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1.- El debate internacional
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Sociólogo, profesor investigador FLACSO-Chile, Doctorando en Ciencias Sociales, UBA, con apoyo de Progresar.
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Los planteamientos de este punto han sido desarrollados en los trabajos: José Olavarría (2003) “La invisibilidad de los hombres
en la sexualidad y la reproducción y sus consecuencias en la responsabilidad. Notas para el debate” y José Olavarría, Teresa
Valdés, investigadores responsables, Gabriel Guajardo, investigados asociado, Rodrigo Parrini y Tatiana Tomicic investigadores
asistentes (2003) “Panorama de la investigación sobre el rol y las responsabilidades de los hombres en la salud sexual y
reproductiva de las mujeres. Identificación de tendencias emergentes. Vacío y desafíos (1994-2002)”. Documento preparado para
INSTRAW.
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condicionado los desarrollos conceptuales, las investigaciones y también las propuestas
de políticas, al no existir estudios demográficos ni investigación de salud y biomédica
que permitan reconocer y “construir la realidad” social de la reproducción de los
hombres. De allí que las propuestas que surgen tienden a tener un profundo sentido
normativo, de “deber ser”, que no reparan en las condicionantes estructurales y
culturales de esas conductas masculinas, y de las relaciones y dinámicas de género
propiamente tales; asimismo, enfatizan un marcado interés en el cambio de las
conductas de los varones.
En el marco de este análisis resulta fundamental examinar la noción de “responsabilidad” utilizada
reiteradamente en los documentos de los organismos de Naciones Unidas, en la medida en que es el
punto de partida para la elaboración de propuestas de políticas que buscan la equidad de género. En el
lenguaje corriente la noción de “responsabilidad” se opone a “irresponsabilidad”, a un “obrar equivocado”,
a acciones reprensibles. Se asocia con un llamado de atención a actuar “responsablemente” a aquellos
que no lo hacen. Este ha sido uno de los usos que se ha dado con mayor frecuencia a la noción de
responsabilidad en el Programa de Acción de El Cairo y que se reitera luego en parte importante de las
investigaciones e intervenciones a las que da origen en el campo de la salud sexual y reproductiva. Tiene
un componente fuertemente normativo, de deber ser.
El uso de la noción de responsabilidad califica implícitamente las acciones de los hombres, sea su
realización u omisión y las asocia a los posibles efectos negativos que tienen sobre la salud reproductiva
de las mujeres. Las limitaciones del término, en su sentido común, han llevado a buscar otros que
permitan incorporar actitudes positivas, como por ejemplo “participación” o “involucramiento” de los
hombres, en contraposición a “responsabilidades”, pero sin preguntarse en profundidad qué se quiere
afirmar cuando se habla de “responsabilidad”, “participación” y/o “involucramiento” de los hombres en la
salud sexual y reproductiva y en los derechos reproductivos de las mujeres.
Las investigaciones con hombres en Chile y en diversos países de América Latina revelan que una de las
expresiones del uso de recursos de poder por parte de los varones es, precisamente, el sentido que
adquiere la noción de responsabilidad para ellos. El modelo dominante de masculinidad permite a los
varones justificar prácticas contradictorias como “responsables”, liberándoles subjetivamente de las
obligaciones que tienen en las consecuencias de dichas prácticas, pero que sienten como “honorables”
en la construcción de sus propias biografías. Un varón puede ser responsable tanto asumiendo la
paternidad de un hijo como no haciéndolo. Castigando o no a su mujer e hijo cuando estima que se le
perdió el respeto. En algunos casos los padres asumen su paternidad, y el embarazo de la pareja los
lleva a convivir/casarse con ella, especialmente a varones de sectores populares cuando hay una
relación de afecto/amorosa; en otros casos, niegan su paternidad, porque ponen en duda si ellos
efectivamente son los padres, aun cuando tengan conciencia de que eran la única pareja sexual de la
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otorgado esta situación. Subjetivamente no se sienten participes activos, salvo en
momentos específicos, de la concepción, embarazo, parto y crianza de sus hijos. La
responsabilidad se relativiza y no hay recursos sociales que los obliguen, en última
instancia, a asumir las consecuencias de su actividad sexual.
Pero, el espacio de lo privado, de la reproducción, de la crianza sigue siendo de las mujeres. Los
hombres, en general, no vienen a cubrir las prestaciones que tradicionalmente han dado las mujeres.
Pese a que en las investigaciones con hombres se observan demandas que van más allá de su calidad
de proveedores en relación a su pareja e hijos. Los jóvenes especialmente manifiestan su interés en
involucrarse activamente en la reproducción, en ser partícipes conscientes en la concepción de sus hijos
o de la contracepción, así como en su crianza y acompañamiento, pero es evidente que no es suficiente
la declaración de deseos o el participar en ocasiones o durante un cierto período de tiempo en
actividades de este tipo para que se avance en este sentido. Por mucho que haya interés subjetivo por
reconocerse y ser activo en la reproducción en algunos varones o en muchos hay una orden social y
sanitario que lo hace extremadamente difícil, por el contrario este orden reafirma su calidad de padres,
como protectores y proveedores de sus hijos, y como observadores de la reproducción de sus mujeres.
