerce en la misma proporción hacia ambos géneros. Por todo
lo anterior el objetivo de este estudio fue realizar una revisión bibliográfica
que permitiera conocer cómo se ha construido la masculinidad y, dicha
construcción cómo ha influenciado la invisibilidad de la violencia hacia
los hombres.

Metodología
En esta revisión de la literatura se delimitaron los resultados a los
artículos encontrados por medio de las palabras clave: “Masculinidades,
Construcción de masculinidades, Nuevas masculinidades”. Se determinaron
como criterio de inclusión artículos de corte cualitativo originales que
estudiaran específicamente la temática de la construcción de la masculinidad.
Se encontraron 103 artículos, de los cuales se seleccionaron 23 cuyo título
y resumen describían explícitamente el estudio de la construcción de las
masculinidades. De los 23, se descartaron seis revisiones bibliográficas
por no ser artículos originales, dos libros que no abordaban la temática
de masculinidades, una revisión de un programa de intervención que no

115
estaba relacionado con el objetivo del presente estudio, y seis artículos que
abordaban la temática desde el enfoque cuantitativo. Finalmente, quedaron
7 artículos en los últimos 8 años. Las bases de datos consultadas fueron
Science direct, Scielo, Springer, Doaj y Proquest.

Resultados
Tabla 1. Resultados de la revisión bibliográfica.
Número de Técnica
Autores Estudio
participantes utilizada
Masculinidades y usos
Romero y Abril Entrevistas a
del tiempo: Hegemonía, 25 hombres
(2011) profundidad
negociación y resistencia.
Resultados: Existen posibilidades de transformar tanto el sistema patriarcal como
el modelo de masculinidad hegemónica. Sin embargo, esto no solamente afecta las
relaciones personales, sino que va hasta la transformación de las esferas legislativas,
tecnológicas. En este estudio se pudo evidenciar cómo los hombres se resisten a un
modelo hegemónico de masculinidad porque implica un cambio en las relaciones de
género y unas relaciones sociales más justas y equitativas.
Un grupo de hombres
Las nuevas de 22 a 35 años.
Sanfélix (2011) Grupos Focales
masculinidades Un grupo de hombres
mayores de 50 años.
Resultados: El grupo de jóvenes entrevistado, muestra una actitud positiva frente al
cambio, un cambio que implica sentirse partícipes de la paternidad, reparto igualitario
de tareas domésticas y respeto por el papel de las mujeres en la sociedad. De estos 3
temas principales, el de la paternidad parece ser el que tiene un cambio mayor, al
menos en su discurso. Se encontró además cierta disposición no solo a aceptar la
igualdad (entre hombres y mujeres) sino a trabajar en pro de esta, sin embargo, en su
discurso parece aún tener cierto miedo al futuro. En términos generales se identificó
una ruptura con la norma hegemónica y la consolidación de las nuevas masculinidades.
Fagen y Constructing masculinity
Entrevistas a
Anderson in response to women’s 20 hombres
profundidad
(2012) sexual advances
Resultados: Se pudo concluir que para algunos hombres la iniciación sexual está
construida a partir del paradigma donde el hombre tiene la iniciativa y la mujer es la
que acepta o niega el encuentro. Pero en estos casos cuando fue la mujer la que inició
la relación sexual, se percibe a la mujer como agresiva o manipulativa. Para retomar el
rol proactivo en la relación sexual, los hombres de este estudio generalmente ponían
límites y rechazaban a las mujeres que toman iniciativa.

116
La construcción de la
Montenegro y masculinidad en las Estudios de
11 hombres
Salas (2014) familias de diferentes caso
contextos sociales.
Resultados: Los hombres de sectores bajos relacionaron la masculinidad con el ser
hombre de manera directa sin la mediación de otra elaboración. En su propio discurso
ser hombre significa ser respetado por los demás, tener una familia, manteniéndola
y sacando adelante a los hijos. Los hombres de estrato medio por su parte, se
consideraron como un punto de apoyo para la pareja. Se concluyó que para los dos
estratos sociales la expresión del afecto no puede considerarse como una extensión de
la paternidad, sino como parte de la sexualidad lo que repercute en la interacción entre
hombres y mujeres a lo largo de la vida.
Re-constructing
Gannon,
masculinity following Entrevistas a
Guerpo-Blanco Siete hombres
radical postatectonomy profundidad
& Patel (2010)
for prostate cancer
Resultados: Los resultados mostraron que la identidad masculina estuvo fuertemente
relacionada con el desempeño sexual, particularmente con la capacidad del sexo con
penetración. La pérdida de la erección como consecuencia del cáncer de próstata tuvo
un impacto en la identidad masculina de los hombres entrevistados.
Los hombres también
Andreade, Técnica visual
sufren, estudio cualitativo
Galleguillos, consistente con
de la violencia de la mujer Seis hombres
Miranda y la proyección
hacia el hombre en el
Valencia (2012) de láminas
contexto de la pareja
Resultados: Se pudo concluir que los hombres entrevistados se oponían a enfrentar
a las mujeres victimarias con violencia a pesar que la cultura patriarcal lo obliga a
reaccionar reduciéndolas, sin embargo, se adscriben a una masculinidad alternativa.
Esta nueva masculinidad genera angustia y ansiedad ya que los hombres no se perciben
a sí mismos como hombres.
What Threatens
Munsch & defines: Tracing the Entrevistas a
42 hombres
Gruys (2017) symbolic boundaries of profundidad
contemporary masculinity
Resultados: Se pudo concluir que los participantes temen no ser el sustento de la
familia en sus relaciones futuras, teniendo esto como su “plan A” para las relaciones
de pareja, además de esto mostraron un marcado interés por demostrar su marcado
rol masculino. Sin embargo, esto no quiere decir que las masculinidades no hayan
cambiado nada. Por ejemplo, también se concluyó que los participantes reconocieron
las capacidades intelectuales de las mujeres, y tampoco se encontró discurso
homofóbico. Estos resultados pudieron deberse al hecho que la pregunta orientadora
de la investigación fue relacionada con las amenazas a la masculinidad y no a la postura
frente a la masculinidad hegemónica.

117
Conclusiones
Esta revisión tuvo como objetivo conocer cómo la construcción de la
masculinidad ha estado también enmarcada en conductas violentas que
se han invisibilizado hacia el hombre. Se pudo observar que, en términos
generales, las investigaciones revisadas concluyeron que ha habido
cambios en la concepción de la masculinidad, por citar algunos ejemplos:
los hombres aceptan que las relaciones sean más justas y equitativas
(Sanfélix, 2011), se acepta el papel de la mujer en diferentes roles a
los tradicionales y su capacidad intelectual como igual a la del hombre
(Musch y Gruys, 2017). En determinadas condiciones socioeconómicas
los hombres ya no solo se perciben como los proveedores, sino como
un apoyo para sus parejas en el cuidado del hogar (Montenegro y Salas,
2014), en situaciones de conflicto con la pareja los hombres entrevistados
no estuvieron de acuerdo en reaccionar con violencia frente a sus parejas
(Andreade, Galleguillos, Miranda y Valencia, 2012). Sin embargo, a
pesar de estos avances, siguen arraigadas a la cultura las representaciones
sociales de lo masculino y lo femenino. Por ejemplo, el hecho que en los
discursos de los hombres se considere que la masculinidad aún esté muy
arraigada al desempeño sexual (Gannon, Guerpo-Blanco y Patel, 2010),
percibir a la mujer como “manipuladora” por ser quien inicie la relación
sexual o el marcado interés por demostrar el rol masculino dentro de la
familia (Musch y Gruys, 2017).