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Con orgullo se muestran los indicadores sanitarios relativos a la salud reproductiva de Chile: baja
mortalidad materna, baja mortalidad infantil, distanciamiento de los embarazo en las mujeres, disminución
de la tasa global de fecundidad, incremento de la esperanza de vida. Ello ha sido fruto de un proceso
que se inició en las primeras décadas del siglo XX, con Salvador Allende entre sus precursores, al
estructurar un sistema sanitario y de salud pública que permitiera condiciones sanitarias adecuadas,
atención prenatal para la embarazada, asepsia en el momento del parto mediante la internación en una
maternidad u hospital y cuidado y alimentación para el niño. En la década de los sesenta, durante el
gobierno de Frei Montalva, se introducen masivamente los anticonceptivos femeninos como forma de
disminuir los valores que tenían los indicadores antes mencionados. Las consecuencias son bastamente
conocidas y reconocidas. Pero ello implicó traspasar cada uno de los pasos de la reproducción
(concepción, contracepción, embarazo, parto, infancia) desde los núcleos familiares al sistema de salud,
institucionalizando la reproducción. Se medicalizó, por decirlo de alguna manera, la reproducción y las
mujeres devinieron en el cuerpo del control de la reproducción. Ello, a su vez, ha permitido a las mujeres
empoderarse de sus cuerpos y asumir la reproducción como un proceso que puede ser relativamente
autónomo de los hombres.
El orden de género que está, tras esta invisibilidad se expresa en diversos espacios y momentos en el
orden de la salud. Es, por ejemplo, lo que ha sucedido con la reproducción en la salud privada en Chile.
La reforma al sistema de la salud de fines de los 70 y la creación de las ISAPRES -que sigue vigente- fue
la concreción del nuevo orden de la economía y la organización del trabajo que impuso la dictadura en el
campo de la salud pública. Su foco de atención pasó a ser el de las personas individuales, reemplazando
a las familias. Los núcleos familiares son desgajados y se toma como ente autónomo a cada uno de sus
miembros. En la salud privada a cada prestación realizada a una persona se le asigna un precio; en la
salud pública se define un percápita. En la medida que la reproducción está institucionalizada, sus costos
son altos y también lo es la “siniestralidad”. Como la reproducción ha sido situada en el cuerpo de las
mujeres son ellas las que deben cubrir esos costos. Curiosamente en la atención privada además se
incrementan las cesáreas y con ello los costos. Los hombres padres, los que fecundaron a la madre, no
tienen importancia para tales efectos. Ellas son las de gran riesgo para las ISAPRES, por los costos que
suponen, y ellos, inversamente, salvo accidentes, son de bajo riesgo y siniestralidad.
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epidemia les afecta a ellos fundamentalmente. Menos aún se conoce de los hombres
bisexuales.
Son múltiples los estudios que se han hecho sobre adolescentes, fundamentalmente
mujeres, en relación a educación sexual, comportamientos sexuales y reproductivos,
embarazos, hijos nacidos vivos de madres solteras, entre otros. Hasta el presente no se
observa una decisión, desde las autoridades de salud, de enfrentar la realidad y las
demandas de este sector de la población, pese a que múltiples indicadores lo muestran
como de gran vulnerabilidad. El Plan Piloto sobre Sexualidad responsable, del que
forma parte del Ministerio, es muy limitado, con escasos recursos y en ningún caso
responde a los problemas sociales que en el espacio de la salud afectan a esta
población. ¿Hasta cuándo habrá que esperar?
C) Para aquellos parejas que concibe un hijo se abre una opción en el sistema de salud
para la atención de su proceso reproductivo, a la que pueden afiliarse libremente,
cuyo costo sería significativamente menor, según se verá más adelante, y que
incluye:
− Los padres tendrán derecho a licencia los mismos días que se estima la madre
debería estar internada en un establecimiento hospitalario. La licencia será cubierta
por el sistema de seguro de salud que contrate. En el caso de trabajadores de
empresas pequeñas, microempresas y por cuenta propia sin seguro de salud, ésta
será cubiertas por un subsidio público a la paternidad.
− A los padres que tomen esta opción se les definirá un protocolo sobre lo que él
deberá hacer durante el parto, a través de capacitación previa, de acuerdo a
indicación de los profesionales.
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condiciones de asepsia, cercanía de un centro de salud para atención de urgencia u
otras condiciones estimadas básicas, se llevará a cabo en una espacio
especialmente habilitado en el centro de atención primaria de salud que
corresponde al domicilio de la madre, el que asegure las condiciones antes
mencionadas.
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K) Se realizan campañas públicas permanentes de conversación y educación sobre
sexualidad y paternidad, ITS y VIH/SIDA, y violencia doméstica.
L) Dejemos de soñar.