Y es que estas ideas que permanecen tan arraigadas en el colectivo y


sus dinámicas, aún no dan cabida del todo a una nueva forma o nuevas
formas de percibir la masculinidad. La masculinidad hegemónica sigue
teniendo mucha fuerza en los contextos sociales, en los discursos
colectivos, en la manera de relacionarnos y comunicarnos, llevando a los
hombres a sentirse transgredidos en su roles cuando no logran encajar
en lo socialmente establecido, generando angustia y ansiedad; sobre todo
en esos hombres que aún se encuentran en tránsito, de una masculinidad
tradicional, hacia nuevos roles masculinos, sin descartar otros aspectos
claves que repercuten en el logro de esta transición, como lo son la clase
social, generación, etnia y región (Viveros Vigoya, 2001). El paso hacia
nuevas maneras de relacionarse con lo masculino es un reto para la virilidad
acentuada en el contexto, que no solo debe ser superada por los hombres

118
sino también por las mujeres, con el fin de construir nuevas realidades
entre los géneros, más acordes con la individualidad y la igualdad.

El pensar que el patriarcado solo afectaba a las mujeres por


considerarlas inferiores, y todo lo que esto conlleva socialmente, era
desconocer la otra cara de la moneda del bienestar o malestar que este
régimen podría traerle a las masculinidades. Pero no podemos desconocer
que es gracias a este despertar de lo femenino que ha legitimado su poder
en la sociedad, que nos ha permitido darnos cuenta de la necesidad de
construir este nuevo camino de los géneros entre dos, desmitificando
muchas creencias que dificultan la construcción de procesos integrales
en las relaciones heterosexuales.

Existe ya un sustancial cambio cultural hacia la conciencia histórica de


género, hacia la conciencia de que las costumbres de género surgieron
en momentos específicos y que siempre se las podrá transformar
a través de acciones sociales. Lo que se requiere ahora es un sentido
de agencia generalizado entre los hombres, una sensación de que esta
transformación es una propuesta práctica en la cual sí pueden participar.
(Connell, 2015, p. 99)

La violencia hacia los hombres sigue siendo un hecho invisible, pues


no se considera una problemática, sino como un acto que los ridiculiza.
Las empresas deportivas han incursionado en un nuevo modelo de
estereotipo masculino, con cuerpos atléticos, ensalzando la fuerza física, la
dominación y el éxito competitivo, se trata de una nueva forma comercial
de representación y definición del género (Connell, 2015). En la actualidad
seguimos dándole importancia solamente a la mujer, lo que no permite ver,
desde las instituciones y la sociedad misma, las temáticas de género con un
enfoque más incluyente. Nuestra sociedad aún sigue estando influenciada
por una cultura patriarcal, por lo que el hombre en diferentes escenarios
donde es violentado, prefiere callar, antes que sentirse menospreciado
(Andreade, Galleguillos, Miranda y Valencia, 2012).

Pensar que la igualdad de género se dará a través de políticas públicas


es desconocer que las diferencias mismas de los géneros, con sus ventajas
y desventajas, se dan a través de procesos sociales dinámicos, y que llegar
a las nuevas masculinidades o a las masculinidades multiopcionales, es

119
un cambio que requiere de grandes transformaciones sociales, ya que
el patrón diferencia–dominación ha impregnado tanto la cultura, que
generar dichos cambios significa en términos freudianos, en muchas
ocasiones revivir el miedo a la castración, aun cuando las circunstancias
sean favorables para el cambio (Connell, 2015).

A pesar de estos hallazgos cabe resaltar algunos puntos con respecto


a las limitaciones de esta revisión. El principal inconveniente que se
encontró fue la carencia de estudios relacionados con el tema de la
violencia hacia el hombre y las nuevas masculinidades. A pesar de que se
hizo una búsqueda cuidadosa, muchos investigadores aún no consideran
esta temática como socialmente relevante.

Se espera que para futuras investigaciones se pueda abordar la


violencia desde la perspectiva del hombre y se puedan crear programas
de intervención o acompañamiento que les permitan a los hombres
desarrollar las nuevas masculinidades de manera libre y espontánea.

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